EUSEBIO DE CESAREA
Demostración del Evangelio
LIBRO VIII
He probado por medio de las profecías cómo había sido predicha la venida del Verbo de Dios a los hombres, y cómo los profetas hebreos anunciaron de dónde vendría, dónde y cómo sería visto por los hombres en la tierra, y que él era realmente el Hijo eterno y preexistente de Dios, a través de los atributos Señor, capitán supremo, ángel del gran consejo y sumo sacerdote.
Comienzo este nuevo libro en este punto, como continuación de la prueba precedente, para dar todavía más evidencia al período de su aparición. Como siempre, lo hará a través de la extracción de nuevas predicciones proféticas.
Las Sagradas Escrituras predicen que habrá señales inequívocas de la venida de Cristo. Ahora bien, entre los hebreos había tres cargos sobresalientes de dignidad, que hicieron famosa a la nación. En primer lugar, el reinado, en segundo lugar, el de profeta, y por último, el de sumo sacerdocio. Las profecías decían que la abolición y destrucción completa de estos tres juntos sería la señal de la presencia de Cristo. Las pruebas de que los tiempos habían llegado estarían en el cese del culto mosaico, la desolación de Jerusalén y su templo, y el sometimiento de toda la raza judía a sus enemigos.
Sugieren también las profecías otros signos de los mismos tiempos, tales como abundancia de paz, destrucción en la nación y la ciudad de las inmemoriales formas locales y nacionales de gobierno, superación de la idolatría politeísta y demoníaca, conocimiento de la religión de Dios, el único Creador supremo... Los oráculos sagrados predijeron todos estos cambios, que no se habían realizado en los días de los profetas de antaño, y que tuvieron lugar con la venida de Cristo, como ahora demostraré de acuerdo con las predicciones.
Ya he explicado en otro lugar la venida de Cristo en los últimos tiempos, pero me repetiré brevemente.
En los viejos tiempos, las almas de los hombres estaban tiranizadas por la vil locura y el pecado, y una extraña impiedad gobernaba toda la vida humana, de modo que los hombres eran como bestias salvajes e indómitas. No sabían nada de ciudades, constituciones o leyes, ni nada honorable o progresista; no daban importancia a las artes y las ciencias, no tenían ningún concepto de virtud y filosofía, vivían en desiertos solitarios, en montañas, cuevas y aldeas; atacaban a sus vecinos como ladrones y se ganaban la vida principalmente tiranizando a los más débiles que ellos.
Aunque estos hombres primitivos no conocían al Dios supremo, ni el camino de la verdadera religión, inspirados por concepciones de la religión natural, concordaban en principios autodidactas acerca de la existencia de un poder divino, lo consideraban y lo llamaban Dios, y consideraban que el nombre era de salvación y beneficencia, pero aún no eran capaces de comprender nada más allá de un Ser que trasciende el mundo de la naturaleza visible. Por lo que algunos de ellos "adoraron y dieron culto a las criaturas antes que al Creador; y se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles".
Así pues, hicieron imágenes de sus reyes y tiranos muertos hacía mucho tiempo, y les rindieron honores divinos, y atribuyéndoles divinidad santificaron sus actos malvados y lujuriosos como obras de los dioses.
Mas ¿cómo podía la sabia y buena palabra de Cristo, infundiendo la quintaesencia de la sabiduría, estar en armonía con los hombres en esa condición y envueltos en tales profundidades de maldad? De modo que la justicia santa y omnisciente, podándolos como un bosque salvaje y peligroso, ora los afligía con inundaciones, ora con fuego, ora los entregaba a guerras, matanzas y asedios a manos de unos y otros, incitados como estaban a guerrear unos contra otros por esos mismos demonios a quienes consideraban sus dioses, con el resultado de que la vida humana en aquellos días no admitía tratos vecinales, asociaciones o uniones mutuas.
Además, según los oráculos hebreos eran pocos, como era de esperar en aquellos días, y fácilmente numerables, los que eran considerados piadosos; a éstos la justicia se enfrentaba mediante el uso de oráculos y teofanías, los tomaba de la mano y los cuidaba con la elemental pero útil legislación mosaica.
Cuando al fin el carácter del pueblo se civilizó, y se establecieron constituciones y sistemas legales entre la mayoría de las naciones, y el nombre de la virtud y la filosofía se hizo popularmente honrado, como si su antiguo salvajismo hubiera cesado y su vida salvaje y cruel se hubiera transferido a algo más suave: entonces, por fin, en el momento apropiado... el maestro perfecto y celestial de pensamientos y enseñanzas perfectos y celestiales, el líder del verdadero conocimiento de Dios, Dios el Verbo, se reveló a sí mismo, en el tiempo anunciado para su encarnación, predicando el evangelio del amor del Padre, el mismo para todas las naciones, ya sean griegos o bárbaros, para cada raza de hombres, moviendo a todos a una salvación común en Dios, prometiendo la verdad y la luz de la verdadera religión, el reino de los cielos y la vida eterna para todos.
Tal es, pues, mi explicación de las razones por las que el Cristo de Dios ha brillado sobre todos los hombres ahora, y no hace mucho tiempo.
Ahora, pues, volviendo sobre nuestros pasos, examinaremos en detalle las señales que presagiaron su venida, notando primero lo que se dice en los evangelios sobre la fecha de su nacimiento. Mateo registra luego la fecha de su aparición en la carne, así: "Cuando Jesús nació en Belén de Judea, en los días del rey Herodes"; y un poco más adelante, dice: "Oyendo que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de Herodes su padre". Y Lucas mostró la fecha de su enseñanza y manifestación, diciendo: "En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, Herodes, gobernador de Galilea, y su hermano Felipe, tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias, tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás".
Con éstos haremos bien en comparar la profecía de Jacob dada por Moisés en este sentido.
I
Sobre el nuevo tiempo de los gentiles
Dice el Génesis que "llamó Jacob a sus hijos, y les dijo: Juntaos, y oíd lo que os ha de acontecer al fin de los días. Juntaos, hijos de Jacob, y oíd, y escuchad a vuestro padre". Más tarde, después de reprender a sus hijos mayores, uno por una cosa, otro por otra, por ser indignos a causa de sus pecados de la profecía que estaba a punto de ser dada, profetiza así a su cuarto hijo, como habiéndose mostrado mejor hombre que sus hermanos: "Judá, tus hermanos te alabarán, tus manos estarán sobre las espaldas de tus enemigos, los hijos de tu padre se inclinarán a ti. Judá, cachorro de león, has surgido, hijo mío, de un rescoldo. Echado te acostaste como un león y un cachorro, ¿quién te despertará? No faltará príncipe de Judá, ni gobernador de sus lomos, hasta que venga lo que le está reservado; y él es la esperanza de las naciones".
En primer lugar, considerad qué significa "las cosas guardadas para él", y ved si no son las profecías acerca del llamamiento de los gentiles, que Dios dio a los que estaban con Abraham. Porque está escrito que Dios le dijo a Abraham: "Serás bendito, y bendeciré a los que te bendijeren, y maldeciré a los que te maldijeren; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra", y otra vez: "Abraham llegará a ser una nación grande y poderosa, y en él serán benditas todas las naciones de la tierra".
Oráculos similares fueron dichos a Isaac en este sentido: "Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y en tu descendencia serán benditas todas las naciones del mundo". A Jacob, también se le dice esto: "Yo soy el Señor, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; no temas", y más tarde: "Serán benditas en ti todas las familias de la tierra". En otra ocasión, Dios le dijo: "Yo soy tu Dios; crece y multiplícate; naciones y asambleas de naciones saldrán de ti, y reyes saldrán de tus lomos".
Jacob, que conocía las predicciones de Dios acerca del llamamiento de las naciones, y que tenía doce hijos, los convocó a todos juntos a su lecho de muerte para descubrir en cuál de ellos se cumplirían las predicciones de Dios. Después de haber reprendido a los tres primeros por sus malas acciones, les dice también que el cumplimiento de las profecías no se produciría por medio de ellos a causa de sus malas acciones. Pero, pasando al cuarto, que era Judá , inmediatamente le profetiza que el oráculo que dice "de tus lomos saldrán reyes" se cumplirá en sus descendientes. Porque era evidente que la familia real se estableció en la tribu de Judá; y muestra al mismo tiempo en qué período se cumplirán las profecías de Dios y las promesas a los gentiles, y enseña que de él saldrá uno que hará que todas las naciones y tribus sean admitidas a las bendiciones de Abraham. Todas estas cosas, entonces, eran "las cosas guardadas para él". Es decir, las antiguas profecías acerca de las naciones, y las palabras "reyes saldrán de ti", por las cuales su tribu tiene precedencia sobre las de sus hermanos, como real y preeminente.
Directamente, toda la nación fue organizada en el tiempo de Moisés, y Dios le dio a su tribu el rango principal entre las tribus, como está escrito: "Habló el Señor a Moisés y a Aarón, diciendo: Acampad los hijos de Israel uno frente al otro, cada uno en su orden, según sus banderas, según las casas de sus familias, delante de Jehová alrededor del tabernáculo de reunión; y los que acampen primero al oriente, éste será el orden del campamento de Judá con su ejército". Más adelante, en la parte que se refiere a la renovación del santuario, el Señor le dijo a Moisés: "Un príncipe ofrecerá cada día sus ofrendas. Y el que ofreció el primer día fue Naasón, hijo de Aminadab, príncipe de la tribu de Judá".
En el libro de Josué, hijo de Navé, cuando la tierra prometida fue repartida por sorteo entre las otras tribus, la tribu de Judá tomó su propia porción de la tierra sin echar suertes, y en primer lugar. Además, después de la muerte de Josué, los hijos de Israel consultaron al Señor, diciendo: "¿Quién subirá por nosotros contra el cananeo, y dirigirá nuestra guerra contra él?". El Señor respondió: "Subirá Judá, porque he entregado la tierra en sus manos".
Estas palabras dejan claro que el Señor ordenó que la tribu de Judá fuera la cabeza de todo Israel. Entonces, "subió Judá, y el Señor entregó al cananeo y al fereceo en sus manos". Y "los hijos de Judá pelearon contra Jerusalén y la tomaron, y los hijos de Judá descendieron de pelear contra el cananeo". Y "subió Judá con Simeón, su hermano". Y "el Señor estaba con Judá, y le dio el monte como su porción". Y "subieron también los hijos de José, los que estaban en Betel, y Judá con ellos".
En el libro de Jueces, cuando en diferentes épocas los hombres estaban a la cabeza del pueblo, aunque individualmente los jueces eran de diferentes tribus, en general la tribu de Judá era la cabeza de todo el pueblo, y mucho más en tiempos de David y sus sucesores, que pertenecían a la tribu de Judá y continuaron gobernando hasta la cautividad babilónica, después de la cual el líder de los que regresaron de Babilonia a su propia tierra fue Zorobabel, hijo de Salatiel, de la tribu de Judá, que también construyó el templo.
Por eso también el libro de Crónicas, al dar las genealogías de las doce tribus de Israel, comienza con Judá. Y veréis que de esto se sigue que, en los días que siguieron, la misma tribu tenía la jefatura, aunque diferentes individuos tenían liderazgo temporal, cuyas tribus es imposible determinar con exactitud, porque no hay ningún libro sagrado transmitido que dé la historia del período desde entonces hasta el tiempo de nuestro Salvador. Pero es cierto que la tribu de Judá continuó mientras duró la constitución libre y autónoma de toda la nación bajo sus propios líderes y reyes.
Esto fue así desde el principio hasta la época de Augusto, cuando, después de la aparición de nuestro Salvador entre los hombres, toda la nación quedó sujeta a Roma. Y entonces, en lugar de sus gobernantes ancestrales y constitucionales, fueron gobernados primero por Herodes, un extranjero, y luego por el emperador Augusto. Y mientras no había faltado un príncipe de Judá, ni un líder de sus lomos, las fechas de las profecías se dan a partir de los reinados de los reyes.
Así, Isaías profetiza en los reinados de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá. Lo mismo hizo Oseas. Amós, en los días de Uzías, rey de Judá, y en los días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel; y Sofonías, en los días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel. En los días de Josías, hijo de Amós, rey de Judá, y también de Jeremías. Pero cuando un príncipe de Judá y un gobernador de sus lomos fallecieron, cuando la esperanza de los gentiles anunciada en Cristo estaba a punto de brillar sobre la vida humana, ya no hubo más gobernantes llamados reyes en Judá ni gobernadores en Israel. Y como habían fracasado en el tiempo señalado según la profecía, Augusto primero y luego Tiberio fueron llamados reyes de la nación judía, al igual que las otras naciones, y bajo ellos estaban los procuradores y tetrarcas de Judea, y Herodes por supuesto, quien, como ya he dicho, no era judío de nacimiento y recibió su autoridad sobre los judíos de Roma.
