JUAN CRISÓSTOMO
Sobre David
HOMILÍA 1
I
Carísimos hermanos, hace poco alabasteis a David por su paciencia. Yo, por mi parte, admiraba vuestra benevolencia y caridad para con David. En efecto, presenciar y emular los actos de virtud, y alabarlos y proclamarlos como admirables, nos acarrea fruto y no vulgar, de igual manera que emular la maldad, y alabar a los que en ella viven, merece un no pequeño castigo. Si hemos de decir una paradoja, mayor castigo espera a quienes alaban el mal, que a quienes viven en él.
II
Explicando esto Pablo, tras enumerar todas las especies de malicias y acusar a todos los que pisotean las leyes divinas, añadió: "Los cuales, aun conociendo la sentencia de Dios, y que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen sino que aplauden a quienes las hacen". Carísimos, ¿advertís cómo Pablo demuestra ser esto último más grave que lo anterior? Por lo que mira al castigo, lo que se castiga es a los que delinquen, y no el mismo delinquir. De igual manera, aplaudir el mal parte de un corazón totalmente pervertido, que padece una llaga incurable. Y si no, ved esto: ¿Quién se arrepiente, el que comete el mal o el que aplaude el mal? El que comete el mal, antes o después condena él mismo su pecado, y con el transcurso del tiempo podrá volver sobre sí. En cambio, quien alaba la maldad, y la aplaude, ése mismo se ha privado a sí mismo del remedio que trae consigo la penitencia. Por eso Pablo declaró ser más grave la aprobación que la ejecución.
III
Así como los que se entregan a la maldad, y los que alaban a éstos, sufren la misma pena (o más grave aún), así quienes alaban a los buenos, y los ensalzan, y los proclaman, se hacen partícipes de las mismas coronas que a éstos les están reservadas. Que esto sea así, puede verse por la Escritura, cuando Dios habla a Abraham de esta manera: "Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan". Cualquiera puede ver esto en los certámenes olímpicos, cuando el atleta que alcanza la corona comparte ésta con aquellos que soportaron los trabajos y sudores, y aquellos que le animaron. De esta manera, yo llamaré bienaventurado a aquel varón generoso y magnánimo llamado David, y también a vosotros por la benevolencia que mostráis para con él. David peleó, venció y se llevó la corona. Vosotros, por haber alabado su victoria, habéis alcanzado una no pequeña parte en esa corona.
IV
Para que vuestro gozo se acreciente, y el fruto sea mayor, expondré el resto de la historia de David. Una vez que el escritor sagrado hubo recordado las palabras con que David reprobó la muerte de Saúl (cuando lo encontró desprevenido en una cueva, haciendo sus necesidades), añadió: "Y no permitió a sus soldados que se levantaran y dieran muerte a Saúl". Con esto se declara la disposición de los ánimos de éstos (que querían dar muerte al rey Saúl) y la fortaleza de David (que los reprendió por aquellos ánimos recelosos). Éste es uno de los aspectos del virtuoso, que no sólo vive él la virtud sino que la hace vivir a los demás, en este caso apartando del homicidio a los enemigos de Saúl. En definitiva, David pudo vencer por completo al enemigo en aquella cueva, pero no quiso hacerlo si no había una orden expresa de Dios, y por eso impidió hacerlo a sus seguidores, y él mismo se convirtió en su guardia y defensor excelente.
V
Con esta actitud, David cayó en un peligro mayor que el que corría Saúl. En efecto, en pleno combate con Saúl, y al decir a sus soldados que no tocasen a Saúl, bien podía temer David ser degollado tanto por Saúl como por sus propios soldados, por aquél si le cazaba, como por éstos si tenían un arrebato de ira. Por este motivo discurrió David qué motivo alegar, y recurrió al Juez y árbitro supremo. No lo hizo por poner a Dios de excusa, sino para que sus soldados vieran que la victoria sólo depende de él, y de su auxilio divino, y que sin él nunca ellos vencerían. David llevó a cabo todo esto por la gracia que suele residir en los profetas, a la que añadía una especial fuerza persuasiva en sus palabras.
VI
El propio espíritu natural de David cooperó no poco para ello, puesto que por haber educado de antemano a sus soldados de esa forma, en el momento del certamen éstos estuvieron preparados y modestos. Él los había jefaturado no como un general a sus soldados, sino como un sacerdote, de manera que la cueva donde encontraron a Saúl desprevenido vino a ser una verdadera iglesia. Así, a la manera que un obispo habla a los suyos y luego ofrece el sacrificio a Dios, así David educó a los suyos y luego se prestó a hacer su propio sacrificio (en este caso, no ofreciendo a Dios un cordero muerto o un ternerillo inmolado, sino la mansedumbre y la bondad para con su enemigo). Dando muerte al movimiento irracional de su ánimo, e inmolando su ira, David mortificó sus miembros terrenales y los ofreció a Dios. Por eso se hizo él mismo víctima, sacerdote y altar, porque en sí mismo reunió la razón que ofrecía en sacrificio, la mansedumbre y caridad que eran ofrecidas, y el corazón con que se ofrecían esas virtudes.
VII
Una vez que hubo inmolado esta tan preclara víctima, David obtuvo la victoria, y no olvidó nada de lo tocante al trofeo. Finalmente, Saúl salió de la cueva, ignorante de cuanto en ella había acontecido. Inmediatamente "salió tras él David", dice la Escritura David miró al cielo con ojos limpios, e iba más gozoso que cuando derribó a Goliat y cortó la cabeza al bárbaro. Iba contento porque esta victoria (no matar a Saúl) era más espléndida que aquella otra (matar a Goliat), y los despojos eran más excelentes, y la presa más ilustre, y el trofeo más glorioso. Aquélla tuvo necesidad de la honda y las piedrecillas, y ésta la recta razón y la prudencia. Aquélla se logró sin armaduras, y ésta sin derramamiento de sangre.
VIII
De esta manera, David volvía no sólo portando la cabeza de aquel bárbaro, sino llevando apaciguadas las pasiones y dominada la ira. No quedaron estos despojos colocados en Jerusalén, sino en el cielo y en aquella ciudad de arriba. No se presentaron ahora las danzas mujeriles que lo recibieran con encomios, sino en las alturas el coro de los ángeles con aplausos, admirado de su virtud y mansedumbre. David perdonó la vida de Saúl, pero remató las heridas del verdadero enemigo: el demonio, al que atravesó mortalmente.
IX
Así como por la ira nos peleamos unos con otros, y chocamos por mutuos conflictos, y es el demonio quien se alegra y regocija, así cuando vivimos en concordia, y moderamos la ira, el demonio se apoca y decae de ánimo, por ser enemigo de la paz, adversario de la concordia, y padre de la envidia. Salió, pues, David, llevando aquella mano (que valía tanto como todo el orbe de la tierra) y aquella cabeza ceñida de corona. Así como los emperadores coronan antes la mano que la cabeza de los que vencen en el pugilato (ya sean púgiles o ya pancratistas), así Dios coronó aquella mano de David, y la dotó de poder, y presentó a todos una espada limpia, sin mancha alguna de sangre y sin ansia alguna de ira.
X
No salió David de aquella caverna portando la diadema de Saúl, sino ostentando la corona de la justicia. No salió llevando la veste real de púrpura, sino revestido de una mansedumbre que superaba a la humana naturaleza. Salió de la caverna con la misma gloria con la que salieron del horno ardiente los jóvenes de Babilonia. Así como a aquellos tres no los consumió el fuego, así tampoco a éste lo consumió la ira. En nada dañó a aquéllos el fuego que obraba por fuera, y en nada dañó a éste las brasas encendidas del corazón. En lo interior, David intuyó que era el demonio quien encendía el horno de aquella cueva, mostrándole débil al enemigo. En lo exterior, David ayudó a sus soldados a no caer en la trampa. ¿Por qué? Porque en aquella cueva no había nada del foso de Daniel, ni del fuego de los jóvenes de Babilonia, sino facilidades para matar y facilidades para quedar impunes. En definitiva, David ordenó a sus soldados olvidar aquella falsa oportunidad, por el temor a peligros futuros. Mirando a la cara a sus soldados, David les pidió olvidar las injurias pasadas, y con ello quitó de sus corazones la excitación, la pez, la paja y todos los esos elementos que inflamaron el horno de Babilonia. Mirando a la cara a su adversario Saúl, mucho más se confirmó en su virtud.
