EUSEBIO DE CESAREA
Demostración del Evangelio

LIBRO II

En mi estudio del ideal de la verdadera religión presentado ante todos los hombres por la enseñanza del evangelio y de la vida en Cristo en el libro anterior, he argumentado y creo que he demostrado la imposibilidad de que todas las naciones vivan según la ley judía, incluso si quisieran hacerlo.

Mi objetivo actual es retomar el argumento en un punto anterior, para volver a la evidencia de los libros proféticos y dar una respuesta más completa a las acusaciones de los de la circuncisión, quienes dicen que no tenemos ninguna participación en las promesas de sus Escrituras. Sostienen que los profetas eran suyos, que el Cristo, a quien les encanta llamar Salvador y Redentor, les fue predicho y que es de esperar que las promesas escritas se cumplan para ellos. Nos desprecian como si fuéramos de razas extranjeras, acerca de las cuales los profetas son unánimes en predecir el mal. Propongo responder a estos ataques con evidencia derivada directamente de sus propios libros proféticos.

En cuanto a la promesa de que el Cristo de Dios vendría a su tierra y su advenimiento para predicar la salvación a Israel, seríamos los últimos en negarlo, y todos estaríamos de acuerdo en que ésta es la enseñanza clara de todos sus escritos. Pero en cuanto a que los gentiles están privados de los beneficios esperados en Cristo, sobre la base de que la promesa se limitaba a Israel, es completamente imposible ceder a lo que ellos presentan contra la evidencia de las Sagradas Escrituras.

I
Las naciones extranjeras, incluidas en las promesas divinas

En primer lugar, como tienen la costumbre constante de escoger las profecías que les son más favorables y tenerlas siempre presentes en sus labios, debo oponerles mis pruebas extraídas de las profecías acerca de los gentiles, dejando en claro cuán llenos están de predicciones de bien y salvación para todas las naciones, y cuán firmemente afirmaron que sus promesas al mundo gentil sólo podrían cumplirse con la venida de Cristo.

Cuando hayamos llegado a ese punto del argumento, creo que habré demostrado que es falso decir que la esperanza del Mesías era más apropiada para ellos que para nosotros.

Después de haber demostrado que para los judíos y los griegos la esperanza de la promesa era de igualdad, de modo que los gentiles que serían salvados por medio de Cristo estarían exactamente en la misma posición que los judíos, procederé a demostrar con superabundancia de evidencia, que los oráculos divinos predijeron que el advenimiento de Cristo y el llamado de los gentiles vendrían acompañados por el colapso total y la ruina de toda la raza judía, y profetizaron buena fortuna sólo para unos pocos, fáciles de contar, mientras que su ciudad con su templo sería capturada, y todas sus cosas santas serían quitadas (profecías que se han cumplido exactamente).

Cómo bajo un solo título y al mismo tiempo la Sagrada Escritura puede predecir para Israel en la venida de Cristo tanto un rescate del mal y el disfrute de la prosperidad, como también la adversidad y el derrocamiento del culto a Dios, lo aclararé cuando llegue el momento apropiado. Por ahora, sigamos con nuestra primera tarea; es decir, seleccionar algunas declaraciones para probar mis afirmaciones de un gran número de profecías.

Por tanto, puesto que siempre usan en discusión con nosotros las profecías acerca de ellos mismos, que son las más favorables, como si los privilegios de la antigua dispensación estuvieran limitados a ellos, es tiempo de que opongamos a ellos las promesas acerca de los gentiles, tal como están contenidas en sus propios profetas.

Describe el Génesis cómo las naciones del mundo serán bendecidas de la misma manera que aquellas que llevan el nombre de Abraham (Gn 18,27). El oráculo dice que Dios no ocultará al hombre querido por él un misterio que está oculto y secreto para muchos, sino que se lo revelará. Y esta fue la promesa de que todas las naciones serían bendecidas, que antiguamente había estado oculta a través de todas las naciones en los días de Abraham que se entregaron a una superstición indeciblemente falsa, pero que ahora se revela en nuestro tiempo, a través de la enseñanza evangélica de nuestro Salvador de que quien adore a Dios a la manera de Abraham compartirá su bendición. No debemos suponer que este oráculo se refería a los prosélitos judíos, ya que hemos demostrado muy plenamente en el libro anterior la imposibilidad de que todas las naciones sigan la ley de Moisés. Y como he demostrado en el mismo libro que la bendición sobre todas las naciones dada a Abraham solo podía aplicarse a los cristianos de todas las naciones, remitiré a los interesados al pasaje anterior.

Dice el Génesis que todas las naciones de la tierra serán bendecidas en la semilla que ha de venir de la línea de Isaac (Gn 26,3). Nuestro Señor y Salvador Jesucristo nació de la estirpe de Isaac, según la carne, en quien todas las naciones de la tierra son benditas, pues aprenden por medio de él de Dios todopoderoso y son enseñadas por medio de él a bendecir a los hombres queridos por Dios. De modo que hay una bendición recíproca, pues ellos disfrutan de la misma bendición que los hombres a quienes bendicen, según las palabras de Dios a Abraham: "Bienaventurados los que te bendigan".

Dice el Génesis que muchas naciones surgieron de Jacob, aunque de él sólo ha salido la nación de los judíos (Gn 35,11). Si es absolutamente cierto que de Jacob surgió una sola nación, la de los judíos, ¿cómo puede este oráculo hablar con verdad de una multitud de naciones? Puesto que el Cristo de Dios, al nacer de la descendencia de Jacob, reunió a muchas multitudes de naciones mediante su enseñanza evangélica, en él y por medio de él la profecía ya ha alcanzado su cumplimiento natural y lo alcanzará aún más.

Describe el Deuteronomio el gozo en Dios de las naciones (Dt 32,43). En lugar de "alegraos, naciones, con su pueblo", en Aquila se lee: "Cantad, naciones de su pueblo", y en Teodoción: "Alegraos, naciones de su pueblo".

Explica el Salmo 21 cómo desde los confines de la tierra y de todas las naciones habrá una vuelta a Dios, y cómo la generación venidera y el pueblo que será engendrado aprenderán justicia (Sal 21,28.32). Esto es lo suficientemente claro como para no necesitar interpretación. Anuncia el Salmo 46 un anuncio de santidad y pureza a las naciones, y el reino de Dios sobre las naciones (Sal 46,1-2.8). Esto es claro y no necesita interpretación. Describe el Salmo 85 la santidad de las naciones (Sal 85,8-10). Se hace eco el Salmo 95 de la santidad de todas las naciones, y del cántico nuevo, y del reino de Dios, y de la felicidad del mundo (Sal 95,1-4.7.10). Esto está claro.

Dice Zacarías que todas las naciones, incluida Egipto (la más supersticiosa de todas) tendrán acceso al conocimiento del único Dios verdadero, y al culto y fiesta espiritual según la ley divina (Zac 14,16-19). Este pasaje implica claramente el llamado de todos los gentiles, si sólo atendemos al sentido de lo que se dice acerca de Jerusalén y del tabernáculo, a lo cual daré la interpretación adecuada en su debido lugar.

Habla Isaías de la elección de los apóstoles y del llamamiento de los gentiles (Is 9,1-2; Is 49,1). Explica Isaías que Dios está más acerca de los gentiles, a través de Cristo (Is 49,6).

Tú mismo podrías encontrar muchos pasajes de este tipo, dispersos por los profetas en las promesas a las naciones, que ahora no hay tiempo para seleccionar o interpretar. Los que he elegido son suficientes para probar mi punto. Y esto fue simplemente para demostrar a la circuncisión, que orgullosa y jactanciosamente afirman que Dios los ha preferido antes que a todas las demás naciones, y les ha dado un privilegio peculiar en sus promesas divinas, que nada de eso se puede encontrar en las promesas divinas mismas.

II
Las naciones extranjeras, invitadas por las promesas divinas

Después de demostrar la inclusión de los gentiles en las promesas divinas, quisiera pedirles que consideren la razón por la cual fueron llamados y admitidos a las promesas. Porque será bueno para nosotros comprender la razón por la cual se puede decir que están asociados a sus beneficios. Esto solo puede ser la venida de Cristo, por quien también los de la circuncisión están de acuerdo en esperar su propia redención. Entonces solo tengo que demostrar que la esperanza del llamado de los gentiles no era otra cosa que el Cristo de Dios, esperado como el Salvador, no solo de los judíos, sino de todo el mundo gentil. Y por ahora daré los simples textos de los profetas sin interpretación, ya que podré interpretarlos individualmente con más amplitud en conjunto, cuando con la ayuda de Dios haya reunido las predicciones sobre las naciones.