Después de estas observaciones, ahora intentaremos considerar la profecía: "Judá, tus hermanos te alabarán". Jacob tuvo doce hijos, siendo el cuarto Judá, quien, como ya he dicho, era el único jefe de las tribus hebreas. Pero será evidente que las palabras que le dirigió su padre no se referían a él como un hombre individual, si consideramos las palabras de la Sagrada Escritura, y especialmente el discurso de Jacob a sus hijos: "Llamó Jacob a sus hijos y les dijo: Venid, y os declararé lo que ha de acontecer en los postreros días. Juntaos y oíd, hijos de Jacob, escuchad a vuestro padre Israel".
Como se ve, aquí claramente promete predecir lo que les sucederá mucho tiempo después, o, en sus propias palabras, en los últimos días. Y por otras razones, lo que dijo Jacob no podía aplicarse al primer individuo que llevó el nombre de Judá. Sus hermanos no lo alabaron, pues ¿por qué gran hazaña suya podrían haberlo hecho? Habría sido más aplicable si se hubiera dirigido a José, pues sabemos que Judá mismo con sus otros hermanos se inclinó ante él, excepto, por supuesto, que esto sucedió antes de la profecía; pero después no hay registro de nada de eso relacionado con José o Judá.
Las palabras "te caíste y te dormiste como un león y un cachorro de león" parecen requerir una interpretación más amplia que la relativa a Judá. Las palabras "no faltará príncipe de Judá, ni gobernador de sus lomos, hasta que llegue lo que le está guardado, y él es la expectativa de las naciones", dan de forma disfrazada el tiempo de la llegada del tema de la profecía. Porque un acontecimiento, dice, no tendrá lugar hasta que lo haga el otro. Es decir, los reyes y gobernantes de la nación judía no cesarán antes de que llegue la expectativa de las naciones y lo que está guardado para el tema de la profecía. Teodoción está de acuerdo con esta versión de la Septuaginta, pero Aquila traduce así: "No será quitado el cetro de Judá, ni el que sabe justicia de entre sus pies, hasta que venga a él una congregación de pueblos".
Las palabras "no faltará príncipe de Judá" no puede aplicarse a Judá como individuo, como tampoco pueden aplicarse las palabras "Judá, tus hermanos te alabarán". Porque hubo gobernantes y gobernadores de la nación judía en muchas ocasiones que no descendían de él. Moisés, por ejemplo, su primer gobernante, no era de la tribu de Judá, sino de Leví. Josué era de la tribu de Efraín. Después de él, su gobernante fue Débora, de la tribu de Efraín, y Barac, de la tribu de Neftalí, después Gedeón de Manasés, después el hijo de Gedeón, y después de él Thola de la misma tribu, después Esebón de Belén, y después Ailón de Zabulón, Lablón de Efraín y Sansón de Dan; y como no había ningún jefe regular, el sacerdote Elí, de la tribu de Leví, era su jefe.
Todos estos jueces juzgaron a Israel, no en la línea de sucesión de Judá, sino uno de una tribu y otro de otra. Y fueron sucedidos por el primer rey, Saúl, de la tribu de Benjamín. ¿Cómo, entonces, pueden las palabras "no faltará príncipe de Judá, ni gobernador de sus lomos" referirse, como se supone que debe ser, a los gobernantes y gobernadores de la tribu de Judá, cuando desde el tiempo de la muerte de Jacob, durante casi mil años, no parece que hayan sido elegidos sólo de la tribu de Judá, sino algunos de una tribu, algunos de otra, hasta el tiempo de David?
Si es verdad que David y sus sucesores surgieron de la tribu de Judá y gobernaron la nación judía, después de tantos otros, sin embargo debemos recordar que no continuaron gobernando a todo el pueblo durante todos esos quinientos años, sino sólo a tres tribus, y no a todas ellas, porque durante sus reinados otros reyes gobernaron la mayor parte de la nación (es decir, la totalidad de las otras nueve tribus).
Después de la muerte de Salomón, como toda la nación se separó de Judá, los sucesores de David, como ya he dicho, no gobernaron a toda la nación judía hasta el tiempo de la cautividad de Babilonia. Y en su tiempo los jefes de Samaria, que era el nombre del estado en poder de las nueve tribus, no eran de Judá, sino ora de una tribu, ora de otra, siendo el primero Jeroboam, de la tribu de Efraín, y los que le siguieron inmediatamente, de modo que en el período entre David y la cautividad de Babilonia, los reyes del linaje de Judá nunca gobernaron a toda la nación.
No hace falta añadir que después del regreso de Babilonia, y durante más de quinientos años hasta el nacimiento de Cristo, la constitución judía fue aristocrática, y los sumos sacerdotes, por el momento, actuaban como jefes del estado, ninguno de los cuales provenía de la tribu de Judá. De modo que, por todas estas razones, se demuestra que no hay ninguna referencia aquí a Judá como individuo original, ni a sus descendientes, ni en el oráculo que dijo: "No faltará un príncipe de Judá, ni un gobernador de sus lomos", sino que la única interpretación coherente del pasaje es la que ya he dado, que debemos entenderlo en relación con la tribu en su conjunto.
La tribu de Judá fue ciertamente líder de toda la nación desde el mismo principio, desde el propio tiempo de Moisés. Y de acuerdo con esa jefatura, como diseñada por Dios desde el principio, el país todavía hoy se llama Judea en honor a la tribu, y toda la raza es conocida como judíos. Por lo tanto, debemos entender que significa lo que se expresaría más claramente si se dijera que la tribu de Judá nunca perdería su liderazgo sobre toda la nación. Así, Símaco dice: "El poder no será quitado de Judá", mostrando por supuesto la autoridad y la posición real de lo que luego sería la tribu de Judá. Ni "el cetro", como dice Aquila, siendo este el símbolo del gobierno real, ni "el poder", según Símaco, serán quitados, afirma la profecía, "hasta que venga a quien está guardado, y él será la esperanza de las naciones".
¿Qué expectativa era ésta, sino la de la que Abraham y los que le siguieron habían recibido las profecías? En primer lugar, ¿no es muy sorprendente que aunque había doce tribus hebreas, la raza incluso ahora no tiene su nombre, sino de Judá? Esto sólo puede explicarse por el oráculo profético que atribuyó la posición real a la tribu de Judá. Y es por esta misma razón que su patria se llama Judea. ¿Por qué no se llamó a la nación por el mayor de los doce (es decir, Rubén), según la ley divina de primogenitura? ¿Por qué no por Leví, que era mayor que Judá en orden de nacimiento y también en recibir el sacerdocio? ¿Por qué, más aún, la raza y el país no recibieron el nombre de José, porque él adquirió el gobierno no sólo sobre todo Egipto, sino también sobre sus propios parientes, y porque sus descendientes, muchos años después, gobernarían hasta nueve tribus de la nación, por lo que era mucho más probable que toda la raza y el país hubieran recibido el nombre de su antepasado? ¿Y quién no estaría de acuerdo en que podrían haber sido llamados razonablemente de Benjamín, ya que su famosa ciudad madre y el templo de Dios, todo santo, estaban en la porción de su tribu?
A pesar de todo, el nombre del Señor y de toda la nación no fue sacado de ninguna de ellas, sino de Judá, como predijo la profecía. Por eso, he referido las palabras "no faltará un príncipe de Judá" a la tribu, y sólo en ese sentido es verdadera la predicción. Porque desde el tiempo de Moisés no ha faltado una línea continua de gobernantes de parte de la nación, sacados como dije de diferentes tribus, sino que la tribu de Judá siempre se ha destacado como la cabeza de toda la nación. Una ilustración aclarará lo que he dicho.
Así como los procuradores y gobernadores designados en el Imperio Romano sobre las naciones, sus prefectos y jefes militares, y sus reyes más altos, no todos son sacados de Roma ni es de la estirpe de Remo y Rómulo, sino de muchas razas diferentes, y sin embargo todos sus reyes y gobernantes y gobernadores por debajo de ellos son llamados romanos, y su poder se llama romano, y el gobierno de todos ellos generalmente tiene este apelativo... de la misma manera que deberíamos pensar en el estado hebreo, donde el nombre de la tribu de Judá se aplica generalmente a toda la nación, aunque hay reyes y gobernadores de divisiones de diferentes tribus, pero todos honrados con el nombre de Judá.
Entendemos entonces que las palabras del profeta: "Judá, tus hermanos te alabarán", debían aplicarse a toda la tribu. Porque sabía que, al ser señalada para la precedencia, sería honrada más que las otras tribus, y como era la mejor en la guerra y el único líder de toda la nación en operaciones contra el enemigo, continúa correctamente: "Tus manos estarán sobre las espaldas de tus enemigos". Más tarde, por su posición gobernante y real, lo llama "cachorro de león". Y como antepasado y profeta, glorificándose de la reputación de la tribu, añade: "De una semilla, hijo mío, has ascendido"; mientras que las palabras "caíste dormido como un león, y como un cachorro de león" muestran su carácter de terror y valentía, su absoluta intrepidez ante los ataques externos y su desprecio por sus enemigos.
Siendo Judás así (o mejor dicho, siendo así su tribu), ¿quién la despertará? Sugiere que la persona que ha de remover a la tribu en cuestión de su trono y moverla de su posición real será alguien grande, maravilloso, inusual y difícil de imaginar. Luego nos dice quién ha de ser, diciéndonos que es él quien es la expectativa de las naciones, de quien se predice que sólo aparecerá entre los hombres, cuando el gobernante falle, y el gobernador sea cambiado, y la tribu de Judá sea removida de su posición de poder. ¿Quién es éste, sino nuestro Señor y Salvador Jesucristo? Porque en su nacimiento, como predijo la profecía que tenemos ante nosotros, los gobernantes puestos de entre los mismos judíos fracasarían, y la tribu de Judá perdería la posición dominante y real que había tenido sobre la nación durante tanto tiempo, y quedaría sujeta a los romanos, sus gobernantes desde ese día hasta hoy tras vencer a la nación judía junto con el resto del mundo.
Todo esto sucedió en Israel bajo el mando de Herodes, un hombre de raza y nacimiento extranjero, que fue nombrado rey por Augusto y el senado romano. En efecto, Herodes era hijo de Antípatro, y Antípatro era de Ascalón, hijo de un sirviente del templo de Apolo, que se casó con una mujer llamada Kuprine, de raza árabe, y engendró a Herodes. Este, como recordaréis, procedía de esta familia, derrotó y mató a Hircano, el último de la línea de los sumos sacerdotes gobernantes, con quien terminó el gobierno de los judíos por parte de gobernantes nativos, siendo Herodes, como digo, el primer extranjero en ser llamado rey de los judíos.
Pues bien, en tiempo de Herodes nació Jesucristo, y al mismo tiempo se suprimió la posición de la tribu de Judá, se destruyó la autoridad del reino de los judíos y se cumplió la profecía precedente: "No faltará un príncipe de Judá, ni un gobernador de sus lomos, hasta que llegue lo que está reservado para él", quien, dice, no sólo será la expectativa de los judíos, sino también de los gentiles. Por tanto, como la expectativa del llamamiento de los gentiles, profetizado mucho antes a Abraham, estaba "en espera" hasta que cesaran los gobernantes y los gobernadores de la raza judía y su gobierno independiente se cambiara por la sumisión a Roma y al gentil Herodes, el evangelista Lucas, señalando la fecha del cese de los gobernantes judíos, nos dice que la enseñanza de Cristo comenzó en el año 15 del reinado de Tiberio César, cuando Poncio Pilato era gobernador de Judea.
Mateo dice lo mismo de forma disfrazada. Porque después de describir el nacimiento de nuestro Señor y Salvador, añade: "Cuando Jesús nació en Belén de Judea, en los días del rey Herodes, he aquí unos magos vinieron de Oriente a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?", con lo cual muestra con bastante claridad tanto que estaban bajo el dominio extranjero como también el llamamiento de las naciones extranjeras de Oriente por parte de Dios. En efecto, los judíos eran gobernados por extranjeros, y los extranjeros que venían de Oriente reconocían y adoraban al Cristo de Dios, que había sido profetizado en el pasado.
Con esto, se ve claramente que la profecía de Jacob se cumplió, al realizarse al final de la existencia nacional de los judíos, tal como él predijo a sus hijos, diciendo: "Venid juntos, para que yo os anuncie lo que os sucederá al fin de los días". Porque por el fin de los días debemos entender el fin de la existencia nacional de los judíos. ¿Qué, entonces, dijo que debían esperar? El cese del gobierno de Judá, la destrucción de toda su raza, el fracaso y cese de sus gobernantes, y la abolición de la posición real dominante de la tribu de Judá, y el gobierno y reino de Cristo, no sobre Israel, sino sobre todas las naciones, según las palabras: "Esta es la expectativa de las naciones".
