ATANASIO DE ALEJANDRÍA
Símbolo de Fe
I
Creemos en un solo Dios ingénito, Padre todopoderoso, Creador de todas las cosas, tanto visibles como invisibles, que tiene su ser de sí mismo.
Creemos en un solo Verbo unigénito, sabiduría, Hijo engendrado del Padre sin principio y eternamente; palabra no pronunciada ni mental, ni efluencia del Perfecto, ni división de la esencia impasible, ni descendencia; sino Hijo absolutamente perfecto, vivo y poderoso (Hb 4,12), la verdadera Imagen del Padre, igual en honor y gloria. Porque esto, dice, "es la voluntad del Padre: que como honran al Padre, honren también al Hijo" (Jn 5,23): verdadero Dios de verdadero Dios, como dice Juan en sus epístolas generales: "Nosotros estamos en el que es verdadero (es decir, en su Hijo Jesucristo). Éste es el verdadero Dios y la vida eterna" (1Jn 5,20), todopoderoso del Todopoderoso. Porque todo lo que el Padre gobierna y dirige, el Hijo lo gobierna y dirige igualmente: todo desde el todo, siendo como el Padre, como dice el Señor: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).
Él fue engendrado de manera inefable e incomprensible, porque "¿quién contará su generación?" (Is 53,8), pues nadie puede. El cual, cuando en la consumación de los siglos (Hb 9,26), descendió del seno del Padre, tomó de la Virgen María inmaculada nuestra humanidad, Cristo Jesús, a quien entregó por su propia voluntad para que padeciera por nosotros, como dice el Señor: "Nadie me quita la vida. Yo tengo poder para darla, y tengo poder para volverla a tomar" (Jn 10,18). En esta humanidad fue crucificado y murió por nosotros, resucitó de entre los muertos y fue llevado a los cielos, habiendo sido creado como principio de nuestros caminos (Prov 8,22), cuando en la tierra nos mostró la luz que sale de las tinieblas, la salvación del error, la vida de entre los muertos, una entrada al paraíso, del que Adán fue arrojado, y al que volvió a entrar por medio del ladrón, como dijo el Señor: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43), en el que también entró una vez Pablo. Nos mostró también un camino hacia los cielos, donde la humanidad del Señor, en la que juzgará a los vivos y a los muertos, entró como precursora para nosotros.
Creemos, así mismo, en el Espíritu Santo que todo lo escudriña, incluso lo profundo de Dios (1Cor 2,10), y anatematizamos las doctrinas contrarias a esto.
II
Nosotros no consideramos al Hijo como Padre, como hacen los sabelianos, que lo llaman de una sola esencia, pero no de la misma, y con ello destruyen la existencia del Hijo. Tampoco atribuimos al Padre el cuerpo pasible que él llevó para la salvación del mundo entero. Ni tampoco podemos imaginar tres subsistencias separadas entre sí, como resulta de su naturaleza corporal en el caso de los hombres, para no considerar una pluralidad de dioses, como los paganos. Así como un río que brota de un pozo no está separado, aunque haya dos objetos visibles y dos nombres, así sucede análogamente en el Padre y en el Hijo.
En efecto, ni el Padre es el Hijo, ni el Hijo el Padre. El Padre es Padre del Hijo, y el Hijo es Hijo del Padre. Y así como el pozo no es un río, ni el río un pozo, sino que ambos son una y la misma agua que se conduce por un canal desde el pozo hasta el río, así también la deidad del Padre pasa al Hijo sin flujo y sin división. En efecto, el Señor dice: "Yo salí del Padre, y aquí estoy" (Jn 16,28). Es decir, que él está siempre con el Padre, está en el seno del Padre y el seno del Padre nunca estuvo vacío de la deidad del Hijo. Como dice la Escritura, "yo estaba junto a él como quien ordena" (Prov 8,30).