XI
Al ver cómo dormía y yacía inmóvil Saúl en la cueva, y sin poder hacer nada, David habló consigo mismo y se dijo: ¿Dónde está ahora aquel furor? ¿Dónde aquella malicia? ¿Dónde los artificios y las asechanzas? Todo eso pasó por su cabeza, pero se diluyó con sólo acercarle un poco de frente. Lo veía dormido y meditaba en su muerte, porque el sueño no es otra cosa que una muerte temporal y un cotidiano perecer. Ahí estaba, en efecto, el rey atado, cuando menos lo pensaba y sin quererlo. Así como Daniel ascendió del lago, una vez superada la ferocidad de los leones, así David salió de la caverna tras vencer otras bestias aún más feroces. A aquel varón justo lo rodeaban los leones; a éste lo acometieron las pasiones, mucho más feroces y fuertes que todos los leones. Por un lado, le acometía la indignación, a causa de las injurias pasadas. Por otro lado, le acometía el temor de las cosas futuras. A ambos los venció David, y cerró las bocas de las fieras, y nos enseñó con hechos que nada hay más seguro que perdonar a los enemigos, ni nada hay más peligroso que quererse vengar y andar procurando el desquite.
XII
Aquel Saúl que David había determinado acometer, ahora estaba desnudo, inerme y privado de todo auxilio, a la manera de un cautivo entregado en manos de su enemigo. David, en cambio, al tiempo que se vence así mismo, y deja paso libre a Saúl, y no quiere poner en sus manos la justicia, y no acomete a su enemigo cuando ésta está sin máquinas de guerra, sin armas, sin caballería, sin soldados. Lo que es más, David se concilia con Dios, a través de la benevolencia.
XIII
Por eso llamo yo bienaventurado a David, por haber visto a su contrario yaciendo a sus pies y perdonarlo, cuando lo tenía en las manos. En primer lugar, eso fue obra de la omnipotencia divina, y en segundo lugar de la virtud de David. ¿Cómo le obedecerían en adelante sus soldados, y con cuánta benevolencia lo mirarían? Si hubieran tenido mil vidas, ¿acaso no las habrían gastado con prontitud en favor de su jefe? Sobre todo al comprobar que, si ésa era su benevolencia para con su enemigo, ¿cuál no sería su amabilidad para con los suyos? Si David había demostrado ser manso y dulce para con quienes le habían hecho injusticia, ¿cómo no habría de serlo, con semejante ánimo, para con quienes le querían? Realmente, David fue para sus soldados una gran prenda de seguridad.
XIV
Por todo esto, los soldados de David no sólo andaban ya más bondadosos con su jefe, sino más prontos para acometer a los enemigos, puesto que sabían que tenían a Dios como defensor, y que él siempre ayudaba a David y velaba por todas sus empresas. Por eso, en adelante obedecían a David no ya como a un hombre sino como a un ángel. En conclusión, David, aun antes de que Dios le diera su premio, ya desde esta vida recibió un galardón mucho mayor, y reportó una victoria mucho más esclarecida, por haber conservado la vida a Saúl y no darle muerte. ¿Percibís, hermanos, la ganancia que habría logrado David si hubiera matado a su enemigo, y cuánta obtuvo al perdonarlo?
XV
Reflexionad sobre estas cosas, hermanos, sobre todo cuando alguna vez tengáis en vuestra mano a quien os haya hecho alguna injuria. Reflexionadlo, y ved que es de mucha mayor ganancia perdonar que matar. Quien mata a su enemigo, frecuentemente tiene que soportar una conciencia malvada, y a ser atormentado cada día y cada hora por el gravamen del pecado. El que perdona, en cambio, ha sabido por un momento vencer sus pasiones, y en adelante anda lleno de gozo, y se deleita en la magnífica esperanza del cielo y del premio que Dios le concederá. Si acaso alguna vez cae en alguna desgracia, con gran confianza pedirá a Dios el auxilio. Esto es lo que sucedió en nuestro caso, cuando David recibió de Dios excelentes y admirables premios, por la reverencia que mostró para con su enemigo.
XVI
Veamos ya lo que sigue. Salió de la caverna David en pos de Saúl, y le gritó a sus espalda: "Señor, rey mío". Saúl miró hacia atrás, y David "se inclinó y postró su faz en tierra, y le hizo reverencia". Estas palabras no honran menos a David que el haber conservado la vida a su enemigo. En este caso, no fue fruto de un ánimo vulgar el no ensoberbecerse por los beneficios hechos a su prójimo, ni ponerse en la tesitura de ánimo en que suelen muchos de la gente común (quienes enarcando las cejas, desprecian a aquellos a quienes han hecho algún beneficio, como si se tratara de esclavos). No procedió así el bienaventurado David, sino que, tras los beneficios que dispensó, se mostró aún más modesto. El motivo de ello fue que David no se atribuyó a su propia industria cosa alguna de cuantas había hecho tan esclarecidamente, sino que todo lo refería a Dios, como un don suyo. Por esto, quien había sido el salvador reverenciaba al que había salvado, y lo llamaba rey, y a sí mismo se denominaba siervo, abajando la hinchazón de su propio ánimo mediante la dignidad de aquél, y apartando de este modo la envidia. Oigamos ya, pues, la excusa misma de David: "¿Por qué escuchas las palabras del vulgo que afirma: David quiere quitarte la vida?". Quien escribió esta historia afirma anteriormente que "todo el pueblo estaba con David", y que "se había conquistado la gracia y favor de todos los servidores del rey", y que "de corazón estaban con David el hijo del rey y todo el ejército".
XVII
¿Cómo asegura David que los hombres de Saúl levantaron falso testimonio, y provocaron en su contra a Saúl? Es cierto que, no por impulsiones de otros, sino por propio movimiento de ánimo, fue Saúl quien concibió tal malicia y le declaró la guerra (lo cual manifiesta el escritor sagrado, cuando dice que "de las alabanzas tributadas a David nació la envidia, la cual fue luego creciendo cada día"). Y entonces, ¿por qué traspasa David el crimen a otros, y no a Saúl? ¿Por qué le dice "el vulgo que asegura que David quiere quitarte la vida"? Lo hizo así para dar ocasión a aquél de echar de sí la envidia. Esto hacen con frecuencia los padres respecto de sus hijos, cuando alguno corrige alguna perversión de su hijo y quiere alejar de él las cosas malas que ha hecho. Aunque el padre esté persuadido que ha sido su hijo, por su propia malicia, el que ha llegado a semejante abismo de corrupción de costumbres, sin embargo echa la culpa a otros y dice de esta manera: Ya sé yo que tú no tienes la culpa, sino que otros te corrompieron y te sedujeron, y ellos son los culpables.
XVIII
Esto es lo que hacen los padres, para que el hijo, oyendo estas cosas, pueda más fácilmente volver al buen camino y salir poco a poco de la maldad, a causa de la vergüenza y el rubor que le produce el ser visto como indigno de semejante alabanza. Lo mismo hizo Pablo, cuando escribió a los gálatas con abundantes recriminaciones, queriendo disculparlos con el objeto de que, descargados de sus crímenes, pudieran dar sus excusas. Estas fueron sus palabras: "Yo confío en vosotros, y el que os perturba llevará su castigo, quien quiera que sea". Esto mismo es lo que hizo David, cuando le pregunta a Saúl: "¿Por qué escuchas las palabras del vulgo que dice: David quiere quitarle la vida?". Con ello, le da a entender a Saúl que son otros los que lo provocan, que son otros los que andan irritando su ánimo, y así le da ocasión para enmendarse.
