EUSEBIO DE CESAREA
Demostración del Evangelio

LIBRO IV

I
Jesucristo, dispensador del Padre

Habiendo tratado con suficiente extensión los temas relacionados con la encarnación de nuestro Salvador en el libro precedente, el libro III de la Demostración del Evangelio, es ahora el lugar para abordar la doctrina más recóndita, es decir, la teología más mística de su persona.

Ahora bien, la doctrina de Dios, el primero y eterno, el único, ingénito y causa suprema del universo, señor de señores y rey de reyes, es común a todos los hombres. Pero la doctrina de Cristo es peculiar y común a los hebreos y a nosotros, y, aunque siguen sus propias escrituras, la confiesan igualmente que nosotros. Sin embargo, se alejan mucho de nosotros, al no reconocer su divinidad, ni saber la causa de su venida, ni comprender en qué período de tiempo se predijo que vendría. Porque mientras ellos esperan su venida incluso ahora, nosotros predicamos que ya ha venido una vez, y creyendo en las predicciones y enseñanzas de los profetas inspirados, rogamos que podamos contemplar su segunda venida en gloria divina.

El relato de nuestro Señor es de dos tipos: uno puede llamarse el posterior, traído recientemente a la humanidad, el otro es más antiguo que todo el tiempo y toda la eternidad.

Puesto que Dios, que es el único bueno y la fuente y el manantial de todo lo bueno, había querido hacer a muchos partícipes de sus propios tesoros, se propuso crear toda la creación racional, que comprende poderes incorpóreos, inteligentes y divinos, ángeles y arcángeles, espíritus inmateriales y en todos los sentidos puros, y almas de hombres también dotadas de libertad indeterminada de libre elección entre el bien y el mal, y darles todos los órganos corporales que debían poseer, adecuados a la variedad de sus vidas, con países y lugares naturales para todos ellos. Pues a los que habían permanecido buenos les dio los mejores lugares, y a los que no, les dio moradas adecuadas, lugares de disciplina para sus inclinaciones perversas.

Dios Padre, previendo el futuro en su presciencia, como Dios debe hacerlo, y sabiendo que, como en un vasto cuerpo todas las cosas que están por ser necesitarían una cabeza, pensó que debía subordinarlas todas a un gobernador de toda la creación, gobernante y rey del universo, como también enseñan místicamente los santos oráculos de los primeros teólogos y profetas hebreos. De lo cual se aprende que hay un principio del universo, más aún, uno incluso anterior al principio, nacido antes del primero, de existencia anterior a la mónada y mayor que todo nombre, que no puede ser nombrado, ni explicado, ni buscado, el bueno, la causa de todo, el creador, el benéfico, el presciente, el salvador, él mismo el uno y único Dios, de quien son todas las cosas y para quien son todas las cosas: "Porque en él vivimos, nos movemos y existimos".

El hecho de que él lo quiera es la única causa de que todas las cosas existentes lleguen a existir y continúen existiendo. Pues esto viene de su voluntad, y él lo quiere, porque resulta ser bueno por naturaleza. Pues nada es necesario por naturaleza para una persona buena, sino querer el bien. Y lo que él quiere, lo puede hacer. Por eso, teniendo tanto la voluntad como el poder, ha ordenado para sí, sin impedimento ni obstáculo, todo lo bello y útil, tanto en el mundo visible como en el invisible, haciendo de su propia voluntad y poder una especie de materia y sustrato de la génesis y constitución del universo, de modo que ya no es razonable decir que algo que existe debe haber surgido de lo inexistente, porque lo que surgiera de lo inexistente no sería nada.

Así pues, ¿cómo podría lo inexistente causar que algo exista? Todo lo que ha existido alguna vez o existe ahora deriva su ser del Uno, el único ser existente y preexistente, quien también dijo: "Yo soy el existente", porque, veréis, como el único Ser y el Ser eterno, él mismo es la causa de la existencia para todos aquellos a quienes ha impartido existencia desde sí mismo por su voluntad y su poder, y da existencia a todas las cosas, y sus poderes y formas, ricamente y sin escrúpulos desde sí mismo.

II
Jesucristo, preexistente a la creación

El Padre hizo todas las existencias junto a su Hijo, la sabiduría primogénita, totalmente formada de mente y razón y sabiduría (o más bien la Mente misma, la razón misma y la sabiduría misma). Y si es correcto concebir algo más entre las cosas que han llegado a existir que sea la belleza misma y el bien mismo, tomándolo de sí mismo, él mismo lo pone como el primer fundamento de lo que ha de llegar a existir después, es la creación perfecta de un Creador perfecto, el edificio sabio de un constructor sabio, el buen Hijo de un buen Padre, y seguramente para aquellos que después deberían recibir la existencia a través de él, amigo y guardián, salvador y médico, y timonel que sostiene las líneas del timón de la creación del universo.

De acuerdo con esto, los oráculos en frase teológica lo llaman, "engendrado por Dios", como el único que lleva en sí mismo la imagen de la deidad, que no puede ser explicada en palabras, o concebida en pensamiento, por cuya imagen dicen que él es Dios, y que se llama así, debido a esta semejanza primaria, y también por esta razón, también, que fue designado por el Padre su buen ministro, para que como por un solo instrumento sapientísimo y viviente, y regla de arte y conocimiento, el universo pudiera ser guiado por él, cuerpos y cosas sin cuerpo, cosas vivientes e inertes, la razón con lo irracional, mortal con inmortal, y todo lo demás coexiste y está entretejido con ellos, y como si por una fuerza que corriera a través del todo, todas las cosas pudieran armonizarse juntas, por una ley activa viviente y razón existente en todas y extendiéndose a través de todas las cosas, en un vínculo sapientísimo. Sí, por la misma palabra de Dios y su ley, unidas y ligadas en uno.

III
Jesucristo, único Hijo de Dios

Como el Padre es Uno, se sigue que debe haber un Hijo y no muchos hijos, y que no puede haber más que un Dios perfecto engendrado de Dios, y no varios. Porque en la multiplicidad surgirá la alteridad y la diferencia y la introducción de lo peor. Y así debe ser que el Dios Uno es el Padre de un Hijo perfecto y unigénito, y no de más dioses o hijos. Aun así, siendo la luz de una esencia, estamos absolutamente obligados a considerar que la cosa perfecta engendrada de la luz también es una. Porque ¿qué otra cosa sería posible concebir como engendrada de luz, sino solo el rayo, que procede de ella, y llena e ilumina todas las cosas? Seguramente, todo lo que es extraño a esto sería oscuridad y no luz.

Análogamente a esto, no puede haber nada parecido ni una copia verdadera del Padre supremo, que es luz inefable, excepto en lo que respecta a esta única cosa, a quien podemos llamar el Hijo. En efecto, él es el resplandor de la luz eterna, el espejo inmaculado de la actividad de Dios y la imagen de su bondad. Por eso se dijo: "El cual es el resplandor de su gloria y la imagen misma de su persona" (Hb 1,3). Excepto que el resplandor es inseparable de la luz del sentido, mientras que el Hijo existe en Sí mismo en Su propia esencia aparte del Padre. Y el rayo tiene su alcance de actividad únicamente a partir de la luz, mientras que el Hijo es algo diferente de un canal de energía, teniendo su ser en sí mismo. Además, el rayo es coexistente con la luz, siendo una especie de complemento de la misma; porque no podría haber luz sin un rayo: existen juntos y simultáneamente.

No obstante, el Padre precede al Hijo, y lo ha precedido en la existencia, en cuanto que sólo él es ingénito. El Uno, perfecto en sí mismo y primero en orden como Padre, y causa de la existencia del Hijo, nada recibe del Hijo para la perfección de su divinidad; el Otro, como Hijo engendrado de Aquel que causó su ser, vino después de aquel de quien es Hijo, recibiendo del Padre tanto su ser como la naturaleza de su ser. Además, el rayo no brilla desde la luz por su deliberada elección, sino por algo que es un accidente inseparable de su esencia; pero el Hijo es la imagen del Padre por intención y deliberada elección. Pues Dios quiso engendrar un Hijo y estableció una segunda luz, en todas las cosas hecha a su semejanza.

Entonces, siendo una la luz ingénita y eterna, ¿cómo podría haber otra imagen de ella, excepto el rayo, que en sí mismo es luz, conservando en todos los aspectos su semejanza con su prototipo? ¿Y cómo podría haber una imagen del Uno mismo, si no fuera el mismo que el Uno en cuanto a su unidad? De modo que no sólo se implica una semejanza de la esencia del primero, sino también de la cantidad numérica, pues un Ser perfecto procede de la única luz eterna, y el primer y único Hijo no fue diverso ni múltiple, y es a este mismo Ser al que, después de aquel Ser que no tuvo origen ni principio, damos los nombres de Dios, el Perfecto, el Bueno; pues el Hijo de un Padre que es uno debe ser también Uno.

Tendríamos que convenir en que de la fragancia única de cualquier objeto particular que la exhala, el olor suave que se derrama sobre todos es uno y el mismo, no diverso y múltiple. Por lo tanto, es correcto suponer que del primero y único bien, que es Dios todopoderoso, proviene un olor divino y vivificante, perceptible por la mente y el entendimiento, que es uno y no múltiple. ¿Qué otra cosa podría haber de esta completa semejanza con el Padre, sino una decadencia y una inferioridad, suposición que no debemos admitir en nuestra teología del Hijo, pues él es un soplo del poder de Dios y una efusión pura de la gloria del Creador?

Un soplo fragante, por ejemplo, se vierte de cualquier sustancia dulcemente perfumada, de la mirra o de cualquiera de las flores y plantas olorosas que brotan de la tierra, más allá de la sustancia original hacia la atmósfera circundante. Y llena el aire a lo largo y ancho a medida que se derrama. Sin embargo, la esencia de la fragancia no se ve alterada, disminuida, escindida o dividida, ya que permanece en su lugar y conserva su identidad, y aunque genera esta fuerza fragante, no es peor que antes, mientras que el olor dulce que se genera, al poseer su propio carácter, imita en el grado más alto posible la naturaleza de lo que lo produjo por su propia fragancia.

Por supuesto, todas estas son imágenes terrenales y tocadas por la mortalidad, partes de esta constitución inferior, corrupta y terrenal, mientras que el alcance de la teología que estamos considerando trasciende con mucho todas las ilustraciones y no está conectada con nada físico, sino que imagina con el pensamiento más agudo a un Hijo engendrado, no inexistente en un momento y existente en otro después, sino existente antes del tiempo eterno, y preexistente, y siempre con el Padre como su Hijo, y sin embargo no Inengendrado, sino engendrado del Padre inengendrado, siendo el Unigénito, la Palabra y Dios de Dios, que enseña que él no fue arrojado fuera del ser del Padre por separación, escisión o división, sino que de manera inefable e impensable para nosotros fue traído a la existencia desde todos los tiempos, más bien antes de todos los tiempos, por la voluntad y poder trascendentes e inconcebibles del Padre. ¿Quién describirá su generación? Él lo dice: "Como nadie conoce al Padre sino el Hijo, así nadie conoce al Hijo sino el Padre que lo engendró".

IV
Más sobre la preexistencia de Cristo

A Dios Padre, fuente de toda bondad, le pareció bien que su Hijo unigénito y amado fuese la cabeza de la creación de todas las cosas engendradas, cuando iba a crear un universo único, como un cuerpo uno y vasto, compuesto de muchos miembros y partes. Y que él no la gobernara desde arriba, como meramente dependiendo de la mayor jefatura de la divinidad del Padre (porque la cabeza de Cristo es el Padre), sino como líder y antecedente de todas las cosas después de él, siendo verdaderamente todo el tiempo el agente duradero de los mandatos de su Padre, y de la creación que aún estaba por ser.

Por eso decimos que él primero antes de todas las cosas fue hecho por el Padre, como algo uno en forma, el instrumento de toda existencia y naturaleza, vivo y viviente, más aún, divino, dador de vida y omnisciente, engendrador del bien, luz de luz, creador del cielo, arquitecto del universo, hacedor de ángeles, gobernante de espíritus, instrumento de la salvación de almas, fuente de crecimiento de cuerpos, previendo todas las cosas, guiando, sanando, gobernando, juzgando, proclamando la religión del Padre.

V
Jesucristo, auténtica imagen del Padre

Los cristianos reconocemos con temor un solo poder divino en general, y no suponemos que haya muchos. Por eso decimos que el poder creador de Dios es uno, y uno es el Verbo, creador del universo, en el principio con Dios. A éste nos corresponde no ignorar, sino adorar y honrar dignamente, porque no sólo al principio de la creación todas las cosas existían por él, sino también desde entonces y por siempre y ahora, y sin él nada fue hecho. Porque si hay vida en las cosas que existen, esa vida fue lo que fue engendrado en él (pues de él y por él proviene la fuerza vital y la fuerza del alma de todas las cosas).

Ya sea ritmo, belleza, armonía, orden, mezcla de cualidades, sustancia, calidad, cantidad, la única Palabra del universo mantiene todo en unión y orden, y un poder creador de Dios está a la cabeza de todo. Y así como en nuestros cuerpos hay grandes y diversas diferencias en las partes, pero una sola potencia creadora en el conjunto (pues la naturaleza de la cabeza no depende de una potencia divina, la de los ojos de otra, y la de los oídos y los pies de otras potencias distintas), así también hay una única potencia divina general e idéntica que gobierna todo el universo, creadora del cielo y de las estrellas, de los seres vivos de la tierra, del aire y del mar, de los elementos en general e individualmente, y de toda clase de cosas naturales en sus géneros y especies. Así pues, no hay una fuerza productora del fuego, otra del agua, otra de la tierra y del aire, sino que una misma sabiduría es artífice del todo (es decir, esta misma palabra creadora de Dios de nuestra teología, que es el creador del universo).

