JUSTINO DE NABLÚS
Diálogo con Trifón

I
Encuentro con Trifón

Me paseaba por la mañana temprano por los jardines de Xysto, cuando apareció uno que (por allí) pasaba, al que otros acompañaban, y me dijo:

-Salud, filósofo.

Al tiempo que así me saludaba, dio la vuelta y se puso a pasear a mi lado, y con él se volvieron también sus amigos. Yo, a mi vez, devolviéndole el saludo, le dije:

-¿Qué ocurre?

-Aprendí en Argos -me contestó- de Corinto el socrático que no hay que despreciar ni descuidar a los que visten hábito como el tuyo, sino mostrarles por todos modos estima y buscar su conversación, con el fin de sacar algún provecho o para él o para mí. Pues aún en el caso de aprovecharse uno solo de los dos, ya es un bien para entrambos. Por eso, siempre que veo a alguien que lleva ese hábito me acerco a él con gusto, y ésa es la causa porque ahora te he saludado también a ti de buena gana. Estos me vienen acompañando y también ellos esperan oír de ti algo de provecho.

-¿Pero quién eres tú, oh el mejor de los mortales?, le repliqué yo, bromeando un poco.

Él me indicó, sencillamente, su nombre y su nacimiento, y me dijo:

-Yo me llamo Trifón, y soy hebreo de la circuncisión, que, huyendo de la guerra recientemente acabada, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto.

-¿Qué tanto provecho -le dije yo- esperas tú sacar de la filosofía, que se pueda comparar al que encuentras en tu propio legislador y en los profetas?

-¿Pues qué? -me replicó-, ¿no tratan de Dios los filósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas siempre sobre su unicidad y providencia? ¿O no es objeto de la filosofía el investigar acerca de Dios?

-Ciertamente -le dije-, y ésa es también mi opinión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquiera el problema de si hay un solo Dios o hay muchos, ni si tienen o no providencia de cada uno de nosotros, pues opinan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra felicidad. Es más, intentan persuadirnos que si del universo en general y hasta de los géneros y especies se cuida Dios, pero ya no ni de mí ni de ti ni de las cosas particulares; pues de cuidarse, no le estaríamos suplicando día y noche. No es difícil comprender a qué extremos los conduce esto: los que así opinan, aspiran a la impunidad, a la libertad de palabra y de obra, a hacer y decir lo que les dé la gana, sin temer castigo ni esperar premio alguno de parte de Dios. ¿Cómo, en efecto, lo esperan quienes afirman que las cosas serán siempre las mismas, llegando hasta pretender que yo y tú hemos de volver a vivir vida igual a la presente, sin que nos hayamos hecho ni mejores ni peores? Otros, dando por supuesto que el alma es inmortal e incorpórea, opinan que ni aún obrando el mal han de sufrir castigo alguno, como quiera que lo incorpóreo es impasible, y siendo el alma inmortal, no necesitan ya para nada de Dios.

Entonces él, sonriendo, cortésmente me dijo:

-Y tú, ¿qué opinas sobre todo esto, qué opinión tienes de Dios, y cuál es tu filosofía? Dínoslo.

II
Justino resume su itinerario filosófico

-Sí -respondí-, yo te voy a decir lo que a mí parece. La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes, y el más precioso ante Dios: ella sola que nos conduce y nos une a él. Y son hombres de Dios, a la verdad, aquellos que se aplican a la filosofía. Ahora, qué sea en definitiva la filosofía y por qué les fue enviada a los hombres, cosa es que se le escapa a la mayoría; pues en otro caso, siendo como es ella ciencia una, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos. Quiero explicarles por qué ha venido a tener muchas cabezas. El caso fue que a los primeros que a ella se dedicaron y que se hicieron célebres, les siguieron otros que ya no hicieron investigación alguna sobre la verdad, sino que, llevados de la admiración por la firmeza, el dominio de sí y la novedad de las doctrinas de sus maestros, sólo tuvieron por verdad lo que cada uno había aprendido de su maestro; luego, transmitiendo a sus sucesores doctrinas semejantes y otras similares, cada escuela tomó el nombre del que fue padre de su doctrina. Yo mismo, en mis comienzos, deseando también tratar con alguno de estos filósofos, me puse en manos de un estoico. Pasé con él bastante tiempo; pero dándome cuenta que nada adelantaba en el conocimiento de Dios, sobre el que tampoco él sabía palabra ni decía ser necesario tal conocimiento, me separé de él y me fuí a otro, un peripatético, hombre agudo, según él creía. Este me soportó bien los primeros días; pero pronto me indicó que habíamos de señalar honorarios, a fin de que nuestro trato no resultara sin provecho. Yo le abandoné por esta causa, pues ni filósofo me parecía en absoluto. Pero mi corazón estaba lleno del deseo de oír lo que es peculiar y más excelente en la filosofía; por eso me dirigí a un pitagórico, reputado en extremo, hombre que tenía muy altos pensamientos sobre la propia sabiduría. Apenas me puse al habla con él, con intención de hacerme oyente y discípulo suyo:

-¿Cómo? -me dijo- ¿ya has cursado música, astronomía y geometría? ¿Te imaginas que alguna vez vas a contemplar una de aquellas realidades que contribuyen a la felicidad, sin aprender primero lo que puede separar al alma de lo sensible, y prepararla para lo inteligible, de modo que pueda ver lo bello en sí y lo que es en sí bueno?

Me hizo un largo panegírico de aquellas ciencias, me las presentó como necesarias, y, confesándole yo que las ignoraba, me despidió. Como es natural me molestó haber fracasado en mi esperanza, tanto más cuanto que yo creía que aquel hombre sabía algo. Por otra parte, considerando el tiempo que tendría que gastar en aquellas disciplinas, no pude sufrir diferirlo para tan largo plazo.

Estando así perplejo, me decidí, por fin, a tratar también con los platónicos, pues gozaban también de mucha fama. Justamente, por aquellos días había llegado a nuestra ciudad un hombre inteligente, una eminencia entre los platónicos. Con éste tenía yo mis largas conversaciones y progresaba, así cada día hacía progresos notables. La consideración de lo incorpóreo me cautivaba; la contemplación de las ideas daba alas a mi espíritu (cf. Platón, Fedro 249c; 255d); me imaginaba haberme hecho sabio en un santiamén, y mi necedad me hacía esperar que de un momento a otro iba yo a contemplar al mismo Dios. Porque tal es la finalidad de la filosofía de Platón.

III
El encuentro de Justino con el anciano. ¿Cuál es el verdadero objeto de la filosofía?

Con esta disposición de ánimo, determiné un día henchirme de abundante soledad y huir de los caminos de los hombres, por lo que marché a un lugar retirado, no lejos del mar. Cerca ya de aquel sitio, donde me proponía, una vez que llegase, estar ante mí mismo, me iba siguiendo, a poca distancia, un anciano, de aspecto no despreciable, que daba señas de poseer bondadoso y venerable carácter. Me di la vuelta, me detuve, y clavé fijamente en él mi mirada.

Entonces él preguntó:

-¿Es que me conoces?

Le contesté que no.

-¿Por qué, pues -me dijo-, me miras de esa manera?

-Estoy maravillado -contestéle- de que hayas venido a parar a donde yo, cuando no esperaba hallar aquí a ningún hombre.

-Ando preocupado -me repuso él- por unos familiares míos: se encuentran lejos de aquí, en otro país. Vengo, pues, yo mismo a preguntar por ellos, y mirar si aparecen por alguna parte. Y a ti -concluyó- ¿qué te trae por acá?

-Me gusta -le dije- pasar así el rato, pues puedo sin estorbo conversar conmigo mismo. Y es así que, para quien siente gusto por la razón, no hay parajes tan propicios como éstos.

-¿Luego tú eres -me dijo- un amigo de la razón, y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien hombre práctico que no sofista?

-¿Y qué obra -le repliqué- mayor cabe realizar que la de mostrar cómo la razón lo gobierna todo, y, abrazándola y dejándonos por ella conducir (cf. Platón, Fedón85c-d), contemplar el extravío de los otros y que nada en su género de vida hay sano ni grato a Dios? Porque sin la filosofía y la recta razón no es posible que haya sabiduría. De ahí que sea preciso que todos los hombres se den a la filosofía y ésta tengan por la más importante y más preciosa obra, dejando todas las otras actividades en segundo y tercer lugar (cf. Platón, Timeo 41d); que si se las hace depender de la filosofía, aún podrán pasar por cosas de moderado valor y dignas de aprobación; pero si de ella se separan, y sin su compañía, son inoportunas y vulgares para quienes las realizan.

-¿La filosofía, pues -me replicó- produce felicidad?

-Ciertamente -le contesté- y sola ella.

-Pues dime -prosiguió-, si no tienes inconveniente, ¿qué es la filosofía y cuál es la felicidad que ella produce?

-La filosofía -le respondí- es la ciencia del ser y el conocimiento de lo verdadero, y la felicidad es la recompensa de esta ciencia y de esta sabiduría.

-Y por tu parte, ¿a qué llamas tú el ser? -me dijo-.

-Lo que siempre es del mismo modo e invariablemente, y es causa de la existencia de todos los demás (cf. Platón, República 484b), esto es propiamente Dios.

Tal fue mi respuesta, y como mostraba gusto en escucharme, prosiguió preguntándome:

-Ese nombre de ciencia, ¿no es común a diferentes cosas? Porque en todas las artes, el que las sabe se llama sabio en ellas, por ejemplo, la estrategia, la náutica, la medicina. En lo referente a las realidades divinas y humanas, ¿no pasa lo mismo? ¿Hay alguna ciencia que nos procure el conocimiento de las cosas mismas divinas y humanas, e inmediatamente nos haga ver lo que en ellas hay de divinidad y de justicia?

-Claro que sí -le respondí-.

-Entonces, ¿es lo mismo saber del hombre o de Dios que saber música, aritmética, astronomía u otra materia semejante?

-De ninguna manera -contesté-.

-Luego no me respondiste bien antes -me dijo él-. Porque hay conocimientos que nos vienen del aprendizaje o de cierto ejercicio; otros, por la visión directa. Por ejemplo, si alguien te dijera que hay allá en la India un animal de naturaleza distinta a todos los otros, sino que es así o asá, múltiple de forma y de color vario, no sabrías lo que es antes de verlo, y de no haberlo oído a quien lo vio, no podrías decir de él ni una palabra.

-Cierto que no -le contesté-.

-¿Cómo, pues -me replicó-, pueden los filósofos tener una justa concepción de Dios o hablar de él con verdad, si no tienen ciencia de él, puesto que ni le han visto ni le han oído jamás?

-Pero la divinidad -le repliqué- padre, no por los ojos que para esos filósofos lo divino es visible, como los otros vivientes, sino sólo comprensible por el pensamiento, como dice Platón, y yo lo creo.

IV
¿Puede el alma ver a Dios?

-Luego -me dijo-, ¿es que nuestro pensamiento está dotado, en cualidad y en capacidad, de una tal fuerza, ya que anteriormente no pudo percibir por los sentidos? ¿O es que la inteligencia humana jamás será capaz de ver a Dios, sin estar adornada por el espíritu de santidad?

-Platón, en efecto -contesté yo-, afirma que tal es el ojo del espíritu (cf. Platón, República 533d; Fedón 66b-67c) y que justamente nos ha sido dado para contemplar, con ese mismo ojo, siempre que sea puro y sencillo (cf. Platón, Fedón 65e-66a), al ser mismo, que es causa de todo lo inteligible, sin color, sin forma, sin tamaño, sin nada de cuanto el ojo ve (cf. Platón, Fedro 247c); sino que es el ser mismo, más allá de toda esencia (cf. Platón, República 509b), inefable e inexplicable (cf. Platón, Timeo 28c; Epístola 7,341c-d); único bello y bueno (cf. Platón, República 509b); es súbitamente (cf. Platón, República 210e-211a) que las almas que están naturalmente bien dispuestas, tienen la intuición, por su afinidad y su deseo de verlo (cf. Máximo de Tiro, Disertaciones filosóficas 11,9d).

-¿Cuál es, entonces -me dijo-, nuestro parentesco con Dios? ¿Es que el alma es también divina e inmortal y una partícula de aquel soberano espíritu? Y como aquella ve a Dios, ¿también podremos nosotros, con nuestro espíritu, alcanzar a comprender la divinidad y gozar desde ahora la felicidad?

-Absolutamente -le dije-.

-¿Y todas las almas -preguntó- de los vivientes tienen la misma capacidad, o es diferente el alma de los hombres del alma de un caballo o de un asno?

-No hay diferencia alguna -respondí-, sino que son en todos las mismas.

-Luego también -concluyó- verán a Dios los caballos y los asnos, o le habrán ya visto alguna vez.

-No -le dije-, pues ni siquiera le ve la mayor parte de los hombres, a no ser que se viva con rectitud, después de haberse purificado con la justicia y todas las demás virtudes.

-Luego -me dijo- no ve el hombre a Dios por su parentesco con él, ni porque es espíritu, sino porque es sabio y justo.

-Así es -le contesté-, y porque tiene la facultad con que conocer a Dios.

-¡Muy bien! ¿Es que las cabras y las ovejas pueden cometer injusticia contra alguien?

-Contra nadie en absoluto -le conteste-.

-Entonces -replicó-, según tu razonamiento, también estos animales verán a Dios.

-No, porque su cuerpo, dada su naturaleza, les es impedimento.

-Si estos animales -me interrumpió- tomaran voz, sábete que tal vez a justo título se desatarían en injurias contra nuestro cuerpo. Pero, en fin, dejemos ahora esto, y concedido como tú dices. Dime sólo una cosa: ¿Ve el alma a Dios mientras está en el cuerpo, o separada de él?

-Incluso -respondí-, aun estando el alma en la forma de hombre, le es posible llegar ahí por medio del espíritu; sin embargo, desatada del cuerpo y venida a ser ella misma, entonces es cuando alcanza aquello que por tanto tiempo había deseado.

-¿Y se acuerda de ello cuando vuelve otra vez al cuerpo de un hombre?

-No me parece -respondí-.

-Entonces -repuso él-, ¿qué provecho han sacado de verlo, o qué ventaja tiene el que vio sobre el que no vio, cuando de ello no queda ni recuerdo?

-No sé qué responderte -le dije-.

Y ¿qué pena sufren -me dijo- las que son juzgadas indignas de esta visión?

-Viven encarceladas en cuerpos de bestias, y esto constituye su castigo (cf. Platón, Fedro 81d; Timeo 92c).

-Ahora bien -me replicó-, ¿saben ellas que por esta causa viven en tales cuerpos, en castigo de algún pecado?

-No lo creo.

-Luego, según parece, tampoco éstas -concluyó- sacan provecho alguno de su castigo, y aun diría yo que ni castigo sufren, desde el momento que no tienen conciencia de ser castigadas.

-Así es, en efecto.

-En conclusión -me dijo-, ni las almas ven a Dios, ni transmigran a otros cuerpos; pues sabrían que es ése su castigo y temerían en lo sucesivo cometer el más ligero pecado. Ahora, que sean capaces de entender que existe Dios y que la justicia y la piedad son un bien, también yo te lo concedo.

-Tienes razón -le contesté-.

V
El alma no es una naturaleza inmortal

-Así, pues, nada saben aquellos filósofos sobre estas cuestiones, pues no son capaces de decir ni qué cosa sea el alma.

-No parece que lo sepan.

-Tampoco, por cierto, hay que decir que sea inmortal, pues si es inmortal, claro es que tiene que ser increada.

-Sin embargo -le dije yo-, por increada e inmortal la tienen algunos, los llamados platónicos.

-¿Y tú también -me dijo él- tienes el mundo por increado?

-Hay quienes lo dicen, pero no soy de su opinión.

-Y haces bien. Pues ¿por qué motivo un cuerpo tan sólido, resistente, compacto y variable, que cada día perece y nace, ha de pensarse razonablemente que no procede de algún principio? (cf. Platón, Timeo 28b-c) Ahora bien, si el mundo es creado, forzoso es que también lo sean las almas y que haya un momento en que no existan. Porque, efectivamente, fueron hechas por causa de los hombres y de los otros seres vivientes, aún en el supuesto de que tú digas que fueran creadas absolutamente separadas y no juntamente con sus propios cuerpos.

-Así parece ser exactamente.

-¿No son, entonces, inmortales?

-No, puesto que el mundo nos pareció ser creado.

-Sin embargo, yo no afirmo que todas las almas mueran, lo que sería una verdadera suerte para los malvados (cf. Platón, Fedón 107c). ¿Qué digo, pues? Que las de los piadosos permanecen en un lugar mejor, y las injustas y malas, en otro peor, esperando el tiempo del juicio. Así, unas que han aparecido dignas de Dios, ya no mueren; otras son castigadas mientras Dios quiera que existan y sean castigadas. 

-¿Acaso vienes tú a decir lo mismo que deja entender Platón en el "Timeo" sobre el mundo, es decir, que en sí mismo, en cuanto fue creado, es también susceptible de disolución y corruptible, pero que no se disolverá ni tendrá parte en la muerte por designio de Dios? (cf. Platón, Timeo 41b). ¿Así te parece a ti también acerca del alma y, en general, acerca de todo lo demás? Porque (según tu opinión Platón declara que) cuanto después de Dios es o ha de ser jamás, todo tiene naturaleza corruptible y capaz de desaparecer y dejar de existir. Sólo Dios es increado e incorruptible, y por eso es Dios; pero todo lo demás fuera de Dios es creado y corruptible. Por esta causa mueren y son castigadas las almas. Porque si fueran increadas, ni pecarían ni estarían llenas de insensatez, ni serían ora cobardes, ora temerarias, ni pasarían voluntariamente a los cuerpos de cerdos, serpientes o perros, ni fuera tampoco lícito, de ser increadas, obligarlas a ello. Lo increado, en efecto, es semejante a lo increado, y no sólo semejante, sino igual e idéntico, sin que sea posible que uno sobrepase a otro en poder ni en honor. De donde precisamente se sigue que el no engendrado no puede ser múltiple. Porque si en ellos hubiera alguna diferencia, jamás pudiéramos dar con la causa de ella por más que la buscáramos, sino que, remontándonos con el pensamiento hasta lo infinito, tendríamos que parar, rendidos, en un solo increado, y decir que él es la causa de todo lo demás.

-¿Acaso -pregunté yo- todo eso se les pasó por alto a Platón y Pitágoras, hombres sabios, que han venido a ser para nosotros como la muralla y fortaleza de la filosofía?

VI
El alma participa de la vida en tanto que Dios quiere que ella viva

-Nada me importa -me contestó- de Platón ni de Pitágoras, ni en absoluto de nadie que tales opiniones haya tenido. Porque la verdad es ésta, y tú puedes comprenderla por el siguiente razonamiento: el alma, o es vida o tiene vida. Pero, si es vida, tendrá que hacer vivir a otra cosa, no a sí misma, al modo que el movimiento mueve a otra cosa, más bien que a sí mismo. Que el alma viva, nadie habrá que lo contradiga. Sin embargo, si vive, no vive por ser vida, sino porque participa de la vida. Ahora bien, una cosa es lo que participa y otra aquello de que participa; y si el alma participa de la vida, es porque Dios quiere que viva. Así, de la misma manera dejará de participar un día, cuando Dios quiera que no viva. Porque no es el vivir propio de ella como lo es de Dios; como el hombre no subsiste siempre, ni está siempre el alma unida con el cuerpo, sino que, como venido el momento de deshacerse esta armonía (cf. Platón, Fedón 92-94), el alma abandona al cuerpo, y deja el hombre de existir; de modo semejante, venido el momento de que el alma tenga que dejar de existir, se aparta de ella el espíritu vivificante, y el alma ya no existe, sino que retorna nuevamente allí de donde fue tomada.

VII
El conocimiento de la verdad sólo puede ser tomado de los profetas

-Entonces -le dije-, ¿a qué maestro vamos a recurrir o dónde podemos buscar ayuda, si ni en éstos (Platón y Pitágoras) se halla la verdad?

A lo que el anciano me dijo:

-Existieron hace mucho tiempo ciertos hombres más antiguos que todos esos tenidos por filósofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, los cuales hablaron inspirados por el Espíritu divino, y pronunciaron oráculos sobre lo porvenir, aquello justamente que se está cumpliendo ahora; son los que se llaman profetas. Estos son los solos que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanagloria, sino llenos del Espíritu Santo, sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se conservan todavía, y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un filósofo debe saber. Porque no compusieron jamás sus discursos con demostración, como quiera que ellos sean testigos fidedignos de la verdad por encima de toda demostración; y por lo demás, los sucesos pasados y los actuales nos obligan a adherirnos a las palabras proferidas por su intermedio. También por los milagros que hacían (cf. 1 Co 2,4), es justo creerles, pues ellos glorificaban al autor del universo, Dios y Padre, y anunciaban a Cristo, Hijo suyo, que de Él procede. En cambio, los falsos profetas, a quienes llena el espíritu embustero e impuro, no hicieron ni hacen eso, sino que se atreven a realizar ciertos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y a los demonios (cf 1 Tm 4,1). Por tu parte y antes que todo, ruega que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, excepto a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.

VIII
Partida del anciano. Conversión de Justino. Reproches de Trifón a los cristianos

Esto dicho y muchas otras cosas que no hay por qué referir ahora, marchóse el anciano, después de exhortarme a proseguir la meditación, y yo no le volví a ver más. Pero inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo; y dialogando conmigo mismo sobre las palabras del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa:

-De este modo, pues, y por estos motivos soy yo filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las palabras del Salvador. Pues hay en ellas un no sé que de temible y son capaces de conmover a los que se apartan del recto camino, a par que, para quienes las meditan, se convierten en dulcísimo descanso. Por tanto, si tú también te preocupas algo de ti mismo, aspiras a la Salvación y tienes fe en Dios, como a hombre que no es ajeno a estas cosas, posible te es alcanzar la felicidad, reconociendo al Cristo de Dios e iniciándote en sus misterios.

Apenas hube yo dicho esto, los compañeros de Trifón estallaron en una carcajada, y él, sonriendo, me dijo:

-Acepto algunas de las cosas que has dicho y admiro, desde luego, tu fervor por las cosas divinas; sin embargo, más te hubiera valido seguir profesando la filosofía de Platón o de algún otro, mientras practicaras la constancia, el dominio de ti mismo y la temperancia, que no dejarte engañar por doctrinas mentirosas, haciéndote discípulo de hombres miserables. Porque mientras tú permanecieras en aquel modo de filosofía y llevaras vida irreprochable, aún te quedaba esperanza de mejor destino; pero una vez que has abandonado a Dios y has puesto tu esperanza en un hombre, ¿qué salvación te queda ya? Si quieres, pues, escuchar mi consejo -porque ya te tengo por amigo mío-, en primer lugar, circuncídate, luego observa, como está prescrito por la Ley, el sábado, las fiestas y los novilunios de Dios (cf. Is 1,13; Col 2,16), y cumple, en una palabra, cuanto está escrito en la Ley. Entonces, seguramente alcanzarás misericordia de parte de Dios. En cuanto al Cristo (= Mesías), si es que ha nacido y está en alguna parte, es desconocido y ni él se conoce a sí mismo ni tiene poder alguno, hasta que venga Elías a ungirle y le manifieste a todo el mundo. Vosotros, empero, dando oído a vanas voces, os fabricáis un Cristo y por esa causa estáis ahora pereciendo sin fin alguno.

IX
Comienzo del diálogo en el estadio central de Xysto

-Disculpa tienes ¡oh hombre! -repliqué yo-, y se te puede perdonar, pues no sabes lo que dices, sino que, siguiendo a maestros que no entienden las Escrituras, y como adivinando, dices lo que se te pasa por la cabeza. Déjame demostrarte que no estamos engañados, y que jamás dejaremos de confesar a ese hombre, por más que ello nos valga la reprobación de nuestros semejantes, y aunque el más cruel tirano se empeñe en hacernos apostatar. Si te quedas, voy a demostrarte que no hemos prestado fe a fábulas vanas (cf. 2 P 1,16) ni a doctrinas no demostradas, sino a palabras llenas del Espíritu divino, de las que brota la fuerza y florece la gracia.

Soltaron entonces nuevamente los compañeros de Trifón la carcajada y se pusieron a gritar descortésmente. Yo, entonces, poniéndome en pie, me disponía a marcharme; pero Trifón, asiéndome del manto, me dijo que no me dejaría hasta que no hubiera cumplido mi promesa.

-Entonces que no alboroten tus compañeros -le contesté yo- y no se conduzcan tan descortésmente. Si quieren, que escuchen en silencio; y si tienen algún quehacer más importante que les impida escuchar, que se vayan, y nosotros, retirándonos un poco más, podremos proseguir en paz nuestro diálogo.

Convino Trifón mismo en que así se hiciera, y efectivamente, de común acuerdo, nos dirigimos al estadio central de Xysto. Dos de sus compañeros, entre burlas y mofas por nuestro fervor, se separaron del grupo; nosotros llegados que fuimos donde había de cada lado dos bancos de piedra, se sentaron en uno de ellos los compañeros de Trifón, y habiendo tocado alguno el tema de la guerra de Judea, se pusieron a conversar sobre ella.

X
Trifón reprocha a los cristianos su negación a observar la ley

Cuando ellos terminaron, tomé yo nuevamente la palabra y empecé a hablarles de esta manera:

-¿Hay alguna cosa más que nos reprochen, amigos, o sólo se trata de que no vivimos conforme a la ley de ustedes, ni circuncidamos nuestra carne, como sus padres, ni observamos los sábados como ustedes? ¿O es que también nuestra vida y nuestras costumbres es objeto de calumnias entre ustedes? Quiero decir, si es que también ustedes creen que nos comemos a los hombres, y que después del banquete, apagadas las luces, nos revolvemos en ilícitas uniones. O, en fin, si sólo condenan en nosotros que nos adhiramos a doctrinas como las que profesamos, y que nuestra fe, según piensan ustedes, no es más que una opinión errónea.

-Esto es lo que nos sorprende -contestó Trifón-; no todo eso que el vulgo rumorea, que son cosas indignas de crédito, pues son incompatibles la humana naturaleza. Por mi parte, conozco sus preceptos, contenidos en el que llaman Evangelio, tan maravillosos y grandes que me doy a pensar que nadie sea capaz de cumplirlos. Yo me he tomado el trabajo de leerlos. Pero lo que sobre todo nos tiene perplejos es que ustedes, que dicen practicar la religión, y pretenden ser diferentes de los otros pero sin separarse de ellos de ninguna forma, y sin que su vida se distinga de la de los gentiles. Como quiera que ni guardan las fiestas ni el sábado ni practican la circuncisión. Y para colmo de todo, poniendo sus esperanzas en un hombre crucificado (cf. Jr 17,5), confiando recibir, sin embargo, algún bien de parte de Dios, sin observar sus mandamientos. ¿O es que no has leído que será exterminada de su linaje toda alma que no se circuncide al octavo día (cf. Gn 17,14)? Lo cual vale igualmente sobre los extranjeros que sobre los esclavos comprados a precio de dinero (cf. Gn 17,12. 27). Así, ustedes desprecian de partida la Alianza (cf. Gn 17,14) misma, descuidando lo que de ella se sigue, y aún intentan persuadirnos que conocen a Dios, cuando no hacen nada de lo que hacen los que temen a Dios (cf. Hch 10,2. 22; 13,16. 26). Si, pues, tienes algo que responder a estos cargos y nos demuestras de qué modo tienen esperanza alguna no obstante no observar la ley, te escucharíamos con mucho gusto y podríamos luego, según el mismo método, examinar juntos los otros puntos.

XI
Cristo, ley eterna, pone fin a la ley del Horeb. Los cristianos son la verdadera raza israelita

Yo le contesté:

-Otro Dios, Trifón, ni lo habrá ni lo hubo desde la eternidad, fuera del que creó y ordenó este universo. Pero tampoco creemos nosotros que uno sea nuestro Dios y otro el de ustedes, sino el mismo que sacó a sus padres de la tierra de Egipto con mano poderosa y brazo excelso (cf.Ex 13,3. 9. 14. 16; 6,1; Dt 4,34; 5,15; Sal 135,12); ni en otro alguno hemos puesto nuestra confianza -pues tampoco le hay-, sino en el mismo que ustedes, en el Dios de Abrahán y de Isaac y de Jacob. Pero la hemos puesto, no por mediación de Moisés ni de la ley, pues en ese caso haríamos lo mismo que ustedes. Lo que he leído, Trifón, es que vendría una última Ley y una Alianza superior a todas las otras, que ahora tienen que guardar todos los hombres que aspiren a la herencia de Dios, porque la ley dada sobre el monte Horeb es ya vieja y les atañe sólo a ustedes; pero la otra se dirige a todos sin excepción. Ahora bien, una ley instituida contra otra ley, pone fin a la primera; y una disposición nueva, deja igualmente sin efecto el primero. Y a nosotros, Cristo nos ha sido dado como ley eterna y última y como Alianza segura, después del cual ya no hay ni ley ni ordenación ni mandamiento.¿O es que tú no has leído lo que dice Isaías?: "Escúchenme, escúchenme, pueblo mío; y los reyes préstenme oído. Porque de mí saldrá una ley, y mi juicio para ser luz de las naciones. Mi justicia se acerca a toda prisa y saldrá mi salvación y en mi brazo esperarán las naciones" (Is 51,4-5). Y por Jeremías dice igualmente sobre esta misma nueva Alianza: "Miren que vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva, no la que establecí con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto" (Jr 31,31-32). Así, pues, Dios anunció que había de establecer una Alianza nueva (cf. Jr 31,31), y ésta para luz de las naciones (cf. Is 51,4); como veamos y estemos convencidos que, por la virtud del nombre de este mismo Jesucristo crucificado, los hombres se apartan de la idolatría y de toda iniquidad para acercarse a Dios, soportando hasta la muerte en la confesión de su religión; por los hechos mismos y por la fuerza que los acompaña, puede todo el mundo comprender que ésta es la ley nueva (cf. Is 51,4; Jr 31,31) y la Alianza nueva (cf. Jr 31,31), y la expectación (cf. Is 51,4; Gn 49,10) de los que de todas las naciones esperan los bienes de Dios. Porque nosotros somos el pueblo de Israel verdadero y espiritual, la raza de Judá, de Jacob, de Isaac y de Abrahán, el cual en la incircuncisión (cf. Gn 15,6; Rm 4,9s.; Ga 3,6s.; 2,16), por causa de su fe recibió de Dios el testimonio, fue bendecido y llamado padre de muchas naciones (cf. Gn 17,5; Rm 4,17. 18); nosotros, que por medio de este Cristo crucificado hemos sido conducidos a Dios, como quedará demostrado en continuación de nuestro diálogo.

XII
Los judíos han comprendido mal la ley de Moisés y violentan la ley eterna

Proseguí diciendo y añadí:

-En otro pasaje clama así también Isaías: "Escuchen mis palabras, y su alma vivirá; estableceré con ustedes una alianza eterna, las promesas sagradas hechas a David. Miren, lo constituí testigo para las naciones… Naciones que no te conocen, te invocarán; pueblos que de ti no saben, se refugiarán en ti, por causa del Dios tuyo, el Santo Israel, porque Él te glorificó" (Is 55,3-5). A él que es la Ley misma ustedes lo despreciaron, y su Alianza nueva y santa, la desdeñaron; y ni aún ahora lo reciben ni hacen penitencia por haber obrado mal. Porque "sus oídos están cerrados, sus ojos enceguecidos y su corazón engrasado" (cf. Is 6,10; Mt 13,15; Hch 28,27), grita Jeremías (cf. Jr 31,31-32), pero no le oyen. El Legislador ya ha venido, pero no lo ven. Se da la buena nueva a los pobres, los ciegos ven (cf. Mt 11,5; Lc 7,22; Is 29,18-19), y ustedes no comprenden. Necesaria es ya la segunda circuncisión (cf. Jos 5), y ustedes se enorgullecen de aquella (circuncisión) de la carne (cf. Flp 3,3). La nueva ley quiere que guarden el sábado continuamente (cf. Rm 14,5; Ga 4,10s.; Col 2,17), y ustedes, con pasar un día sin hacer nada, ya les parece que son religiosos, sin entender el motivo por que les fue ordenado el sábado; comiendo pan ázimo, pretender cumplir la voluntad del Señor. No se complace en eso el Señor Dios nuestro. Si hay entre ustedes un perjuro o ladrón, que deje de serlo; si hay un adúltero, arrepiéntase y habrá observado los sábados de delicias, los verdaderos sábados de Dios (cf. Is 58,13). Si alguno de entre ustedes no tiene las manos puras, lávese y queda puro (cf. Is 1,16).

XIII
La remisión de los pecados sólo se obtiene por la sangre de Cristo

Porque no fue a un baño adonde les mandó Isaías (cf. Is 1,16) para borrar, por una inmersión, sus crímenes y demás pecados, que toda el agua del mar no bastaría para limpiar. No, fue aquel baño de salvación el que anunció desde antiguo el profeta para los que se arrepienten y se purifican, no ya por la sangre de machos cabríos y de ovejas (cf. Sal 49,13; Is 1,11; Hb 9,12. 13), ni por la ceniza de los novillos (cf. Nm 19,9. 10; Hb 9,13), ni por ofrendas de flor de harina (cf. Lv 14,10), sino por la fe, gracias a la sangre de Cristo y de su muerte (cf. Hb 9,12-14). Para este fin murió Él, como dijo el mismo Isaías con estas palabras: "Revelará el Señor su brazo santo delante de todas las naciones y verán todas las naciones y las cimas de la tierra la salvación que viene de Dios. Retírense, retírense, retírense, salgan de allí y no toquen nada impuro; salgan de en medio de ella. Sepárense los que llevan los vasos del Señor, porque no marcharán en medio del tumulto. Porque delante de ustedes marchará el Señor, y el que los congrega es el Señor Dios Israel. Miren que mi siervo comprenderá, será exaltado y sobremanera glorificado. Del mismo modo que muchos se asombrarán por tu causa, en tanto que los hombres despreciarán tu figura y tu gloria, así muchas naciones se maravillarán por su causa, y cerrarán los reyes su boca. Porque quienes no tuvieron noticia de él, le verán, y los que no le habían oído nombrar, le comprenderán. Señor, ¿quién dio crédito a lo que habíamos anunciado? Y el brazo del Señor, ¿a quién le fue revelado? Anunciamos como un niño, delante de Él, como una raíz en tierra sedienta. No tiene figura ni gloria. Le vimos y no tenía figura ni belleza, sino que su figura era sin honor y deficiente ante los hijos de los hombres. Hombre entregado a los azotes y que sabe soportar la debilidad; se aparta la vista de su faz; fue deshonrado y no fue considerado. Él lleva sobre sí nuestros pecados y por nosotros sufre dolor; nosotros consideramos que él estaba abandonado al sufrimiento, a los golpes y al mal tratamiento. Él fue herido por nuestros pecados y debilitado por nuestras iniquidades. El castigo que nos valió la paz cayó sobre él. Por su herida fuimos nosotros curados. Todos como ovejas nos extraviamos. Cada uno anduvo errante por su camino, y el Señor le entregó a nuestros pecados, y él, al ser maltratado, no abre su boca. Como oveja fue conducido al matadero, como el cordero que está mudo ante el esquilador, así Él no abre su boca. En su humillación le fue quitado su juicio. Pero su generación, ¿quién la explicará? Porque es arrebatada de la tierra su vida. Por las iniquidades de mi pueblo, va él a la muerte. Entregaré a los malvados a cambio de su sepultura, y a los ricos por su muerte. Porque Él no cometió iniquidad ni se halló dolo en su boca; el Señor quiere purificarle de su herida. Si hicieran una ofrenda por el pecado, su alma verá descendencia de larga vida. El Señor quiere aliviar el sufrimiento de su alma, mostrarle luz, plasmarle en inteligencia, justificar al justo que sirvió bien a muchos. Él llevará sobre sí nuestros pecados; por eso recibirá en herencia a muchos hombres y repartirá los despojos de los fuertes, por haber sido entregada su alma a la muerte. Fue contado entre los inicuos y cargó con los pecados de muchos, y por las iniquidades de ellos fue entregado. ¡Alégrate, estéril que no das a luz! Prorrumpe en gritos de júbilo, la que no sufres dolores de parto; porque más son los hijos de la abandonada que no los de la que no tiene marido. Porque el Señor dijo: Ensancha el lugar de tu tienda y de tus moradas; fíjalas sin ahorrar espacio, alarga tus cuerdas y afianza bien tus clavos; extiéndete a derecha y a izquierda, y tu descendencia heredará naciones y habitarás ciudades abandonadas. No temas porque fuiste avergonzada; ni te confundas porque fuiste ultrajada. Porque de tu vergüenza te olvidarás para siempre, y del ultraje de tu viudez no te volverás a acordar. Porque el Señor se hizo un nombre para sí, y es Él quien te ha salvado, Dios Israel será llamado por toda la tierra. Como mujer abandonada y tímida, te ha llamado el Señor; como mujer aborrecida desde su juventud" (Is 52,10-54,6).

XIV
Baño ritual y bautismo; ázimos y nueva levadura; el nuevo legislador

Así, pues, por el baño de la penitencia y del conocimiento de Dios, que fue instituido para remedio de la iniquidad de los pueblos de Dios, como clama Isaías (cf. Is 53,8), hemos creído y sabemos que este baño bautismal, que predijo el profeta, es el único que puede purificar a los que hacen penitencia; ésta es el agua de la vida (cf. Jr 2,13; Jn 4,10. 14; Ap 21,6; 22,17). Esos pozos (cf. Cf. Jr 2,13), empero, que ustedes se cavaron, están rotos y de nada les aprovechan. ¿Qué provecho, en efecto, se sigue de un baño que sólo limpia la carne y el cuerpo? Lávense el alma de la ira, de la avaricia, de la envidia y del odio, y entonces el cuerpo estará puro (cf. Lc 11,41). Tal es, en efecto, lo que significan los ázimos: que ustedes no realicen las viejas obras de la mala levadura (cf. 1 Co 5,7-8). Pero ustedes, todo lo han entendido carnalmente, y tienen por religión todo eso, aun cuando tengan las almas llenas de engaño y, en una palabra, de toda maldad. De ahí que, después de los siete días de comer pan ázimo, Dios les mandó que pusieran en la masa nueva levadura, es decir, que practiquen obras nuevas y no vuelvan a repetir las antiguas malas. Para demostrarles que eso es lo que les pide este Nuevo Legislador, les citaré otra vez las palabras ya por mí dichas (cf. 12,1), con otras que han sido omitidas. Fueron dichas por Isaías así: "Escúchenme y vivirá su alma, y estableceré con ustedes una alianza eterna, las promesas sagradas hechas a David. Miren que le di por testimonio para las naciones, por príncipe y legislador para los pueblos. Naciones que no te conocían, te invocarán, y pueblos que de ti no sabían, se refugiarán en ti, a causa de tu Dios, el Santo de Israel, porque Él te glorificó. Busquen a Dios y, cuando le hayan encontrado, invóquenlo, cuando se acerque a ustedes. Que el impío abandone sus caminos y el hombre inicuo sus designios, para volverse al Señor, y obtendrá misericordia, pues (el Señor) perdonará totalmente sus pecados. Porque no son mis designios como sus designios, ni mis caminos como sus caminos; sino que cuanto dista el cielo de la tierra, tanto dista mi camino de su camino y mis pensamientos de sus pensamientos. Porque como cae la nieve o la lluvia del cielo y no retornan sin haber abrevado la tierra, sin haberla fecundado y hacerla germinar, sin haberle dado la semilla al que siembra y pan como alimento, así será la palabra que saliere de mi boca; no volverá hasta que se cumpla cuanto yo he querido y haga prosperar mis mandamientos. Porque saldrán en alegría y en júbilo serán enseñados. Porque los montes y collados saltarán para recibirlos, y todos los árboles de los campos aplaudirán con sus ramas, y en lugar de la zarza se levantará el ciprés, y en lugar de la ortiga brotará el mirto. Y el Señor será un nombre y un signo eterno, y no desaparecerá" (Is 55,3-12). Estas palabras, ¡oh Trifón!, y otras semejantes, por los profetas pronunciadas, parte se refieren al primer advenimiento de Cristo, en que fue anunciado que aparecería sin gloria ni belleza (cf. Is 53,2-3) y sujeto a la muerte (cf. Is 53,8. 9); parte, a su segunda venida, cuando se presentará con gloria (cf. Mt 24,30; Mt 25,31; Is 33,17) por encima de las nubes (cf. Dn 7,13; Mt 24,30), y su pueblo verá (cf. Za 12,10; Jn 19,37; Ap 1,7) y reconocerá a Aquel a quien traspasaron a golpes, como de antemano dijeron Oseas (atribución errónea), uno de los doce profetas, y Daniel (7,13).