XIX
Más adelante, y defendiendo su propia causa, dice David a Saúl: "Hoy han visto tus ojos cómo Yahveh te ha puesto en mis manos en la caverna, y que yo no he querido matarte, sino que te he conservado la vida, y he dicho: No pondré mi mano sobre mi señor, porque es el ungido del Señor", como si dijera: Aquéllos calumnian con sus palabras, pero yo me declaro inocente por los hechos, y con ellos deshago la acusación. No necesitas palabras, cuando el suceso mismo, más claramente que cualquier discurso, te puede enseñar quienes son aquéllos y quién soy yo, y que se ha hecho una delación injusta en mi contra y se me ha calumniado. Te pongo a ti por testigo, y no a otros. A ti mismo, lo repito, que por beneficio mío has conservado la vida.
XX
¿Cómo podía Saúl ser testigo de estas cosas, cuando se llevaban a cabo mientras él dormía? De hecho, ni él oyó las palabras, ni vio presente a David cuando hablaba con sus soldados. ¿Cómo hacer frente a esta dificultad, para que la demostración resulte clara? Si hubiera citado a otros testigos, Saúl habría tenido su testimonio como sospechoso, y habría juzgado que aquéllos andaban favoreciendo al varón justo. Si con razones y argumentos aceptables hubiera intentado excusarse, habría sucedido que se le diera menos fe, por estar ya predispuesto y corrompido el ánimo del que había de ser juez. ¿Cómo hubiera podido sospechar éste que, a pesar de haber recibido tantos beneficios, sin embargo perseguía con la guerra a un benefactor que no le daba motivo ninguno? ¿Cómo hubiera podido sospechar este tal que alguien que hubiera sido injuriado, y luego tuviera en sus manos al injuriante, lo perdonaría?
XXI
Generalmente, el vulgo de los hombres juzga de los demás conforme a su propia disposición de ánimo. Así, por ejemplo, quien continuamente se embriaga, difícilmente se persuade que haya quien pueda vivir con templanza. Quien anda en impurezas, tiene como incontinentes aun a los que castamente viven. Quien se apropia de las cosas ajenas, no se persuade fácilmente de que haya hombres capaces de dar lo propio. Del mismo modo Saúl, hombre tan preocupado por la ira, no habría fácilmente creído que hubiera un hombre tan superior a sus pasiones, que no sólo no hiciera mal a nadie, sino que incluso conservara la vida a quien le hubiera hecho mal.
XXII
Estando corrompido el ánimo del juez, y habiendo de ser tenidos como sospechosos los testigos (si acaso se presentaban), David prudentemente encontró una prueba especial que pudiera cerrar la boca de los impudentes. ¿Cuál es ella? La orla del manto. David se la alargó, y le dijo: "Aíra la orla de tu manto en mi mano. Yo la he cortado y no te he dado muerte". Testigo mudo fue dicha orla, por cierto, pero más elocuente que todos los que hablan y más convincente. Con esto, David vino a decir a Saúl: De no estar yo cercano, y no haberme parado en tu cuerpo, no habría podido cortar la orla de tu manto. ¿Veis cuánto bien se ha seguido de aquella primera conmoción de ánimo que tuvo David? Si no hubiera sentido el movimiento de cólera, nosotros no hubiéramos conocido su virtud (puesto que a muchos les habría parecido que no había perdonado por virtud sino por estupor), ni habría cortado una parte del manto. Si no la hubiera cortado, tampoco hubiera podido hacer fe delante del enemigo con otros argumentos. Por haberse movido contra la ira, y haber cercenado la orla, pudo presentar un argumento certísimo de su previsión.
XXIII
Como David presentó un testimonio tan verdadero e indudable, pudo enseguida constituirse juez del propio enemigo, y aun testigo de su respeto para con él. Y pudo hablarle de este modo: "Reconoce y ve ahora cómo no hay en mi mano iniquidad ni rebeldía contra ti, y que tú andas a caza de mi alma para matarme". En esto se puede admirar la magnanimidad de este varón, porque no recurre a excusas sino a las cosas mismas que habían acontecido. Esto es lo que insinúa, cuando dice "reconoce y ve ahora", como si dijera: Nada digo de lo pasado, sino me basta para prueba lo sucedido en este día.
XXIV
Aunque podía haber enumerado David a Saúl los muchos y grandes beneficios que anteriormente le había hecho, no lo hizo. Podía, por ejemplo, haberle recordado aquel singular combate que emprendió contra el bárbaro Goliat, y decirle: Vosotros estabais temerosos y consternados, y cada día esperando la muerte, y yo me adelanté a vosotros. Vosotros no me avisasteis que yo era un niño, y Goliat un varón entendido en guerras desde su juventud. Vosotros os echasteis atrás, y yo no me detuve, sino que salté a la arena con el único motivo de salvarlos a todos, e hice frente al enemigo, y le corté la cabeza, y rechacé el ímpetu de aquellos bárbaros que se nos echaba encima como un torrente, y confirmé la república cuando ella vacilaba, y gracias a eso tú tienes la vida y el reino, y todos los demás tienen la ciudad, sus casas, sus hijos y sus mujeres. También pudo recordar David a Saúl cómo, una y otra vez, él trató de darle muerte, y cómo junto con su lanza vibraba también su cabeza, y cómo Saúl debería haberle dado un premio por la victoria sobre Goliat, y cómo por su parte no pidió oro ni plata. Estas y otras muchas cosas, mucho mayores, pudo decir David a Saúl. Sin embargo, ninguna de ellas le dijo. ¿Por qué? Porque no era su ánimo echarle en cara sus beneficios, sino únicamente persuadirlo de que él era uno de aquellos que lo amaban y lo servían, y no de los que se rebelaban y tramaban asechanzas. Por esto, dejando a un lado todas las demás cosas, hizo únicamente su defensa con lo sucedido aquel día.
XXV
Tan lejos estaba de la ceguera David, y tan libre de la vanagloria, que no miraba otra cosa sino solamente la voluntad de Dios. Por eso, tras decirle lo ya dicho, añadió: "Juzgue el Señor entre tú y yo". No dijo esto David porque deseara que el Señor castigara a Saúl y tomara venganza de él, sino para ponerle temor con el recuerdo del juicio futuro. Y no sólo para ponerle temor, sino también para justificarse ante él de la sospecha, como si le dijera: La prueba principal la tengo por los hechos, mas si no me das fe te pongo por testigo al mismo Dios, que conoce los arcanos de cada alma y puede escrutar las conciencias. Esto lo dijo, pues, para declarar que nunca se hubiera atrevido a apelar a aquel Juez (a quien no se puede engañar, sin echar sobre sí la condenación) si no estuviera certísimo de estar libre de todo crimen de asechanzas. Esto es importante, porque desvía el camino de las conjeturas y justificaciones, y apela a la moderación y a los hechos. En definitiva, Saúl cayó en manos de David, cuando lo perseguía para matarlo, y David le perdonó la vida y lo dejó ir sano y salvo, tras abrirle los ojos y ponerle a Dios a la vista.