La amistad de los elementos entre sí da testimonio de esto, demostrando que la constitución del universo es afín y relacionada y, por así decirlo, obra de un solo arquitecto mediante la mezcla de cualidades combinadas. La tierra, por ejemplo, el elemento pesado, flota sobre el agua y no es arrastrada hacia abajo por su solidez natural, sino que permanece siempre en la superficie y no sumergida, lo que da testimonio de la palabra de Dios y de la voluntad y poder de Dios. La unión de lo húmedo con lo seco, sin producir corrupción y sin anegar por completo todo, al ser impedido por la terrible voluntad de Dios, muestra el poder de la palabra de Dios, que es una y la misma.

¿Y qué decir del fuego? Aunque su naturaleza es ardiente y destructora, se esconde en los leños y se mezcla con todos los cuerpos vivos; se combina elementalmente con la tierra, el aire y el agua, y así proporciona a todas las cosas, en proporción y medida, lo que necesitan en la medida en que puede ayudar a cada elemento hermano, y olvidando su propio poder, ¿no parece otro ejemplo de sumisión a la palabra de Dios y a su poder?

Cuando contempláis la sucesión regular del día y la noche, el crecimiento y la disminución de las horas y las estaciones, los círculos de los años y los ciclos del tiempo, las rotaciones de las estrellas, los cursos del sol y los cambios de la luna, la simpatía y la antipatía de todas las cosas, y el único cosmos formado por todo, ¿consideraréis correcto decir que la irracionalidad, el azar y las fuerzas aleatorias fueron la causa de todo, o más bien la Palabra que es verdaderamente la palabra de Dios y la sabiduría de Dios y el poder de Dios, y no cantaríais su alabanza como una y no muchas?

Además, en un hombre una sola alma y un solo poder de razón pueden ser creadores de muchas cosas, ya que una y la misma facultad por concentración puede aplicarse a la agricultura, a la construcción de barcos, al timón y a la construcción de casas. Y la mente y la facultad de razonamiento únicas de un hombre pueden familiarizarlo con muchas esferas diferentes del conocimiento, pues el mismo hombre sabrá geometría y astronomía, y dará conferencias sobre gramática y medicina, y sobresaldrá en las actividades intelectuales y en la artesanía también. Sin embargo, nadie ha supuesto nunca que haya más de una alma en un cuerpo, o ha pensado que es extraño que el hombre tenga muchas facultades debido a su interés en muchos estudios.

Si alguien encuentra un trozo informe de arcilla y, ablandándolo con las manos, le da la forma de un animal, moldeando con arte plástico la cabeza en una forma, las manos y los pies de otra, los ojos de otra, las mejillas, las orejas, la boca, la nariz, el pecho y los hombros, ¿dirías que, cuando se han formado muchas formas, miembros y partes en un solo cuerpo, hay que considerar que ha habido el mismo número de creadores, o más bien hay que alabar al artífice de toda la figura completa, que la ha elaborado con una sola facultad de razonamiento y una sola fuerza? ¿Por qué, entonces, en el caso del universo, que consiste en una unidad en muchas partes, debemos suponer muchos poderes creadores y nombrar muchos dioses, y no confesar que lo que es verdaderamente "el poder de Dios y la sabiduría de Dios" en un solo poder y bondad sostiene y da vida a todas las cosas al mismo tiempo, y les da a todas sus diversas provisiones?

Así, también la luz del sol es una, y los mismos rayos a la vez irradian el aire, iluminan los ojos, calientan el tacto, enriquecen la tierra, hacen crecer las plantas, son el fundamento del tiempo, la guía de las estrellas, la patrulla de los cielos, la alegría del cosmos, muestran el claro poder de Dios en todo el universo y cumplen todos esos efectos con un solo pulso de su ser. Y el fuego, por su naturaleza, purifica el oro y funde el plomo, disuelve la cera, endurece la arcilla, seca la madera, y con una sola fuerza ardiente realiza tantas transformaciones.

Pues bien, así también es la Palabra celestial de Dios, el Creador del sol y del cielo y de todo el cosmos, presente en todas las cosas con poder efectivo y extendiéndose a través de ellas, derrama luz sobre el sol, la luna y las estrellas con su propia fuerza eterna, y habiendo creado primero el cielo para que fuera la semejanza más adecuada a su propia grandeza, lo gobierna por siempre y llena las potencias de los ángeles y los espíritus más allá del cielo y del cosmos, y los seres que tienen mente y razón, a la vez con vida, luz, sabiduría, todas las virtudes y todo lo bueno de sus propios tesoros, con un solo y mismo arte creador.

Ese Hijo de Dios nunca cesa de otorgar su ser especial a los elementos, sus mezclas, combinaciones, formas, figuras y modas, y sus muchas cualidades, en el mundo animal y vegetal, y en las almas, y en los cuerpos racionales e irracionales, variando sus dones ahora de una manera ahora de otra, y suministrando todas las cosas a todos juntos al mismo tiempo, y dotando a toda la humanidad con una mente autoconsciente capaz de contemplar su sabiduría, permaneciendo cerca de todos y mostrando más allá de toda duda que el único cosmos es la obra de la única Palabra creadora del cosmos.

Así pues, fue el Hijo, único engendrado por su voluntad, maestro de las bellas artes y creador de todas las cosas, a quien el Dios altísimo, Dios y Padre del Creador mismo engendró antes que todo, poniendo en él y por medio de él las proporciones creadoras de las cosas que iban a ser, y vertiendo en él las semillas de la constitución y el gobierno del universo. ¿No ves con tus ojos todo el cosmos, que está rodeado por un solo cielo, y las miríadas de danzas y círculos de las estrellas a su alrededor? Un solo sol, y no muchos soles, vela los destellos de todas las cosas con exceso de luz.

Así pues, puesto que el Padre es uno, también debe ser uno el Hijo. Y si alguien critica porque no hay muchos, que ese tal vea que no critica porque él no hizo más que un soles, o lunas, o universos, o cualquier otra cosa, como un loco que intenta desviar de su curso lo que es recto y bueno en la naturaleza.

VI
Jesucristo, eterno e invisible guardián de las almas

Igual que el único sol entre las cosas visibles ilumina todo el cosmos de los sentidos, así también, entre las cosas del pensamiento, la única Palabra perfecta de Dios da luz a los poderes inmortales e incorpóreos, a las innumerables existencias de la mente y de la razón, como estrellas y fuentes de luz.

Y puesto que era necesario que la ley sobre todo en el universo, y la palabra de Dios en todo y extendiéndose a través de todo, fuera una, para que en él la semejanza con el Padre incluso en todos los aspectos pudiera conservarse, en virtud, en poder, en esencia, en el número de la mónada y la unidad, ya que la esencia de las cosas que iban a ser engendradas sería de muchas formas y de muchos tipos, sujeta por la debilidad de la naturaleza a muchos cambios y variaciones, una en un tiempo, otra en otro, y faltaría al poder supremo del Padre por la excesiva grandeza de su naturaleza inefable e infinitamente vasta para todos, y destinada para siempre a ser ella misma una cosa engendrada para ser incapaz de mezclarse con la deidad no engendrada e incomprensible, o de mirar hacia arriba y contemplar los destellos inefables que brotaban de la luz eterna, era sobre todo necesario que el Padre todo bueno y el salvador del universo, para que la naturaleza de las cosas que pronto serían, en el exilio de su comunión, no se viera privada del mayor bien, fuera del poder divino, todopoderoso y todovirtuoso de su Hijo unigénito y primogénito. Pues aunque estaba en la más cierta y más íntima asociación con el Padre, y al igual que él se regocijaba en lo que es inefable, sin embargo podía descender con toda mansedumbre y conformarse de todas las maneras posibles a aquellos que estaban muy lejos de su propia altura, y a través de su debilidad anhelaban mejora y ayuda de un ser secundario, para que pudieran contemplar los destellos del sol cayendo tranquila y suavemente sobre ellos, aunque no pueden deleitarse en el feroz poder del sol a causa de su debilidad corporal.

Supongamos, como hipótesis argumental, que el sol, todo brillante, descendiera del cielo y viviera entre los hombres. Si esto fuera así, sería imposible que algo en la tierra permaneciera indestructible, pues todo lo vivo y todo lo muerto sería destruido a la vez por el golpe impetuoso de la luz; con la suficiente rapidez cegaría los ojos de los que ven, siendo mucho más fuente de daño y destrucción que de utilidad para todos, no porque sea su naturaleza ser así, sino porque se convertiría en tal para aquellos que serían incapaces, por su propia debilidad, de soportar su resplandor incomparable. ¿Por qué, entonces, te sorprendes de saber algo parecido acerca de Dios (cuya obra es el sol, y todo el cielo y el cosmos)? 

Es imposible para cualquiera, por tanto, tener comunión en su inefable e inexplicable poder y esencia, excepto para Uno solo, a quien el Padre mismo en su presciencia del universo estableció antes de todas las cosas, para que la naturaleza de las cosas engendradas no pudiera del todo por su propia falta de energía y fuerza caer, siendo separada de la esencia no engendrada e incomprensible del Padre, sino que pudiera perdurar, crecer y ser nutrida, disfrutando de ese suministro mediado, que la Palabra unigénita de Dios no deja de proporcionar a todos, y pasando por todas partes y a través de todos provee para la salvación de todos por igual, ya sean racionales o no, ya sean mortales o inmortales, del cielo o de la tierra, poderes tanto divinos como invisibles.

En una palabra, de todas las cosas que participaron en el ser a través de su agencia, y mucho más peculiarmente aún de aquellos que poseen razón y pensamiento, por cuyas cosas él no desprecia en absoluto a la raza humana, sino que más bien la honra y cuida, por el bien del hombre, como Verbo de Dios, hizo a su imagen todo lo que es de pensamiento y razón, el fundamento de su propia creación desde el principio, y, por tanto, puso al hombre en una relación real y gobernante con todos los seres vivientes de la tierra, y lo envió libre y con el poder de elección indeterminada entre sus inclinaciones buenas y malas. Pero el hombre, usando mal su libre albedrío, se desvió del camino recto, se extravió, no preocupándose de Dios ni del Señor, ni distinguiendo entre lo santo y lo profano, con toda clase de acciones groseras y disolutas, viviendo la vida de las bestias irracionales.

Ciertamente, Dios todopoderoso, para que los hombres de la tierra no fueran como bestias brutas sin gobernantes ni guardianes, puso sobre ellos a los santos ángeles para que fueran sus guías y gobernadores como pastores y ganaderos, y puso sobre todo, y hizo cabeza de todo a su Unigénito y primogénito Verbo. Le dio como porción propia los ángeles y arcángeles, y los poderes divinos, y los espíritus inmateriales y trascendentes, sí, en verdad, de las cosas de la tierra así como las almas entre los hombres amadas por Dios, llamadas con los nombres de los hebreos, Jacob e Israel.

VII
Jesucristo, transmisor del conocimiento de Dios a los hebreos

Moisés, el primer teólogo místico, inició en esta verdad a los hebreos de la antigüedad, cuando dijo: "Pregunta a tu padre, y él te lo hará saber; a tus ancianos, y ellos te lo contarán. Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando repartió a los hijos de Adán, fijó los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios. Su pueblo Israel vino a ser la porción del Señor: Israel fue la línea de su herencia".

En estas palabras, sin duda, nombra primero al Dios altísimo, al Dios supremo del universo, y luego como Señor a su palabra, a quien llamamos Señor en segundo grado después del Dios del universo. Y su significado es que todas las naciones y los hijos de los hombres, aquí llamados hijos de Adán, fueron distribuidos entre los guardianes invisibles de las naciones (es decir, los ángeles), por decisión del Dios Altísimo y su consejo secreto desconocido para nosotros. Mientras que a Uno sin comparación con ellos, la cabeza y Rey del universo, es decir, a Cristo mismo, como Hijo unigénito, le fue entregada esa parte de la humanidad denominada Jacob e Israel (es decir, toda la división que tiene visión y piedad).

En efecto, el que se dedicaba a la lucha por la práctica de la virtud, y que ahora luchaba y contendía en el gimnasio de la santidad, se llamaba en la nomenclatura hebrea Jacob; mientras que el que ha obtenido la victoria y el premio de Dios se llama Israel, como aquel célebre antepasado de toda la raza de los hebreos, y sus verdaderos hijos y sus descendientes, y sus antepasados, todos profetas y hombres de Dios. No supongamos, os ruego, que se aluda así a la multitud de los judíos, sino sólo a aquellos del pasado lejano, que se perfeccionaron en la virtud y la piedad.

A éstos, pues, fue a quienes el Verbo de Dios, cabeza y guía de todo, llamó al culto del Padre solo, que es el Altísimo, muy por encima de todas las cosas que se ven, más allá del cielo y de toda esencia engendrada, llamándolos silenciosa y suavemente, y entregándoles el culto del Dios altísimo solo, el inengendrado y el creador del universo.

VIII
Jesucristo, no transmisor del conocimiento de Dios al resto de naciones

Los ángeles guardianes permitieron a las razas primitivas, en la medida en que no podían con su mente ver lo invisible, ni ascender tan alto por su propia debilidad, adorar las cosas que se ven en los cielos, el sol, la luna y las estrellas. ¿Y por qué? Porque éstas, en verdad, siendo las más maravillosas de las cosas del mundo fenoménico, invitaban a los ojos de los que ven hacia arriba, y lo más cerca posible del cielo, estando como en los recintos de la corte del Rey, manifestando la gloria de aquel que es la fuente de todo por la analogía de la inmensidad y belleza de las cosas visibles creadas. Porque sus cosas invisibles, como dice el divino apóstol, "desde la creación del mundo se ven claramente, siendo entendidas por las cosas que son creadas, incluso su eterno poder y divinidad". Y esto también lo dice místicamente el gran Moisés.