Alude el Salmo 2 a la conspiración contra Cristo, y contra el Hijo que recibe su porción del Padre, y contra los gentiles (Sal 2,1-2.7-8). Se hace eco el Salmo 61 del reino de Cristo, y de la llamada a los gentiles, y de la bendición de todas las tribus de la tierra (Sal 61,1-2.8.11.17.19). Se hace eco el Salmo 97 del cántico nuevo, y del brazo del Señor, y de la manifestación de su salvación a todas las naciones. De hecho, la salvación del Hijo se muestra por su nombre en hebreo.

Dice el Génesis cómo, después de la cesación del reino de los judíos, la venida de Cristo mismo será la expectativa de los gentiles. En efecto, "no faltará príncipe de Judá, ni gobernador de sus lomos, hasta que venga aquel en quien está guardado, y él es la esperanza de las naciones" (Gn 49,10).

Profetiza Sofonías la aparición de Cristo, y la destrucción de la idolatría, y la piedad de las naciones hacia Dios (Sof 2,11). Profetiza Sofonías el día de la resurrección de Cristo, y la reunión de las naciones, y a todos los hombres conociendo a Dios, y volviéndose a la Santidad, y cómo los etíopes le traerán Sacrificios (Sof 3,8).

Profetiza Zacarías la aparición de Cristo, y la huida de muchas naciones hacia él, y cómo los pueblos de las naciones serán establecidos en el Señor (Zac 2,10).

Profetiza Isaías el nacimiento de Cristo, proveniente de la raíz de David, y la llamada por él a todas las naciones (Is 11,1-10). Profetiza Isaías los beneficios que la venida de Cristo trajo a todas las naciones (Is 42,1-4.6-9). Profetiza Isaías el nacimiento de Cristo, y la llamada de los gentiles (Is 49,1-10). Profetiza Isaías la venida de Cristo y la llamada a los gentiles (Is 49,7; Is 54,3-5).

III
La nación judía, caducada por las promesas divinas

Después de demostrar que la presencia de Cristo tenía como propósito ser la salvación no sólo de los judíos, sino también de todas las naciones, permítanme demostrar mi tercer punto: que las profecías no sólo predijeron que las cosas buenas para las naciones estarían asociadas con la fecha de su aparición, sino también lo contrario para los judíos. Sí, los oráculos hebreos predicen claramente la caída y la ruina de la raza judía a través de su incredulidad en Cristo, de modo que ya no pareceremos iguales a ellos, sino mejores que ellos. Y ahora presentaré las citas simples de los profetas sin ningún comentario sobre ellas, porque son bastante claras y porque tengo la intención de examinarlas a fondo cuando tenga tiempo.

Muestra Jeremías el rechazo de la raza judía y la sustitución de los gentiles en su lugar (Jer 6,16). Manifiesta Jeremías la piedad de las naciones y acusa de impiedad a la raza judía, así como predice los males que les sobrevendrán después de la venida de Cristo (Jer 16,19-17,4).

Alude Amós a la dispersión de la raza judía entre todas las naciones, y a la renovación de la venida de Cristo y de su reino, y a la llamada de todas las naciones que sigue a ello (Am 9,9).

Acusa Miqueas a los gobernantes del pueblo judío, y manifiesta la desolación de su ciudad madre, y la aparición de Cristo y de la casa de Dios (su Iglesia), y la entrada de su palabra y su ley, y su manifestación a todas las naciones (Miq 3,9-4, 2).

Manifiesta Zacarías la venida de Cristo, y la destrucción de los preparativos bélicos de los judíos, y la paz de las naciones, y el reino del Señor hasta los confines del mundo (Zac 9,9-10).

Da Malaquías una reprimenda a la raza judía, y rechaza el culto exterior mosaico, y alude al culto espiritual entregado por Cristo a todas las naciones (Mal 1,10-12).

Describe Isaías la apostasía de la raza judía y la revelación de la palabra de Dios y de la nueva ley, y de su casa, y la manifestación de la piedad de todas las naciones (Is 1,8.21.30; 2,2-4). Describe Isaías la destrucción de la gloria del pueblo de los judíos, y el alejamiento de las naciones de la idolatría hacia el Dios del universo, y la profecía de la desolación de las ciudades judías y de su infidelidad a su Dios (Is 17,5-11). Anuncia Isaías la destrucción de las ciudades judías, y el gozo de los gentiles en Dios (Is 25,1-8). Da Isaías un mensaje de buenas nuevas a las iglesias de las naciones desoladas de antaño, y otro mensaje de rechazo de la nación judía, y la acusando sus pecados y proclamando la llamada divina a todos los gentiles (Is 43,18-25; 45,22-25). Anuncia Isaías la venida de Cristo a los hombres, la reprensión de la raza judía y la promesa de cosas buenas para todas las naciones (Is 1,1-2.10). Da Isaías una reprimenda a los pecados del pueblo judío, y explica la caída de su piedad, y la manifestación de Dios a todos los gentiles (Is 11,1-11.19).

IV
La nación judía, salvada a través de un pequeño resto

Aunque hay un número de profecías sobre este tema, me contentaré con la evidencia que he presentado, y volveré a ellas nuevamente y las explicaré en el momento apropiado, ya que considero que mediante el uso de estos numerosos textos y de su evidencia he dado prueba adecuada de que los judíos no tienen ningún privilegio más allá de otras naciones. Pues si dicen que sólo ellos participan de la bendición de Abraham, el amigo de Dios, en razón de su descendencia, se puede responder que Dios prometió a los gentiles que les daría una parte igual de la bendición no sólo de Abraham, sino también de Isaac y Jacob, ya que expresamente predijo que todas las naciones serían bendecidas como ellos, y convocó al resto de las naciones bajo una y la misma (regla de) alegría como los bienaventurados y los piadosos, al decir: "Alegraos, gentiles, con su pueblo" (Sal 47,9), y "los príncipes de los pueblos se reunieron con el Dios de Abraham" (Dt 32,43).

Si se enorgullecen del reino de Dios, como si fueran su porción, se puede responder que Dios profetiza que reinará sobre todas las demás naciones, pues dice: "Proclamad entre las naciones que el Señor es rey". Y también: "Dios reina sobre todas las naciones".

Si dicen que fueron escogidos para actuar como sacerdotes y ofrecer culto a Dios, se puede demostrar que la Palabra prometió que él daría a los gentiles una parte igual en su servicio, cuando dijo: "Dad al Señor, oh familias de las naciones, dad al Señor gloria y honor: presentad sacrificios y venid a sus atrios". A lo cual se puede unir el oráculo de Isaías, que dice: "Habrá un altar al Señor en la tierra de Egipto, y los egipcios conocerán al Señor. Y harán sacrificios, y rezarán al Señor, y ofrecerán". Y en esto entenderéis que está profetizado que se construirá un altar al Señor lejos de Jerusalén, en Egipto, y que los egipcios ofrecerán allí sacrificios, rezarán y darán ofrendas al Señor. Sí, y no sólo en Egipto, sino en la verdadera Jerusalén misma, cualquiera que sea su nombre, todas las naciones, y los egipcios en verdad, los más supersticiosos de todos ellos, están invitados a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos, como una fiesta del corazón.

Y si bien hace mucho tiempo fue verdad que "Jacob se ha convertido en la porción del Señor, e Israel en la cuerda de su herencia" (Dt 30,9), también se dijo que todas las naciones serían entregadas al Señor como herencia suya, diciéndole el Padre: "Pídeme, y te daré las naciones por herencia tuya" (Sal 2,8). Y también se profetizó que él reinaría de mar a mar y hasta los confines del mundo: "Todas las naciones le servirán, y en él serán benditas las tribus de la tierra" (Sal 62,17). La razón de esto era que el Dios Supremo debía dar a conocer su salvación ante todas las naciones. Y ya he señalado antes que el nombre de Jesús traducido del hebreo al griego daría "salvación", de modo que "la salvación de Dios" es simplemente el apelativo de nuestro Salvador Jesucristo.

De esto da testimonio Simeón en el evangelio, cuando toma en sus manos al niño, me refiero naturalmente a Jesús, y reza: "Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme a tu palabra. Porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para iluminación de las naciones" (Lc 2,29). A esta misma salvación se refería el salmista cuando dijo: "El Señor declaró su salvación, a la vista de las naciones mostró su justicia".