Nosotros no consideramos al creador de todo, el Hijo de Dios, como una criatura, o una cosa hecha, o como hecho de la nada. Afirmamos que él es verdaderamente existente a partir de Aquel que existe, y sólo existe a partir de Aquel que sólo existe. En la misma gloria y poder él fue engendrado eternamente, y conjuntamente por el Padre. En efecto, "el que ha visto al Hijo, ha visto al Padre" (Jn 14,9). Todas las cosas fueron hechas por medio del Hijo, y por eso él no es una criatura, como bien recuerda Pablo: "En él fueron creadas todas las cosas, y él es anterior a todo" (Col 1,16). Como se ve, no dice Pablo que fue creado antes de todas las cosas, sino que "es anterior a todas las cosas". Es decir, que ser creado se aplica a todas las cosas, mientras que ser anterior a todo se aplica sólo al Hijo.
III
Por naturaleza, Cristo es vástago perfecto del Perfecto, engendrado antes de todos los montes (Prov 8,25). Es decir, él es anterior a toda esencia racional e inteligente, como también Pablo indica en otro lugar, al llamarlo "primogénito de toda creación" (Col 1,15). Al llamarlo primogénito, Pablo demuestra que Cristo no es una criatura, sino un vástago del Padre. Porque sería incompatible con su deidad que se lo llamara criatura. Porque todas las cosas fueron creadas por el Padre a través del Hijo, pero sólo el Hijo fue engendrado eternamente del Padre, por lo que Dios el Verbo es "primogénito de toda creación", inmutable de inmutable. Pero el cuerpo que él llevó por nosotros es una criatura, de la cual dice Jeremías, según la edición de los LXX traductores: "El Señor creó para nosotros una nueva salvación, en la cual los hombres de salvación se moverán" ( Jer 31,22). No obstante, según Aquila el mismo texto dice: "El Señor creó algo nuevo en la mujer".
La salvación fue obrada para nosotros como una plantación nueva y no vieja. Es decir, fue consumada para nosotros y no antes de nosotros, cuando Jesús se hizo hombre y se constituyó en salvación y Salvador. La salvación procede del Salvador, lo mismo que la iluminación procede de la luz. Por lo tanto, la salvación, que era del Salvador, al ser creada nueva, "creó para nosotros una nueva salvación", como dice Jeremías y como traduce Aquila: "El Señor creó algo nuevo en la mujer" (es decir, en María). En efecto, nada nuevo fue creado en la mujer, sino el cuerpo del Señor, nacido de la Virgen María sin coito, como también se dice en los Proverbios en la persona de Jesús: "El Señor me creó, principio de sus caminos para sus obras" (Prov 8,22). Ahora bien, él no dice que le creó antes de sus obras, para que nadie tome el texto de la deidad del Verbo.
IV
Todo texto que se refiere a la criatura se escribe con referencia a Jesús en un sentido corporal. La humanidad del Señor fue asumida como principio de caminos, y para llevarnos a través de ella a nuestra salvación. Por él y su humanidad tenemos acceso al Padre, porque él es el camino (Jn 14,6) que nos lleva de regreso al Padre. Todo camino es una cosa corporal visible, y así es la humanidad del Señor.
El Verbo de Dios fue el que creó todas las cosas, y por ello el Jesús humanado no fue una criatura suya, sino un descendiente. De hecho, él no creó ninguna de las cosas creadas igual o semejante a él. Como es parte del Padre engendrar, así como es parte del obrero crear, ese cuerpo humanado que el Señor llevó por nosotros fue algo engendrado, así como "sabiduría de Dios, santificación, justicia y redención" (como recuerda Pablo).
El Verbo existía antes que toda la creación, y es la sabiduría del Padre. El Espíritu Santo, siendo lo que procede del Padre, está siempre en manos del Padre (que lo envía) y del Hijo (que lo transmite), y por su medio fueron llenadas todas las cosas. El Padre, poseyendo su existencia de sí mismo, engendró al Hijo de sí mismo, como un río de un pozo, o como una rama de una raíz, o como un resplandor de una luz, o como cosas que la naturaleza sabe que son indivisibles. A Dios sea la gloria y el poder y la grandeza, antes de todos los siglos y por todos los siglos de los siglos. Amén.