En efecto, al exhortar a la porción del Señor a captar con mente clara y alma pura lo que sólo se conoce con la mente y sin cuerpo, prohíbe todo terror a las cosas visibles en el cielo, añadiendo que "el Señor tu Dios los ha dividido para todas las naciones". Vale la pena entender por qué dice que estaban divididos.

Así pues, los que llevan la naturaleza terrenal y demoníaca están por todas partes vagando, volando por el aire alrededor de la tierra sin que los hombres los distingan ni los distingan, y los buenos espíritus y poderes, e incluso los mismos ángeles divinos, están siempre en desacuerdo con los peores, no había más que un camino para que prosperaran los que no alcanzaban la más alta religión del Todopoderoso, a saber: elegir lo mejor de las cosas visibles en el cielo. Porque existía un peligro no pequeño de que, buscando a Dios y ocupados con el mundo invisible, se volviesen hacia los poderes demoníacos opuestos en medio de la tensión de las cosas oscuras y oscuras. Así, todas las cosas creadas visibles más hermosas fueron entregadas a aquellos que no anhelaban nada mejor, ya que en cierta medida la visión de lo invisible brillaba en ellos, reflejada como en un espejo.

IX
Jesucristo, amo de los poderes humanos y hostiles

Mientras que los que estaban del lado del poder rebelde opositor eran demonios, o espíritus viles inmersos más o menos en la maldad, con el astuto gobernante de todos ellos, el poderoso demonio, que primero falló en su reverencia a la divinidad y cayó de su propia porción, cuando la envidia de la salvación del hombre los llevó por el camino contrario, conspirando con toda clase de planes malvados contra todas las naciones, e incluso contra la porción del Señor en su celo por el bien. Es este plan impío e impío del gran demonio, que el espíritu profético en Isaías reprende de esta manera, diciendo: "Actuaré con poder y con sabiduría de inteligencia. Quitaré los límites de las naciones y reduciré su fuerza. Haré temblar las ciudades habitadas. Tomaré en mi mano todo el mundo habitado como un nido, y los tomaré como huevos que han quedado; no habrá quien escape de mí ni que me diga que no".

Estas son las palabras del antagonista de Dios, que se jacta de la fuerza de su maldad, mientras amenaza con robar y aniquilar las divisiones de las naciones entregadas por el Altísimo a los ángeles, y grita a viva voz que destruirá la tierra, sacudirá a toda la raza humana y los cambiará de su buen orden anterior. Pero escuchen la misma profecía que habla de él nuevamente, cómo pensaba acerca de sí mismo y cómo se jactaba: "Cómo ha caído del cielo Lucifer, que se levantó de mañana; ha sido aplastado contra la tierra, el que envió a todas las naciones. Porque tú decías: 'Subiré al cielo, sobre las estrellas del cielo pondré mi trono. Subiré sobre las nubes, seré semejante al Altísimo', mas ahora descenderás al hades y a los cimientos de la tierra".

En verdad, la Escritura muestra muchas cosas a la vez en esto: la locura de dicho espíritu, su caída de lo mejor a lo peor y el fin de su caída. Después de proferir terribles amenazas contra toda la humanidad, descubrió que los hombres podían ser atrapados de otra manera por sus armas, ya que poseían en su poder de libre elección la posibilidad siempre lista de caer en el mal por sus propios pensamientos.

Entonces cambió las condiciones de los estados de lo mejor a lo peor, y atrajo a las almas de la multitud con el cebo del placer hacia toda forma de maldad, y no dejó ninguna clase de artimaña sin probar, y con bajos mitos de los dioses e historias impuras tentó a sus víctimas con lo que amaban y con lo que les daba placer, valiéndose del engaño astuto de los demonios. Y de esta manera tomó todo el mundo y lo mantuvo cautivo, y borró los límites de las naciones, como había amenazado con hacer cuando dijo: "Quitaré los límites de las naciones y disminuiré su fuerza, y tomaré todo el mundo en mis manos como un nido".

Desde aquel día, Dios gobernó a todos los hombres con engaños, y los demonios malignos se pusieron bajo su mando en todos los lugares, ciudades y países. De esta manera, toda la vida humana quedó esclavizada por poderes terrenales y espíritus malignos en lugar de los primeros ministros de Dios, y todos se entregaron en masa y rápidamente a las trampas del placer, de modo que pronto traspasaron los límites de la naturaleza, cometiendo delitos antinaturales de una u otra clase, y no sólo hicieron cosas en las que es incorrecto siquiera pensar, sino que las relacionaron con sus concepciones de sus propios dioses y ejercieron su lujuria con mayor libertad como algo que se suponía que agradaba a los dioses. Por eso, según el santo apóstol, pronto dejaron de prestar atención a las obras de Dios que aún brillaban en el cielo, pues "se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios. Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles" (Rm 1,21).

En los primeros tiempos los habitantes de la tierra adoraban sólo las luces del cielo, y no conocían imágenes ni se preocupaban por el error de los demonios. Esto se puede encontrar una prueba satisfactoria en el testimonio de aquellos que son ajenos a mi argumento, del que me basé en el libro I de la Preparación al Evangelio que escribí antes del presente tratado. Ellos prueban claramente que los primeros hombres no servían a ídolos hechos a mano de materia inerte, ni siquiera a demonios invisibles, sino sólo a aquellos seres que, según se dice en las Sagradas Escrituras, se distribuyeron entre las naciones.

Es hora, por tanto, de que los mismos griegos, cuyas declaraciones he ordenado en la obra mencionada, concuerden en que la superstición relacionada con los ídolos era algo más reciente y novedoso, que se introdujo posteriormente en el culto de los antiguos, así como en la devoción a los espíritus invisibles. Todo esto fue obra del mencionado antagonista de Dios, que conspiró contra todos los habitantes de la tierra. Y toda la tribu de los espíritus inmundos cooperó con él. Sí, él, seguramente, el príncipe del mal mismo, obró este resultado, cumpliendo en verdad, en la locura de un extraño orgullo, las amenazas que había pronunciado contra todos los hombres, levantando el grito impío: "Seré como el Altísimo", y con la ayuda de demonios impuros y malvados ofreciendo oráculos y curas y cosas por el estilo en respuesta a la hechicería humana.

X
Jesucristo, hecho hombre por necesidad

Los que antes eran sus ángeles guardianes no pudieron defender de ninguna manera a las naciones sometidas que ahora estaban envueltas en semejante inundación de maldad. Cuidaron del resto del mundo creado. Vigilaron las otras partes del cosmos, y sirvieron según su voluntad a la voluntad de Dios, el creador de todo. Pero no se dieron cuenta de la caída de los hombres mortales a través de la indeterminada elección humana del mal. Por lo tanto, una enfermedad grande y difícil de curar se apoderó de todos los que estaban sobre la faz de la tierra, y las naciones fueron empujadas ora por un camino ora por otro por los espíritus malignos, y cayeron en un abismo sin fondo de maldad. Sí, ahora algunos pensaron que era bueno darse un festín con los cuerpos de sus seres más queridos, como bestias salvajes que devoran la carne cruda de los hombres, y yacer desvergonzadamente con madres, hermanas e hijas, para estrangular a sus ancianos y arrojar sus cuerpos a los perros y pájaros.

Mas ¿por qué recuerdo ahora los crueles y terribles sacrificios humanos de los dioses (es decir, de los demonios malignos) en los que enloquecieron a la raza humana? Ya he tratado de ellos suficientemente en los prolegómenos del presente tratado. Pero fue cuando males de tal magnitud habían caído sobre el mundo entero por parte de los espíritus malvados y viles y de su rey, y ninguno de los ángeles guardianes era capaz de defenderlos de los males, que él, el Verbo Dios, el Salvador del universo, por la buena voluntad del amor de su Padre hacia el hombre, para que la raza humana tan querida para él no se viera hundida en el abismo del pecado, envió por fin algunos pocos y acuosos rayos de su propia luz para brillar a través del profeta Moisés y de los hombres piadosos que lo precedieron y lo sucedieron, proporcionando un remedio para el mal en el hombre por la ley santa.

Es exactamente esto lo que la Palabra dice a la raza de los hebreos cuando da la ley por medio de Moisés: "No haréis como los designios de Egipto, en el cual habitasteis, ni como los designios de la tierra de Canaán, a la cual yo os introduzco; no andaréis en sus ordenanzas; observad mis decretos y observad mis preceptos. Yo soy el Señor vuestro Dios" (Lv 18,2). Luego, habiendo prohibido todo matrimonio ilícito, y toda práctica indecorosa, y la unión de mujeres con mujeres y de hombres con hombres, añade: "No os contaminéis con ninguna de estas cosas; porque en todas estas cosas se contaminaron las naciones que yo expulsaré de delante de vosotros. Y la tierra fue contaminada, y yo he pagado sobre ella su iniquidad, y la tierra está afligida con sus moradores". Y nuevamente dice: "Cuando hayas entrado en la tierra que el Señor tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No se hallará en ti quien haga pasar por el fuego a su hijo o a su hija, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni adivino, ni agorero, ni interrogador de muertos. Porque es abominación al Señor tu Dios cualquiera que hace estas cosas; porque a causa de estas abominaciones el Señor las destruirá de delante de tu rostro. Perfecto serás delante del Señor tu Dios".

Estas y otras muchas enseñanzas y mandamientos sagrados les fueron dados antiguamente por medio de Moisés, como enseñanzas elementales al comienzo de la vida de santidad, mediante símbolos y cultos de carácter externo y sombrío, como la circuncisión corporal y otras cosas de ese tipo, que se cumplieron en la tierra. Pero como con el tiempo ninguno de los profetas que sucedieron a Moisés tuvo el poder de curar los males de la vida debidos al exceso de maldad, y la actividad de los demonios se hizo cada día mayor, de modo que incluso la raza hebrea se vio apresurada a destruir a los impíos, finalmente el Salvador y médico del universo desciende él mismo a los hombres, trayendo refuerzos a sus ángeles para la salvación de los hombres, ya que el Padre le había prometido que le concedería este don, como por eso enseña en los salmos, cuando dice: "Me ha dicho el Señor: Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra".

Así, ya no sólo a Israel, justo y perspicaz, ni sólo a su propia porción, sino a todas las naciones de la tierra, que antes estaban asignadas a muchos ángeles y estaban envueltas en toda clase de maldad, sino que vino anunciando a todos el conocimiento y amor de su Padre, y prometiendo la remisión y el perdón de su antigua ignorancia y pecados, lo cual también anunció claramente cuando dijo: "No tienen necesidad de médico los fuertes, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento". Vino, además, como supervisor de sus propios ángeles, que fueron los primeros en estar al frente de las naciones. Y ellos de inmediato reconocieron muy claramente a su ayudador y Señor, y vinieron con alegría y le servían, como enseña la Sagrada Escritura, diciendo: "Vinieron ángeles y le servían". También, cuando una multitud de la milicia celestial alababa a Dios, decía: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y buena voluntad entre los hombres".

A éstos, pues, "los recibió como a sus propios ángeles" (pues necesitaban de su ayuda), pero no hizo así con los que en otro tiempo habían rondado en busca de los hombres, ni con los demonios malignos que visible e invisiblemente tiranizaban a los de la tierra, y a las tribus de espíritus salvajes y despiadados, ni a su jefe en todo mal, aquel astuto y funesto, a quien puso en fuga y sometió con poder poderoso y divino, como dijeron algunos de los que lo reconocieron: "¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?".

A éstos últimos (los demonios y sus seguidores), con sus obras y palabras, los afligió poderosamente, mientras sanaba y curaba a toda la raza humana con las suaves y bondadosas medicinas de sus palabras y con el tónico de su enseñanza.

A éstos últimos (los benditos del Padre) los libró de toda clase de enfermedades y sufrimientos del cuerpo y del alma; liberó a todos los que acudían a él de la superstición secular, de los temores del error politeísta y de una vida baja y disoluta. Convirtió y cambió a quienes lo escuchaban de la lujuria a la pureza, de la impiedad a la piedad, de la injusticia a la justicia, sí, verdaderamente del poder de los demonios malignos a la aceptación divina de la verdadera santidad.

Además de todo esto, abrió las puertas de la vida celestial y de su santa doctrina a todas las naciones del mundo, y se dignó no sólo extender su mano salvadora a los enfermos y afligidos, sino también salvar a los medio muertos de las mismas puertas de la muerte y liberar de las ataduras de la muerte a los que llevaban mucho tiempo muertos y enterrados. Y por eso era especialmente necesario que estuviera activo, incluso en lo que respecta a los lugares de descanso de los muertos, para ser Señor no sólo de los vivos, sino también de los muertos.

Mientras él está con el Padre y dirige la providencia del universo con poder divino, la palabra divina, la sabiduría y el poder supervisan y protegen el cielo mismo y la tierra, y las cosas por naturaleza incluidas en ellos, así como las esencias divinas e incorpóreas más allá del cielo. Él es su gobernante, cabeza y rey, y ya es alabado como Dios y Señor en los oráculos sagrados, y da luz a las naturalezas incorpóreas y puramente racionales. Y se le llama sol de justicia y luz verdadera, que cumple y coopera con los mandatos de su Padre, por lo que también se le llama ministro del Padre y Creador, pero como sólo él, en su rango ordenado, sabe cómo servir a Dios, y se encuentra a medio camino entre el Dios ingénito y las cosas engendradas después de él, y ha recibido el cuidado del universo, y es sacerdote del Padre en nombre de todos los que son obedientes, y sólo él se muestra favorable y misericordioso con todos, se le llama también sumo sacerdote eterno, y también el Ungido del Padre, porque así entre los hebreos se les llamaba Cristos, que hace mucho tiempo presentaban simbólicamente una copia del primero (Cristo). Y cuando como capitán de los ángeles los dirige, se le llama "ángel del gran consejo" y "capitán del ejército del Señor".