XV
El verdadero ayuno de Dios

Ahora sepan cuál es el ayuno verdadero de Dios, para que agraden a Dios. Isaías, efectivamente, lo proclamó así: "Levanta tu voz con fuerza y no cejes; como con trompeta alza tu voz y denuncia a mi pueblo sus pecados y a la casa de Jacob sus iniquidades. A mí me buscan día a día, desean conocer mis caminos, como un pueblo que practicara la justicia y no hubiera abandonado el juicio de Dios. Ahora me piden juicio justo y desean acercarse a Dios diciendo: ¿Cómo es que ayunamos y tú no lo miraste? ¿Humillamos nuestras almas y no lo advertiste? Porque en los días de sus ayunos hacen su voluntad y golpean a todos sus súbditos. Miren que ayunan para pleitos y peleas, hiriendo a puñetazos al humilde. ¿Para qué sirve el ayuno que me ofrecen, para que hoy oiga el tumulto de su voz? No es ése el ayuno que yo escogí, ni este día para que el hombre humille su alma. Ni aun cuando dobles tu cuello como un junco, y tiendas un lecho de estera y ceniza; ni aun así podrán llamarlo un ayuno o un día agradable al Señor. No es ése el ayuno que yo escogí, dice el Señor; sino desata más bien toda atadura de injusticia; rompe los lazos de los contratos violentos, despide en libertad a los oprimidos, y rompe toda escritura inicua. Parte tu pan con el hambriento, y a los pobres sin techo condúcelos a tu casa; si ves a un desnudo, vístele, y no desprecies a los de tu misma especie. Entonces como la aurora romperá tu luz, y tus vestidos al punto resplandecerán; tu justicia caminará delante de ti, y la gloria del Señor te cubrirá. Entonces gritarás y Dios te escuchará. Cuando aún estés hablando, te dirá: "Heme aquí". Si quitares de ti la atadura y la mano levantada, y la palabra de murmuración, y dieres de corazón tu pan al hambriento, y saciares al alma humillada; entonces se levantará en las tinieblas tu luz, tus tinieblas serán como mediodía, y tu Dios estará contigo para siempre, y te hartarás conforme deseare tu alma, tus huesos engordarán y serán como huerto irrigado, fuente de agua, o tierra en que no hay falta de agua" (Is 58,1-11). Circunciden, pues, el prepucio de su corazón, como las palabras de Dios lo piden en todos estos discursos.

XVI
La circuncisión fue dada como un signo para quienes mataron al Justo y persiguen a sus discípulos

Dios mismo, por medio de Moisés, clama de esta manera: "Circunciden la dureza de su corazón, y no endurezcan más su cuello. Porque el Señor Dios nuestro, y Señor de los señores, es Dios grande y fuerte y terrible, que no admira la persona, ni admitirá regalo" (Dt 10,16-17). Y en el Levítico: "Puesto que pecaron y me despreciaron, y caminaron delante de mí torcidamente, yo también caminaré con ellos torcidamente, y los aniquilaré en la tierra de sus enemigos. Entonces se arrepentirá su corazón incircunciso" (Lv 26,40-41). Porque la circuncisión según la carne, que tuvo principio en Abrahán, fue dada para señal (cf. Gn 17,11), a fin de que estuvieran separados de las otras naciones y también de nosotros, y así sufran ustedes solos lo que ahora con justicia sufren, y sus tierras queden yermas, y sean consumidas por el fuego sus ciudades, y los extranjeros se coman sus frutos delante de ustedes (cf. Is 1,7) y ninguno de entre ustedes pueda subir a Jerusalén. Porque por ninguna otra señal se distinguen del resto de los hombres, sino por la circuncisión de su carne. Y nadie de entre ustedes -creo yo- osará decir que Dios no previó o no prevé ahora lo por venir, y que no da a cada uno lo que merece. Y con razón y justicia les ha venido todo eso a ustedes. Porque mataron al Justo (cf. Is 57,1; St 5,6), y antes de Él a sus profetas (cf. Mt 23,31; Lc 13,34). Y ahora desechan a los que esperan en Él y aquél que lo ha enviado, el Dios omnipotente y Creador de todas las cosas; y, en cuanto está de parte de ustedes, lo deshonran, elevando en sus sinagogas imprecaciones contra los que creen en Cristo. No tienen, en efecto, poder para poner sus manos sobre nosotros, porque se lo impiden quienes ahora nos gobiernan; pero cada vez que lo pudieron, lo hicieron. De ahí que clame Dios contra ustedes por boca de Isaías: "Miren cómo pereció el justo y a nadie le importó. Porque es en presencia de la injusticia que es arrebatado el justo. En paz estará; su sepultura fue quitada de en medio de los hombres. Pero ustedes acérquense aquí, hombres inicuos, raza de infieles e hijos de la mentira, del adulterio y de la fornicación. ¿De quién se burlan y contra quién abrieron la boca y soltaron su lengua?" (Is 57,1-3).

XVII
Los judíos enviaron emisarios por toda la tierra para difundir calumnias contra los cristianos

Porque no tienen las otras naciones tanta culpa de la injusticia que se comete contra nosotros y contra Cristo, como ustedes, que son la causa de la injusta prevención que también aquéllos tienen contra el Justo (cf. Is 57,1) y contra nosotros, sus discípulos. En efecto, ustedes, después de haberlo crucificado, a aquel que era el solo intachable y justo, por cuyas llagas son curados (cf. Is 53,5) los que por Él se acercan al Padre, cuando supieron que había resucitado de entre los muertos y subido a los cielos, como las profecías lo habían anunciado, no sólo no hicieron penitencia de sus malas obras, sino que, escogiendo entonces hombres especiales de Jerusalén, los mandaron por toda la tierra para que propalaran que había aparecido una herejía impía, la de los cristianos, y esparcieran las calumnias que repiten contra nosotros todos los que no nos conocen. De modo que no sólo son culpables ustedes de su propia iniquidad, sino sencillamente de la de todos los hombres. Con razón clama Isaías: "Por culpa de ustedes es blasfemado mi nombre entre las naciones" (Is 52,5). Y: "¡Ay del alma de ellos!, pues han concebido un mal designio contra sí mismos, diciendo: "Encadenemos al justo, pues nos es molesto." Por eso, comerán los frutos de sus obras. ¡Ay del inicuo! Según las obras de sus manos será su sufrimiento" (Is 3,9-11). Y otra vez, en otro pasaje: "¡Ay de los que tiran de sus pecados como de una larga cuerda, y de sus iniquidades como de la correa de un yugo de bueyes, los que dicen: "Que apresure su obra, y llegue ya el designio del santo Israel, para que lo conozcamos". ¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal! Los que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; los que hacen de lo amargo dulce, y de lo dulce amargo" (Is 5,18-20). Así, pues, han puesto empeño en que se propalaran por toda la tierra acusaciones amargas, tenebrosas e injustas (cf. Is 5,20) contra la sola luz, intachable y justo (cf. Is 51,4), enviado desde junto a Dios a los hombres (cf. Is 51,4). Pues les pareció molesto (cf. Is 3,10) aquel que gritaba entre ustedes: "Está escrito: "Mi casa es casa de oración, y ustedes la han convertido en una cueva de ladrones"" (cf. Mt 21,13; Mc 11,17; Lc 19,46; Is 56,7; Jr 7,11). Y echó por tierra las mesas de los cambistas que estaban en el templo (cf. Mt 21,12; Mc 11,15); [4] y gritó: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta y la ruda, y no piensan en el amor de Dios y en su juicio! Sepulcros blanqueados, que parecen hermosos por fuera y están llenos por dentro de huesos de cadáveres" (Mt 23,23. 27; Lc 11,42). Y a los escribas: "¡Ay de ustedes, escribas!, que tienen las llaves, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que quieren, ¡guías ciegos!" (Mt 23,13; Lc 11,52; Mt 23,16. 24).

XVIII
Los cristianos observan las prescripciones de la ley

Puesto que tú, Trifón, has leído, según tú mismo confesaste, las enseñanzas de nuestro Salvador, no creo haber hecho cosa fuera de lugar al citar junto a las de los profetas algunas breves sentencias suyas. "Lávense, entonces, háganse ahora puros, y quiten los pecados de sus almas" (Is 1,16); pero lávense en el baño que Dios les manda, y circuncídense con la verdadera circuncisión. Porque también nosotros observaríamos esa circuncisión carnal y guardaríamos el sábado, y absolutamente todas las fiestas, si no supiéramos la causa por la que les fueron ordenadas a ustedes solos, es decir, por sus iniquidades y su dureza de corazón. Porque si soportamos cuanto se nos hace sufrir de parte de los hombres y de los malos demonios, de modo que aun en medio de los sufrimientos indecibles de la muerte y de los tormentos, rogamos (cf. Mt 5,44; Lc 6,27-28. 35-36) que tenga Dios misericordia de quienes así nos tratan y no deseamos en ninguna manera vengarnos de ellos, tal como el Nuevo Legislador nos lo mandó, ¿cómo no habíamos de guardar, ¡oh Trifón!, lo que no nos produce ni leve daño, quiero decir, la circuncisión carnal, los sábados y fiestas?

XIX
Antes de Abraham los justos no estaban circuncidados. Después de Moisés, fue a causa de sus tendencias idolátricas que el pueblo fue sometido a la ley

-Eso es justamente -observó Trifón- lo que nos hace estar perplejos, que soportando tales tormentos, no observan también todas las prescripciones sobre las que estamos ahora discutiendo.

A lo que yo contesté:

-Es porque esa circuncisión no es necesaria para todos, sino sólo para ustedes, y eso, como anteriormente dije, a fin de que sufran lo que ahora con justicia sufren. Y tampoco tomamos su baño, ese de sus cisternas, pues nada es en comparación de nuestro baño de la vida. Por eso justamente proclama Dios: "Le han abandonado a Él, fuente viva, y han cavado para ustedes mismos pozos rotos que no podrán contener el agua" (cf. Jr 2,13). Ustedes, los que están circuncidados en la carne, necesitan de nuestra circuncisión; nosotros, en cambio, que tenemos esta última, para nada necesitamos de la de ustedes. Porque de haber sido aquélla necesaria, como ustedes presumen, no hubiera formado Dios a Adán incircunciso, ni hubiera mirado a los dones de Abel (cf. Gn 4,4), que ofrecía sacrificios sin estar circuncidado, ni le hubiera agradado Enoc, incircunciso, a quien no se le halló más, porque Dios lo trasladó (cf. Gn 5,22-24). Lot, incircunciso, se salvó de Sodoma (cf. Gn 19), pues los mismos ángeles y el Señor lo hicieron salir antes. Noé, principio de otro linaje humano, entró incircunciso junto con sus hijos en el arca (cf. Gn 7,1). Incircunciso era Melquisedec, sacerdote del Altísimo (cf. Gn 14,18. 20. 19), a quien Abrahám, el primero que llevó la circuncisión en su carne, entregó las ofrendas de los diezmos y fue por él bendecido. Y por David anunció Dios que según el orden de Melquisedec (cf. Sal 109,4) había de establecer a su sacerdote eterno (cf. Sal 109,4).
Para ustedes solos era, pues, necesaria esta circuncisión, a fin de que, como dice Oseas, uno de los doce profetas, el pueblo no sea más el pueblo y la nación no sea más la nación (cf. Os 1,9-10). Sin observar el sábado también, agradaron a Dios todos los justos anteriormente nombrados, y después de ellos Abrahám y todos sus descendientes hasta Moisés, bajo cuyo mando su pueblo, fabricándose un becerro de oro en el desierto, se mostró injusto e ingrato para con Dios (cf. Ex 32). De ahí que Dios, acomodándose a aquel pueblo, mandó que se le ofrecieran también sacrificios, como a su nombre, a fin de que no idolatren, y aun ni eso respetaron, sino que llegaron hasta sacrificar sus hijos a los demonios. Por la misma razón les ordenó el sábado, para que tuvieran memoria de Dios. Y efectivamente eso fue lo que su Verbo significó diciendo: "Para que sepan que yo soy el Dios que los ha rescatado" (Ez 20,12. 20).

XX
Las prescripciones sobre alimentos, consecutivas al pecado del becerro de oro, estaban destinadas a preservar al pueblo de la idolatría

Igualmente les mandó abstenerse de ciertos alimentos, a fin de que aun en el comer y beber tuvieran a Dios ante los ojos, como quiera que están inclinados y siempre prontos a apartarse de su conocimiento, como el mismo Moisés lo dice: "Comió y bebió el pueblo y se levantó a divertirse" (Ex 32,6). Y otra vez: Comió Jacob, se hartó, engordó y pateó el amado: se engordó, se engrasó, se dilató y abandonó a Dios, que lo había hecho" (Dt 32,15). Pero a Noé, que era justo, Dios le permitió comer todo ser animado, excepto la carne con la sangre (Gn 9,4), es decir, la de un animal muerto naturalmente, cosa que les narró Moisés en el libro del Génesis.

Y como Trifón quería agregar las palabras: "Como las hierbas del campo" (Gn 9,3), me adelanté yo a decir:

-La expresión "como las hierbas del campo", ¿por qué no la entienden tal como fue dicha por Dios, a saber, que como Él creó las hierbas para alimento del hombre, de modo igual le dio los animales para comer carne? Del hecho de que no comemos algunas de las hierbas, ustedes concluyen que esa restricción ya había sido establecida en el tiempo de Noé. Pero la interpretación de ustedes no merece fe ninguna. En primer lugar, pudiera sostener y afirmar que toda legumbre es hierba (cf. Gn 9,3) que puede comerse; pero no me detendré en eso. La verdad es que si hacemos distinción entre las legumbres y las herbáceas, y no todas las comemos, ello no se debe a que sean profanas o impuras (cf. Hch 10,14), sino a que son amargas, venenosas o espinosas. En cambio, las que son dulces, o alimenticias y muy aradables, ora se críen en el mar, ora en la tierra, ésas las buscamos y las tomamos. De igual modo, Dios les mandó que se abstuvieran de alimentos impuros, injustos e inicuos, porque, aun comiendo el maná en el desierto (cf. Ex 16,4-35; Nm 11,7-9; Dt 8,13. 16) y viendo los prodigios todos que Dios hacía para ustedes, se fabricaron el becerro de oro y le adoraron (cf. Ex 32). De ahí que con justicia no deja de gritar: "Hijos insensatos, en los que no hay fidelidad" (Dt 32,20; cf. Jr 4,22).

XXI
Fue a causa de los pecados del pueblo que se instituyó el sábado

Por sus iniquidades y por las de sus padres, les mandó también Dios que guardaran el sábado como señal (cf. Gn 17,11; Ez 20,20), como anteriormente dije (cf. 16,2), y les dio los otros mandamientos; y por causa de las naciones, para que su nombre no fuera profanado entre ellas (cf. Ez 20,22), da Él a entender que dejó a algunos de ustedes con vida, como se lo pueden demostrar las siguientes palabras suyas, que dijo por boca de Ezequiel: "Yo soy el Señor su Dios. Caminen en mis mandamientos y observen mis preceptos, y no se asocien a las costumbres de Egipto. Santifiquen mis sábados; y ello será un signo entre ustedes y yo, un signo para que sepan que yo soy el Señor su Dios. Pero ustedes me exasperaron y sus hijos no caminaron según mis prescripciones y no las observaron, para cumplirlas; esos preceptos que, al hombre que los cumpliere, le harán vivir; sino que profanaron mis sábados. Y dije que iba a derramar mi ira sobre ellos en el desierto. Pero no lo hice, a fin de que mi nombre no fuese enteramente profanado delante de las naciones, de las que los saqué a vista de ellos. Y levanté mi mano contra ellos en el desierto, para dispersarlos entre las naciones y diseminarlos por las regiones, porque no ejecutaron mis órdenes, rechazaron mis mandamientos, profanaron mis sábados y sus ojos se fueron tras los pensamientos de sus padres. Yo les di mandamientos que no eran buenos y prescripciones por las cuales no podrían de vivir. Y los mancillaré en sus casas, cuando yo pase para exterminar todo lo que abre la matriz" (Ez 20,19-26).

XXII
Las ofrendas fueron mandadas por causa de las injusticias del pueblo y de su idolatría

Por los pecados de su pueblo y por sus idolatrías, no porque Él tenga necesidad de semejantes ofrendas, les ordenó igualmente lo referente a las ofrendas (cf. Jr 7,22). Escuchen cómo lo dice por Amós, uno de los doce profetas, clamando: "¡Ay de los que desean ardientemente el día del Señor! ¿Para qué quieren ese día del Señor? Porque él es tinieblas y no luz, como cuando un hombre huye de la vista de un león y le sale al encuentro un oso… Huye a su casa, apoya sus manos en la pared y le muerde una serpiente. ¿Acaso no es tinieblas el día del Señor y no luz, una oscuridad sin claridad? Aborrezco, detesto sus fiestas, no respiraré el olor de sus asambleas solemnes. Por lo tanto, si me traen sus holocaustos y sacrificios, no los aceptaré, y a sus sacrificios de paz no los atenderé. Aparta de mí la muchedumbre de tus cantos e himnos; tus instrumentos de música no los quiero oír. Rodará como agua el juicio y como torrente invadeable la justicia. ¿Acaso me ofrecieron en el desierto víctimas y sacrificios, casa de Israel? -dice el Señor-. Acogieron la tienda de Moloc y la estrella de su dios Raphán, ídolos que ustedes se hicieron. Los deportaré más allá de Damasco, dice el Señor, cuyo nombre es Todopoderoso. ¡Ay de los que se entregan a sus placeres en Sión, y los que ponen su confianza en el monte de Samaría! Los que son renombrados entre los príncipes cosecharon las primicias de las naciones. A ellos acude la casa de Israel. Pasen todos a Galana y vean; y marchen de allí a Amath, la grande, y bajen de allí a Geth, la de los extranjeros, las ciudades más grandes de todos esos reinos, y miren si sus límites son mayores que sus límites. Los que marchan a un día malo, los que se acercan y se adhieren a sábados mentirosos; los que duermen en lechos de marfil y viven apoltronados en sus sillones, los que comen los corderos que han tomado de los rebaños y los novillos elegidos en los establos; los que aplauden al son de los instrumentos, y creen que esto es eterno y no pasajero; los que beben en copas el vino y se ungen con los primeros perfumes, pero no se apenan por las desgracias de José. Por eso hoy marcharán cautivos a la cabeza de los príncipes exilados; será derribada la morada de los malhechores, y desaparecerá de Efraín el relincho de los caballos" (Am 5,18-6,7). También dice Jeremías: "Junten sus ofrendas de carne y sus sacrificios, y coman; porque ni sobre sacrificios, ni sobre libaciones, les mandé algo a sus padres, el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto" (Jr 7,21-22). Y nuevamente, por boca de David, dice así en el salmo cuarenta y nueve: "El Dios de los dioses, el Señor, habló y llamó a la tierra desde Oriente a Poniente. Desde Sión, resplandece la gracia de su belleza. Dios vendrá manifiestamente, el Dios nuestro, y no se callará. Fuego se encenderá delante de Él, y en torno suyo se desencadenará una tempestad violenta. Convocará al cielo arriba y abajo a la tierra, para juzgar a su pueblo. Congreguen ante Él a sus fieles, a los que ratifican su alianza con sacrificios. Anunciarán los cielos su justicia, porque Dios es juez. Escucha, pueblo mío, que te voy a habla, Israel, que te quiero atestiguar: Dios, Dios tuyo soy Yo. No te acusaré por tus sacrificios. En todo momento están ante mí tus holocaustos. No aceptaré de tu casa novillos, ni de tus rebaños machos cabríos, porque míos son todos los animales del campo, los ganados de los montes y los bueyes. Yo conozco todas las aves del cielo y la hermosura del campo está conmigo. Si tuviera hambre, no te lo diría a ti, porque mía es la redondez de la tierra y todo lo que la llena. ¿Acaso voy a comerme la carne de los toros y beberme la sangre de los machos cabríos? Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza y cumple al Altísimo tus votos. Invócame en el día de la opresión. Yo te libraré y tú me glorificarás. Al pecador, empero, le dice Dios: "¿Por qué enumeras mis prescripciones y tienes en tu boca mi Alianza? Tú has aborrecido mis correcciones y te echaste mis palabras a la espalda. Si veías a un ladrón, corrías con él; y con el adúltero pusiste tu parte. Tu boca abundó en maldad y tu lengua tramaba embustes. Te sentabas, y murmurabas contra tu hermano, contra el hijo de tu madre ponías tropiezo. Esto hiciste, y yo callé, y tú pensaste que yo sería en la iniquidad igual que tú. Pues te voy a hacer comparecer y voy a pondré ante ti tus pecados". Entiendan esto, ustedes los que olvidan a Dios, no sea que los arrebate y no haya quien los salve. El sacrificio de alabanza me glorificará, y allí está el camino en el cual les mostraré mi salvación" (Sal 49,1-23). Así, pues, ni recibe de ustedes sacrificios (cf. Jr 7,21. 22; Sal 49,8), y si al principio les mandó hacerlos, no era porque Él tuviera necesidad, sino por causa de sus pecados. El mismo templo de Jerusalén, no lo llamó Dios casa y morada suya porque lo necesitara, sino porque, permaneciendo ustedes a Él por lo menos allí, no se dierais a la idolatría. Esto lo testimonia Isaías: "¿Qué es esta casa que me han edificado?, dice el Señor. El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies" (Is 66,1).

XXIII
El mismo Dios ha prescrito estos mandatos y después los ha anulado por medio de Cristo

Si no admitimos esto así, tendremos que caer en pensamientos absurdos; por ejemplo, que no es el mismo Dios quien obraba en tiempos de Enoc y de todos los otros que no tenían la circuncisión carnal, ni observaban los sábados y los demás mandamientos, pues fue Moisés quien mandó que todo eso se practicara; o bien que no ha querido que todo el género humano practicara siempre la justicia. Lo cual, evidentemente, es ridículo e insensato. En cambio, se puede decir que, aun siendo eternamente el mismo, por causa de los hombres pecadores, mandó que se cumplieran esas y otras cosas por el estilo; y podemos afirmar que Él ama los hombres, conoce el futuro, no está necesitado, es justo y bueno. Porque si esto no es así, respóndanme, señores, qué es lo que piensan sobre estas cuestiones que son el objeto de nuestro búsqueda.

Como nadie respondía palabra, proseguí yo:

-¡Oh Trifón!, a ti y a todos los que intentan hacerse prosélitos suyos, voy a proclamarles un la palabra divina que recibí de aquel anciano (cf. 3,1): ¿No ven que los elementos jamás descansan ni guardan el sábado? Permanecen tal como nacieron. Porque si antes de Abrahán no había necesidad de la circuncisión, ni antes de Moisés del sábado, de las fiestas ni de las ofrendas, tampoco la hay ahora después de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, nacido según la voluntad de Dios de María, la Virgen del linaje de Abrahán. Porque, en efecto, el mismo Abrahán, estando todavía incircunciso, fue justificado y bendecido por su fe en Dios, como lo significa la Escritura (cf. Rm 4,3; 10-11; Gn 15,6); la circuncisión, empero, la recibió como un signo (cf. Gn 17,11; Rm 4,11), no como justificación, según la misma Escritura y la realidad de las cosas nos obligan a confesar. De suerte que con razón se dijo de aquel pueblo que sería exterminado de su linaje toda alma que no se circuncidara al octavo día (Gn 17,14). Además, el hecho de que las mujeres no puedan recibir la circuncisión de la carne, prueba que esa circuncisión fue dada como un signo (cf. Gn 17,11; Rm 4,11) y no como obra de justificación. Porque todo lo que es justo y virtuoso, Dios quiso que las mujeres tuvieran la misma capacidad que los hombres para observarlo; en cambio, la configuración de la carne fue creada, como lo vemos, diferente en el varón y en la mujer. Por eso sabemos que ninguno de los sexos es de suyo justo ni injusto, sino por piedad y justicia.

XXIV
Solamente la sangre de la verdadera circuncisión procura la salvación y hace entrar a las naciones en la heredad de Abraham

Pudiera también demostrarles, señores -proseguí diciendo-, que en el octavo día, con preferencia al séptimo, se encerraba un cierto misterio anunciado por Dios en esas realidades; pero para no darles impresión que divago en otros razonamientos, me contento con gritarles que entiendan cómo la sangre de aquella circuncisión se ha eliminado y nosotros hemos creído en otra sangre salvadora. Otra alianza (cf. Jr 31,31; Is 54,3) rige ahora, y otra ley ha salido de Sión (Mi 4,2; Is 2,3; cf. Is 51,4): Jesucristo. Él circuncida a todos los que así lo quieren, como desde antiguo fue anunciado, con cuchillos de piedra (Jos 5,2), a fin de formar una nación justa, un pueblo que guarda la fe, que abraza la verdad, que preserva la paz (cf. Is 26,2-3). Vengan conmigo, todos los que temen a Dios (Sal 127,1. 4), los que desean ver los bienes de Jerusalén (Sal 127,5). "Vengan, caminemos a la luz del Señor, porque Él desechó a su pueblo, la casa de Jacob" (Is 2,5-6). Vengan las naciones todas, juntémonos en aquella Jerusalén (cf. Jr 3,17), que ya no es combatida por causa de los pecados de los pueblos. Porque me he manifestado a los que no me buscaban; fui hallado por quienes no preguntaban por mí (cf. Is 65,1), clama por Isaías. "Dije: Heme aquí, a naciones que no invocaban mi nombre. Extendí todo el día mis manos a un pueblo infiel y rebelde, a los que andan por camino no bueno, sino tras sus pecados. Un pueblo que me provoca ante mi cara" (Is 65,1-3).

XXV
Error de los judíos que pretender ser hijos de Abraham

Con nosotros querrán también ser herederos, aun cuando sólo sea de una pequeña porción (cf. Is 63,18), aquellos que se justifican a sí mismos (cf. Lc 16,15), y dicen ser hijos de Abraham (cf. Mt 3,9; Lc 3,8; Jn 8,39; Ga 3,7), así como por boca de Isaías clama el Espíritu Santo, hablando como en nombre de ellos: "Vuélvete desde lo alto el cielo, y míranos desde tu casa santa y desde tu gloria. ¿Dónde están tu celo y tu fuerza? ¿Dónde está la muchedumbre de tu misericordia, y tu paciencia para con que nosotros, Señor? Porque tú eres nuestro Padre, pues Abraham no nos conoció, e Israel no nos reconoció. Pero tú, Señor, Padre nuestro, ¡sálvanos! Desde el principio está tu nombre sobre nosotros. ¿Por qué nos extraviaste, Señor, lejos de tu camino? ¿Por qué endureciste nuestro corazón, para que no te temiera? Vuélvete por amor de tus siervos, por las tribus de tu herencia, a fin de que heredemos una pequeña parte de tu monte santo. Hemos venido a ser como al principio, cuando no nos gobernabas, ni era invocado tu nombre sobre nosotros. Si abrieras el cielo, el terror que viene de Ti se apoderaría de las montañas y se derretirían, como se derrite la cera con el fuego. Un fuego consumiría a tus enemigos y tu nombre sería manifestado a nuestros enemigos: a tu vista se turbarían las naciones. Cuando Tú hagas tus maravillas, los montes temblarán delante de Ti. Nunca hemos oído, ni nuestros ojos han visto otro Dios más que a Ti y tus obras. Con los que se arrepienten, es misericordioso. Saldrá al encuentro, de los que obran justicia y se acordarán de tus caminos. He ahí que tú te irritaste y nosotros pecamos. Por eso nos extraviamos y nos volvimos impuros todos, y toda nuestra justicia es como un paño de mujer impura. Caímos como hojas por nuestras iniquidades, y así nos llevará el viento. No habrá quien invoque tu nombre ni se acuerde de abrazarse a Ti, pues apartaste tu rostro de nosotros y nos entregaste por causa de nuestros pecados... Ahora, Señor, vuélvete hacia nosotros, porque pueblo tuyo somos nosotros todos. La ciudad de tu santuario ha quedado desierta, Sión ha venido a ser como una desolación, Jerusalén ha sido maldecida. El santuario, nuestro templo, y la gloria que nuestros padres bendijeron, ha sido pasto del fuego, y todos los pueblos se reencuentran gloriosos. Y Tú lo has soportado, Señor, te callaste y nos humillaste sobremanera" (Is63,15-64,12).

Trifón me dijo:

-¿Qué es lo que dices? ¿Que ninguno de nosotros heredará nada en el monte santo de Dios (cf. Is 63,17. 18)?

XXVI
La herencia sobre la montaña santa está reservada a quienes, entre los judíos y las naciones, se arrepientan

Yo dije:

-No es eso lo que digo, sino que los que persiguieron y siguen persiguiendo a Cristo, y no hacen penitencia (cf. Is 64,4), no tendrán parte alguna en la herencia de la montaña santa (cf. Is 63,18). Las naciones (cf. Is 64,8), en cambio, que han creído en Él y se han arrepentido de los pecados que han cometido, heredarán con los patriarcas, los profetas y con todos los justos todos de la descendencia de Jacob (cf. Is 63,15); y aún cuando no observen el sábado ni se circunciden ni guarden las fiestas, absolutamente heredarán la herencia santa de Dios. Porque Dios, por Isaías, dice así: "Yo, el Señor Dios, te llamé en justicia, te tomaré de la mano y te fortaleceré. Yo te hice alianza de un pueblo, luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, librar a los cautivos de sus cadenas y de la cárcel a los que están sentados en las tinieblas" (Is 42,6-7). Y otra vez: "Levanten una bandera para las naciones, pues he aquí que el Señor lo hizo oír hasta los confines de la tierra. Digan a las hijas de Sión: Mira que tu Salvador ha llegado llevando consigo su recompensa y su obra ante su faz; Él te llamará pueblo santo, rescatado por el Señor. Y tú serás llamada ciudad buscada, no ciudad abandonada. ¿Quién es este que viene de Edom? La púrpura de sus vestidos viene de Bosor. Es hermoso en su vestidura, el que avanza con valentía y fortaleza. Yo hablo de justicia y de juicio de salvación.¿Por qué están rojos tus vestidos, y tus ropas como salidas de lagar pisado? Salpicado voy completamente de uva pisada; el lagar pisé yo solo, y de las naciones, no había nadie conmigo. Los pisé en mi ira y los trituré como tierra, hice correr su sangre sobre la tierra. Porque llegó para ellos el día de la retribución, y el año de redención está aquí. Miré y no había quien me ayudara; presté atención, y nadie me socorrió; fue mi brazo el que me libró y mi furor el que me asistió. Los pisé en mi ira, y derramé su sangre sobre la tierra" (Is 62,10-63,6).

XXVII
El sábado fue mandado por Moisés a causa de los pecados del pueblo. La institución era provisoria

Trifón me dijo:

-¿Por qué hablas escogiendo lo que bien te parece de las palabras proféticas y no mencionas aquellos pasajes en que expresamente se manda guardar el sábado? Efectivamente, por boca de Isaías se dice así: "Si por razón del sábado detuvieres tu pie, para no cumplir tus voluntades en el día santo, y llamares al sábado "tus delicias", "día santo" de Dios, no marchares hacia un trabajo y no hablares palabra de tu boca, y confiares en el Señor, Él te conducirá a los bienes de la tierra y te apacentará con la herencia de Jacob, padre tuyo. Porque la boca del Señor ha dicho esto" (Is 58,13-14).

Yo le contesté:

-No es que haya omitido esas palabras proféticas porque contradigan mi tesis, sino por pensar que ustedes han comprendido y comprenden que, aún cuando por medio de todos los profetas les mande Dios hacer lo mismo que les ordenó por Moisés, siempre les proclama las mismas cosas, a causa de la dureza de su corazón y de la ingratitud de ustedes para con Él, a ver si así al menos se arrepienten, le agradan y no sacrifican sus hijos a los demonios (cf. Sal 105,37), y no se hacen cómplices de los ladrones, amantes de regalos y perseguidores de recompensas, olvidándose de hacer justicia a los huérfanos, y sin preocuparse por la causa de las viudas (cf. Is 1,23), y que no estén sus manos llenas de sangre (cf. Is 1,15). Porque las hijas de Sión andaban con cuello erguido y jugaban con guiños de los ojos y arrastraban sus túnicas (cf. Is 3,16). Todos se desviaron -grita Dios- todos juntos se corrompieron (cf. Sal 13,3; Rm 3,12). No hay nadie que entienda, ni uno solo (Sal 13,3; Rm 3,11). Con sus lenguas engañaban, sepulcro abierto es su garganta, veneno de víboras bajo sus labios (cf. Sal 139,4; Rm 3,13); tribulación y angustia en sus caminos, y el camino de la paz, no lo conocieron (Is 59,7-8; Rm 3,16-17). De modo que, así como al principio les dio esos mandamientos a causa de sus maldades, así, por perseverar ustedes en ellas o, más bien, por agravarlas todavía, por eso mismo los invita a su recuerdo y conocimiento. Pero ustedes son un pueblo de corazón duro (cf. Ez 3,7) e insensato (cf. Dt 32,20; Jr 4,22), ciego (cf. Is 42,18) y tullido (cf. Is 35,6), hijos que no tienen fe (cf. Dt 32,20), como Él mismo dice, que le honran sólo con los labios, pero están con el corazón lejos de Él, que enseñan sus propias enseñanzas (Is 29,13; cf. Mt 15,8-9; Mc 7,6-7), y no las suyas. Si no, díganme, ¿es que quiso Dios que los sumos sacerdotes pecaran al ofrecer los sacrificios el sábado? Y lo mismo digo de los que se circuncidan y circuncidan en el día de sábado, al mandar que los recién nacidos sean a todo trance circuncidados el octavo día, aún cuando sea sábado. ¿O es que no podía mandar hacerlo un día antes o un día después del sábado, si sabía que era pecado hacerlo en sábado? En fin, a los que fueron llamados, antes de Abraham y de Moisés, "justos" y le agradaron, sin haberse circuncidado ni observar los sábados, ¿por qué no les enseñó Dios a hacer esas cosas?

XXVIII
Urgencia de la conversión. Sólo la verdadera circuncisión, destinada a todos, permite acceder a la salvación

Trifón me dijo:

-Ya te escuchamos cuando planteaste esta cuestión y te prestamos atención (cf. 19,3-5); pues, a decir verdad, la merece, y no tengo yo por qué admitir lo que suele la gente: que a Dios así le pareció bien. Porque ésta es siempre una pobre explicación de quienes no saben responder a las cuestiones.

Yo le contesté:

-Puesto que parto de las Escrituras y de los hechos para mis demostraciones y exhortaciones -le dije-, ni vacilen ni difieran en creerme, por más que sea incircunciso. Este breve tiempo les queda para adherirse a nosotros; si Cristo se adelanta en su venida, en vano se arrepentirán, en vano llorarán, porque ya no los escuchará. "Limpien para ustedes sus tierras sin cultivar -grita Jeremías al pueblo- y no siembren sobre espinas. Circuncídense para el Señor y háganse circuncidar el prepucio de su corazón" (Jr 4,3-4). No siembren, pues, sobre espinas y en tierra no labrada, de donde no recogerán ningún fruto (Jr 4,3; cf. Mt 13,22; Mc 4,18). Reconozcan a Cristo, he ahí una hermosa tierra (cf. Mt 13,8. 23), nuevamente arada, hermosa y feraz en sus corazones. "Porque miren que vienen días -dice el Señor- en que visitaré a todos los que se circuncidan su prepucio, a Egipto, a Judá, a Edom… y a los hijos de Moab. Porque todas las naciones son incircuncisas; pero toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón" (Jr 9,25-26).¿Ven cómo no es esa circuncisión, que fue dada como signo (cf. Gn 17,11), lo que Dios quiere? Porque ni a los egipcios ni a los hijos de Moab y de Edom (cf. Jr 9,26) les sirve para nada. En cambio, aún cuando sea un escita o persa, si tiene conocimiento de Dios y de su Cristo y observa la justicia eterna, está circuncidado con la buena y salvadora circuncisión, es amado de Dios y Dios se complace en sus dones y ofrendas. Les quiero citar, amigos, palabras de Dios mismo, cuando por Malaquías, uno de los doce profetas, habló a su pueblo. Helas aquí: "No está mi voluntad en ustedes -dice el Señor-, y no acepto de sus manos sus sacrificios. Porque de Oriente a Poniente mi nombre es glorificado en las naciones, y en todo lugar se ofrece sacrificio a mi nombre, y es un sacrificio puro. Porque mi nombre es honrado en las naciones, dice el Señor; ustedes, empero, lo profanan" (Ml 1,10-12). Y por boca de David dijo: "Un pueblo que yo no conocía, me sirvió; desde que su oído escuchó, me obedeció" (Sal 17,44-45).

XXIX
Universalidad de la circuncisión y del bautismo verdadero. Incomprensión judía de las profecías y de la ley

Glorifiquemos (cf. Ml 1,11) a Dios, las naciones congregadas en uno (cf. Ml 1,11), porque también a nosotros nos ha mirado (cf. Jr 9,25). Glorifiquémosle por medio del rey de la gloria (cf. Sal 23,7. 8. 9. 10), por el Señor de las potestades (Sal 23,10). Porque se volvió hacia las naciones para acogerlas, y con más gusto recibe de nosotros los sacrificios, que no de ustedes (cf. Ml 1,10). ¿A qué hablarme más de circuncisión, cuando tengo el testimonio de Dios? ¿Qué necesidad hay de aquel baño para quien está bautizado por el Espíritu Santo? (cf. Mt 3,11; Mc 1,8; Lc 3,16). Con estos razonamientos, yo creo han de persuadirse aún los que tienen menos entendimiento. Porque no son discursos por mí excogitados, ni adornados por artificio humano, sino que se trata o de salmos que David cantó o de alegres mensajes que Isaías anunció o de lo que Zacarías predicó y Moisés puso por escrito. ¿Los reconoces, Trifón? En sus Escrituras están consignados, o por mejor decir, no en las suyas, sino en las nuestras; porque nosotros les creemos; ustedes, en cambio, por más que las leen, no comprenden el espíritu que está en ellas. No se molesten, pues, ni nos echen en cara la incircuncisión de nuestro cuerpo, que fue Dios mismo quien lo plasmó. No tengan por cosa de espanto el que bebamos en sábado algo caliente, pues también Dios en ese día administra el mundo de modo igual al resto de los días. Además, sus sumos sacerdotes tenían orden de ofrecer los sacrificios en este día como en los otros; y aquellos grandes justos, que nada de esas prescripciones legales guardaron, están por Dios mismo atestiguados.