XXVI
Cuando supo de la enfermedad de Saúl, y que ésta era incurable, y que nunca depondría éste su ánimo hostil, David se apartó de entorno y comenzó a vivir entre los bárbaros, y a servir a éstos. Lo hizo privado de honores, y cubierto de vergüenza, y teniendo que procurarse con su propio sudor las cosas necesarias para la vida. Por supuesto, esto no es lo que debemos admirar de David, sino aquello otro: que cuando oyó cómo el rey había muerto en una batalla, rasgó sus vestiduras, esparció ceniza sobre sí, lloró como quien lloraría a su primogénito y único hijo, se puso a repetir sin cesar su nombre (como al hijo difunto), le compuso encomios, lanzó clamores de dolor, permaneció sin tomar alimento hasta la tarde y execró aun los mismo sitios que habían recibido la sangre de Saúl.
XXVII
"Montes de Gelboé, no caiga sobre vosotros rocío ni lluvia, montes de muerte, porque en vosotros fueron arrebatados los tabernáculos de los poderosos". Eso decía David, en honor al fallecido Saúl, su enemigo. Eso que hacen los padres, que incluso llegan a aborrecer la casa, y maldicen la puerta por la que sacaron al hijo muerto, eso hacía exactamente David, al execrar los montes que habían soportado aquella matanza. Aborrezco, decía, hasta "los montes mismos en los que han caído en tierra esos cadáveres", y que por eso "no seáis regados con las lluvias del cielo", puesto que habéis sido malamente regados con la sangre de mis amigos. Tras estas imprecaciones, David comenzó a repetir un mismo estribillo: "Saúl y Jonatán, amables y hermosos, en su vida no se separaron y tampoco en la muerte se separaron". Como no podía abrazar sus cuerpos ausentes, David abrazaba sus nombres, y con eso calmaba su dolor y mitigaba su desgracia.
XXVIII
Algunos me dicen: ¿Cómo pudo ser que hubieran sucumbido ambos (Saúl y su hijo Jonatán) en un mismo día? Otros me dicen: ¿Cómo pudo tomar David ese argumento de consolación, que "en su vida no se habían separado y tampoco en la muerte se separaron"? Bien, estas últimas palabras son de quien no buscaba otra cosa sino aliviar su pena y alabar a los fallecidos, como si dijera: Ya no puede decirse que el hijo llora por encontrarse huérfano, ni que el padre llora la ausencia de su hijo, sino que lo que a muchos no ha acontecido, a ellos sí les aconteció, a saber: el ser arrebatados de entre los vivos en un mismo día, y no sobrevivir ninguno de ellos al otro. De hecho, David sí estimaba como desabrida una vida sin Jonatán (su gran amigo, aparte de ser hijo de Saúl). ¿Os conmovéis ahora, y os sentís perturbados, y vuestros ojos se han vuelto fáciles para el llanto, hasta derramar lágrimas? Respecto al llorar por el enemigo, acuérdese cada cual ahora de su enemigo, y del que le hizo alguna injusticia, cuando aún estaba inflamado el resentimiento. Pues bien, recuérdelo y llórele, y no por ostentación sino de corazón y con sinceridad. Aunque hubiera de sufrir alguna molestia, cada cual estaría dispuesto a reconciliarse con él, e irse de este mundo en paz. Pues bien, ahí tenéis un ligero motivo de porqué lloró David por Saúl, al mismo nivel que por Jonatán.
XXIX
David alcanzó el reino sin manchar sus manos con el asesinato, y fue coronado tras haber conservado limpia su diestra, y subió al trono con una alabanza muy superior a cualquiera púrpura y diadema. David supo hacer todo eso perdonado a su enemigo Saúl, y no riendo a su muerte sino llorando, al mismo nivel que por su mejor amigo Jonatán. Por eso fue celebrado David en la memoria de los hombres. En consecuencia, si tú deseas conseguir aquí abajo una gloria perpetua, y después disfrutar en el otro mundo de los bienes duraderos, imita la virtud de este varón justo, emula su moderación, muestra con tus obras esa misma resignación en las injurias. Habiendo soportado aquí iguales trabajos, conseguirás allá los mismos bienes, que ojalá logremos alcanzar todos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
HOMILÍA 2
I
Carísimos hijos, entremos hoy a pintar la imagen y figura de David, la hermosura de su alma y su espiritual belleza. Quisiera que el propio David estuviera presente, con el fin de que, mirando todos hacia él, os llevéis impresa en vuestro ánimo la espiritual belleza, bondad y magnanimidad de este varón justo, y todas sus virtudes. Si algún deleite producen las imágenes corporales a quienes las contemplan, mucho más lo producirán las imágenes espirituales. Por cierto, aquéllas no es posible contemplarlas en todas partes, sino únicamente fijas en un lugar. En cambio, éstas puedes llevarlas contigo donde quieras, y contemplarlas muchas veces y sacar de ella mucha utilidad, una vez que la hayas colocado en el santuario de tu alma. Así como los que padecen de la vista, si tienen a mano telas de color verde, y las miran con frecuencia, sienten con eso algún alivio de su enfermedad (mediante ese color), así vosotros, si ponéis delante de vuestros ojos la imagen de David, y claváis con frecuencia en ella los ojos, aunque millares de veces la ira golpee y trate de perturbar el ojo de la razón, nada más mirar a este ejemplar conseguiréis mejorar salud y sabiduría del alma.
II
Que nadie me venga a decir que yo tengo enemigos perversos, malvados, corrompidos e incorregibles. No es así, pues éstos no pueden ser peores que Saúl. ¿Y eso? Puesto que éste, una y otra vez conservado en la vida por David, ni con esas deja de ponerle infinitas asechanzas, perseverando en la malicia hasta el fin de su vida. En efecto, ¿qué es aquello de que tienes que acusar a tu enemigo? ¿Que te quitó parte de un terreno, que te dañó en tus propiedades y campos, que trasgredió los límites y se metió en tu casa, que te robó tus criados, que te hizo violencia, que se apoderó de lo tuyo injustamente, que te redujo a la miseria? Bien, pero aún no te ha quitado la vida, como Saúl anduvo procurando respecto a David. Si acaso ha intentado quitártela, ha sido solamente una vez; y sin recibir de ti grandes beneficios. Saúl, en cambio, no cesaba de buscar la muerte de David, y siempre era perdonado por éste.
III
En efecto, no el lo mismo que condonara gratuitamente la vida quien vivía en la antigua ley, que quien vive en la ley actual, que es ley de la gracia y del evangelio. No había escuchado David la parábola de los diez mil talentos y los cien denarios; no había oído la oración que dice "perdonad a los hombres sus deudas", no había visto a Cristo crucificado ni aquella sangre preciosa derramada, no había escuchado infinitas predicaciones acerca de la virtud, no había participado de la ley divina del Señor, sino que había sido educado en leyes imperfectas que no exigían semejantes cosas. Con todo, David llegó hasta la cumbre de la perfección evangélica.
IV
Tú, en cambio, muchas veces te irritas contra los que pasan a tu lado, y no depones de tu ánimo la ira. David, aunque temía por lo futuro (pues sabía que, de conservar la vida a su enemigo, él tendría que salir desterrado de la ciudad, y llevar una vida llena de calamidades), con todo no desistió de perdonarlo, y de hacer cuanto estuvo en su mano para ayudarlo, alimentándolo así contra sí mismo. ¿Quién podrá citar un caso de mayor paciencia que ésta? Por lo demás, con el fin de que veas que no sólo por las cosas pasadas, sino también por las que al presente suceden, se comprueba ser esto posible (esto de volver amigo a tu enemigo), decidme: ¿Qué animal hay más cruel que el león? Y con todo, cualquier león puede ser domesticado por el hombre, amansando su naturaleza con arte. La fiera más brava y soberbia de todas se hace más blanda que cualquier oveja ante el hombre, si éste quiere, hasta el punto de pasearse por la plaza sin causar pavor a nadie.