Según Isaías, cuando vean esta misma salvación, todos los hombres adorarán al Dios supremo, que ha otorgado su salvación a todos sin escrúpulos. Y no lo adorarán en la Jerusalén de abajo, que está en Palestina, sino cada uno desde su propio lugar, y todos los que están en las islas de los gentiles; y entonces también se cumplirá el oráculo que dijo que todos los hombres ya no invocarían a sus dioses ancestrales, ni a los ídolos, ni a los demonios, sino al nombre del Señor, y lo servirían bajo un solo yugo, y le ofrecerían desde los ríos más lejanos de Etiopía los sacrificios razonables e incruentos de la nueva alianza de Cristo, que no se sacrificarán en la Jerusalén de abajo, ni en el altar de allí, sino en las mencionadas fronteras de Etiopía.

Si se admite que es un noble privilegio ser y ser considerado pueblo de Dios, y si esta única cosa es la más noble de las promesas divinas, que Dios diga de aquellos que son dignos de él: "Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo", Israel estaba naturalmente orgulloso en los días antiguos de ser el único pueblo de Dios, pero ahora el Señor ha venido a peregrinar con nosotros y promete generosamente extender este privilegio a los gentiles, diciendo: "He aquí yo vengo, y moraré en medio de ti; y muchas naciones huirán hacia el Señor, y le serán pueblo".

Como es lógico, puedo citar: "Diré a un pueblo que no era mi pueblo: Vosotros sois mi pueblo. Y dirán: Tú eres el Señor, nuestro Dios". Y si se profetiza que de la raíz de Jesé nace el Cristo y no ningún otro, y esto lo sostienen con tanta fuerza los mismos hebreos que ninguno de ellos lo pone en duda, consideremos cómo se proclama que él está a punto de surgir para reinar no sobre Israel, sino sobre los gentiles, y cómo se dice que los gentiles están a punto de esperar en él, y no en Israel, puesto que él es la esperanza de los gentiles. Por eso se dice que él está a punto de traer el juicio a los gentiles y que será una luz para los gentiles. Y otra vez se dice: "En su nombre confiarán los gentiles", y que él será dado para salvación no sólo a los judíos sino a todos los hombres, incluso a los que están en los confines de la tierra. Por eso le dijo el Padre que lo envió: "Te di por pacto para el linaje, por luz de las naciones, para restaurar la tierra y heredar las heredades desoladas". Él dice que es "testigo de las naciones", lo que significa que las naciones que nunca antes habían aprendido nada acerca de Cristo, cuando conocieron su dispensación y el poder que había en él, lo han invocado, y que los pueblos que antes no lo conocían, se han refugiado en él.

Pero ¿por qué tengo que decir más, puesto que es posible, a partir de estos dichos proféticos que he expuesto y de otros que se encuentran en la Sagrada Escritura, que voy a relatar con calma, para quien lo desee, recoger las palabras de los profetas y, con su ayuda, hacer callar a los de la circuncisión, que dicen que las promesas de Dios les fueron dadas sólo a ellos, y que nosotros, los gentiles, somos supernumerarios y ajenos a las promesas divinas? Pues he demostrado, por el contrario, que se profetizó que todos los gentiles se beneficiarían con la venida de Cristo, mientras que las multitudes de los judíos perderían las promesas dadas a sus antepasados por su incredulidad en Cristo, y pocos de ellos creerían en nuestro Señor y Salvador, y, por lo tanto, alcanzarían la redención espiritual prometida por medio de él.

Sobre lo cual enseña algo el admirable apóstol cuando dice: "También Isaías clama tocante a Israel: Aunque fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, el remanente será salvo; porque acabará la palabra y la abreviará en justicia; porque el Señor ejecutará palabra abreviada sobre la tierra. Y como dijo antes Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiese dejado descendencia, semejantes a Gomorra seríamos.

A lo cual añade después otras cosas: "¿Ha desechado Dios a su pueblo? ¡En ninguna manera! Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual antes conoció. ¿No sabéis lo que dice de Elías la Escritura? Cómo intercede ante Dios hablando de Israel: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y buscan mi vida para quitármela. ¿Y qué le dice la respuesta de Dios? Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal. Así también en este tiempo presente ha quedado un remanente según la elección de gracia (Rm 11,1-5).

Con estas palabras el apóstol claramente separa, en la apostasía de todo el pueblo judío, a él mismo y a los apóstoles y evangelistas de nuestro Salvador como él y a todos los judíos que ahora creen en Cristo, como la descendencia nombrada por el profeta en las palabras: "Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia". E implica que ellos también son lo que se llama en las otras profecías "el resto", que él dice que fue preservado por la elección de la gracia. Y con referencia a este remanente ahora volveré a los profetas y explicaré lo que dicen para que el argumento pueda basarse en más evidencia, que Dios no prometió a toda la nación judía absolutamente que la venida de Cristo sería su salvación, sino sólo a un pequeño y escaso número de los que creerían en nuestro Señor y Salvador, como realmente ha sucedido de acuerdo con las predicciones.

Dice Isaías que las promesas divinas no se extendieron a toda la nación judía, sino sólo a unos pocos de ellos (Is 1,7-9). Este gran y maravilloso profeta al comienzo de su propio libro nos dice aquí que todo el esquema de su profecía incluye una visión y una revelación contra Judea y Jerusalén, luego ataca a toda la raza de los judíos, diciendo primero: "El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no entiende, mi pueblo no entiende" (Is 1,3). Y luego lamenta toda la raza y añade: "¡Ay, raza de pecadores, pueblo lleno de iniquidad, generación malvada, hijos injustos!".

Después de haber presentado estas acusaciones contra ellos al principio de su libro y haber mostrado de antemano las razones de las predicciones que luego hará contra ellos, Isaías continúa diciendo: "Vuestra tierra está desolada", aunque no lo estaba cuando profetizó: "Vuestras ciudades están quemadas por el fuego". Y esto no había sucedido aún, ni los extranjeros habían devorado su tierra. Y sin embargo, dice: "Vuestra tierra, los extranjeros la devoran ante vuestros ojos", y lo que sigue.

Si descendierais a la venida de nuestro Salvador Jesucristo, y a los que él envió, y hasta el tiempo presente, encontraríais que se cumplen todas estas palabras. Porque la hija de Sión (por la que se entiende el culto celebrado en el monte Sión) desde el tiempo de la venida de nuestro Salvador ha quedado como una tienda en una viña, como una choza en un huerto de pepinos, o como cualquier cosa más desolada que estas. Y los extranjeros devoran la tierra ante sus ojos, ya exigiendo impuestos y tributos, ya apropiándose de la tierra que pertenecía antaño a los judíos.

Sí, y el hermoso templo de su ciudad madre fue derribado por pueblos extranjeros, y sus ciudades fueron quemadas por el fuego, y Jerusalén se convirtió en una ciudad verdaderamente sitiada. Pero como, cuando todo esto sucedió, el coro de los apóstoles, y los hebreos que creyeron en Cristo, fueron preservados de entre ellos como una semilla fructífera, y al pasar por todas las razas humanas en todo el mundo, llenaron cada ciudad, lugar y país con la semilla del cristianismo y de Israel, de modo que como el grano que brota de él, han surgido las iglesias que se fundan en el nombre de nuestro Salvador, el divino profeta naturalmente agrega a sus anteriores amenazas contra ellos: "Habríamos sido como Sodoma, y habríamos sido como Gomorra". Lo cual el santo apóstol en la Carta a los Romanos define e interpreta con mayor claridad (Rm 9,17-29; 11,1-5).

Para mostrar que la profecía de Isaías sólo puede referirse al tiempo de la venida de nuestro Salvador, las palabras que siguen al texto ("si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto muy pequeño, seríamos como Sodoma y semejantes a Gomorra"), nombrando a todo el pueblo de los judíos como el pueblo de Gomorra, y a sus gobernantes como los príncipes de Sodoma... implican un rechazo del culto mosaico e introducen en la predicción acerca de ellos las características del pacto anunciado a todos los hombres por nuestro Salvador (es decir, la regeneración por el agua, y la palabra y la ley completamente nuevas). Porque dice: "Oíd palabra de Jehová, príncipes de Sodoma; atended a la ley de Dios, pueblo de Gomorra: ¿Qué me importa la multitud de vuestros sacrificios?" (Is 1,10).