XXX
Eternidad de la justicia divina y poder redentor de la pasión

En cambio, lo que deben achacar a su propia maldad es que Dios esté expuesto a las calumnias de los que no tienen inteligencia, por pensar que no siempre enseñó Él la misma justicia. El hecho es que a muchos hombres les han parecido absurdas e indignas de Dios tales enseñanzas, por no haber recibido la gracia de comprender que por ellas llamó Dios a ese pueblo, que obraba mal, y al alma enferma (cf. Sal 18,8), a la conversión (cf. Sal 18,8) y penitencia espiritual. Y que esa enseñanza es eterna (cf. Sal 18,10), habiendo sido producida después de la muerte de Moisés, (lo dice) la siguiente profecía: "Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la obra de sus manos, la pregona el firmamento. El día al día le anuncia una palabra, la noche a la noche le anuncia el conocimiento. No hay rumores ni palabras cuya voz no se oiga. A toda la tierra alcanza el eco de sus voces, y hasta el extremo del mundo sus palabras. Bajo el sol se levanta su tienda, y él, como un esposo que sale del tálamo nupcial se regocija, fuerte como un gigante que corre su carrera. Se asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo, nada se sustrae a su calor. La ley del Señor es irreprochable, ella convierte las almas; el testimonio del Señor es verdadero, hace sabios a los ignorantes. Los mandatos del Señor rectos, y alegran el corazón; el mandamiento del Señor es claro, ilumina los ojos. El temor del Señor es puro, subsiste para siempre; los juicios del Señor son verdaderos, su justicia permanece para siempre. Más deseables que el oro y la piedra fina, más dulces que la miel y que el panal. Por eso tu siervo los custodia, pues para quien los observa, la recompensa es grande. ¿Quién puede tener conciencia de sus errores? Purifícame de las culpas ocultas. Preserva a tu siervo de los extranjeros: que no vengan a ejercer su poder sobre mí. Entonces, seré irreprochable e inocente de grave pecado. Las palabras de mi boca te serán gratas, al igual que los susurros de mi corazón, ante ti, para siempre. ¡Señor, ven a ayudarme, ven a salvarme!" (Sal 18,2-15). Esto, señores, se dice en el salmo; y nosotros confesamos que los juicios de Dios son más dulces que la miel y el panal (Sal 18,11), nosotros que por ellos hemos llegado a ser sabios (Sal 18,8), lo que aparece claro por el hecho de que, aún amenazados de muerte, rechazamos renegar de su nombre. Y nosotros, los que en Él creemos, le pedimos nos preserve de los extranjeros (Sal 18,14), es decir, de los malos y embusteros espíritus, como el Verbo de la profecía lo dice en figura en nombre de uno de los que en Él creen: esto es algo evidente para todos. Efectivamente, nosotros rogamos siempre a Dios por medio de Jesucristo que seamos preservados de los demonios, que son extraños (cf. Sal 18,14) a la piedad por Dios, y a los que en otro tiempo adorábamos, a fin de que, después de convertirnos (cf. Sal 18,8) a Dios, seamos por Él irreprochables (cf. Sal 18,8. 14). Porque llamamos ayudador (cf. Sal 18,15) y redentor (cf. Sal 18,15) nuestro a Aquél, la fuerza de cuyo nombre hace estremecer (cf. St 2,19) a los mismos demonios, los cuales se someten hoy mismo conjurados en el nombre de Jesucristo, crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que fue de Judea. De suerte que por ahí se hace patente para todos que su Padre le dio tal poder, que por su nombre incluso los demonios se le someten (cf. Lc 10,17), y por la economía de su pasión.

XXXI
Pasión redentora y parusía gloriosa

Si está demostrado que tan grande poder estuvo y está asociado a la economía de su pasión, ¡cuán será el que tenga en su parusía gloriosa! Porque como hijo de hombre ha de venir encima de las nubes, como lo significó Daniel (Dn 7,13), en compañía de los ángeles (cf. Mt 25,31). He aquí sus palabras: "Estaba yo mirando hasta que fueron tronos asientos y el anciano de días se sentó. Llevaba un vestido blanco como la nieve, y los cabellos de su cabeza como lana pura; su trono era como una llama de su fuego, y sus ruedas, un fuego ardiente. Un río de fuego corría, saliendo de su presencia. Miles de miles le servían y una miríada de miríadas estaba ante él; los libros fueron abiertos y el tribunal se sentó. Yo atendía entonces a la voz de las grandes palabras, que el cuerno hablaba. Y fue sentenciada la bestia, destruido su cuerpo y entregado para pasto del fuego. También a las otras bestias les fue quitado su dominio, aunque se les dejó la vida por un momento y un tiempo. Miraba yo en la visión de la noche y he aquí sobre las nubes del cielo un como hijo de hombre que venía. Llegó hasta el anciano de días y se paró en su presencia, y los asistentes le condujeron. Y le fue dado poder y honor regio, y todas las naciones de la tierra según sus linajes, y toda gloria que le sirve. Su poder, es un poder eterno que no le será arrebatado; ni su reino destruido. Mi espíritu se estremeció, en el estado que estaba, y las visiones de mi cabeza me turbaron. Entonces me acerqué a uno de los que estaban de pie y le pregunté la explicación exacta acerca de todas estas cosas. Por respuesta, me habló, y me explicó la interpretación de las palabras: "Esas cuatro grandes bestias son cuatro reinos que desaparecerán de la tierra, y no heredarán más el reino hasta la eternidad, y la eternidad de las eternidades". Entonces quise saber exactamente acerca de la cuarta bestia, la que todo lo destruía y era sobremanera espantosa, cuyos dientes eran de hierro y las uñas de bronce. Era la que devoraba, desmenuzaba y pisaba con sus pies las sobras. Quise también saber sobre sus diez cuernos en su cabeza, y sobre aquel otro que le nació y por el que se le cayeron tres de los primeros. Aquel cuerno tenía ojos y una boca que hablaba arrogancias, y su aspecto sobrepujaba a los otros. Comprendí que aquel cuerno hacía la guerra a los santos y los derrotaba, hasta que vino el Anciano de días e hizo justicia a los santos del Altísimo, y llegó el momento para los santos del Altísimo de entrar en posesión de su reino. Y me fue dicho acerca de la cuarta bestia: "Un cuarto reino habrá sobre la tierra, que diferirá de todos estos reinos, devorará toda la tierra, la devastará y la triturará. Y los diez cuernos son diez reinos que se levantarán uno detrás de otro, que superará en maldad a los primeros, humillará a tres reyes, y hablará palabras contra el Altísimo, y maltratará a otros santos del Altisimo, y pretenderá cambiar los movimientos y los tiempos; y serán entregados en sus manos por un tiempo, otro tiempo y la mitad de un tiempo. Se sentó el tribunal, y le cambiarán su dominio, para destruirle y aniquilarle definitivamente. Y el reino, el poder y la grandeza de los territorios de los reinos que están bajo el cielo, fue dado al pueblo santo del Altísimo, para reinar en un reinado eterno. Todos los poderes se le someterán y le obedecerán". Aquí puso fin a sus palabras. Yo, Daniel, me sentí turbado sobremanera, cambió el estado de mi alma, y guardé la palabra en mi corazón" (Dn 7,9-28).

XXXII
El salmo 109: profecía de la Ascensión y de las dos venidas. Los tiempos escatológicos

Apenas hube yo terminado, dijo Trifón:

-Estas y otras semejantes Escrituras, amigo, nos obligan a esperar glorioso y grande al que recibió del Anciano de días (Dn 7,9. 13. 22), como Hijo del Hombre (Dn 7,13), el reino eterno (Dn 7,14. 18. 27); en cambio, ese que ustedes llaman Cristo vivió deshonrado y sin gloria (cf. Is 52,14; 53,2. 3), hasta el punto de caer bajo la extrema maldición de la ley de Dios (cf. Ga 3,1,3; Dt 21,23), pues fue crucificado.

Yo le respondí:

-Si las Escrituras que he citado no dijeran que su apariencia era sin gloria (Is 53,2) y que su generación es inefable (cf. Is 53,8), que por su muerte serán entregados los ricos a la muerte (Is 53,9), que por sus heridas somos nosotros curados (Is 53,5), y que había de ser conducido como una oveja (cf. Is 53,7); si, por otra parte, no hubiera mostrado por la exégesis que habrá dos parusías suyas: una, en la que fue por ustedes traspasado (cf. Za 12,10); otra, en que reconocerán a Aquel a quien traspasaron a golpes (cf. Za 12,10; Jn 19,37), y sus tribus se golpearán el pecho, tribu tras tribu, las mujeres aparte y los hombres aparte (cf. Za 12,10-14; Jn 19,37; Ap 1,7); pudiera parecer oscuro y difícil lo que digo. Pero es cierto que yo parto en todo mis razonamientos de las Escrituras consideradas por ustedes como santas y proféticas, y apoyado en ellas les presento mis demostraciones, con la esperanza de que alguno de ustedes pueda hallarse en el número de los que han sido reservados por la gracia del Señor Sabaot para la eterna salvación (cf. Is, 1,9; 10,22; Rm 9,27-29; 11,5). Ahora bien, a fin de la cuestión se les haga más clara, les quiero citar otras palabras pronunciadas por el bienaventurado David, por las que entenderán cómo el Espíritu Santo profético llama Señor (cf. Sal 109,1) a Cristo y cómo el Señor, Padre del universo (cf. Sal 109,1), le levanta de la tierra y le sienta a su derecha, hasta que ponga a sus enemigos por estrado de sus pies (cf. Sal 109,1). Así se cumplió desde el momento en que nuestro Señor Jesucristo fue levantado al cielo (cf. Mc 16,19; Hch 1,11), después de resucitar de entre los muertos (cf. Hch 10,41). Porque los tiempos están ya cumplidos y a la puerta ya aquel que ha de hablar blasfemias y arrogancias contra el Altísimo (cf. Dn 7,20. 25; Ap 13,5-6; 2 Ts 2,3-4), ese mismo del que Daniel indica que ha de dominar un tiempo, otro tiempo y mitad de un tiempo (Dn 7,25; Ap 12,14). Pero ustedes, ignorando cuánto tiempo haya de dominar, lo interpretan de otro modo, pues entienden por tiempo cien años. En ese caso, el hombre de iniquidad (2 Ts 2,3) tiene que reinar por lo menos trescientos cincuenta años, si contamos por sólo dos lo que el santo Daniel llamó "tiempos" (Dn 7,25). Todo eso que les decía al pasar, se los digo para ver si por fin dan fe a lo que Dios dice contra ustedes, que son hijos insensatos (Jr 4,22), y aquello otro: "Por eso, miren que renovaré el transportar a este pueblo, los transferiré, quitaré a sus sabios su sabiduría y esconderé la inteligencia de los inteligentes que está entre ellos" (Is 29,14); dejarán de engañarse a ustedes mismos, ustedes y los que los oyen, y se dejarán instruir por nosotros, a quienes la gracia de Cristo ha hecho sabios (cf. Sal 18,8). Las palabras, pues, dichas por David son éstas: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Bastón de poder te enviará el Señor desde Sión; y tú domina en medio de tus enemigos. Contigo el imperio en el día de tu potencia. En los esplendores de tus santos, de mi seno, antes de la aurora, te he engendrado. Juró el Señor, y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. El Señor está a tu diestra: desbarató a los reyes el día de su ira; juzgará entre las naciones, amontonará cadáveres. Del torrente, en el camino, beberá: por esto levantará la cabeza" (Sal 109,1-7).

XXXIII
El salmo 109 no se dice de Ezequías, sino de Cristo, sacerdote eterno de los incircuncisos

Yo no ignoro que tienen la audacia de interpretar este salmo como dicho por el rey Ezequías; sin embargo, por las palabras mismas del salmo les quiero inmediatamente demostrar que están equivocados. En él se dice: "Juró el Señor y no se arrepentirrá" (Sal 109,4). Y: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (Sal 109,4), con lo que sigue y lo que antecede. Ahora bien, que Ezequías no fue sacerdote, ni sigue tampoco siendo sacerdote eterno de Dios, ni ustedes osarían contradecirlo. En cambio, que eso se diga acerca de nuestro Jesús, lo dan a entender las palabras mismas. Pero sus oídos están obstruídos y sus corazones endurecidos (cf. Is 6,10; Jn 12,40). En efecto, por las palabras: "Juró el Señor y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (Sal 109,4), Dios puso de manifiesto, con juramento, a causa de la incredulidad de ustedes, que Aquél era sumo sacerdote, según el orden de Melquisedec (Hb 5,10; 6,20; cf. Sal 109,4), es decir, que al modo como describe Moisés que Melquisedec fue sacerdote del Altísimo (Gn 14,18-19; cf. Hb 7,1-2) y, siendo sacerdote de los incircuncisos, bendijo a Abraham (Gn 14,18-19; cf. Hb 7,1-2) que, circunciso, le ofreció el diezmo; así Dios nos manifestó que a quien llama el Espíritu Santo su sacerdote eterno (cf. Sal 109,4) y Señor (Sal 109,1) será el de los incircuncisos; y que Él recibirá y bendecirá a los de la circuncisión que a Él se acerquen, es decir, que crean en Él y busquen sus bendiciones. El final del salmo: "Del torrente beberá en el camino"; y en seguida: "Por eso levantará su cabeza" (Sal 109,7) muestra que primero había de aparecer como un hombre humillado (cf. Is 53,3. 8), y que luego sería exaltado (cf. Is 52,13).

XXXIV
El salmo 71 no se dice de Salomón, culpable de idolatría, sino de Cristo, rey eterno y universal

Voy a citarles otro salmo, dictado por el Espíritu Santo a David, para mostrarles que no entienden una palabra de las Escrituras, pues dicen que se refiere a Salomón, que fue también rey de ustedes. Ahora bien, es a nuestro Cristo que se refiere. Pero ustedes se dejan engañar por las expresiones homónimas. Así, donde se declara que la ley del Señor es perfecta (cf. Sal 18,8), lo interpretan de la ley de Moisés, y no de la que había de venir después de él, siendo así que Dios mismo proclama que ha de establecerse una ley nueva y una alianza nueva (cf. Is 51,4; Jr 31,31; Hb 8,8). Y donde se dice: ¡Oh Dios!, da tu juicio al rey (Sal 71,1), como Salomón fue rey, inmediatamente le aplican el salmo, cuando las palabras mismas están pregonando que se refieren a un rey eterno, es decir, a Cristo. Porque Cristo, como yo se los demuestro por todas las Escrituras, es proclamado rey, sacerdote, Dios, Señor, ángel, hombre, jefe supremo, piedra, niño pequeño; y de Él se anunció que, nacido primero pasible, había de subir luego al cielo (cf. Sal 109,1) y de allí ha de venir nuevamente con gloria en posesión de un reino eterno (cf. Is 33,17; Mt 25,31; Dn 7,13. 27). Pero para que comprendan lo que digo, he aquí las palabras del salmo: "Oh Dios, da tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey, para que juzgue a tu pueblo en la justicia y a los pobres con rectitud. Que las montañas reciban paz para el pueblo y las colinas justicia. Hará justicia a los pobres del pueblo, salvará a los hijos de los indigentes y humillará al calumniador. Permanecerá con el sol y antes de la luna, por las generaciones de las generaciones. Descenderá como lluvia sobre el vellón, y como el agua, gota a gota sobre la tierra; florecerá en sus días la justicia y abundancia de paz, hasta que desaparezca la luna. Dominará de mar a mar, y de los ríos a los confines de la tierra. Delante de él se prosternarán los etíopes y sus enemigos morderán el polvo. Los reyes de Tarsis y las Islas le presentarán ofrendas; los reyes de los árabes y de Sabá le traerán presentes, y le adorarán todos los reyes de la tierra, y todas las naciones le servirán. Porque él librará al menesteroso de su opresor y al pobre que no tiene quien le ayude. Perdonará al pobre y al indigente, y salvará las almas de los pobres. De la usura y de la injusticia redimirá sus almas. Su nombre será honrado delante de ellos. Vivirá, y se le dará del oro de Arabia, y sin cesar orarán por él. Todo el día le bendecirán. Será un apoyo sobre la tierra; sobre las cimas de los montes se levantará. Por encima del Líbano su fruto, y florecerán de la ciudad como la hierba de la tierra. Su nombre será bendecido por los siglos. Antes del sol permanece su nombre. Y serán bendecidas en él todas las tribus de la tierra. Todas las naciones le proclamarán bienaventurado. Bendito sea el Señor Dios de Israel, el único que hace maravillas, bendito sea el nombre de su gloria por la eternidad y por la eternidad de la eternidad. Y se llenará de su gloria toda la tierra. Así sea. Así sea" (Sal 71,1-19). Y al final de este salmo que acabo de citar, se escribe: "fin de los himnos de David, hijo de Jesé". Sé muy bien que Salomón, bajo cuyo reinado se construyó el llamado templo de Jerusalén, fue un rey ilustre y grande; pero es evidente que nada de lo que se dice en el salmo le sucedió a él. Efectivamente, ni le adoraban todos los reyes (cf. Sal 71,11), ni reinó hasta los confines de la tierra (cf. Sal 71,8), ni cayendo a sus pies, mordieron el polvo sus enemigos (cf. Sal 71,9). [8] Es más, me atrevo a recordar lo que de él se escribe en los libros de los Reyes: que por amor de una mujer idolatró en Sidón (cf. 1 R 11,3?). Lo cual no se someten a hacer aquellos que, venidos de las naciones, han conocido a Dios, creador del universo, por medio de Jesucristo crucificado; sino que soportan toda suerte de ultrajes y suplicios, hasta el extremo de la muerte, para no idolatrar ni comer carnes ofrecidas a los ídolos.

XXXV
Las herejías, predichas por Cristo, confirman su mensaje y la fe de los cristianos auténticos

Trifón me dijo:

-Por cierto, me he enterado que muchos que dicen confesar a Jesús y que se llaman cristianos comen de lo sacrificado a los ídolos y ningún daño afirman que de ahí se les siga.

Yo le respondí:

-En efecto, hay hombres que se reconocen cristianos y confiesan por Señor y Cristo a Jesús, el que fue crucificado; pero, por otra parte, no enseñan sus preceptos, sino los de los espíritus del error (cf. 1 Tm 1,4); y nosotros, los discípulos de la verdadera y pura doctrina de Jesucristo, nos volvemos más fieles y más firmes en la esperanza por Él anunciada. Porque lo que Él anticipadamente dijo que había de suceder en su nombre (cf. Mt 24,5), nosotros lo hemos visto efectivamente cumplido con nuestros ojos. Dijo Él en efecto: "Muchos vendrán en mi nombre vestidos por fuera de pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 24,5 y 7,15; cf. Mc 13,6; Lc 21,8). Y: "Habrá cismas y herejías" (cf. 1 Co 11,18-19). Y: "Cuídense de los falsos profetas que vendrán a ustedes, vestidos de pieles de oveja por fuera, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7,15). Y: "Se levantarán muchos falsos cristos y muchos falsos apóstoles, y extraviarán a muchos de los creyentes" (cf. Mt 24,11. 24; Mc 13,6. 22). Hay, pues, amigos, y los ha habido, muchos (cf. Mt 24,5) que han enseñado a decir y hacer cosas impías y blasfemas, no obstante presentarse en nombre de Jesús (cf. Mt 24,5); y son por nosotros llamados con el sobrenombre del hombre que dio origen a cada doctrina y a cada sistema. Efectivamente, unos de un modo y otros de otro, enseñan a blasfemar del Creador del universo, y del Cristo de quien había profetizado la venida, lo mismo que del Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. Nosotros no tenemos nada en común con ellos, pues sabemos que son ateos, impíos, injustos e inicuos, y que, en lugar de dar culto a Jesús, sólo de nombre le confiesan. Se llaman a sí mismos cristianos, a la manera que los de las naciones atribuyen el nombre de Dios a obras de sus manos y toman parte en inicuas y ateas ceremonias. Entre ellos, unos se llaman marcionitas, otros valentinianos, otros basilidianos, otros saturnilianos y otros por otros nombres, llevando cada uno el nombre del fundador de la secta, al modo como los que pretenden profesar una filosofía, como al principio lo dije (cf. 2,2), creen deber suyo llevar el nombre del padre de la doctrina que su filosofía profesa. En conclusión, como acabo de decirlo, nosotros sabíamos que Jesús preveía lo que después de Él había de suceder, como lo sabemos también por otras muchas cosas que predijo habrían de pasarles a los que creemos en Él y le confesamos por Cristo. Y así, todo lo que padecemos al ser llevados a la muerte por nuestros propios familiares (cf. Mt 10,21-22. 36; Lc 12,53; Mi 7,6), Él predijo que había de suceder, de modo que ni en sus palabras ni en sus acciones aparece jamás reprochable. De ahí que nosotros rogamos por ustedes y por todos los que nos aborrecen, a fin de que, convirtiéndose juntamente con nosotros, no blasfemen más contra Cristo Jesús que, por las obras, por los milagros que aun ahora se están cumpliendo en su nombre, por las palabras de su enseñanza, por las profecías que sobre Él se hicieron, no merece reproche ni acusación alguna (cf. Col 1,22?); sino que, al contrario, creyendo en Él, se salven en su segunda venida en gloria (cf. Is 33,17; Mt 25,31), y no sean por Él condenados al fuego.

XXXVI
El salmo 23 no se refiere a Salomón, sino a Cristo y a su ascensión

Me respondió Trifón:

-Sea todo como tú dices; concedido también que esté profetizado un Cristo sufriente, que es llamado piedra; que después de su primera venida, en que estaba anunciado apareciera pasible, vendrá glorioso y como juez de todos (cf. Hch 10,42), y que había, en fin, de ser rey y sacerdote eterno (cf. Sal 71,1; Sal 109,4). Demuéstranos ahora que es ese Jesús precisamente sobre quien todo eso estaba profetizado.

Yo le respondí:

-Si te place, Trifón, en lugar conveniente entraré en las demostraciones que me pides; ahora permíteme que ante todo cite unas profecías que tengo interés en recordarles, para demostrar que Cristo es llamado por el Espíritu Santo, en parábola, Dios, Señor de las potencias (cf. Sal 23,10) y también Jacob (cf. Sal 23,6). Sus exégetas son, como Dios mismo clama, unos insensatos, al afirmar que no se dijo eso con relación a Cristo, sino a Salomón, con ocasión de introducir la tienda del testimonio en el templo que había edificado. El salmo de David dice así: "Del Señor es la tierra y todo lo que la llena, el mundo y todos sus habitantes. Él asentó sus cimientos sobre los mares, y sobre los ríos la dispusó. ¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién se mantendrá en su lugar santo? El que tiene manos inocentes y el corazón puro, el que no recibió en vano su alma ni juró para engañar a su prójimo. Ese recibirá la bendición del Señor y la misericordia de Dios su salvador. Esta es la raza de los que buscan al Señor, de los que buscan la faz del Dios Jacob. Levanten, ¡oh príncipes!, sus puertas; levántese, ¡oh puertas eternas!, y entrará el rey de la gloria. ¿Quién es este rey de la gloria? El Señor fuerte y poderoso en la guerra. Levanten, ¡oh príncipes!, sus puertas, levántense, ¡oh puertas eternas!, y entrará el rey de la gloria. ¿Quién es este rey de la gloria? El Señor de las potencias, ése es el rey de la gloria" (Sal 23,1-10). Ahora bien, demostrado está que Salomón no fue el rey de las potencias (cf. Sal 23,10), sino nuestro Cristo, quien en el momento en que resucitó de entre los muertos y subió al cielo, los príncipes (cf. Sal 23,7. 9) por Dios ordenados en los cielos, recibieron la orden de abrir las puertas de los cielos (Sal 7,9) para que entre éste que es el rey de la gloria (Sal 23,7-10) y, subido allí, se siente a la diestra del Padre (cf. Sal 109,1), hasta que ponga a sus enemigos por estrado de sus pies (Sal 109,1), como por otro salmo se nos pone de manifiesto (Sal 109; cf. Dial. 32,3. 6). Cuando, en efecto, los príncipes (Sal 23,7. 9) que están en el cielo le vieron sin apariencia, deshonrado y sin gloria (cf. Is 23,8. 10), al no reconocerle preguntaron: "¿Quién es este rey de la gloria?" (Sal 23,8. 10). Y el Espíritu Santo, en persona del Padre o en su propio nombre, les responde: "El Señor de las potencias, ése es el rey de la gloria" (Sal 23,10). Todos entonces aceptarán que ni sobre Salomón, por muy glorioso rey que fuera, ni sobre la tienda del testimonio, se habría atrevido a decir ninguno de los que se encontraban junto a las puertas del templo de Jerusalén: "¿Quién es este rey de la gloria?" (Sal 23,8. 10).

XXXVII
Los salmos 46 y 98 se refieren a Cristo

En el diapsalma (o interludio) del salmo cuarenta y seis se dice con referencia a Cristo: "Subió Dios al son de los instrumentos de música, el Señor al sonido de trompeta. Canten para nuestro Dios, canten, canten para nuestro rey. Porque Dios es el rey de toda la tierra; cántenle con maestría. Reina Dios sobre las naciones, Dios se sienta sobre su trono santo. Los príncipes de los pueblos se reunieron con el Dios de Abraham; porque de Dios son los poderosos de la tierra. Sobremanera han sido exaltados" (Sal 46,6-10). Igualmente, en el salmo noventa y ocho, el Espíritu Santo les hace reproches, y éste que ustedes no quieren que sea rey, declara que es rey y Señor de Samuel, de Aarón y de Moisés, y en una palabra, de todos los otros (Sal 98,1ss). He aquí sus palabras: "El Señor reina; ¡que los pueblos se irriten! El se sienta sobre los querubines; que se estremezca la tierra. El Señor en Sión es grande, exaltado sobre todos los pueblos. Celebren tu nombre grande, porque es terrible y santo, y el honor del rey ama el juicio. Tú estableciste la rectitud; tú hiciste en Jacob juicio y justicia. Ensalcen al Señor Dios nuestro; y póstrense ante el estrado de sus pies, porque es santo. Moisés y Aarón están entre sus sacerdotes, Samuel entre los que invocan su nombre. Lo invocaban -dice la Escritura- y el Señor les respondía. En una columna de nube les hablaba, porque observaban sus testimonios y el precepto que les había dado. Señor Dios nuestro, Tú los escuchabas; ¡oh Dios! Tú les fuiste propicio, aunque castigaste todos sus pecados. Ensalcen al Señor Dios nuestro, y póstrense ante su monte santo, porque santo es el Señor Dios nuestro" (Sal 98,1-9).

XXXVIII
El salmo 44 se refiere a Cristo

Entonces Trifón dijo:

-Bueno fuera, amigo, que hubiéramos obedecido a nuestros maestros que nos recomendado no conversar con ninguno de ustedes, y no nos hubiéramos comprometido a tomar parte en esta conversación contigo. Porque estás diciendo muchas blasfemias, pretendiendo persuadirnos que ese crucificado existió en tiempo de Moisés y Aarón (cf. Sal 98,6), que les habló desde la columna de nube (cf. Sal 98,7), que luego se hizo hombre (cf. Is 53,3), fue crucificado, subió al cielo (cf. 46,6?), que ha de venir otra vez a la tierra y que es digno de ser adorado.

Yo le respondí:

-Sé muy bien, como lo ha dicho el Verbo de Dios, que esa gran sabiduría (cf. Is 29,14; 1 Co 2,7; 1,19. 21) del Creador del universo y Dios omnipotente, está oculta para ustedes,. De ahí que, por compasión hacia ustedes, redoblo mis esfuerzos para que comprendan nuestras paradojas; y si no lo logro, al menos seré inocente en el día del juicio (cf. Ml 4,5; Sal 23,4; Mt 12,36). Escucharán ahora palabras que les parecerán aún más paradojales. No se turben, antes bien, cobrando nuevo ánimo, sigan cuestionándose y desprecien la tradición de sus maestros, pues el Espíritu profético los arguye de incapaces para comprender lo que procede de Dios, y dados sólo a la enseñanza de sus propias ideas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7). Así, pues, en el salmo cuarenta y cuatro se dice igualmente, refiriéndose a Cristo: "De mi corazón brota una bella palabra. Yo digo: Mis obras son para el rey. Mi lengua es pluma de un hábil escriba. Resplandeciente de hermosura por sobre los hijos de los hombres, la gracia fue derramada sobre tus labios. Por eso te bendijo Dios para siempre. Cíñete tu espada al muslo, oh poderoso, con esplendor y belleza. Lánzate, camina felizmente y reina, en pro de la verdad, de la mansedumbre y de la justicia; y tu diestra te guiará maravillosamente. Tus saetas son afiladas, ¡oh poderoso!; a tus pies caerán los pueblos; derechas van al corazón de los enemigos del rey. Tu trono, ¡oh Dios!, por la eternidad de la eternidad; cetro de rectitud, el cetro de tu reino. Amas la justicia y aborreces la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios con óleo de regocijo más que a tus compañeros. Mirra, áloe y acacia destilan tus vestidos, de estancias de marfil, de las que te alegraron. Hijas de reyes van en tu cortejo. La reina se puso a tu derecha, vestida manto de oro, en variedad de colores. Escucha, hija, mira e inclíname tu oído: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre; y codiciará el rey tu hermosura. Porque Él es tu Señor y le adorarán. La hija de Tiro viene con presentes: los ricos del pueblo suplicarán tu rostro. Toda la gloria de la hija del rey viene de dentro; envuelta en franjas tejidas de oro, y adornada con variedad de colores. Doncellas detrás de ella serán conducidas al rey; las próximas a ella serán a ti conducidas. Serán llevadas con regocijo y alegría; serán introducidas al real palacio. En lugar de tus padres, te han nacido hijos; los constituirás príncipes sobre toda la tierra. Yo me acordaré de tu nombre por todas las generaciones; por eso los pueblos te celebrarán por la eternidad, y por la eternidad de la eternidad" (Sal 44,2-18).

XXXIX
Si se ha atrasado el juicio divino es por causa de quienes abandonan el camino del error y reciben los dones del Espíritu

No es de maravillar que ustedes aborrezcan a los que esto entendemos y les reprochamos la persistente dureza de corazón de su juicio. En efecto, orando a Dios Elías, dice refiriéndose a ustedes: "Señor, han matado a tus profetas y han derribado tus altares. Yo he quedado solo y quieren mi vida" (cf. 1 R 19,10. 14; Rm 11,3). Y Dios le responde: "Aún me quedan siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal" (cf. Rm 11,4; 1 R 19,18). A la manera, pues, que por amor de esos siete mil hombres no ejecutó entonces Dios su castigo, así tampoco ahora ni ha ejecutado ni llevado a cabo su juicio, pues sabe que todavía, a diario, hay quienes se hacen discípulos del nombre de Cristo y abandonan el camino del error; éstos, iluminados por el nombre de este Cristo, reciben dones (cf. Ef 4,8; Sal 67,19) según lo que cada uno merece; uno, en efecto, recibe el espíritu de inteligencia (Is 11,2-3; 1 Co 12,7-10. 28; Ef 4,11), otro de consejo, otro de fortaleza, otro de curación, de presciencia, de enseñanza y de temor de Dios.

A estas palabras Trifón me dijo:

-Quiero que sepas que estás delirando al hablar así.

Y yo le respondí:

-Escucha, amigo, y verás que no estoy loco (cf. Hch 26,25?) ni deliro. Pues fue profetizado que Cristo, después de su ascensión al cielo, nos haría cautivos suyos conquistados al error y nos daría sus dones. He aquí las palabras: "Subió a lo alto, llevó cautiva la cautividad, dio dones a los hombres" (Sal 67,19; Ef 4,8). Nosotros, pues, que hemos recibido dones de Cristo (Ef 4,8; Sal 67,19), que subió a la altura, les demostramos por las palabras de los profetas que son "ininteligentes" (cf. Jr 4,22), ustedes que se tienen por sabios a ustedes mismos y entendidos en su propia presencia (cf. Is 5,21). Ustedes no honran a Dios y a su Cristo más que con los labios (cf. Is 29,13; Mt 15,8; Mc 7,6); nosotros, empero, que hemos sido enseñados con la verdad total (cf. Jn 8,31; 14,6; 16,13?), le honramos también con nuestras obras, con el conocimiento y en nuestro corazón hasta la muerte (cf. Is 29,13). Tal vez, la razón por que ustedes vacilan en confesar que él es el Cristo, como lo demuestran tanto las Escrituras, como los hechos evidentes y los prodigios que se dan en su nombre, es para no ser perseguidos por los gobernantes, que, bajo la acción del espíritu malo y embustero, la serpiente, no cesarán de matar y perseguir a los que confiesen el nombre de Cristo hasta que éste aparezca de nuevo, los destruya a todos (cf. 1 Jn 3,8) y dé a cada uno según lo que merece.

Trifón me dijo:

-Danos, pues, ahora la prueba que éste que dices haber sido crucificado y que subió al cielo es el Cristo de Dios. Porque, que el Cristo es anunciado por las Escrituras como sufriente (cf. Is 53,3-4), y que nuevamente ha de venir con gloria (cf. Mt 25,31; Is 33,17) y recibir el reino eterno de todas las naciones (cf. Dn 7,14. 27), sometido que le será a Él todo reino (cf. Lc 10,17), suficientemente está demostrado por las Escrituras que tú has alegado. Pero que se trata de ese hombre, es lo que ahora tienes que demostrarnos.

Y yo contesté:

-Demostrado está ya, señores, para quienes tengan oídos (cf. Mt 11,15), por sólo lo que ustedes han aceptado. Sin embargo, para que no piensen que me hallo en un aprieto y no puedo aportarles las pruebas que piden, y que yo les prometí, en el lugar conveniente se las presentaré; por ahora quiero volver a lo que pide la ilación de mis razonamientos.

XL
La pasión de Cristo fue anunciada por el misterio del cordero pascual, y sus dos venidas por la ofrenda de los machos cabríos

Así, pues, el misterio del cordero que Dios mandó sacrificar como Pascua (cf. Ex 12,21. 27; Dt 16,2; 1 Co 5,7), era tipo (typos) de Cristo. Es con su sangre, que en razón de su fe en Él, ungen los que creen en Él sus propias casas (cf. Ex 17,7. 13. 22), es decir, a sí mismos. Porque todos pueden comprender que la figura que Dios plasmó, es decir, Adán (cf. Gn 2,7), se convirtió en casa (cf. 1 Co 3,16. 17; 6,19) del espíritu (cf. Gn 2,7) que Él le infundiera. Ahora bien, que ese precepto fuese temporal, se los demuestro de la siguiente manera: Dios no les permite sacrificar el cordero pascual sino en el lugar en que es invocado su nombre (cf. Dt 16,5-6), porque Él sabía que vendrían días (cf. Jr 31,31), después de la pasión de Cristo, en los que el mismo lugar de Jerusalén sería entregado a sus enemigos y terminarían en absoluto todas las ofrendas. Por otra parte, aquel cordero que se les mandaba asar totalmente (cf. Ex 12,9), era símbolo de la pasión de la cruz, que Cristo debía padecer. Pues en efecto, el cordero se asa colocándole en una forma semejante a la figura de la cruz: una punta del asador le atraviesa recta desde los pies a la cabeza; y otra por las espaldas, y a ella se sujetaban las patas del cordero. También los dos machos cabríos iguales prescritos en el ayuno, uno de los cuales era "expiatorio" (cf. Lv 16,8. 10), y el otro como "ofrenda" (cf. Lv 16,9), eran anuncio de los dos advenimientos de Cristo: uno en que los ancianos de su pueblo y los sacerdotes le enviaron como "expiación", poniendo sobre él sus manos y matándole (cf. Mt 26,47. 50; Mc 14,43. 46); otro, en que, en el mismo lugar de Jerusalén, reconocerán al que fue por ustedes deshonrado (cf. Za 12,10; Jn 19,37; Ap 1,7), él fue la ofrenda por todos los pecadores que quieran hacer penitencia y ayunar con aquel ayuno que refiere Isaías, rompiendo las ataduras de los contratos de violencia (cf. Is 58,3-6), observando los demás preceptos que el profeta enumera y nosotros hemos anteriormente citado (cf. 15,1-6), que es justamente lo que hacen los que creen en Jesús. Ahora bien, ustedes saben que el sacrificio de los dos machos cabríos prescritos para el ayuno, tampoco estaba permitido hacerse en ninguna parte fuera de Jerusalén.

XLI
La eucaristía estaba anunciada por la ofrenda de harina. La circuncisión en el octavo día anunciaba la resurrección

La ofrenda de la mejor harina (cf. Lv 14,10), señores, que ordenaba la tradición por los que se purificaban de la lepra (cf. Lv 14,7), era tipo del pan de la acción de gracias. Nuestro Señor Jesucristo nos ha confiado la tradición de hacerla en memorial de la pasión que Él padeció por los hombres (cf. 1 Co 11,23-24; Lc 22,19) que purifican sus almas de toda tendencia al mal, a fin de que juntamente demos gracias a Dios (cf. 1 Co 11,24; Lc 22,19) por haber creado el mundo y cuanto en él hay, por el hombre, por habernos liberado del mal (cf. Rm 6,18. 22) en que nacimos y por haber destruido definitivamente a los principados y potestades (cf. 1 Co 15,24; Ef 1,21; 3,10; Col 1,16; 2,15)) por medio de aquel que, conforme a su voluntad, se hizo sufriente (cf. Is 53,3-4). De ahí que sobre los sacrificios que ustedes ofrecían en otro tiempo, dice Dios, como ya indiqué antes (cf. 28,5), por boca de Malaquías, uno de los doce profetas: "Ustedes no de agradan -dice el Señor-, y no aceptaré los sacrificios de sus manos. Porque desde donde nace el sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio, un sacrificio puro puro. Porque grande es mi nombre entre las naciones -dice el Señor-, pero ustedes lo profanan" (Ml 1,10-12). Ya entonces, anticipadamente, habla de los sacrificios que nosotros, las naciones, le ofrecemos en todo lugar (Ml 1,11), es decir, del pan de la Eucaristía (cf. Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19; 1 Co 11,24) y también del cáliz de la Eucaristía (cf. Mt 26,27; Mc 14,23; Lc 22,20; 1 Co 11,25), a par que dice que nosotros glorificamos su nombre y ustedes lo profanan (cf. Ml 1,11. 12). El mandamiento de la circuncisión, por el que se mandaba que todos los nacidos habían de circuncidarse exclusivamente al octavo día (cf. Gn 17,12. 14), era también tipo de la verdadera circuncisión, por la que Jesucristo nuestro Señor, resucitado el día primero de la semana, nos circuncidó a nosotros del error y de la tendencia al mal. Porque el primer día de la semana, aun siendo el primero de todos los días, resulta el octavo de la serie, contando dos veces los días del ciclo hebdomadario, sin dejar por ello de ser el primero.

XLII
Las campanillas colgadas en el manto del sumo sacerdote simbolizan los doce apóstoles unidos al poder de Cristo

Del mismo modo, las doce campanillas que se mandaba colgar a lo largo de la vestimenta del sumo sacerdote (cf. Ex 28,4. 21. 23. 29. 30; 36,33. 34; 39,25. 26), eran un símbolo de los doce apóstoles, que estaban colgados del poder de Cristo, Sacerdote eterno (cf. Sal 109,4), y por cuya voz toda la tierra se llenó de la gloria y de la gracia de Dios y de su Cristo (cf. Sal 18,4. 5. 2). Por ello dice también David: "A toda la tierra llegó el eco de su voz, y a los confines del mundo sus palabras" (Sal 18,5). Por eso Isaías, como en persona de los apóstoles, que dicen a Cristo no habérseles creído por lo que ellos dijeron, sino por el poder de Cristo, que los envió, dice así: "Señor, ¿quién ha creído a lo que de nosotros ha oído? Y el brazo del Señor, ¿a quién le ha sido revelado? Anunciamos en su presencia, como un niño, como una raíz en tierra sedienta… (Is 53,1-2; Jn 12,38; Rm 10,16), y lo que sigue de la profecía, ya anteriormente citada (cf. 13,3-7). Cuando dice, como en nombre de muchos "anunciamos en su presencia" y luego añade "como un niño" (Is 53,2), se trata evidente de una alusión a la multitud de aquellos que, sometidos a Él, obedecieron a su mandato y han llegado a ser todos como un solo niño. Lo que también puede verse en el cuerpo, pues contándose en él muchos miembros, todos, en conjunto, se llaman y son un solo cuerpo (cf. 1 Co 12,12). De modo semejante, el pueblo y la asamblea, aunque formados por muchos hombres en número, se llaman y denominan con un solo nombre, como si fueran una sola realidad. Así pudiera, señores, recorrer todas las otras prescripciones hechas por Moisés y demostrarles que son tipos, símbolos y anuncios de lo que habría de suceder a Cristo y a los que preveía que creerían en Él, así como también de lo que Cristo mismo había de hacer. Pero como creo que lo hasta aquí citado es bastante por el momento, prosigo y retomo el orden de mi discurso.