V
¿Qué excusa podremos tener, o qué perdón alcanzar, si cuando de este modo amansamos las bestias salvajes, y afirmamos luego que a los hombres jamás podremos aplacarlos? Por cierto, eso de que las bestias se hagan mansas es cosa fuera de su natural, mientras que la fiereza es antinatural en el hombre. Si dominamos las naturalezas de aquéllas, ¿cómo podremos excusarnos de no poder corregir a un hombre, ni su determinación del ánimo? Si todavía alegas e insistes, añadiré esto otro: Aunque el hombre esté enfermo de una enfermedad incurable, si tú te pones a curarlo con paciencia, cuanto mayor trabajo te cueste tanto mayor será el premio que te espera.
VI
No pongamos los ojos, pues, en que sufrimos por nuestros enemigos, sino en no hacerles ningún mal. De esta manera no sufriremos nosotros daño alguno, ni aunque suframos males infinitos. David, al ser arrojado de la ciudad, y ser llevado al destierro, y ser acometido con asechanzas y peligros de muerte, no sufrió daño alguno. Al revés, resultó más ilustre y honorable que su enemigo, y no sólo ante Dios sino también ante los hombres. Y si no, ¿qué daño sufrió aquel santo varón, mientras padecía todo esto por parte de Saúl? ¿Acaso no es celebrado hoy como ilustre David, en toda la tierra? ¿Acaso no posee ya en el reino de los cielos bienes infinitos?
VII
¿Qué ventajas sacó aquel infeliz y miserable Saúl, en poner a David tan innumerables asechanzas? ¿Acaso no perdió el reino? ¿Acaso no murió con una mísera muerte, juntamente con su hijo? ¿Acaso no es vituperado por todo el mundo? Y lo que es más grave de todo, ¿acaso no sufre eternos suplicios? Hermanos, ¿qué es lo que sufrís de vuestro enemigo, y por qué no queréis poneros en amistad con él? ¿Os despojó de vuestros dineros? Si lleváis con fortaleza esa rapiña, recibiréis tanto premio como si los hubierais colocado en los pobres, en forma de limosna. Tanto el que lo dio a los pobres, como el que no pone asechanzas a quien le hurta sus bienes, hacen eso por amor a Dios. Por eso, siendo una misma la causa del gasto de los dineros, es manifiesto que la corona será también una y la misma. Me dices que puso asechanzas a mi vida, y trató de matarme. Muy bien, pero eso te contará como martirio, si tú lo cuentas a él entre tus bienhechores, orando sin cesar por él y suplicando a Dios que a ese tal le sea propicio.
VIII
Así pues, no nos detengamos a pensar que Dios impidió a David el dar muerte a Saúl, sino más bienes consideremos cómo David, por las asechanzas de Saúl, fue coronado con triple y cuádruple corona de martirio. En efecto, David conservó la vida de su enemigo no una ni dos veces, sino con mucha frecuencia. Lo hizo cuando la lanza vibraba en su cabeza, y cuando la espada vibraba en su mano, y sabiendo que de no matarlo sería acometido por él; y todo ello por amor a Dios. Según la determinación del ánimo, David hubiera matado a Saúl, pero según el amor a Dios prefirió darse muerte a sí mismo que hacerlo a Saúl, obteniendo así infinitas coronas de martirio. Como dice Pablo, "cada día muero por Dios", y esto es lo que le pasó a David. Quitar la vida a su enemigo evitaría las asechanzas, pero David no quiso hacerlo por amor a Dios, y prefirió estar cada día en peligro de muerte por respeto a Dios. Con ello nos enseñó que no es lícito vengarse de quien nos pone asechanzas, o pone en peligro nuestra vida, o nos odia, o nos hace alguna injusticia vulgar y ordinaria, o nos injuria o lanza sospechas sobre nosotros.
IX
¿Te ha maldecido alguien, o te ha llamado adúltero y lujurioso? Si lo dijo con verdad, corrígete. Si lo dijo con falsedad, desprécialo. Si tienes conciencia de ser reo de esas cosas que te acusan, arrepiéntete. Si no tienes conciencia de ello, no les hagas caso. Más aún, no sólo debes despreciarlas y reírte de ellas, sino alegrarte y gozarte, según la palabra del Señor que nos ordena proceder de este modo: "Cuando os insultaren y persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal con mentira, gozaos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa", y: "Gozaos y alegraos cuando proscriban vuestro nombre como malo con mentira". Por lo demás, si el que te insulta dice cosas verdaderas, y tú lo soportas con moderación, y no te irritas ni le devuelves las injurias, sino que más bien lloras amargamente tus faltas, no recibirás un premio menor que aquel otro primero acusado sin verdad. Voy a procurar demostraros esto por la Escritura, para que veáis que no nos procuran tan gran ganancia los amigos cuando nos alaban y dicen cosas para agradarnos, como nos acarrean los enemigos al vituperarnos, aun cuando digan cosas que son verdad (con tal de que nosotros queramos utilizar sus acusaciones en la forma conveniente).
X
Los amigos nos adulan con frecuencia, mientras que los enemigos sacan a relucir nuestras faltas. A causa de nuestro connatural amor propio, nosotros no somos capaces de ver nuestros pecados, mas ellos, por motivo de su odio, los ven mejor que nosotros. Así, al reprocharnos nuestras faltas, nos empujan necesariamente a corregirnos. De esta manera, su enemistad nos viene de suma utilidad, porque nos ayudan a conocernos mejor y a arrojar de nosotros nuestros yerros. Cuando tu enemigo te enrostra un crimen del que tú tienes conciencia, te está ayudando y empujando a limpiarte de él, y ¿qué cosa puede ser más feliz que ésta? ¿Qué mejor ayuda que ésta? ¿Qué mejor exhortación de la Escritura que esta recriminación del enemigo? Además, no lo hace con razonamientos, sino a lo brusco y forzando nuestra rectificación.
XI
Había un fariseo y un publicano. Éste había llegado al grado sumo de la malicia, y aquél ejercitaba la más alta virtud. El fariseo había dado sus bienes, y ayunaba continuamente, y estaba limpio de rapiñas, mientras que el publicano había gastado todo el tiempo de su vida en rapiñas y violencias. Subieron ambos al templo para hacer oración. El fariseo decía de pie: "Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres, rapaces y avaros, ni como ese publicano". El publicano, de pie también, no se irritó contra aquél, ni le respondió con injurias, ni le dijo: ¿Te atreves a mencionar los hechos de mi vida, y a reprenderlos? ¿Acaso eres tú mejor que yo? Voy a descubrir tus pecados, y haré que nunca más subas a este lugar sagrado. Ninguna de estas frías palabras pronunció el publicano, como es nuestra costumbre cuando alguien nos insulta. Nada de esto hizo ese publicano, sino que suspiró amargamente, hirió sus pechos y únicamente dijo: "Sé propicio a este pecador". Por eso, éste descendió del templo justificado.
XII
¿Advertís la presteza? El publicano recibe la injuria del fariseo y la aprovecha para purificarse, reconoce su pecado y se despoja del pecado. Con ese proceso, la acusación de su crimen le resultó perdonada, y su enemigo, sin saberlo, se convirtió en su bienhechor. ¿Cuan grandes hubieran sido los trabajos que aquel publicano debería padecer, ayunando y durmiendo en el suelo, y velando en vigilia y repartiendo sus bienes a los pobres, y permaneciendo largo tiempo vestido de saco y de ceniza, si quería que se le perdonaran sus crímenes? Hubieran sido infinitos, mas ahora, sin tener que hacer ninguno de ellos, y con una simple palabra, quedó limpio de toda su iniquidad. Los insultos y las injurias del fariseo, que parecían cubrirlo de oprobio, le engendraron una corona de justicia. Sin sudor alguno, ni trabajo alguno, ni largos tiempos de espera, el publicano quedó justificado por Dios.