¿Quién no estaría de acuerdo en que todo esto se ha cumplido definitivamente en la venida de nuestro Salvador, cuando aquellos que en la antigüedad, antes del nacimiento de Cristo, con sus gobernantes y gobernadores nativos y sabios oyentes de los santos oráculos, se enorgullecían de sus propios reyes, sumos sacerdotes y profetas, y cuando la tribu de Judá, siendo la tribu real, la conquistadora de sus enemigos, el líder y gobernante de toda la nación, con sus hombres de antiguo renombre, ha estado desde ese día hasta hoy bajo el talón de Roma? Porque el Cristo de Dios fue manifestado definitivamente, y desde ese día la mencionada expectativa de los gentiles es predicada a todas las naciones.
¿O quién puede negar que con la aparición de nuestro Salvador Jesús, las solemnidades de los judíos, su ciudad con su templo y el culto que se realizaba en ella, han llegado a su fin, junto con sus gobernantes y gobernadores nativos, y que desde ese momento la esperanza y la expectativa de las naciones en todo el mundo se ha dado a conocer, ya que las cosas guardadas en el Señor han sucedido? ¿Qué son estas cosas, sino las anunciadas por Judá?
Dice también el Génesis que "tus hermanos te alabarán, tus manos estarán sobre las espaldas de tus enemigos, león de la tribu de Judá. Hijo mío, tú eres de linaje; te has acostado como león, y como cachorro de león; ¿quién te despertará?".
Las palabras "las cosas que le estaban reservadas" hay que entenderlas partiendo de la premisa de que las Sagradas Escrituras acostumbran a dar al Cristo diferentes nombres. A veces lo llaman Jacob ("Jacob, hijo mío, yo te ayudaré; Israel, mi escogido, mi alma lo ha recibido; él traerá juicio a las naciones"), a veces lo llaman Salomón (como en el Salmo 71, dedicado a Salomón, cuyo contenido evidentemente se refiere a Cristo) y a veces lo llaman David ("él gobernará de mar a mar, y desde el río hasta el fin del mundo, y todas las naciones le servirán"). Pues bien, en todos esos pasajes, las expresiones sólo pueden aplicarse a Cristo, como se ve en el Salmo 88, cuando se dice: "Él me llamará y dirá: Mi padre eres tú, y yo le pondré por primogénito, excelso sobre los reyes de la tierra. Para siempre le guardaré misericordia", y: "Su descendencia permanecerá para siempre, y su trono como el sol delante de mí, y como la luna fija en el cielo".
Así pues, además de los muchos otros nombres dados a Cristo por las Sagradas Escrituras, es posible que en el pasaje que nos ocupa se le llame también Judá, especialmente porque procedía de la tribu de Judá. Pues el apóstol certifica el hecho de que nuestro Señor y Salvador procedía de la tribu de Judá. Para él, pues, se pretendía figurativamente en la profecía "lo que estaba reservado para Judá". ¿Y cuáles eran? En primer lugar, la alabanza de sus hermanos; en segundo lugar, poner sus manos sobre las espaldas de sus enemigos; en tercer lugar, ser adorado por los hijos de su Padre.
Y así fue, porque sus milagros y prodigios maravillosos suscitaban admiración, y era alabado y adorado por sus propios discípulos y apóstoles, a quienes no dudó en llamar hermanos, diciendo en el salmo: "Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la Iglesia te alabaré", y también cuando ordenó a las mujeres que estaban con María que les anunciaran la noticia como hermanos suyos, pues dijo: "Haced saber a mis hermanos que subo a mi Padre, y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios".
Así pues, sus hermanos al principio lo alabaron sólo como un hombre notable por sus milagros, creyendo que lo más probable era que fuera uno de los profetas. Pero cuando vieron sus maravillosos milagros y cómo destruyó al enemigo y al vengador, y a la muerte, el príncipe de este mundo, junto con los otros poderes hostiles invisibles, desde entonces creyeron que él era Dios y lo adoraron.
De igual manera, las manos de nuestro Salvador estaban sobre las espaldas de sus enemigos, cuando dirigió todas sus acciones, poderes y milagros a la destrucción de los demonios y los espíritus malignos. Sí, cuando Jesús extendió sus manos en la cruz, sus manos estaban sobre las espaldas de sus enemigos, ya que huyeron y le dieron la espalda.
Aún más, cuando Jesús entregó su espíritu al Padre (incorpóreo y despojado de esa carne que había asumido), fue al lugar de sus enemigos, teniendo vida en sí mismo, para desatar la muerte y los poderes alineados contra él. Tal vez dichos enemigos de la muerte concibieron que Jesús era un hombre ordinario y como todos los demás, y tal vez lo rodearon y lo atacaron como lo harían con cualquier otro. Mas cuando supieron que era sobrehumano y divino, le dieron la espalda y huyeron de él, de modo que él puso sus manos sobre ellos y los empujó con sus flechas divinas y afiladas, como aquí se dice: "Tus manos estarán sobre las espaldas de tus enemigos".
Si hoy muchos enemigos de nuestro Salvador intentan de vez en cuando hacer la guerra contra su Iglesia, también a éstos los derrota Jesús con mano invisible y poder divino, como se dice de ellos: "Sus manos estarán sobre las espaldas de sus enemigos". Y puesto que también ha recibido los trofeos de la victoria sobre sus enemigos, también se cumplen las palabras: "Los hijos de tu padre te adorarán". Es decir, todos los ángeles del cielo, y los espíritus ministradores, y los poderes divinos, y en la tierra los apóstoles y evangelistas, y después de ellos todos los de todas las naciones que por medio de él están inscritos bajo el único y verdadero Dios y Padre, han aprendido que Cristo es Dios Palabra, y han consentido en adorarlo como Dios.
Pero como era necesario que los misterios de su nacimiento y de su muerte se incluyeran en la profecía concerniente a él, Jacob procede correctamente a añadir a lo que ya se ha dicho: "Judá es un cachorro de león. De una descendencia, hijo mío, ascendiste, cayendo te dormiste como un león y un cachorro de león. ¿Quién te despertará?".
Lo llama "cachorro de león" por haber nacido de la tribu real, pues "de un retoño has crecido, hijo mío", dice, porque nació de la estirpe y raíz de Jacob, que lo predijo, siendo principalmente Dios el Verbo, y convirtiéndose en segundo lugar en el Hijo del hombre, mediante la dispensación que emprendió por nosotros.
Las palabras "caíste y te dormiste como un león y un cachorro" son significativas de su muerte, porque la Escritura acostumbra, como se muestra en muchos otros lugares, por la convicción de su parentesco, llamar a la muerte un sueño. Las palabras "¿quién lo despertará?" son una maravillosa referencia a su resurrección de entre los muertos, porque el que dijo "¿quién lo despertará?" sabía muy bien que sería despertado. En ese sentido, es notable que añada "¿quién hará esto y lo resucitará?", para impulsarnos a preguntarnos quién fue el que resucitó a nuestro Señor, que murió por nosotros. En efecto, ¿quién fue, sino el Dios del universo, su Padre, a quien únicamente se debe atribuir la resurrección del Salvador, según la Escritura que dice "a quien el Padre resucitó de entre los muertos"?
En lugar de "Judá es un cachorro de león, de un retoño, hijo mío, subiste, cayendo te acostaste", Aquila traduce "Judá es un cachorro de león, de la destrucción, hijo mío, subiste, encorvado te acostaste", y Símaco dice: "Judá es un cachorro de león; de la captura, hijo mío, has ascendido; arrodillándote, has sido establecido". Con esto se quiere decir claramente la resurrección de los muertos y la salida de nuestro Salvador del hades, como de una trampa para fieras.
"Arrodillarse y ser establecido" en lugar de caer, significan la muerte por arrodillarse, y no ser arrastrado como las almas de otros hombres por «ser establecido». Todo esto, pues, estaba reservado para Cristo. Mientras esto permanecía sin cumplirse, la nación judía perduró, y sus gobernantes y gobernadores y los que eran sabios intérpretes de los oráculos sagrados acerca de Cristo se destacaron entre ellos. Mas cuando lo que había sido reservado para Judá llegó, y apareció en la tierra Aquel de quien se predijo que surgiría de la semilla y retoño del mismo profeta, después de caer y dormir, o arrodillándose (según Símaco), fue establecido y resucitado, poniendo su cabeza en el suelo.
Cuando Jesús se puso de pie, puso sus manos sobre las espaldas de sus enemigos espirituales invisibles, y sus hermanos y discípulos, primero alabando y maravillándose, después se convencieron de que él era Dios y lo adoraron como Dios; entonces se cumplieron las cosas que le estaban guardadas, porque por eso se dio la respuesta: "Hasta que vengan las cosas que le estaban guardadas". Porque desde ese día hasta hoy, habiendo llegado las cosas que le estaban guardadas, los gobernantes y gobernadores de la nación judía han cesado, los gobernantes de los gentiles han sido colocados a la cabeza de ellos, y las naciones, por otra parte, conociendo al Cristo de Dios, lo han hecho su Salvador y su esperanza. Después de todo esto sigue: "Atando a la vid su pollino, y al pámpano el hijo de su asna, lavará en el vino su manto, y en la sangre de las uvas su manto. Sus ojos se alegrarán del vino, y sus dientes serán blancos como la leche".
Aquí debo entender por "el pollino" al coro de apóstoles y discípulos de nuestro Salvador, y por "la vid" a lo que está atado el pollino (es decir, su poder divino e invisible, como él mismo enseñó cuando dijo: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador"). El sarmiento de dicha vid es la enseñanza de la palabra de Dios, por la cual ató al pollino de la asna, es decir, al nuevo pueblo de los gentiles, de la descendencia de sus apóstoles. Y podéis decir que esto se cumplió literalmente, cuando, según Mateo, el Señor dijo a sus discípulos: "Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadlos, y traédmelos".
Hay un verdadero motivo de asombro si se estudia el relato de la predicción del profeta, que él habría previsto por el Espíritu Santo, que el sujeto de su profecía no vendría montado en carros y caballos como un hombre distinguido, sino en un asno y un potrillo, como un pobre hombre común del pueblo. Y esto provocó el asombro de otro profeta, que dijo: "Alégrate mucho, hija de Sión; he aquí tu rey vendrá a ti manso, sentado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna".
Las palabras "lavará sus vestidos en el vino, y en la sangre de la uva su cinto" sugieren, de manera secreta, su mística pasión, en la que lavó su vestido y su vestidura con el lavatorio con el que se revela que lava las viejas manchas de los que creen en él. Pues con el vino, que era en verdad el símbolo de su sangre, limpia de sus viejos pecados a los que son bautizados en su muerte y creen en su sangre, lavándolos y purificando sus viejas vestiduras y vestiduras, de modo que, rescatados por la preciosa sangre de las divinas uvas espirituales y con el vino de esta vid, "se despojan del hombre viejo con sus obras y se revisten del hombre nuevo que se renueva en conocimiento a imagen de Aquel que lo creó".
Las palabras "sus ojos están alegres por el vino y sus dientes blancos como la leche" revelan secretamente los misterios de la nueva alianza de nuestro Salvador, y muestran la alegría del vino místico que dio a sus discípulos, cuando dijo: "Tomad y bebed, que ésta es mi sangre que es derramada por vosotros para la remisión de los pecados", y: "Sus dientes son blancos como la leche" (lo cual muestra el brillo y la pureza del alimento sacramental). Además, él mismo se dio a sus discípulos los símbolos de su dispensación divina, cuando les ordenó que hicieran la semejanza de su propio cuerpo. Y esto porque como ya no debía complacerse en sacrificios sangrientos, o aquellos ordenados por Moisés en la matanza de animales de varias clases, y debía darles pan para que lo usaran como símbolo de su cuerpo, enseñó la pureza y el brillo de tal alimento diciendo: "Sus dientes son blancos como la leche". Esto también lo registró otro profeta, donde dice: "Sacrificio y ofrenda no demandaste, pero me preparaste un cuerpo".
Estos asuntos deben ser examinados con calma, porque requieren una crítica más profunda y una interpretación más extensa. Por el momento, debo negarme a entrar en esa gran tarea, a fin de poder incorporar en esta obra la evidencia de que el tiempo de la venida del Salvador desde arriba era conocido por los antiguos profetas, y claramente transmitido por escrito.