XLIII
Conclusión sobre la ley. Misterio del nacimiento virginal

En conclusión, como la circuncisión empezó en Abraham, y el sábado, sacrificios, ofrendas y fiestas en Moisés, y ya quedó demostrado que todo eso se les mandó por la dureza de corazón de su pueblo (cf. 18,2; 25,2); así, también debían terminar, conforme a la voluntad del Padre, en aquel que nació de una virgen del linaje de Abraham, de la tribu de Judá y de David, el Cristo, Hijo de Dios, de quien fue anunciado que había de venir, Ley eterna y Alianza nueva (cf. Jr 31,31) para todo el mundo, como lo significan todas las profecías por mí alegadas. Nosotros, que por medio de Él hemos llegado a Dios, no hemos recibido esa circuncisión carnal, sino la espiritual, aquella que observaron Enoc y otros semejantes. Y, como habíamos sido pecadores, la recibimos por la misericordia de Dios en el bautismo, y todos deberían también aspirar a recibirla. Pero ahora voy hablar del misterio de su nacimiento, pues éste debe ser presentado sin más dilación. Isaías, sobre el linaje de Cristo, dice en estos términos, como ya quedó escrito, que es inefable para los hombres: "Su generación, ¿quién la contará? Porque su vida es quitada de la tierra. A causa de los pecados de mi pueblo, fue conducido a la muerte" Is 53,8). Esto, pues, dijo el Espíritu profético, por ser inefable el linaje de Aquel que había de morir para que por su herida fuéramos curados nosotros, los hombres pecadores (cf. Is 53,5. 8). Además, para que los hombres que creen en Él pudieran saber cómo, nacido en el mundo, fue engendrado, por el mismo Isaías habló así el Espíritu profético: "Continuó el Señor, hablando con Acaz, diciendo: "Pide para ti un signo al Señor Dios tuyo, en el abismo o en la altura". Dijo Acaz: "No lo pediré ni tentaré al Señor". Y dijo Isaías: "Oigan ahora, ¡oh casa de David! ¿Acaso es poco para ustedes dar combate a los hombres? ¿Cómo es que disputan también con el Señor? Por eso, el Señor mismo les dará un signo. Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, se llamará Emmanuel. Leche y miel comerá. Antes de que conozca o sepa escoger el mal, escogerá el bien. Por eso, antes de que sepa el niño distinguir el bien o el mal, rechazará el mal para escoger el bien. Porque antes de que el niño sepa decir padre o madre, recibirá el poder de Damasco y los despojos de Samaria delante del rey de los asirios. Y será ocupada la tierra que será para ti dura carga, por la presencia de los dos reyes. Pero el Señor traerá sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días como no han venido todavía sobre ti desde el día en que separó Efraín de Judá al rey de los asirios"" (Is 7,10-17; 8,4). Ahora bien, es cosa evidente para todos que nadie jamás, fuera de nuestro Cristo, ha sido engendrado o se ha dicho engendrado de una virgen (cf. Is 7,14) en el linaje carnal de Abrahán. Pero como ustedes y sus maestros se atreven a decir, que no dice el texto de la profecía de Isaías: "Miren que una virgen concebirá", sino: "Mirad que una mujer joven concebirá y dará a luz" (Is 7,14), y luego la interpretan como referida a su rey Ezequías, intentaré discutir también brevemente ese punto con ustedes y demostrarles que la profecía se refiere a éste que nosotros confesamos como Cristo.

XLIV
Reconociendo a Cristo los judíos accederán a la salvación

De este modo, poniendo todo mi empeño en persuadirlos con mis demostraciones, yo seré encontrado totalmente inocente respecto de ustedes (cf. Sal 23,4). Pero si, permaneciendo en la dureza de corazón o débiles de juicio, por miedo a la muerte decretada contra los cristianos, se niegan a prestar adhesión a lo verdadero, toda la culpa será de ustedes; y se engañan a ustedes mismos, suponiendo que, por ser descendencia de Abraham según la carne (cf. Rm 9,7; Mt 3,9; Lc 3,8; Jn 8,39; Ga 3,7), van a heredar sin duda los bienes (cf. Is 58,14) que Dios prometió dar por medio de su Cristo. Porque nadie, por ningún motivo, ha de recibir esos bienes, excepto los que de pensamiento se hayan conformado a la fe de Abrahán y reconozcan los misterios todos; quiero decir, que reconozcan que unos mandamientos se les dieron con miras a la piedad y a la práctica de la justicia, otros mandamientos y acciones para anunciar misteriosamente a Cristo o por la dureza de corazón de su pueblo. Que esto sea así, Dios mismo lo dijo en Ezequiel donde declara: "Si Noé, Jacob y Noé y Daniel interceden por sus hijos o sus hijas, no serán escuchados" (cf. Ez 14,20). En Isaías, con relación a esto mismo, dijo así: "El Señor Dios ha dicho: saldrán y verán los miembros de los hombres que pecaron. Porque el gusano de ellos no morirá y su fuego no se extinguirá, serán un espectáculo para toda carne" (Is 66,23-24). Así, cortada de sus almas esa esperanza (cf. Is 1,16), deberán esforzarse en reconocer por qué camino podrán obtener el perdón de los pecados (cf. Is 1,16; 55,7; Mc 1,4; Lc 3,3) y la esperanza de heredar los bienes prometidos (cf. Is 1,19). Y ese camino no es otro sino que reconozcan a este Cristo, se laven en el baño que el profeta Isaías anunció para la remisión de los pecados (cf. Is 1,16), y vivan en adelante sin pecar (cf. Is 55,3?).

XLV
Los justos que vivieron antes de la ley instituida por Moisés, ¿serán llamados a la resurrección?

Trifón me dijo:

-Va a parecerte que corto esos razonamientos que dices son necesarios examinar; sin embargo, como me apremia una pregunta, que quiero averiguar, permíteme primero que hable.

Y yo contesté:

-Pregunta cuanto te plazca, tal como se te ocurra; que yo trataré de resumir y concluir mis razonamientos, una vez que tú hayas preguntado y yo respondido.

Él siguió:

-Dime, pues, prosiguió: los que hayan vivido conforme a la Ley instituida por Moisés, ¿revivirán en la resurrección de los muertos como Jacob, Enoc y Noé, o no?

Y yo contesté:

-Al citarte, amigo, las palabras de Ezequiel: "Aún cuando Noé, Daniel y Jacob intercedan por sus hijos y sus hijas, no serán escuchados, sino que, evidentemente, cada uno salvará por su propia justicia" (cf. Ez 14,20), dije también que se salvarán igualmente los que hubieren vivido conforme a la Ley de Moisés. En la Ley de Moisés, en efecto, se mandan algunas cosas por naturaleza buenas y piadosas y justas, que han de practicar los que a ella se conforman; otras, que practicaban los que estaban bajo la Ley, están escritas con miras a la dureza de corazón del pueblo. Así, pues, los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno, fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron, Noé, Enoc, Jacob y todos sus semejantes, juntamente con los que reconocen a este Cristo, Hijo de Dios; que existía antes que la aurora y que la luna (cf. Sal 109,3; 71,5); que aceptó hacerse carne y nacer de aquella virgen del linaje de David, para destruir por esta economía a la serpiente que obró el mal al principio (cf. Gn 3; Ap 12,9; 1 Jn 3,8) y a los ángeles que la imitaron; que aplastó la muerte (cf. 1 Co 15,54-55). Y en la segunda venida de Cristo, cesará ella totalmente para los que en Él creyeron y vivieron de modo a Él agradable, y ya no existirá más (cf. Ap 21,4); entonces, unos serán enviados al juicio y a la condenación de fuego para un castigo eterno, y otros se reunirán en la impasibilidad e incorrupción, en la ausencia de aflicción y en la inmortalidad (cf. 1 Co 15,50s.).

XLVI
¿Es posible salvarse permaneciendo en la observancia de la ley?

-Si algunos -continuó preguntándome- quieren aún ahora vivir observando las normas dadas por medio de Moisés, si bien creyendo en ese Jesús crucificado, reconociendo que Él es el Cristo de Dios, que a Él se le da juzgar a todos los hombres absolutamente y que suyo es el reino eterno (cf. Dn 7,14. 27), ¿pueden también ésos salvarse?

Yo respondí:

-Vamos a examinar juntos si es ahora posible observar todas las instituciones prescritas por intermedio de Moisés.

Trifón respondió:

-No; porque reconocemos que, como tú dijiste, no es posible sacrificar (más que en Jerusalén) el cordero de la Pascua (cf. Ex 12,21. 27), ni los dos machos cabríos que se mandaba ofrecer en el ayuno, ni en general hacer las demás ofrendas.

Y yo:

-Dime, pues, te ruego, tú mismo, qué es lo que todavía puede observarse; porque has de convencerte que sin guardar las ordenaciones eternas, es decir, sin practicarlas, es perfectamente posible ser salvado.

Y él:

-Me refiero a la práctica del sábado, a la circuncisión, a la observación de los meses y las abluciones, cuando han tocado algo de lo que Moisés prohibió o después de las relaciones sexuales.

Yo le dije:

-¿Les parece que se han de salvar Abrahán, Isaac, Noé y Job y todos aquellos que, antes o después de ellos, también fueron justos, como por ejemplo, Sara la mujer de Abraham, Rebeca de Isaac, Raquel y Lía de Jacob y todas las demás como éstas, hasta la madre de Moisés, el fiel servidor (cf. Nm 12,7; Hb 3,2. 5), que no observaron ninguna de esas instituciones?

Trifón me contestó:

-¿Es que no se circuncidó Abrahán y los que después de él vinieron?

Y yo le dije:

-Sé muy bien que se circuncidó Abrahán y sus descendientes; pero ya antes varias veces les dije la causa por la que les fue dada la circuncisión (cf. 16,2-3; 19,2. 5; 23, 4. 5; 28,4), y si lo dicho (en las Escrituras) no les convence, vamos nuevamente a examinar este punto. Pero ya saben que hasta Moisés ningún justo observó absolutamente ninguna de estas prescripciones sobre las que discutimos ni recibió orden de observarlas, si se exceptúa la circuncisión, que comenzó con Abraham.

-Lo sabemos -contestó Trifón- y confesamos que se salvan.

Y yo a mi vez:

-Por la dureza de corazón de su pueblo, tienen que entender les dio Dios todos esos mandamientos por medio de Moisés, a fin de que por su diversidad, en cada uno de sus actos, tuvieran a Dios ante los ojos (cf. Ex 13,9. 16; Dt 6,8; 11,18) y no se dieran ni a la injusticia ni a la impiedad. Así, por ejemplo, les mandó usar los flecos de púrpura (cf. Nm 15,37-40?), a fin de que por ese medio no llegarán a olvidarse de Dios; y les ordenó ceñirse la filacteria, con ciertas letras escritas sobre sus finas membranas (por lo que comprendemos el carácter sagrado), para estimularles insistentemente a conservar la memoria de Dios, a la vez que les ponía reproches en sus corazones. Pero no tienen ni un pequeño recuerdo de la piedad para con Dios, y ni aun así fueron disuadidos de no idolatrar, pues contando, en tiempo de Elías, el número de los que no habían doblado la rodilla ante Baal, dijo que sólo eran siete mil (cf. Rm 11,4; 1 R 19,18); y en Isaías les reprocha que hasta sus propios hijos ofrecieron en sacrificio a los ídolos (cf. Is 57,5). Nosotros, empero, por no sacrificar a los que en otro tiempo sacrificamos, sufrimos los últimos suplicios y nos alegramos de morir, pues creemos que Dios nos resucitará por medio de su Cristo y nos hará incorruptibles, impasibles e inmortales (cf. 1 Co 15,50s.). Y, en fin, sabemos que cuanto los fue ordenado por razón de la dureza de corazón de su pueblo, nada tiene que ver con la práctica de la justicia y de la piedad.

XLVII
Puede salvarse quien continúa observando la ley, mientras que no se imponga su práctica a los paganos que se convierten

Trifón, a su vez me preguntó:

-Si alguien quiere observar esas prescripciones, a sabiendas de ser cierto lo que tú dices, es decir, reconociendo que aquel es el Cristo, creyéndole y obedeciéndole, ¿ése se salvará?

Y yo le contesté:

-Según a mí me parece, ¡oh Trifón!, afirmo que ese tal se salvará, a condición de que no pretenda que los demás hombres, quiero decir, los que procedentes de las naciones están circuncidados del error por el Cristo, deban observar los mismas prescripciones que él observa, afirmando que, de no observarlas, no pueden salvarse; que es lo que tú hiciste al comienzo de nuestro diálogo, afirmando que no me salvaría si yo no las observaba.

Él continúo insistiendo:

-¿Por qué dijiste, entonces, "según a mí me parece, ese tal se salvará", sino porque hay quienes dicen que los tales no se salvarán?

Yo respondí:

-Los hay, Trifón. Hay quienes no se atreven a dirigirles la palabra ni compartir la mesa con los tales; pero yo no convengo con ellos; que si por la debilidad de su juicio siguen aún ahora observando lo que les es posible de las prescripciones de Moisés, aquello que sabemos fue ordenado por la dureza de corazón del pueblo, como juntamente con ello esperen en ese Cristo y quieran observar lo que es eternamente y por naturaleza práctica justo y piadoso, consintiendo en convivir con los cristianos y creyentes, sin intentar, como lo dije, persuadir a los demás a circuncidarse como ellos, a practicar el sábado y demás prescripciones semejantes que es posible observar, estoy con los que afirman que se les debe recibir y tener con ellos comunión en todo, como con hermanos de nacidos de nuestras mismas entrañas. Aquellos, en cambio, -¡oh Trifón!-proseguí-, de su raza que dicen creer en ese Cristo, pero pretenden obligar a todo trance a los que han creído en Él de todas las naciones a vivir conforme a la Ley instituida por medio de Moisés, o bien no consienten de ningún modo a compartir su modo de vida, tampoco yo los acepto. Sin embargo, a quienes se dejan persuadir por ellos para vivir según la Ley, con tal que sigan confesando al Cristo de Dios, admito que pueden salvarse. Los que sí afirmo que no pueden absolutamente salvarse son los que, después de confesar y reconocer que aquel es el Cristo, vuelven por cualquier causa a vivir según la Ley, negando que Él es el Cristo, y no arrepintiéndose antes de la muerte. De modo igual afirmo que no han de salvarse, por más que sean descendencia de Abrahán, los que viven según la Ley, pero no creen antes de su muerte en Cristo, y sobre todo aquellos que en las sinagogas han anatematizado y anatematizan a los que creen en ese Cristo, haciendo de todo para salvarse y librarse del castigo del fuego. Porque la bondad y la filantropía de Dios, la inmensidad de su riqueza (cf. Tt 3,4. 6; Rm 2,4) tienen al que se arrepiente de sus pecados, como por Ezequiel lo manifiesta (cf. Ez 33,12. 20), por justo y sin pecado; en cambio, al que de la piedad y de la práctica de la justicia se pasa a la injusticia y al ateísmo, lo considera como pecador, injusto e impío. Por eso también nuestro Señor Jesucristo dijo: "En el estado en que los encuentre, en ése también los juzgaré" (cf Mt 24,40-42; 25,13).

XLVIII
Cristo no es sólo hombre entre los hombres; es también Dios

Trifón dijo:

-Ya hemos oído lo que sobre esto piensas. Vuelve, pues, a tomar el hilo de tu discurso donde lo dejaste. A la verdad, a mí me parece al menos paradojal y absolutamente imposible de demostrar. Porque decir que ese Cristo preexiste, siendo Dios, antes de los siglos, y que luego se dignó hacerse hombre y nacer, y que no es hombre que venga de un hombre, no sólo me parece paradojal, sino insensato.

A lo que respondí:

-Sé que mi discurso parece paradojal, y sobre todo a los de la raza de ustedes, que jamás han querido entender ni hacer las enseñanzas de Dios (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), sino las de sus maestros, como Dios mismo lo proclama (cf. 27,4; 39,5). Sin embargo, ¡oh Trifón! -añadí-, es algo ya adquirido que aquél es el Cristo de Dios, aún cuando yo no pudiera demostrar que el Hijo del Creador del universo preexiste como Dios y que ha nacido hombre de una virgen. Demostrado como está totalmente que Él -quienquiera sea- es el Cristo de Dios, aunque no logre demostrar su preexistencia y que, conforme al designio del Padre, consintió hacerse hombre sufriente como nosotros, en la carne, lo único justo será decir que yo he errado en mi demostración; pero no negar que Él es el Cristo, aun cuando apareciera hombre nacido de hombres, y se demostrara que sólo por elección fue hecho Cristo. Porque hay algunos, amigos-proseguí-, de su linaje, que confiesan que es Él es el Cristo, pero afirman que fue hombre nacido de hombres, con los cuales no estoy de acuerdo, ni aun cuando la mayor parte de los que piensan como yo dijeran eso. Porque no nos mandó Cristo seguir enseñanzas humanas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), sino aquellas que predicaron los bienaventurados profetas y Él mismo enseñó.

XLIX
La primera venida fue anunciada por Juan, la segunda por Elías. La transmisión del Espíritu profético

Trifón dijo:

-A mí personalmente me parece que dicen cosas más creíbles los que afirman que éste era hombre, y que por elección fue ungido y hecho así Cristo, que no ustedes al decir lo que tú dices. Todos nosotros, en efecto, esperamos al Cristo que ha de nacer hombre de hombres y a quien Elías vendrá a ungir. Y si éste se presenta como el Cristo, hay que pensar absolutamente que es hombre nacido de hombres; ahora, como no ha venido Elías afirmó que tampoco ése es el Cristo.

Yo entonces le pregunté nuevamente:

-¿El Verbo no dice por intermedio de Zacarías que vendrá Elías antes del grande y terrible día del Señor? (cf. Ml 4,5).

Él me respondió:

-Ciertamente.

Y yo concluí:

-Si, pues, el Verbo de Dios, nos fuerza a admitir que fueron profetizadas dos venidas del Cristo: una, en que había de aparecer sufriente, sin honor ni apariencia (cf. Is 53,2-4); otra, en que vendrá glorioso y como juez universal (cf. Hch 10,42), como se demuestra por los muchos testimonios ya alegados, ¿no comprenderemos, según lo que el Verbo de Dios anunció, que Elías sería precursor de la segunda venida, es decir, del día terrible y grande? (cf. Ml 4,5).

-Ciertamente, me respondió.

-Nuestro Señor -proseguí yo- así nos lo dejó consignado en sus enseñanzas, al decir que Elías había de venir (cf. Mt 17,11, Mc 9,12); y nosotros sabemos que esto sucederá cuando nuestro Señor Jesucristo aparezca en gloria, desde lo alto de los cielos (cf. Mt 24,30; Mt 25,31; Is 33,17; Dn 7,13). En su primera manifestación, el Espíritu de Dios, que estaba en Elías, fue el heraldo en la persona de Juan, profeta en el seno del pueblo de ustedes, después del cual ningún otro profeta ha vuelto a aparecer entre ustedes; sentado junto al río Jordán, él gritaba: "En cuanto a mí, yo los bautizo en agua para la penitencia; pero vendrá otro más fuerte que yo, cuyas sandalias no merezco yo llevar. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Su bieldo está ya en su mano, y Él limpiará su horquilla, y reunirá el trigo en el granero y quemará la paja con el fuego inextinguible" (Mt 3,11-12; Lc 3,16-17). A este mismo profeta le mandó su rey Herodes encerrar en la cárcel. Un día en que se celebraba el aniversario del rey, su sobrina danzó de una manera que le agradó, y él le dijo que le pidiera lo que quisiera. La madre de la muchacha le sugirió que pidiera la cabeza de Juan, que estaba en la cárcel; ella se la pidió y el rey mandó la orden de que le trajeran sobre una fuente la cabeza del profeta (cf. Mt 14,3. 6-11; Mc 6,17. 21-27; Lc 3,20). De ahí que nuestro Señor, estando aún sobre la tierra, al decirle algunos que antes del Cristo tenía que venir Elías, respondió: "Sí, Elías vendrá y lo restablecerá todo; pero yo les aseguro que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que hicieron con él lo que quisieron" (Mt 17,11-12). Y está escrito que "entonces los discípulos comprendieron que les hablaba de Juan el Bautista" (Mt 17,13).

Trifón dijo:

-También me parece paradojal eso que dices de que el Espíritu profético de Dios que estuvo en Elías, también estuvo en Juan.

Yo le respondí:

-¿No te parece que lo mismo sucedió en Josué, hijo de Navé, que sucedió a Moisés en la dirección del pueblo? Dios mandó a Moisés que le impusiera las manos, a par que le decía: "Yo haré pasar sobre él el espíritu que hay en ti" (cf. Nm 27,18-23; Dt 34,9; Nm 11,17).

Y él:

-Ciertamente.

-Así, pues -proseguí-, como en los tiempos en que Moisés estaba todavía entre los hombres, Dios hizo pasar sobre Josué parte del Espíritu de aquél (cf. Nm 11,17), así pudo hacer también que de Elías pasara el Espíritu sobre Juan. Como la primera venida de Cristo fue sin gloria (cf. Is 53,2-3), así la primera venida del Espíritu, no obstante permanecer siempre puro en Elías, fue, como la de Cristo, también sin gloria. En efecto, con oculta mano dícese que hacía el Señor combatía a Amalec (cf. Ex 17,16); y, sin embargo, no van a negar que cayó Amalec. Pero si sólo con la gloriosa venida de Cristo se dijera que ha de ser combatido Amalec, ¿qué fruto se podría sacar de esta expresión del Verbo que dice: "Con oculta mano hace Dios la guerra a Amalec"? Pueden comprender que alguna oculta fuerza pertenecía al Cristo crucificado, cuando ante Él se estremecen los demonios (cf. St 2,19) y absolutamente todos los principados y potestades de la tierra (cf. 1 Co 15,24; Ef 1,21; 3,10; Col 1,16; 2,15).

L
Juan, precursor de Cristo

Trifón dijo:

-Me parece que te has ejercitado, antes de nuestro encuentro, en varias ocasiones con diversos interlocutores sobre todo aquello ha sido el objeto de nuestra búsqueda, y por ello preparado para responder a todo lo que se te pregunta. Respóndeme, pues, ante todo, ¿cómo puedes demostrar que hay otro Dios fuera del Creador del Universo? Después me demostrarás que se dignó nacer de una virgen.

Yo le dije:

-Permíteme antes citar unas palabras de la profecía Isaías, aquellas que hablan de la función del precursor, por la cual Juan, que fue Bautista y profeta, precedió a ese mismo Jesucristo Juan, nuestro Señor.

-Permitido lo tienes, contestó Trifón.

-Isaías, pues -continué yo-, sobre la función de precursor asumida por Juan, hizo la siguiente predicción: "Dijo Ezequías a Isaías: "Buena es la palabra que habló el Señor: Que habrá paz y justicia en mis días"" (Is 39,8) Y: "Consuelen al pueblo, sacerdotes, hablen al corazón de Jerusalén y consuélenla, porque cumplida está su humillación. Su pecado ha sido perdonado, porque recibió de mano del Señor el doble de sus pecados. Una voz grita en el desierto: "Preparen los caminos del Señor; hagan rectos los senderos de nuestro Dios. Todo abismo será rellenado, toda montaña y toda colina aplanada. Todo lo sinuoso será enderezado y lo escarpado se convertirá en camino liso. Aparecerá la gloria del Señor y toda carne verá la salvación de Dios. Porque el Señor ha hablado. Una voz que dice: "¡Grita!". Y dije: "¿Qué gritaré?". Toda carne es hierba y toda gloria de hombre es como una flor de hierba. La hierba se secó y cayó su flor; pero la palabra del Señor permanece para siempre. Sube a un monte elevado, tú que anuncias una buena nueva a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que anuncias una buena noticia a Jerusalén. Álzala, no temas. He dicho a las ciudades de Judá: He aquí su Dios. Miren que el Señor viene con fuerza, y su brazo llega con poder. Miren que su recompensa está con Él y su obra delante de Él. Como pastor apacentará sus rebaños, con su brazo recogerá los corderos y consolará a las ovejas preñadas.¿Quién midió con su mano el agua del mar, con la palma el cielo, la tierra entera con el puño? ¿Quién pesó las montañas en una báscula y los valles en una balanza? ¿Quién conoció el pensamiento del Señor, quién fue su consejero, y le persuadió? ¿O con quién fue a aconsejarse, para recibir de él instrucciones? ¿O quién le mostró el juicio o le enseñó el camino de la inteligencia? Todas las naciones son como una gota que cae de un jarro, como el peso que hace inclinar la balanza, como un escupitajo serán consideradas. El Líbano no es bastante para el fuego, ni los cuadrúpedos bastan para el holocausto, y todas las naciones son nada y por nada son computadas" (Is 40,1-17).

LI
Juan ciertamente era el precursor. No hubo, después de él, ningún profeta en Israel

Al terminar yo, dijo Trifón:

-Inciertas son, amigo, las palabras todas de la profecía que tú alegas y nada decisivo contienen en orden a la demostración que intentas.

Yo le respondí:

-Si en tu pueblo, ¡oh Trifón!, no hubieran cesado los profetas, y desaparecido definitivamente, después de aquel Juan, podrías evidentemente considerar como inciertas esas palabras que relaciono con Jesucristo. Pero si Juan le precedió gritando a los hombres que arrepintieran (cf. Mt 3,2-3), y Cristo mismo, cuando estaba aún Juan sobre el río Jordán, presentóse a él para ponerle término a su actividad de profeta y de bautista, y empezó a anunciar la buena nueva diciendo: "El reino de los cielos está cerca" (cf. Mt 4,17; Mc 1,14-15; Lc 8,1; Is 40.8-9); y que él tenía que padecer mucho de parte de los escribas y fariseos, ser crucificado, resucitar al tercer día y volver a Jerusalén (cf. Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22), para entonces comer y beber nuevamente con sus discípulos (cf. Mt 26,29; Mc 14,25; Lc 22,18. 30; Hch 10,41). También predijo que en el intervalo de tiempo antes de su venida, como ya indiqué (cf. 35,2-3), se levantarían en su nombre herejías y falsos profetas (cf. Mt 7,15; 24,11. 24; Mc 13,22; 1 Co 11,19), y así vemos que sucede. ¿Cómo pueden todavía dudar, cuando la realidad misma está allí para convencerles? Sobre el hecho de que en su pueblo no había ya de darse ningún profeta, y que se debe reconocer que la nueva Alianza, cuya institución Dios anunció, es decir aquél mismo, el Cristo, ya ha llegado, dijo así: "La ley y los profetas hasta Juan Bautista; ahora el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Si quieren aceptarlo, éste es Elías el que debía venir. El que tenga oídos para oír que oiga" (Mt 11,12. 14-15; Lc 16,16).

LII
La desaparición, en Israel, de los profetas y los reyes fue anunciada en la bendición de Judá

Por intermedio del patriarca Jacob fue también profetizado que habría dos venidas de Cristo, y que en la primera sería "sufriente" y que -añadí-, después de venir Él, no habría más en su raza, ni profeta ni rey, y que las naciones que habían de creer en este Cristo sufriente, estarían a la espera de su retorno (cf. Gn 49,10). Sin embargo, por esto mismo -agregué- el Espíritu Santo habló de esto en parábola y de manera velada. He aquí sus palabras: "Judá, tus hermanos te han alabado, y tus manos estarán sobre la nuca de tus enemigos, ante ti se postrarán los hijos de tu padre. Judá es un leoncillo, desde tu nacimiento, hijo mío. Él se acuesta, se tiende como un león, como un cachorro de león. ¿Quién lo hará levantarse? No faltará príncipe de Judá ni caudillo salido de sus muslos, hasta que venga lo que le está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a la viña su asno, y a la cepa la cría de su asna. Lavará en vino su vestido y en sangre de la uva sus ropas. Brillantes del vino están sus ojos, y sus dientes blancos como la leche" (Gn 49,8-12). Ahora bien, que jamás faltó en su linaje ni profeta ni príncipe (cf. Gn 49,10), desde que tuvo principio, hasta que nació y sufrió Jesucristo, no van a tener la osadía de negarlo sin avergonzarse, ni pretender demostrarlo. En efecto, Herodes, de quien Cristo sufrió, aunque afirman que era Ascalonita, sin embargo, dicen que tuvo (bajo su reinado) un sumo sacerdote de la raza de ustedes, según la Ley de Moisés, presentando las ofrendas y velando respecto de las demás prescripciones. También los profetas que se sucedieron sin interrupción hasta Juan -incluso cuando el pueblo de ustedes fue llevado a Babilonia, el país arrasado por la guerra y saqueados los vasos sagrados (cf. 2 R 25,14-16)- aún así no faltó entre ustedes el profeta que fuera señor, jefe y príncipe de su pueblo (cf. Gn 49,10). Porque el Espíritu que moraba en los profetas, era el que también ungía sus reyes y los establecía. En cambio, después de la manifestación y muerte de Jesús, nuestro Cristo, en la raza de ustedes, por ninguna parte ha surgido ni surge profeta alguno. Incluso han dejado de estar bajo un rey propio; además, ha sido devastada su tierra y abandonada como una cabaña del guardián de una huerta (cf. Is 1,7-8). Y cuando el Verbo dice por intermedio de Jacob: "Él será la expectación de las naciones" (cf. Gn 49,10), significaba simbólicamente sus dos venidas, y la fe que las naciones tendrían en Él, cosa que, largo tiempo después, finalmente se les ha dado ver. Nosotros que, procedentes de todas las naciones, nos hemos hechos piadosos y justos por la fe en Cristo, esperamos que Él venga de nuevo.

LIII
La bendición de Judá y la profecía de Zacarías anuncian la entrada de Cristo en Jerusalén, y la conversión de las naciones

Las palabras "atando a la viña su asno, y a la cepa la cría de su asna" (Gn 49,11), lo mostraban anticipadamente, al igual que las obras que Él había de cumplir en su primera venida, y también la fe que en Él habían de tener las naciones. Éstas eran, en efecto, como una cría de asna (cf. Gn 49,11; Mt 21,1s.; Mc 11,1s.; Lc 19,28s.) sin silla y sin yugo sobre su cuello, hasta que, viniera Cristo (cf. Gn 49,10) y enviara a sus discípulos para hacer discípulos (cf. Mt 28,19). Entonces ellos llevarían el yugo (cf. Mt 11,29-30) de su Verbo, someterían sus espaldas, dispuestos a soportarlo todo por los bienes esperados y por Él prometidos (cf. Sal 127,5; Is 58,14; Gn 49,10). Cuando nuestro Señor Jesucristo estaba para entrar en Jerusalén, mandó a sus discípulos que le trajeran una asna que estaba realmente atada con su cría a la entrada de cierta aldea, llamada Betfagé, para hacer su entrada montado sobre ella (cf. Gn 49,11; Mt 21,1 ss.; Mc 11,1 ss.; Lc 19,28 ss.). Esta profecía, que debía cumplirse expresamente por el Cristo-Ungido, se sabe, realizada por Él, lo cual puso de manifiesto que Él era el Cristo. Sin embargo, a despecho de que todos estos hechos que han sucedido y se han demostrado por las Escrituras, ustedes se obstinan en su dureza de corazón. Ahora bien, el hecho fue profetizado por Zacarías, uno de los doce, por estas palabras: "¡Alégrate sobremanera, hija de Sión; grita, proclama, hija de Jerusalén! Mira que tu rey viene hacia ti. Él es justo y salvador, manso y humilde, montado sobre animal de yugo, sobre la cría de una asna" (Za 9,9; cf. Mt 21,5; So 3,14s.). Si el Espíritu profético, con el patriarca Jacob, mencionada desde entonces que (Cristo) tendrá una asna, llevando el yugo, juntamente con su cría (cf. Gn 49,11; Za 9,9; Mt 21,2), y que por otra parte Él mandara, como ya he referido, a sus discípulos le trajeran ambos animales (cf. Mt 21,2), era una predicción de aquellos de la Sinagoga de ustedes que, junto con los procedentes de las naciones, habían de creer en Él. En efecto, como la cría de asna sin silla era un símbolo de los que venían de la gentilidad, así también el asna con su silla lo era de los de su pueblo (cf. Za 9,9), pues ustedes tienen la Ley impuesta por los profetas. Pero también por intermedio del profeta Zacarías fue profetizado que Cristo sería herido y sus discípulos dispersados (cf. Za 13,7; Mt 26,31; Mc 14,27), lo que en efecto se cumplió. Porque, después que fue crucificado, los discípulos que con Él habían estado, se dispersaron hasta que hubo resucitado de entre los muertos y los convenció de que así estaba profetizado, que Él tenía que sufrir (cf. Lc 24,25-27. 44-46). Así convencidos, salieron por toda la tierra, y enseñaron estas cosas (cf. Mt 28,19-20). De ahí que también nosotros nos sentimos firmes en su fe y en su enseñanza, pues nuestra persuasión se funda, a la vez, en los profetas y en aquellos que por toda la tierra vemos convertidos en hombres piadosos en el nombre de Aquel crucificado. Las palabras de la profecía de Zacarías son éstas: "Espada, despiértate contra mi pastor y contra el hombre de mi pueblo, dice el Señor de los ejércitos. Hiere al pastor, y se dispersarán sus ovejas" (Za 13,7; cf. Mt 26,31; Mc 14,27).

LIV
La bendición de Judá es una profecía de la pasión, de la redención y del nacimiento virginal

Lo que Moisés relata y que había sido profetizado por el patriarca Jacob: "Lavará en el vino su vestidura y en la sangre de la uva sus ropas" (Gn 49,11), significa que por su sangre debía lavar a aquellos que creyeran en Él. Porque el Espíritu Santo llamó "su vestidura" a los que por Él han recibido la remisión de sus pecados; y por su poder, Él está siempre presente en ellos y lo estará visiblemente en su segunda venida; y al hablar el Verbo de "la sangre de la uva" significa, por artificioso rodeo, que Cristo tiene, sí, sangre, pero no por germen de hombre, sino por el poder de Dios. Porque a la manera que la sangre de la viña no la engendró un hombre, sino Dios, así anunció de antemano que la sangre de Cristo no vendría de humano linaje, sino del poder de Dios. Esta profecía, pues, señores, que les he citado, demuestra que no es Cristo hombre nacido de hombre, engendrado según el modo ordinario de los hombres.

LV
Trifón le recuerda a Justino que debe probar la existencia de otro Dios

A lo que respondió Trifón:

-Si logras por otros argumentos confirmar esta tesis tuya, nosotros tendremos presente esta interpretación que aquí nos das; por ahora, retoma otra vez el hilo de tu discurso y demuéstranos que el Espíritu profético atestigua haber otro Dios fuera del Creador del universo, guardándote, empero, de hablarnos del sol y de la luna (cf. Dt 4,19), de los que está escrito que permitió Dios a los gentiles adorarlos como dioses. Y usando justamente los profetas de este pasaje, dicen con frecuencia: "Tu Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores" (Dt 10,17); cf. Sal 135,2-3), añadiendo muchas veces: "El grande, fuerte y temible" (Dt 10,17; cf. Sal 95,4; 1 Cro 16,25; Ne 1,5; 9,32). Porque no se dice esto como si realmente fueran dioses (cf. Dt 10,17; Sal 135,2-3), sino que el Verbo quiere enseñarnos que de aquellos que se consideran como dioses y señores, sólo el Dios verdadero, que hizo todas las cosas, es el único Señor. En efecto, para convencernos de esto, dice el Espíritu de Santidad por el santo rey David: "Los dioses de las naciones -tenidos por dioses- son ídolos de los demonios" y no dioses (Sal 95,5; cf. 1 Cro 16,26); y añade una maldición contra quienes los hacen y los adoran (cf. Sal 113,12. 16; Dt 4,19).

Yo respondí:

-No son ésas las pruebas que les quería presentar, ¡oh Trifón!, pues sé que por esos textos se condena a los adoran a los ídolos y cosas semejantes; sino otras pruebas a las que nadie será capaz de contradecir. A ti te parecerán insólitas, por más que las están leyendo todos los días; por donde pueden también comprender que, por su iniquidad, les ocultó Dios la sabiduría contenida en sus palabras (cf. 2 Co 3,14-15), a excepción de algunos, a los que por la gracia de su gran misericordia (cf. St 5,11?) dejó, como dijo Isaías, como semilla para la salvación (cf. Is 1,9; 10,22; Rm 9,27. 29), a fin de que su raza no pereciera totalmente como aquella de Sodoma y Gomorra. Presten atención, pues, a las citas que voy a hacer de las santas Escrituras, y que no necesitan interpretación, sino sencillamente escucharse.

LVI
El otro Dios se apareció a Abraham, en compañía de dos ángeles

Ahora bien, Moisés, el bienaventurado y fiel servidor de Dios (cf. Nm 12,7; Hb 3,2. 5), declara ser Dios Aquel que se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré (cf. Gn 18,1), con los dos ángeles enviados junto con Él para juzgar a Sodoma (cf. Gn 19,1), por Otro que mora eternamente en las regiones supracelestiales, que a nadie se apareció ni conversó personalmente jamás con nadie, y que sabemos es el Creador y Padre del universo. Dice así en efecto: "Se le apareció Dios junto a la encina de Mambré, cuando estaba sentado delante de la puerta de su carpa al mediodía. Levantando sus ojos, miró, y vio a tres hombres que estaban parados delante de él; y, al verlos, corrió a su encuentro desde la entrada de su carpa, y postrándose en tierra dijo" (Gn 18,1-3), y lo demás hasta: "Madrugó Abrahán por la mañana para ir al lugar en que había estado delante del Señor, miró hacia Sodoma y Gomorra y hacia la tierra del contorno, y vio: he aquí que subía una llamarada de la tierra, como humareda de un horno" (Gn 19,27-28). Y sin citarles más, les pregunté si habían comprendido lo que había sido dicho.

Me contestaron ellos que lo comprendían, pero que las palabras citadas nada tenían que probase que fuera mencionado por el Espíritu Santo, fuera del Creador del universo, otro Dios o Señor.

Yo, a mi vez, les dije:

-Conocen estas Escrituras. Voy a intentar entonces persuadirlos que, efectivamente, es aquí llamado Dios y Señor otro que está bajo el Creador del universo, y que se llama ángel, por ser quien anuncia a los hombres cuanto quiere anunciarles el Creador del universo, por encima del cual no hay otro Dios.

Y retomando lo que acababa de decir le pregunté luego a Trifón:

-¿Te parece que fue Dios quien se apareció a Abrahán bajo la encina de Mambré (cf. Gn 18,1), como lo dice el Verbo?

-Claro que sí, contestó él.

-¿Y era -añadí yo- uno de aquellos tres hombres (Gn 18,2) que el Espíritu Santo profético dice que se dejaron ver por Abraham?

-No -contestó él-, sino que Dios se le mostró antes de la aparición de los tres (cf. Gn 18,1-2). Por eso eran ángeles aquellos tres, que el Verbo llama hombres (cf. Gn 18,2. 16. 22; 19,1. 5. 8. 10-12. 16), dos de ellos enviados para la destrucción de Sodoma (cf. Gn 19,1); otro, para dar a Sara la buena noticia de que tendría un hijo (cf. Gn 18,10. 14), ése era el objeto de su misión, y una vez cumplida, se retiró.

-Entonces -dije yo-, ¿cómo es que aquel de los tres que estuvo en la carpa, y fue quien dijo: "Dentro de un año volveré a ti, y Sara tendrá un hijo" (Gn 18,10. 14), reaparece cuando Sara tuvo un hijo, y cómo el Verbo profético indica que también es Dios (cf. Gn 21,12)? Para que vean claro lo que digo, escuchen las palabras exactas empleadas por Moisés. Son como siguen: "Como viera Sara al hijo de Agar, la esclava egipcia, que ella le había dado a Abraham, que jugaba con su hijo Isaac, le dijo a Abraham: "Expulsa a esa esclava y a su hijo, pues no ha de heredar el hijo de esa esclava juntamente con mi hijo Isaac". A Abraham le pareció en extremo dura esta palabra acerca de su hijo. Pero Dios le dijo a Abrahán: "No te preocupes por el niño y la esclava. En todo lo que Sara te dijere, oye su voz, porque por Isaac será llamada tu descendencia"" (Gn 21,9-12). ¿Han, pues, comprendido -les pregunté- cómo el que dijo entonces bajo la encina que volvería (cf. Gn 18,10. 14), porque preveía que sería necesario aconsejar a Abraham en lo que Sara quería de él, volvió efectivamente, como está escrito, y que es Dios, como lo dan a entender las palabras que dicen así: "Dijo Dios a Abrahán: "No te preocupes por el niño y la esclava"" (Gn 21,12)?

Trifón contestó:

-Así es; pero de ahí no has demostrado que hay otro Dios (cf. Gn 21,12) fuera del que se apareció a Abraham (cf. Gn 18,1), a los demás patriarcas y a los profetas, sino sólo que nosotros no hemos entendido bien el pasaje al pensar que los tres que estuvieron junto a Abraham en su carpa eran todos ángeles (cf. Gn 18,2ss.).