Mas ahora, descendiendo a nuestro mundo, recibiendo nuestra naturaleza racional, por su propia semejanza con ella por la benevolencia del Padre, como es propio de gobernar a los infantes y, por así decirlo, a los rebaños, se le llama pastor de las ovejas, mientras que, como promete cuidar de las almas enfermas, con razón se le llama salvador y médico. Y éste es, por supuesto, el significado del nombre Jesús en hebreo.

Como necesitaba un organismo humano para poder mostrarse a los hombres y dar la verdadera enseñanza del conocimiento del Padre y de la santidad, ni siquiera rechazó el camino de la encarnación, sino que, asumiendo nuestra naturaleza, en un momento vino entre los hombres, mostrando a todos el gran milagro de Dios en el hombre. De modo que no tomó el mando imperceptiblemente y oscuramente como un ser sin carne ni cuerpo, sino visto por los mismos ojos de la carne, y permitiendo que los ojos de los hombres vieran milagros incluso más allá del poder del hombre, y además dando su enseñanza por la lengua y el sonido articulado a los oídos corporales, se manifestó a sí mismo (y verdaderamente fue una cosa divina y milagrosa, como nunca antes ni después se ha registrado que haya sucedido) el Salvador y también el Benefactor de todos.

Así pues, Dios el Verbo fue llamado el Hijo del hombre, y fue llamado Jesús, porque se acercó a nosotros para curar y sanar las almas de los hombres. Y por eso en hebreo el nombre Jesús se interpreta Salvador. Y llevó la vida que llevamos nosotros, sin abandonar en modo alguno el ser que tenía antes, y conservando siempre en la humanidad la divinidad.

Inmediatamente, por tanto, en el primer momento de Su descenso entre los hombres, él mezcla con Dios la gloria divina de nuestro nacimiento humano, pues si bien él nace como nosotros, y revestido como los hombres con la mortalidad, sin embargo, como Aquel que no es hombre, sino Dios, él nace en el mundo fenomenal de una doncella inmaculada y sin mancha, y no de la unión sexual y corrupción.

XI
Jesucristo, compañero de vida de los hombres

Jesús vivió toda su vida de la misma manera, ahora revelando su naturaleza como la nuestra, y ahora la de Dios el Verbo, haciendo grandes obras y milagros como Dios, y anunciando de antemano predicciones del futuro, y mostrando claramente por sus hechos a Dios el Verbo que no era visto por la multitud, e hizo el fin de su vida, cuando se apartó de los hombres, en sintonía con y similar a su comienzo.

XII
Jesucristo, dador de vida a los vivos y muertos

Ahora bien, las leyes del amor llevaron a Jesucristo hasta la muerte y hasta los mismos muertos, para que pudiera convocar a las almas de aquellos que habían muerto hace mucho tiempo. Y así, porque se preocupó por la salvación de todos desde los siglos pasados y para "reducir a la nada al que tiene el poder de la muerte", como enseña la Escritura, aquí nuevamente experimentó la dispensación en sus naturalezas mezcladas: como hombre, dejó su cuerpo para la sepultura habitual, mientras que como Dios se apartó de él. Pues gritó con fuerte grito y dijo al Padre: "Encomiendo mi espíritu", y se apartó del cuerpo libre, de ninguna manera esperando a la muerte, que se demoraba por así decirlo con miedo de venir a él; antes bien, lo persiguió por detrás y lo empujó, pisoteado bajo sus pies y huyendo, y rompió las puertas eternas de sus reinos oscuros, y abrió un camino de regreso a la vida para los muertos allí atados con los lazos de la muerte.

Tras su muerte, su propio cuerpo fue resucitado, y muchos cuerpos de los santos dormidos se levantaron, y vinieron junto con él a la santa y real ciudad del cielo, como bien dicen las santas palabras: "La muerte ha prevalecido y se ha tragado a los hombres"; y también: "El Señor Dios ha enjugado toda lágrima de todos los rostros".

El Salvador del universo, nuestro Señor, el Cristo de Dios, llamado vencedor, es representado en las predicciones proféticas como injuriando a la muerte, y liberando a las almas que están atadas a ella, por quienes eleva el himno de la victoria, y dice estas palabras: "De la mano del hades los libraré, y de la muerte rescataré sus almas. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley".

Tal fue la dispensación que lo llevó hasta la muerte, de la cual quien quiera buscar la causa, no puede encontrar una sola razón, sino muchas. Porque, en primer lugar, la palabra enseña por su muerte que él es Señor tanto de los muertos como de los vivos. En segundo lugar, que él lavará nuestros pecados, siendo inmolado y haciéndose maldición por nosotros. En tercer lugar, para que una víctima de Dios y un gran sacrificio por todo el mundo pudiera ser ofrecido a Dios todopoderoso. En cuarto lugar, para que así pudiera obrar la destrucción de los poderes engañosos de los demonios con palabras inefables. Y en quinto lugar, también para mostrar la esperanza de vida con Dios después de la muerte a sus amigos y discípulos no sólo con palabras sino también con hechos, y proporcionarles una prueba visual de su mensaje, podría hacerlos valientes y más ansiosos de predicar tanto a los griegos como a los bárbaros el santo gobierno que él había establecido.

Así, de inmediato, él llenó con su propio poder divino a aquellos mismos amigos y seguidores, a quienes él había seleccionado para sí mismo debido a que superaban a todos, y había escogido como sus apóstoles y discípulos, para que pudieran enseñar a todas las razas de hombres su mensaje del conocimiento de Dios, y establecer un camino de religión para todos los griegos y bárbaros; un camino que anunciaba la derrota y la derrota de los demonios, y el control del error politeísta, y el verdadero conocimiento del único Dios todopoderoso, y que prometía el perdón de los pecados antes cometidos, si los hombres ya no continuaban en ellos, y una esperanza de salvación para todos por la política totalmente sabia y totalmente buena que él había instituido.

XIII
Jesucristo asumió la naturaleza humana, sin perder la naturaleza divina

Siendo así, no hay necesidad de que nos turbemos en el ánimo al oír hablar del nacimiento, del cuerpo humano, de los sufrimientos y de la muerte del Verbo inmaterial e incorpóreo de Dios. Pues, así como los rayos de la luz del sol no sufren, aunque llenan todas las cosas y tocan cuerpos muertos e impuros, mucho menos podría el Poder incorpóreo de Dios sufrir en su esencia, o ser dañado, o llegar a ser peor que él mismo, cuando toca un cuerpo sin estar realmente encarnado. ¿Qué hay de esto? ¿No fue siempre y en todas partes, a través de la materia de los elementos y de los cuerpos mismos, como palabra creadora de Dios, y no imprimió en ellos las palabras de su propia sabiduría, imprimiendo vida en lo inerte, forma en lo que es informe e incorpóreo por naturaleza, estampando su propia belleza e ideas incorpóreas en las cualidades de la materia, moviendo las cosas por su propia naturaleza inertes e inmóviles, tierra, aire, fuego, en un movimiento sabio y armonioso, ordenando todas las cosas para que no estuvieran desordenadas, aumentándolas y perfeccionándolas, impregnándolas todas con el poder divino de la razón, extendiéndose por todos los lugares y tocándolos a todos, pero sin recibir daño de nada ni contaminarse en su propia naturaleza?

Esto mismo es cierto en su relación con los hombres, así como con la naturaleza. En el pasado, el Hijo de Dios se apareció a unos pocos, fácilmente enumerables, sólo a los profetas que se mencionan y a los hombres justos; ahora a uno, ahora a otro, pero finalmente a todos nosotros, a los malvados e impíos, a los griegos así como a los hebreos, se ha ofrecido como benefactor y salvador a través de la bondad y amor incomparables del Padre, que es todo bondad, anunciándolo claramente así: "Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento". Sí, el Salvador de todos clamó a todos, diciendo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os daré descanso". Llamó y curó sin resentimiento a través del organismo humano que había asumido, como un músico que muestra su habilidad por medio de una lira, y se exhibió como un ejemplo de una vida completamente sabia, virtuosa y buena, a las almas enfermas en cuerpos humanos, tal como los médicos más hábiles curan a los hombres con remedios afines y parecidos a ellos. Porque, ahora, les enseñó verdades no compartidas por otros, sino establecidas como leyes por él o por el Padre en períodos de tiempo muy distantes para los hombres hebreos de Dios antiguos y premosaicos. Y ahora cuidó tan bondadosamente de sus cuerpos como de sus almas, permitiéndoles ver con ojos de vista física las cosas hechas por él en la carne, y dando su enseñanza a sus oídos físicos nuevamente con una lengua de carne. Cumplió todas las cosas por la humanidad que había tomado, para aquellos que solo de esa manera fueron capaces de apreciar su divinidad.

En todo esto, entonces, para el beneficio y provecho de todos nosotros, la Palabra amorosa de Dios ministró los consejos de su Padre, permaneciendo él mismo inmaterial e incorpóreo, como lo fue antes con el Padre, sin cambiar su esencia, sin disolverse de su propia naturaleza, sin estar atado con los lazos de la carne, sin caer de la divinidad, y sin perder el poder característico de la Palabra, ni impedido de estar en las otras partes del universo, mientras pasó su vida donde estaba su vaso terrenal. Porque es el hecho de que durante el tiempo en que vivió como hombre, continuó llenando todas las cosas, y estaba con el Padre, y estaba en él también, y tenía cuidado de todas las cosas colectivamente incluso entonces, de las cosas en el cielo y en la tierra, no siendo como nosotros excluidos de la ubicuidad, ni impedidos de la acción divina por su naturaleza humana. Pero compartió sus propios dones con el hombre, y no recibió nada de la mortalidad a cambio.

El Hijo de Dios proporcionó algo de su poder divino a los mortales, sin tomar nada a cambio de su asociación con los mortales. Por lo tanto, no se contaminó por haber nacido de un cuerpo humano, estando separado del cuerpo, ni sufrió en su esencia por lo mortal, estando intacto por el sufrimiento. Así como cuando se toca una lira o se rompen sus cuerdas, si así sucede, es improbable que quien la toca sufra, así tampoco podríamos decir con verdad que, cuando un sabio es castigado en su cuerpo, la sabiduría en él, o el alma en su cuerpo, sean golpeados o quemados.

Por tanto, es irracional decir que la naturaleza o el poder del Hijo de Dios recibió daño alguno de los sufrimientos del cuerpo. Porque se concedió en nuestra ilustración de la luz que los rayos del sol enviados a la tierra desde el cielo no se contaminan al tocar todo el barro, la suciedad y la basura. Ni siquiera se nos impide decir que estas cosas son iluminadas por los rayos de luz. Mientras que es imposible decir que el sol se contamina o se vuelve fangoso al contacto con estos materiales. Y no podría decirse que estas cosas sean extrañas entre sí.

En resumen, la Palabra inmaterial e incorpórea de Dios, teniendo su vida y razón y todo lo que hemos dicho en sí mismo, si toca algo con poder divino e incorpóreo, la cosa tocada necesariamente debe vivir y existir con la luz de la razón. Por lo tanto, también, cualquier cuerpo que toque, ese cuerpo se vuelve santo e iluminado a la vez, y toda enfermedad y debilidad y todas las cosas similares desaparecen. su vacío se cambia por la plenitud de la Palabra. Y por eso un cuerpo muerto, aunque sólo una pequeña parte de él entró en contacto con el poder de la Palabra, fue resucitado a la vida, y la muerte huyó de la vida, y la oscuridad fue disuelta por la luz, lo corruptible se vistió de incorrupción, y lo mortal de inmortalidad.

XIV
Jesucristo vino a traer la esperanza en los bienes eternos

Ahora bien, en realidad fue el caso de que toda la humanidad fue absorbida por la divinidad, y además el Verbo de Dios era Dios como antes había sido hombre, y deificó a la humanidad consigo mismo, siendo las primicias de nuestra esperanza , puesto que consideró que la humanidad actual era digna de la vida eterna con él y de la comunión en la bendita deidad, y nos proporcionó a todos por igual esta poderosa prueba de una inmortalidad y un reino con él.

XV
Jesucristo, sumo sacerdote de Dios y de los hombres

Éste fue, pues, el objeto de su venida a los hombres: traer de vuelta a los que antiguamente se habían alejado del conocimiento del Padre y a su propio camino, y coronar con el gozo de su propia vida a los que se consideraban dignos de ser hechos a su propia imagen como pariente y amigo, y mostrar que la humanidad era amada por el Padre y pertenecía a él, puesto que por su causa el Verbo de Dios mismo consintió en hacerse hombre. Y ahora, para hablar brevemente, la doctrina relacionada con nuestro Señor y Salvador Jesucristo, en su maravillosa dispensación, será apoyada por las profecías hebreas, como pronto lo demostrará su evidencia; las nuevas Escrituras probarán las antiguas, y los evangelios pondrán su sello sobre la evidencia profética.

Pero si esto es así, ahora es tiempo de discutir su nombre, por qué se le llama Jesús y Cristo, y se le saluda de antemano por su nombre en tantas profecías. Primero, investiguemos el significado del nombre Cristo, antes de comenzar una colección detallada de los pasajes proféticos relacionados con la presente cuestión. Creo que es conveniente considerar primero el nombre Cristo y distinguir el concepto que transmite, de modo que podamos estar bien familiarizados con todas las preguntas generalmente asociadas con el tema.

Otro escritor, como recordaréis, cuyas ideas proceden de los tiempos modernos y de nuestros días, ha dicho que Moisés fue el primero de todos los legisladores en ordenar que los que debían ejercer como sacerdotes de Dios debían ser ungidos con mirra preparada, pues creía que sus cuerpos debían oler dulcemente y tener un olor agradable; pues así como todo lo que huele mal es querido por los poderes viles e impuros, así por el contrario, lo que huele bien es querido por los poderes que aman el bien. Por eso también dictó la ley de que los sacerdotes utilizaran todos los días en el templo incienso preparado, para que abundaran los olores dulces. De modo que, mientras el aire se mezclaba con él y dispersaba los malos olores, una especie de efluvio divino pudiera mezclarse con los que oraban. Y que por la misma razón se hacía por arte de perfumistas el aceite de la unción flagrante para que lo usaran todos los que iban a ocupar el puesto principal en el estado en las ocasiones públicas, y que Moisés fue el primero en dar el nombre de Cristo a los ungidos de este modo. Y que este crisma no sólo se confería a los sumos sacerdotes, sino después a los profetas y reyes, a quienes sólo se les permitía ser ungidos con el ungüento sagrado.