II
Sobre el final del mundo judío, y su desolación total
Dice el profeta Daniel:
"Mientras yo aún hablaba y oraba, y confesaba mis pecados y los pecados de mi pueblo Israel, y ponía mi miseria delante del santo monte de mi Dios, y mientras yo aún hablaba en oración, he aquí el varón Gabriel, a quien había visto al principio, vino volando, y me tocó como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me instruyó y habló conmigo, diciendo: Daniel, Ahora he salido para darte entendimiento. Al principio de tu súplica fue dada la palabra, y yo he venido para hacértelo saber, porque eres varón muy amado; considera, pues, el asunto, entiende la visión, porque eres varón muy amado. Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre la santa ciudad, para poner fin al pecado, y sellar las transgresiones, y borrar las iniquidades, y expiar las iniquidades, y traer la justicia eterna, Y sabrás y entenderás que desde la salida de la orden para la respuesta y para la edificación de Jerusalén hasta el Cristo príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; y luego volverá, y se edificará la plaza y el muro, y se agotarán los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas, la unción será destruida, y no hay en ella juicio; y destruirá la ciudad y el santuario junto con el príncipe que viene; serán talados en un diluvio, y, hasta el fin de la guerra que se acaba rápidamente, en desolaciones. Y en otra semana se establecerá el pacto con muchos; y a la mitad de la semana se quitarán mi sacrificio y mi libación; y habrá en el templo la abominación de las desolaciones; y al fin de los tiempos se pondrá fin a la desolación" (Dn 9,20-27).
En efecto, cuando el cautiverio del pueblo judío en Babilonia estaba a punto de terminar, el arcángel Gabriel, uno de los santos ministros de Dios, se le apareció a Daniel mientras oraba y le dijo que la restauración de Jerusalén se produciría sin la menor demora, y definió el período después de la restauración contando los años, y predijo que después del tiempo predeterminado sería destruida nuevamente, y que después de la segunda captura y asedio ya no tendría a Dios como su guardián, sino que permanecería desolada, con el culto de la ley mosaica quitado de ella, y otro nuevo pacto con la humanidad introducido en su lugar.
Esto fue lo que el ángel Gabriel le reveló al profeta por oráculos secretos, según explica el propio Daniel: "He venido para impartirte entendimiento, al principio de tu súplica se manifestó la palabra, y he venido para decírtelo, porque eres un hombre muy amado. Considera el asunto, entiende la visión". Tras lo cual, exhorta el ángel a Daniel a que reflexione y comprenda más profundamente el significado de sus palabras.
Daniel llama a esto visión porque implica una reflexión más profunda y más que el entendimiento común. Y por eso también nosotros, si invocamos a Aquel que da entendimiento y pedimos que los ojos de nuestro entendimiento sean iluminados, debemos confiar confiadamente en la visión de este pasaje: "Siete veces setenta semanas han sido determinadas sobre este pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar con el pecado, sellar la trasgresión, borrar las iniquidades, expiar las iniquidades, traer la justicia perdurable, sellar la visión y al pueblo, y ungir al santo de los santos".
Es evidente que el periodo de tiempo del que está hablando Daniel es 7 veces 70 semanas. Ése fue, pues, el período determinado para el pueblo de Daniel, que limitó la duración total de la existencia de la nación judía. Por otro lado, ya no es llamado ya aquí Israel "pueblo de Dios", sino pueblo de Daniel, pues el ángel dice "tu pueblo".
En efecto, así como cuando pecaron y adoraron ídolos en el desierto, Dios ya no los llamó pueblo suyo, sino pueblo de Moisés (diciendo "desciende, porque tu pueblo ha pecado"), de la misma manera, también aquí explica por qué se les determina el límite definitivo de tiempo.
Esto fue así para que supieran que ya no eran dignos de ser llamados pueblo de Dios. De hecho, la Escritura añade "y por tu santa ciudad", volviendo a repetir el inusual tu ("por tu pueblo y por tu santa ciudad"). El hebreo original y los demás traductores concuerdan en la adición de tu tanto al pueblo como a la ciudad. En efecto, Aquila dice "contra tu pueblo y contra tu ciudad santa", y Símaco "contra tu pueblo y tu ciudad santa". Por eso, en los códices exactos de la Septuaginta, se añade tu con un asterisco.
En efecto, como Daniel había llamado muchas veces al pueblo «pueblo de Dios» en las palabras de su oración, y al lugar de la ciudad «lugar santo de Dios», el que responde en contraste dice que ni el pueblo ni la ciudad son de Dios, sino tuyos, pues has orado y hablado así del pueblo, del lugar y de la ciudad. Las palabras de Daniel son así: "Apártese tu ira, tu ira de Jerusalén, tu ciudad, tu santo monte", y: "Tu pueblo es motivo de burla para todos los que están a su alrededor", y: "Muestra tu rostro sobre la desolación de tu santuario", y: "Mira la ruina de tu ciudad, que es llamada por tu nombre", y: "Para que tu nombre sea llamado sobre tu ciudad, y sobre tu pueblo". Tras lo cual, añade Daniel: "Mientras yo estaba aún hablando y orando, he aquí Gabriel, a quien vi en mi visión, vino volando, y me tocó, y dijo lo que está escrito arriba".
Como se ve, el profeta Daniel llama claramente a la ciudad no una ciudad pura y simple, sino "ciudad de Dios", y al santuario "santuario de Dios", y al pueblo "pueblo de Dios", por su sentimiento hacia el pueblo. Pero Gabriel no los describe de esta manera, sino que dice "para tu pueblo" y "para tu ciudad santa", mostrando con estas palabras que la ciudad, el pueblo y el santuario no eran dignos de ser llamados de Dios.
Así pues, primero define el período determinado para el pueblo, y luego para la ciudad. Y se ve que es el período desde la restauración de Jerusalén, que fue durante el reinado de Darío, rey de Persia, hasta el reinado de Augusto, emperador de Roma, y de Herodes, el rey extranjero de los judíos, en cuyos tiempos se registra el nacimiento de nuestro Salvador, como sigue mostrando la profecía. Y añade a continuación: "Para acabar con el pecado, y sellar las transgresiones, y borrar las iniquidades, y expiar las iniquidades, y traer la justicia perdurable, y sellar la visión y al profeta, y ungir al santo de los santos".
En lugar de decir "para poner fin al pecado y sellar las transgresiones", Aquila tradujo "para poner fin a la desobediencia y completar la trasgresión", al igual que Jesucristo dijo a los judíos: "Habéis colmado la medida de vuestros padres", para mostrar que la trasgresión de la nación judía culminó en la conspiración que se atrevieron a tramar contra él. Como dice Aquila, su desobediencia a Dios llegó a su fin.
En efecto, muchas veces la paciencia de Dios soportó sus transgresiones antes de que viniera el Salvador, como lo muestran las palabras del profeta. Pero, así como en el caso de los antiguos habitantes extranjeros de la tierra prometida se le dijo a Abraham: "Los pecados de los amorreos aún no se han cumplido", y si aún no se hubieran cumplido, no podrían ser expulsados de su tierra natal, pero cuando se cumplieron, fueron destruidos por Josué, el sucesor de Moisés. Es decir, que mientras sus pecados no se habían cumplido, la paciencia y la paciencia de Dios los soportó, llamándolos muchas veces al arrepentimiento por medio de los profetas. Pero cuando nuestro Salvador dijo que "habían llenado la medida de sus padres", entonces todo el peso reunido obró su destrucción de una sola vez, como enseñó nuestro Señor nuevamente cuando dijo: "Toda la sangre derramada desde la fundación del mundo, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, vendrá sobre esta generación".
Por haber tenido la presunción de poner las manos sobre el Hijo de Dios, los judíos consumaron su desobediencia y sus pecados, según la traducción de Aquila, o según la Septuaginta ("su pecado quedó atado y sellado"). Pero como él vino no sólo para la caída, sino también para el levantamiento de muchos en Israel (como se dice de él, que "está puesto para la caída y el levantamiento de muchos en Israel"), Daniel añade con razón: "Y para borrar las trasgresiones y hacer expiación por las iniquidades".
En efecto, era imposible que la sangre de toros y machos cabríos quitase los pecados. Y por eso toda la raza humana necesitaba una ofrenda viva y verdadera, de la cual la propiciación diseñada según Moisés era un tipo, y nuestro Señor y Salvador era este Cordero de Dios, como se dijo de él: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo", y otra vez: "Él es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo". O como dijo el mismo Pablo: "El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención". Con todo esto, se enseña que la venida del Hijo de Dios fue a la vez cumplimiento y consumación, del pecado de aquellos que habían pecado contra él, y del perdón y purificación de los pecados de Jesucristo, y su propiciación por las trasgresiones de los que creen en él.
A las palabras "para completar su desobediencia y consumar su pecado", Aquila añadió "para propiciar su trasgresión", dando a entender claramente que él sería la propiciación por todas las trasgresiones de antaño cometidas en la ignorancia, pues a continuación añade: "Para traer la justicia eterna".
La palabra de Dios es en verdad la justicia eterna, que nos ha sido hecha por Dios sabiduría, justicia, santificación y redención, según las palabras del apóstol. Pero además, por su propia presencia, también compartió la justicia con todos los hombres, mostrando con sus obras que Dios no sólo es el Dios de los judíos, sino también de los gentiles. Porque hay un solo Dios, que juzgará a la circuncisión por su fe, y a la incircuncisión por la fe.
Por eso Pedro, maravillado de que los que estaban con Cornelio fueran considerados dignos de recibir el Espíritu Santo, dice: "Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y practica la justicia". Y Pablo también dice que el evangelio es de justicia, diciendo: "Es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, al judío primeramente y también al gentil; porque en él se revela la justicia de Dios". De hecho, también se dice de Cristo en los salmos: "En sus días surgirá justicia y abundancia de paz". Y su venida mostró claramente la justicia de Dios, que consideró a toda la humanidad digna de la llamada de Dios. Tal no fue la dispensación mosaica, que fue dada sólo a los judíos; por lo tanto, habiendo aparecido por un tiempo, ha pasado. Pero la justicia proclamada por nuestro Salvador es apropiadamente llamada justicia eterna, como dijo Gabriel: "Para traer la justicia eterna".
En lugar de "sella la visión y al profeta", Aquila traduce "para cumplir la visión y el profeta", porque nuestro Señor Jesucristo no vino como para sellar las visiones de los profetas, sino que abrió y explicó las que antes eran oscuras y selladas, rompiendo, por así decirlo, los sellos impresos en ellas, y enseñó a sus discípulos el significado de las Sagradas Escrituras. Por eso el Apocalipsis de Juan dice: "El león de la tribu de Judá ha prevalecido, y ha abierto los sellos que estaban impresos en el libro".
¿Y qué son estos sellos, sino las oscuridades de los profetas? Isaías los conocía bien y por eso dice definitivamente: "Estas palabras serán como las palabras del libro sellado". El Cristo de Dios no vino, entonces, para cerrar la visión y el profeta, sino más bien para abrirlos y sacarlos a la luz. Por eso prefiero la traducción de Aquila: "Para cumplir la visión del profeta". Esto concuerda también con las palabras de nuestro Salvador, cuando dijo: "No he venido a abrogar la ley ni los profetas, no he venido a abrogar, sino a cumplir". Porque "el fin de la ley es Cristo", y todas las profecías que conocemos acerca de él quedaron sin cumplirse y sin completar, hasta que él vino y dio cumplimiento a las profecías acerca de sí mismo.
Es posible, también, que la versión de la Septuaginta ("para sellar la visión y el profeta") tenga este significado: "Porque la ley y los profetas continuaron hasta Juan", y desde su día la antigua inspiración de la raza judía ha cesado, y sus predicciones de Cristo, y los que en las Sagradas Escrituras vieron visiones genuinas han llegado a su fin, como si la gracia divina estuviera encerrada y sellada: y así es el caso de que desde ese día no ha habido actividad de profeta o vidente entre ellos; esto ha cesado por completo desde el tiempo mencionado hasta nuestros días. De hecho, la Septuaginta añade: "Y para ungir al Santísimo", y esto también es evidente por la misma razón, que hasta el tiempo de nuestro Salvador, el Santísimo, los sumos sacerdotes eran ungidos siguiendo el ritual realizado según la ley mosaica, pero desde esa fecha han dejado de serlo, como predice la profecía.
Así, también las palabras de Jacob a Judá predijeron el cese de los príncipes y gobernantes de la nación judía, como ya he dicho. Ahora bien, como la primacía de los profetas y sacerdotes sobre el pueblo fue mucho más tardía que la de los reyes, el oráculo en la profecía citada primero predice la destrucción de los príncipes y gobernadores de la nación judía, mientras que el que estamos considerando predice el cese también de los profetas y sacerdotes, que eran antaño su ornamento principal, lo que realmente se cumplió con la venida de nuestro Salvador.
Respecto a la traducción de Aquila ("para la unción del Santísimo"), se podría pensar que se refiere al antiguo sumo sacerdote judío, ya que muchos de los sacerdotes inferiores eran llamados santos, pero sólo el sumo sacerdote santísimo. Y esta idea a primera vista es tentadora. Porque hasta los tiempos de nuestro Salvador, los sumos sacerdotes en línea continua al mismo tiempo gobernaban al pueblo, ya que continuamente realizaban el servicio de Dios según el ritual ordenado por Moisés; pero desde los tiempos de nuestro Salvador su orden primero fue confundido, y poco después completamente abolido.