Y yo a mi vez:

-Aún cuando no me fuera posible -dije- demostrarles por las Escrituras que uno de aquellos tres es Dios y que al mismo tiempo es llamado ángel (cf. Gn 18,21; 19,1. 15; 21,12), porque anuncia, como acabo de decirlo, los mensajes del Dios Creador del universo a quienes Él ha elegido. Sin embargo, ustedes pueden razonablemente pensar que éste que se apareció a Abraham sobre la tierra bajo la figura de un hombre (cf. Gn 18,2. 16. 22), al mismo tiempo que los dos ángeles que estaban con él (cf. Gn 19,1. 15); y que era Dios antes de la creación del mundo, son el mismo: lo cual piensa todo su pueblo.

-Absolutamente -contestó-, pues así le hemos considerado hasta el presente.

Yo, a mi vez, dije:

-Volviendo a las Escrituras, voy a intentar convencerlos de que este Dios que se dice y escribe haber aparecido a Abraham, a Jacob y a Moisés (cf. Gn 18,1; 31,13; 35,7. 9; Ex 3,2; Dt 33,16), es otro que el Dios creador del universo: numéricamente, entiendo, no por el pensamiento. Porque afirmo que jamás hizo ni habló nada sino lo que Aquel que creó el universo, por encima del cual no hay otro Dios, quiso que hiciese o hablase.

Trifón añadió:

-Demuéstranos, pues, ya que ese Dios existe, para que también en esto convengamos contigo; pues también aceptamos que digas que nada afirmó, ni hizo, ni habló jamás contra la voluntad del Creador del universo.

Y yo dije:

-La Escritura anteriormente citada por mí les pondrá la cosa en claro. Dice así: "Salió el sol sobre la tierra y Lot entró en Segor. Y el Señor hizo llover sobre Sodoma azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo, y destruyó estas ciudades y todo su contorno" (Gn 19,23-25).

Entonces, el cuarto de los que se habían quedado con Trifón, exclamó:

-Luego, aquel que, aparte de los dos ángeles que descendieron a Sodoma (cf. Gn 19,1. 15), el Verbo, por mediación de Moisés, llamado igualmente Señor (cf. Gn 19,18. 24), hay que decir que es también ese Dios que se apareció a Abraham (cf. Gn 18,1).

-No es sólo por este pasaje, dije yo, por el que hay que reconocer a todo trance lo que realmente es, a saber, que, aparte del que sabemos ser el Creador del universo, hay otro que es llamado Señor por el Espíritu Santo (cf. Gn 19,18. 24), y no sólo por Moisés, sino también por David. En efecto, por éste también fue dicho: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies" (Sal 109,1), como anteriormente quedó citado. Y también, con otras palabras: "Tu trono, ¡oh Dios!, por la eternidad de la eternidad. Cetro de rectitud, el cetro de tu reino: Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tú Dios con el óleo de la alegría, más que a tus compañeros" (Sal 44,7-8). Ahora, pues, respóndanme ustedes si admiten que el Espíritu Santo llama Dios y Señor a algún otro fuera del Padre del universo y su Cristo, que yo les prometo demostrarles por las mismas Escrituras que no es a uno de los dos ángeles que bajaron a Sodoma a quien la Escritura llama Señor (cf. Gn 19,1. 18. 24), sino a Aquel que estaba con ellos, que es llamado Dios y que se apareció a Abraham (cf. Gn 18,1).

Trifón dijo:

-Demuéstralo, pues como ves, el día va adelantado y nosotros no estamos preparados para respuestas tan arriesgadas, porque jamás oímos a nadie investigar, examinar o demostrar estas cuestiones; y aún a ti no te escucharíamos, si no fuera porque todo lo refieres a las Escrituras. Efectivamente, de ellas te esfuerzas en tomar tus argumentos y afirmas que no hay nadie por encima del Dios Creador del universo.

Y yo proseguí:

-Saben qué dice la Escritura: "Y dijo el Señor a Abrahán: "¿Cómo es que se echó a reír Sara diciendo: De verdad voy yo a dar a luz? Porque yo estoy ya vieja. ¿Es que hay cosa imposible para Dios? Por este tiempo volveré a ti en un año, y Sara tendrá un hijo"" (Gn 18,13-14). Y más adelante: "Levantándose de allí los dos hombres, miraron hacia Sodoma y Gomorra; y Abraham caminaba con ellos acompañándoles. Y el Señor dijo "No quiero ocultar lo que voy a hacer, a mi siervo Abrahán" (Gn 18,16-17). Y poco después prosigue: "Dijo el Señor: "El clamor de Sodoma y Gomorra va en aumento y sus pecados son muy graves. Voy, pues a bajar y ver si se ha llegado a su colmo el clamor que llega hasta mí; y si no, para saberlo". Separándose los hombres de allí, llegaron a Sodoma, Abraham, empero, se quedó delante del señor y, acercándose a Él, le dijo: "¿Es que vas a aniquilar al justo con el impío?"" (Gn 18,20-23), y lo que sigue; pues habiendo transcrito anteriormente todo el pasaje, no me parece debo escribir otra vez lo mismo, sino aquello sólo que me sirvió de argumentación para Trifón y sus compañeros.

Entonces, pues, llegué, continuando la cita, allí donde se lee: "Se marchó el Señor, cuando terminó de hablar con Abraham. Y regresó éste a su lugar. Pero los dos ángeles llegaron a Sodoma por la tarde. Lot estaba sentado junto a la puerta de Sodoma" (Gn 18,33; 19,1), y lo demás hasta: "Extendiendo los hombres las manos, agarraron a Lot y tiraron de él hacia sí, metiéndole en casa, y cerraron la puerta de casa…" (Gn 19,16), y lo que sigue hasta: "Los ángeles le tomaron por la mano, de la mano de su mujer y de la mano de sus hijas, pues el Señor le perdonaba. Entonces sucedió que cuando los sacaron fuera, le dijeron: "Salva, salva tu vida. No vuelvas la vista atrás ni te detengas en todo el contorno. Sálvate en la montaña, no sea que no seas llevado tú también". Pero Lot les contestó: "Te ruego, Señor, puesto que halló tu siervo misericordia delante de Ti, y engrandeciste tu justicia haciendo que viva mi alma, yo no puedo salvarme en la montaña, sin que me alcance la desgracia y muera. Mira esa ciudad ahí cerca, donde puedo refugiarme, ella es pequeña. Allí me salvaré, ella es tan pequeña, y vivirá mi alma". Le dijo el Señor: "Mira que he honrado tu rostro incluso en este asunto: no destruiré la ciudad de que nos has hablado. Date prisa para salvarte allí, pues no podré hacer nada hasta que tú entres allá". Por eso llamó a esa ciudad Segor. El sol salió sobre la tierra y Lot entró en Segor. El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo y destruyó aquellas ciudades y todo su contorno" (Gn 19,17-25).

Cuando hube terminado, añadí:

-Y ahora, amigos, ¿no comprenden que uno de los tres, el que es Dios y Señor (cf. Gn 18,1. 20. 33), que sirve al que está en el cielo, es Señor de los dos ángeles (cf. Gn 19,1. 15. 16)? En efecto, después que éstos marchan a Sodoma (cf. Gn 18,22s.), Él se queda atrás (cf. Gn 18,22) y conversa con Abraham, tal como lo consignó por escrito Moisés; y cuando partió, después de la conversación, Abraham se volvió a su propio lugar (cf. Gn 18,33). Y cuando Él llegó (a Sodoma), ya no son los dos ángeles los que hablan con Lot (cf. Gn 19,1), sino Él mismo, como lo manifiesta el Verbo (cf. Gn 19,18. 21-22); Él es Señor recibiendo del Señor que está en el cielo (cf. Gn 18,24), es decir, del Creador del universo, lo que ha de descargar sobre Sodoma y Gomorra, lo que enumera el Verbo cuando dice: "El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo" (Gn 19,24).

LVII
Objeción sobre el pan de ángeles

Apenas hube yo callado, dijo Trifón:

-Realmente, la Escritura nos obliga a admitir lo que tú dices; pero tú mismo convendrás también en que ofrece una verdadera dificultad lo que se dice sobre que comió lo que Abrahán le preparó y le sirvió (cf. Gn 18,8).

Yo le respondí:

-Escrito, efectivamente, está que comieron. Pero si hay que entender que dice que los tres comieron, y no sólo los dos que eran realmente ángeles (cf. Gn 18,8), alimentados -como para nosotros es patente- en el cielo, aunque no tomen los mismos alimentos de que usamos los hombres -del maná, en efecto, de que sus padres se alimentaron en el desierto dice la Escritura que "comieron pan de ángeles" (cf. Sal 77,25); yo diría entonces que el Verbo que afirma que comieron, se expresa como lo haríamos nosotros a propósito del fuego diciendo que "lo devoró todo", pero no en absoluto que comieron masticando con dientes y mandíbulas. De suerte que con un poco de práctica que tengamos del lenguaje figurado, no hay por qué veamos aquí ninguna dificultad.

Y Trifón añadió:

-Posible es que esté la solución de la dificultad en lo tocante al modo de alimentarse: fue consumiéndolo que habrían, según la Escritura, comido lo que Abraham les preparó. Pasa, pues, ahora a exponernos cómo éste que apareció como Dios a Abraham (cf. Gn 18,1), servidor del Dios Creador del universo, engendrado por una virgen, se hizo, como antes dijiste, hombre sujeto a los sufrimientos de los demás hombres.

Yo contesté:

-Permíteme antes, ¡oh Trifón!, que reúna algunas otras pruebas un poco más abundantes sobre este capítulo, a fin de que también ustedes acaben de persuadirse de ello, y luego te daré esa explicación que me pides.

Y él dijo:

-Haz como te plazca; porque, en efecto, has de hacer cosa para mí muy deseable.

LVIII
El otro Dios se manifestó en las visiones a Jacob

Yo le dije:

-Voy a citarles pasajes de las Escrituras, no porque quiera ofrecerles discursos retóricamente preparados, pues no tengo yo semejante talento. Sólo me ha dado Dios la gracia para entender las Escrituras, y de esta gracia invito, gratuita y liberalmente, a que participen todos, a fin de que no tenga que dar yo cuenta de ello en el juicio, en que Dios, Hacedor del universo, nos ha de juzgar por medio de mi Señor Jesucristo.

Trifón contestó:

-De modo conforme a la piedad te portas también en eso; sin embargo, paréceme que hablas con ironía al decir que no posees el arte de los discursos…

Yo le respondí:

-Puesto que a ti te parece que así es, así sea; sin embargo, yo creo haber dicho la verdad. Pero sea como fuere, atiendan ya a otras pruebas que les quiero dar.

Y él añadió:

-Dilas, dijo.

Entonces les dije:

-Moisés, ¡oh hermanos! escribe nuevamente que este que se apareció a los patriarcas y se llama Dios (cf. Gn 31,13; 32,28. 30; 35,7. 9. 10), se llama también ángel y Señor (cf. Gn 31,11), a fin de que por estos nombres es den cuenta cómo Él sirve al Padre del universo, como ya habían convenido, y, confirmados por nuevas pruebas, lo sostendrán firmemente. Narrando, pues, el Verbo de Dios por medio de Moisés la historia de Jacob, nieto de Abrahán, dice así: "Y sucedió, que en el tiempo en que se apareaban las ovejas y concebían, las vi con mis ojos en sueños. He aquí, que los machos cabríos y los carneros cubrían a las ovejas y a las cabras, eran blanquecinos, manchados y asperjados de color ceniza. Y el ángel de Dios me dijo en mi sueño: "¡Jacob, Jacob!". Y yo le respondí: "¿Qué pasa, Señor?". Y díjome: "Levanta tus ojos y mira a los machos cabríos y a los carneros que cubren a las ovejas y a las cabras, blanquecinos, manchados y asperjados de color de ceniza. Porque he visto cuanto te hace Labán. Yo soy el Dios que se te apareció en el lugar de Dios, donde me levantaste una piedra conmemorativa, y me hiciste un voto. Ahora, pues, levántate, sal de esta tierra y marcha a la tierra de tu nacimiento y yo estaré contigo"" (Gn 31,10-13). En otro pasaje, hablando del mismo Jacob, dice así: "Levantándose aquella noche, tomó a sus dos mujeres, sus dos sirvientas, sus once hijos y pasó el vado de Jacob. Los tomó, atravesó el torrente y pasó todas sus cosas. Se quedó Jacob solo, y luchó con él un hombre hasta el amanecer. Vio que no podía nada contra él, y le tocó la articulación del fémur, y se dislocó el fémur del muslo de Jacob mientras luchaba con él. Y le dijo: "Déjame, pues viene ya la mañana". Jacob le respondió: "No te dejaré hasta que me bendigas". Y díjole el ángel: "¿Cuál es tu nombre?". Él le contestó: "Jacob". Él le dijo: "No te llamarás en adelante Jacob, sino que tu nombre será Israel. Pues fuiste fuerte con Dios, también con los hombres serás poderoso". Jacob le preguntó diciendo: "Dame a conocer tu nombre". Y contestóle: "¿Por qué me preguntas mi nombre?". Él le bendijo. Y Jacob llamó a aquel lugar "forma visible de Dios", porque vi a Dios cara a cara y se alegró mi alma" (Gn 32,22-30). Nuevamente, en otro pasaje, contando del mismo Jacob, dice lo siguiente: "Llegó Jacob a Luz, que está en la tierra de Canaán -Luz que es Betel-, él y toda la gente que con él iba. Allí edificó un altar y llamó a aquel lugar Betel, porque allí se le había aparecido Dios cuando escapaba de la presencia de su hermano Esaú. Murió entonces Débora, la nodriza de Rebeca, y fue sepultada en la parte inferior de Betel, bajo la encina. Jacob le puso por nombre "Encina del duelo". Y se le apareció todavía Dios a Jacob en Luz, cuando volvió de Mesopotamia de la Siria, y le bendijo. Y le dijo Dios: "Tu nombre no será ya Jacob, sino Israel será tu nombre" (Gn 35,6-10). Dios es llamado Dios (cf. Gn 31,13; 32,28. 30; 35,7. 9. 10), y lo será.

Como todos asintieron con sus cabezas, proseguí yo:

-Por considerarlos necesarios, voy a citarles otros textos en que se nos cuenta cómo, cuando huía de su hermano Esaú, se le apareció Aquel que es a la vez Ángel, Dios y Señor (cf. Gn 28,13. 16. 17. 19), el mismo que bajo la forma de un hombre (andrós) se le apareció a Abrahán (cf. Gn 18,2), y bajo la forma de un ser humano (anthrópos) luchó con el mismo Jacob (cf. Gn 32,24). Helos aquí: "Se alejó Jacob del pozo del juramento y marchó hacia Jarán. Llegó a un paraje, donde se durmió, pues había declinado el sol. Tomó una piedra de aquel lugar y se la puso bajo la cabeza, se durmió y soñó. Vio una escalera que fuertemente fijada en la tierra y que llegaba hasta el cielo; y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba apoyado sobre ella. Y le dijo: "Yo soy el Señor, el Dios de Abrahán, tu padre, y de Isaac. No temas. La tierra sobre la que duermes, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como la arena de la tierra, y se extenderá hasta el mar, hasta el Sur, el Norte y el Levante. Serán bendecidas en ti todas las tribus de la tierra, en tu descendencia. Mira que yo estoy contigo, guardándote en todo camino por donde andes; y te haré volver a esta tierra, porque no te abandonaré hasta cumplir cuanto te he dicho". Despertó Jacob de su sueño y dijo: "El Señor está en este lugar y yo no lo sabía". Tuvo miedo y dijo: "¡Qué terrible es este lugar! No es otra cosa que la casa de Dios y la puerta del cielo". A la aurora se levantó Jacob, tomó la piedra que se había puesto por cabecera, la puso como altar conmemorativo y derramó aceite sobre la punta. Jacob llamó a aquel lugar "Casa de Dios". La ciudad se llamaba antes Ulammaús" (Gn 28,10-19).

LIX
El otro Dios se apareció a Moisés, y es diferente del Padre

-Permítanme -añadí- que les demuestre también por el libro del Éxodo cómo el mismo, que se apareció a Abrahán y Jacob, que es a la vez Ángel, Dios y Señor, hombre y ser humano, se manifestó y habló con Moisés en la llama de fuego desde la zarza (cf. Ex3,2).

Respondieron ellos que me oirían con gusto, sin cansarse y fervorosamente, por lo que yo proseguí:

-He aquí, pues, lo que está escrito en el libro titulado Éxodo: "Después de aquellos muchos días, murió el rey de Egipto y gimieron los hijos de Israel por causa de sus trabajos" (Ex 2,23), y lo demás hasta: "Ve y reúne a los ancianos de Israel y les dirás: "El Señor, el Dios de sus padres se me ha aparecido, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, diciéndome: Yo velo sobre ustedes, y cuanto les ha sucedido en Egipto"" (Ex 3,16).

Después de esto añadí:

-¿Comprenden, señores, que ese ángel que Moisés dice que le habló en la llama de fuego, es el mismo, que siendo Dios, le manifestó a Moisés que Él es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob?" (cf. Ex 3,2. 24. 25; 3,6. 11-16).

LX
La zarza ardiente

Trifón dijo:

-No es así como nosotros comprendemos las palabras que has citado, sino que fue un ángel el que se apareció en la llama de fuego, y Dios el que habló con Moisés (cf. Ex 3,2; Hch 7,30; 6,11); de modo que en la visión de entonces hubo juntamente un ángel y Dios.

Yo le respondí:

-Aún cuando entonces se diera eso, ¡oh amigos!, es decir, que en la visión concedida a Moisés hubo juntamente un ángel y Dios; como se les demuestra por las palabras antes transcritas, no puede ser el Creador del universo el Dios que dijo a Moisés que Él era el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (cf. Ex 3,16), sino el que ya les demostré que apareció a Abraham y a Jacob (cf. Gn 18,1; 31,13; 32,30; 35,7. 9), el que sirve a la voluntad del Creador del universo, y que, en efecto, cumplió los designios de Él en el juicio de Sodoma. De suerte que incluso cuando fuera como dicen, que hubo allí dos, un ángel y Dios, nadie absolutamente, por poca inteligencia que tenga, se atreverá a decir que fue el Creador del universo y Padre quien, dejando todas sus moradas supracelestiales, apareció en una mínima porción de la tierra.

Trifón dijo:

-Puesto que nos has demostrado ya que el que se apareció a Abraham, y se llama Dios y Señor (cf. Gn 18,1; 19,24) por el Señor que está en los cielos, se hizo cargo de infligir a Sodoma el castigo, también ahora entenderemos, que había un ángel (cf. Ex 3,2) con Aquel con que habló a Moisés, y que era Dios, ese Dios que desde la zarza se manifestó a Moisés no fue el Dios Creador del universo, sino el que se nos demostró haberse aparecido a Abraham y Jacob. El cual se también llama ángel del Dios Creador del universo (cf. Gn 18,10. 14; 31,11; Ex 3,2), y se comprende que lo sea, por ser Él quien anuncia a los hombres lo que viene del Padre y Creador del universo.

Y yo, a mi vez:

-Ahora, sin embargo, ¡oh Trifón!, voy a demostrarles que, en la visión de Moisés, este mismo llamado ángel, que es Dios (cf. Ex 3,2. 6), fue el único que se apareció al mismo Moisés y conversó con él. El Verbo, en efecto, dijo así: "El ángel de Dios se le apareció en una llama de fuego desde la zarza, y él veía que la zarza ardía, pero no se consumía. Y dijo Moisés: "Me acercaré a ver esta gran visión, porque la zarza no se consume". Cuando vio el Señor que se acercaba para ver, le llamó el Señor desde la zarza" (Ex 3,2-4). Ahora bien, a la manera que el que se apareció a Jacob en sueños, el Verbo le llama "ángel" (cf. Gn 31,11), sin embargo, después agrega que ese ángel que se le aparece entre sueños le dijo: "Yo soy el Dios que se te apareció cuando huías de la presencia de Esaú, tu hermano" (Gn 31,13; 35,1); también en tiempos de Abraham, a propósito del juicio de Sodoma, dice que el Señor que está junto al Señor en los cielos (cf. Gn 19,24) ejecutó el castigo; así aquí, cuando dice que el ángel del Señor se apareció a Moisés (cf. Ex 3,2), y después lo designa como Señor y Dios (cf. Ex 3,6-7), el Verbo habla del mismo a quien, en los numerosos textos citados, llama servidor de Dios que está por encima del mundo, sobre quien no hay ningún otro.

LXI
La potencia engendrada por el Padre fue evocada en el libro de Proverbios

Les voy a presentar, ¡oh amigos!, otro testimonio tomado de las Escrituras sobre que Dios engendró (cf. Pr 8,25), como principio antes de todas las criaturas (cf. Gn 1,1; Pr 8,22; Col 1,15), de sí mismo cierta potencia verbal, la cual es llamada también por el Espíritu Santo "Gloria del Señor" (cf. Is 40,5; Sal 18,1), y unas veces hijo, otras sabiduría (cf. Pr 8,1s.), ora ángel, ora Dios, o bien Señor y Verbo; y ella se llama a sí misma "jefe del ejército" (cf. Jos 5,14. 15), cuando se aparece en forma humana a Jesús (Josué), hijo de Navé (cf. Jos 5,13). Así que todas estas denominaciones le vienen por estar al servicio del designio del Padre y por haber sido engendrada por voluntad del Padre (cf. Pr 8,25).¿Acaso no vemos que algo semejante se da en nosotros? En efecto, al proferir una palabra, engendramos un verbo, pero no lo proferimos por amputación, de modo que se disminuya aquella que está. Algo semejante vemos también en un fuego que se enciende de otro, sin que se disminuya aquel del que se tomó la llama, permaneciendo por el contrario semejante a sí mismo; igualmente el fuego encendido también existe de modo visible, sin haber disminuído aquel de donde se encendió. Pero será el Verbo de la sabiduría el testimoniará por mí, puesto que él mismo es ese Dios engendrado por el Padre del universo, que subsiste como Verbo y Sabiduría, Potencia y Gloria del que le engendró y que, por intermedio de Salomón, dice así: "Si les anuncio lo que sucede cada día, me acordaré de enumerarles las cosas que son desde la eternidad. El Señor me estableció principio de sus caminos para sus obras. Antes del tiempo me cimentó, en el principio, antes de crear la tierra, antes de crear los abismos, antes que brotarán las fuentes de las aguas, antes de formar las montañas; antes de todos los collados, me engendró. Dios hizo los países, la tierra inhabitada y las cumbres habitadas bajo el cielo. Cuando preparaba el cielo, yo estaba en su compañía, y cuando colocaba su trono sobre los vientos, cuando afirmaba las nubes en lo alto y establecía las fuentes del abismo; cuando afirmaba los cimientos de la tierra, junto a Él estaba obrando. Yo era con quien Él se alegraba; día a día me regocijaba en su presencia en todo momento, porque Él se alegraba de la tierra habitada que había acabado, y encontraba su gozo en los hijos de los hombres. Ahora, pues, hijo, escúchame. Bienaventurado el hombre que me escuche y el ser humano que guarde mis caminos, el que vela delante de mis puertas día a día, y custodia los pilares de mis entradas. Porque mis salidas son salidas de vida, y un favor le está preparado junto al Señor. Pero los que contra mí pecan, cometen impiedad contra sus propias almas; los que me aborrecen, aman la muerte" (Pr 8,21-36).

LXII
La potencia engendrada por el Padre fue evocada en el Génesis

Eso mismo, amigos, expresó el Verbo de Dios por intermedio de Moisés cuando nos indica que sobre aquél que dio a conocer (aquí), Dios se expresa en ese mismo sentido a propósito de la creación del hombre, al decir estas palabras: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y que mande sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre las bestias, y sobre toda la tierra, y sobre todos los reptiles que reptan sobre la tierra. E hizo Dios al hombre; a imagen de Dios le hizo; macho y hembra los hizo. Y los bendijo Dios diciendo: "Crezcan y multiplíquense, llenen la tierra, y dominen sobre ella"" (Gn 1,26-28). Para que no tuerzan las palabras citadas y digan lo que dicen sus maestros, que Dios se dirigió a sí mismo al decir "hagamos" (cf. Gn 1,26), del mismo modo que nosotros, cuando vamos a hacer algo decimos frecuentemente "hagamos", o que habló con los elementos, es decir, con la tierra y demás de que sabemos se compone el hombre, y a ellos dijo: "hagamos"; les voy a citar ahora otras palabras del mismo Moisés, por las cuales, sin discusión posible, podemos reconocer que conversó Dios con alguien que era numéricamente distinto y de naturaleza verbal. Helas aquí: "Dijo Dios: "He aquí que Adán se ha hecho como uno de nosotros para conocer el bien y el mal"" (cf. Gn 3,22). Al decir "como uno de nosotros", indica el número de los que se han reunido entre sí, y que por lo menos son dos. Porque no puedo yo tener por verdadera la doctrina que enseña la que ustedes llaman "secta", o que sus maestros puedan demostrar que habla Dios con los ángeles, o también que el cuerpo humano es obra de ángeles. Sino que este brote (cf. Sal 109,3; Pr 8,22; Col 1,15) emitido realmente del Padre, estaba con Él antes de todas las criaturas, y con ése conversa el Padre, como nos lo manifestó el Verbo por intermedio de Salomón, al decirnos que ese mismo ser fue al mismo tiempo Principio antes de todas las criaturas y brote (cf. Gn 1,1; Pr 8,22; Col 1,15) engendrado por Dios, que por Salomón es llamado Sabiduría (cf. Pr 8,1s.). Y, como lo dije indicando la misma cosa, jefe del ejército, por la revelación hecha a Josué, hijo de Navé. Para que también por este pasaje vean claro lo que digo, escuchan las palabras tomadas del libro de Josué. Éstas son: "Sucedió que cuando estaba Josué sobre Jericó, levantando sus ojos, vio a un hombre de pie delante de sí, con su espada desnuda en la mano. Adelantándose Josué, le dijo: "¿Eres nuestro o de los contrarios?". Y Él le contestó: "Yo soy el jefe del ejército del Señor, que he venido ahora. Josué se postró rostro por tierra y le dijo: "Señor, ¿qué ordenas a tu siervo?". Y dijo el jefe del ejército del Señor a Josué: "Desata las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa". Jericó estaba cerrada y fortificada, nadie salía ni entraba de ella. Y dijo el Señor a Josué: "Mira que entrego en tus manos a Jericó y a su rey, que está en ella, poderosos por su fuerza"" (Jos 5,13-6,2).

LXIII
Pregunta de Trifón sobre el nacimiento virginal, la muerte y resurrección de Cristo

Trifón dijo:

-Con vigor y copiosamente has demostrado ese punto, amigo. Demuestra ahora que ése se dignó nacer hombre de una virgen según la voluntad de su Padre, ser crucificado y morir, y pruébanos, en fin, que después de eso resucitó y subió al cielo.

Yo respondí:

-También eso ya está demostrado por las palabras de las profecías por mí precedentemente citadas (cf 13,6-7; 43,3 52,2; 54,1-2), que para beneficio de ustedes voy a citar y explicar nuevamente, a ver si logro también nos pongamos en esto de acuerdo. Esta palabra que pronunció Isaías: "Su generación, ¿quién la contará? Porque su vida fue arrebatada de la tierra" (Is 53,8), ¿no te parece haber sido dicha en el sentido de que no tiene su nacimiento de hombres Aquel que Dios dice haber sido entregado a la muerte a cuada de los pecados de su pueblo (cf. Is 53,8. 12)? Y de su sangre, como antes dije, señaló Moisés, hablando en figura, que "había de lavar su vestidura en la sangre de la uva" (Gn 49,11), dando a entender que su sangre no vendría de germen humano, sino de la voluntad de Dios (cf. Jn 1,13). Y las palabras de David: "En los esplendores de tus santos, del seno, antes de la aurora, te engendré. Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (Sal 109,3-4), ¿no significan para ustedes que desde toda la antigüedad, y por el seno de un ser humano había de engendrarle el que es Dios y Padre del universo? En otro pasaje también anteriormente citado dice: "Tu trono, ¡oh Dios!, por la eternidad de la eternidad. Cetro de rectitud, el cetro de tu reino. Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios, con el óleo de alegría, más que a tus compañeros. Mirra, áloe y casia exhalan tus vestidos, de estancias de marfil, de las que te alegraron. Hijas de reyes van en tu cortejo. La reina se puso a tu derecha, vestida con manto de oro, en variedad de colores. Escucha, hija, mira e inclíname tu oído: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre; y codiciará el rey tu hermosura. Porque Él es tu Señor y tú le adorarás" (Sal 44,7-13). Expresamente nos dan a entender estas palabras que hay que adorarle, que es Dios y Cristo (cf. Sal 44,13. 7. 8), atestiguado por Aquel que ha hecho este (mundo). A quienes creen en Él, unidos en una misma alma, una misma Sinagoga y una misma Iglesia, constituida por su nombre y que participa en su nombre (porque todos nos llamamos cristianos), el Verbo de Dios les habla como a su hija, y aquellas palabras lo proclaman manifiestamente, a par que nos enseñan a olvidarnos de nuestras antiguas costumbres, que nos vienen de nuestros padres, con estos términos: "Oye, hija, mira, e inclina tu oído, olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre. El rey deseará tu belleza; porque Él es tu Señor y tú le adorarás" (Sal 44,11-13).

LXIV
El otro Dios es también aquel de los judíos

Trifón dijo:

-Que sea reconocido como Señor, Cristo y Dios (cf. Sal 44,12. 8. 7), conforme lo significan las Escrituras; pero por ustedes, aquellos de las naciones, que por su nombre han venido todos a llamarse cristianos; mientras que nosotros, servidores del Dios mismo que a éste le hizo, no tenemos necesidad alguna ni de confesarle ni de adorarle (cf. Sal 44,13).

A esto le respondí yo:

-¡Oh Trifón!, si yo fuera como ustedes, hombre amigo de vanas querellas, no continuaría discutiendo con ustedes, que no se disponen a entender lo que se dice, sino que piensan sólo en aguzar el ingenio para replicar; pero como temo el juicio de Dios, no me apresuro a afirmar de ningún individuo de su raza que no pertenezca al número de los que, por la gracia del Señor Sabaoth, pueden ser salvados (cf. Is 1,9; 10,22; Rm 9,27-29; 11,5). Por eso, por más malicia que muestren, yo continuaré respondiendo a cada uno de sus ataques y de sus objeciones; por otra parte, hago lo mismo con todos absolutamente, de cualquier nación que sean, que quieren discutir conmigo o interrogarme sobre estas cuestiones. Ahora bien, que cuantos se salvan de su raza son salvados (cf. Is, 1,9) por Él y permanecen en su parte (cf. Za 2,12; Dt 32,9?), cosa es que ya hubieran comprendido si hubieran prestado atención a los pasajes anteriormente por mí citados de las Escrituras; y, evidentemente, no me hubieran sobre ello preguntado. Voy, pues, a citar nuevamente las palabras de David (cf. 37,3-4), y les ruego que apliquen su celo a entenderlas y no sólo a mostrar una vil contradicción. Las palabras, pues, que David dijo son éstas: "El Señor reina, irrítense los pueblos. Él se sienta sobre los querubines, estremézcase la tierra. El Señor en Sión es grande, y excelso sobre todos los pueblos. Confiesen tu nombre grande, porque es terrible y santo, y el honor del rey ama el juicio. Tú preparaste rectitudes, el juicio y la justicia en Jacob, tú los has cumplido. Ensalcen al Señor Dios nuestro y póstrense ante el estrado de sus pies, porque es santo. Moisés y Aarón entre sus sacerdotes; Samuel entre los que invocan su nombre. Invocaban al Señor y Él los escuchaba. En columna de nube les hablaba, porque observaban sus testimonios y los preceptos que Él les dio" (Sal 98,1-7). Hay también otras palabras de David, ya citadas también antes (cf, 34,3-6), que ustedes, erróneamente, pretenden que fueron dichas por Salomón, pues llevan por título "Sobre Salomón"; pero yo he demostrado que no se dicen por Salomón. Por ellas se prueba que Aquel (el Cristo) existía antes que el sol (cf. Sal 71,17), y que cuantos de su pueblo son salvados, por Él serán salvados (cf. Sal 71,4). Helas aquí: "¡Oh Dios!, da tu juicio al rey y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia y a tus pobres en el juicio. Que las montañas reciban paz para el pueblo, y las colinas justicia. Hará justicia a los pobres del pueblo, y salvará a los hijos de los indigentes, abatirá al calumniador. Permanecerá con el sol y la luna por las generaciones de las generaciones" (Sal 71,1-5), y lo que sigue hasta: "Antes que el sol permanece su nombre, y serán bendecidas en Él todas las tribus de la tierra. Todas las naciones le proclamarán bienaventurado. Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, el único que hace maravillas, bendito sea el nombre de su gloria por la eternidad de la eternidad. Y se llenará de su gloria toda la tierra. Así sea. Así sea" (Sal 71,17-19).

Por otras textos que anteriormente les cité (cf. 30,1) como dichas también por David, deben recordar que él debía de venir de lo alto del cielo (cf. Sal 18,7) y volver nuevamente a los mismos lugares, a fin de que lo reconozcan como un Dios que viene de arriba (cf. Za 12,10; Jn 19,37; Ap 1,7) y hecho hombre entre hombres, y que volvería Aquel a quien habían de ver y llorar aquellos que lo traspasaron con sus golpes (cf. Za 12,10). He aquí el texto: "Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la obra de sus manos, la pregona el firmamento. El día al día le anuncia una palabra, la noche a la noche le anuncia el conocimiento. No hay rumores ni palabras cuya voz no se oiga. A toda la tierra alcanza el eco de sus voces, y hasta el extremo del mundo sus palabras. Bajo el sol se levanta su carpa, y él, como un esposo que sale del tálamo nupcial se regocija, fuerte como un gigante que corre su carrera. Se asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo, nada se sustrae a su calor" (Sal 18,2-7).

LXV
Dios declara que él no da a ningún otro su gloria. Explicación de Justino

Trifón dijo:

-Impresionado por tantos pasajes de la Escritura, no sé qué decir sobre aquel otro, donde según Isaías, dice Dios que a ningún otro dará su gloria. Helo aquí: "Yo soy el Señor Dios: este es mi nombre. Mi gloria Yo no la daré a otro, ni tampoco mis virtudes" (Is 42,8).

Y yo:

-Si con sencillez y no con malicia te has callado, ¡oh Trifón!, al citar esas palabras sin precederlas de lo que antecede ni añadir lo que sigue, merecerías disculpas; pero si lo has hecho pensando que vas a arrojar la discusión en un callejón sin salida y obligarme a decir que las Escrituras se contradicen entre sí, te has equivocado. Pues yo jamás tendré la audacia de pensar ni decir semejante cosa. Si alguna vez se me objeta alguna Escritura que parezca contradictoria con otra y que pudiera dar pretexto a pensarlo; convencido como estoy que ninguna puede ser contraria a otra, por mi parte, antes confesaré que no las entiendo, y a los que piensan que puedan entre sí contradecirse, pondré todas mis fuerzas en persuadirles que piensen lo mismo que yo. Ahora, con qué intención hayas tú propuesto tu dificultad, Dios lo sabe. Por mi parte, les voy a recordar cómo se dijo esa palabra, para que a partir de ella misma puedan reconocer que Dios no da su gloria a nadie más que a su Cristo (cf. Is 42,8). Retomaré, amigos, unas breves palabras que se encuentran en la misma unidad que aquellas citadas por Trifón, y otras también que siguen dentro del mismo contexto. No las voy a citar de otro pasaje, sino tal como han sido reunidas. Ustedes préstenme atención. Helas aquí: "Así habla el Señor, el Dios que hizo el cielo y lo afirmó, el que constituyó la tierra y cuanto hay en ella, el que da aliento al pueblo que hay en ella y un espíritu a cuantos la recorren. "Yo el Señor Dios te llamé en justicia, te tomaré de la mano y te fortaleceré. Yo te hice alianza del pueblo, luz de las naciones, para abrir los ojos a los ciegos, para liberar de sus cadenas a los encadenados, y del calabozo a los que se sientan en las tinieblas. Yo soy el Señor Dios. Este es mi nombre. Mi gloria, no he de darla a otro, ni mis virtudes a las figuras esculpidas. Miren que viene lo que es desde el principio. Nuevas son las cosas que les anuncio, y antes de anunciarlas, ya les fueron mostradas. Entonen a Dios un himno nuevo: su principio parte desde los confines de la tierra. Oh ustedes los que bajan al mar y navegan siempre; Oh ustedes, islas y los que habitan en ellas. Alégrate, yermo, sus aldeas y los campos, los que habitan en Cedar se alegrarán, y los que habitan la roca, desde la cima de las montañas gritarán. Darán gloria a Dios, anunciarán en las islas sus virtudes. El Señor Dios de los Potestades saldrá, excitará la guerra, despertará el ardor, y gritará con fuerza contra los enemigos"" (Is 42,5-13).

Terminada mi cita, les dije:

-¿Entienden, amigos, cómo Dios dice que dará su gloria (cf. Is 42,8) a aquel a quien puso por luz de las naciones (cf. Is 42,6), y no a otro (cf. Is 42,8)? Esto no significa, como dijo Trifón, que Dios se reserve para sí mismo su gloria.

Trifón dijo:

-Entendido queda también eso. Termina, pues, lo que te queda de tu discurso.

LXVI
El nacimiento virginal de Jesucristo

Y yo, reanudando mi razonamiento allí donde interrumpí mi demostración (cf. 43,5-6) de que Él había nacido de una virgen, y que ese nacimiento por intermedio de la una virgen así había sido profetizado por Isaías, repetí otra vez la profecía: "Continuó el Señor, hablando con Acaz, diciendo: "Pide para ti un signo al Señor Dios tuyo, en el abismo o en la altura". Dijo Acaz: "No lo pediré ni tentaré al Señor". Y dijo Isaías: "Oigan ahora, ¡oh casa de David! ¿Acaso es poco para ustedes dar combate a los hombres? ¿Cómo es que disputan también con el Señor? Por eso, el Señor mismo les dará un signo. Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, se llamará Emmanuel. Leche y miel comerá. Antes de que conozca o sepa escoger el mal, escogerá el bien. Por eso, antes de que sepa el niño distinguir el bien o el mal, rechazará el mal para escoger el bien. Porque antes de que el niño sepa decir padre o madre, recibirá el poder de Damasco y los despojos de Samaria delante del rey de los asirios. Y será ocupada la tierra que será para ti dura carga, por la presencia de los dos reyes. Pero el Señor traerá sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días como no han venido todavía sobre ti, desde el día en que separó Efraín de Judá al rey de los asirios" (Is 7,10-17; 8,4).

Y añadí:

-Ahora bien, cosa evidente es para todo el mundo que, fuera de nuestro Cristo, nadie jamás nació de una virgen (cf. Is 7,14) en el linaje carnal de Abraham, ni se dijo de nadie tal cosa.

LXVII
Para Trifón el nacimiento virginal es tan absurdo como el mito de Perseo. Sería mejor afirmar que Jesús, hombre entre los hombres, fue elegido por su observancia de la ley

Trifón respondió:

-La Escritura no dice: "Miren que una virgen concebirá y dará a luz un hijo", sino: "Miren que una joven concebirá y dará a luz un hijo" (cf. Is 7,14), y lo demás que sigue tal como tú lo dijiste. Toda la profecía está dicha con relación a Ezequías, en quien consta haberse cumplido todo, conforme a estas predicciones. Por otra parte, en las llamadas fábulas de los griegos, se cuenta que Perseo nació de Dánae, siendo ésta virgen, pues fluyó a ella en forma de lluvia de oro el que entre ellos se llama Zeus. Vergüenza les debería dar a ustedes decir las mismas cosas que ellos, y más valdría afirmar que ese Jesús ha nacido hombre de entre los hombres, y que si se demuestra por las Escrituras que es el Cristo, deberían creer que mereció ser escogido para Cristo por haber vivido conforme a la Ley de manera perfecta. Pero no nos vengan a contar esos prodigios, no sea que den pruebas de ser tan necios como los griegos.

