GREGORIO TAUMATURGO
Confesión de Fe

I

Los más hostiles y ajenos a la confesión apostólica son aquellos que hablan del Hijo como asumido por el Padre de la nada y de un origen emanacional. Son aquellos que sostienen los mismos sentimientos con respecto al Espíritu Santo. Son aquellos que dicen que el Hijo es constituido divino por don y gracia, y que el Espíritu Santo es hecho santo. Son aquellos que consideran el nombre del Hijo como uno común a los siervos, y afirman que así él es el primogénito de la criatura, como llegando a ser, como la criatura, existente de la no existencia, y como siendo primero hecho, y que se niegan a admitir que él es el Hijo unigénito, el único que el Padre tiene, y que se ha dado a sí mismo para ser contado en el número de los mortales, y es así contado primogénito.

Son aquellos que circunscriben la generación del Hijo por el Padre con un intervalo medido a la manera del hombre, y se niegan a reconocer que el eón del Engendrador y el del Engendrado no tienen principio. Son aquellos que introducen tres sistemas separados y diversos de culto divino, mientras que sólo hay una forma de culto legítimo que hemos recibido antiguamente de la ley y los profetas, y que ha sido confirmada por el Señor y predicada por los apóstoles.

No menos alejados de la verdadera confesión son aquellos que no sostienen la doctrina de la Trinidad según la verdad, como una relación que consta de tres personas, sino que la conciben impíamente como implicando un ser triple en una unidad (Mónada), formada a modo de síntesis y piensan que el Hijo es la sabiduría en Dios, de la misma manera que la sabiduría humana subsiste en el hombre, por lo que el hombre es sabio, y representan la Palabra como simplemente como la palabra que pronunciamos o concebimos, sin ninguna hipóstasis.

II

Pero la confesión de la Iglesia, y el Credo que trae la salvación al mundo, es el que trata de la encarnación del Verbo y dice que él se entregó a la carne del hombre que adquirió de María, mientras que todavía conservaba su propia identidad y no sufrió ninguna transposición o mutación divina, sino que fue llevado a la conjunción con la carne a semejanza del hombre. De modo que la carne se hizo una con la divinidad, habiendo asumido la divinidad la capacidad de recibir la carne en el cumplimiento del misterio.

Después de la disolución de la muerte, permaneció para la santa carne una impasibilidad perpetua y una inmortalidad inmutable, siendo nuevamente asumida en ella la gloria original del hombre por el poder de la divinidad, y siendo entonces ministrada a todos los hombres por la apropiación de la fe.

III

Si hay aquí también quienes falsifican la santa fe, ya sea atribuyendo a la divinidad como propio lo que pertenece a la humanidad (es decir, progresiones, pasiones y una gloria que viene con la ascensión), ya sea separando de la divinidad el cuerpo progresivo y pasible (como si subsistiera por sí mismo aparte, también éstos están fuera de la confesión de la Iglesia y de la salvación).

Nadie, por tanto, puede conocer a Dios si no comprende al Hijo, pues el Hijo es la sabiduría por cuya mediación han sido creadas todas las cosas. Estas cosas creadas declaran esta sabiduría, y Dios es reconocido en la sabiduría. Pero la sabiduría de Dios no es nada parecido a la sabiduría que posee el hombre, sino que es la sabiduría perfecta que procede del Dios perfecto y permanece para siempre, no como el pensamiento del hombre, que se aleja de él en la palabra que se pronuncia y de inmediato deja de existir.

Por lo tanto, no es sólo sabiduría, sino también Dios; ni es sólo Palabra, sino también Hijo. Y ya se conozca a Dios por medio de la creación, ya se lo conozca por medio de las Sagradas Escrituras, es imposible comprenderlo ni conocerlo sin su sabiduría. Quien invoca a Dios correctamente, lo invoca por medio del Hijo; y quien se acerca a él en una verdadera comunión, lo hace por medio de Cristo. Además, no se puede llegar al Hijo mismo sin el Espíritu, pues el Espíritu es a la vez la vida y la santa formación de todas las cosas. Dios, enviando este Espíritu por medio del Hijo, hace a la criatura semejante a él.