Con todo, como no encuentro en ninguna parte en las Sagradas Escrituras al sumo sacerdote llamado santísimo, soy de opinión que en este pasaje sólo se refiere al Verbo unigénito de Dios, que es propia y verdaderamente digno de ese nombre. Porque si los hombres sobresalen y alcanzan todas las virtudes alcanzables, deben contentarse con ser llamados santos, compartiendo y participando del carácter de aquel que dijo: "Sed santos, porque yo, el Señor, soy santo". Pero ¿qué ser humano podría ser llamado con justicia Santísimo, sino el único Hijo amado del Padre, llamado Santo de los santos, como también Rey de reyes y Señor de señores? Porque sólo a él, como aventajando a todos los de la ordenación de Moisés que fueron ungidos con aceite terrenal y manufacturado, se le dijo: "Has amado la justicia y aborrecido la iniquidad, por eso Dios, el Dios tuyo, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros".
Ungido con la cual, dice en su propia persona en Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido". Puesto que, pues, es evidente que nuestro Salvador fue ungido de manera única más allá de todos los que lo fueron jamás con la excelente unción espiritual, o más bien divina, con razón se le llama "Santo de los santísimos", y "Sumo Sacerdote de los sumos sacerdotes", y "Santificado de los santificados", según el oráculo de Gabriel.
Todo esto se cumplió cuando se cumplieron las 70 semanas. Es decir, en la fecha de la venida de nuestro Salvador. Así, pues, cuando el susodicho ángel dio esta predicción sumaria al profeta Daniel, vuelve de nuevo al tema de las 70 semanas, explicando con precisión y detalle en qué momento deben comenzar a contarse las semanas, y lo que sucederá en el tiempo mencionado. Por eso dice: "Sabrás y entenderás que desde la salida de la orden para la respuesta y para la edificación de Jerusalén habrá siete semanas y sesenta y dos semanas, y luego volverá, y se reconstruirán la plaza y el muro".
Con respecto a esto creo que es correcto no dejar en el olvido los estudios de un predecesor sobre este tema, sino citar de ellos como sea conveniente para mis lectores. Porque es un buen dicho que "los bienes de los amigos son comunes". Y como es correcto usar lo que otros han expresado bien con un espíritu correcto, y no privar a los padres de sus hijos, o a los primeros engendradores de su propia descendencia, citaré sus palabras exactas. Este extracto de Africano se encuentra en el libro V de su Cronografía y dice así:
20 de Artajerjes, rey de Persia. Porque Nehemías su copero hizo la petición, y recibió la respuesta de que Jerusalén debía ser reconstruida, y se dio la orden para llevarla a cabo. Hasta esa fecha la ciudad permaneció desolada. Porque cuando Ciro, después del año 70 del cautiverio, permitió espontáneamente que todos los que deseaban regresar, los que estaban con Josué el sumo sacerdote y Zorobabel regresaron, y luego los que estaban con Esdras, y al principio se les impidió construir el templo y el muro de la ciudad, ya que no se había dado ninguna orden al respecto. Así, hubo un retraso hasta Nehemías y el reinado de Artajerjes y el año 115 del Imperio Persa. Y esto fue 185 años desde la toma de Jerusalén. Fue entonces cuando el rey Artajerjes dio la orden para que se construyera. Y Nehemías fue enviado para hacerse cargo de la obra, y la plaza y el muro fueron construidos, como se había profetizado. Y desde esa fecha hasta la venida de Cristo hay 70 semanas. Porque si comenzamos a contar desde cualquier otro punto que no sea este, no solo las fechas no coincidirán, sino que surgirán muchos absurdos. Si, por ejemplo, comenzamos a contar las 70 semanas desde Ciro y la primera misión, el período será demasiado largo por más de un siglo, si desde el día en que el ángel profetizó a Daniel aún más, y más largo aún si comenzamos desde el comienzo de la cautividad. En efecto, encontramos que la duración del Imperio Persa fue de 230 años, y la del Imperio Macedonio de 300, y desde entonces hasta el año 16 de Tiberio César, de 60 años. Y desde Artajerjes hasta el tiempo de Cristo se cumplieron 70 semanas, según el cómputo judío. Pues desde Nehemías, que fue enviado por Artajerjes para reconstruir Jerusalén, en el año 115 del Imperio Persa, y en el año 20 de Artajerjes, y en el año 4 de la LXXXIII Olimpíada hasta esa fecha, que fue el año 2 de la CII Olimpíada, y el año 16 del reinado de Tiberio César, hay 475 años, o 490 según el cómputo hebreo. Pues ellos cuentan los años por el curso de la luna, debo decirte, contando 354 días, mientras que el curso del sol es de 365,25 días, 12 revoluciones lunares, siendo superado por un solar por 11,25 días. Por lo tanto, los griegos y los judíos añaden 3 meses intercalares a cada 8º año. Porque 8 veces 11,25 días son 3 meses. Así que 465 años, en ciclos de 8 años, son 59 años y 3 meses. Como añadimos los 3 meses intercalares cada 8º año, nos faltan unos pocos días para llegar a quince años. Y estos añadidos a los 475 años completan las 70 semanas"."La sección así expresada da mucha información extraña. Pero aquí haré el necesario examen de los tiempos y los asuntos relacionados con ellos. Está claro, entonces, que la venida de Cristo está predicha como ocurriendo después de 70 semanas. Porque en el tiempo de nuestro Salvador, o después de su tiempo, los pecados son eliminados y las trasgresiones terminan. Y por esta remisión las iniquidades son borradas por una propiciación junto con la injusticia, la justicia eterna es publicada además de la de la ley, las visiones y profecías hasta Juan, y el Santo de los santos es ungido. Porque estas cosas existían en expectativa sólo antes de la venida de nuestro Salvador. Y el ángel explica que debemos contar los números, es decir, las 70 semanas, que son 490 años, desde la salida de la palabra de respuesta y desde la construcción de Jerusalén. Esto tuvo lugar en el año
Esto, pues, según Africano. Y si se me permite hacer un comentario oportuno sobre el pasaje, diría que la profecía no hace la división de las 70 semanas sin un objeto o al azar. Pues habiéndolas dividido en las primeras 7 y otras 62, añade la última después de una cantidad de material intermedio, y así determina el número de setenta semanas. Así dice: "Y sabrás y entenderás desde la salida de la palabra de la respuesta y de la edificación de Jerusalén hasta Cristo el gobernador que hay siete semanas y sesenta y dos semanas". Y más tarde, habiendo interpuesto otro material, añade el último dicho: "Y hará un pacto con muchos una semana".
No creo que nadie que considere estas palabras como de Dios pueda suponer que estas declaraciones no tienen un objeto, o que están dispersas sin la intención divina. Pensé que era correcto primero llamar la atención sobre esto, y luego dar una solución más elaborada del problema a mis lectores. Y si debo revelar lo que tengo en mente, diría que según otro significado o interpretación, el que es llamado en el extracto precedente "Cristo el gobernador" (es decir, "desde la salida de la palabra de respuesta y la construcción de Jerusalén hasta Cristo el gobernador"), no es otro que el grupo de los sumos sacerdotes que gobernaron al pueblo después de la profecía y el regreso de Babilonia, a quienes la Escritura comúnmente llama Cristos. Porque he demostrado que fueron los únicos gobernadores de la nación, comenzando con Josué, hijo de Josedec, el gran sacerdote, después del regreso de Babilonia, y hasta la fecha de la venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Creo que el hecho de que se refiera al período intermedio de su primacía, durante el cual gobernaron, se muestra por las palabras: "Desde la salida de la respuesta y la construcción de Jerusalén, hasta "Cristo el gobernador", son 7 semanas y 62 semanas". Y las semanas de años suman 483 años sumados desde el reinado de Ciro hasta el Imperio Romano, cuando el general romano Pompeyo atacó Jerusalén y tomó la ciudad por asedio, y toda la ciudad quedó sujeta a Roma, de modo que desde entonces pagó impuestos y obedeció las ordenanzas romanas.
En este período, pues, concluyen los 483 años, cuando llegaron a su fin quienes, según la ley mosaica, tenían la primacía de la nación y del sacerdocio, a quienes entiendo que las Sagradas Escrituras llaman aquí "Cristo el gobernador". Y si fuera necesario publicar una lista de la sucesión de los sumos sacerdotes que ocuparon el cargo durante este período intermedio, no tengo objeción a hacerlo para confirmar mis afirmaciones. Primero, pues, después de la profecía de Daniel, en el reinado de Ciro, rey de Persia, después del regreso de Babilonia, vino Josué (hijo de Josedec, llamado el gran sacerdote) con Zorobabel del cautiverio, y puso los cimientos del templo, pero como los vecinos le impidieron la obra, las primeras 7 semanas de años nombradas por el profeta llegaron a su fin, durante las cuales la construcción del templo quedó inacabada.
Es por esto que la palabra divina separa las primeras 7 semanas de las restantes, diciendo 7 semanas, y luego después de un intervalo agregando, y 62 semanas. Porque desde Ciro hasta la terminación de la obra del templo hay 7 semanas de años. Por eso los judíos que atacaban a nuestro Salvador dijeron: "Cuarenta y seis años se tardó en construir este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?".
Los judíos dijeron, pues, que el templo se construyó en 46 años, contando desde el reinado de Ciro I (el primero en permitir que los judíos que deseaban subir a su propia tierra subieran) hasta el año 6 del rey Darío (en cuyo reinado finalmente se completó el templo). Pero Josefo, otro autor judío, dice que:
"Se emplearon 3 años más en completar los edificios exteriores circundantes, de modo que parece probable que las 7 primeras semanas se dividieran en palabras del profeta en 9 años y 40 años, y que los 62 restantes se contaran desde el reinado de Darío, en cuyo tiempo Josué, hijo de Josedec, y Zorobabel, hijo de Salatiel, que todavía vivían, estaban ambos a la cabeza de la reconstrucción del templo, cuando Hageo y Zacarías eran profetas, después de los cuales vinieron Esdras y Nehemías, que también vinieron. Subió de Babilonia y construyó la muralla de la ciudad, siendo sumo sacerdote Joiachim. Era hijo de Josué, hijo de Josedec. Le sucedió en el sumo sacerdocio Eliasib, después Joiada, después Jonatán y después Jadúa. Los libros de Esdras los registran, diciendo: "Y Jesúa engendró a Joiacim, Joiacim engendró a Eliasib, y Eliasib engendró a Joiada, y Joiada engendró a Jonatán, y Jonatán engendró a Jadúa".
En la época de esta Jaddua, Alejandro de Macedonia conquistó Alejandría y, como relata Josefo, llegó a Jerusalén y adoró a Dios. Y Alejandro murió a principios de la CXIV Olimpíada, 236 años después de Ciro, quien comenzó a gobernar a los persas en el primer año de la LV Olimpíada.
Después de la muerte de Alejandro de Macedonia, y después del mencionado sumo sacerdote, Onías gobernó la nación, también ejerciendo el oficio de sumo sacerdote; en su época Seleuco conquistó Babilonia y se puso la corona de Asia, 12 años después de la muerte de Alejandro, y el período completo desde él hasta Ciro es de 248 años.
A partir de ese punto, el libro de Macabeos comienza a contar los años del Imperio Helénico. Y después de Onías, gobernó a los judíos el sumo sacerdote Eleazar, en cuyo tiempo los Setenta tradujeron las Sagradas Escrituras y las depositaron en la biblioteca de Alejandría. Después de él, un segundo Onías, seguido por Simón, en cuyo tiempo floreció Jesús, hijo de Sirá, que escribió el excelente libro de la Sabiduría. Después de él gobernó un tercer Onías, en cuyo tiempo Antíoco sitió a los judíos y los obligó a helenizarse.
Después de él, Judas el Macabeo estuvo a la cabeza del estado, y limpió la tierra de los impíos, siendo sucedido por su hermano Jonatán. Y luego Simón, a cuya muerte el libro I de Macabeos cuenta 177 años desde el comienzo del gobierno sirio, y termina su historia en esa fecha. De modo que el período desde el año 1 de Ciro y del Imperio Persa hasta el final del registro de los macabeos y la muerte de Simón es de 425 años. Y luego Jonatán ejerció el sumo sacerdocio, según Josefo, durante 29 años.
Después de él reinó, durante 1 año, Aristóbulo, quien fue el primero en asumir la diadema real además del sumo sacerdocio después del regreso de Babilonia. Alejandro le sucedió como rey y sumo sacerdote, y estuvo a la cabeza del estado durante 27 años. Hasta esta fecha se comprende en total, desde el año 1 del reinado de Ciro y desde el regreso de los judíos de Babilonia, 482 años, período en el que gobernaron los sumos sacerdotes, que creo que son llamados en la profecía "ungidos y gobernadores".