A esto le respondí yo:

-De una cosa quisiera que te persuadieras tú, ¡oh Trifón!, y, en general, todos los hombres, y es que, aún cuando me dirigieran por malicia o por burla peores cosas todavía, no lograrían apartarme de mi propósito; antes bien, de las mismas palabras y hechos que me objetan para confundirme, yo seguiré sacando, junto con el testimonio de las Escrituras, las pruebas de lo que digo. Ahora, particularmente, no procedes rectamente ni según quien quiere el amor de la verdad, cuan do te ingenias para volverte atrás de los acuerdos en que habíamos ya venido, a saber, que algunos de los mandamientos puestos por Moisés se deben a la dureza de corazón de su pueblo. Y así acabas de decir que por su conducta conforme a la Ley habría Él sido elegido y hecho Cristo, y eso si se demostrara que es el Cristo.

Trifón dijo:

-Tú mismo nos reconociste que fue circuncidado (cf. Lc 2,21) y que observó todas las otras prescripciones legales instituidas por Moisés.

Y yo le respondí:

-Cierto que reconocí y lo sigo reconociendo; pero no acepté que se sometiera a todo eso, como si por su observancia hubiera de justificarse, sino por cumplir la economía querida por su Padre, Creador del universo, Señor y Dios. Porque también reconozco que asumió morir crucificado, hacerse hombre y sufrir cuanto quisieron hacer con Él los de su raza. Pero ya que nuevamente, ¡oh Trifón!, te niegas a admitir lo que antes habías admitido, respóndeme: los justos y patriarcas que vivieron antes de Moisés sin haber guardado nada, según lo que muestra el Verbo, de lo que tuvo en Moisés su principio de ordenamiento, ¿serán salvados en la heredad de los bienaventurados, o no?

Trifón dijo:

-Las Escrituras me obligan a concedértelo.

-De modo semejante -le dije- te pregunto nuevamente: sus ofrendas y sacrificios, ¿mandó Dios a sus padres que se los hicieran por tener necesidad de ellos o por la dureza de su corazón e inclinación a la idolatría?

-También eso -me contestó- nos fuerzan las Escrituras a admitirlo.

-¿Y no anunciaron también de antemano las Escrituras -proseguí yo- que promete Dios establecer una Alianza nueva (cf. Jr 31,31), distinta de la del monte Horeb?

-También eso lo anunciaron, respondió.

-La antigua Alianza (cf. 2 Co 3,14?) -dije-, ¿no fue instituida para sus padres con temor y temblor (cf. Ex 19,16ss.; 20,18ss.; Hb 12,19-21), hasta el punto de no poder ellos ni siquiera oír a Dios?

También esto lo reconoció Trifón.

-¿Qué se sigue, pues, de ahí? -dije-. Que Dios prometió que habrá otra Alianza, no establecida como se estableció la primera (cf. Jr 31,32); sin temor ni temblor, sin rayos (cf. Ex 19,16); (una Alianza) que mostraría qué precepto y qué obra entiende Dios como eternos, adaptados a toda raza, y qué es lo que mandó, como lo proclama por intermedio de los profetas, adaptándose a la dureza de corazón de su pueblo.

-Es necesario -contestó- que también esto admita quien sea amador de la verdad y no de la disputa.

-No sé cómo -le dije- puedes acusar a nadie de amador de disputas, cuando tú mismo te has mostrado muchas veces tal, al contradecir con frecuencia lo mismo que habías admitido.

LXVIII
Las enseñanzas de Cristo no son enseñanzas humanas. La profecía de Isaías se refiere a Cristo, no a Salomón

Trifón dijo:

-Es que intentas demostrar algo increíble y poco menos que imposible, a saber, que Dios pudiera tolerar ser engendrado y hacerse hombre.

-Si me hubiera lanzado -respondí- a demostrarles eso apoyado en enseñanzas o argumentos humanos (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), ustedes no me tolerarían. Pero cuando sobre este punto tantas Escrituras han sido aducidas, generalmente citándolas, comprometiéndoles para que las reconozcan, ustedes se vuelven duros de corazón para comprender el pensamiento y la voluntad de Dios. Pues bien, si están decididos a permanecer siempre tales, yo ningún daño he de recibir de ello, sino que, teniendo lo mismo que antes de trabar trato con ustedes tenía, me separaré de ustedes.

Trifón me dijo:

-Considera, ¡oh amigo!, que con mucho trabajo y esfuerzo has llegado tú a poseer eso que tienes; también nosotros, sólo después de examinar todo lo que se nos presenta, debemos admitir aquello a que las Escrituras nos obligan.

A lo cual yo dije:

-No es que les pida que no luchen por todos los modos en el examen de lo que discutimos, sino que, no teniendo nada que objetar, no contradigan lo que una vez declararon estar de acuerdo.

Trifón me contestó:

-Así lo procuraremos hacer.

Para completar -proseguí yo-, las cuestiones ya presentadas, quisiera ahora interrogarlos yo a ustedes, pues por medio de estas preguntas me esforzaré en conducir rápidamente la discusión a su término.

-Pregunta -dijo Trifón-.

-¿Acaso -dije yo- les parece que hay otro a quien se debe adorar y a quien en las Escrituras se le llama Señor y Dios (cf. Sal 44,7. 8. 12. 13), fuera del Creador de este todo, y fuera de su Cristo, el que por tantas Escrituras se les ha demostrado que se hizo hombre?

-¿Cómo podemos -dijo Trifón- confesar nosotros que lo haya, cuando tan larga discusión entablamos sobre si existe algún otro fuera del solo Padre?

-Necesito -dije- hacerles esa pregunta, no sea que piensen ahora de modo diferente de como entonces convinieron.

-No es le caso, amigo, dijo él.

-Si realmente así lo admiten -dije yo, cuando el Verbo dice: "Su generación, ¿quién la contará?" (Is 53,8), ¿no deben ya comprender que no es Cristo el retoño de un linaje humano?

-Entonces -dijo Trifón-, ¿cómo dice la palabra a David que de "sus entrañas se tomará para sí Dios un hijo, para él establecerá el reino y le sentará sobre el trono de su gloria?" (cf. Sal 131,11; 2 S 7,12-16; Hch 2,30).

-Si la profecía, ¡oh Trifón!, que dijo Isaías, no se dirigiera a la casa de David (cf. Is 7,13): "Miren que una virgen concebirá" (Is 7,14), sino a otra casa de las doce tribus, tal vez la cosa tendría alguna dificultad; pero como esta profecía se refiere a la casa de David, lo que misteriosamente fue dicho por Dios a David, Isaías explicó cómo había de suceder. A no ser, amigos, que ignoren -dije- que muchas palabras dichas de modo oscuro, en parábolas, misterios o símbolos de acciones, las explicaron los profetas que sucedieron a los que las dijeron o hicieron.

-Ciertamente, contestó Trifón.

-Si, pues, les demuestro -proseguí- que esta profecía de Isaías se refiere a nuestro Cristo y no, como ustedes dicen, a Ezequías, ¿no será bien que también aquí los exhorte a no dar fe a sus maestros que se atreven a afirmar que en algunos puntos no es exacta la traducción hecha por sus setenta Ancianos, que estuvieron junto a Ptolomeo, rey de Egipto? Es así que cuando un pasaje de la Escritura los arguye potentemente de opinión insensata y llena de suficiencia, se atreven a decir que no está así en el texto original; y lo que piensan poder conducir a acciones de las que el hombre sería la medida, eso dicen que no se dijo sonre nuestro Jesucristo, sino por quien ellos pretenden interpretarlo. Que es lo que pasa con la presente Escritura, sobre que estamos conversando, y que les han enseñado fue dicha con referencia a Ezequías. En esto, como lo prometí, les demostraré que están equivocados. Por otra parte, si les citamos Escrituras que expresamente demuestran que el Cristo ha de ser juntamente sufriente y adorable y Dios (cf. Is 53,4; Sal 71,11; 98,5. 9; Gn 18,1) -y son esas que les he alegado a ustedes-, deben reconocer que sí se refieren al Cristo, pero tienen la audacia de decir que Aquel no es el Cristo, no obstante confesar que Él ha de venir a sufrir, reinar y ser adorado como Dios. Yo me encargaré de demostrar que tal modo de pensar es a par ridículo e insensato. Pero como tengo prisa por responder a lo que tú de modo ridículo me has objetado, a esto voy a responder primero, y más adelante daré las pruebas sobre lo demás.

LXIX
Las fábulas mitológicas sobre Dionisio y Hércules no son más que una falsificación diabólica de las profecías que anuncian el nacimiento virginal, los milagros de Jesús, su pasión y resurrección

Yo continué diciendo:

-Sábete, pues, bien, ¡oh Trifón!, que la fábula que ese que se llama diablo ha difundido, calumniando, entre los griegos, es lo mismo que cuanto obró por medio de los magos de Egipto (cf. Ex 7,11ss.) o de los falsos profetas en tiempo de Elías (cf. 1 R 18); todo eso, digo, no es sino un afianzamiento de mi conocimiento y de mi fe en las Escrituras. Así, cuando dicen que Dionisio es hijo de Zeus, nacido de la unión de éste con Sémele, y le hacen inventor de la vid y cuentan que, después de morir despedazado, resucitó y subió al cielo, e introducen al asno en sus misterios, ¿no tengo derecho a ver ahí contrahecha la profecía del patriarca Jacob (cf. Gn 49,11), antes citada (cf. 52,2; 53,1-4) y consignada por Moisés? De Heracles (= Hércules) nos dicen que fue fuerte y recorrió toda la tierra, que fue también hijo de Zeus, que nació de Alcmena, y que después de muerto subió al cielo; ¿no es todo eso igualmente un remedo de la Escritura dicha sobre Cristo: "Fuerte como un gigante para recorrer su camino" (cf. Sal 19,6)? En fin, cuando nos presenta a Asclepio resucitando muertos y curando las demás enfermedades, ¿no diré que también en esto quiere imitar el diablo las profecías sobre Cristo? Pero como no les he citado ninguna Escritura que indique que Cristo había de cumplir estas cosas, tendré forzosamente que recordar siquiera una. Por ella ha de serles fácil comprender cómo, incluso a los que habían desertado del conocimiento de Dios, quiero decir, a los gentiles, que teniendo ojos no veían y teniendo corazón no entendían (cf. Sal 113,12-13; Is 6,10), pues adoraban objetos fabricados de materia, el Verbo les predijo que renegarían de éstos para poner su confianza en este Cristo. La profecía dice así: "Alégrate, desierto, que estás sediento; regocíjate, desierto, y florece como lirio. Se regocijarán y florecerán los desiertos del Jordán. La gloria del Líbano le fue dada y la magnificencia del Carmelo. Mi pueblo verá la altura del Señor y la gloria de Dios. Fortalézcanse, manos desfallecientes y rodillas debilitadas. Consuélense, pusilámines de corazón; fortalézcanse y no teman. Miren que nuestro Dios hace y hará justicia. Él vendrá y nos salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y oirán los oídos de los sordos. Entonces saltará como ciervo el tullido y la lengua de los mudos será clara. Porque brotó en el desierto el agua y un torrente en tierra sedienta, la que no tenía agua se convertirá en marisma y en la tierra sedienta nacerá una fuente de agua" (Is 35,1-7). Una fuente de agua viva (cf. Is 35,7; Jn 4,10. 14) de parte de Dios hizo surgir este Cristo en el desierto del conocimiento de Dios (cf. Is 35,1. 6), es decir, en la tierra de las naciones: Él, que, aparecido en su pueblo, curó a los que de nacimiento y según la carne eran ciegos, sordos y tullidos (cf. Is 53,5-6; Mt 11,5; Lc 7,21-22; Jn 9,1), haciendo por su Palabra que unos saltaran, otros oyeran, otros recobraran la vista. Él resucitó e hizo vivir a los muertos, y por sus obras confundió a los hombres de entonces para que le reconocieran. Pero ellos, aún viendo estos prodigios, los tuvieron por ilusiones mágicas, y, efectivamente, tuvieron el atrevimiento de decir que era un mago (cf. Mt 9,34; 12,24; Mc 3,22; Lc 11,15), que descarriaba al pueblo (cf. Mt 27,63). Sin embargo, Él hacía esas obras para persuadir a los que habían de creer en Él que, aún cuando un hombre estuviere mutilado en su cuerpo, cumpliendo las enseñanzas que por Él nos fueron transmitidas, le resucitará íntegro en su segunda venida, y además le hará inmortal, incorruptible e impasible (cf. 1 Co 15,50ss.).

LXX
Los misterios de Mitra son una imitación diabólica de las profecías relativas al nacimiento de Cristo y a la eucaristía

Cuando los que confieren los misterios de Mitra afirman haber nacido él de una piedra, y llaman "cueva" al lugar donde, según la tradición, se inician los que creen en él, ¿cómo no reconocer aquí que imitan lo que dijo Daniel: "Una piedra fue separada sin mano alguna de la gran montaña" (cf. Dn 2,34), y lo mismo aquello de Isaías, cuyas palabras todas intentaron remedar? Porque, en efecto, tuvieron la habilidad de introducir entre ellos hasta palabras sobre la práctica de la justicia. Es necesario que les cite las palabras dichas por Isaías, a fin de que por ellas se den cuenta que es así. Son como siguen: "Escuchen, los que están lejos, lo que he hecho; los que se acercan, conocerán mi fuerza. Se alejaron los que en Sión eran pecadores; sobrecogerá el temblor a los impíos, ¿quién les anunciará el lugar eterno? El que camina en la justicia, el que habla según el camino recto, el que odia la iniquidad y la injusticia, el que guarda las manos limpias de regalos y tapa sus orejas para no oír el juicio injusto de sangre, y cierra sus ojos para no ver la injusticia: ése habitará en la caverna elevada de una fuerte roca. Pan le será dado, y su agua, confiable. Verán a un rey con gloria y sus ojos verán de lejos. Su alma practicará el temor del Señor. ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde están los consejeros? ¿Dónde el que cuenta a los que son alimentados, al pueblo menudo y grande? No tomaron con él consejo, no conocieron el fondo de sus palabras, hasta el punto de no oír. Pueblo envilecido y que no tiene inteligencia cuando oye" (Is 33,13-19). Ahora bien, es evidente que también habla en esta profecía acerca del pan que nuestro Cristo nos confió la tradición de celebrar en memorial de haberse Él hecho carne (cf. Is 33,16; 1 Co 11,24. 26; Lc 22,19) por los que creen en Él, por los que también se hizo sufriente, y de la copa que en memorial de su sangre nos mandó hacer en acción de gracias (cf. 1 Co 11,25. 26; Lc 22,19; Is 33,16). Además, la misma profecía pone de manifiesto que le veremos como Rey en la gloria (cf. Is 33,19). Y sus mismas palabras están diciendo a gritos que el pueblo del que se sabía de antemano que creería en Él, practicaría el temor del Señor (cf. Is 33,18). También están clamando estas Escrituras que quienes se imaginan conocer la letra de las Escrituras (cf. Is 33,19), al oír las profecías, no las comprenden (cf. Is 33,19). Cuando, pues, ¡oh Trifón! -concluí-, oigo hablar de que Perseo nació de una virgen, comprendo que también se trata de una imitación de la serpiente del error.

LXXI
La traducción de Is 7,14 por los Setenta es rechazada por los judíos, que han hecho desaparecer de la Escritura ciertas profecías que proclaman claramente la crucifixión de Cristo y su divinidad

A quienes no presto fe alguna es a sus maestros, que no admiten esté bien hecha la traducción de los setenta Ancianos que estuvieron con Ptolomeo, rey de Egipto, sino que se ponen ellos mismos a traducir. Quiero además que sepan que ellos han suprimido totalmente muchas de las Escrituras de la versión elaborada por los Ancianos que estuvieron con el rey Ptolomeo, por las que se demuestra que Aquel que fue crucificado, es proclamado Dios, hombre, crucificado y muerto. Estas traducciones sé que todos los de su raza las rechazan. Por eso no las haré intervenir en las cuestiones que nos ocupan, sino que pasaré a examinar aquellas que todavía son reconocidas entre ustedes. En efecto, cuantas hasta ahora les había alegado, todas las reconocen, excepto el texto: "Miren que una virgen concebirá, que ustedes dicen que hay que leer: "Miren que una joven concebirá" (cf. Is 7,14). Les prometí demostrar que esta profecía no se refiere a Ezequías, como a ustedes se lo han enseñado, sino a aquel que es para mí el Cristo. He aquí el momento de presentarles mi demostración.

Trifón dijo:

-Antes te rogamos nos cites algunas de las Escrituras que tú dices han sido completamente suprimidas.

LXXII
Ejemplos de pasajes mutilados: Esdras y Jeremías

Yo le contesté:

-Quiero hacer lo que les place. Pues bien, de los comentarios que Esdras hizo a la ley de la Pascua, quitaron el siguiente pasaje: "Dijo Esdras al pueblo: "Esta Pascua es nuestro salvador y nuestro refugio. Si reflexionan y sube a su corazón que hemos de humillarle sobre un signo y después de eso esperamos en Él, este lugar no quedará desolado jamás, dice el Dios de las potestades. Pero si no creyeran, ni oyeren su predicación, serán la irrisión de las naciones"" (Esd? Cf. 1 Co 5,7). De las palabras pronunciadas por intermedio de Jeremías quitaron también este pasaje: "Yo soy como cordero inocente que es llevado para ser sacrificado. Contra mí tramaron designios, diciendo: "Vengan, arrojemos un leño en su pan, borrémosle de la tierra de los vivientes, y que no se recuerde más su nombre"" (Jr 11,19). Este pasaje tomado de las palabras de Jeremías se halla todavía en algunas copias de las sinagogas de los judíos, pues la eliminación es de fecha reciente. Ahora bien, cuando por estas palabras se intenta demostrar que los judíos tuvieron consejo sobre Cristo mismo, decidiendo crucificarle y matarle, cuando Él mismo aparece, conforme fue profetizado por Isaías, como el cordero que es llevado al matadero (cf. Is 53,7), y es presentado como un cordero inocente, entonces, al no tener qué contestar recurren a la blasfemia. De las palabras también de Jeremías, eliminaron este pasaje: "Se acordó el Señor Dios, santo de Israel, de sus muertos, de los que se durmieron en la tierra de la tumba, y bajó a ellos para anunciarles la buena nueva de su salvación" (Jr? Cf. 1 P 4,6).

LXXIII
Las palabras "de lo alto del madero" fueron eliminadas del salmo 95

Del salmo noventa y cinco, de las palabras de David, suprimieron esta breve expresión: "De lo alto del madero". Porque diciendo: "Digan entre las naciones: "El Señor reina desde lo alto del madero"" (Sal 95,10), sólo dejaron: "Digan entre las naciones: "El Señor reina". Entre las naciones (cf. Sal 95,10), jamás se dijo de ninguno de los hombres de su linaje, que haya reinado como Dios y Señor (cf. Sal 95,1. 10; Sal 46,6. 9), excepto de este que fue crucificado, de quien en el mismo salmo nos dice el Espíritu Santo que fue salvado y resucitó, dándonos a entender que no es semejante a los dioses de las naciones; pues éstos no son sino ídolos de los demonios. Pero para que entiendan lo que digo, les voy a citar todo el salmo. El cual dice así: "Canten al Señor un cántico nuevo; cante al Señor, toda la tierra. Canten al Señor y bendigan su nombre. Anuncien, día tras día, la buena nueva de su salvación. Anuncien en las naciones su gloria, en todos los pueblos sus maravillas. Porque grande es el Señor, y digno sobremanera de alabanzas; terrible sobre todos los dioses. Porque todos los dioses de las naciones son demonios, mientras que el Señor hizo los cielos. Alabanza y belleza permanecen en su presencia, santidad y magnificencia en su santuario. Llévenle al Señor, familias de las naciones, llévenle al Señor gloria y honor. Lleven al Señor gloria en su nombre. Tomen ofrendas y entren en sus atrios. Adoren al Señor en su atrio santo. ¡Estremézcase en su presencia la tierra entera! Digan entre las naciones: "El Señor reina, porque Él enderezó la tierra que no se conmoverá; juzgará a los pueblos con rectitud. Alégrense los cielos y regocíjese la tierra; estremézcase el mar y cuanto contiene. Los campos exultarán y todo lo que allí se encuentra, todos los árboles del bosque se regocijarán en la presencia del Señor: Porque viene, porque viene a juzgar la tierra. Juzgará el mundo en la justicia y a los pueblos en su verdad" (Sal 95,1-13; cf. 1 Cro 16,23-33).

Trifón dijo:

-Si, como tú sostienes, nuestros principales del pueblo han suprimido algo de las Escrituras, sólo Dios lo sabe; sin embargo, tal cosa parece increíble.

-Sí -contesté yo-, parece increíble, pues es cosa más tremenda que haber fabricado el becerro de oro (cf. Ex 32), como lo hicieron aquellos que fueron saciados con el maná recogido en la tierra (cf. Ex 16,4-35; Nm 11,7-9; Dt 8,3), más que inmolar sus hijos a los demonios, o matar a los profetas mismos (cf. Mt 23,31; Lc 13,34). Pero a la verdad -añadí- me parece que ustedes no han oído hablar de las Escrituras que les he dicho ellos suprimieron; pues para demostrar lo que discutimos bastan y sobran tantas ya citadas, y otras que les citaré de las que aún se preservan entre ustedes.

LXXIV
El salmo 95 no habla del Padre, sino de la salvación por la cruz

Trifón dijo:

-Sabemos que las has citado por habértelo pedido nosotros. En cuanto al último salmo que has tomado de las palabras de David, no me parece a mí que se refiera a otro que al Padre, que hizo los cielos y la tierra (cf. Sal 95,1. 5. 9. 11. 13). Tú, en cambio, dices que se dijo por Aquel que se hizo sufriente, y que te esfuerzas por demostrarnos que también es el Cristo.

Yo le respondí:

-Reflexionen, les ruego, sobre la expresión que el Espíritu Santo emplea en este salmo, mientras yo les hablo, y se darán cuenta de que ni yo me engaño, ni ustedes han sido burlados. Porque ustedes también podrían comprender, una vez que entren en sí mismos, muchas otras cosas dichas por el Espíritu Santo: "Canten al Señor un cántico nuevo; cante al Señor, toda la tierra. Canten al Señor y bendigan su nombre. Anuncien, día tras día, la buena nueva de su salvación. Anuncien en las naciones su gloria, en todos los pueblos sus maravillas" (Sal 95,1-3; cf. 1 Cro 16,23-24). Es como si se dirigieran a Dios Padre del universo (cf. Sal 46,7. 8; Sal 95,5. 7), que ordena a aquellos de toda la tierra (cf. Sal 95,1), que conocen el misterio de esa salvación (cf. Sal 95,2), es decir, el sufrimiento de Cristo, por el que los salvó, que canten y alaben constantemente (cf. Sal 95,1. 2; Sal 46,7. 8), reconociendo que es digno de alabanza, temible, que hizo el cielo y la tierra (cf. Sal 95,4. 5; Sal 46,3), el que obró esta salvación por el género humano (cf. Sal 95,2), Aquel a quien, después de su muerte sobre la Cruz, el Padre le concedió reinar sobre toda la tierra (cf. Sal 46,8; Sal 95,10ss). "El Señor dijo a Moisés: He aquí que pronto descansarás con tus padres, y tu pueblo se va a prostituir siguiendo a los dioses extranjeros, en el país en que entrará, ellos me abandonarán, y romperán mi alianza, la que yo establecí para ellos. Mi cólera arderá contra ellos, en ese día. Yo los abandonaré y apartaré mi rostro de ellos. Será devorado, le alcanzarán muchos males y tribulaciones; y dirá en aquel día: "Porque el Señor Dios mío no está entre nosotros, me han sobrevenido estos males". Pero yo apartaré totalmente mi rostro de ellos en el día aquel, por causa de todo el mal que hicieron, pues se volvieron hacia otros dioses" (Dt 31,16-18).

LXXV
Jesús y ángel son nombres divinos

De la misma manera, en el libro del Éxodo, por intermedio de Moisés, fue anunciado de modo misterioso, y nosotros lo hemos comprendido así, que el nombre de Dios mismo era también Jesús, que dice no haber sido revelado ni a Abraham ni a Jacob (cf. Ex 6,3). Dice así: "El Señor dijo a Moisés: "Dile a este pueblo: Mira que yo envío a mi ángel delante de ti, para que te guarde en el camino, y te introduzca en la tierra que te he preparado. Atiéndele, escúchale y no le desobedezcas, porque no te abandonará, pues mi nombre está sobre él" (Ex 20,22; 23,20-21). Ahora bien, ¿quién introdujo a sus padres en la tierra (cf. Ex 23,20)? Entiéndanlo ya de una vez que fue aquel que era llamado con ese nombre de Jesús, aquel que antes llamaban Ausés (cf. Nm 13,16). Porque si esto comprenden, reconocerán que el nombre del mismo que dijo a Moisés: "Mi nombre está sobre él" (cf. Ex 23,21; Nm 13,17), era Jesús (Josué). Porque también se lo llamaba Israel, y cambió igualmente este nombre por el de Jacob (cf. Gn 32,28; 35,10). Por Isaías se pone de manifiesto cómo los profetas, enviados para anunciar lo que viene de Él (cf. Ex 23,20), son llamados ángeles y enviados de Dios (cf. Ex 23,20). Dice, en efecto, en alguna parte: "Envíame" (Is 6,8). Es evidente para todos que aquel que recibió el nombre de Jesús (Josué) fue un profeta poderoso y grande. Pues bien, si sabemos que en tantas formas se manifestó ese Dios a Abraham, a Jacob y a Moisés, ¿cómo dudamos y no creemos que pudiera, conforme a la voluntad del Padre del universo, nacer hombre de una virgen, cuando disponemos de tantas Escrituras por las que claramente se puede comprender que así efectivamente sucedió, conforme a la voluntad del Padre?

LXXVI
Otras profecías atestiguan la naturaleza humana y divina de Cristo, lo mismo que su misión redentora

Cuando Daniel designa "como un hijo de hombre" (cf. Dn 7,13) al que recibe el reino eterno (cf. Dn 14,27), ¿no da a entender eso mismo? Porque decir "como un hijo de hombre" significa ciertamente que apareció y se hizo hombre, pero pone de manifiesto que no es de un germen humano. Y cuando dice que es "una piedra desprendida sin concurso de mano alguna" (Dn 2,34), eso mismo está proclamando misteriosamente. Porque decir que fue desprendida sin ayuda de mano alguna da a entender que no es obra de los hombres, sino de la voluntad de Dios, Padre del universo, que la produjo. Cuando Isaías dice: "Su generación, ¿quién la contará?" (Is 53,8), es poner de manifiesto que su origen es inefable. Porque nadie, que sea hombre de entre los hombres, tiene un origen inefable. Al decir Moisés que "Él lavaría su vestido en la sangre de la uva" (Gn 49,11), ¿no es lo que ya muchas veces les he dicho que él había profetizado de forma velada? Porque anticipadamente declaró que Cristo ciertamente tendría sangre; pero no procedente de los hombres, de la misma manera que no es el hombre, sino Dios, quien produce la sangre de la viña. Cuando Isaías le llama ángel del gran designio (cf. Is 9,6), ¿no anunció de antemano que él era el maestro de lo que vino a enseñar? Estas grandes cosas que el Padre inscribió en su designio para todos aquellos que le son o en adelante le serán agradables, como para aquellos hombres o ángeles que se apartaron de su designio, sólo (Cristo) las enseñó abiertamente, diciendo: "Vendrán de Oriente y Occidente y se tomarán parte en el banquete con Abrahán, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores" (Mt 8,11-12; cf. Lc 13,28-29). Y: "Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no comimos, bebimos, profetizamos y expulsamos demonios en tu nombre?". Y yo les diré: "Apártense de mí"" (Mt 7,22-23; cf. Lc 13,26-27). Y he aquí otras palabras con las que, Él lo ha dicho, pronunciará la condenación de los que indignos de ser salvados: "Vayan a las tinieblas exteriores, que el Padre preparó para Satanás y sus ángeles" (Mt 25,41). Y nuevamente, en otras palabras, dijo: "Yo les doy poder para caminar por encima de serpientes, escorpiones y escolopendras, y por encima de todo poder del enemigo" (Lc 10,19). Nosotros, los que hoy creemos al crucificado bajo Poncio Pilatos, a Jesús, nuestro Señor, exorcizamos a todos los demonios y espíritus malvados (cf. Lc 10,17), y nos están sometidos. Porque si bien es cierto que por los profetas (cf. Hch 26,22-23) fue, de manera velada, anunciado que el Cristo sería "sufriente", para después ejercer la soberanía de todas las cosas, nadie, sin embargo, era capaz de entenderlo, hasta que Él mismo persuadió a los apóstoles que así estaba expresamente anunciado en las Escrituras. En efecto, antes de ser crucificado, gritaba: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho y sea rechazado por los escribas y fariseos, que sea crucificado y al tercer día resucite" (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22). Y David proclamó que había de nacer del seno antes del sol y de la luna (cf. Sal 71,5. 17; Sal 109,3), según la voluntad del Padre, y manifestó que, por ser Cristo (cf. Sal 44,8), sería un Dios fuerte y adorable (cf. Sal 18,6; Sal 44, 7. 8. 13; Sal 71,11).

LXXVII
La profecía de Is 8,4 no se aplica a Ezequías, sino a Cristo, visitado por los magos en el lugar de su nacimiento

Trifón dijo:

-Realmente, te confieso que tantos y tan buenos argumentos son bastantes a convencerme; pero quiero que sepas que aún estoy esperando la demostración de ese pasaje que muchas veces has pronunciado. Termínalo, pues, también para nosotros, a fin de que veamos cómo demuestras que se refiere a ese Cristo de ustedes; pues nosotros decimos que fue profecía hecha sobre Ezequías.

Yo le respondí:

-También en eso les quiero dar gusto. Pero antes demuéstrenme ustedes que fue dicho de Ezequías, quien "antes de saber él decir "padre" y "madre", tomó la potencia de Damasco y los despojos de Samaria delante del rey de los asirios" (Is 8,4). Porque no se les puede aceptar que interpreten como ustedes quieran, diciendo que Ezequías hizo la guerra contra Damasco o Samaria "en presencia del rey de los asirios". Porque dice el Verbo profético: "Antes de que el niño sepa decir "padre" y "madre" tomará la potencia de Damasco y los despojos de Samaria, delante del rey de los asirios. Porque si el Espíritu profético no hubiera precisado: "Antes de saber el niño decir "padre" y "madre", tomará la potencia de Damasco y los despojos de Samaria, delante del rey de los asirios"; sino que hubiera dicho simplemente: "Dará a luz un hijo y tomará la potencia de Damasco y los despojos de Samaria", podrían decir que, como Dios preveía que Ezequías había de tomar eso, lo predijo. Pero lo cierto es que la profecía lo dijo con esa precisión: "Antes de saber el niño decir "padre" y "madre" tomará la potencia de Damasco y los despojos de Samaria". Ahora bien, ustedes no pueden demostrar que eso sucediera jamás a ningún judío; nosotros, en cambio, podemos demostrar que se cumplió en nuestro Cristo. Porque apenas hubo nacido, unos magos vinieron a adorarle desde Arabia, después de presentarse a Herodes, que era entonces rey de su tierra, a quien, por sus disposiciones ateas e impías, el Verbo le llama rey de los asirios (cf. Is 8,4). Porque bien saben -añadí- que muchas veces el Espíritu Santo habla por parábolas y comparaciones, como hizo con el pueblo todo de Jerusalén, al decirle frecuentemente: "Tu padre fue un amorreo y tu madre una hitita" (Ez 16,3).

LXXVIII
La visita de los magos de Arabia fue signo de que las potestades demoníacas serían sometidas al Cristo desde su nacimiento

Este rey Herodes fue informado por los ancianos de su pueblo que habían llegado los magos de Arabia, quienes decían haber visto aparecer una estrella en el cielo y conocido por ella que había nacido en la tierra de ustedes un rey, a quien ellos venían a adorar (cf. Mt 2,1-2). Los ancianos dijeron: es en Belén, porque en el profeta así está escrito: "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre los territorios de Judá, pues de ti ha de salir un guía que apacentará a mi pueblo" (Mt 2,5-6; Mi 5,1). Llegaron, pues, los magos de Arabia a Belén, adoraron al niño y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra (Mt 2,11); pero después de adorar al niño en Belén, recibieron la orden, por revelación, que no volvieran a Herodes (Mt 2,12). Es de saber que José, el prometido de María (cf. Mt 1,18-19), había querido antes despedir a su prometida, María, por creer que estaba encinta de la relación con un hombre, es decir, por fornicación; pero por una visión se le mandó que no despidiera a su mujer (Mt 1,20), diciéndole el ángel que se le apareció que el que ella llevaba en su seno procedía del Espíritu Santo. Lleno de temor, no la despidió (cf. Mt 1,24); pero con ocasión del primer censo de la Judea, en tiempo de Quirino, subió a inscribirse desde Nazaret, donde vivía, a Belén, de donde era (Lc 2,1-5). Porque, en efecto, era orginario de la tribu de Judá, que había poblado esa tierra. Él recibió la orden de partir con María para Egipto (cf. Mt 2,13), y permanecer allí con el niño, hasta que nuevamente les sea revelado que pueden volver a la Judea (Mt 2,19-22). Pero antes, nacido que hubo el niño en Belén (Mt 2,1), como José no hallaba en aquella aldea dónde alojarse (cf. Lc 2,7), se instaló en una gruta cercana al poblado (Protoevangelio de Santiago 18,1), y mientras estaban allí los dos, María dio a luz al Cristo y lo puso sobre un pesebre (cf. Lc 2,7), donde llegando los magos de Arabia, lo encontraron (Mt 2,11; Lc 2,16). Ya les he citado las palabras que Isaías profetizó sobre el símbolo de la gruta (cf. Is 33,16; cf. 70,1-3), pero por aquellos que hoy han acudido con ustedes -añadí- las voy nuevamente a recordar. Recité de nuevo el pasaje de Isaías, anteriormente transcrito, agregando que, por causa de estas palabras, el diablo hizo que los maestros que confieren los misterios de Mitra digan que la iniciación se practica en un lugar que ellos llaman "gruta". Herodes, como no volvieran a verle los magos de Arabia, según él se lo pidiera (cf. Mt 2,8. 16), sino que, siguiendo la orden recibida, marcharon a su país por otro camino (cf. Mt 2,12); mientras que José, juntamente con María y el niño, según lo que a ellos también se les había revelado, habían ya salido para Egipto (Mt 2,13-14); no conociendo al niño que los magos habían venido a adorar, mandó matar sin excepción a todos los niños de Belén (Mt 2,11. 16). Y este hecho cuyo cumplimiento futuro había sido profetizado por intermedio de Jeremías (cf. Mt 2,17), pues por su boca dijo así el Espíritu Santo: "Una voz se ha oído en Ramá, lamento y largo llanto: es Raquel que llora sus hijos, y no quiere ser consolada, porque no ya no existen" (Jr 31,15; Mt 2,18). Por la voz que había de oírse desde Ramá, es decir, desde Arabia, pues hasta ahora se conserva en Arabia un lugar llamado Ramá, la lamentación había de llenar el lugar donde está enterrada Raquel, la mujer de Jacob, el que fue apodado Israel, el santo patriarca, es decir, Belén, al lamentarse las mujeres por sus propios hijos asesinados y no admitir consuelo en su desgracia. Por lo demás, al decir Isaías: "Tomará la potencia de Damasco y los despojos de Samaria" (Is 8,4), quiso significar la potencia del demonio malo, que mora en Damasco, que sería vencida por el Cristo en el momento mismo de su nacimiento, lo cual, se ha probado, efectivamente se produjo. Porque los magos que, habían sido entregados como despojos a toda clase malas acciones, a las cuales los había empujado ese demonio, una vez que vinieron y adoraron a Cristo (cf. Mt 2,11) se ve cómo quedaron liberados de aquella potencia que hacía de ellos despojos, lo que el Verbo misteriosamente significa para nosotros, (diciendo) que tenía su morada en Damasco. Y por ser pecadora e injusta, con razón, en parábola, la llama "Samaria". Ahora, que Damasco perteneció y pertenece a Arabia, aún cuando de presente esté adscrita a la llamada Siro-Fenicia, cosa es que ni ustedes mismos podrán negar. Así, amigos, bueno fuera que ustedes aprendieran lo que no entienden de nosotros los cristianos, que hemos recibido la gracia de Dios, en vez de emplear todos sus esfuerzos buscando hacer prevalecer sus enseñanzas, despreciando las de Dios. Por eso, a nosotros también se ha transferido esta gracia (cf. Is 29,14), como dice Isaías: "Este pueblo se acerca a mí. Con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí. En vano me veneran, enseñando preceptos y doctrinas de hombres. Por eso, he aquí que voy a renovar la transferencia de este pueblo, y lo transferiré. Quitaré la sabiduría de sus labios, y rechazaré la inteligencia de los inteligentes" (Is 29,13-14; cf. 1 Co 1,19).

LXXIX
La rebelión de los ángeles está atestiguada en varios lugares de la Escritura

Trifón, animado, como se veía claro por su semblante, por la irritación y el respeto de la Escritura, me dijo:

-Las palabras de Dios son santas; pero sus interpretaciones son artificiosas, como aparece por los pasajes que has interpretado; y, más aún, blasfemas, pues dices que los ángeles obraron mal y se alejaron de Dios.

Y yo, en tono más suave, pues quería disponerle a que me escuchara, le respondí diciendo:

-Aprecio, amigo, esa tu reverencia y pido a Dios te dé la misma disposición para con Aquel a quien está escrito le sirven los ángeles (cf. Dn 7,10), como dice Daniel que como "un Hijo de hombre, fue conducido hacia el Anciano de días, y le fue dado todo reino por la eternidad de la eternidad" (Dn 7,13-14). Y para que reconozcas, amigo, que no ha sido la propia audacia la que nos ha guiado en esa interpretación que tú repruebas, te alegaré un testimonio tomado del mismo Isaías, quien dice que ángeles malos han habitado y habitan también en Tanis, en Egipto (cf. Is 30,4).
He aquí sus palabras: "¡Ay de los hijos rebeldes! Esto dice el Señor: "Han tenido consejo no por mí, y formado alianzas no por mi espíritu, para añadir pecados a pecados. Ustedes obran mal, bajan a Egipto, sin haberme consultado, para refugiarse en el poder del Farón, para ser protegidos bajo la sombra de los egipcios; pero la sombra de Faraón se convertirá en vergüenza para ustedes, y la confianza en Egipto en oprobio. Porque hay en Tanis jefes, ángeles malvados. En vano se fatigarán con un pueblo que no ha de servirles de ayuda, sino de vergüenza y oprobio" (Is 30,1-5). También Zacarías, como tú mismo lo recordaste, dice que "el diablo se puso a la derecha del sacerdote Jesús para oponérsele. Y el Señor dijo: "Que te increpe el Señor que eligió a Jerusalén" (Za 3,1-2). En Job está igualmente escrito -pasaje también por ti citado- que "vinieron los ángeles a ponerse en la presencia de Dios y que con ellos vino también el diablo" (Jb 1,6; 2,1). También Moisés, al inicio de Génesis, escribe que la que serpiente que extravió a Eva fue maldecida (cf. Gn 3,1-6. 14). Sabemos asimismo que los magos de Egipto intentaron igualar los prodigios obrados por Dios por medio de su fiel servidor Moisés (cf. Ex 7-8; Nm 12,7; Hb 3,2. 5); y, en fin, no ignoran que David dijo que los dioses de las naciones son demonios (cf. Sal 95,5; 1 Cro 16,26).

LXXX
Opinión de Justino sobre el milenarismo. Herejías cristianas

Trifón replicó:

-Ya te he dicho, amigo, que te esfuerzas por ser persuasivo, permaneciendo adherido a las Escrituras; pero dime ahora: ¿Realmente confiesan ustedes que ha de restablecerse ese lugar de Jerusalén (cf. Za 1,16?)? ¿Y esperan que allí ha de reunirse su pueblo y alegrarse en compañía de Cristo, con los patriarcas, los profetas y los de nuestra raza, los que se hicieron prosélitos antes de la venida de su Cristo? ¿O es que llegaste a esa conclusión sólo por dar la impresión de que nos ganabas de todo punto en la discusión?