XIII
¿Veis, pues, hermanos, cómo si alguien dice en contra nuestra cosas que son verdaderas, no hemos de acometerlo con maldiciones, sino amargamente llorar y suplicar a Dios por nuestros pecados? Este es el mejor proceso para limpiar nuestras culpas, y el que justificó al publicano de la parábola. De nada le hubieran servido todos los trabajos y ayunos del fariseo, si no hubiese tenido esta actitud. ¿Y cómo obtuvo esta actitud? Por esto mismo: por las críticas del fariseo. ¿Observas, pues, cuánta utilidad acarrea la reprensión de los enemigos, con tal de que nosotros la sobrellevemos con virtud? Si los enemigos, tanto cuando mienten como cuando dicen verdad, así nos aprovechan, ¿por qué nos inflamamos en ira? Tú mismo, oh hombre, nunca te corregirás por ti mismo, ni el demonio te ayudará a corregirte. Si hay alguien que lo haga, ¡bienvenido sea!, tanto si es amigo como enemigo. Aquellos que nos injurian, y nos traicionan, y nos ponen asechanzas, y nos ponen en peligro, nos acarrean gran utilidad, y hasta puede que nos estén tejiendo las coronas del martirio, y nos estén volviendo justos. ¿Por qué motivo, pues, nos enfurecemos contra ellos? No digamos, pues, que aquél me irritó sobremanera, o que aquel otro me empujó a decir palabras inconvenientes. En todos los casos, nosotros somos los culpables. Si quisiéramos ejercitar la virtud, el demonio nunca nos echará una mano, mas si lo hace el enemigo ¡bienvenido sea!
XIV
Esto queda manifiesto en la historia que estamos contando acerca de David. Vale la pena traerla de nuevo, pues, a colación, retomándola por donde la dejamos . ¿Dónde, pues, la habíamos dejado? En la excusa de David. Bien, en esto es necesario que os refiera ahora las palabras de Saúl, para ver qué fue lo que éste respondió a la justísima excusa de aquél. Con ello advertiremos la virtud de David, y no sólo por las palabras que dijo, sino por el mismo discurso de Saúl. Por supuesto, si acaso Saúl respondiere algo con placidez y mansedumbre, esto habría que atribuírselo a David como a causa, puesto que fue el que logró cambiar el ánimo de aquel hombre, y enseñarlo y conducirlo a la templanza.
XV
¿Qué es, en concreto, lo que dice Saúl? Una vez que oyó a David que le decía "he aquí, en mi mano, la orla de tu manto", dijo Saúl: "¿Es esta tu voz, hijo mío David?". ¡Cuan grande y repentino cambio se ha obrado! En efecto, aquel que nunca había soportado ni siquiera llamar a David por su nombre propio, por tener ese nombre como aborrecible, ahora lo recibe en parentesco y lo llama hijo. ¿Quién habrá más feliz que David, puesto que de un homicida hizo un padre, de un lobo una oveja? ¿Quién roció con tan abundante rocío aquel horno encendido, y cambió en tranquilidad aquellas tempestades? ¿Quién aplacó la hinchazón que la ira producía en aquel ánimo exaltado? Las palabras de David, en el alma de este hombre feroz, lograron un cambio íntegro, como se puede notar por las palabras de Saúl.
XVI
Fijaos, porque no dijo Saúl "¿son éstas palabras tuyas?", sino "¿es esta tu voz?". Es decir, que al mero sonido de la voz ya se sentía conmovido de amor. Así como un padre oye desde lejos la voz de su hijo que regresa, y siente que se le conmueven sus entrañas, no ya con la presencia de su hijo sino aun con su sola voz, así Saúl, tan pronto como escuchó la voz de David, y sus palabras penetraron en su alma, echó de sí la enemistad y reconoció al varón santo, y se despojó del mal afecto y se revistió del bueno. Apenas dejada la ira, Saúl recibió la tranquilidad y la compasión. Así como cuando es de noche no podemos reconocer ni aun al amigo que está presente, pero cuando ya es de día aun de lejos lo reconocemos, así suele acontecer en las enemistades. Mientras llevamos en el alma la malevolencia, la voz que oímos nos suena distinta, y aun el rostro del enemigo lo vemos desfigurado por nuestra corrompida pasión. En cambio, en cuanto deponemos la ira, aun la voz que antes nos era odiosa nos parece plácida, y el rostro, antes enemigo, ahora nos parece amable.
XVII
Esto es lo mismo que sucede con las tempestades. Las nubes aborrascadas no nos permiten ver limpia la hermosura de los cielos, y aunque tengamos unos ojos sumamente penetrantes no logramos alcanzar aquel gozo que produce la vista de lo alto. Una vez que el calor ha roto y disipado las nubes, y se nos muestra el sol, entonces también percibimos toda la belleza de los cielos. Esto es lo que sucede cuando nos encontramos inflamados por la ira. La enemistad, a la manera de una densa nube, se interpone entre los ojos y los oídos, y hace que tanto la voz como el aspecto se perciban de otro modo del que son. Cuando se echa de sí el odio, y se rompe la nube de tristeza, entonces se puede ver y oír al otro con la mente sana.
XVIII
Así le aconteció a Saúl, cuando rompió la nube de la malevolencia y al punto reconoció la voz de David. De ahí que exclamara: "¿Es ésta tu voz, hijo mío David?". ¿Qué quiere decir con la palabra ésta? Quiere significar la voz con que David derribó a Goliat, con la que sacó del peligro a la ciudad, con la que a todos los que estaban en peligro de muerte y servidumbre restituyó a la seguridad y a la libertad. Ésta es la voz la que calmó y suavizó el furor de Saúl, y le proporcionó beneficios. Ésta fue la voz que postró a aquel bárbaro, por no haber arrojado contra él la piedra sin antes acometerlo con la fuerza de las palabras.
XIX
No arrojó simplemente David la piedra, sino que dijo: "Tú vienes a mí fiado en tus dioses, pero yo vengo a ti en nombre de Dios Sebaot, al cual tú has insultado". Fue esta voz la que condujo la piedra contra Goliat, la que metió miedo a los bárbaros, la que quebrantó la confianza del enemigo. Mas ¿por qué te admiras de que la voz del justo mitigue los furores y derribe a los enemigos, cuando incluso expele a los malos espíritus? Apenas rabiaban los apóstoles, y las potestades adversas huían. Apenas hablaban los santos, y la fuerza de los elementos se doblegaban. Una palabra dijo Josué, el hijo de Nun ("¡deténganse el sol y la luna!"), y ellos se detuvieron. Una palabra Moisés al mar, y éste retrocedió. Un cántico entonaron los tres jóvenes de Babilonia, y la fuerza del fuego quedó apagada. Del mismo modo Saúl, ante esta voz se inflamó de cariño y dijo: "¿Es esta tu voz, hijo mío David?".
XX
¿Qué fue lo que le contestó David? Esto mismo: "Tu siervo, oh mi señor". Aquí comienza un certamen y una disputa, sobre quién honrará más a quién. Saúl acudió al parentesco ("hijo mío"), y David acudió al ministerio ("mi señor"), a forma de decir: Yo busco solamente una cosa: tu aprovechamiento en la virtud. Me has llamado hijo, pero a mí me basta con que me tengas como siervo, con que depongas tu ira, con que no sospeches nada malo de mí ni me tengas por enemigo que te pone asechanzas. Así cumplió David aquella ley apostólica que ordena que, venciéndonos a nosotros mismos, nos adelantemos a honrar cada cual al otro, y no sigamos la costumbre de muchos que, más malévolos que las bestias, ni siquiera soportan ser los primeros en hablar a sus enemigos, porque piensan quedar con eso deshonrados y rebajados en su dignidad.