Este relato parece, sin duda, muy obvio, pero está muy alejado de la intención real del divino y sublime profeta. Porque podemos estar seguros de que ese hombre maravilloso, y verdaderamente gran hierofante, sabiendo que todo lo terrenal y material se distingue por sus cualidades solamente, en ningún sentido honró una forma por encima de otra, porque sabía que todas las cosas son el producto de una materia, nunca estable, sin firmeza en su naturaleza, que está siempre en flujo y se apresura a su propia destrucción. Por lo tanto, no eligió los cuerpos por su dulzura, ni prefirió el placer de los sentidos por sí mismo. Porque esto sería la condición de un alma caída al suelo y bajo el poder del placer corporal. Sabemos que hay muchos hombres afeminados en el cuerpo, y en otros aspectos viciosos y lujuriosos, que hacen uso de ungüentos superfluos y de una variedad de cosas, pero llevan el alma llena de todo hedor horrible y ofensivo, mientras que, por otro lado, los hombres de Dios, exhalando virtud, emiten una fragancia que proviene de la pureza, la justicia y toda santidad mucho mejor que los olores de la tierra, y no tienen en cuenta el olor de los cuerpos materiales.

El profeta, que comprendía bien esto, no tenía ninguna de esas ideas que se han sugerido sobre los ungüentos o el incienso, sino que presentó las imágenes de las cosas mayores y divinas, en la medida de lo posible, de una manera externa a aquellos que podían aprender lo divino sólo de esa manera y de ninguna otra. Y eso es exactamente lo que se dice que expresó el oráculo divino cuando dijo: "Mira, haz todas las cosas según el tipo mostrado en el monte". Por lo tanto, al completar los símbolos de las otras cosas, que es habitual llamar tipos, designó la unción con el ungüento. La descripción de esto, expresada de manera sublime y misteriosa, tal como está, hasta donde puedo explicarla, tenía este significado: que el único bien y el único verdaderamente dulce y noble, la causa de toda vida y el don otorgado a todos en su ser y su bienestar, que este ser único era considerado por la razón hebrea como la primera causa de todo, y él mismo el Dios supremo, que todo lo gobierna y todo lo crea.

Así pues, el poder de este ser, el Todopoderoso, la fuente de toda belleza en la más alta e inengendrada deidad, el Espíritu divino, mediante el uso de una analogía apropiada y natural selecciona el óleo de Dios, y por eso llama a quien participa de él Cristo y Ungido. No pienses en el aceite como una compasión en este sentido, ni como una compasión por los desdichados, sino como aquello que el fruto del árbol proporciona, algo puro de cualquier materia húmeda, que nutre la luz, cura a los trabajadores, dispersa el cansancio, lo que hace que quienes lo usan tengan un rostro alegre, irradiando rayos como la luz, haciendo brillante y resplandeciente el rostro de quien lo usa, como dice la Sagrada Escritura: "Para que me alegre el rostro con aceite".

Por eso la palabra profética, por esta analogía, refiriéndose al poder supremo de Dios, Rey de reyes y Señor de señores, lo llama Cristo y el Ungido, quien es el primero y único en ser ungido con este óleo en su plenitud, y es el partícipe de la fragancia divina del Padre, que no se puede comunicar a ningún otro, y es Dios, el Verbo único engendrado por él, y es declarado Dios de Dios por su comunión con el Ingénito que lo engendró, tanto el primero como el mayor. Por eso, en los Salmos, el oráculo dice así a este mismo ser ungido del Padre: "Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la iniquidad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros" (Sal 44,7).

Pero la naturaleza del aceite de oliva es una, mientras que la naturaleza del ungüento muestra una unión de muchas en una. Así, el poder original e ingenuo de Dios todopoderoso, en la medida en que se lo concibe como simple, no compuesto y sin mezcla con ninguna otra esencia, se compara metafóricamente con la esencia simple del aceite de oliva. Pero en la medida en que incluye muchas ideas en un mismo concepto (es decir, la creativa o real, las concepciones de providencia, juicio y otras innumerables), tal poder, que incluye muchas buenas cualidades, se asemeja más adecuadamente al ungüento, que las Sagradas Escrituras nos enseñan que el verdadero y único sumo sacerdote de Dios usa. Y a Moisés mismo, habiendo sido considerado primero digno de ver las divinas realidades en secreto, y los misterios concernientes al primer y único ungido sumo sacerdote de Dios, que fueron celebrados ante él en sus teofanías, se le ordena establecer figuras y símbolos en la tierra de lo que había visto con su mente en visiones, para que aquellos que fueran dignos pudieran tener los símbolos para ocuparlos, previamente a la visión completa de la verdad.

Cuando después escogió de entre todos los hombres de la tierra a un hombre apto para ejercer de sacerdote de Dios mismo, lo llamó desde el principio Cristo, transfiriendo el nombre de su significado espiritual, y manifestó que era mayor que el resto de la humanidad por la unción fragante, proclamando clara y enfáticamente que toda la naturaleza del engendrado, mucho más la naturaleza humana, carece del poder del Ingénito y anhela la fragancia de lo mejor. Pero a nadie se le permite alcanzar al Altísimo y al primero; este premio se concede únicamente al Unigénito y al Primogénito. Para los que le siguen sólo hay un modo de alcanzar el bien, a través de la mediación de un segundo principio. Así, el símbolo de Moisés era el Espíritu Santo. De este Espíritu pensaba Moisés que los profetas, y los reyes antes que todos los demás, debían aspirar a participar, ya que estaban consagrados a Dios no sólo para ellos mismos, sino para todo el pueblo.

Pero ahora investiguemos con algo más de exactitud acerca de los símbolos de Moisés como símbolos de las realidades más divinas, y acerca de la posibilidad de que aquellos que fueron dotados con el Espíritu Santo sin la unción de la tierra sean llamados Cristos.

David, en el salmo, al referirse a las historias de Abraham, Isaac y Jacob, los mismos hombres que fueron sus piadosos antepasados, que vivieron antes de los días de Moisés, los llama Cristos, por el derramamiento del Espíritu Santo, en el que participaron, y sólo por eso. Y cuando cuenta cómo fueron recibidos hospitalariamente por extranjeros, y cómo encontraron a Dios como su Salvador cuando se tramaron conspiraciones contra ellos, siguiendo el relato de Moisés, los llama también profetas y Cristos, aunque Moisés todavía no había aparecido entre los hombres, ni se había establecido su ley sobre el ungüento preparado. Escuchemos lo que dice el Salmo:

"Acordaos de las maravillas que ha hecho, de sus prodigios y de los juicios de su boca. Vosotros, descendientes de Abraham, sus siervos, hijos de Jacob, sus escogidos, el Señor es vuestro Dios, sus maravillas en todo el mundo. Se acordó para siempre de su pacto, de la ley que dio a mil generaciones, la cual prescribió a Abraham, y del juramento que hizo a Isaac, y la estableció a Jacob por ley, y a Israel por pacto eterno, diciendo: A vosotros os daré la tierra de Canaán, la porción de vuestra herencia. Y fueron de nación en nación, de reino en pueblo. No permitió que nadie les hiciera mal, y por amor de ellos reprendió a los reyes, diciendo: No toquéis a mis Cristos, ni hagáis mal a mis profetas".

Así escribió David. Y Moisés nos informa a qué reyes reprendió, diciendo: "Dios hirió al faraón con grandes plagas por causa de Sara, mujer de Abraham". Y nuevamente escribe sobre el rey de Gerar: "Dios vino a Abimelec en sueños de noche, y le dijo: Morirás a causa de la mujer que has tomado, la cual es la mujer de Abraham", de quien dice más adelante: "Ahora pues, devuelve la mujer a su marido, porque él es profeta y orará por ti".

En estos ejemplos se ve cómo David, o más bien el Espíritu Santo que habló por medio de él, llamó Cristos a los hombres piadosos de la antigüedad y a los profetas, aunque no fueron ungidos con el ungüento terrenal. ¿Cómo podrían haberlo sido, ya que fue en años posteriores cuando Moisés ordenó la unción del sumo sacerdote?

Ahora escuchemos a Isaías profetizando con las palabras más claras acerca de Cristo, como aquel que sería enviado por Dios a los hombres como su redentor y salvador, y que vendría a predicar el perdón a los que están en esclavitud de espíritu y la recuperación de la vista a los ciegos. Porque aquí nuevamente el profeta enseña que el Cristo ha sido ungido no con un ungüento preparado, sino con la unción espiritual y divina de la divinidad de su Padre, conferida no por el hombre sino por el Padre. Entonces dice en la persona de Cristo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido. Me ha enviado a predicar buenas nuevas a los pobres, a publicar libertad a los cautivos, a sanar a los quebrantados de corazón y a los ciegos dar vista".

Consideremos, pues, cómo Isaías, al igual que David, profetiza que Aquel que había de venir a la humanidad para predicar la libertad a los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos no sería ungido con un ungüento preparado, sino con una unción del poder de su Padre ingenuo y perfecto. Y según la manera de la profecía, el profeta habla del futuro como si fuera pasado y como si predijera acerca de sí mismo.

Hasta ahora, pues, hemos aprendido que aquellos que son llamados Cristos en el sentido más elevado del término, son ungidos por Dios, no por los hombres, y con el Espíritu Santo, no con un ungüento preparado.

Ahora es tiempo de ver cómo la enseñanza de los hebreos muestra que el verdadero Cristo de Dios posee una naturaleza divina superior a la humana. Escuchemos, pues, a David, donde dice que conoce a un sacerdote eterno de Dios, y lo llama su propio Señor, y confiesa que comparte el trono de Dios altísimo en el salmo, en el que dice lo siguiente:

"Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. El Señor enviará sobre ti desde Sión la vara de su poder, y gobernarás en medio de tus enemigos. Contigo está el dominio en el día de tu poder, con el resplandor de tus santos. Yo te engendré desde mi vientre, antes del lucero de la mañana. Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec" (Sal 104,1).

Nótese que David, en este pasaje, siendo rey de toda la raza hebrea, y además de su reino adornado con el Espíritu Santo, reconoció que el ser de quien habla, que se le reveló en el espíritu, era tan grande y sobremanera glorioso, que lo llamó su propio Señor. Porque dijo: "El Señor dijo a mi Señor". Sí, porque lo conoce como sumo sacerdote eterno, y sacerdote del Dios altísimo, y entronizado junto a Dios todopoderoso y Su descendencia. Ahora bien, era imposible que los sacerdotes judíos fueran consagrados al servicio de Dios sin la unción, por lo que era habitual llamarlos Cristos. Cristo, entonces, mencionado en el salmo también será sacerdote. Porque ¿cómo podría haber sido testificado como sacerdote si no hubiera sido ungido previamente? Y también se dice que es hecho sacerdote para siempre. Ahora bien, esto trascendería la naturaleza humana, porque no está en el hombre permanecer para siempre, ya que nuestra raza es mortal y frágil.

Por tanto, el sacerdote de Dios, del que se habla en este pasaje, que por la confirmación de un juramento recibió de Dios un sacerdocio perpetuo e ilimitado, era mayor que el hombre ("tú eres sacerdote, según el orden de Melquisedec"). En efecto, Moisés refiere que este Melquisedec era sacerdote del Dios Altísimo, no ungido con ungüento preparado, ya que era sacerdote del Dios altísimo mucho antes de la institución de la ley, y muy superior al célebre Abraham en virtud, pues dice: "Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios altísimo, bendijo a Abraham". Y sin ninguna contradicción, dice el apóstol, "el menor es bendecido por el mayor".

Así pues, Melquisedec, quienquiera que fuese, es presentado como uno que actúa como sacerdote del Dios altísimo, sin haber sido ungido con ungüento preparado, aquel de quien David profetiza como del orden de Melquisedec. También se habla de él como un gran Ser que supera a todos en la naturaleza, como sacerdote del Dios supremo, y que comparte el trono de Su poder inengénito, y como el Señor del profeta; y él no es simplemente sacerdote, sino "sacerdote eterno del Padre". El divino apóstol también dice, examinando las implicaciones de estos pasajes: "Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento, para que tuviéramos un fortísimo consuelo en dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta", y otra vez: "Porque los otros sin juramento fueron constituidos sacerdotes, pero éste, con el juramento de aquel que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec", y: "En verdad, muchos eran sacerdotes, porque no se les permitía continuar por causa de la muerte. Pero éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos".

En esto se representa un poder divino que está en las cosas existentes y subyacentes a las cosas que sólo son comprendidas por la mente, que según los oráculos hebreos es sacerdote del Dios del universo, y está establecido en el oficio de sacerdocio para el Altísimo, no por ungüento terrenal y humano, sino por la virtud y el poder santos y divinos. Por lo tanto, el objeto de la profecía del salmista se presenta claramente como un sacerdote eterno e Hijo del Dios Altísimo, engendrado por el Dios Altísimo y compartiendo el trono de su reino. Y el Cristo predicho por Isaías ha sido mostrado no como engendrado por el hombre sino por el Padre, y como ungido por el Espíritu divino, y como enviado para liberar a los hombres de la cautividad.