De esta manera, quita Isaías lo que pertenece a la ley mosaica e introduce en su lugar otro modo de perdón de los pecados, mediante el lavamiento de la salvación y la vida predicada de acuerdo con ella, diciendo: "Lavaos y quedaos limpios; quitad los males de vuestras almas". Y el mismo profeta proporciona inmediatamente la razón por la que los llamó gobernantes de Sodoma y pueblo de Gomorra: "Porque vuestras manos están llenas de sangre". Y un poco más adelante: "Pusieron en evidencia su pecado como Sodoma. ¡Ay de su alma! Porque se confabularon mal, diciendo: Atamos al justo, porque nos es gravoso" (Is 3,9).

Puesto que menciona tan claramente la sangre de alguien y una conspiración contra algún hombre justo, ¿qué podría ser esto sino la conspiración contra nuestro Salvador Jesucristo, por medio de la cual y después de la cual les sobrevinieron todas las cosas antes mencionadas?

Explica Isaías claramente el significado de "el resto de Israel" con las palabras: "Todos los que están registrados en Jerusalén y son llamados santos" (Is 4,2). Si recorréis todo el curso de esta sección, os resultará claro qué día es aquel en el que se dice que Dios glorificará y exaltará al remanente de Israel y a los que son llamados santos y que serán inscritos en el libro de la vida. Pues en el comienzo de su libro completo, el profeta, habiendo visto la visión contra Judá y Jerusalén, y contando con muchas palabras los pecados de todo el pueblo de los judíos, y proferido amenazas y hablado sobre su ruina y la completa desolación de Jerusalén, termina su visión sobre ellos con las palabras: "Porque serán como encina que pierde sus hojas, y como huerto sin agua. Y su fuerza será como hilo de estopa, y sus obras como chispas de fuego, y los trasgresores y los pecadores serán quemados juntos, y no habrá quien los apague".

Después de escribir aquí la predicción contra ellos, baja Isaías el tono y, comenzando de nuevo, pasa a un segundo tema y, como prefacio, emplea, por así decirlo, palabras como éstas: "Palabra que vino a Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén"; o como lo interpretó Símaco, "a favor de Judá y Jerusalén". De lo cual quizá se esperaría que estuviera a punto de cambiar a profecías más favorables sobre los mismos pueblos sobre los que sus predicciones anteriores habían derramado tristeza.

Los pasajes siguientes de Isaías no confirmarían esta expectativa, ya que no contienen nada en absoluto bueno con respecto a la raza de los judíos, o lo que se llama Israel, ni para Judá ni para Jerusalén. Por el contrario, presentan muchas acusaciones y acusaciones contra Israel y amenazas sombrías contra Jerusalén, y profetizan para todos los gentiles la salvación en su vocación y en el conocimiento del Dios supremo. Además de esto, hablan de la aparición de un nuevo monte y de la manifestación de otra casa de Dios, además de la que estaba en Jerusalén. Pues dice después de hablar de Judea y Jerusalén: "En los últimos días se manifestará el monte del Señor, y la casa del Señor estará sobre las cumbres de los montes, y será exaltada sobre los collados, y todas las naciones vendrán a él, y dirán: Venid y subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob (Is 2,2).

Tales son las profecías de Isaías acerca de todos los gentiles. Pero escuchemos también lo que añade acerca de los judíos: "Porque ha desechado a su pueblo, la casa del Dios de Jacob, porque la tierra está llena de augurios, como al principio, como tierra de extraños, y muchos hijos de extraños les nacen. Porque la tierra estaba llena de plata y oro, y sus tesoros no tenían fin". Y lo que sigue después de esto, a lo que añade: "Adoraron lo que sus propios dedos habían hecho, y un hombre se inclinó y se humilló, y no los rechazaré. Y ahora, meteos en las peñas, y escondeos en la tierra de la presencia del terror del Señor, y de la presencia de su gloria, cuando él se levante para hacer temblar la tierra".

Enseña también Isaías que habrá una resurrección del Señor, en la que toda la tierra del pueblo judío será destruida. En efecto, toda la porción se refiere a ellos, también en las secciones siguientes, diciendo: "El día del Señor de los ejércitos caerá sobre todo el que es orgulloso e insolente, y sobre todo el que es altivo y exaltado" Por lo tanto, es en el día de la resurrección del Señor, que el profeta, habiéndose dirigido por primera vez a aquellos que se alzan contra el conocimiento de Dios, dice: "En este mismo día, el Señor será exaltado en ese mismo día, y esconderán todas las obras de sus manos, llevándolas a las cuevas", mostrando claramente la destrucción de los ídolos, que los mismos judíos y todos los demás hombres desecharon después de la aparición del Salvador, despreciando todas las supersticiones: "En ese día, dice, el hombre arrojará de sí sus abominaciones de oro y plata que hicieron para adorar a las vanidades".

De esta manera, al parecer, se refiere Isaías a todos los hombres en general, debido al llamamiento que se avecinaba para los gentiles. Pero alude de nuevo en particular a la raza judía bajo un solo encabezamiento, como sigue: "He aquí que el Señor, el Señor de los ejércitos, quitará de Judea y de Jerusalén al hombre fuerte y a la mujer fuerte, la fuerza del pan y la fuerza del agua, al gigante y al hombre fuerte, y al hombre de guerra, y al juez, y al profeta, y al consejero, y al anciano, y al capitán de cincuenta, y al consejero admirable, y al artífice hábil, y al oyente sabio" (Is 3,1-3).

Detengámonos en este punto, y pongamos al lado de lo anterior la introducción a la siguiente profecía de Isaías, en la que se dijo: "Palabra que vino del Señor a Isaías hijo de Amós en favor de Judá y Jerusalén", y veamos cuánto más concordante es lo que sigue contra que lo que sigue a favor, a menos que en las palabras haya algún significado oculto. Pues ¿cómo podría alguien que iba a quitarles a Judá y Jerusalén el hombre fuerte y la mujer fuerte, la fuerza del pan y la fuerza del agua, y todas las cosas que antaño eran hermosas entre ellos, introducir su profecía diciendo que era a favor de Judá y Jerusalén? ¿Y cómo podría ser a favor de ellos lo que sigue a continuación: "Jerusalén está abandonada, y Judea ha caído, y sus lenguas han hablado con iniquidad, no creyendo las cosas del Señor" (Is 3,8)? Más bien, en un tiempo en el que sería necesario que el monte del Señor fuera proclamado a todos los gentiles, y la casa de Dios en el monte, cuando todos los gentiles se reunieran y dijeran: "Venid y subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob".

La Escritura, usando tales acusaciones contra la raza judía, y amenazándolas tan duramente, añade a ellas todos los dichos que he citado, y enseña que de toda la raza judía que se apartará de la santidad de Dios, quedarán algunos de ellos que no estarán inmersos en sus males comunes; y además, que siendo salvados, por así decirlo, de los pecadores y sin ley, y abrazando la piedad en sinceridad y verdad, serán considerados dignos de la Escritura de Dios, y serán llamados santos siervos de Dios. Y con estos se refiere a los apóstoles, discípulos y evangelistas de nuestro Salvador, y a todos los demás de la circuncisión, que creyeron en él, en el momento de la apostasía de toda su raza. La Escritura lo implica oscuramente cuando dice: "En aquel día (es decir, el día en que claramente tendrán lugar todas las cosas antes mencionadas relacionadas con el llamamiento de los gentiles y la apostasía de los judíos) Dios resplandecerá gloriosamente en el consejo sobre la tierra, para elevar y glorificar al remanente de Israel, y habrá un remanente en Sión, y un remanente en Jerusalén, y todos los que están inscritos para la vida en Jerusalén serán llamados santos" (Is 4,2).