IV

Uno es, pues, Dios Padre; uno es la Palabra; uno es el Espíritu, la vida y la santificación de todos. Y no hay otro Dios como Padre, ni hay otro Hijo como Palabra de Dios, ni hay otro Espíritu como vivificador y santificador. Además, aunque los santos sean llamados dioses, hijos y espíritus, no están llenos del Espíritu, ni son hechos como el Hijo y Dios.

Si alguien, pues, afirma que el Hijo es Dios tan sólo en cuanto está lleno de divinidad, y no en cuanto ha sido engendrado por la divinidad, ha desmentido la Palabra, ha desmentido la Sabiduría, ha perdido el conocimiento de Dios, ha caído en el culto de la criatura, ha adoptado la impiedad de los griegos, a la que ha vuelto. Y se ha convertido en un seguidor de la incredulidad de los judíos, quienes, suponiendo que la Palabra de Dios es solo un hijo humano, se han negado a aceptarlo como Dios y se han negado a reconocerlo como el Hijo de Dios.

Es impío pensar, por tanto, que la Palabra de Dios es meramente humana, y que las obras que son hechas por él son permanentes, mientras que él mismo no permanece. Y si alguien dice que el Cristo hace todas las cosas solo como lo manda la Palabra, hará que la Palabra de Dios sea ociosa y cambiará el orden del Señor en servidumbre. Porque el esclavo es alguien completamente bajo mando, y lo creado no es capaz de crear; porque suponer que lo creado mismo puede de la misma manera crear otras cosas, implicaría que ha dejado de ser como la criatura.

V

Cuando se habla del Espíritu Santo como de un objeto santificado, ya no se puede entender que todas las cosas están santificadas en el Espíritu, pues quien santifica a uno, santifica todas las cosas. Por consiguiente, el hombre que despoja a Dios de la fuente de la santificación (el Espíritu Santo), desmiente a Dios, lo priva del poder de santificar y así se le impide contarlo con el Padre y el Hijo. También hace caso omiso del santo bautismo, y ya no puede reconocer a la santa y augusta Trinidad.

En efecto, o bien hay que entender la Trinidad perfecta en su gloria natural y genuina, o bien nos veremos en la necesidad de no hablar ya de Trinidad, sino sólo de Unidad. O bien, al no contar las cosas creadas con el Creador, ni las criaturas con el Señor de todo, tampoco podemos contar lo que es santificado con lo que santifica, así como ningún objeto creado puede ser contado con la Trinidad, sino en nombre de la Santísima Trinidad (en cuyo nombre se administra el bautismo, la invocación y el culto). Si hay tres glorias diferentes, también debe haber tres formas de culto diferentes para aquellos que adoran impíamente a la criatura. Y si hay una distinción en la naturaleza de los objetos adorados, también debe haber una distinción en la naturaleza del culto ofrecido entre ellos.

Lo que es reciente, ciertamente, no debe ser adorado junto con lo que es eterno, porque lo reciente comprende todo lo que ha tenido un comienzo, mientras que poderoso e inmensurable es el que es anterior a los siglos. Por lo tanto, quien supone un comienzo de los tiempos en la vida del Hijo y del Espíritu Santo, con ello también elimina toda posibilidad de contar al Hijo y al Espíritu con el Padre, porque así como reconocemos que la gloria es una, también debemos reconocer que la sustancia en la Deidad es una, y una también la eternidad de la Trinidad.

VI

El elemento capital de nuestra salvación es la encarnación del Verbo. Creemos, por tanto, que la encarnación del Verbo se realizó sin cambio alguno en la Divinidad con vistas a la renovación de la humanidad. Porque no se produjo ni mutación ni transposición, ni ninguna circunscripción en la voluntad, en lo que respecta a la santa energía de Dios; sino que, mientras ésta permaneció en sí misma, también realizó la obra de la encarnación con vistas a la salvación del mundo.