A lo que yo dije:

-No soy yo tan miserable, oh Trifón, que diga otra cosa de lo que creo. Ya antes te he declarado que yo y otros muchos compartimos estos puntos de vista, de suerte que sabemos perfectamente que así ha de suceder; pero también te he indicado (cf. 35,1-6) que hay muchos cristianos de doctrina pura y piadosa, que no admiten esas ideas. Porque los que se llaman cristianos, pero son realmente herejes sin Dios y sin piedad, ya te he manifestado que sólo enseñan blasfemias, impiedades e insensateces. Para que sepan que no sólo digo esto delante de ustedes, lo saben, pienso componer, como pueda, una obra de todos los conversaciones tenidas con ustedes, y allí escribiré que confieso lo mismo que ante ustedes digo. Porque más que a hombres o a enseñanzas humanas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), prefiero adherir a Dios y a las enseñanzas que de Él vienen (cf. Hch 5,29). Si les sucede que se encuentran con algunos que se llaman cristianos y no confiesan eso, sino que se atreven a blasfemar del Dios de Abraham, del Dios de Isaac y del Dios de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir son sus almas elevadas al cielo, no los tengan por cristianos; como, si se examina bien la cosa, nadie tendrá por judíos a los saduceos y sectas semejantes de los genistas, meristas, galileos, helenianos, fariseos y baptistas (y no se molesten en oír todo lo que pienso), aunque se llaman judíos e hijos de Abraham, pero que sólo honran a Dios con los labios, como Él mismo clama, mientras su corazón está lejos de Él (cf. Is 29,13; Mt 15,8; Mc 7,6). Yo, por mi parte, como todos los cristianos perfectamente ortodoxos, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne (cf. Ez 37,7-8. 12-14; Is 45,23-24; Rm 14,11), sino también mil años en Jerusalén reconstruida, adornada y engrandecida como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas (cf. Is 65,21; Ez 40?).

LXXXI
Profecías sobre el milenarismo, tomadas de Isaías y del Apocalipsis

Isaías, en efecto, dijo acerca de este tiempo de mil años: "Porque habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, y no se acordarán de las cosas del pasado ni les volverán al corazón, sino que hallarán alegría y regocijo, por tantas cosas que he creado. Porque he aquí que yo hago de Jerusalén regocijo y de mi pueblo alegría, y me regocijaré en Jerusalén y me alegraré sobre mi pueblo. Ya no se oirá en ella voz de gemido ni voz de llanto. Ya no habrá allí niño que muera al nacer, ni anciano que no llene su tiempo, porque el hijo todavía joven tendrá cien años, y será a los cien años que morirá el hijo pecador, y que será maldecido. Construirán casas y ellos mismos las habitarán, plantarán viñas y ellos mismos comerán sus productos. No construirán para que otros habiten, ni plantarán para que otros coman. Porque, según los días del árbol de la vida, serán los días de mi pueblo: serán abundantes las obras de sus trabajos. Mis escogidos no trabajarán en vano ni engendrarán para maldición; porque son descendencia justa y bendecida por el Señor, y sus hijos con ellos. Y sucederá que antes de gritar ya los habré oído; mientras aún estén hablando diré: "¿Qué pasa?". Entonces pacerán juntos el lobo y el cordero; y el león, como un buey, comerá paja, y la serpiente tendrá como pan la tierra. No cometerán injusticia ni se mancharán sobre la montaña santa, dice el Señor" (Is 65,17-25). Ahora bien, la expresión -añadí yo- que en este pasaje dice: "Porque, según los días del árbol serán los días de mi pueblo (designa), así lo entendemos, las obras de sus trabajos" (Is 65,22), que significa misteriosamente los mil años. Porque como se dijo a Adán que el día que comiera del árbol de la vida moriría (cf. Gn 2,17), sabemos que no cumplió los mil años. Entendemos también que hace también a nuestro propósito aquello de: "Un día del Señor es como mil años" (Sal 89,4; cf. 2 P 3,8). Además, hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los Apóstoles de Cristo, el cual, en el "Apocalipsis" que le fue hecho, profetizó que los que hubieren creído a nuestro Señor, pasarían mil años en Jerusalén (cf. Ap 20,5-6); y que después de esto vendría la resurrección universal y, para decirlo brevemente, eterna (cf. Hb 6,2), unánime, de todo el conjunto de los hombres, así como también el juicio. Lo mismo vino a decir también nuestro Señor: "No se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán semejantes a los ángeles, pues serán hijos del Dios de la resurrección" (Lc 20,35-36).

LXXXII
La aparición de las herejías y la permanencia de los carismas proféticos atestiguan la verdad del mensaje de Jesús. Las exégesis judías son erróneas y blasfemas

Porque entre nosotros se dan hasta el presente carismas proféticos: de donde ustedes mismos deben entender que los que antaño existían en su pueblo, han pasado a nosotros (cf. Is 29,14). Y de igual forma que entre los santos profetas que hubo entre ustedes se mezclaron también falsos profetas (cf. 2 P 2,1?), también ahora hay entre nosotros muchos falsos maestros, contra los cuales ya nuestro Señor nos advirtió de antemano nos precaviéramos de ellos (cf. Mt 7,15); de modo que en nada fuéramos tomados por sorpresa (cf. 1 Co 1,7), sabiendo como sabemos que Él previó lo que había de sucedernos después de su resurrección de entre los muertos y su subida al cielo. Efectivamente, dijo que seríamos asesinados y aborrecidos por causa de su nombre (cf. Mt 10,21-22; 24,9; Mc 13,13; Lc 21,17), y que muchos falsos profetas y falsos cristos se presentarían en su nombre y a muchos extraviarían (cf. Mt 24,5. 11. 24; Mc 13,22), lo que realmente sucede. Porque muchos (cf. Mt 24,5. 11. 24), son los que han enseñado, marcándolas con el sello de su nombre, doctrinas ateas, blasfemas e inicuas, y lo que el espíritu impuro, el diablo, arrojó en sus espíritus, eso han enseñado y siguen enseñando. Por mi parte, a ellos como a ustedes, pongo todo mi empeño en sacarlos del error, sabiendo que todo el que pudiendo decir la verdad, no la dice, será juzgado por Dios, como Dios mismo lo atestiguó por intermedio de Ezequiel, diciendo: "Te puse como centinela sobre la casa de Judá. Si pecare el pecador y tú no lo reprendes, él perecerá, por su propio pecado; pero yo te requeriré a ti su sangre. Pero si le adviertes, tú serás inocente" (Ez 3,17-19 y 33,7-9). Es, pues, el temor que nos da ese celo de hablar conforme a las Escrituras, no el amor al dinero, a la gloria o al placer, cosas que nadie nos puede echar en cara. Porque tampoco somos como los jefes de su pueblo, aficionados a la vida, a quienes increpa Dios con estas palabras: "Sus jefes son compañeros de ladrones, que aman los presentes y persiguen las recompensas" (Is 1,123). Ahora, si también entre nosotros hallan algunos de esa ralea, por lo menos, por causa de ellos, no blasfemen las Escrituras y el Cristo, poniendo todo su empeño en interpretar falsamente.

LXXXIII
El salmo 109 no se dice de Ezequías, sino de Cristo

Efectivamente, sus maestros han tenido la audacia de afirmar que se aplica a Ezequías aquello de: "Dice el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies""(Sal 109,1). Se trataría de la orden que se le dio de sentarse a la derecha del templo, cuando el rey de los asirios le envió una embajada amenazante (cf. Is 37,9; 2 R 19,9 ss.) y por intermedio de Isaías se le dijo que no le tuviera miedo (cf. Is 37,5s.; 2 R 19,6s.). Por nuestra parte, sabemos y reconocemos que se cumplió lo dicho por Isaías, que el rey de los asirios se retiró sin haber asediado a Jerusalén en los días de Ezequías y el ángel del Señor exterminó a unos ciento ochenta y cinco mil del campamento de los asirios (cf. Is 37,37; 2 R 19,36). Pero es evidente que el salmo no se dijo sobre Ezequías. He aquí el texto: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies". Él enviará un cetro sobre Jerusalén; y dominará en medio de tus enemigos. En los esplendores de los santos, antes de la aurora, te he engendrado. Lo juró el Señor, y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (Sal109,1-4). Ahora bien, ¿quién no reconoce que Ezequías no es "sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec" (Sal 109,4)? ¿Y quién no sabe que no fue Ezequías quien envió un "cetro de poder a Jerusalén ni dominó en medio de sus enemigos" (Sal 109,2), sino Dios quien apartó a los enemigos de Ezequías, que lloraba y se lamentaba? Nuestro Jesús, empero, sin haber aún venido glorioso, envió a Jerusalén un cetro de poder (cf. Sal 109,2), es decir, el Verbo de vocación y penitencia, (destinado) a todas las naciones, en que dominaban los demonios, como dice David: "Los dioses de las naciones son demonios (Sal 95,5); y su poderoso Verbo persuadió a muchos a abandonar los demonios a quienes servían y a creer por Él en el Dios omnipotente, porque los dioses de las naciones son demonios (Sal 95,5). En fin, la expresión: "En el esplendor de los santos, del seno, antes de la aurora, yo te engendré" (Sal 109,3), ya dijimos antes que se refiere a Cristo (cf. 45,4; 63,3; 76,7).

LXXXIV
La profecía de Is 7,14 sólo se puede aplicar a Cristo

Es también de Cristo que fue predicho: "Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo" (Is 7,14). Porque si éste, de quien hablaba Isaías, no había de nacer de una virgen, ¿por quién gritaba el Espíritu Santo: "Miren que el Señor mismo les dará una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo" (Is 7,14)? Porque si también éste, de modo igual a todos los otros primogénitos (cf. Col 1,15), tenía que nacer de unión carnal, ¿por qué hablaba Dios de hacer un signo que no fuera común con todos los primogénitos? Lo que es en verdad un signo (cf. Is 7,14) y digno de ser creído por el género humano, es que de un seno virginal el primogénito de toda criatura (cf. Col 1,15; Pr 8,22) naciera como verdadero niño, hecho carne, y que anticipadamente por medio del Espíritu profético, Dios anunció esto de diversas maneras, como ya se los he indicado, a fin de que cuando sucediera se reconociera haber sucedido por el poder y la voluntad del Creador del universo. Al igual que fue formada Eva de una costilla de Adán (cf. Gn 2,21-22), y así también al principio fueron creados todos los seres vivientes por el Verbo de Dios (cf. Gn 1,20 ss). Pero ustedes tienen la audacia también en este pasaje de cambiar la interpretación que dieron sus ancianos que trabajaron con el rey de los Egipcios, Ptolomeo, y sostienen que la Escritura no trae lo que ellos interpretaron, sino que dice: "Miren que una mujer joven concebirá" (Is 7,14); como si fuera algo del otro mundo que una mujer conciba por trato carnal, cosa que hacen todas las mujeres jóvenes, excepto las estériles; y aún éstas, si quiere, puede Dios hacerlas concebir. En efecto, la madre de Samuel, que no concebía, por voluntad de Dios dio a luz (cf. 1 S 1,20), y lo mismo la mujer del santo patriarca Abraham (cf. Gn 21,2) e Isabel, la que dio a luz a Juan Bautista (cf. Lc 1,7. 57), y otras. De suerte que no tienen por qué suponer que sea imposible para Dios hacer todo lo que Él quiera; y, especialmente, una vez que un evento fue anunciado, no tengan la audacia de alterar el texto o la interpretación de las profecías, con lo que sólo se dañarían a ustedes mismos, y no a Dios.

LXXXV
El salmo 23 no se aplica a Ezequías no a Salomón, sino a Cristo

También la profecía que dice: "Levanten, oh príncipes, sus puertas; ábranse, oh puertas eternas, y entrará el rey de la gloria" (Sal 23,7), se atreven algunos de ustedes a interpretarla como dicha con referencia a Ezequías, otros a Salomón; pero ni a éste ni a aquél ni a ninguno absolutamente de los llamados reyes suyos puede demostrarse que se refiera (dicha profecía), sino sólo a nuestro Cristo que se mostró sin apariencia y sin honor (cf. Is 53,2-3), como lo dijo Isaías, David y todas las Escrituras: que es el Señor de las potestades (cf. Sal 23,10), por voluntad del Padre, que se las entregó; que resucitó de entre los muertos y subió al cielo, como lo muestran este mismo salmo y las demás Escrituras, declarándolo "Señor de las Potestades", como aun ahora pueden, si quieren, convencerse, por los acontecimientos que están sucediendo ante sus ojos. Porque, en efecto, todo demonio es vencido y se somete (cf. Lc 10,17), si se le exorciza en el nombre de este mismo Hijo de Dios y primogénito de toda la creación (cf. Col 1,15), que nació de una virgen, se hizo hombre sufriente, fue crucificado por su pueblo bajo Poncio Pilatos, murió, resucitó de entre los muertos y subió al cielo. Pero si ustedes los exorcizan en el nombre de cualquiera de sus reyes, justos, profetas o patriarcas, ninguno de los demonios se les someterá (cf. Lc 10,17). Sin duda se les someterán si los exorcizan en el nombre del Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Sin embargo actualmente sus conjuradores exorcizan utilizando, como los paganos, artificios, y haciendo incensaciones y nudos mágicos. Es a los ángeles y las potestades, a quienes el Verbo de la profecía proferida por medio de David manda levantar las puertas para que entre este Señor de las potestades (Sal 23,7. 10), resucitado de entre los muertos por voluntad del Padre, Jesucristo, lo cual la palabra del mismo David lo demostró; palabra que les voy nuevamente a recordar en atención a los que no estuvieron con nosotros ayer, pues por ellos trato de nuevo sintéticamente muchas de las cosas ayer dichas. Y si ahora les repito lo que ya muchas veces he dicho, no me parece cosa fuera de lugar. Al sol, a la luna y a los demás astros, siempre los estamos viendo recorrer el mismo camino y traernos cambios de las estaciones; y a un matemático, no por preguntarle muchas veces cuántas son dos y dos, y haber otras tantas respondido cuatro, dejará de decir jamás que son cuatro; y cuanto se afirma con certeza siempre se dice y se afirma de igual modo. Siendo esto así, cosa ridícula sería que quien apoya sus argumentos sobre las Escrituras proféticas, las abandonara y no citara siempre las mismas, sino que pensara poder decir alguna cosa mejor que la Escritura. He aquí, pues, la palabra de David, por la que indiqué manifestaba Dios haber en el cielo ángeles y potestades: "Alaben al Señor desde lo alto de los cielos; alábenlo en las alturas. Alábenlo todos sus ángeles, alábenlo todas sus potestades" (Sal 148,1-2).

Entonces, uno de los que se juntaron con ellos el segundo día, por nombre Mnaseas, dijo:

-También nosotros nos alegramos de que desees repetir lo ya dicho en atención a nosotros.

Yo dije:

-Oigan, amigos, qué Escritura sigo al hacer esto. Jesús nos mandó amar aun a nuestros enemigos (cf. Mt 5,44; Lc 6,27), y lo mismo fue proclamado por Isaías en varios versículos, en que también alude al misterio de nuestro segundo nacimiento, el nuestro el de todos los que esperan que Cristo ha de aparecer en Jerusalén (cf. Is 66,9; Gn 49,10), y se esfuerzan por agradarle con sus obras. Las palabras dichas por medio de Isaías son éstas: "Oigan la palabra del Señor los que tiemblan ante su palabra. Digan: "hermanos nuestros" a los que los aborrecen y abominan que el nombre del Señor sea glorificado. Él apareció para su alegría y ellos quedarán avergonzados. Una voz de lamento en la ciudad, voz del pueblo, voz del Señor, que da su merecido a los soberbios. Antes de que la parturienta diera a luz y antes de que llegaran los trabajos de los dolores, dio a luz un varón.¿Quién oyó cosa semejante, quién ha visto algo así, que la tierra en un día conociese los dolores, y que diera a luz de un solo golpe un pueblo para el mundo? Porque Sión estuvo de parto y trajo al mundo a sus hijos. Por mí hice el don de esta expectación aun a aquella que no concibe, dijo el Señor. A la fecunda y a la estéril, yo las hice, dice el Señor. Alégrate, Jerusalén, y congréguense en una fiesta todos los que la aman. Regocíjense todos los que lloran, para que sean amamantados hasta quedar saciados del pecho de su consolación; para que después de mamar gocen las delicias de la entrada de su gloria" (Is 66,5-11).

LXXXVI
Figuras del leño de la cruz contenidas en las Escrituras

Esto dicho, añadí:

-Escuchen cómo éste que, después de ser crucificado, las Escrituras demuestran que ha de venir de nuevo en la gloria, fue simbolizado por el árbol de la vida (cf. Gn 2,9), que se dijo haber sido plantado en el paraíso, y así también debía suceder con todos los justos. Moisés fue enviado con un bastón para la redención del pueblo, y teniéndolo en la mano, a la cabeza del pueblo, dividió el mar (cf. Ex 4,2. 4-17; 6,6; 14,16. 21; 15,13). Por ello vio brotar agua de la roca (cf. Ex 17,5-6; Nm 20,7-11), y arrojando un madero en las agua de Merra, que eran amargas, las hizo dulces (cf. Ex 15,22-27). Echando Jacob unas varas en los comedero, logró que quedaran preñadas las ovejas de su tío materno para hacerse él con las crías (cf. Gn 30,37-38). Fue con su bastón que se gloriaba el mismo Jacob de haber atravesado el río (cf. Gn 32,10). Una escalera dijo él haber visto y la Escritura nos manifestó que sobre ella estaba apoyado Dios (cf. Gn 28,12-13). Ahora, que ese Dios no era el Padre, por las mismas Escrituras lo demostramos (cf. 58,10-13; 60,2. 5). Y habiendo Jacob derramado aceite sobre una piedra en el mismo lugar, Dios mismo, que se le apareció, le dio testimonio que había ungido una estela al Dios que se le había manifestado (cf. Gn 26,16. 18; 31,13). También hemos demostrado por varios pasajes de las Escrituras que Cristo es llamado simbólicamente "piedra" (cf. 34,2; 36,1; 58,11. 13; 65,6; 70,1-2; 76,1). E igualmente cómo a Él se refiera toda unción, ya sea de aceite de oliva, de aceite perfumado de mirra, o de cualquier otro ungüento a base de mirra, pues dice el Verbo: "Por eso te ungió, oh Dios, tu Dios, con óleo de alegría, con preferencia a tus compañeros" (Sal 44,8). Es así que todos los reyes y ungidos reciben de Él sus títulos de reyes y cristos, de la misma manera que Él mismo recibió de su Padre los de rey, Cristo, sacerdote y ángel, y todos los otros títulos que tiene o tuvo. El bastón de Aarón (cf. Nm 17,8), que produjo retoños, le señaló para sumo sacerdote. El brote de la raíz de Jesé (cf. Is 11,1), profetizó Isaías que sería el Cristo. Y David dice que el justo es como "un árbol plantado junto al curso de las aguas, que da fruto en su tiempo y cuya hoja no cae" (Sal 1,3). "El justo -está dicho- florecerá como una palmera" (Sal 91,13). Desde un árbol se apareció Dios a Abraham, como está escrito: "Junto a la encina de Mambré" (Gn 18,1). Setenta sauces y doce fuentes halló el pueblo, una vez pasado el Jordán (cf. Ex 15,27; Nm 33,9). David dice que Dios le reconforta con la vara y el bastón (cf. Sal 22,4). Eliseo, habiendo arrojado un leño al río Jordán, sacó afuera el hacha de hierro con que los hijos de los profetas habían salido a cortar madera para construir la casa en que querían recitar y meditar la Ley y los mandamientos de Dios (cf. 2 R 6,1-7). Así de nosotros, sumergidos como estábamos por los gravísimos pecados que habíamos cometido, nosotros a quienes redimió por su crucifixión sobre el madero y por la purificación del agua, el Cristo ha hecho una casa de oración y de adoración. Un bastón fue también lo que mostró ser Judá el padre de los hijos que por un grande misterio habían nacido de Tamar (cf. 38,25-26).

LXXXVII
¿Cómo aquel que recibe en el bautismo los poderes del Espíritu Santo pude ser un Dios preexistente?

Habiendo yo dicho esto, tomó la palabra Trifón:

-No quiero que pienses en adelante que te hago yo mis preguntas con el solo intento de trastornar lo que tú dices, sino que quiero más bien aprender acerca de aquellos puntos sobre que te pregunto. Dime, pues, ahora: cuando el Verbo declara por intermedio de Isaías: "Saldrá una rama de la raíz de Jesé y una rama brotará de la raíz de Jesé; y descansará sobre él el Espíritu de Dios, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, y la llenará el Espíritu de temor de Dios" (Is 11,1-3). Tú, por otra parte, me has confesado que este pasaje se aplica a Cristo, y afirmas que es Dios preexistente y que por voluntad del Padre se hizo carne para nacer hombre por la virgen. Ahora bien, ¿cómo puede demostrarse que preexiste aquel que es llenado por las potencias del Espíritu Santo, enumeradas por intermedio de Isaías, como si estuviera desprovisto de ellas?

Yo le respondí:

-Tu pregunta es muy fina e inteligentísima, pues realmente parece haber ahí una dificultad. Pero escucha lo que voy a decir para que entiendas también la razón de aquello. Esas potencias del Espíritu ahí enumeradas, si el Verbo declara que vinieron sobre Él, no es porque estuviera falto de ellas, sino porque en Él habían de tener descanso (cf. Is 11,2), es decir, en Él habrían de encontrar la plenitud, tan acabadamente que su pueblo no tendría en adelante profetas, como antiguamente los hubo; lo cual pueden comprobarlo con sus propios ojos. En efecto, después de Él, no hubo absolutamente ningún profeta entre ustedes. Sus profetas, cada uno de los cuales recibió una u otra de esas potencias, obraron y hablaron como nosotros lo hemos aprendido de las Escrituras. Atiendan a lo que les digo. Salomón tuvo el Espíritu de sabiduría (cf. Is 11,2), Daniel el de entendimiento y de consejo, Moisés de fortaleza y de piedad, Elías de temor e Isaías de ciencia. Lo mismo puede decirse de los otros, que tuvieron cada uno una sola, o una alternando con otra, como Jeremías, los doce, David y, en general, cuantos profetas hubo entre ustedes. Descansó (cf. Is 11,2), pues, es decir, cesó (el Espíritu profético), una vez venido Aquel después del cual, cumplidos los tiempos de esta economía suya hecha a los hombres, tenían que desaparecer de entre ustedes y, reposando de nuevo en Él, como fue profetizado, convertirse otra vez en dones (cf. Sal 67,19; Ef 4,8) que por la gracia del poder de ese Espíritu concede a aquellos que creen en Él, según a cada uno le tiene por digno. Ya les dije cómo fue profetizado que eso había Él de hacer después de su ascensión a los cielos, y ahora se los repito. Ha sido, pues, dicho: "Subió a lo alto, llevó cautiva la cautividad, dio dones a los hijos de los hombres" (Sal 67,19; cf. Ef 4,8). Y nuevamente se dice en otra profecía: "Sucederá después de esto que derramaré mi Espíritu sobre toda carne…, sobre mis siervos y sobre mis siervas, y profetizarán" (Jl 3,1-2).

LXXXVIII
Si las potencias del espíritu vivieron sobre él, no es porque estuviera desprovisto, sino porque en él reposaron, para ser dispensadas a aquellos que sean dignos

Así entre nosotros pueden verse hombres y mujeres que han recibido carismas del Espíritu de Dios. De suerte que fue profetizado que sobre (Cristo) habían de venir las potencias del Espíritu (cf. Is 11,2), enumeradas por Isaías, no porque estuviera Él desprovisto de poder, sino porque en adelante no habían de darse más. Sirva también de prueba lo que ya he contado haber hecho los magos de Arabia, quienes, apenas nacido el niño, vinieron a adorarle (cf. Mt 2,11). Ya que desde su nacimiento tuvo su propia potencia. Luego fue creciendo según el común desarrollo de todos los otros hombres (cf. Lc 2,40. 52), y usó los medios convenientes de vida, dando a cada etapa del crecimiento lo que le corresponde, alimentándose de toda clase de alimentos, y permaneció oculto treinta años (cf. Lc 3,23), poco más o menos, hasta que apareció Juan, heraldo de su venida, que le precedió en el camino del bautismo, como anteriormente he demostrado (cf. 51,2). Entonces fue cuando viniendo Jesús al río Jordán, donde Juan estaba bautizando, bajó al agua y se encendió un fuego en el Jordán; y al subir del agua, los que fueron apóstoles de este nuestro Cristo escribieron que sobre Él sobrevoló el Espíritu Santo como una paloma (cf. Mt 3,13. 16; Mc 1,9-10; Lc 3,21-22). Ahora bien, sabemos que Cristo fue al río, no porque tuviera necesidad de ser bautizado ni de que sobre Él viniera el Espíritu Santo en forma de paloma (cf. Lc 3,21-22), como tampoco se dignó nacer y ser crucificado porque lo necesitara, sino por el género humano, que había caído desde Adán en poder de la muerte y en el error de la serpiente, haciendo cada uno el mal por su propia culpa. Porque habiendo Dios creado ángeles y hombres dotados de libre albedrío y autónomos, quiso que cada uno hiciera todo aquello para que lo había sido capacitado, y si elegían lo que a Él es agradable, conservarlos exentos de la corrupción y el castigo; pero si hacían el mal, castigar a cada uno como a Él le pareciera. Tampoco el entrar en Jerusalén montado sobre un asno (cf. Mt 21,1-9; Mc 11,1 ss.; Lc 19,28 ss.), según demostramos estaba profetizado (cf. 53,1-4), le dio el poder de ser Cristo, sino que ofreció a los hombres una señal de reconocimiento (manifestando) ser el Cristo, a la manera que en los días de Juan hubo de darse una señal por la que los hombres reconocieran la persona del Cristo. Y en efecto, estando Juan sobre el Jordán, predicando el bautismo de penitencia (cf. Lc 3,3; Mc 1,4), vestido solamente con un cinturón de piel y una vestimenta de pelos de camello, sin comer más que langostas y miel silvestre (cf. Mt 3,4; Mc 1,6), las gentes pensaban que Él era el Cristo (cf. Lc 3,15); pero aquél les gritaba: "Yo no soy el Cristo, sino voz del que grita. Porque va a venir otro más fuerte que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar" (cf. Jn 1,20. 23; Mt 3,11; Lc 3,16; Mc 1,7). Cuando Jesús llegó al Jordán, se le tenía por hijo de José el carpintero (cf. Mt 13,55; Mc 6,3; Lc 3,23), y apareció sin belleza (cf. Is 53,2-3), como las Escrituras habían anunciado; fue considerado él mismo como un carpintero (cf. Mc 6,3) -porque mientras estaba entre los hombres, fabricó obras de carpintero, arados y yugos, enseñando por ellas los símbolos de la justicia y una vida de trabajo-; entonces fue cuando, por causa de los hombres, como antes dije (cf. 88,4), sobrevoló sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma (cf. Lc 3,21-22; Mt 3,16; Mc 1,10), y juntamente vino desde los cielos una voz, que se había expresado también por intermedio de David, diciendo como en su propio nombre propio lo que debía ser dicho a Cristo de parte del Padre: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy" (Lc 3,22; cf. Sal 2,7). Su nacimiento, dice Él, tiene lugar para los hombres en el momento inminente de su conocimiento.

LXXXIX
El Cristo sufriente anunciado en las Escrituras, ¿puede ser aquel que padeció la maldición de la cruz?

Trifón dijo:

-Debes saber bien que todo nuestro pueblo espera al Cristo; te concedemos asimismo que todos los pasajes de las Escrituras que tú has citado se refieren a Él. Personalmente te declaro también que el nombre de Jesús dado como sobrenombre al hijo de Navé (cf. Nm 13,16), me siento inclinado a concedértelo también. Sin embargo, en cuanto a saber si el Cristo debía padecer la infamia de la crucifixión, permanecemos perplejos, pues en la Ley se dice que es maldito el crucificado (cf. Dt 21,23; Ga 3,13). De suerte que, sobre este punto, no estoy dispuesto a creerte. Que las Escrituras han anunciado un Cristo "sufriente", es evidente; pero que sea el sufrimiento maldito en la Ley, desearíamos aprenderlo, si puedes demostrárnoslo.

-Si el Cristo -le respondí yo- no hubiera de sufrir, si los profetas no hubiesen predicho que por los pecados de su pueblo debía ser conducido a la muerte (cf. Is 53,8), deshonrado (cf. Is 53,3), flagelado y contado entre los malhechores (cf. Is 53,12), conducido como oveja al matadero (cf. Is 53,7), Él, cuya generación dijo el profeta que nadie hay capaz de explicar (cf. Is 53,8), habría motivo para maravillarse. Pero si esto es lo que le distingue y revela a todos, ¿cómo no habíamos nosotros también de creer en Él con toda seguridad? Cuantos entienden las palabras de los profetas, con sólo oír que fue crucificado, dirán que es Él y no otro.

XC
Moisés mismo dio, en ocasión del combate contra Abimelec, el primer signo de la cruz

-Termina de instruir nuestro progreso -dijo Trifón-, según las Escrituras para que podamos convencernos también nosotros. Ya sabemos en efecto, que debía sufrir y ser conducido como una oveja (cf. Is 53,7); lo que tienes que demostrarnos es que tenía también que ser crucificado y morir con una muerte tan deshonrosa e infame, muerte maldecida en la Ley (cf. Dt 21,23; Ga 3,13). Porque la verdad es que nosotros no podemos ni imaginarlo.

-Ya sabes -le contesté- que cuanto dijeron e hicieron los profetas, como ustedes mismos concedieron, lo revelaron en tipos o parábolas, de modo que la mayor parte de las cosas no pueden ser fácilmente entendidas por todo el mundo, pues escondieron la verdad que hay en aquellos (símbolos), a fin de que se esfuercen quienes buscan encontrarla e instruirse.

-Lo concedimos, en efecto -contestaron ellos-.

-Escúchame, pues, ahora lo que sigue. El hecho es que fue Moisés el primero que con los signos que hizo puso de manifiesto esta supuesta maldición de la cruz.

-¿A qué signos te refieres? -dijo-.

Yo contesté:

-Cuando el pueblo hacía la guerra a Amalec (cf. Ex 17,8 ss.), y el hijo de Navé, a quien se le puso de sobrenombre Jesús, estaba al frente del combate, Moisés por su parte oraba a Dios, extendidas a una y otra parte sus manos. Or y Aarón se las estuvieron sosteniendo todo el día, a fin de que, por cansancio, no se le bajaran. Pues si cedía un poco de esta actitud que imitaba la cruz, como está escrito en los libros de Moisés, el pueblo era vencido; pero mientras permanecía en aquella forma, era Amalec derrotado; por tanto, el más fuerte lo era por la fuerza de la cruz. Porque no llevaba el pueblo ventaja porque Moisés oraba de aquella forma, sino porque, dirigiendo la batalla el nombre de Jesús, Moisés representaba el signo de la cruz. Porque, ¿quién de ustedes no sabe que la oración que mejor aplaca a Dios es la que se hace con gemidos y lágrimas, postrado el cuerpo y dobladas las rodillas? Pero del modo en que estaba sobre la piedra (cf. Ex 17,12), ni Moisés oró nunca antes ni nadie después. Por otra parte, la misma piedra, como ya he demostrado (cf. 70,1; 86,3), es un símbolo de Cristo.

XCI
Moisés anunció el misterio de la cruz en la bendición de José y por medio del signo de la serpiente de bronce

Para dar a entender por otro signo la fuerza del misterio de la cruz, dijo Dios por intermedio de Moisés en la bendición dirigida a José: "Es por la bendición del Señor que existe su país, las estaciones del cielo así como los rocíos, los abismos de las fuentes que vienen de abajo, los frutos que da periódicamente, según el curso del sol, las conjunciones de los meses, la cumbre de los montes antiguos, la cima de las colinas, los ríos eternos y los productos de una tierra de abundancia. Que el favor del que se apareció en la zarza venga sobre la cabeza de José y sobre su frente. Glorificado primogénito entre sus hermanos. Su belleza es la del toro; sus cuernos son los cuernos de un unicornio. Con ellos corneará a las naciones juntamente hasta los extremos de la tierra" (Dt 33,13-17). Ahora bien, nadie puede decir ni demostrar que "los cuernos del unicornio" (cf. Dt 33,17) correspondan a una realidad u otra figura fuera de aquella del tipo que representa la cruz. En efecto, la pieza de madera única es vertical, y su parte superior se eleva como en cuerno cuando la otra pieza de madera se encuentran ajustada; y sus extremos aparecen a uno y otro lado, como cuernos unidos a ese cuerno único. Además, la estaca que se eleva en medio, sobre la que se apoya el cuerpo del crucificado, también es como un cuerno saliente, y tiene igualmente la apariencia de un cuerno, ensamblado y clavado con los otros cuernos. En cuanto a la expresión: "Con ellos corneará a las naciones juntamente hasta los extremos de la tierra" (Dt 33,17), designa la realidad de lo que ahora se ha cumplido en todas las naciones: golpeados por sus cuernos, es decir, penetrados de remordimiento, los hombres de todas las naciones han abandonado, a causa de este misterio, sus vanos ídolos y demonios, para convertirse a la piedad. En cambio, a los incrédulos, la misma figura se manifiesta como signo de ruina y condenación; igualmente cuando el pueblo salía de Egipto, por el tipo que formaban la extensión de las manos de Moisés (cf. Ex 17,8 ss.) y por el nombre de Jesús dado al hijo de Navé, Amalec era derrotado e Israel vencía. También en el tipo y el signo opuesto a las serpientes que mordieron a Israel (cf. Nm 21,6-9), puede descubrirse la institución de la ofrenda destinada para salvación de los que creen (cf. Jn 3,15. 16) que, por Aquel que había de ser crucificado, la muerte estaba -era proclamado- desde entonces reservada a la serpiente y la salvación a los que, mordidos por ella, se refugian en Aquel que mandó a su Hijo crucificado al mundo (cf. Jn 3,16). Porque no pretendía el Espíritu profético enseñarnos por intermedio de Moisés a poner nuestra fe en una serpiente, siendo así que nos pone de manifiesto cómo fue maldecida por Dios desde el principio (cf. Gn 3,14), y en Isaías nos da a entender que será matada como un enemigo, por la gran espada (cf. Is 27,1), que es el Cristo.

XCII
Las Escrituras parecen contradictorias sólo a quienes no han recibido la gracia de comprenderlas

Si alguno, pues, no ha recibido de Dios grande gracia para entender los dichos y hechos de los profetas, de nada le servirá querer repetir sus expresiones o sus actos, si no sabe también dar razón de ellos. Antes bien, ¿no parecerán al vulgo despreciables, si son repetidos por gente que no los entiende? Supongamos que se les planteara la cuestión por qué, habiendo sido gratos a Dios un Enoc, un Noé con sus hijos (cf. Gn 5,22. 24; 6,8) y demás a éstos semejantes, sin haber sido circuncidados ni celebrado los sábados; por qué habría Dios de exigir después de tantas generaciones que los hombres se justifiquen por otros dirigentes y otra legislación, desde Abraham a Moisés por la circuncisión; desde Moisés, por la circuncisión y los otros preceptos, a saber: los sábados, los sacrificios, las cenizas y ofrendas. La única respuesta que tienen será demostrar, como anteriormente hice yo, que Dios, que conoce el futuro por adelantado, sabía que el pueblo de ustedes merecería ser expulsado de Jerusalén y que a nadie se le permitiría volver entrar en ella. Porque ustedes no tienen ningún otro signo distintivo, como ya lo dije (cf. 16,2), que la circuncisión según la carne Y ni siquiera a Abraham le fue por Dios dado testimonio de ser justo por motivo de la circuncisión, sino por la fe; pues antes de ser circuncidado se dijo de él: "Creyó a Dios Abraham y se le tuvo en cuenta para su justificación" (Gn 15,6; cf. Ga 3,6; Rm 4,3). También nosotros, pues, que en la incircuncisión de nuestra carne creemos en Dios por el Cristo, y poseemos una circuncisión cuya adquisición es benéfica para nosotros, es decir, la del corazón, esperamos aparecer justos y agradables a Dios, porque ya hemos recibido el testimonio suyo por las Escrituras proféticas. Los mandamientos, empero, que recibieron de celebrar el sábado y presentar ofrendas, y que el Señor se dignara que un lugar fuese elegido para invocar el nombre de Dios, todo se dirigía, como ha sido dicho, a evitar que, cayendo en la idolatría y olvidándose de Dios, se hicieran impíos y ateos, como se han mostrado siempre. Por esta causa Dios les dio los mandamientos sobre los sábados y las ofrendas, lo que ya quedó por mí demostrado anteriormente; sin embargo, en gracia de los que han venido hoy, quiero repetir casi todas las razones. En efecto, si no fuera así, se podría acusar falsamente a Dios de no tener previsión, de no enseñar siempre y a todos a conocer y practicar las mismas normas de justicia -y a fe que hubo muchas generaciones de hombres antes de Moisés-, y quedaría entonces abolida la Palabra que dice: "Verdadero y justo es Dios, todos sus caminos son de rectitud, y no hay en Él injusticia" (Dt 32,4; cf. Sal 91,16). Pero como esa Palabra es verdadera, también quiere Dios que ustedes no sean siempre insensatos y amadores de ustedes mismos, sino que se salven unidos al Cristo, el que agradó a Dios y fue por Él atestiguado, como antes dije (cf. 63,5), fundando mi demostración sobre las santas palabras proféticas.

XCIII
Dios enseña en todo tiempo una misma justicia a todos los hombres. Ella está comprendida en dos preceptos de Cristo que los judíos no respetan

Dios procura a todo el género humano lo que es eterna y absolutamente justo, lo que es enteramente justo (cf. Mt 3,15), y así todo el mundo reconoce que son malos el adulterio, la fornicación, el asesinato y cosas semejantes; y aún cuando todos cometan esos crímenes, por lo menos, cuando los están cometiendo, no pueden menos de reconocer que están haciendo una injusticia, si se exceptúa a quienes llenos de un espíritu impuro, corrompidos por su educación, costumbres depravadas y leyes perversas, han perdido las nociones naturales o, más bien, las han apagado y las mantienen reducidas al silencio. La prueba está que en tales hombres no quieren sufrir lo mismo que ellos hacen a los demás y, con toda su mala conciencia, se reprochan unos a otros lo mismo que cada uno hace. De ahí que a mí me parece haber dicho bien nuestro Señor y Salvador Jesucristo que "toda la justicia y la piedad se resumen en dos mandamientos" (cf. Mt 3,15; 22,40), que son: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu fuerza, y a tu prójimo como a ti mismo" (cf. Mt 22,37-39; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Dt 6,5). Porque el que ama a Dios de todo corazón y con toda su fuerza, lleno como está de religioso sentimiento, a ningún otro Dios honrará; y aquel a quien sin duda honrará, según la voluntad de Dios, es aquel ángel que es amado por el Señor y Dios mismo. Y el que ama a su prójimo como a sí mismo, querrá para él los mismos bienes que para sí mismo quiere, pues nadie va a querer para sí mismo males. Así, pues, el que ama a su prójimo (cf. Mt 22,37-39; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Dt 6,5), pedirá en su oración y hará para su prójimo lo mismo que para sí mismo. Ahora bien, el prójimo del hombre no es otro que el animal sometido a sus mismos afectos y dotado de razón: el hombre. Dividida, pues, en dos partes la entera justicia (cf. Mt 3,15), con relación a Dios y con relación a los hombres, todo aquel -dice el Verbo- "que ama al Señor de todo corazón y con toda su fuerza, y a su prójimo como a sí mismo", será verdaderamente justo. Ustedes, empero, respecto de Dios, como de los profetas o de ustedes mismos, jamás han demostrado tener amor o afecto; al contrario, como está demostrado, en todas partes han sido reconocidos como idólatras y asesinos de los justos, hasta el extremo de poner sus manos hasta sobre el mismo Cristo (cf. Mt 26,50; Mc 14,46). E incluso ahora se obstinan en su maldad, maldiciendo a los que demuestran que ese mismo que ustedes crucificaron es el Cristo. Además, creen que tienen el deber de demostrar que si Él corrió esa suerte, es porque era enemigo de Dios y maldito, cuando fue una obra de la suma insensatez de ustedes. Porque, teniendo motivos por los signos hechos por Moisés para comprender que Él es el Cristo, se niegan a hacerlo; antes bien, creyendo poder reducirnos al silencio, nos ponen las cuestiones que les vienen a su espíritu, cuando son ustedes mismos los que se quedan sin palabra cuando son confrontados por un cristiano tenaz.