A los que vinieron de Judea y Jerusalén, el prefacio quería aludir la profecía cuando decía: "Por Judea y Jerusalén", sí, tanto la Jerusalén actual como la Jerusalén figurativa considerada como análoga a ella. ¿Y cuál de los apóstoles de nuestro Salvador o de sus evangelistas, al contemplar el poder inspirado por el cual "su voz ha salido por todas las tierras, y sus palabras hasta los confines de la tierra", y por el cual todas las iglesias de Cristo desde ese día hasta hoy tienen sus palabras y enseñanzas en sus labios, y las leyes de Cristo del nuevo pacto predicadas por ellas, no daría testimonio de la verdad de la profecía, que dice que Dios exaltará y glorificará abiertamente en consejo y con gloria al remanente de Israel por todo el mundo, y que el remanente en Sión y el remanente en Jerusalén serán llamados santos, todos los que están inscritos en el libro de la vida? En lugar de la lectura de la Septuaginta ("en consejo con gloria"), Aquila y Teodoción coinciden en interpretar "para poder y gloria", indicando el poder dado a los apóstoles por Dios, y su consiguiente gloria con Dios, según las palabras: "El Señor dará una palabra a los predicadores con mucho poder" (Sal 48,11). Es lo que realmente ha sucedido:

"Oiréis, pero no entenderéis; viendo, veréis, pero no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y endurecen los oídos para oír, y han cerrado sus ojos, para que no vean con los ojos, ni oigan con los oídos, y se conviertan, y yo los sane. Y dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y él respondió: Hasta que las ciudades queden asoladas y no haya morador en ellas, y casas sin hombres, y la tierra quede desolada. Después de esto, Dios multiplicará los hombres, y se multiplicarán los que queden sobre la tierra".

Observad aquí cómo se dice que sólo los que quedan de nuevo en la tierra, estando todo el resto de la tierra desolada, se multiplican. Éstos deben ser, sin duda, los discípulos hebreos de nuestro Salvador, que van a todos los hombres, los cuales, al ser dejados atrás, como una semilla, han dado mucho fruto, es decir, las Iglesias de los gentiles en todo el mundo. Y observad también cómo al mismo tiempo dice que sólo se multiplicarán los que quedan atrás de la apostasía de los judíos, mientras que los judíos mismos están completamente desolados: "Su tierra quedará desolada". Esto también les fue dicho antes por el mismo profeta: "Vuestra tierra está desolada, vuestras ciudades están quemadas por el fuego, vuestro país los extranjeros lo devoran ante vuestros ojos".

¿Y cuándo se cumplió esto, sino en los tiempos de nuestro Salvador? Porque hasta que no se atrevieron a cometer impiedad contra él, su tierra no fue desolada, sus ciudades no fueron quemadas por el fuego, ni los extranjeros devoraron su tierra. Pero a partir de aquella palabra inspirada, por la cual nuestro Señor y Salvador mismo predijo lo que estaba por caer sobre ellos, diciendo: "Vuestra casa os es dejada desierta", desde ese momento y poco después de la predicción fueron sitiados por los romanos y llevados a la desolación. Y la palabra de la profecía da la causa de la desolación, haciendo que la interpretación sea casi segura, y mostrando la causa de su apostasía. Porque cuando oyeron a nuestro Salvador enseñando entre ellos, y no quisieron escuchar con el oído de su mente, ni entendieron Quién era él, viéndolo con sus ojos, pero no contemplándolo con los ojos de su espíritu, "endurecieron su corazón, y casi cerraron los ojos de su mente, y endurecieron sus oídos" (Is 6,10).

Como dice la profecía, sus ciudades quedarían desoladas de modo que nadie habitaría en ellas, y su tierra quedaría desolada, y sólo unos pocos de ellos quedarían atrás, guardados como semilla fructífera y centelleante, quienes, se dice, saldrían a todos los hombres y se multiplicarían en la tierra. Pero incluso después de la partida, de aquellos que son claramente los apóstoles de nuestro Salvador, dice que "una décima parte" permanecerá todavía en suelo judío: "Y volverá a ser para despojo, como el encinar, y como la bellota que se cae de su cáscara".

La Escritura, supongo, quiere decir con esto que después del primer asedio, que se registra que sufrieron en el tiempo de los apóstoles y de Vespasiano, emperador de los romanos, al ser asediados por segunda vez nuevamente bajo Adriano, se les prohibió completamente entrar al lugar, de modo que ni siquiera se les permitió pisar el suelo de Jerusalén. Y esto lo sugiere oscuramente en las palabras: "Y otra vez será para despojo, como un terebinto, y como una bellota cuando cae de su cáscara" (Is 7,21). Y acontecerá en aquel día que un hombre criará una novilla y dos ovejas. Y acontecerá que, por haber bebido mucha leche, todo el que quede en el país comerá mantequilla y miel.

Si preguntáis qué día espera el profeta, encontraréis que es precisamente el momento de la aparición de nuestro Salvador. Pues cuando el profeta dice: "He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo", aunque interpone muchas cosas, sin embargo profetiza acerca de las cosas que sucederán en ese mismo día, es decir, acerca del momento de la aparición de nuestro Salvador.

En efecto, dice Isaías que poderes invisibles, enemigos y adversarios (alegóricamente designados como moscas y abejas) atacarán la tierra de los judíos, y que el Señor con la navaja de sus enemigos afeitará la cabeza de la raza judía, como si fuera un gran cuerpo, y los pelos de sus pies y su barba, en una palabra, toda su gloria. Y esto, como se hará en el día profetizado en que nacerá de una virgen, predice que un hombre que quede de la destrucción de toda la raza (es decir, todos los que creen en el Cristo de Dios), alimentará una novilla de los toros y dos ovejas, y de su producción de leche comerá mantequilla y miel: y comprenderéis que esto se cumple místicamente en los apóstoles de nuestro Salvador. Porque cada uno de ellos en las iglesias que estableció con la ayuda de Cristo, alimentó dos ovejas, es decir, dos órdenes de discípulos que vienen como ovejas al redil de Cristo, uno todavía en prueba, el otro ya iluminado por el bautismo, y además de estos una novilla, la regla eclesiástica de los que presiden con su alimento inspirado de la palabra, y produjo de ellos un aumento fructífero de leche y miel del alimento que se han esforzado por proporcionar.

No hace falta decir que la Sagrada Escritura compara a menudo a las multitudes de discípulos menos perfectos con ovejas, pues todas las Escrituras lo enseñan. Y la comparación del hombre perfecto, que siendo el líder trabaja el cuerpo de la Iglesia como un labrador, con el trabajo de los toros en la tierra, la usa el santo apóstol cuando dice: "¿Acaso Dios tiene cuidado de los bueyes? ¿O lo dice enteramente por nosotros? Que el que ara, con esperanza lo haga, y el que trilla, con esperanza de recibir la cosecha" (1Cor 9,9).

Si alguien se siente disgustado con esta interpretación metafórica, que tenga cuidado, no sea que al negarse a considerar figurativamente lo que se llama moscas, abejas, navaja, barba o pelos de los pies, caiga en una mitología absurda e incoherente. Pero si estas cosas sólo pueden entenderse figurativamente, lo mismo puede decirse con certeza de lo siguiente:

"En aquel día serán consumidos los montes, los collados y los bosques, y serán devorados de alma en cuerpo. El que huya será como el que huye de una llama ardiente, y los que queden de ellos serán contados, y un niño los escribirá. Mas acontecerá en aquel día que el resto de Israel no será más añadido, y los que se salven de Jacob no confiarán más en los que los agraviaron, sino que confiarán en el Dios, el Santo de Israel, con verdad, y el remanente de Israel se volverá al Dios fuerte. Y aunque los hijos de Israel sean como la arena del mar, el remanente de ellos será salvo. Porque él acabará la cuenta, y la acortará en justicia, porque Dios acortará la cuenta en todo el mundo" (Is 10,18).

tese aquí que en sus denuncias sobre la tristeza, dice: "El que huye será como el que huye de la llama ardiente; y el resto de ellos será un número, y un niño pequeño las escribirá". Con esto, enfatiza el escaso número de los de la circuncisión que escaparán a la destrucción y al incendio de Jerusalén. "Y los que queden", dice, "serán un número". Es decir, serán susceptibles de ser contados, o pocos y fácilmente contados. Tan numerosos, pues, como los que creyeron en nuestro Señor y Salvador en comparación con toda la raza judía, que también fueron considerados dignos de ser registrados por él, como lo muestra el versículo que dice: "Y un niño pequeño los escribirá". Habiéndonos dicho antes quién era el niño, donde dijo: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo", y: "Antes de que el niño sepa llamar a su padre o a su madre".

Y puesto que en este lugar dice "un niño pequeño las escribirá", se puede ver por qué dijo en el anterior: "Y éstos serán un remanente en Sión, y un remanente en Jerusalén, todos serán llamados santos, y serán inscritos en el libro de la vida". Por lo tanto, como entre ellos se nombra un remanente, y son ellos los que fueron inscritos en el libro de la vida, así también aquí "el resto de ellos será un número, y un niño pequeño los escribirá". Y este "resto de Israel, y los que no se salven de Jacob", dice, "estarán con aquellos que les hacen mal, pero confiarán en el Señor, el Santo de Israel".