Después de estos 482 años, y cuando murió el último de ellos (el sumo sacerdote Alejandro), el estado de los judíos quedó sin rey ni líder, de modo que el reino pasó a una mujer. Y cuando sus dos hijos (Aristóbulo e Hircano) se peleaban entre sí, el general romano Pompeyo atacó Jerusalén y tomó la ciudad por asedio, negando sus lugares santos e incluso entrando en el lugar santísimo. Esto sucedió en el año 1 de la CLXXIX Olimpiada, 495 años después del imperio de Ciro, que comenzó a gobernar en la LV Olimpiada. Pompeyo, después de haber tomado Jerusalén por la fuerza, envió prisionero a Roma al ya mencionado Aristóbulo, y confirió el sumo sacerdocio a su hermano Hircano, y desde entonces toda la nación quedó sometida a Roma.
Después de esto, Herodes (hijo de Antípatro) destruyó a Hircano, y el senado romano le confió el reino judío, siendo el primer gobernante de una estirpe extranjera, y destruyó el orden del sumo sacerdocio mosaico. Porque la ley divina ordenaba que el sumo sacerdote debía ejercer su cargo vitalicio; pero Herodes prefirió para el cargo a hombres que no fueran de la tribu sacerdotal ni aptos de otra manera, que fueran ajenos y extraños a la línea de sucesión sacerdotal, y no les dio el cargo ni siquiera de por vida, sino sólo por un corto y limitado tiempo, a veces a uno, a veces a otro; de modo que las primeras siete semanas deben contarse desde Ciro hasta Darío, y las sesenta y dos restantes desde Darío hasta el general romano Pompeyo.
Si se cuenta por tercera vez, pero de otra manera, el período de las 62 semanas, se comprenderán 483 años, hasta Augusto y Herodes, el primer rey de ascendencia extranjera, en cuyo reinado se registra que tuvo lugar el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, si se comienza a contar desde Darío y la terminación del templo. En efecto, el profeta Zacarías muestra que los 70 años de la desolación de Jerusalén se completaron en el año 2 de Darío, cuando dice: "El día veinticuatro del undécimo mes (que es el sábado), en el segundo año de Darío, la palabra del Señor vino a Zacarías hijo de Berequías". Y luego añade: "Y el ángel del Señor respondió y dijo: Oh Señor Todopoderoso, ¿hasta cuándo no tendrás compasión de Jerusalén y de las ciudades de Judá, que has despreciado estos setenta años pasados?".
Éste fue, pues, el tiempo que Daniel, inspirado por el espíritu divino, marcó cuando dijo: "Yo, Daniel, estudié en los libros el número de los años, según la palabra del Señor al profeta Jeremías, para que se cumplieran los setenta años de desolación de Jerusalén; y volví mi rostro al Señor mi Dios para presentar mi oración y mi súplica". Después de su oración, el ángel profetizó a Daniel acerca de las 70 semanas, y le dijo en qué punto debía comenzar a contar el tiempo, diciendo: "Sabrás y entenderás desde la salida de la palabra de la respuesta y desde la edificación de Jerusalén hasta Cristo el gobernador".
La primera respuesta que permitió reconstruir Jerusalén fue, por supuesto, la de Ciro. Pero ésta no tuvo efecto, porque los vecinos interfirieron. Cuando Darío dio su orden más tarde, y la construcción del templo también se completó durante su reinado, a partir de esa fecha comenzó a cumplirse la profecía de Daniel, que dijo: "Desde la salida de la palabra de respuesta y desde la construcción de Jerusalén", y lo que dijo: "Yo, Daniel, entendí en los libros el número de los años, que fue la palabra del Señor al profeta Jeremías, para el cumplimiento de la desolación de Jerusalén setenta años". Por lo tanto, se muestra que la finalización del período de 70 años se alcanzó en el segundo año de Darío, de modo que de todos modos debemos contar las setenta semanas a partir de la LXVI Olimpíada y desde el año 2 de Darío, en el que se completó la construcción.
Si calculamos el período posterior desde esa fecha hasta el rey Herodes y el emperador romano Augusto, en cuyos tiempos nació nuestro Salvador en la tierra, veremos que asciende a 483 años, que son las 7 y 62 semanas de la profecía de Daniel. Desde la LXVI Olimpiada hasta la CLXXXVI Olimpiada hay 121 olimpiadas, o 484 años (sabiendo que una olimpiada constaba de 4 años), durante los cuales el emperador romano Augusto, en el año 15 de su reinado, ganó el reino de Egipto y el mundo entero, mientras Herodes era el primer extranjero en ascender al trono judío, y nació nuestro Señor y Salvador Jesucristo, sincronizándose el tiempo de su nacimiento con el cumplimiento de las 7 y 62 semanas de la profecía de Daniel.
Después viene la semana restante, separada de ellas y dividida por un largo intervalo, durante la cual ocurrieron todos los demás eventos que están predichos en el medio, todos los cuales fueron predichos en medio del oráculo y se cumplieron; se desarrollan de la siguiente manera: "Después de las siete y sesenta y dos semanas la unción será expulsada, y no habrá juicio en ella. Y destruirá la ciudad y el lugar santo con el líder que viene, y serán talados como por un diluvio, y hasta el fin de la terminación de la guerra por destrucciones".
Esto se cumplió evidentemente en el tiempo de Augusto y Herodes, en cuyo día, digo, se cumplieron las 7 semanas predichas. La unción regular y ordenada del sumo sacerdote continuó ininterrumpidamente hasta el tiempo de Herodes y Augusto, y la antigua línea del sumo sacerdocio terminó con Alejandro, el padre de Hircano; y se dice que Herodes, después de asesinar a Hircano, confirió el oficio no ya a los miembros de la línea ancestral, sino a hombres oscuros y desconocidos. Esto previó y predijo el oráculo que dijo que, "después de las siete y sesenta y dos semanas, la unción será expulsada, y no habrá juicio en ella". Esto lo aclaran los traductores, pues Aquila traduce "después de las siete y sesenta y dos semanas, el que es ungido será expulsado, y no habrá lugar para él", y Símaco "después de las sesenta y dos semanas, el Cristo será quitado, y no será suyo", lo cual parece una fuerte confirmación de mi interpretación de "Cristo el gobernador".
Dice la profecía, también, que Cristo será expulsado después de que se cumplan dichas semanas. ¿Y quién puede ser éste, sino el gobernador y gobernante de la línea de los sumos sacerdotes? Por tanto, dicho gobernador permaneció hasta que se cumplieran las semanas, y cuando éstas llegaron a su fin, el gobernante de la nación en la línea de sucesión fue eliminado, como predijo la profecía. Se trata dee Hircano, a quien Herodes asesinó y se apoderó del reino al que no tenía ningún derecho especial, y fue su primer rey de ascendencia extranjera.
Además, Hircano no sólo fue eliminado personalmente, como el último sucesor ungido de los antiguos sumos sacerdotes, sino que también fue eliminada la línea que descendía de los antiguos sumos sacerdotes, y la unción legal dejó ya de ser utilizada en los juicios, sino de una manera confusa y desordenada. Estos acontecimientos sucedieron simultáneamente, y cumplieron la predicción: "La unción será expulsada, y no hay juicio en ella". Josefo, siendo hebreo, de prueba suficiente de ello, al dar la historia de aquellos tiempos en el libro XVIII de la Antigüedades Judías:
"Herodes fue hecho rey por los romanos, pero ya no nombró sumos sacerdotes de la familia de Asamoneo, y estos fueron llamados macabeos, sino que nombró a ciertos hombres de familias eminentes, sino sólo de la raza hebrea, excepto que le dio esa dignidad a Aristóbulo; porque nombró a este Aristóbulo, el hijo de Hircano, sumo sacerdote, y tomó a su hermana Mariamne por esposa, con el objetivo de ganar la buena voluntad del pueblo a través de su memoria de Hircano. Sin embargo, más tarde, por temor a que todos inclinaran sus inclinaciones hacia Aristóbulo, lo condenó a muerte en Jericó, y lo hizo asfixiándolo mientras nadaba, como ya he contado. Pero después de este hombre, nunca confió el sumo sacerdocio a los descendientes de Hircano. Arquelao también actuó como su padre Herodes en el nombramiento de los sumos sacerdotes, como también lo hicieron los romanos, que tomaron el puesto de sumo sacerdote como su padre, y lo hicieron como su padre Herodes, y lo hicieron como su padre "el gobierno sobre los judíos pasó después a sus manos".
Y nuevamente, en otro lugar dice de ellos:
"Pero cuando Herodes llegó al trono, reconstruyó esta torre, que estaba situada muy convenientemente, de una manera magnífica, y la llamó Antonia, y tomó las vestimentas del sumo sacerdote, que encontró tiradas allí, y las conservó, creyendo que mientras las tuviera, el pueblo no se rebelaría contra él. Y el ejemplo de Herodes fue seguido por Arquelao su hijo, que fue nombrado rey después de él, después de quien los romanos, cuando entraron en el gobierno, tomaron posesión de las vestimentas del sumo sacerdote y las guardaron en una cámara de piedra bajo un sello".
Creo que debe quedar claro para todos que esto fue el cumplimiento del oráculo, que dijo: "Después de las sesenta y dos semanas será echada fuera la unción, y no hay juicio en ella".
Podréis entender mejor el significado de las palabras "y no hay en ello juicio" si consideráis los nombramientos aleatorios de los sumos sacerdotes, después del tiempo de Herodes y en el tiempo de nuestro Salvador. Pues mientras que por la ley divina se ordenó que un sumo sacerdote debía ejercer su cargo durante toda su vida y ser sucedido por su hijo legítimo, en el período en cuestión, cuando la unción había sido desechada como lo predijo la profecía, Herodes primero, y después de él los romanos, nombraron a los sumos sacerdotes que quisieron al azar o no según la ley, otorgando la dignidad a hombres comunes y desconocidos, vendiendo y vendiendo el cargo, dándoselo ahora a uno, ahora a otro por un año.
El evangelista Lucas parece dar a entender esto, cuando dice: "En el año quince del reinado de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y siendo tetrarcas Herodes, Felipe y Lisanias, y sumos sacerdotes Anás y Caifás". Pues, ¿cómo podrían ser ambos sumos sacerdotes al mismo tiempo, a menos que se hiciera caso omiso de las reglas del sumo sacerdocio? Es lo que escribe Josefo:
"Valerio Grato, general romano, después de terminar el sumo sacerdocio de Anano, nombró a Ismael, hijo de Febe, y destituyó a éste poco después a Eleazar, hijo de Anano, como sumo sacerdote. Un año después lo destituyó y dio el cargo a Simón , hijo de Gatimo. No permaneció como sumo sacerdote más de un año, hasta que Josefo, hijo de Caifás, ocupó su lugar".
Me vi obligado a dar esta cita debido a las palabras "la unción será desechada, y no hay juicio en ella", que me parecen probadas por ella más allá de toda duda.
Después de esto, la profecía de Daniel dice: "Destruirá la ciudad y el lugar santo, con el gobernador que viene".
Con esto, entiendo que se refiere Daniel a los gobernantes de origen extranjero que sucedieron a Herodes. Porque, como antes nombró a los sumos sacerdotes, ungidos y gobernadores, diciendo "hasta Cristo el gobernador", de la misma manera, después de su tiempo y después de su abolición, no vino otro gobernante que el mismo Herodes de origen extranjero, y los otros gobernaron la nación en orden después de ellos, en cuya compañía y con cuya ayuda, utilizándolos como sus agentes, se dice que esa odiosa plaga de hombres buenos destruyó la ciudad y el lugar santo.
De hecho, Roma destruyó toda la nación, ya trastornando el orden establecido del sacerdocio, ya pervirtiendo a todo el pueblo, ya alentando a la ciudad (que metafóricamente representa a su pueblo) a la impiedad. Aquila está de acuerdo con mi interpretación del pasaje, traduciendo así: "Y el pueblo del gobernador que viene destruirá la ciudad y el lugar santo". Esto significa que la ciudad y el lugar santo no sólo serán destruidos por el líder que vendrá, a quien he identificado en mi interpretación, sino también por su pueblo.
No estarías muy equivocado si dijeras, por tanto, que las palabras que tenemos ante nosotros se refieren al general romano Vespasiano, y a su ejército, y a los campamentos de los gobernantes romanos (que gobernaron directamente la nación judía desde ese momento, y destruyeron la ciudad de Jerusalén al completo, y su antiguo y venerable templo). Porque los judíos fueron cortados por Vespasiano como por un diluvio, y de inmediato se vieron envueltos en la destrucción hasta que la guerra concluyó, de modo que la profecía se cumplió y sufrieron una desolación total después de su complot contra nuestro Salvador (el cual fue seguido por sus sufrimientos extremos, durante el asedio). Encontrarás un relato preciso de esto en la historia de Josefo.