El Verbo de Dios, viviendo en la tierra a la manera del hombre, se mantuvo igualmente en toda la presencia divina, cumpliendo todas las cosas y uniéndose propia e individualmente con la carne; y mientras estaban allí las sensibilidades propias de la carne, la energía divina mantuvo la impasibilidad que le es propia.

Impío es el hombre, por tanto, que introduce la pasibilidad en la energía. Porque el Señor de la gloria apareció en forma de hombre cuando emprendió la economía sobre la tierra; y cumplió la ley para los hombres con sus obras, y con sus sufrimientos abolió los sufrimientos del hombre, y con su muerte abolió la muerte, y con su resurrección sacó a la luz la vida; y ahora esperamos su aparición desde el cielo en gloria para vida y juicio de todos, cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, a fin de que se pueda recompensar a todos según su merecido.

VII

Algunos tratan a la Santísima Trinidad de una manera terrible, cuando afirman confiadamente que no hay tres personas, e introducen la idea de una persona desprovista de subsistencia. Por ello nos libramos de Sabelio, quien dice que el Padre y el Hijo son lo mismo, y sostiene que el Padre es el que habla, y que el Hijo es la Palabra que mora en el Padre, y se manifiesta en el momento de la creación, y luego vuelve a Dios en el cumplimiento de todas las cosas. La misma afirmación hace también del Espíritu.

Nosotros renunciamos a esto, porque creemos que se declara que tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) poseen la única Deidad, porque la única divinidad que se manifiesta según la naturaleza en la Trinidad establece la unicidad de la naturaleza. Y así hay una divinidad que es propiedad del Padre, según la palabra. Hay un solo Dios Padre (1Cor 8,6), y hay una divinidad hereditaria en el Hijo, como está escrito: "El Verbo era Dios" (Jn 1,1). Y hay una divinidad presente según la naturaleza en el Espíritu (a saber, lo que subsiste como el Espíritu de Dios), según la declaración de Pablo: "Vosotros sois templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en vosotros" (1Cor 3,6).

VIII

La persona en cada uno declara el ser independiente y la subsistencia. Pero la divinidad es propiedad del Padre, y siempre que se habla de la divinidad de estos tres como una, se da testimonio de que la propiedad del Padre pertenece también al Hijo y al Espíritu. Por tanto, si se puede hablar de la divinidad como una en tres personas, se establece la trinidad y la unidad no se divide, y la unicidad que es naturalmente del Padre también se reconoce como la del Hijo y del Espíritu.

Sin embargo, si uno habla de una persona como puede hablar de una divinidad, no puede ser que los dos en uno sean como uno. De ahí que Pablo se dirija al Padre como uno con respecto a la divinidad, y hable del Hijo como uno con respecto al señorío: "Hay un solo Dios Padre, de quien son todas las cosas, y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas" (1Cor 8,6).

Por tanto, si hay un solo Dios, y un solo Señor, y al mismo tiempo una sola persona como una sola divinidad en un solo señorío, ¿cómo puede darse crédito a esta distinción en palabras de quién y por quién, como se ha dicho antes? Hablamos, por tanto, no como si separáramos el señorío de la divinidad, ni como si distanciáramos uno del otro, sino como si los uniéramos de la manera justificada por los hechos reales y la verdad. Y llamamos al Hijo Dios con la propiedad del Padre, como su imagen y descendencia. Y llamamos al Padre Señor, dirigiéndonos a él por el nombre del único Señor, como su origen y engendrador.

IX

Lo mismo se dice del Espíritu, que tiene con el Hijo la misma unidad que el Hijo tiene con el Padre. Por eso, la hipóstasis del Padre se distingue con el nombre de Dios, pero no se debe separar al Hijo de este nombre, porque es de Dios.

También se debe distinguir la persona del Hijo con el nombre Señor, pero no se debe separar a Dios de este nombre, porque es Señor en cuanto Padre del Señor. Y como es propio del Hijo ejercer el señorío (porque es él quien hizo todas las cosas por sí mismo, y ahora gobierna las cosas que fueron hechas), mientras que al mismo tiempo el Padre tiene una posesión anterior de esa propiedad (en cuanto que es Padre de Aquel que es Señor), así hablamos de la Trinidad como un solo Dios, pero no como si hiciéramos lo Uno por una síntesis de tres, porque la subsistencia que se constituye por síntesis es algo completamente partitivo e imperfecto.