Este ser fue, pues, el que Moisés vio con la ayuda del Espíritu divino, cuando estableció figuras y símbolos de él, como apropiados para los hombres, ungiendo y santificando al sacerdote elegido entre los hombres con ungüentos preparados todavía, pero no con el Espíritu Santo, y llamándolo Cristo y ungido, como una representación del verdadero. ¿Y quién podría dar mejor evidencia de esto que el propio Moisés? En sus propios escritos, dice claramente que el Dios y Señor que le respondió le ordenó establecer un culto más material en la tierra según la visión espiritual y celestial que se le había mostrado, que formara una imagen del culto espiritual e inmaterial. Y así se dice que esbozó una especie de copia del orden de los ángeles del cielo y de los poderes divinos, ya que el oráculo le dijo: "Harás todas las cosas según el modelo que se te mostró en el monte". Así pues, introduce al sumo sacerdote, como hizo con todos los demás elementos, y lo ungió con ungüentos terrenales, elaborando un Cristo y un sumo sacerdote de sombra y símbolo, una copia del Cristo y sumo sacerdote celestial.

Así pues, creo haber demostrado claramente que el Cristo esencial no era hombre, sino Hijo de Dios, honrado con una cruz a la diestra de la divinidad de su Padre, mucho más grande no sólo que la naturaleza humana y mortal, sino también más grande que toda existencia espiritual entre las cosas engendradas.

Además, según lo dicho anteriormente, el mismo David en el Salmo 44, usando como inscripción las palabras "Acerca de los amados y de los que serán transformados", habla de un solo y mismo ser como Dios y rey y Cristo, escribiendo así: "Mi corazón ha proferido una palabra buena; yo declaro mis obras al Rey; mi lengua es pluma de escribiente hábil. Eres más hermoso que los hijos de los hombres", a lo que añade: "Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad; Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros".

Si nos fijamos un poco más en ello, veremos cómo en la inscripción del salmo, el apóstol introduce que el tema es "acerca del amado", añadiendo las palabras "para instrucción" a fin de preparar a los oyentes para lo que va a decir. También muestra la razón de la encarnación del Verbo, con las palabras: "Por el fin, por lo cambiado, con vistas a la comprensión, por lo amado".

¿Y a quiénes podríais considerar mejor como "aquellos que serán transformados", para quienes se habla en el salmo, que a aquellos que van a ser cambiados de su vida y conducta anteriores, para ser transformados y alterados por Aquel a quien se refiere la profecía? Y este era el amado de Dios, en cuyo nombre el prefacio del salmo nos aconseja tener entendimiento con respecto a la profecía. Y si no sabíais quién era este Amado, a quien se refiere la profecía del salmo, la palabra que tenéis frente a vosotros al principio mismo os informará, la cual dice: "Mi corazón ha producido una buena palabra".

Seguramente se puede decir que con esto se quiere decir el Verbo que estaba en el principio con Dios, a quien el gran evangelista Juan presentó como Dios, diciendo: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios". Y las palabras "mi corazón ha producido una buena palabra", si se pronuncian en la persona del Dios supremo y Padre, sugerirían que el Verbo unigénito de Dios es el Hijo del Padre, no por proyección, ni por división, ni escisión, ni disminución, ni ningún modo concebible de nacimiento corporal, porque tales ideas son blasfemas y muy alejadas de la generación inefable.

Debemos entender, pues, esto, de acuerdo con nuestra interpretación anterior. Y así como cuando se dijo que nació del vientre de Dios antes de la estrella de la mañana, y lo entendimos figurativamente, así también debemos entender esta declaración similar solo en un sentido espiritual. Porque en las palabras "mi corazón ha producido una buena palabra", el Espíritu Santo inspira este dicho también como puramente espiritual. A lo que me parece correcto agregar lo que suelo citar en cada cuestión que se debate sobre su divinidad, esa reverente frase: "¿Quién contará su generación?", aunque las Sagradas Escrituras suelen, en nuestro lenguaje humano y terrenal, hablar de su nacimiento y usar la palabra seno. Tales expresiones están relacionadas únicamente con la imaginación mental y, por lo tanto, están sujetas a las leyes de la metáfora. Por eso, las palabras "mi corazón ha producido una buena palabra" pueden explicarse como una referencia a la constitución y al surgimiento de la Palabra primordial, ya que no sería correcto suponer que exista cualquier corazón, excepto uno que podamos entender como espiritual, en el caso del Dios supremo.

También se podría decir que el salmista se refirió a "la Palabra que estaba en el principio con Dios", una Palabra llamada con razón buena, por ser la descendencia de un Padre todo-bueno. Y si leemos un poco más adelante en el salmo, encontraremos que el sujeto de la profecía, este mismo "amado de Dios", es ungido, una vez más, no como por Moisés, ni como por ningún ser humano, sino por el Dios altísimo y supremo y Padre mismo. Como dice más adelante: "Dios te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros". ¿Y con qué otro nombre se podría llamar a Aquel que aquí se reconoce que fue ungido por el Dios supremo mismo, sino por Cristo?

Así pues, tenemos en este pasaje dos nombres del sujeto de la profecía: Cristo y el Amado, siendo el autor de esta unción uno y el mismo. Esto muestra la razón por la cual se dice que él fue ungido con el óleo de alegría, lo cual será claro para ustedes cuando avancemos un poco más, y aún más si tienen en cuenta toda la intención del pasaje. Porque el salmo se dirige al sujeto de la profecía, Cristo el amado de Dios, en las palabras citadas un poco antes, en las que se dijo: "Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la injusticia; por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros".

Veamos, entonces, si estas palabras no están dirigidas directamente a Dios. Él dice: "Porque tú, oh Dios, eres eterno y tu trono es eterno, y cetro de justicia es el cetro de tu reino". Y luego: "Tú, oh Dios, has amado la justicia y aborrecido la injusticia; por eso Dios, tu Dios, te ha ungido", y te ha establecido como Cristo por encima de todo.

El hebreo lo muestra aún más claramente, y Aquila, con la traducción más precisa, lo ha traducido así: "Tu trono, oh Dios, es eterno y siempre, cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la impiedad; por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría, aparte de tus compañeros". Por lo tanto, en lugar de "Dios, tu Dios", el hebreo real es: "Oh Dios, tu Dios". De modo que todo el versículo dice: "Tú, oh Dios, has amado la justicia y aborrecido la impiedad; por eso, oh Dios, el Dios altísimo y mayor, tú eres también tu Dios"; de modo que el Ungidor, siendo el Dios supremo, es diferente del Ungido, y es Dios en un sentido diferente. Esto estaría claro para cualquiera que supiera hebreo. Porque para el lugar del primer nombre, donde Aquila dice "tu trono, oh Dios" (reemplazando claramente Θεός por Θεέ), el hebreo tiene Elohim. Y para "por eso, Dios te ha ungido", el hebreo tiene Elohim (lo que Aquila mostró por el vocativo Θεέ). En lugar del caso nominativo del sustantivo, que sería: "Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido", el hebreo con extrema precisión tiene Eloach, que es el caso vocativo de Elohim, que significa "oh Dios", mientras que el nominativo Elohim significa Dios. De modo que la interpretación que dice "por eso, oh Dios, tu Dios te ha ungido", es la correcta.

Así pues, el oráculo de este pasaje se dirige claramente a Dios, y dice que él ha sido ungido con el óleo de la alegría más que cualquiera de los que han llevado jamás el mismo nombre que él. Por tanto, en estas palabras tienes claramente establecido que Dios fue ungido y se convirtió en el Cristo, no con ungüento preparado ni por manos del hombre, sino de una manera diferente a los demás hombres. Y este es él, que era el amado del Padre, y su descendencia, y el sacerdote eterno, y el ser llamado príncipe del trono del Padre. ¿Y quién podría ser sino el Verbo primogénito de Dios, él que en el principio era Dios con Dios, considerado como Dios a través de todas las Escrituras inspiradas, como mi argumento a medida que avance más ampliamente probará?

Ahora bien, después de este estudio preliminar sobre el surgimiento y el nombre de Cristo, nos queda retomar nuestro tema anterior y considerar en qué número de predicciones proféticas se predijo el nombre de Cristo.

XVI
Jesucristo, nombrado por las escrituras hebreas

en el salmo 2

En el Salmo 2 se predice que Cristo sería "atacado por reyes y gobernantes, naciones y pueblos". También se dice que "fue engendrado por Dios mismo", es llamado "Hijo del hombre" y se dice que "recibirá en herencia las naciones y los confines de la tierra".

En estas palabras el Espíritu Santo se dirige muy claramente a Cristo y lo llama Hijo de Dios, como ya se ha dicho, y al mismo tiempo indica que habrá una conspiración contra él y predice el llamamiento de los gentiles que se realizará por medio de él. Y todo esto, como se ha demostrado en el curso de los acontecimientos, se ha cumplido exactamente con los hechos reales en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Porque incluso ahora las naciones, los gobernantes, los pueblos y los reyes no han cesado aún de atacar conjuntamente a él y a su enseñanza. Y si los judíos prefieren atribuir estas predicciones a un tiempo aún por venir, deben estar de acuerdo en que su esperado Cristo será nuevamente objeto de una conspiración, según el oráculo actual: "Se levantaron los reyes de la tierra y los gobernantes se unieron contra el Señor y contra su Cristo", lo cual nunca aceptarían, ya que esperan que el Cristo venidero sea un gran gobernante, un rey eterno y su Redentor. Pero suponiendo que su Cristo viniera y sufriera lo mismo que el que ya vino, ¿por qué deberíamos creer o no creer en el de ellos antes que en el nuestro?

Si no pueden dar una respuesta a esto, sino que proceden a referir el oráculo a David o a algún de los reyes judíos de su linaje, incluso entonces podemos demostrar que ni David ni ningún otro hebreo célebre se registra que haya sido proclamado como Hijo de Dios por el oráculo, ni como engendrado por Dios, como fue el sujeto de la profecía en el salmo, ni que haya gobernado sobre naciones, reyes, gobernantes y pueblos mientras estaba involucrado en conspiraciones. Por lo tanto, si ninguno de ellos se encuentra que lo haya hecho, mientras que todo esto concuerda en realidad en su caso, tanto en su paciencia de hace mucho tiempo, como en el ataque que se le hace hoy como el Cristo de Dios por reyes y gobernantes, naciones y pueblos, ¿qué impide que él sea el sujeto de la profecía en las palabras que dicen: "Se levantaron los reyes de la tierra, y los gobernantes se juntaron contra el Señor y contra su Cristo"?

Lo que sigue en el Salmo estaría de acuerdo con él solo, cuando dice: "El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones y por posesión tuya los confines de la tierra". Porque, sin duda, sólo en él se ha cumplido indudable esta parte de la profecía, pues la voz de sus discípulos ha llegado a toda la tierra y sus palabras hasta los confines del mundo. El pasaje nombra claramente a Cristo, diciendo como en su propia persona, que él es el Hijo de Dios, cuando dice: "El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy". Con lo cual se puede comparar las palabras de los Proverbios, pronunciadas también en su propia persona: "Antes de que se establecieran los montes, antes de todos los collados me engendró". Y también lo que el Padre le dice en el Salmo 19: "Yo te engendré de mi seno antes del lucero de la mañana".

Entended, pues, cómo las Sagradas Escrituras profetizan que un mismo ser, llamado Cristo, que es también Hijo de Dios, será conspirado por los hombres para recibir a las naciones como herencia suya y gobernar los confines de la tierra, mostrando su dispensación entre los hombres con dos pruebas: una siendo los ataques contra él, y la otra la sumisión de las naciones a él.

en el salmo 19

En el Salmo 19 Cristo aparece recibiendo todas sus peticiones del Padre, cuando se dice: "El Señor cumpla todas tus peticiones. Ahora sé que el Señor ha salvado a su Cristo, y lo escuchará desde su santo cielo".

Puesto que ahora es mi objetivo mostrar en cuántos lugares se menciona a Cristo por su nombre en las profecías, naturalmente les presento aquellos que claramente predicen a Cristo. Todo este salmo expresa una oración tal como la pronunciaron los hombres santos a la persona de Cristo. Porque, puesto que por nosotros y en nuestro nombre él recibió insultos cuando se hizo hombre, se nos enseña a unir nuestras oraciones a las suyas, como él ora y suplica al Padre por nosotros, como quien rechaza los ataques contra nosotros, tanto visibles como invisibles. Y así le hablamos como tal en el salmo: "El Señor te escuche en el día de la aflicción, el nombre del Dios de Jacob te proteja. Te envíe ayuda desde su santuario, y te fortalezca desde Sión".

Además, puesto que le conviene, como siendo nuestro gran sumo sacerdote, ofrecer los sacrificios espirituales de alabanza y palabras a Dios en nuestro nombre, y puesto que como sacerdote se ofreció a sí mismo, y a la humanidad que asumió en la tierra como holocausto completo por nosotros, a Dios y el Padre, por eso le decimos: "Que se acuerde de todos tus sacrificios, y engorde tu holocausto". Y puesto que todo lo que él planea es salvador y útil para el mundo, con razón le invocamos: "El Señor te conceda el deseo de tu corazón", y: "él cumpla todo tu propósito". Después, recordando su resurrección de entre los muertos, decimos: "Nos alegraremos por tu salvación".

¿Qué otra cosa podría ser la salvación de Cristo, sino su resurrección de entre los muertos, por la cual también resucita a todos los caídos? A continuación decimos: "Triunfaremos en el nombre de nuestro Dios, y el Señor cumpla todas tus peticiones". Y para coronar todo esto nos enseñan a decir: "Ahora sé que el Señor ha salvado a su Cristo". Como si no lo supiéramos antes, entendemos su salvación al percibir el poder de su resurrección.

en el salmo 27

En el Salmo 27 Cristo es nombrado por tener al Padre como su Señor y escudo, cuando se dice: "El Señor es la fortaleza de su pueblo, y es el escudo de la salvación de su Cristo".