Tras la profecía de las 7 y las 62 semanas, profetiza Daniel el nuevo pacto anunciado por nuestro Salvador. Así que, cuando todo el asunto intermedio entre las 7 y las 62 semanas hubo terminado, se añade: "Y él confirmará un pacto con muchos en una semana", y a la mitad de la semana se quitarán el sacrificio y la libación, y en el lugar santo vendrá la abominación de la desolación, y hasta la plenitud del tiempo se dará plenitud a la desolación. Consideremos cómo se cumplió esto.
Ahora bien, se dice que el período completo de la enseñanza y obra de milagros de nuestro Salvador fue de 3 años y medio (es decir, media semana). El evangelista Juan, en su evangelio, lo deja claro a los atentos. Por tanto, 1 semana de años estaría representada por todo el período de su asociación con los apóstoles, tanto el tiempo antes de su pasión como el tiempo después de su resurrección. Porque está escrito que antes de su pasión se mostró durante 3 años y medio a sus discípulos y también a los que no eran sus discípulos; mientras que mediante la enseñanza y los milagros reveló los poderes de su divinidad a todos por igual, ya fueran griegos o judíos.
Después de su resurrección, lo más probable es que estuviera con sus discípulos un período igual a los años, apareciéndose ante ellos durante 40 días, comiendo con ellos y hablando de las cosas pertenecientes al reino de Dios, como nos dicen los Hechos de los Apóstoles. Así que ésta sería la semana de los años del profeta, durante la cual él "confirmó un pacto con muchos", es decir, confirmando el nuevo pacto de la predicación del evangelio. ¿Y quiénes fueron los muchos a quienes él lo confirmó, sino sus propios discípulos y apóstoles, y aquellos de los hebreos que creyeron en él?
Además, a la mitad de esta semana, durante la cual él confirmó dicho pacto con muchos, el sacrificio y la libación fueron quitados, y comenzó la abominación de la desolación, porque a la mitad de esta semana después de los tres días y medio de su enseñanza, en el momento en que él padeció, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, de modo que en efecto desde ese momento el sacrificio y la libación fueron quitados, y la abominación de la desolación permaneció en el lugar santo, ya que el Ser los había dejado desolados, quien había sido desde tiempo inmemorial hasta ese día el guardián y protector del lugar.
Es justo creer que hasta la pasión del Salvador hubo algún poder divino que guardaba el templo y el lugar santísimo. En efecto, no habría podido asistir con la multitud al templo para celebrar las fiestas según las leyes, si no hubiera sabido que aún seguía siendo un lugar digno de Dios. Por eso también había en el templo algunos que profetizaban hasta ese momento, como Ana la profetisa (hija de Fanuel, y Simeón), que lo tomó en brazos cuando era un niño, cuyas profecías se transmiten en la Escritura.
Tampoco hubiera podido nuestro Señor decir al leproso: "Ve, muéstrate al sacerdote y ofrece la ofrenda que ordenó Moisés para testimonio tuyo", si no hubiera considerado justo que las observancias legales se llevaran a cabo allí como en un lugar santo y digno de Dios. Tampoco hubiera expulsado a los que compraban y vendían, diciendo: "Toma esto de aquí y no lo hagas", y: "La casa de mi Padre, casa de comercio", si no hubiera pensado que el templo debía seguir siendo considerado sagrado.
No obstante, fue cuando se acercó la hora de su extrema maldad, cuando Jesús explicó todo esto, cuando dijo: "Vuestra casa quedará desierta", lo cual también se cumplió, cuando en su pasión el velo del templo se rasgó completamente en dos, y desde ese momento el sacrificio y la libación agradables a Dios según la ordenanza de la ley fueron efectivamente quitados, y cuando fueron quitados, la abominación de la desolación, como dice la profecía que tenemos ante nosotros, apareció en su lugar.
Si se dice que el culto del santuario pareció continuar por un tiempo, sin embargo no fue agradable a Dios, ya que se ofrecía sin juicio y no según la ley. Porque como antes cuando la unción fue abolida y la línea legal de sumos sacerdotes cesó después de la muerte de Hircano, los que ocuparon el cargo después parecieron realizar actos desordenados e ilegales. Así como en el caso de los quebrantados de corazón por la ley, se dice que la unción será desechada y no habrá en ella juicio, por ser ilegal y carente de juicio, se dice que sucedió lo mismo con la ofrenda y la libación, que se ofrecieron legítima y correctamente antes de la pasión de nuestro Salvador, mientras el poder aún guardaba los santos lugares, pero que fueron quitadas inmediatamente después del sacrificio perfecto y supremo que él ofreció, cuando se ofreció a sí mismo por nuestros pecados, siendo el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, sacrificio que fue entregado a todos los hombres en los nuevos sacramentos de la Nueva Alianza, se eliminan los sacrificios de la Antigua Alianza. Porque al mismo tiempo que se cumple el oráculo que dice: "Y confirmará un pacto con muchos una semana", se abolió todo lo que está relacionado con la antigua Alianza.
¿Y cuándo se confirmó el nuevo pacto, sino cuando nuestro Señor y Salvador, a punto de consumar el gran misterio de su entrega a la muerte, en la noche en que fue entregado, entregó a sus discípulos los símbolos de las palabras inefables del nuevo pacto que se referían a él? Porque simultáneamente con esta celebración, se abolió el antiguo pacto de Moisés, lo que se mostró por el velo del templo que se rasgó en ese mismo momento. Habiendo sido abolidos desde entonces los sacrificios y las libaciones y cesando en efecto y verdad, todos los sacrificios que luego se pensó que se ofrecían allí se celebraron en un lugar profano por hombres profanos e impíos.
A este respecto, escuchad el testimonio de Josefo: "El día de Pentecostés, los sacerdotes, al entrar de noche en el templo, como era su costumbre, para los servicios, dijeron que primero sintieron un temblor y un sonido, y después una voz repentina que decía: Partamos de aquí". O lo que dice el mismo escritor en otra parte: "El gobernador Pilato trajo las imágenes de César al templo por la noche, lo cual era ilegal, y causó un gran estallido de tumulto y desorden entre los judíos". Lo cual confirma Filón, diciendo: "Pilato colocó en el templo durante la noche los emblemas imperiales, y desde entonces los judíos se vieron envueltos en rebeliones y problemas mutuos".
Desde entonces, toda la nación judía y su ciudad sufrieron toda clase de calamidades, hasta la última guerra contra ellos y el asedio final, en que la destrucción se abatió sobre ellos como un diluvio con toda clase de miserias, hambre, peste y espada. Dicha desolación sobrevino sobre todos los que habían conspirado contra el Salvador, pues todos ellos fueron exterminados. Y también se cebó con el templo, que fue destruido piedra sobre piedra, hasta caer en la más profunda de las desolaciones. Tal vez esto sea así hasta el fin del mundo, según el límite establecido por el profeta cuando dijo: "Hasta la consumación de los tiempos se dará cumplimiento a la desolación". Estas palabras las selló nuestro Señor y Salvador Jesucristo cuando dijo: "Cuando veáis en el lugar santo la abominación de la que habló el profeta, entonces sabréis que su desolación está cerca".
Si los judíos son difíciles de persuadir de esto, deben ser convencidos no sólo de una oposición descarada a la verdad y a la evidencia, sino también de tergiversar, en la medida de lo posible, las predicciones como falsedades. En efecto, respecto a las 70 semanas de años, algunos judíos incluyen todo el tiempo, mientras que otros dicen que eso es lo que ha de suceder en el período intermedio, mientras que otros no admiten ninguna señal del cumplimiento de lo que fue escrito, aunque su unción y santuario hayan sido abolidos, y sus antiguos habitantes fueran destruidos y completamente reducidos a la nada. Lo más extraño de todo, incluso, es que dichos judíos pueden contemplar ahora, todavía en pie, toda aquella abominación y desolación en sus santos lugares, acerca de lo cual ya nuestro Señor y Salvador había profetizado que iba a suceder.
Como esto está ante vuestros ojos incluso ahora, es extraordinario que los judíos no sólo sean tan atrevidos como para negarse a ver lo que es claro, sino que además sean tan ciegos y oscuros en sus mentes como para no poder ver el cumplimiento claro y evidente de las Sagradas Escrituras. Pero ahora están en el estado al que Isaías profetizó que llegarían, y sus palabras se están cumpliendo: "De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos, para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane".
Como se dijo antiguamente, sobre las naciones que creen en Cristo, "a quienes no se les ha anunciado acerca de él, verán, y los que no han oído, entenderán". Por eso yo también, por su gracia y la del Padre que lo envió, he dado una interpretación tan completa como he podido de este pasaje, y he citado también las conclusiones críticas de Africano, mi predecesor, como pertinentes y precisas, y por lo tanto, para ser utilizadas como satisfactorias.
III
La triste realidad actual del mundo judío
Ya he considerado cómo, a partir de la venida de nuestro Salvador Jesucristo entre los hombres, los objetos de reverencia judía, el monte Sión y los edificios de Jerusalén,como el templo, el lugar santísimo, el altar y todo lo demás que allí estaba dedicado a la gloria de Dios, han sido completamente removidos o sacudidos, en cumplimiento de la palabra que dijo: "He aquí que el Señor sale de su lugar, y descenderá sobre las alturas de la tierra, y los montes temblarán debajo de él" (Miq 1,2-4; 3,9-12; 4,1-4).
Lo explica el profeta Miqueas, al decir que las almas de los judíos, llamadas valles (por el contraste de su miseria con su exaltación anterior), lamentando el paso de la gloria antes mencionada, "se derretirán como cera ante el fuego, y serán como agua que se precipita por un abismo", a través de la multitud de aquellos que caen de mal en peor.
Todo esto sucederá, dice Miqueas, a causa del pecado de la casa de Jacob, y a la trasgresión de la casa de Israel. Tras lo cual, continúa describiendo este pecado y trasgresión: "Los que contaminan el derecho y pervierten todo lo que es justo, que construyen Sión con sangre y Jerusalén con injusticia".
¡Con sangre! Sí, esta fue la causa de su miseria final, porque pronunciaron la impía maldición sobre sí mismos, diciendo: "Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Por eso dice: "Sión será arada como un campo, y Jerusalén será como un almacén de frutos", profecía que sólo se cumplió realmente después del trato impío a nuestro Salvador.
En efecto, desde entonces hasta ahora la desolación total se ha apoderado de la tierra, y su otrora famoso monte Sión, en lugar de ser (como lo fue) el centro de estudio y educación basado en las profecías divinas (que los hijos de los hebreos de antaño, sus piadosos profetas, sacerdotes y maestros nacionales amaban interpretar), es ahora una granja romana como el resto del país. Sí, con mis propios ojos he visto a los toros arando allí, y el lugar sagrado sembrado con semillas. Y no sólo el templo, sino que toda Jerusalén se ha convertido en un almacén de ruinas, o como lo dice el hebreo, en una cantera de piedra.
Respecto a las traducciones de la profecía de Miqueas, la traducción de Aquila es: "Por eso, la tierra de Sión será arada, y Jerusalén será una cantera de piedras". De hecho, así es hoy en día, pues no sólo Jerusalén está habitada por hombres de raza extranjera, sino que se ha convertido en una cantera, pues todos los habitantes de la ciudad escogen de sus ruinas provisiones tanto para edificios privados como públicos. Es triste ver que las piedras del propio templo, y de su antiguo santuario y lugar sagrado, se utilizan para la construcción de templos de ídolos y de teatros para el pueblo.
Estas cosas están a la intemperie, para que todos los ojos las vean, y las mentes descubran que es de ahí de donde sale la nueva ley y la palabra del Nuevo Pacto de nuestro Salvador Jesucristo. Porque innumerables grupos de personas, razas de todo tipo que abandonan los dioses de sus padres y sus antiguas supersticiones, invocan al Dios supremo. Y así se considera la paz más profunda, no habiendo diversidad de gobierno ni de gobierno nacional, que nación no tomaría espada contra nación, y que no aprenderían más la guerra, sino que cada agricultor descansaría debajo de su vid y debajo de su higuera, según la profecía, y que nadie lo atemorizara.
Como este estado de cosas nunca se logró en ningún otro tiempo sino durante el Imperio Romano, desde el nacimiento de nuestro Salvador hasta ahora, considero irrefutable la prueba de que el profeta Miqueas se refiere al tiempo de la venida de nuestro Salvador entre los hombres.
IV
Más sobre la caída de los judíos, y el resurgir de los gentiles
Tras predecir la venida de nuestro Salvador, la profecía hebrea (Zac 2,10-11; 9,9-10) continúa hablando de la desolación final de Jerusalén, en parte bajo formas figurativas y disfrazadas, y en parte con toda claridad. En sentido figurado, por ejemplo, se dice: "Abre tus puertas, Líbano, y que el fuego devore tus cedros. Aúlle el pino, porque ha caído el cedro y los valientes han sido muy afligidos. Aullad, encinas de la tierra de Easán, porque ha sido derribado el espeso bosque. Gima la voz de los pastores, porque ha sido abatida su grandeza. Ruja la voz de los leones, porque ha sido abatida la soberbia del Jordán".