XXI
¿Qué puede haber más ridículo que esta locura? ¿Qué cosa más repugnante que esta arrogancia? Oh hombre, ¿es que piensas que por haber tú caído de tu dignidad, y quedar en contumelia, va a tener que ser el prójimo el primero en hablar? ¿Qué hay peor que la soberbia? ¿Qué hay más ridículo que la vanagloria? Si tú eres el primero en hablar a tu enemigo, Dios mismo te alabará (que es lo que más importa), y también los hombres aprobarán tu conducta, y finalmente serás tú el que reciba la felicitación. En cambio, si esperas a ser tú el honrado por él, en vez de honrar tú primero a tu prójimo, de ningún precio será lo que haces, y será aquel que dio principio quien se lleve hasta el honor de lo que tú haces. Hermanos, no esperemos a que sean los otros los primeros en honrarnos, sino más bien corramos nosotros a honrar a nuestros prójimos, y seamos siempre los primeros en adelantar el saludo. No vayamos a pensar que esta obra (saludar cortés y cariñosamente) sea de precio escaso y vulgar, pues su omisión ha roto muchas buenas amistades y ha engendrado muchas enemistades. Si el saludo se hace con atención, acaba con muchas inveteradas enemistades y reafirma las amistades anteriores.
XXII
¡No quieras, oh carísimo, emplazar el cuidado de estas cosas, sino adelántate tú a cuantos se te presenten. Salúdalos y préstales todas las atenciones. Si es el otro quien se nos adelanta, démosle entonces mayores muestras de honor, como bien ordenó Pablo cuando dijo: "Teneos unos a otros como superiores". Así procedió David, cuando fue el primero en honrar a Saúl y, al sentirse igualmente honrado, respondió con mayores honores diciendo: "Tu siervo, señor mío". Advierte cuán grande ganancia logró David con haber dicho estas palabras. En adelante, Saúl no pudo ya oírlo sin lágrimas, sino que lloraba amargamente, y con su llanto declaraba la salud de su ánima y la virtud que David había plantado en su corazón.
XXIII
¿Qué hombre habría más feliz que este profeta llamado David, que así, en breves momentos, trajo a su enemigo desde el furor a la moderación, y del ánimo sediento de sangre lo empujó a los lamentos y al llanto? Esto es más admirable que Moisés sacara de la roca fuentes de aguas vivas, pues con sus propios ojos arrancó fuentes de lágrimas. En efecto, Moisés venció la naturaleza muerta, pero David un alma afirmada en su propósito. Aquél hirió con su vara la roca, y éste con su palabra taladró el corazón. Y esto no para entristecerlo, sino para volverlo puro y manso, y procurarle un beneficio mayor que los que ya antes le había procurado.
XXIV
Digno de admiración y alabanza fue que David no tiñera en sangre su espada, ni cortara aquella cabeza enemiga. No obstante, mayor corona suya fue haberle hecho cambiar de propósitos, y haber mejorado a su enemigo, y haberlo llevado a la mansedumbre. Este beneficio es de mayor precio que los demás, pues no vale lo mismo perdonar una culpa que llevar el ánimo a la virtud, o librar a otro de convertirse en asesino que apagar el furor que le precipitaba a tan horrible maldad. Al prohibir David a sus soldados que dieran muerte a Saúl, hizo a éste un beneficio que tocaba a la vida presente, mas al despojarlo de la malicia con suaves palabras le hizo el presente de los bienes eternos.
XXV
Así pues, cuantas veces alabes a David por su mansedumbre, mejor alábalo por haber cambiado el ánimo de Saúl, pues mucho menos es templar las propias pasiones que domeñar el ajeno furor, o moderar un corazón hinchado por la ira, o de tan grande tempestad hacer una tranquilidad tan grande, o de ojos que respiraban homicidios hacer fuentes de lágrimas tiernas. Esto es algo que llena de estupor, y que toca en milagro, sobre todo porque Saúl no era un hombre moderado, sino de difícil virtud, cuya naturaleza había llegado al extremo de la malicia y se apresuraba a ejecutar la matanza. Quien esto consigue de otro, y le hace abandonar toda aquella amargura, ¿qué no conseguirá de las personas más esclarecidas?
XXVI
Hermanos, si por lo que sea caéis alguna vez en manos del enemigo, no os fijéis en cómo vengaros, ni lo despachéis colmado de injurias. Más bien, reflexionad cómo sanarlo y devolverlo a la mansedumbre. No desistáis de hacer y decir todo cuanto sea necesario, hasta que lleguéis a superar, mediante la mansedumbre, su furor. No hay arma más poderosa que la mansedumbre, sobre la cual ya declaró cierto poeta que "la lengua blanda ablanda los huesos". En efecto, ¿qué cosa hay más dura que el hueso? Con todo, aunque alguno fuera tan duro e indomable como el hueso, se verá superado por quien use la mansedumbre para con él. También dijo otro poeta que "la respuesta blanda aplaca la ira", de donde se ve que irritar o reconciliar al enemigo no depende de él sino de ti. En las manos inflamadas por la ira nunca estará la posibilidad de aplacar los ánimos, sino más bien provocar mayores incendios, como se ve por el siguiente ejemplo. Si soplas sobre una centella de fuego, suscitarás un incendio. Al revés, si escupes en ella, lo apagarás. Ambas cosas están en tu mano, y ambas salen de tu boca. Lo mismo sucede con la ira del prójimo. Si tú aportas palabras soberbias, echarás carbones al incendio, pero si usas palabras mansas lo apagarás. Hazlo, pues, antes que el incendio se enardezca. Por lo mismo, no digas ¡es que he oído o he sufrido esto!, porque la resolución no está en lo que se diga sino en ti.
XXVII
Si te encuentras con tu enemigo, o recuerdas lo que de él has padecido, procura olvidarlo. Si se te viene al pensamiento, procura atribuirlo al demonio. Recoge en tu memoria todo cuanto dijo o hizo tu enemigo en favor tuyo, y volverás a tener un amigo. Si te adhieres a este recuerdo, muy pronto acabarás con esa enemistad. Si tuvieres ánimo de acusarlo a la cara, procura previamente reprimir todo movimiento de ira, y hasta de acusarlo y moverle a litigio. ¿Por qué? Porque con ira no podremos decir ni oír nada razonable. Cuando estés libres de la perturbación de la cólera, ve entonces a hablar con él, y no sueltes las palabras duras que otros sueltan, como si estuviéramos irritados. ¿Por qué? Porque no suele exasperarse la naturaleza por lo que se dice, sino por cómo se dice (en este caso, con odio).
XXVIII
Cuando oímos las mismas injurias que el enemigo, pero de amigos que las dicen en broma y para reírnos, no sólo no sentimos molestia ni nos exasperamos, sino que sonreímos y nos regocijamos. ¿Por qué? Porque no las oímos con el ánimo mal predispuesto, ni con la mente ya preocupada por la cólera. Pues bien, oigámoslas de la misma manera cuando vienen del enemigo. De hacerlo así, a ti ya no te ofenderá nada, ni él ofenderá a nadie, cuando se digan.
XXIX
Pero ¿qué digo las palabras? ¡Ni los hechos mismos y las obras te ofenderán! Por lo menos, esto es lo que le pasaba al bienaventurado David, cuando ninguna de las cosas que sufrió le ofendió. En efecto, cuando David veía a su enemigo armándose contra él, y que no dejaba piedra por mover para llevar a cabo su mal designio, nunca se exasperó, sino que con mayor empeño lo lloraba, no considerándose a sí mismo el injuriado sino considerándolo a él. En estos casos, siempre usó David para con él una amplia excusa, y no desistió hasta haberlo conmovido y puesto entre lágrimas y gemidos.