Así como la denominación Padre es expresión de la originalidad y generación, así también la denominación Hijo es expresión de la imagen y descendencia del Padre. Por tanto, si alguien preguntara cómo hay un solo Dios, o cómo hay un Dios de Dios, responderíamos que ése es un término propio de la idea de la causalidad original, en cuanto que el Padre es la única Causa Primera. Y si alguien preguntara cómo hay un solo Señor, si el Padre también es Señor, responderíamos diciendo que lo es en cuanto que es el Padre del Señor. Esta dificultad ya no nos resultará difícil.

X

Si los impíos dicen ¿cómo no habrá tres dioses y tres personas, suponiendo que tengan una y la misma divinidad?, nosotros responderemos: Sólo porque Dios es la Causa y el Padre del Hijo; y este Hijo es la imagen y la descendencia del Padre, y no su hermano; y el Espíritu es el Espíritu de Dios, como está escrito que "Dios es Espíritu" (Jn 4,24). De los tiempos anteriores tenemos la declaración del profeta David, que dijo: "Por la palabra del Señor fueron establecidos los cielos, y todo el poder de ellos por el aliento (espíritu) de su boca".

En el principio del libro de la creación está escrito así: "El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" (Gn 1,2). Y Pablo, en su Carta a los Romanos, dice: "Vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, porque el Espíritu de Dios mora en vosotros" (Rm 8,9). Y también: "El Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, y el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros" (Rm 8,11). Y también: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios, pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos ¡Abba, Padre!" (Rm 8,14-15). Y también: "En Cristo, mi conciencia da testimonio en el Espíritu Santo" (Rm 9,1). Y también: "El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo" (Rm 15,13).

XI

Escribiendo a aquellos mismos romanos, el apóstol dice: "Os he escrito con más atrevimiento en cierta manera, para haceros recordar por la gracia que me es dada de Dios, de ser ministro de Jesucristo a los gentiles, administrando el evangelio de Dios, para que los gentiles sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo. Así que tengo de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a Dios se refiere. Porque no me atrevo a hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencias de señales y prodigios, en el poder del Espíritu Santo". Y también: "Os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu" (Rm 15,30). Estas cosas están escritas en la Carta a los Romanos.

XII

Nuevamente, en la Carta a los Corintios dice el apóstol: "Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios" (1Cor 2,4-5). Y también: Como está escrito: "Las cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Cor 2,9-11). Y también: "El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios" (1Cor 2,14).

XIII

¿Ves que en toda la Escritura se predica el Espíritu Santo, y en ninguna parte se le nombra como una criatura? ¿Y qué pueden decir los impíos cuando el Señor envió a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28,19)? Sin contradicción implica una comunión y unidad entre ellos, según la cual no hay ni tres divinidades ni tres señoríos. Pero mientras permanecen verdadera y ciertamente las tres personas, debe reconocerse la unidad real de los tres.

De esta manera se dará el crédito apropiado al envío y al ser enviado en la deidad, según el cual el Padre ha enviado al Hijo, y el Hijo de la misma manera envía al Espíritu. De hecho, no podría decirse que una de las personas se enviara a sí misma, y no podría hablarse del Padre como encarnado.

Los artículos de nuestra fe no concuerdan, por tanto, con los viciosos principios de las herejías, sino que siguen las doctrinas inspiradas y apostólicas, y no lo que nuestras fantasías impotentes coaccionen los artículos de nuestra fe divina.

XIV

Si los herejes dicen ¿cómo puede haber tres personas y una sola divinidad?, nosotros responderemos que son tres personas (puesto que es una la de Dios Padre, otra la del Señor Hijo y otra la del Espíritu Santo) y que es una sola la divinidad (puesto que el Hijo es imagen de Dios Padre, que es uno, y es Dios de Dios).