El salmo que estamos considerando también se refiere a Cristo, incluyendo la oración de Cristo que él hizo en el momento de su pasión, y por eso en la apertura del salmo dice: "A ti, oh Dios, he clamado. Dios mío, no calles delante de mí, para que no sea yo semejante a los que descienden a la sepultura". Y al final profetiza su resurrección, diciendo: "Bendito sea el Señor, porque escuchó la voz de mi oración. El Señor es mi ayudador y mi defensor; en él esperó mi corazón, y fui ayudado; y mi carne ha revivido, y con alegría le alabaré". A lo cual el Espíritu divino y profético añade: "El Señor es la fortaleza de su pueblo y el escudo de su Cristo".

Enseñándonos que todas las maravillas de Cristo escritas en las Sagradas Escrituras, hechas para la salvación del hombre, sean enseñanzas o escritos, o los misterios de su resurrección a los que ahora nos referimos, fueron todos hechos por la voluntad y el poder del Padre defendiendo a su propio Cristo como con un escudo en todas sus palabras y obras maravillosas y salvadoras.

en el salmo 84

En el Salmo 84 Cristo es llamado por su nombre (como Dios el Supervisor), y se cita el día de su resurrección y la única casa de Dios (su Iglesia), cuando dice: "Mira, oh Dios, nuestro defensor, y contempla el rostro de tu Cristo. Porque mejor es un día en tus atrios que mil. He escogido humillarme en la casa de mi Dios, en lugar de morar en las tiendas de los pecadores".

Aquellos que conocen al Cristo de Dios como la palabra, la sabiduría, la luz verdadera y la vida, y luego se dan cuenta de que él se hizo hombre, quedan impresionados por el milagro de su voluntad, de modo que exclaman: "Lo vimos, y no tenía parecer ni hermosura. Su aspecto era innoble e inferior al de los hijos de los hombres. Era un hombre que sufría y conocía el sufrimiento de la aflicción, porque volvió su rostro, fue deshonrado" (Is 13,2).

Con razón invocan a Dios para que contemple el rostro de Cristo, deshonrado e insultado por nosotros, y para que sea misericordioso con nosotros por amor suyo, porque "él llevó nuestros pecados y se entristeció por nosotros". Así suplican, deseando y expresando en su oración el deseo de ver el rostro de la gloria de Cristo y contemplar el día de su luz.

Éste fue el día de su resurrección de entre los muertos, que, como dicen, siendo el único y verdaderamente santo día y el día del Señor, es mejor que cualquier número de días como los entendemos ordinariamente, y mejor que los días apartados por la ley mosaica para fiestas, lunas nuevas y sábados, que el apóstol enseña que son sombras de días y no días en realidad. Pero este día de nuestro Salvador muestra su luz no en todo lugar, sino solo "en los atrios del Señor".

Los "atrios del Señor" son las iglesias de Cristo en todo el mundo, que son atrios de la única casa de Dios, en las que el que conoce estas cosas ama y elige humillarse, apreciando mucho más el tiempo que pasa en ellas que el que pasa en los tabernáculos de los pecadores. A menos que entendamos que todo aquel que elige las sinagogas de los judíos, que niegan al Cristo de Dios, o las de sectarios impíos y otros paganos incrédulos, las profesa como mejores que las iglesias de Cristo.

en el salmo 88

En el Salmo 88 Cristo es descrito como el no tenido en cuenta, y se alude a que sufrirá vergonzosamente, vilipendiado por su pueblo y por el enemigo, cuando se dice: "Tú, Señor, has desechado y despreciado a tu Cristo, y has anulado el pacto de tu siervo, y has profanado su santuario hasta la tierra", y también en: "Acuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos, que he llevado en mi seno; el oprobio de muchas naciones, con que tus enemigos, Señor, te han blasfemado, con que han blasfemado a los que padecen a cambio de tu Cristo".

En este salmo se menciona claramente a Cristo por su nombre, y se predicen las circunstancias que acompañaron su pasión. Si tuviera tiempo, podría demostrar examinando todo el salmo que lo expresado sólo puede aplicarse a nuestro Señor y Salvador, y a nadie más.

Cuando se nombra a Cristo por segunda vez, se está refiriendo el salmo a alguien distinto de él, en cuyo lugar se toma a él. Es decir, se alude claramente a la Iglesia, a la cual los enemigos de Cristo la vilipendiarán, y de hecho aún la vilipendian. Sí, todo aquel que se opone a la enseñanza de Cristo suele vilipendiarnos por los sufrimientos de nuestro Salvador, que él sufrió por nosotros, y especialmente por su cruz y pasión.

en el salmo 131

En el Salmo 131 Cristo es citado como el que surgió de la simiente de David, es llamado cuerno de David y aparece avergonzando a los judíos (sus enemigos), así como restaurando el santuario del Padre. Es lo que se dice en: "El Señor juró a David la verdad, y no lo menospreciará: De tu descendencia pondré sobre tu trono", y en: "Allí levantaré el poder de David, he preparado una lámpara para mi Cristo. En cuanto a sus enemigos, los cubriré de vergüenza, pero sobre él florecerá mi santidad".

Ahora bien, aquí el Señor jura acerca de uno de la descendencia de David, a quien llama su descendencia y cuerno. Y dirigiéndose de nuevo a Cristo por su nombre, dice que ha preparado una lámpara para él, lo que parece referirse a la palabra profética, que mostró antes la venida de Cristo, quien solo, como la luz del sol, ha salido ahora sobre todos los hombres en todo el mundo.

David mismo fue preparado como una linterna para Cristo, tomando el lugar de una linterna en comparación con la perfecta luz del sol. Y luego dice: "Alzaré el cuerno", mostrando el lugar donde quiere que Cristo nazca. Porque cuando David está orando para poder contemplar antes en espíritu el lugar del nacimiento de Cristo, y dice: "No entraré en el tabernáculo de mi casa, no subiré al lecho de mi cama. No daré sueño a mis ojos, ni a mis párpados adormecimiento, ni reposo a mis sienes, hasta que halle lugar para el Señor, tabernáculo para el Dios de Jacob".

El Espíritu Santo revela el lugar como Belén. Por eso continúa: "He aquí, lo oímos en Efrata (es decir, Belén), y lo encontramos en los campos del bosque. Entraremos en su tabernáculo, adoraremos en el lugar donde estuvieron sus pies". Y oportunamente, después de esta revelación añade: "Allí levantaré el cuerno de David; he preparado una lámpara para mi Cristo".

Quizás también pueda significarse con esto el cuerpo asumido por Cristo en Belén, puesto que el poder divino que lo habitaba a través de su cuerpo, como a través de un vaso de barro, como una lámpara, irradiaba hacia todos los hombres los rayos de la luz divina del Verbo.

en el profeta Amós

En el profeta Amós Cristo es descrito por el mismo nombre por Dios, y dado a conocer a todos los hombres como liberador de la raza judía.

Ahora bien, cuando Dios proclama a Cristo por séptimo vez por su nombre, se dice que "refuerza el trueno" y "crea el viento", y que la proclamación del evangelio se llama trueno porque es oída por todos los hombres, y de manera similar se hace referencia al espíritu que Cristo insufló sobre sus apóstoles. Y también la estancia del Salvador entre los hombres ha cumplido claramente la profecía en la que se dice que Dios hace "la mañana" y "la niebla" juntas, la mañana para aquellos que reciben la salvación, pero lo contrario para los judíos que no creen en él.

Sobre ellos también la Escritura predice una maldición extrema, añadiendo una lamentación por la raza judía, que en realidad los alcanzó inmediatamente después de su impiedad contra nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Porque en verdad, desde ese día hasta hoy, la casa de Israel ha caído, y la visión mostrada una vez por Dios y el rechazo se han cumplido, acerca de la caída de su casa en Jerusalén, y contra todo su estado, de modo que no sería posible para nadie levantarlos, ya que nunca más serán levantados. "No hay, pues, nadie que la levante", dice. Porque como no habían aceptado al Cristo de Dios cuando vino, por fuerza los dejó y se dirigió a todos los gentiles, exponiendo la causa de su conversión, cuando dijo entre lágrimas, como si se disculpara: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la ave junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí, vuestra casa os es dejada desierta".

en el profeta Habacuc

En el profeta Habacuc Cristo es citado como el preservado por su Padre y salvador de sus propios ungidos, cuando se dice: "Saliste por la seguridad de tu pueblo, para salvar a tus Cristos; trajiste muerte sobre las cabezas de los trasgresores".

Aquila traduce el pasaje por: "Saliste por la salvación de tu pueblo, por la salvación de tu pueblo con tu Cristo". Es decir, traduce en singular en lugar de en plural, diciendo que el Dios supremo ha hecho la salvación para el pueblo "con Cristo".

He puesto correctamente el pasaje, que claramente apoya mi posición. Pero según la versión de la Septuaginta habría más personas que son llamadas Cristos por él y por causa de quien se dice: "No toquéis a mis Cristos, ni hagáis daño a mis profetas", que creyeron en él, y fueron considerados dignos de la santa unción de regeneración en Cristo, y que pudieron pagar con el santo apóstol: "Hemos llegado a ser partícipes de Cristo".

en el libro de las lamentaciones

En las lamentaciones de Jeremías se nombra a Cristo como objeto de una conspiración por parte de los judíos, y se da a conocer su nombre a los gentiles, cuando se dice: "El aliento de nuestro rostro, Cristo el Señor, fue tomado en sus destrucciones, de quien dijimos: A su sombra viviremos entre las naciones".

Los profetas inspirados de Dios, conociendo el futuro por el Espíritu Santo, predijeron que ellos mismos vivirían, y que sus palabras obrarían entre los gentiles como palabras de hombres vivos, pero no en Israel. Dijeron nuevamente que el Cristo, a quien nombraron como aquel de quien les fue suministrado el espíritu profético, sería atrapado en sus trampas. ¿Las trampas de quiénes? Claramente de los judíos que conspiraron contra él.

Nótese aquí que la profecía dice que el Cristo será apresado, lo cual no correspondería con la segunda venida de Cristo, que las profecías predicen que será gloriosa y traerá el reino divino. Por lo tanto, parece que los judíos están equivocados al tomar los dichos sobre su segunda aparición, como si fueran sobre su primera venida, lo cual el sentido de ninguna manera lo permite. Ya que es imposible considerarlo a la vez glorioso y sin gloria, honrado y real, y luego sin forma ni belleza, pero deshonrado más que los hijos de los hombres; y de nuevo, como Salvador y Redentor de Israel, mientras que ellos conspiraron contra él y lo llevaron como oveja al matadero, entregado a la muerte por sus pecados.

Las profecías acerca de Cristo deben dividirse, por tanto, en dos clases. Las primeras, que son las más humanas y sombrías, se aceptará que se cumplieron en su primera venida. Las segundas, las más gloriosas y divinas, incluso ahora esperan su segunda venida para su cumplimiento. Una prueba clara de las primeras es el progreso real del conocimiento de Dios a través de él en todas las naciones, que muchas voces proféticas predicen en varios tonos, como la que tenemos ante nosotros, en la que se dice: "De quien dijimos: A su sombra viviremos entre los gentiles".

en el libro I de Samuel

En el libro I de Samuel Cristo es llamado exaltado por el Señor y Padre, cuando se dice: "El Señor subió a los cielos, y tronó; juzgará los confines de la tierra, y dará fuerza a nuestros reyes, y exaltará el cuerno de su Cristo".

Las palabras significan el regreso de Cristo (a quien se nombra) o de Dios al cielo, y su enseñanza oída como un trueno por todos, y la Sagrada Escritura predice su futuro juicio sobre todos después. Y después de esto se dice que el Señor dará fuerza a nuestros reyes. Y estos serían los apóstoles de Cristo, de quienes está escrito en el Salmo 87: "El Señor dará una palabra a los predicadores del evangelio con mucho poder".

Como vemos, aquí también se menciona a Cristo por su nombre, conocido humanamente como nuestro Salvador, cuyo cuerno dice que será exaltado, es decir, su poder invisible y su reino. Porque es habitual que la Escritura llame a un reino un cuerno; se encuentra también en el Salmo 88: "En mi nombre su cuerno será exaltado".

en el libro I de Samuel

En el libro I de Samuel Cristo es nombrado como receptor de una casa fiel de su Padre (que es la Iglesia), y como un sumo sacerdote fiel para todos los tiempos que dirige su Iglesia, cuando se dice: "Destruiré tu descendencia, y la descendencia de la casa de tu padre. Y no tendrás anciano en tu casa para siempre", y: "Suscitaré un sacerdote fiel, que realizará todo lo que está en mi corazón y en mi alma; y yo le edificaré casa firme, y morará delante de mi Cristo para siempre".

La palabra divina, después de amenazar con la perdición y el rechazo a quienes no adoran de la manera correcta, promete que él suscitará a otro sacerdote de otra tribu, que también dice que vendrá antes de su Cristo, o "caminará en la persona de mi ungido", como lo tradujo Aquila, o como Símaco, "continuará delante de su Cristo".

¿Y quién podría ser éste? Seguramente todo aquel que está inscrito en santidad en el sacerdocio del Cristo de Dios, a quien el Dios supremo promete que él construirá la casa de su Iglesia, como sabio arquitecto y constructor, no refiriéndose a cualquier casa sino a la Iglesia establecida en el nombre de Cristo en todo el mundo, en la que se dice que todo aquel que es consagrado sacerdote del Cristo de Dios en el culto espiritual ofrece cosas aceptables y agradables a Dios: los sacrificios de la sangre de toros y machos cabríos ofrecidos en la antigua religión de los tipos, siendo admitidos por la profecía de Isaías como odiosos a Dios.

en otros muchos pasajes

Tales son los muchos ejemplos de la predicción del Cristo por su nombre; pero, como en la mayoría de los casos, los sufrimientos de Cristo están unidos a su nombre, debemos volver a lo que se dijo antes acerca de su divinidad, que he mostrado previamente que se toca en el Salmo 45, titulado Por el Amado, donde la Escritura, después de describirlo primero como rey, procede a decir otras cosas acerca de la divinidad de Cristo: "Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo, y cetro de justicia es el cetro de tu reino. Amaste la justicia, y aborreciste la iniquidad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros".