Así pues, fijaos si no es con esta misma confianza con la que los que salieron de la raza judía, aquellos que fueron abandonados en la apostasía de Israel, los discípulos y apóstoles de nuestro Salvador, sin hacer caso de los gobernantes de este mundo, ni de los gobernantes del pueblo de la circuncisión que los perjudicaron en el pasado, salieron a todas las naciones predicando la palabra de Cristo, y por su confianza en Dios (pues según la profecía "estaban confiando en Dios, el Santo de Israel, en verdad", porque se entregaron por completo en esperanza, sin engaño ni hipocresía, sino con verdad) no sólo salieron de su propia tierra, sino que prosperaron en aquello a lo que fueron enviados. Este mismo resto fue como la descendencia de la apostasía de Jacob que confió en la fuerza de Dios, y este resto de toda la raza que una vez fue como la arena del mar, pero no como las estrellas del cielo, fue considerado digno de salvación por Dios, como el apóstol dio testimonio diciendo: "Isaías clama tocante a Israel. Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan solo el resto será salvo".

En efecto, las promesas dadas por el oráculo a Abraham acerca de los que habían de venir después de él, de que "serían como las estrellas del cielo y como la arena del mar", se refieren, por una parte, a los amigos de Dios, que brillan como las lumbreras celestiales, como lo fueron los antiguos profetas y apóstoles de nuestro Salvador, a quienes dio testimonio diciendo: "Vosotros sois la luz del mundo". Pero, por otra parte, a los nacidos en la tierra que yacen en el suelo se los compara con la arena de la playa.

La palabra profética habla con razón de lo que antecede, primero aludiendo a toda la multitud de los hijos de Israel (caídos de su verdadera y magnífica virtud al suelo, se compara con la arena del mar) y luego cuando diciendo que sólo un resto se salvará.

Isaías dice que esto sucederá "cuando el Señor cumpla su palabra en todo el mundo", señalando claramente a la predicación del evangelio, por la cual, quitado todo el círculo mosaico de símbolos y señales y ordenanzas corporales, la palabra completa del evangelio dada a todos los hombres ha confirmado la verdad de la profecía:

"En aquel día surgirá la raíz de Jesé, y el que se levantará para gobernar a las naciones; en él pondrán las naciones su esperanza, y su reposo será glorioso. En aquel día el Señor volverá a mostrar su mano para ser celoso y para buscar el remanente que aún quede de su pueblo, el asirio, el egipcio, el babilonio, el etíope, el elamita, el oriente y las islas del mar. Levantará bandera a las naciones, y reunirá a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra".

Como se ha predicho muchas veces que ciertos acontecimientos iban a tener lugar en un día determinado (es decir, cuando llegase un tiempo determinado), he demostrado mediante el uso del razonamiento que dichos acontecimientos deben seguir a la aparición de Dios, pues cuando él aparezca, toda la raza judía se apartará, la Sagrada Escritura deja claro que unos pocos de ellos quedarán atrás, mientras que el pasaje que ahora tenemos en nuestras manos muestra de la manera más clara tanto el día como el tiempo que se indica en él, y los acontecimientos que debían seguirlo.

Es decir, Isaías profetiza el nacimiento del Cristo de la descendencia de David, y al mismo tiempo predice la apostasía de los judíos, cuando dice: "El Señor de los ejércitos, confundirá poderosamente a los gloriosos, y los hombres encumbrados serán humillados, y los encumbrados caerán a espada, y el Líbano caerá con los encumbrados". Por Líbano se entiende aquí Jerusalén, como ya he mostrado en otro lugar, y la Escritura amenaza con que caerá con todos sus hombres venerables y gloriosos en su interior. Y habiendo comenzado así, dice después: "Y una vara saldrá del tronco de Jesé, y una flor brotará de su raíz".

Al mostrar muy claramente que el nacimiento de Cristo debía ser de la raíz de Jesé, que fue el padre de David, explica a qué nacimiento debería seguir el llamado de los gentiles, que anteriormente sólo había dado oscuramente en la forma profética. Porque "el lobo apacentará con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito", y pasajes similares, sólo tienen por objeto mostrar el cambio de las naciones salvajes e incivilizadas que en nada se diferencian de las bestias salvajes a un estilo de vida santo, apacible y social. Esto es lo que enseña sin disimulo, en las palabras: "Toda la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar". Además, la palabra profética procede a interpretarse a sí misma: "En aquel tiempo surgirá la raíz de Jesé, y el que se levantará para regir a las naciones. Las naciones esperarán en él, y su reposo será glorioso".

Con esto se ve que Isaías ya había predicho la apostasía de la raza judía de una manera velada, y la llamada a los gentiles, primero de una manera velada y luego abiertamente. Por eso, es natural que mencione a los de la circuncisión que deberían creer en Cristo, para que no parezca excluirlos por completo de la esperanza en Cristo. "Porque se levantará", dice, "uno que gobernará a las naciones".

¿Quién podría ser éste que ha de surgir, sino la raíz de Jesé, de quien tan claramente se dice que reinará sobre los gentiles, pero no sobre Israel? Puesto que entonces había enseñado de varias maneras sobre la conversión de los gentiles como consecuencia del nacimiento y crecimiento de Aquel que vino de la raíz de Jesé , y entonces no tenía nada brillante que decir sobre los de la circuncisión, naturalmente aquí llena el vacío en la predicción, diciendo: "Y sucederá en ese día" (es decir, en el tiempo de aquel que nace de la raíz de Jesé), el Señor además desplegará su poder, para ser celoso y buscar al remanente restante de su pueblo que quedó de tales y tales enemigos. En lugar de lo cual Aquila ha leído: "Y acontecerá en aquel día, que el Señor mostrará su mano por segunda vez, para poseer el remanente de su pueblo, que aún quedó de los asirios".

Comprenderéis esto si consideráis que los enemigos del pueblo de Dios son ciertos seres inteligentes y espirituales, o demonios malignos, o poderes opuestos a la palabra de santidad, que en la dirección invisible de las naciones mencionadas, en los días antiguos sitiaron las almas de Israel, los involucraron en diversas pasiones, los sedujeron y los esclavizaron a una vida como la de las otras naciones. Cuando, entonces, casi podría decirse que todo el pueblo fue tomado cautivo en alma por estos poderes, los que fueron mantenidos seguros e intactos, ilesos y sin despojo según la profecía recibieron el mensaje de que verían la mano del Señor y se convertirían en su posesión, según las palabras del oráculo: "El Señor aumentará su mano, para estar celoso del remanente restante de su pueblo".

Pero ¿qué añadirá el Señor? Ciertamente, a aquellos a quienes mucho antes había anunciado por los profetas "la mano del Señor ha sido añadida". Sí, a aquellos que, por así decirlo, están preservados de la caída de todo el pueblo, él proclama que añadirá lo que faltaba a lo anterior. Y estos son los misterios de la nueva alianza, mostrados por la mano del Señor al remanente del pueblo. Pero también dice que "tendrá celos del remanente que quede del pueblo". En lugar de lo cual Aquila y Teodoción concuerdan en leer "que él debe adquirir el remanente de su pueblo, lo que queda de los asirios y las otras naciones que fueron sus enemigos".

Este resto que queda de su pueblo "levantará una bandera hacia las naciones". Por medio de él el Señor mostrará claramente su señal entre todas las naciones, y por medio de él reunirá a los perdidos de Israel, y a los dispersos de Judá desde los cuatro puntos cardinales de la tierra hacia el Cristo de Dios, y a quienes se refugian en él por medio de la predicación de sus apóstoles, diciendo que los reunidos vienen de aquellos que antaño fueron desterrados y separados del Israel y Judá figurativos. Los ideales de tales almas muestran que son el verdadero Israel de Dios, pues en contraste con ellos la naturaleza débil y pecadora de Israel según la carne hace que él los llame proféticamente: "Gobernantes de Sodoma y pueblo de Gomorra" (Rm 11,5).

Así, pues, el "resto según la elección de la gracia", y lo que se llama en la profecía "el resto que queda del pueblo", ha proclamado la señal del Señor a todos los gentiles y se ha unido a Dios como un solo pueblo, que es atraído hacia él, las almas de los gentiles que son sacadas de la destrucción al conocimiento del Señor, un pueblo que desde los cuatro puntos cardinales de la tierra incluso ahora está soldado por el poder de Cristo.