De la misma manera, el Espíritu es llamado "Espíritu de Dios", de igual naturaleza y según la misma sustancia, y no según la simple participación de Dios. Así, pues, hay una sola sustancia en la Trinidad, que no subsiste en el caso de los objetos creados. Es decir, no hay una sola sustancia en Dios y en las cosas que son creadas, porque ninguna de las cosas creadas es en sustancia Dios, ni tampoco el Señor es ninguna de esas criaturas según la sustancia, sino que hay un solo Señor Hijo y un solo Espíritu Santo

Hablamos de una Divinidad, de un Señorío y de una Santidad en la Trinidad, porque el Padre es la Causa del Señor (habiéndolo engendrado eternamente), y el Señor es el Prototipo del Espíritu. Así, el Padre es Señor, y el Hijo es también Dios, y de Dios se dice que "Dios es Espíritu" (Jn 4,24).

XV

Por tanto, reconocemos un solo Dios verdadero (una sola Causa Primera), y un solo Hijo (Dios verdadero de Dios verdadero) que posee por naturaleza la divinidad del Padre (es decir, es el mismo en sustancia que el Padre), y un solo Espíritu Santo que, por naturaleza y en verdad, santifica todo y lo hace divino, siendo de la sustancia de Dios.

Anatematizamos a quienes hablan del Hijo o del Espíritu Santo como de una criatura. Consideramos que todas las demás cosas son objetos hechos y en sujeción, creados por Dios a través del Hijo, y santificados en el Espíritu Santo. Además, reconocemos que el Hijo de Dios fue hecho Hijo del hombre, habiendo tomado para sí la carne de la Virgen María (no de nombre, sino en realidad), y que él es a la vez el Hijo perfecto de Dios y el Hijo perfecto del hombre. Es decir, que la persona es una sola, y que hay un solo culto para el Verbo y la carne que él asumió.

Anatematizamos a los que constituyen cultos diferentes, uno para lo divino y otro para lo humano, y adoran al hombre nacido de María como si fuera otro que el Hijo de Dios, porque "en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1,1). Y adoramos a aquel que se hizo hombre por nuestra salvación, no en un cuerpo similar, sino como al Señor que tomó para sí la forma de siervo. Confesamos la pasión del Señor en la carne, la resurrección en el poder de su divinidad, la ascensión al cielo y su gloriosa aparición cuando venga para el juicio de los vivos y muertos, para la vida eterna de los santos.

XVI

Como algunos nos han causado problemas, al intentar subvertir nuestra fe en nuestro Señor Jesucristo, y al afirmar de él que no era Dios encarnado (sino un hombre unido a Dios), por esta razón presentamos nuestra confesión sobre el tema de las cuestiones de fe mencionadas anteriormente, y rechazamos los dogmas infieles que se le oponen.

Dios, habiéndose encarnado en la carne del hombre, conserva pura su propia energía, posee una mente no sujeta a los afectos naturales y carnales, y mantiene la carne y los movimientos carnales divinamente e impecables. Y no sólo indomables por el poder de la muerte, sino que incluso destruyen la muerte. De esta manera, el verdadero Dios no encarnado ha aparecido encarnado, con la genuina y divina perfección, y en él no hay dos personas.

Desautorizamos que haya cuatro personas divinas a adorar (a saber, Dios, el Hijo de Dios, el hombre y el Espíritu Santo). Por lo cual también anatematizamos a quienes muestran su impiedad en esto, y así dan al hombre un lugar en la doxología divina. Y sostenemos que el Verbo de Dios se hizo hombre a causa de nuestra salvación, para que pudiéramos recibir la semejanza del celestial, y ser hechos divinos a semejanza de Aquel que es el verdadero Hijo de Dios por naturaleza, y el Hijo del hombre según la carne, nuestro Señor Jesucristo.

XVII

Creemos, pues, en un solo Dios. Es decir, en una sola Causa Primera, el Dios de la ley y del evangelio, justo y bueno. Y creemos en un solo Señor Jesucristo, Dios verdadero, Imagen del Dios verdadero, Creador de todo lo visible y lo invisible, Hijo de Dios y Descendencia Unigénita, Verbo eterno, vivo, subsistente y activo, estando siempre con el Padre y en un solo Espíritu Santo.