En efecto, como ya lo he demostrado, estas palabras implican claramente que el Dios al que se alude es uno y el mismo ser, que amó la justicia y aborreció la iniquidad; y que por eso fue ungido por otro Dios mayor, su Padre, con una unción mejor y más excelente que la prefigurada por los tipos, que se llama "el óleo de alegría". ¿Y qué otro nombre podría llamarse propiamente sino Cristo, a quien es ungido con este óleo, no por el hombre, sino por Dios altísimo? La misma persona, por lo tanto, se muestra que se llama Dios, como de hecho ya lo he demostrado en los lugares apropiados. Y aquí debemos recordar nuevamente a Isaías, quien dijo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuya causa me ha ungido. Me ha enviado a predicar el evangelio a los pobres, a sanar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y vista a los ciegos".

Ya hemos demostrado que los sacerdotes de entre los hombres, que en tiempos muy remotos se consagraban al servicio de Dios, eran ungidos con un ungüento preparado. Pero aquel de quien se habla en la profecía se dice que había sido ungido con el Espíritu divino. Y este pasaje en su totalidad fue referido a Jesús, el único verdadero Cristo de Dios, quien un día tomó la profecía en la sinagoga judía y después de leer la parte seleccionada, dijo que lo que había leído se había cumplido en él mismo. Porque está escrito que, habiéndola leído leído el libro, "lo enrolló, lo dio al ministro, y se sentó", y les dijo: "Hoy se ha cumplido esta Escritura, delante de vosotros".

Con todo esto debemos comparar nuevamente los registros de Moisés, quien cuando estableció a su propio hermano como sumo sacerdote, según el modelo que se le había mostrado, conforme al oráculo que le dijo: "Harás todas las cosas según el modelo que se te mostró en el monte", muestra claramente que había percibido con los ojos de la mente y por el Espíritu Divino al gran sumo sacerdote del universo, el verdadero Cristo de Dios, cuya imagen representó junto con el resto del culto material y figurativo, y honró a la persona nombrada con el nombre del Cristo real.

Esto lo confirma el apóstol inspirado, que, hablando de la ley de Moisés, dice: "Los cuales sirven bajo la figura y sombra de las cosas celestiales", y también: "Porque la ley tiene sombra de los bienes venideros", y también: "Por tanto, nadie os juzgue en lo que se refiere a la comida o a la bebida, o en lo que se refiere a los días de fiesta, a la luna nueva o a los sábados, que son sombra de lo que ha de venir". Pues si las disposiciones relativas a la diferencia de alimentos, a los días de fiesta y al sábado, como cosas de sombra, conservaban una copia de otras cosas que eran místicamente verdaderas, no sin razón diréis que el sumo sacerdote representaba también el símbolo de otro sumo sacerdote, y que se le llamaba Cristo, como modelo de aquel otro, el único Cristo real.

De hecho, estaba tan lejos Moisés de ser el verdadero, que el verdadero Cristo oye del Dios supremo: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies", y: "Sé tú el que gobierna en medio de tus enemigos", y: "Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec". Por lo cual se reveló claramente como sacerdote eterno, existiendo como descendencia e Hijo de Dios antes de la estrella de la mañana y antes de toda la creación.

Moisés, por tanto, como uno que ha actuado de personaje de un drama por un corto tiempo, se retira como uno contado entre los mortales, y transmite la realidad al único verdadero y real. Mientras que el Cristo real no necesitaba la unción mosaica, ni aceite preparado, ni material terrenal, sin embargo, ha llenado el mundo con su bondad y su nombre, estableciendo la raza de los cristianos, llamados así, entre todas las naciones. Pero el Cristo de Moisés, no es que alguna vez haya sido claramente llamado así entre los hombres, excepto por los escritos de Moisés, él, digo, algún tiempo después del éxodo de Egipto, purificado con ciertas lustraciones y sacrificios de sangre, fue ungido con aceite preparado, ungiéndolo Moisés. Pero el Cristo, arquetípico y real desde el principio y por infinitas eras a través de todo, y siempre semejante a Sí mismo en todo y sin cambiar en absoluto, fue siempre ungido por el Dios supremo, con su divinidad no engendrada, tanto antes de Su estancia entre los hombres como después de ella, no por el hombre ni por ninguna sustancia material existente entre los hombres.

Mientras examinamos su nombre, el sello de todo lo que hemos dicho se puede encontrar en el oráculo de Salomón, el más sabio de los sabios, donde dice en el Cantar de los Cantares: "Tu nombre es como ungüento derramado". Sí, él, provisto de sabiduría divina y considerado digno de revelaciones más místicas acerca de Cristo y su Iglesia, y hablando de él como esposo celestial y de ella como esposa, habla como si se dirigiera a él y dice: "Tu nombre, oh Esposo, es ungüento", y no simplemente ungüento, sino "ungüento derramado". ¿Y qué nombre podría ser más sugestivo de ungüento derramado que el nombre de Cristo? Porque no podría haber Cristo, ni nombre de Cristo, a menos que se hubiera derramado ungüento. Y en lo que he dicho antes he mostrado de qué naturaleza era el ungüento con el que Cristo fue ungido. Así que ahora que hemos completado nuestro examen del nombre de Cristo, procedamos a considerar el nombre de Jesús.

XVII
Jesucristo, honrado y adorado por las escrituras hebreas

Moisés fue también el primero en usar el nombre de Jesús, cuando cambió el nombre de su sucesor y lo alteró por Jesús. Porque está escrito: "Estos son los nombres de los hombres que Moisés envió a reconocer la tierra, y Moisés llamó a Nauses, el hijo de Nave, Jesús, y los envió". Obsérvese cómo el profeta, que estaba profundamente versado en el significado de los nombres, y había llegado a las raíces de la filosofía de los nombres cambiados de los hombres inspirados en su registro, y las razones por las cuales sus nombres fueron cambiados, presenta a Abraham como recibiendo como recompensa de la virtud de Dios un cambio completo del nombre de su padre, cuyo significado es ahora el momento de explicar en detalle. Así también, al nombrar a Sarai Sara, y a Isaac antes de nacer "la risa", y a Jacob como premio por su lucha el nombre de Israel, y al mostrar en muchos otros casos relacionados con el poder y significado de los nombres una visión sobrehumana en su inspirada sabiduría y conocimiento, cuando ninguno de los que le precedieron había usado nunca el nombre de Jesús, primero que todo, impulsado por el Espíritu Santo, da el nombre de Jesús a quien está a punto de constituir como sucesor de su gobierno sobre el pueblo, cambiando el otro nombre que había usado antes. No consideró suficiente el nombre de su antepasado que le dieron cuando nació (pues sus padres lo llamaban Nauses). Pero siendo profeta de Dios, cambió el nombre recibido por nacimiento y llamó al hombre Jesús por orden del Espíritu Santo, para que pudiera guiar a todo el pueblo después de su propia muerte, con el conocimiento de que cuando la ley establecida por Moisés algún día fuera cambiada y tuviera un fin, y pasara como Moisés mismo, que nadie más que Jesús el Cristo de Dios lideraría esa otra política, que sería mejor que la anterior. Así, Moisés, el más admirable de todos los profetas, conociendo por el Espíritu Santo los dos nombres de nuestro Salvador Jesucristo, honró a los más selectos de todos sus gobernantes otorgándoles coronas reales, nombrando dignamente a los dos jefes y gobernantes del pueblo, el sumo sacerdote y su propio sucesor, Cristo y Jesús, llamando a Aarón Cristo y a Nauses Jesús como su sucesor después de su muerte. De esta manera, entonces, los escritos del mismo Moisés están adornados con los nombres de nuestro Salvador Jesucristo.

Dice el Éxodo que el sucesor de Moisés, llamado ángel líder del pueblo, llevaría el nombre de Cristo, cuando se dice: "Enviaré mi ángel delante de ti, para que te guarde en el camino, a fin de introducirte en la tierra que he preparado para ti. Ten cuidado de ti mismo, y escúchalo, y no le desobedezcas; porque él no te cederá el paso, porque mi nombre está sobre él". "Con mi nombre está inscrito el que os enseñará estas cosas", dice el Señor mismo, "que ha de conducir al pueblo a la tierra prometida". Y si era Jesús y ningún otro, es evidente que dice que su nombre está puesto sobre él. No es extraño que lo llame ángel, ya que también se dice de Juan, que era sólo un hombre: "He aquí que yo envío mi ángel delante de tu faz, que preparará tu camino delante de ti".

Dice Zacarías que el hijo de Josedek, el sumo sacerdote, fue figura y tipo de nuestro Salvador, al "convertir hacia Dios la esclavitud que antaño gobernaba las almas de los hombres". Como se ve, el profeta y sumo sacerdote presenta una imagen muy clara y un símbolo claro de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, siendo honrado al llevar su nombre, y hecho el líder del regreso del pueblo de la cautividad babilónica. Puesto que, también, nuestro Salvador Jesucristo, según dice el profeta Isaías, fue enviado para predicar la libertad a los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos, para consolar a todos los que lloran, y para dar a todos los que lloran en Sión gloria en lugar de polvo, ungüento de alegría. Tenemos, por lo tanto, a sus dos grandes sumos sacerdotes, primero el Cristo en Moisés, y segundo el Jesús de quien estoy hablando, ambos llevando en sí mismos los signos de la verdad acerca de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Pero Aarón, el Cristo en los escritos de Moisés, habiendo liberado al pueblo de la esclavitud en Egipto, y conducido al mismo en libertad y con todo cuidado en su viaje desde Egipto, parece presentar una imagen del verdadero Señor, quien nos ha redimido a nosotros, que somos de todas las naciones, de la idolatría egipcia; mientras que el Jesús en el profeta, el sumo sacerdote que estaba a la cabeza del regreso de Babilonia a Jerusalén, también presenta una figura de Jesús nuestro Salvador, a quien tenemos como un gran sumo sacerdote, que ha pasado por los cielos, a través de quien también nosotros mismos, redimidos por así decirlo en esta vida presente de Babilonia (es decir, de la confusión y la esclavitud), somos enseñados a apresurarnos a la ciudad celestial, la verdadera Jerusalén.

Jesús, que llevaba en sí la imagen del verdadero, estaba naturalmente vestido de ropas inmundas, y se dice que el diablo está a su derecha y se opone a él, ya que también Jesús, verdaderamente nuestro Salvador y Señor, descendiendo a nuestro estado de esclavitud, quitó nuestros pecados, lavó las manchas de la humanidad y sufrió la vergüenza de la pasión, por su amor por nosotros. Por lo que dice Isaías: "Él lleva nuestros pecados, y se entristece por nosotros; y nosotros le pensamos que estaba de parto, herido y afligido; herido fue por nuestros pecados, y debilitado por nuestros pecados".

Juan el Bautista, viendo al Señor, dijo: "He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo". Y Pablo, escribiendo de él en el mismo sentido, dice: "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que fuésemos hechos justicia de Dios en él. Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros".

A todas estas cosas se refería el profeta inspirado cuando dijo que "estaba vestido de ropas inmundas". Pero las quitó de sí por su ascensión a los cielos y el retorno de nuestra condición de esclavitud a su propia gloria, y está coronado con la diadema de la divinidad de su Padre, y está ceñido con el manto resplandeciente de la luz de su Padre, y es glorificado con la mitra divina y los demás adornos del sumo sacerdote.

No es difícil explicar lo del diablo, que todavía hoy se opone a la doctrina de Cristo y a su Iglesia establecida en todo el mundo, y siempre se ha opuesto a nuestro Salvador y marchó contra él antes, cuando vino a salvarnos de nuestra esclavitud a él. Lo tentó también la primera vez, y la segunda vez más, cuando mediante la pasión preparó un complot contra él. Pero en todas las batallas triunfó sobre el diablo y todos los enemigos invisibles y adversarios dirigidos por él, y nos hizo a nosotros, los esclavos, su propio pueblo, y edificó con nosotros, como piedras vivas, la casa de Dios y el estado de santidad, de modo que concuerda exactamente con el oráculo que dice: "He aquí un hombre cuyo nombre es Renuevo. Él surgirá de abajo y edificará la casa del Señor. Recibirá poder y se sentará y dominará en su trono".

Observad, pues, con atención cómo, hablando místicamente del Jesús de antaño, que lleva la imagen del Verdadero, dice: "He aquí un hombre, cuyo nombre es el renuevo". Y un poco más adelante, dirigiéndose al mismo Jesús presente, como si se refiriera a otro que era el renuevo: "Escucha, Jesús, sumo sacerdote, tú y tu prójimo, porque los hombres son adivinos. He aquí que os traigo a mi siervo, el Renuevo".

Si, pues, se trataba de alguien que había de venir, que se llamaba con más razón el Renuevo que aquel que llevaba ese nombre, no debía ser más que una imagen del que había de venir, pues no sólo se le llama Jesús en figura, sino también el renuevo, si se le dijo estando presente: "He aquí un hombre cuyo nombre es el renuevo". Por tanto, era natural que se le dijera así, porque era la imagen que se consideraba digna del nombre del Salvador, así como del renuevo, pues el nombre de Jesús, traducido al griego, significa "salvación de Dios", pues en hebreo Josua significa salvación, y el hijo de Nave es llamado por los hebreos Josué, siendo Josué "salvación de Jab" (es decir, salvación de Dios). De donde se sigue que dondequiera que se nombre la salvación de Dios en las versiones griegas, hay que entender que no se refiere a nada más que a Jesús.

Habiendo llegado a este punto lo que tenía que decir acerca del nombre de nuestro Salvador, retomaré el argumento desde otro punto de partida y pasaré a las pruebas proféticas más importantes acerca de él.