Así pues, estos mismos refugiados de la raza perdida de los judíos (el resto de Israel), y los discípulos y apóstoles de nuestro Salvador (considerados dignos de un solo llamamiento, de una sola gracia y de un solo Espíritu Santo), desecharán todo el amor que las tribus de la raza hebrea tenían hacia ellos, como dice la profecía. Unidos, pues, por una misma mente y voluntad, no sólo han recorrido el continente, sino también las islas de los gentiles, saqueando todas las almas de los hombres en todas partes, y llevándolas cautivas a la obediencia a Cristo, según el oráculo que dijo: "Y volarán en naves extranjeras; saquearán también el mar, y a ellos desde el nacimiento del sol" (Is 11,14).

El resto de esta profecía lo examinaréis como yo lo he hecho, probando cada pasaje por vosotros mismos, y aunque rechacéis todo lo inconsistente e indigno que hay en ella, reconoceréis la mente del Espíritu, a medida que el Espíritu de Dios mismo os sugiera vuestra meditación. Porque el tiempo no me permite detenerme en estos temas, ya que debo seguir adelante para completar la tarea que tengo por delante.

Mas antes de terminar, reflexionad sobre los siguientes pasajes de la vieja Escritura:

"Ordenaré males para todo el mundo, y sus pecados para los impíos, y destruiré el orgullo de los sin ley, y humillaré el orgullo de los insolentes, y los que queden serán más preciosos que el oro sin fundir, y un hombre será más precioso que la piedra de Sufir". Y después añade: "Y los que queden serán como un cervatillo que huye, o como una oveja descarriada" (Is 13,11). También en esto la Escritura muestra muy claramente el pequeño número de los salvados en el tiempo de la ruina de los malvados, de modo que no es posible esperar que absolutamente todos los circuncidados sin excepción y toda la raza judía alcancen las promesas de Dios.

"En aquel día la gloria de Jacob se verá menguada, y las riquezas de su gloria serán conmovidas. Será como cuando se recoge trigo en pie y se siega el grano de las espigas. Será como cuando se recogen espigas en un valle fértil, y queda rastrojo. Y como quedan las bayas del olivo, dos o tres en la rama más alta, o cuatro o cinco en sus ramos, así dice el Señor Dios de Israel. En aquel día el hombre confiará en su Hacedor, y sus ojos mirarán al Santo de Israel; y no confiarán en los altares, ni en la obra de sus manos, que hicieron sus propios dedos". En este pasaje se profetiza claramente cómo la gloria de Israel y todas sus riquezas serán arrebatadas, y cómo sólo unos pocos, fácilmente numerables, como las pocas bayas de la rama de un olivo, se dice que quedarán; y estos serían aquellos que creen en nuestro Señor. E inmediatamente después de lo que se dice acerca de éstos, hay una profecía acerca de que toda la raza humana se apartará del error de la idolatría y llegará a conocer al Dios de Israel.

"Oíd, islas abandonadas y torturadas, escuchad lo que oí del Señor de los ejércitos: el Dios de Israel nos lo ha anunciado (Is 21,10). Nótese también la manera en que en este pasaje él no llama a los de la circuncisión a oír las palabras inefables, sino solamente a aquellos a quienes él llama "abandonados y torturados", como lo fueron aquellos en la era apostólica que lamentaban y lamentaban el mal de la vida de los hombres.

"Los hombres excelsos de la tierra se lamentaron, y la tierra se volvió sin ley por sus habitantes. Por lo tanto, los habitantes de la tierra serán pobres, y pocos hombres quedarán" (Is 24,4). Aquí, después de haber reprendido nuevamente a los trasgresores de la ley del pacto de Dios que pertenecen al pueblo de la circuncisión, y haberlos amenazado con lo que estaba escrito, profetiza que algunos pocos hombres de ellos quedarán. Y estos serían aquellos a quienes el apóstol llama "el resto, según la elección de gracia".

"Las ciudades quedarán desoladas, y las casas desiertas caerán en ruinas. Todas estas cosas sucederán en la tierra en medio de las naciones, como quien desgrana un olivo, así serán desgranadas. Pero cuando se detenga la vendimia, entonces clamarán en voz alta, y el resto de la tierra se alegrará con la gloria de Dios" (Is 24,12). Aquí se dice que los que quedan solos se regocijan, siendo todos los demás entregados a los dolores profetizados.

"La corona de soberbia, los mercenarios de Efraín, serán derribados. Y la flor marchita de la gloriosa esperanza en la cumbre del alto monte será como la higuera temprana: el que la ve deseará tragarla, antes de tomarla en su mano. En ese día el Señor será la corona de esperanza, la guirnalda de gloria para el remanente de su pueblo; porque ellos serán dejados en el espíritu de juicio" (Is 28,3). Aquí él profetiza que el Señor será "corona de esperanza y de gloria" para el remanente de su pueblo, no para toda su nación, sino solamente para aquellos significados por el remanente, y nombra a los otros en contraste con el remanente de su pueblo "corona de vergüenza y mercenarios de Efraín".

"Los que queden en Judea, echarán raíces hacia abajo y darán fruto hacia arriba, porque quedará un remanente de Jerusalén y los que queden del monte Sión. El celo del Señor de los ejércitos hará esto". Profetiza que los que queden de la raza judía según la elección de la gracia, echarán raíces hacia abajo y darán fruto hacia arriba, mostrando muy claramente la elección de los apóstoles y discípulos de nuestro Salvador. Porque ellos, habiendo quedado de entre los de la circuncisión, echaron abajo en la tierra las raíces de su enseñanza, de modo que han fijado y arraigado su enseñanza en todo el mundo; y han exhortado a los hombres a dar tanto semilla como fruto hacia arriba, hacia las promesas celestiales. Así pues, sólo aquellos hombres que quedaron de la raza judía cuando el resto fue destruido, se dice que fueron salvados.

El celo del Señor ha logrado esto. El celo del Señor los eligió para provocar a celos a los malvados de la circuncisión, y los provocó a celos, según las palabras de Moisés: "Ellos me han provocado a celos con lo que no es Dios, y yo los provocaré a celos con lo que no es un pueblo. Con un pueblo insensato los enojaré".

Así dice el Señor: "Como se encuentra un hueso de uva en un racimo, y se dice: No lo destruyas, porque bendición hay en él; así haré por amor al que me sirve, por amor a él no destruiré todo. Y sacaré la descendencia de Jacob y de Judá, y heredarán mi santo monte; y mis escogidos y mis siervos lo poseerán y habitarán allí. Y habrá en el bosque un redil de ovejas, y el valle de Acor será un lugar de descanso para los rebaños de mi pueblo que me buscaron".

"Vosotros sois los que me habéis dejado, y olvidáis mi santo monte, y preparáis mesa para la suerte, y ofrecéis libaciones al demonio. Os entregaré a la espada, todos caeréis a la muerte, porque os llamé, y no me escuchasteis, e hicisteis lo malo delante de mí, y escogisteis lo que yo no quería". En este pasaje la Escritura distingue y dice que sólo una pequeña descendencia de Jacob alcanzará las promesas, y que los elegidos son aquellos que moran en el bosque. Señala aquí el llamamiento de los gentiles, en el que están incluidos los elegidos del Señor y la descendencia de Jacob, y estos serían los apóstoles y discípulos de nuestro Salvador, y el resto más allá de ellos están sujetos a las amenazas antes mencionadas, afirmando la Escritura tan claramente como es posible que no toda la nación judía podría alcanzar las promesas de Dios, sino sólo la descendencia que es nombrada, y aquellos llamados "los elegidos de Dios". Porque "muchos son llamados, pero pocos son escogidos" (Mt 20,16). Sobre ellos la Escritura ahora procede a profetizar que se les conferirá un nuevo nombre, diciendo a los malvados: "Porque vuestro nombre quedará como abominación para mis escogidos, y Jehová os destruirá; pero a mis siervos se les llamará con un nombre nuevo" (Is 65,15).

Este nuevo nombre, que no era conocido entre los antiguos, ¿qué podría ser sino el nombre de cristianos, bendito en todo el mundo, formado a partir del nombre de nuestro Salvador Jesucristo?