Creemos en la gloriosa venida del Hijo de Dios, el cual de María Virgen tomó carne, y soportó los sufrimientos y la muerte en nuestro lugar, y resucitó al tercer día, y fue llevado al cielo; y en su gloriosa manifestación aún por venir. Y creemos en una sola y santa Iglesia, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

XVIII

Reconocemos que el Hijo y el Espíritu son consustanciales con el Padre, y que la sustancia de la Trinidad es una. Y reconocemos que hay una divinidad según la naturaleza, permaneciendo el Padre sin engendrar, el Hijo siendo engendrado del Padre en una verdadera generación (y no en una formación por voluntad), y el Espíritu siendo enviado eternamente de la sustancia del Padre a través del Hijo (con poder para santificar toda la creación). Reconocemos, además, que el Verbo se hizo carne, que se manifestó en el movimiento de carne recibido de una virgen, y que no simplemente se energizó en un hombre.

A aquellos que rechazan la consustancialidad como una doctrina ajena a las Escrituras, y hablan de cualquiera de las personas de la Trinidad como creadas, y separan a esa persona de la única divinidad natural, los consideramos extraños, y no tenemos comunión con ninguno de ellos.

Hay un solo Dios Padre, y hay una sola divinidad. Pero también el Hijo es Dios, como imagen verdadera de la única y sola divinidad, según la generación y la naturaleza que tiene del Padre. Hay un solo Señor (el Hijo), pero de igual modo hay un Espíritu, que ejerce el señorío del Hijo sobre la criatura que es santificada.

El Hijo habitó en el mundo, habiendo recibido de la Virgen la carne, a la que llenó del Espíritu Santo para la santificación de todos nosotros. Habiendo entregado la carne a la muerte, destruyó la muerte mediante la resurrección que tenía como fin la resurrección de todos nosotros. Y ascendió al cielo, exaltando y glorificando a los hombres en sí mismo, desde donde vendrá por segunda vez para devolvernos la vida eterna.

XIX

Uno mismo es el Hijo, tanto antes de la encarnación como después de la encarnación. Ese Hijo es a la vez hombre y Dios, ambos juntos como si fueran uno. El Dios Hijo no es una persona y el hombre Jesús otra persona, sino el mismo que subsistió como Hijo antes de ser hecho uno con la carne por María, constituyéndose así en un hombre perfecto, santo y sin pecado, y usando esa posición económica para la renovación de la humanidad y la salvación de todo el mundo.

Dios Padre, siendo él mismo la persona perfecta, tiene así al Verbo perfecto engendrado de él verdaderamente. Pero no como una palabra que se pronuncia, ni como un hijo por adopción (en el sentido en que los ángeles y los hombres son llamados hijos de Dios), sino como un Hijo que es por naturaleza Dios.

También está el Espíritu Santo perfecto, suministrado por Dios a través del Hijo a los hijos de adopción, vivo y dador de vida, santo e impartiendo santidad a aquellos que participan de él. Pero no como un aliento insustancial insuflado en ellos por el hombre, sino como el Aliento viviente que procede de Dios.

La Trinidad debe ser adorada, glorificada, honrada y reverenciada. El Padre siendo aprehendido en el Hijo (así como el Hijo es de él), y el Hijo siendo glorificado en el Padre (en cuanto que es del Padre), y siendo manifestado en el Espíritu Santo a los santificados.

XX

La Santísima Trinidad debe ser adorada sin separación ni alienación, como nos señaló Pablo en su Carta II a los Corintios: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Cor 13,13). Y también: "El que nos confirma con vosotros en Cristo, y nos ungió, es Dios, quien también nos ha sellado y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones" (2Cor 1,21-22). Y también: "Cuando se lee a Moisés, el velo está sobre su corazón. Sin embargo, cuando se conviertan al Señor, el velo será quitado. Ahora bien, el Señor es ese Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Pero nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor" (2Cor 3,15-18).