XXX
Una vez que Saúl lloró, y abiertamente se lamentó, escuchad lo que dijo a David: "Mejor eres tú que yo, puesto que me has hecho bien y yo te he pagado con mal". ¿Ves cómo él mismo condena su malicia? ¿Y cómo ensalza la virtud del varón justo, sin que nadie le obligue? Pues bien, ¡haz tú lo mismo! Si el enemigo cae en tus manos, no lo acuses, sino más bien justifícalo, a fin de que así lo empujes a retractarse a sí mismo. Si nosotros lo acusamos, lo exasperaremos; si lo excusamos, él se irá amansando. Más aún, si al redargüirlo él no contempla sospecha alguna de mala intención, él mismo irá deponiendo toda su malicia. Así lo vemos en nuestro caso, pues no dijo Saúl simplemente "me hiciste bien", sino "me diste en pago bienes", que es como decir: En vez de la muerte, me correspondiste con bienes, y cuando yo perseveraba en mi malicia tú no cambiaste tu modo de ser.
XXXI
¡Cuántos fuegos apagó David con sus solas palabras! Y no sólo apagó fuegos, sino que hizo surtir manantiales de agua a sus enemigos, como cuando Saúl dijo: "Yahveh me ha puesto en tus manos, y tú no me has dado muerte". Así pues, es el propio enemigo quien acabará dando testimonio de la virtud. Todo esto hemos de recordarlo, carísimos hermanos, y no olvidar que de las buenas obras siempre se sigue una utilidad notable. En cambio, cuando el hombre se jacta y se enaltece, no hace sino echar en cara a los demás lo que ellos no tienen. David hizo lo primero con respecto a Saúl, y no buscó su gloria sino desarraigar la ira en que vivía sumergido Saúl. Por esto Saúl lo alabó, porque le fue benigno y porque le recordó sus beneficios.
XXXII
Cuando Saúl quiso mostrarse agradecido, y no encontrara un beneficio equivalente con qué pagarle, puso a Dios como fiador suyo delante de David, y le dijo: "¿Quién es el que se encuentra con su enemigo en una estrechura, y le deja seguir en paz su camino, y Dios lo premia con bienes, como tú has hecho hoy conmigo?". En efecto, ¿qué podía Saúl darle en retorno que fuera digno de sus méritos, aun cuando le hubiera cedido todo su reino con todas las ciudades? Sí, David le había otorgado no sólo el reino, sino además la vida. Por eso Saúl no con qué devolverle el pago, y por eso lo remite a Dios ya premio de Dios. Esto lo decía de corazón y como alabanza, y no como frase que se dice para que vaya al olvido. Hermanos, ésta es la paga que recibiremos por los beneficios hechos a nuestro enemigo, aparte de esta otra: "Bien sé yo que tú reinarás, y que la realeza de Israel se afirmará en tus manos". Esto es lo que deseó Saúl a David, tras lo cual añadió: "Júrame, por Yahveh, que no destruirás mi descendencia y que no borrarás mi nombre de la casa de mi padre".
XXXIII
Ahora pregunto yo: ¿De dónde sacas esto, Saúl? Tú tienes ejércitos y dinero, tú tienes armas y ciudades, caballería y soldados, la fuerza y el aparato regio, mientras que David no tiene ciudad, ni familia ni casa. Entonces ¿por qué sabes estas cosas? Posiblemente, Saúl habla así por las costumbres mismas que observa en David, como si dijera: Desnudo tú y sin armas, y yo armado y rodeado de tanto poder, no me hubieras vencido si no tuvieras a Dios corno auxiliador. Ahora bien, aquel que tiene a Dios como auxiliador, ¿cómo no va a conseguir lo que éste quiera? ¿Veis, pues, a qué grado de sabiduría fue conducido Saúl, tras andar poniendo asechanzas? ¿Observáis cómo sí puede ser posible que el enemigo eche fuera toda su malicia, y cambie a mejor?
XXXIV
Y ¿qué dice Saúl, a continuación? Esto mismo: "Júrame que no destruirás mi descendencia, y que no borrarás mi nombre de la casa de mi padre". ¡El rey suplica a un particular, el que lleva ceñida la diadema toma el papel de suplicante y ruega a un desterrado el favor de sus hijos! Esto mismo prueba la virtud de David, en que ¡un enemigo se haya atrevido a suplicar al que es su enemigo! Que Saúl exija el juramento no tiene nada que ver con que desconfíe del modo de ser de David, sino con que recuerda que, precisamente a él, fue a quien estuvo siempre abrumando. Por eso le dijo júrame. ¿Y qué habría de jurar? Esto mismo: que "no destruirás mi descendencia". De manera que deja como tutor de sus hijos a su enemigo, y pone en manos de David su prole, y a Dios como arbitro y mediador.
XXXV
Ante esta petición, ¿qué responde David? ¿Recurrió a alguna ironía? ¿Disimuló para salir al paso? De ninguna manera, sino que al punto asintió y concedió lo que se le pedía. Una vez muerto Saúl, no sólo no mató David a sus descendientes, sino que hizo aún más digna la dinastía de Saúl. Al hijo de Saúl, que nació cojo y débil de pies, lo llevó a su propia casa y lo hizo partícipe de su propia mesa. No se avergonzó de él, ni lo ocultó, ni pensó que deshonraba la mesa real con la cojera del muchacho, sino que cuidó su dignidad y lo dotó de grandes enseñanzas de virtud. Al ver los súbditos que David cuidaba así al hijo de Saúl, su eterno perseguidor, no sólo desmerecieron la fortaleza del rey, sino que percibieron que hasta las fieras más crueles serían capaces de ser ganadas a través de la amistad, y que hasta los más feroces enemigos tendrían que ponerse a la mesa de David llenos de vergüenza y rubor.
XXXVI
Ya hubiera sido mucho que David ordenara suministrar al hijo de Saúl parte del alimento, y que hubiera dispuesto la medida en abundancia, pero ¿compartir su propia mesa, y sus propios planes y confidencias? ¿No suponía esto mostrar una virtud eximia frente al desconocido? Todos sabéis que no es fácil amar a los hijos de los enemigos. Pero ¿qué digo amarlos? Hasta no odiarlos, y no perseguirlos, y no descargar contra ellos la ira, ya es mucho. Pues bien, nada de esto hizo David, sino que lo honró mientras vivió. ¿Qué había más santo había en aquella mesa, que aquella compasión? ¿Qué cosa más espiritual había en aquel banquete, que los mismos hijos del enemigo? En efecto, aquél era un convite de ángeles, y no de personas normales; era un convite de amor y fraternidad, y no de resentimientos; era un convite que miraba al futuro, y no al pasado.
XXXVII
Carísimos, haced vosotros lo mismo, y cuidad a los hijos de vuestros enemigos, ya vivan o hayan muerto. De los que viven aún, porque de este modo os ganaréis el ánimo de sus padres. De los que ya murieron, para que alcancéis de Dios abundante protección. Esto se os pondrá a vuestro favor, y vuestros mismos enemigos serán vuestros poderosos patronos. Aunque hayáis cometido infinitos pecados, podréis ver cumplida aquella sentencia que dice "perdonad a vuestros enemigos y vuestro Padre os perdonará vuestros pecados". Y no sólo obtendréis el perdón de vuestras culpas, sino que obtendréis el respeto de vuestros enemigos, y éstos estarán bien dispuestos con vosotros.
XXXVIII
Alabemos, hermanos estos procederes. Hagámoslo mientras vivimos, y una vez abandonada esta reunión pongámoslos en práctica. Recorramos la ciudad para descubrir a nuestros enemigos. Cuando los descubramos, vayamos a reconciliarnos con ellos, y de enemigos hagámoslos amigos sinceros. Si para ello fuesen necesarias excusas y pedirles perdón, no lo rehusemos, ni aun en el caso de haber sido nosotros los injuriados. De esta manera será mayor nuestro premio, y se acrecentará el reino de los cielos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
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