Esto es figurativo, pero el mismo profeta Zacarías da a continuación una interpretación clara del mismo: "Yo pondré a Jerusalén por postes temblorosos a todas las naciones de alrededor, y en Judea habrá sitio contra Jerusalén. Y acontecerá en aquel día que yo pondré a Jerusalén por piedra hollada por todas las naciones; todo el que la pisotee se burlará de ella, y se reunirán en ella todas las naciones de la tierra".
Poco después, añade Zacarías: "Mirarán a mí, a quien traspasaron, porque me han escarnecido, y harán endechas como por un amado, y gemidos como por un primogénito. En aquel día aumentará el llanto de Jerusalén, como se cortó en la llanura el llanto de Roón. Y la tierra lamentará por familias. La familia de la casa de David por sí, y sus mujeres por sí; la familia de la casa de Natán por sí, y sus mujeres por sí; la familia de la casa de Leví por sí, y sus mujeres por sí; la familia de la casa de Simeón por sí, y sus mujeres por sí. Todas las familias que quedan, cada familia por sí, y sus mujeres por sí".
Y de nuevo, después de otro asunto, anuncia aún más claramente Zacarías el asedio de Jerusalén, diciendo: "Vienen los días del Señor, y en ti se repartirán tus despojos. Y haré subir a todas las naciones a Jerusalén para la guerra; y la ciudad será tomada, y sus casas serán saqueadas, y sus mujeres serán contaminadas; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, pero el resto de mi pueblo no será echado de la ciudad. Y saldrá el Señor y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la guerra. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el Monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén".
Más tarde, después de un intervalo, dice Zacarías: "Y habrá un solo Señor, y un solo nombre, por toda la tierra y por el desierto". Y de nuevo, después de otro asunto, concluyendo su profecía, profetiza la llamada a los gentiles: "Los que sobrevivan de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán todos los años para adorar al Rey, el Señor de los ejércitos, y para celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y los que de las familias de la tierra no suban a Jerusalén para adorar al Rey, el Señor de los ejércitos, éstos serán añadidos a los otros. Y si la familia de Egipto no sube ni llega allá, sobre ellos vendrá la ruina con que herirá el Señor a todas las naciones, a cuantos no suben para celebrar la fiesta de los tabernáculos".
Así profetizó Zacarías, después del regreso de Babilonia, en el reinado del rey Darío de Persia, cuando Jerusalén apenas se había levantado de la desolación que sufrió bajo los babilonios.
El período de tiempo desde el rey Darío de Persia, en cuyo tiempo profetizó Zacarías, hasta Augusto, emperador de Roma, equivale a las 7 y 62 semanas de años de Daniel, que equivalen a 483 años, como he demostrado en mis recientes investigaciones. Y ni en el tiempo de los macedonios a partir de Alejandro en adelante, ni siquiera si se incluye el reinado de Augusto, se cumplió nada parecido a las palabras del profeta. Porque ¿cuándo en aquellos días el Señor, a quien el profeta habla como divino, vino entre los hombres, y muchas naciones lo conocieron, y lo confesaron como el único Dios, y se refugiaron en él, y fueron para él un pueblo? ¿O cuándo en los tiempos de los macedonios o de los persas vino el rey que fue predicho, montado sobre un asno y un pollino? ¿Cuándo vino y destruyó por completo el ejército real de la nación judía, llamada aquí Efraín, y de la misma Jerusalén, llamada carros y caballos, y venció al ejército de los judíos? Porque esto es lo que reveló el oráculo, diciendo: "Tu rey viene a ti, justo y salvador, manso y sentado sobre un asno y un pollino, y destruirá por completo el arco de guerra".
En efecto, así se profetizó acerca de la destrucción de la gloria real de la nación judía, al mismo tiempo que, por otra parte, se repitió la profecía de paz para los gentiles de acuerdo con las citadas anteriormente, a saber: "Abundancia de paz vendrá de parte de los gentiles".
En cuanto a las traducciones, Aquila y el resto de traductores traducen "hablará paz a los gentiles". Y esto es lo que se cumple especial y literalmente a partir del reinado de Augusto, ya que a partir de esa fecha cesaron las variedades de gobierno, y la paz envolvió a la mayoría de las naciones del mundo. ¿Y cómo? Porque antes de los días romanos, o bajo los persas y macedonios, ¿qué rey de los judíos había, que "gobernaba de mar a mar, y desde los ríos hasta los confines de la tierra"? Así lo han demostrado los otros traductores. Por tanto, por eso es que Aquila traduce "hablará paz a las naciones", y "su poder será de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra".
Con esto concuerda el pasaje del Salmo 101, acerca del Cristo que nacerá de la descendencia de Salomón: "En sus días surgirá justicia y abundancia de paz, hasta que la luna perdure. Y él dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines del mundo". Estas palabras acerca del hijo de Salomón son tan sublimes como las del profeta, así que ¿cuándo, pues, tuvo lugar esto? ¿En qué período se produjo? Quien pueda, que me lo diga. ¿Y cuándo, después del asedio de los babilonios, Jerusalén fue incendiada por segunda vez y su templo fue derribado?
La figura que emplea el profeta Zacarías es también sumamente extraña, cuando dice: "¡Oh Líbano, abre tus puertas y que el fuego devore tus cedros!", llamando así al templo con el nombre de Líbano. A esto asienten los propios judíos, e incluso Isaías cuando dijo: "El Señor de los ejércitos perturbará con su poder a los nobles, y los altivos serán aplastados en su orgullo. Y el Líbano caerá con sus altivos, y saldrá una vara del tronco de Jesé, y una flor brotará de sus raíces, y el Espíritu del Señor reposará sobre él". E incluso también Ezequiel llama a Jerusalén Líbano, cuando dice: "La gran águila de grandes alas, que tiene el dominio, vino al Líbano y arrancó las tiernas ramas del cedro".
No obstante, la profecía de Ezequiel se refiere al primer asedio, y la de Zacarías al segundo, pues ¿cuándo, después del tiempo de Zacarías en el tiempo del Imperio Macedonio, se quemó el templo? No hubo tal momento.
De hecho, después de que los babilonios la quemaron, no volvió a quemarse Jerusalén hasta que, en tiempos de Tito y Vespasiano, los emperadores romanos la destruyeron por completo bajo el fuego. Por eso el profeta convoca a los antiguos gobernantes de la nación a llorar y a lamentarse, cuando dice: "Lloren los pinos, porque han caído los cedros, porque los grandes están en gran miseria. Lloren los robles de Basán, porque el bosque plantado ha sido derribado. Laméntese la voz de pastores, porque su grandeza está en miseria". Entonces, Jerusalén era como un pórtico sacudido por todas las naciones que la rodeaban, y había una fuerza que rodeaba a Judea, y su venerado templo y su lugar santo son, incluso hoy, una piedra pisoteada por todas las naciones, y todos los que se burlaban son burlados según la profecía.
Sí, en respuesta a sus insultos al Señor, no les ha faltado a los judíos el llanto, el duelo y el lamento. Y desde la venida de nuestro Salvador, y hasta nuestros días, todas las familias de la nación judía han sufrido un dolor digno de llanto y lamentación. En efecto, la mano de Dios los ha golpeado, y ha entregando su ciudad madre a naciones extrañas, y ha derribado su templo, y los ha expulsado de su país, y los ha convertido en siervos de sus enemigos, en una tierra hostil. De ahí que, incluso ahora, cada casa y cada alma judía es presa del llanto, como decía la profecía: "Las familias se lamentarán por sus familias, la familia de la casa de David por sí misma, y sus esposas por sí mismas".
¿Y cuáles fueron los días después de la época de Zacarías, cuando se repartieron los despojos de Jerusalén, y todas las naciones se unieron contra ellos en batalla, y la ciudad fue tomada, sus casas saqueadas, sus mujeres profanadas, y ellos mismos llevados al cautiverio, mientras que el Señor estaba al mismo tiempo ayudando a las naciones que guerreaban contra Jerusalén y se alzaban contra ellas? ¿O cuándo se posaron sus pies sobre el Monte de los Olivos? ¿O cuándo fue el Señor rey de toda la tierra?¿O cuándo hubo un Señor sobre todos los hombres? ¿O cuándo su nombre rodeó toda la tierra y el desierto? Es imposible argumentar que esto se cumplió antes del período de los romanos. Es más, todo eso se cumplió bajo el periodo romano, en cuyo tiempo el templo judío fue quemado por segunda vez (después de su destrucción por los babilonios), y su ciudad ha sido habitada por naciones extranjeras, desde entonces hasta ahora.
Esto comenzó a suceder cuando nuestro Señor Jesucristo, el Cristo de Dios, visitó el olivar frente a Jerusalén. En ese momento, empezaban a cumplirse las palabras de la profecía, que decían: "Sus pies se posarán sobre el Monte de los Olivos, frente a Jerusalén". En ese momento, comenzaba a establecerse la vida de santidad en todo el mundo, y todas las naciones empezaron a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos juntas para el Dios de los profetas, y los egipcios empezaron a reconocer a Dio, y a erigir tiendas en cada ciudad y lugar del campo (es decir, las iglesias cristianas locales, que son mucho mejor que las tiendas de Moisés en todo el mundo), para que cada raza de los gentiles pueda celebrar su Fiesta de los Tabernáculos para el Dios todopoderoso.
Esto es lo que fue predicho antiguamente para las naciones, y lo que se ha cumplido en nuestros días. Las Escrituras predijeron el lamento y el llanto para los judíos, y eso sucedió con la quema del templo y su total desolación. Las Escrituras predijeron que vendría un Rey para las naciones, el Cristo de Dios, y él ha venido, y desde su venida todo eso ha sucedido y se ha cumplido con claridad.
V
El caso de los idólatras egipcios, también convertidos a Dios
Hay un pasaje en Isaías que ya he explicado en parte, que se dirige a Egipto (Is 19,1-3.19-21), y que habla de la conversión de los idólatras egipcios a Dios. ¿Es eso así? ¿O no ha sido así? ¿O todavía no?
Para ver si la profecía se ha cumplido, es necesario preguntar: ¿Se ve a los egipcios actuales abandonando a sus dioses ancestrales e invocando al Dios verdadero? Y en todo Egipto, y en cada localidad, ciudad y país, ¿hay altares erigidos al Dios que antes sólo reconocían los hebreos? Y los ídolos de Egipto, ¿han sido sacudidos, y el poder de los demonios que colgaban de ellos ha desaparecido? Y la antigua superstición, ¿ha sido expulsada del alma de los egipcios? Y una vez más, ¿se ha suscitado una guerra intestina en todas las familias de Egipto, entre los que reciben al Señor y siguen el error politeísta inmemorial?
Hoy en día hay levantados por todo Egipto altares al Señor, y en cada lugar hay una iglesia local, y los egipcios no invocan ya en sus problemas a los demonios, ni a las bestias o reptiles, ni a animales salvajes y brujos irracionales (como lo hicieron sus padres), sino al Dios supremo. Y por amor a él han renunciado a sus dioses ancestrales, reteniéndolo solo a él en la oración y su santo temor en sus mentes, orando a él y prometiendo lo que los hombres deberían prometer a Dios. Así que, ¿cómo podemos negar que las profecías de hace mucho tiempo finalmente se han cumplido?
No obstante, si nos atenemos a los hechos reales, y no sólo mera descripción, vemos que algunos de ellos han levantando en Egipto disensiones políticas contra los conversos, y se oponen a los conversos del Señor, adhiriéndose así al mal de sus padres. Además, también hay en Egipto quienes dicen que el Señor no vino en un estado incorpóreo, sino en una nube ligera. O mejor, "en una densidad ligera" (según el significado del hebreo), definiendo figurativamente el estado encarnado de Jesucristo.
Por lo tanto, la profecía sobre Egipto ha sido cumplida sólo en parte, y todavía le quedan cosas por cumplir, pues hay herejes en Egipto que dicen que el Salvador no fue hombre, a pesar de que la profecía decía: "Y el Señor les enviará un hombre que es un Salvador".
Como la prueba de esto están tan clara, considero necesario seguir adelante con las profecías que predijeron la venida del Señor.
Hasta ahora he demostrado brevemente la evidencia del advenimiento de nuestro Señor. Si se buscaran con calma otras escrituras, se podría descubrir mucho más. Pero estoy satisfecho con lo que he presentado ante vosotros, y por eso ahora me dedicaré a otras profecías. Nuestra próxima tarea será recopilar la profecías inspiradas sobre la dispensación terrenal de la encarnación.