XXI

Siguiendo con la enseñanza de Pablo, vemos que el apóstol dice: "El que nos hizo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu" (2Cor 5,4-5). Y también: "Aprobándonos como ministros de Dios" (2Cor 6,4). Y también: "Por el Espíritu Santo, por la Palabra verdadera, por el poder de Dios" (2Cor 6,6-7).

He aquí, por tanto, que el apóstol Pablo define perfectamente a la santa Trinidad, nombrando a Dios, al Verbo y al Espíritu Santo. Y si no, escuchadlo otra vez: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él" (1Cor 3,16-17). Y también: "Habéis sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1Cor 6,11). Y también: "¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, en el cual tenéis de Dios?" (1Cor 6,19). Por mi parte, yo también pienso que tengo el Espíritu de Dios (1Cor 7,40).

XXII

En otra ocasión, hablando Pablo de los hijos de Israel como bautizados en la nube y en el mar, dice: "Todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebían de la Roca espiritual que los seguía, y la Roca era Cristo" (1Cor 10,4).

En otra ocasión, lo que dice es: "Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús, y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que obra todas las cosas en todos. A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a uno es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu; a otro, hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; a otro, interpretación de lenguas; pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo" (1Cor 12,3-13).

Y en otra ocasión, lo que dice el apóstol es: "Si viene alguno predicando a otro Cristo que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis recibido, con razón se os impedirá".

XXIII

¿Veis, por tanto, que el Espíritu es inseparable de la divinidad? Así que nadie, con piadosas aprensiones, podría imaginarse que él es una criatura. Es lo que dice el apóstol en la Carta a los Hebreos: "¿Cómo escaparemos, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, al principio, comenzó a ser anunciada por el Señor, y nos fue confirmada por los que le oyeron, testificándose Dios juntamente con ellos, tanto con señales y prodigios, como con diversos milagros y dones del Espíritu Santo?" (Hb 2,3-4). Y también: "Como dice el Espíritu Santo: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, cuando vuestros padres me tentaron, me pusieron a prueba y vieron mis obras durante cuarenta años. Por lo cual me enojé con aquella generación, y dije: Siempre andan vagando de corazón" (Hb 3,7-11).

Así que los herejes deben prestar oído a Pablo, porque él de ninguna manera separa al Espíritu Santo de la divinidad del Padre y del Hijo, sino que claramente expone el discurso del Espíritu Santo como uno de la persona del Padre (y por tanto, como expresado por Dios, tal como ha sido representado en los dichos antes mencionados).

Por esto se prueba que la Santísima Trinidad es un solo Dios, de acuerdo con estos testimonios de la Sagrada Escritura. Y se prueba que todas las Sagradas Escrituras nos proporcionan innumerables anuncios sobre la Santísima Trinidad, confirmatorios de la fe apostólica y eclesiástica.

XXIV

Mantener dos naturalezas en el único Cristo haría una Tétrada de la Trinidad, y supondría adorar a cuatro personas divinas (a saber, Dios, y el Hijo de Dios, y el hombre, y el Espíritu Santo). Por tanto, hay que tener cuidado con los pasajes de dudosa autoría, y sobre los que no hay duda saber interpretarlos bien, sabiendo distinguir los más importantes de los menos. 

Es importante también que no hablemos de dos personas en Cristo, no sea que, al reconocerlo como Dios en perfecta divinidad, y estar hablando de dos personas, hagamos una Tétrada de las personas divinas, contando la de Dios Padre como una, la del Hijo de Dios como una, la del hombre Jesús como una, y la del Espíritu Santo como una.

Eso se opone a reconocer dos naturalezas divinas, y a reconocerle como Dios perfecto en una perfección divina natural, y no en dos. El Hijo de Dios, por tanto, se encarnó sin cambio, y conserva la divinidad sin duplicación. Por eso decimos entre nosotros que, mientras surgen los afectos de la carne, la energía conserva la impasibilidad que le es propia. Porque quien introduce la idea de pasión en la energía es impío, y porque fue el Señor de la gloria quien apareció en forma humana, habiendo tomado para sí la economía humana.