Miqueas también concuerda con los pasajes de Isaías al afirmar que Dios no recibirá a todos sin reservas, sino sólo a los que queden (Miq 2,11). Y así como en Isaías se llama a su resto "una semilla", así ahora a los que han de ser salvados se les llama "una gota". Y el coro de los apóstoles se muestra por estas figuras, como una gota y una semilla de la raza judía, una gota de la cual todos los que han conocido al Cristo de Dios a través del mundo entero y han recibido su enseñanza, han sido hechos dignos de la congregación predicha, habiendo obtenido la redención de sus enemigos.

"Y tú, Belén, de la casa de Efrata, eres la más pequeña entre las familias de Judá. De ti saldrá mi caudillo, el cual será príncipe de Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad. Por tanto, él los dará hasta el tiempo de la que dé a luz. Ella dará a luz, y el resto de sus hermanos se volverán". Y después de esto añade: "Y el resto de Jacob será entre las naciones, en medio de muchos pueblos, como el rocío que desciende del Señor, y como corderos en la pradera, para que no haya quien se junte ni resista entre los hijos de los hombres. Y el remanente de Jacob será entre las naciones, en medio de muchos pueblos, como león entre los ganados en la selva, y como cachorro de león en la pradera de las ovejas; como cuando pasa, y escoge y arrebata, y no hay quien libre. Tu mano se alzará contra los que te afligen, y todos tus enemigos serán destruidos del todo".

Nada puede ser más claro que esto: a la vez proclama el nacimiento del Salvador en Belén, su existencia antes de la eternidad, su nacimiento de la Virgen, la llamada de sus apóstoles y discípulos y su predicación de Cristo difundida por todo el mundo. Porque cuando este Rey, cuyas salidas la Escritura dice que son desde la eternidad, haya salido de Belén, y cuando la santa doncella que lo había de dar a luz lo haya dado a luz, no dice que todos los de la circuncisión serán salvos, sino sólo los que queden, que serán también un resto de Jacob, y serán dados como rocío a todos los gentiles. Porque el resto de Jacob, dice, estará entre las naciones, como rocío que cae del Señor, y como corderos en un prado. En lugar de lo cual Aquila traduce: "como gotas sobre la hierba", y Teodoción: "como nieve sobre la hierba". Y de nuevo, en lugar de "para que ninguno se reúna ni resista entre los hijos de los hombres, y ningún hijo de los hombres ataque", Teodoción lee "quien no esperará al hombre, y no tendrá esperanza en el hijo del hombre". Y Aquila "quien no esperará a un hombre, y no se preocupará por los hijos de los hombres".

Por lo cual se demuestra que toda la esperanza de los apóstoles en nuestro Salvador no está en el hombre, sino en su Señor y Salvador, y él era la Palabra de Dios. Y dice más abajo: "Y el remanente de Jacob será entre las naciones en medio de muchos pueblos, como león entre las bestias del bosque, y como cachorro de león en las pasturas de las ovejas; como cuando pasa, y escoge, y despoja, y no hay quien salve". Con lo cual creo que se quiere decir la valentía e intrepidez de la predicación de los apóstoles. Se arrojaron como un león y un cachorro de león sobre la espesura de los gentiles y sobre los rebaños de ovejas humanas, separaron a los dignos de los indignos y los sometieron a la palabra de Cristo.

Entonces se le proclaman sus victorias: "Tu mano será alzada contra los que te afligen, y todos tus enemigos serán destruidos". Esto lo podemos ver con nuestros propios ojos. Pues aunque muchos han afligido la palabra de Cristo, y aún ahora están luchando con ella, sin embargo, ella se ha elevado por encima de ellos y se ha vuelto más fuerte que todos ellos. Sí, en verdad, la mano de Cristo se ha levantado contra todos los que lo afligieron, y se dice que todos Sus enemigos que de tiempo en tiempo se levantan contra su Iglesia están "completamente destruidos".

Dice Sofonías que el Señor prometió que le quedaría un pueblo manso y humilde (Sof 3,9). Es decir, no otros que los de la circuncisión que creyeron en su Cristo. Y proclamó nuevamente que sólo el remanente de Israel sería salvo, junto con los llamados de las otras naciones, como lo mostró al comienzo de la profecía.

Dice Zacarías (Zac 14,1-2) que el cumplimiento de esto también concuerda con los pasajes citados sobre la destrucción de toda la raza judía, que les sobrevino después de la venida de Cristo. Porque Zacarías escribe esta profecía después del regreso de Babilonia, prediciendo el asedio final del pueblo por los romanos, a través del cual toda la raza judía iba a quedar sometida a sus enemigos : dice que sólo el remanente del pueblo será salvo, describiendo exactamente a los apóstoles de nuestro Salvador.

Dice Jeremías (Jer 3,14-16) que la conversión de Israel ocurrirá en la venida de nuestro Salvador Jesucristo, en la cual él escogerá a uno de cada ciudad y a dos de cada familia, muy pocos y pequeños en número, para ser pastores de las naciones que han creído en él y de las naciones que han aumentado sobre la tierra por el llamado que les fue destinado. Ya no dirán, dice, "el arca del pacto del Señor", porque ya no correrán tras el culto más externo, habiendo recibido un nuevo pacto. Muestra Jeremías (Jer 5,6-10) una nueva acusación contra toda su raza, y el asedio que les sobrevino, y nuevamente el remanente, al que llama "el fundamento" como perteneciente al Señor. Porque, siendo inspirados y fortalecidos por su fe en el Cristo de Dios, no sufrieron los mismos sufrimientos que el resto de su raza.

Llama Ezequiel (Ez 6,7) a los salvados "un resto, una gota y un rocío de aquel pueblo", por lo que se significaba el grupo de los apóstoles de nuestro Salvador? Ellos, habiendo sido verdaderamente salvados de la destrucción de toda su raza, incluso en su dispersión se acordaron de Dios, de modo que debe aceptarse que lo que fue escrito se refería a ellos. Llama Ezequiel (Ez 11,16) a los salvados como "un pequeño santuario", aquellos que serán salvados y sobrevivirán. Dice Ezequiel (Ez 12,14-16.21) que, en la dispersión de todo el pueblo, serán pocos en número los que quedarán para él. Es decir, los mismos hombres que en la profecía precedente. Dice Ezequiel (Ez 20,36) que serán sólo unos pocos los que estarán bajo el mando de Dios, y que esto será cuando el resto de Israel se haya apartado de las promesas.

Creo haber demostrado así que las profecías divinas no predijeron cosas buenas para todos los miembros de la raza judía universalmente e indiscriminadamente, pase lo que pase, para los malvados e impíos y para aquellos que eran lo contrario, sino para unos pocos de ellos y para aquellos fácilmente numerables, de hecho para aquellos de ellos que creyeron en nuestro Señor y Salvador, o aquellos justificados antes de su venida, considero que he demostrado suficientemente, que las promesas divinas se cumplieron no indiscriminadamente para todos los judíos, y que los oráculos de los profetas no son más aplicables a ellos que a aquellos de los gentiles que han recibido al Cristo de Dios. Mas el significado completo de las promesas divinas lo desarrollaré en el lugar apropiado.

He reunido estos pasajes, como era mi obligación, para refutar las insolentes afirmaciones de los de la circuncisión, quienes, en su jactancia sin sentido, dicen que el Cristo vendrá sólo para ellos y no para toda la humanidad. También quería demostrar que mi estudio de sus libros sagrados había sido útil. En el libro anterior ya expliqué por qué no nos convertimos en judíos, aunque tenemos este deleite en sus escritos proféticos.

Allí también expliqué, en la medida de lo posible, qué clase de vida es la vida cristiana que se predica a todas las naciones, y el carácter antiguo del ideal del sistema del evangelio. Así que ahora que este trabajo preliminar está hecho, es hora de atacar temas más misteriosos, aquellos que tienen que ver con la dispensación mística relacionada con nuestro Señor y Salvador, Jesucristo el Cristo de Dios.

Así podremos aprender por qué él hizo su aparición a todos los hombres ahora, y no antes, y la razón por la que él comenzó el llamado de los gentiles, no en días pasados, sino ahora después de la duración de los siglos; y muchas otras cosas que son pertinentes a la misteriosa teología de su persona.

Así pues, tratemos ya el tema de su encarnación, que es mi primer tema en este libro II de mi obra, que está dirigida a los incrédulos, invocando a Aquel que es, en verdad, la Palabra de Dios, para que nos ayude.