XCIV
La serpiente de bronce prescrita por Dios a Moisés no contradice la prohibición de las imágenes

Díganme: ¿No fue Dios, en efecto, quien mandó por medio de Moisés que no se hiciera absolutamente ninguna imagen ni representación de las cosas que están en lo alto del cielo ni de aquellas que están sobre la tierra (cf. Ex 20,4)? Sin embargo, Él mismo en el desierto hizo fabricar a Moisés la serpiente de bronce y la hizo levantar sobre un signo, por el que se curaban los que habían sido mordidos por las serpientes (cf. Nm 21,6-9). Y no vamos a decir que sea Dios culpable de injusticia. Es que, como ya he dicho (cf. 91,4), con esto anunciaba Dios un misterio, por el que había de destruir el poder de la serpiente, que fue autora de la transgresión de Adán; y a la vez, la salvación para quienes creen en aquel que por este signo (cf. Jn 3,15), es decir la cruz, debía morir de las mordeduras de la serpiente, que son las malas acciones, las idolatrías y las demás injusticias. Porque si no se entiende así, explíquenme ustedes por qué Moisés levantó la serpiente de bronce sobre un signo (cf. Nm 21,9) y mandó que a ella miraran los mordidos, y éstos se curaban. Y esto después que él mismo había mandado no fabricar ninguna representación (cf. Ex 20,4).

Entonces, el segundo de los que habían venido el segundo día, dijo:

-Has dicho la verdad, pues no tenemos explicación que dar. En efecto, yo mismo he preguntado muchas veces a nuestros maestros sobre ello, y ninguno me ha respondido. Sigue, pues, con lo que dices, pues nosotros te escuchamos atentamente revelar el misterio, puesto que hasta las enseñanzas de los profetas pueden ser desacreditadas.

Yo proseguí:

-A la manera que Dios mandó hacer un signo por medio de la serpiente de bronce (cf. Nm 21,9) y no tiene culpa en ello, así, en la Ley, hay una maldición contra los crucificados (cf. Dt 21,23); pero esa maldición no cae sobre el Cristo de Dios, porque Él salva a cuantos han hecho obras dignas de maldición.

XCV
La maldición de la cruz salva a aquellos que están maldecidos, es decir, a toda la humanidad, porque es maldito quien no respeta el conjunto de la ley

En realidad, todo el género humano se verá que está bajo el golpe de la maldición (cf. Ga 3,10), definida según la ley de Moisés: "Es llamado maldito todo el que no persevere en el cumplimiento de todo lo que está escrito en el Libro de la Ley" (Dt 27,26; cf. Ga 3,10). Ahora bien, nadie la cumplió exactamente, ni ustedes mismos se atreven a contradecirlo. Unos guardaron más, otros menos, sus mandamientos. Y si los que están bajo esta Ley es parecen caer bajo el golpe de la maldición, por no haberla observado enteramente, ¿cuánto más no la llevarán todas las naciones entregadas a la idolatría, a la corrupción de los niños y demás males que practican? Si, pues, fue voluntad del Padre del universo que su Cristo cargara, por los que son de todas las razas de los hombres, con las maldiciones de todos, sabiendo que le había de resucitar después de su crucifixión y muerte, ¿por qué ustedes hablan, como de un maldito (cf. Dt 21,23), de aquel que aceptó esos sufrimientos según la voluntad de su Padre? Más les valiera llorar sobre ustedes mismos. Porque si bien es cierto que fue su Padre mismo quien hizo que soportara todos esos sufrimientos por el género humano, ciertamente ustedes no sirvieron al designio de Dios procediendo como lo hicieron, lo mismo que al matar a los profetas (cf. Is 57,1) no hicieron una obra de piedad. Y que nadie de ustedes diga: "Si el Padre quiso que Cristo sufriera, a fin de que por sus llagas venga la curación al género humano (cf. Is 53,5), nosotros ningún pecado cometimos". Porque si eso dijeran arrepintiéndose de sus pecados, reconociendo que Él es el Cristo y observando sus preceptos, se les perdonarían sus pecados, como ya anteriormente dije (cf. 44,4); pero si, por el contrario, le maldicen a Él y a los que creen en Él, y a éstos, apenas tienen poder para ello, les quitan la vida, ¿cómo no se les pedirá cuentas por haber puesto sus manos sobre Él (cf. Mt 26,50; Mc 14,46), como a hombres injustos, pecadores y que llevan al extremo su dureza de corazón e insensatez?

XCVI
Es por los judíos, no por Dios, que son maldecidos Cristo y los cristianos

La verdad es que lo que se dice en la ley: "Maldito todo el que está colgado de un madero" (cf. Ga 3,13; Dt 21,23), más bien fortifica nuestra fe adherida al Cristo crucificado, pues este crucificado no es maldecido por Dios, sino que Dios predijo lo que habían de hacer ustedes y todos sus semejantes, por ignorar que Él es quien existe antes de todo (cf. Col 1,15), y debía devenir sacerdote eterno (cf. Sal 109,4) de Dios, Rey y Cristo. Esto ustedes pueden ver que así sucede con sus propios ojos. Porque ustedes maldicen en sus sinagogas a aquellos que siguiéndole se han hecho cristianos; y las demás naciones ponen por obra la maldición, haciendo desaparecer a quienes no tienen temor de confesarse cristianos. Pero nosotros les decimos a todos: "Son hermanos nuestros (cf. Is 66,5); reconozcan más bien la verdad de Dios". Y si ni los gentiles ni ustedes nos hacen caso, sino que se empeñan en que neguemos el nombre de Cristo, nosotros preferimos antes soportar el ser sometidos a la muerte, porque estamos seguros que Dios nos dará como retribución todos los bienes que nos ha prometido por Cristo. Además de todo eso, oramos por ustedes, a fin de que alcancen misericordia de Cristo, pues Él nos enseñó a rogar por nuestros enemigos (cf. Mt 5,44; Lc 6,27-28), diciendo: "Sean bondadosos y compasivos, como su Padre celestial" (cf. Lc 6,36, Ef 4,32). En efecto, vemos cuán bondadoso y compasivo es el Dios todopoderoso, porque hace salir su sol sobre ingratos y justos, y hace llover sobre santos y malvados (cf. Mt 5,45; Lc 6,35). A todos nos enseñó también que había Él de juzgar.

XCVII
Otras profecías de la cruz, en la Escritura

Tampoco fue por azar que Moisés el profeta, permaneciera hasta la tarde, en esa actitud, cuando Or y Aarón le sostenían los brazos (cf. Ex 17,2), puesto que también el Señor permaneció sobre el madero (de la cruz) casi hasta el atardecer (cf. Mt 27,57; Mc 15,42; Dt 21,23); y hacia el atardecer le sepultaron, para resucitar el tercer día (cf. Mt 27,60; Mc 15,46; Lc 23,53). Lo cual fue así expresado por David: "Con mi voz grité al Señor y me escuchó desde su montaña santa. Yo me acosté y me dormí; me desperté, porque el Señor me protegió" (Sal 3,5-6). Igualmente por intermedio de Isaías he aquí lo que dijo acerca del modo como había de morir: "Extendí mis manos a un pueblo que no cree y que contradice, a los que andan por camino no bueno" (Is 65,2). El mismo Isaías habla de su futura resurrección: "Su sepultura será quitada de en medio (de los hombres) [Is 57,2]; y también: "Libraré los ricos a cambio de su muerte" (Is 53,9). En otros pasajes, en el Salmo veintiuno, también David habla de la pasión y de la cruz en una misteriosa parábola: "Traspasaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Ellos me consideraron y contemplaron. Dividieron entre sí mis vestidos y sobre mi vestidura echaron suertes" (Sal 21,17-19). En efecto, cuando le crucificaron, al clavarle los clavos, le traspasaron las manos y los pies (cf. Jn 20,25), y los mismos que le crucificaron se repartieron sus vestiduras, echando cada uno los dados sobre lo que había querido escoger (cf. Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,24). También de este salmo dicen que no se aplica a Cristo, pues están en todo ciegos y no comprenden que a ninguno en su pueblo que llevara jamás nombre de rey-Cristo se le traspasaron en vida las manos y los pies (cf. Sal 21,17), ni murió por este misterio, es decir, del de la crucifixión, sino sólo este nuestro Jesús.

XCVIII
El salmo 21, profecía de la pasión

Voy a citarles el salmo entero, para que escuchen su piedad para con el Padre y cómo a Él lo refiere todo, pidiéndole le salve de la muerte, a par que manifiesta en el salmo quiénes eran los que se complotaban contra Él, y demuestra que era verdaderamente hombre capaz de sufrimientos. El salmo es éste: "¡Oh Dios, Dios mío, atiéndeme! ¿Por qué me has abandonado? Lejos de mi salvación, las palabras de mis faltas. Dios mío, gritaré durante el día a ti, y tú no me escucharás; también por la noche, y no es por ignorancia de mi parte. Pero tú habitas en tu santuario, ¡oh alabanza de Israel! En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los libraste. A ti clamaron y fueron salvados; en ti esperaron y no fueron humillados. Pero yo soy un gusano y no un hombre; vergüenza de los hombres y desecho para el pueblo. Todos los que me contemplaban, se mofaron de mí, murmuraron con sus labios y movieron la cabeza: "Esperó en el Señor, que Él le libre, que Él le salve si tanto le quiere". Sí, tú eres el que me arrancaste del vientre materno, mi esperanza desde los pechos de mi madre; hacia ti fuí arrojado desde el seno materno. Desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios. No te apartes de mí, porque la tribulación está cerca, y no hay quien me ayude. Me han rodeado muchos novillos, toros gordos me han cercado. Abrieron contra mí su boca, como león que descuartiza y ruge. Como el agua se derraman y se dislocan todos mis huesos. Mi corazón se convirtió en cera que se derrite en medio de mis entrañas. Mi fuerza se secó como una teja, mi lengua se pegó a mi paladar, y tú me tiraste en el polvo de la muerte. Porque me rodearon numerosos perros, una banda de malvados me cercaron. Traspasaron mis manos y mis pies, y contaron todos mis huesos. Ellos me consideraron y contemplaron. Se repartieron mis vestidos y sobre mi vestidura echaron suertes. Pero tú, Señor, no alejes tu ayuda de mí. Considera mi prueba. Libra de la espada a mi alma y de la pata del perro a mi unigénita. Sálvame de las fauces del león y de los cuernos de los unicornios mi abajamiento. Yo contaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te cantaré. Los que temen al Señor, alábenle; toda la descendencia de Jacob, glorifíquenle. Témalo toda la descendencia de Israel" (Sal 21,2-24).

XCIX
El salmo 21,2-3: la pasión asumida

Dicho esto, añadí:

-Voy, pues, a demostrarles que este salmo entero fue dicho en relación a Cristo, para lo cual retomaré la exposición. Su inicio: "¡Oh Dios, Dios mío, atiéndeme! ¿Por qué me has abandonado?" (Sal 21,2), anunciaba antiguamente lo que había de decirse en tiempos de Cristo. Porque sobre la cruz, Él exclamó: "Oh Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (cf. Mt 27,46; Mc 15,34). Y las palabras siguientes: "Lejos de mi salvación, las palabras de mis faltas. Dios mío, gritaré durante el día a ti, y tú no me escucharás; también por la noche, y no es por ignorancia de mi parte" (Sal 21,2-3), se dicen de acuerdo a lo que Él debía hacer. Porque el día en que iba a ser crucificado, tomando consigo a tres de sus discípulos, se dirigió al monte llamado de los Olivos, situado frente al templo de Jerusalén, y allí oró, diciendo: "Padre, si es posible, que pase lejos de mí esta copa" (Mt 26,39; cf. Mc 14,36; Lc 22,42). Después, prosiguiendo su oración: "No como yo quiera, sino como tú quieras" (Mt 26,39; cf. Mc 14,36; Lc 22,42), con lo que ponía de manifiesto ser verdaderamente hombre expuesto al sufrimiento. Pero para que nadie objetara: ¿Es que ignoraba que tenía que padecer?, se añade inmediatamente en el salmo: "Y no es por ignorancia de mi parte" (Sal 21,3). A la manera que tampoco Dios ignoraba nada al preguntarle a Adán dónde estaba (cf. Gn 3,9) y a Caín por el paradero de Abel (cf. Gn 4,9), sino que quería reprochar a cada uno de lo que era, y que para nosotros llegara por escrito el conocimiento de todo; así también Jesús dio a entender que no obraba por propia ignorancia, sino aquella de quienes pensaban que Él no era el Cristo, presumían que moriría y que, como un hombre cualquiera, permanecería en el Hades.

C
El salmo 21,4: resurrección y redención por el Hijo encarnado. Eva y María

Lo que sigue: "Pero tú, tú habitas en tu santuario, ¡oh alabanza de Israel!" (Sal 21,4), significaba que había de hacer algo digno de alabanza y de admiración, resucitando al tercer día de entre los muertos, después que fue crucificado, lo que efectivamente recibió de su Padre (cf. Jn 10,18). Porque ya he demostrado que Cristo recibe los nombres de Jacob y de Israel (cf. 11,5; 36,2; 58,7; 75,2). Y no sólo en las bendiciones de José y de Judá -cosa ya por mí demostrada- (cf. 52,2; 91,1), lo que le concierne es proclamado en misterio, sino que también en el Evangelio se escribe de Él que dijo: "Todo me ha sido entregado por el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni al Hijo le conoce nadie sino el Padre, y a quienes el Hijo se lo revelare" (Mt 11,27; Lc 10,22). Ahora bien, a nosotros Él nos ha revelado cuanto por su gracia hemos entendido de las Escrituras, reconociendo que Él es el primogénito de Dios, anterior a todas las criaturas (cf. Col 1,15. 17; Pr 8,22), e hijo de los patriarcas, pues se hizo carne por la virgen que era del linaje de éstos, aceptando además hacerse hombre sin hermosura, sin honor y sufriente (cf. Is 53,2-3). De ahí que en sus propios discursos, hablando de sus futuros sufrimientos, dijo: "Es menester que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea reprobado por los fariseos y escribas, que sea crucificado y al tercer día resucite" (Mc 8,31; Lc 9,22; cf. Mt 16,21). Ahora bien, Él se llamaba a sí mismo Hijo del hombre, sea por razón de su nacimiento de una virgen, que era, como ya he dicho (cf. 23,3; 43,7), del linaje de David, de Jacob, de Isaac y de Abraham; o por ser Abraham mismo padre de estos que acabo de enumerar, de quienes María desciende por su linaje. Porque sabemos que los padres de las hijas son también padres de los hijos de éstas. A uno de sus discípulos, que hasta entonces se había llamado Simón, le puso el sobrenombre de Pedro, por haberle reconocido, por revelación del Padre, como Hijo de Dios, como Cristo (cf. Mt 16,15-18; Mc 3,16; Lc 6,14). También encontramos que se lo llama Hijo de Dios en los "Memorias de los Apóstoles", y como le decimos Hijo entendemos que es anterior a todas las obras (cf. Col 1,17; Pr 8,22), y que procede del poder y la voluntad del Padre, que en las palabras de los profetas es llamado Sabiduría (cf. Pr 8,1s.), Día (cf. Gn 2,4; Sal 117,24?), Oriente (cf. Za 6,12), Espada (cf. Is 27,1), Piedra (Dn 2,34), Bastón (cf. Is 11,1), Jacob (cf. Sal 23,6) e Israel (cf. Sal 71,18) y también de otras formas; así comprendemos que nació por la virgen se hizo hombre, a fin de que por el mismo camino por el que la desobediencia causada por la serpiente halló su principio, por ése mismo camino ella fuera destruida. Porque Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente (cf. St 1,15), dio a luz la desobediencia y la muerte; pero en cambio la virgen María concibió fidelidad y gracia cuando el ángel Gabriel (cf. Lc 1,26) le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la cubriría con su sombra, de modo que el ser santo que nacería de ella, sería Hijo de Dios (Lc 1,35); a lo que respondió ella: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Y fue por ella que Él nació, aquel del que hemos demostrado se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente con los ángeles y hombres que a ella se asemejan, y libra de la muerte para quienes se arrepienten de sus malas obras y creen en Él.

CI
El salmo 21,5-9: humillación de Cristo sobre la cruz, y redención

El salmo prosigue: "En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los libraste. A ti clamaron y fueron salvados; en ti esperaron y no fueron humillados. Pero yo soy un gusano y no un hombre; vergüenza de los hombres y desecho para el pueblo" (Sal 21,5-7). Con lo que reconocía abiertamente como padres a los que esperaron en Dios y fueron por Él salvados, aquellos justamente que fueron padres de la Virgen, por quien El fue engendrado y se hizo hombre; al tiempo que da a entender que será Él mismo salvado por Dios, y no se gloría de hacer nada por propia voluntad o por propia fuerza. Es eso, en efecto, lo que hizo sobre la tierra; pues como alguien le dijera: "Maestro bueno, contestó: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo uno es bueno: mi Padre, que está en los cielos"" (Mt 19,16-17; Mc 10,17-18; Lc 18,18-19). En cuanto a las palabras: "Pero yo soy un gusano y no un hombre; vergüenza de los hombres y desecho para el pueblo" (Sal 21,7), son una predicción de lo que realmente acaeció y le sucedió. Vergüenza, por nosotros, los hombres que creemos en Él. Desecho para el pueblo porque, desechado y deshonrado por su pueblo, sufrió lo que ustedes le infligieron. Lo que sigue: "Todos los que me contemplaban, se mofaron de mí, murmuraron con sus labios y movieron la cabeza: "Esperó en el Señor, que Él le libre, que Él le salve si tanto le quiere"" (Sal 21,8-9), anuncia igualmente que le sucedieron las mismas cosas. En efecto, los que le miraban crucificado, movían sus cabezas (cf. Sal 21,8; Mt 27,39; Mc 15,29), retorcían sus labios y, moviendo sus narices de un lado al otro resoplaban (cf. Lc 23,35), decían, haciendo finta de interrogarse entre sí, lo que está escrito en las "Memorias de los Apóstoles": "Hijo de Dios se decía a sí mismo, que baje de la cruz y eche a andar. ¡Que Dios le salve!" (cf. Mt 27,40-43; Mc 15,31-32; Lc 23,35).

CII
El salmo 21,10-16: realización de la voluntad divina en diversas circunstancias de la vida de Cristo

El salmo prosigue: "Mi esperanza desde los pechos de mi madre; hacia ti fui arrojado desde el seno materno. Desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios. No te apartes de mí, porque la tribulación está cerca, y no hay quien me ayude. Me han rodeado muchos novillos, toros gordos me han cercado. Abrieron contra mí su boca, como león que descuartiza y ruge. Como el agua se derraman y se dislocan todos mis huesos. Mi corazón se convirtió en cera que se derrite en medio de mis entrañas. Mi fuerza se secó como una teja, mi lengua se pegó a mi paladar…" (Sal 21,10-16). Todo esto es anuncio anticipado de lo que efectivamente sucedió. Así las palabras: "Mi esperanza desde los pechos de mi madre" (Sal 21,10). En efecto, apenas nacido en Belén, como antes dije (cf. 78,1), ya quiso matarle el rey Herodes, que se había enterado de él por los magos venidos de Arabia (cf. Mt 2,1 ss.); pero por mandato de Dios, tomando José al niño con María, se retiró a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Porque el Padre había determinado que Aquel que Él había engendrado sería matado una vez llegado a la edad de hombre, y después de haber proclamado la Palabra recibida de Él. Y si, tal vez, alguien nos diga: ¿Dio no habría podido más bien matar a Herodes? A lo que de antemano le contesto: ¿No podía Dios al principio haber eliminado a la serpiente y no tener que decir: "Pondré enemistad entre ella y la mujer, entre su descendencia y la descendencia de ella?" (Gn 3,15) ¿No podía Dios crear inmediatamente una muchedumbre de hombres? Pero como Él sabía que era cosa buena, creó libres para la práctica la justicia a los ángeles y hombres, y determinó los tiempos durante los cuales le pareció bien que posean esa libertad. Y porque igualmente lo tuvo por bien, estableció juicios universales y particulares, sin atentar, sin embargo, a la libertad. De ahí que el Verbo, cuando tuvo lugar la construcción de la torre, la confusión de las lenguas y su alteración, se expresa así: "Dijo el Señor: "Miren aquí una sola raza y un solo labio. Y esto han empezado a hacer. Ahora no desistirán de cuanto han decidido hacer" (Gn 11,6). Las palabras: "Mi fuerza se secó como una teja, mi lengua se pegó a mi paladar" (Sal 21,16), son anuncio también de lo que, según la voluntad del Padre, debía cumplirse (por Cristo). Porque la fuerza de su poderoso Verbo, con que confundía siempre a los fariseos y escribas que discutían con Él, y, en general, a todos los maestros que vivían en su pueblo, quedó interrumpida como una fuente abundante y potente, cuya aguas fueran desviadas, pues Él se calló y ante Pilatos no quiso responder a nadie una palabra, como se cuenta en los "Memorias de los Apóstoles" (cf. Mt 27,13-14; Mc 15,4-5; Lc 23,9), para que en los hechos lo que fue dicho por Isaías diera también su fruto: "El Señor me ha dado una lengua, para conocer cuando tengo que decir una palabra" (Is 50,4). Y cuando dice: "Tú eres mi Dios. No te apartes de mí" (Sal 21,11-12), es para enseñarnos juntamente que todos deben esperar en Dios creador de todas las cosas, y sólo junto a Él buscar salvación y ayuda, y no pensar, como el resto de los hombres, que sea posible salvarse por nuestra raza, riqueza, fuerza o sabiduría. Esto es lo que ustedes han hecho siempre: fabricándose en otro tiempo un becerro de oro (cf. Ex 32), mostrándose siempre ingratos y asesinos de los justos, enceguecidos por el orgullo de ser de su raza. Porque si el Hijo de Dios afirma manifiestamente no poder ser salvado sin Dios, ni por su condición de hijo, ni por ser fuerte o sabio, además del hecho de no haber pecado, como lo dice Isaías, y ciertamente no pecó de palabra, pues "no cometió injusticia, y ningún fraude se encontró en su boca" (Is 53,9), ¿cómo no caen en la cuenta, ustedes y los demás que sin esta esperanza esperan ser salvados, de estarse engañando a ustedes mismos?

CIII
El salmo 21,12-16: arresto de Cristo en el Monte de los Olivos, el silencio opuesto a sus jueces

Lo que seguidamente se dice en el salmo: "Porque la tribulación está cerca, y no hay quien me ayude. Me han rodeado muchos novillos, toros gordos me han cercado. Abrieron contra mí su boca, como león que descuartiza y ruge. Como el agua se derraman y se dislocan todos mis huesos" (Sal 21,12-15), fue igualmente anticipo de lo que realmente le sucedió. Porque la noche en que, en el Monte de los Olivos (cf. Mt 26,30. 47; Mc 14,26. 43; Lc 22,39. 47), se lanzaron sobre Él aquellos del pueblo de ustedes, conforme a la enseñanza recibida, enviados por los fariseos y escribas (cf. Mt 26,3-4. 47), le rodearon los que el Verbo llama novillos con cuernos (cf. Ex 21,29) y prematuramente funestos. Al añadir: "Toros gordos me han cercado" (Sal 21,13), proféticamente señaló a los que obraron de modo semejante a los novillos cuando Jesús fue conducido ante los maestros de ustedes. Si la Palabra los llamó a éstos toros, es porque bien sabemos que de los toros proceden los novillos. Así, pues, como los toros son padres de los novillos, así sus maestros fueron causa de que sus hijos salieran a capturarlo en el monte de los Olivos y le condujeran ante ellos. También las palabras: "Y no hay quien me ayude" (Sal 21,12), son expresión de lo sucedido. No hubo nadie, efectivamente, ni un solo hombre (cf. Sal 21,12; Is 63,5; Mt 26,56; Mc 14,50. 52), que fuese confiable para prestarle ayuda, a Él que no tenía pecado (cf. Is 53,9). Las palabras: "Abrieron contra mí su boca, como león que descuartiza y ruge" (Sal 21,14), designan al que entonces era el rey de los judíos y que también se llamaba Herodes, sucesor del otro Herodes que, al nacer Jesús, mató a todos los niños por aquel tiempo nacidos en Belén (cf. Mt 2,16), creyendo que entre ellos seguramente se encontraría Aquel de quien le habían hablado los magos venidos de Arabia; y es que desconocía el designio del que es más fuerte que todos, el cual había mandado a José y María que partieran a Egipto llevando al niño (cf. Mt 2,13-14), y permanecieran allí hasta que nuevamente se les revelara que podían volver a su propia tierra. Allí, efectivamente, estuvieron retirados (cf. Mt 2,15. 19-23), hasta que murió Herodes (cf. Mt 2,19), que había mandado matar a los niños de Belén, y le sucedió Arquelao (cf. Mt 2,22). Éste murió antes que el Cristo llegara, cumpliendo la economía fijada por el designio del Padre, para ser crucificado. A Arquelao le sucedió Herodes y tomó el poder que le correspondía, y éste fue a quien Pilatos, por congraciarse con él, le remitió encadenado a Jesús (cf. Lc 23,7-8; Jn 18,24?). Y sabiendo Dios de antemano que esto había de suceder, había ya dicho así: "Le encadenaron y le llevaron a Asiria, como regalo para el rey" (Os 10,6). O quizás llamó león que ruge contra Él (cf. Sal 21,14; 1 P 5,8) al diablo, a quien Moisés denomina serpiente (cf. Gn 3,1s.), a quien en Job (cf. Jb 1,6s.) y Zacarías (cf. Za 3,1-2) se le da nombre de diablo, y a quien Jesús le llama Satanás (cf. Mt 4,10), indicando que ha recibido este nombre compuesto, tomado de la misma acción que realiza. Porque "Sata" en la lengua de los judíos y los sirios significa "apóstata", y "nas" es el vocablo del que se traduce "serpiente". De ambas expresiones se formó "Satanás". Fue el diablo quien, en el momento en que Jesús salía del río Jordán (cf. Lc 4,1?) y la voz le acababa de decir: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy" (Lc 3,22; Sal 2,7), según lo que está escrito en las "Memorias de los Apóstoles", acercándosele, le tentó hasta el extremo de decirle: "Adórame" (cf. Mt 4,9; Lc 4,7). Pero Cristo le respondió: "¡Vete detrás mío, Satanás! Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo le servirás" (Mt 4,10; 16,23; Lc 4,8; cf. Dt 6,13). Es que como había logrado engañar a Adán, contra Éste presumía que también era posible intentar alguna empresa. Las palabras: "Como el agua me derramé, y todos mis huesos se dislocaron. Mi corazón se convirtió en cera que se derrite en medio de mis entrañas" (Sal 21,15), eran también una predicción de lo que sucedería aquella misma noche cuando a agredirlo, en el monte de los Olivos, para capturarlo (cf. Mt 26,30. 47; Mc 14,26. 43; Lc 22,39. 47). Porque en las "Memorias" que, como digo, fueron compuestas por los Apóstoles o sus discípulos, está escrito que derramó un sudor semejante a gotas de sangre (cf. Lc 22,44), en el momento en que oraba y decía: "Que se aleje, si es posible, esta copa" (cf. Mt 26,39; Mc 14,36; Lc 22,42), evidentemente por temblarle su corazón y sus huesos, como si su corazón fuese cera que se derrite en medio de sus entrañas (Sal 21,15). De donde podemos ver cómo verdaderamente quiso el Padre que su Hijo conociese semejantes sufrimientos, para que no se nos ocurra decir que, al Hijo de Dios, no le afectaba nada de lo que le pasaba y le sucedía. Lo de: "Mi fuerza se secó como una teja, mi lengua se pegó a mi paladar" (Sal 21,16), anuncia, como antes dije (cf. 102,5; Is 53,7), su silencio, pues no respondió sobre ningún punto (cf. Mt 27,13-14;Mc 15,4-5; Lc 23,9), Él que había confundido la falta de sabiduría de todos sus maestros.

CIV
El salmo 21,16-19: condena de Cristo, crucifixión, repartición de sus vestiduras

Las palabras: "Y tú me tiraste en el polvo de la muerte. Porque me rodearon numerosos perros, una banda de malvados me cercaron. Traspasaron mis manos y mis pies, y contaron todos mis huesos. Ellos me consideraron y contemplaron. Se repartieron mis vestidos y sobre mi vestidura echaron suertes" (Sal 21,16-19), como ya antes he dicho (cf. 97,3), anunciaban a qué clase de muerte iba a condenarle la banda de malvados, a los que llama perros; mostrando asimismo que había cazadores, porque los mismos que condujeron la jauría también se agregaron, poniendo todo su esfuerzo para que fuera condenado (cf. Mt 26,57. 59; Mc 14,53. 55). Esto también está escrito en las "Memorias de los Apóstoles". Y ya quedó demostrado (cf. 97,3) cómo los que le habían crucificado se repartieron sus vestiduras (cf. Sal 21,19; Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34).

CV
El salmo 21,20-22: muerte sobre la cruz y salvación de las almas

El salmo prosigue: "Pero tú, Señor, no alejes tu ayuda de mí. Considera mi prueba. Libra de la espada a mi alma y de la pata del perro a mi unigénita. Sálvame de las fauces del león y de los cuernos de los unicornios mi abajamiento" (Sal 21,20-22). Todo ello es enseñanza y anuncio, de la misma forma, de sus cualidades y de lo debía sucederle. Porque ya he indicado (cf. 100), tal como por las "Memorias de los Apóstoles" hemos aprendido, que Él es el unigénito del Padre del universo (cf. Jn 1,14-18), Verbo y Potencia propiamente engendrado del (Padre), y luego hecho hombre por la virgen. Predicho estaba igualmente su muerte sobre la cruz; porque las palabras: "Libra de la espada a mi alma y de la pata del perro a mi unigénita. Sálvame de las fauces del león y de los cuernos de los unicornios mi abajamiento" (Sal 21,21-22)", daban igualmente a entender por qué suplicio había de morir, es decir, por la crucifixión. Porque ya anteriormente les he explicado (cf. 91,2-3) que "los cuernos del unicornio" no son sino una figura de la cruz. Y cuando pide que su alma sea salvada de la espada, de las fauces del león y de la pata del perro (Sal 21,21-22), era una oración para que nadie se apoderara de su alma, a fin de que nosotros, cuando lleguemos al término de nuestra vida, pidamos lo mismo a Dios, que puede alejar de nosotros todo ángel desvergonzado y malo, para que no se apodere de nuestra alma. Ahora, que las almas sobreviven, ya se los he demostrado por el hecho de que el alma de Samuel fue evocada por la pitonisa, como se lo había pedido Saúl (cf. 1 S 28,7 ss.). Por donde se ve que todas las almas de aquellos que fueron justos o profetas caían bajo el poder de semejantes potencias, y es precisamente, en el caso de la pitonisa, lo que los hechos mismos atestiguan. De ahí que Dios nos enseñó por su mismo Hijo a luchar constantemente para llegar a ser justos y pedir, a la salida de esta vida, que nuestras almas no caigan en poder de ninguna potencia semejante a aquella, esto es evidente. Porque en el momento de entregar su espíritu sobre la cruz, dijo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46), según lo que también he aprendido por las "Memorias". Exhortaba asimismo a sus apóstoles a superar la conducta de los fariseos, y si no, que supieran no serían salvados. En las "Memorias" está escrito que dijo: "Si la justicia de ustedes no es más abundante que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos" (Mt 5,20).

CVI
El salmo 21,23-24: Cristo, Jacob, Israel, estrella y Oriente

Como Él sabía que su Padre había de concederle cuanto le pedía (cf. Mt 11,27; Lc 10,22; Jn 13,3) y que había de resucitarle de entre los muertos (cf. Mt 16,21; Mc 18,31; Lc 9,22; Lc 24,46?), exhortó a todos los que temen a Dios a que le alabaran (cf. Sal 21,24), pues por el misterio de ese crucificado tuvo piedad de toda la raza de los hombres creyentes. Además, Él se puso en medio de sus hermanos (cf. Lc 24,36; Jn 20,17; Sal 21,23), los Apóstoles; quienes después de la resurrección de entre los muertos, cuando fueron convencidos por Él que incluso antes de sufrir les había dicho que debía soportar sus padecimientos (cf. Lc 24,25-27. 44-46), y que eso fue anticipadamente anunciado por los profetas, se arrepintieron de haberle abandonado cuando fue crucificado; y estando con ellos, entonó himnos a Dios (cf. Mt 26,30; Mc 14,26; Sal 21,23), como consta en las "Memorias de los Apóstoles", y lo muestran las palabras del salmo que siguen: "Yo contaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te cantaré. Los que temen al Señor, alábenle; toda la descendencia de Jacob, glorifíquenle. Témalo toda la descendencia de Israel" (Sal 21,23-24). Cuando se dice que Él cambio el nombre de uno de sus Apóstoles por el de Pedro (cf. Mc 3,16-17), como está consignado en las "Memorias", y que también cambió el nombre de dos hermanos, hijos de Zebedeo, por el de Boanerges, es decir, hijos del trueno, significaba que Él era el que había dado a Jacob el sobrenombre de Israel (cf. Gn 32,28; 35,10), y a Ausés el sobrenombre de Jesús (cf. Nm 13,16), y por este nombre fueron introducidos en la tierra prometida a los patriarcas los sobrevivientes de aquellos que habían salido de Egipto. Que Él había de levantarse como una estrella por medio del linaje de Abraham, lo dio a entender Moisés cuando dijo: "Se levantará un astro de Jacob, y un caudillo de Israel" (cf. Nm 24,17). Y otra Escritura dijo: "Miren a un hombre. Su nombre es Oriente" (Za 6,12). Igualmente, en el tiempo de su nacimiento, cuando se levantó una estrella en el cielo, como está escrito en las "Memorias de sus Apóstoles", los magos de Arabia, comprendiendo ese signo, vinieron y le adoraron (cf. Mt 2,2. 9. 11).

CVII
El signo de Jonás, profecía de la resurrección

Él debía resucitar al tercer día después de su crucifixión; y también está escrito en las "Memorias" que, discutiendo con Él los de su pueblo, le dijeron: "Muéstranos un signo", a lo que les contestó: "Raza perversa y adúltera, que reclama un signo, y no se les dará otro signo que el de Jonás" (cf. Mt 12,38-39; 16,14). Aunque esto lo dijo veladamente, todavía podían los creyentes haber entendido que, después de su crucifixión, resucitaría al tercer día. Él puso de manifiesto que su raza era más perversa y más adúltera que los habitantes de la ciudad de Nínive (cf. Mt 12,38-39; 16,14). Porque éstos, al predicarles Jonás, después que un enorme pez le vomitó de su vientre al tercer día (cf. Jon 2,11-3,9), que después de cuarenta días perecerían en masa, proclamaron un ayuno para todos los seres vivientes, hombres y animales, con ropas de cilicio, fuertes lamentaciones, arrepentimiento sincero desde lo hondo del corazón y renuncia a la injusticia. Porque creían que Dios es accesible a la piedad y filántropo para con todos los que se apartan del mal; de suerte que hasta el mismo rey de aquella ciudad, y los grandes igualmente, permanecieron, vestidos de cilicio, en el ayuno y las súplicas, hasta obtener que su ciudad no fuera destruida. Jonás, empero, se molestó de que la ciudad no hubiera sido destruida a los cuarenta días, como él había predicado. Por la economía del ricino surgido de la tierra para él, bajo el cual se sentó para ponerse al resguardo de los ardores del sol -el ricino había brotado de repente sin que Jonás lo plantara ni regara, para procurarle sombra; después se secó, al día siguiente, y entonces Jonás se afligió- (cf. Jon 4,1 ss.), Dios le reprochó que estaba injustamente apenado de que no hubiese sido destruida la ciudad, diciéndole: "¿Con que tú te apiadas del ricino, por el cual no te fatigaste ni lo criaste, que en su noche vino y en su noche desapareció; y yo no tendré piedad de Nínive, la gran ciudad, en la que habitan más de doce miríadas de hombres que no saben distinguir su derecha de su izquierda, con gran cantidad de animales?" (Jon 4,10-11).

CVIII
El signo de Jonás no fue comprendido por los judíos. Después de su resurrección, lejos de hacer penitencia, enviaron por toda la tierra emisarios encargados de difundir calumnias sobre los cristianos

A pesar de que todo su pueblo conoce esta historia de Jonás, y de que Cristo, estando entre ustedes, les proclamó que les daría el signo de Jonás (cf. Mt 12,38-39; 16,14), exhortándolos a que por lo menos después de su resurrección de entre los muertos se arrepintieran de sus malas acciones y, como los ninivitas, gimieran delante de Dios, a fin de que su nación y su ciudad no fuera tomada y destruida, como en efecto lo han sido. Pero ustedes, no sólo no se han arrepentido, después que supieron que había resucitado de entre los muertos, sino que, como antes dije (cf. 17,1), escogieron, eligiéndolos, a hombres que enviaron por toda la tierra habitada. Quienes proclamaron que una herejía que aparta Dios y de la Ley (cf. Mt 28,15) se había levantado por la seducción de un cierto Jesús, galileo (cf. Mt 27,63). "Nosotros -decían- le crucificamos; pero sus discípulos, habiéndole robado, durante la noche (cf. Mt 28,13), del sepulcro en que, desclavado de la cruz, fue colocado, engañan ahora a los hombres (cf. Mt 27,63-64) diciendo que ha resucitado de entre los muertos y subido a los cielos (cf. Mt 27,63-64; Mc 16,19; Lc 24,51; Hch 1,9-11)". Y además lo acusan de haber profesado esas doctrinas que, para combatir a quienes le reconocen como Cristo, maestro e Hijo de Dios, ustedes propalan a todo el género humano como que apartan de Dios, de su Ley y de sus decretos. En fin, después de tomada la ciudad de ustedes y devastada su tierra (cf. Is 1,7), no se arrepienten, sino que tienen la audacia de maldecirle a Él y a todos los que creen en Él. Mientras que nosotros no los aborrecemos a ustedes, ni a quienes por culpa de ustedes conspiran contra nosotros, sino que oramos para que, incluso convirtiéndose ahora, encuentren todos piedad ante Dios, que es Padre del universo, misericordioso y lleno de compasión (cf. Ef 4,32; 1 P 3,8? Jon 4,2?).

CIX
Las naciones han escuchado al Verbo que, desde Jerusalén, ha sido proclamado por los apóstoles

Los gentiles, por su parte, debían hacer penitencia de la maldad en que vivieron extraviados, oyendo al Verbo que, desde Jerusalén, fue proclamado por sus Apóstoles, y recibiendo la enseñanza por su intermedio. Permítanme que ahora les cite algunas breves palabras de Miqueas, uno de los doce profetas. Helas aquí: "Al fin de los tiempos, estará patente la montaña del Señor, establecida sobre la cima de los montañas, levantada por encima de las colinas. Y confluirán hacia ella los pueblos, y marcharán hacia ella naciones numerosas, que dirán: "Vengan, subamos a la montaña del Señor y a la casa del Dios de Jacob, nos iluminarán su camino y andaremos en sus sendas". Porque de Sión saldrá la Ley y el Verbo del Señor de Jerusalén. Él juzgará en medio de pueblos numerosos y acusará a naciones poderosas, hasta territorios lejanos. Romperán sus espadas para arados y sus lanzas para hoces. Jamás levantará una nación contra otra nación la espada, y no aprenderán ya más a guerrear. El hombre se sentará debajo de su viña y debajo de su higuera, y no habrá quien le infunda miedo: Porque la boca del Señor de los ejércitos ha hablado. Porque todos los pueblos marcharán en el nombre de sus dioses; pero nosotros marcharemos en el nombre del Señor Dios nuestro, para siempre. He aquí que en aquel día yo recogeré a la oprimida y reuniré a la que había sido desechada y a la que maltraté. Haré de la oprimida un resto y de la maltratada una nación fuerte. Y reinará el Señor sobre ellos en el monte Sión, desde ahora y para siempre" (Mi 4,1-7).

CX
La profecía de Miqueas se ha realizado sólo parcialmente por la conversión de las naciones. Lo que falta se cumplirá en la segunda parusía

Terminada mi citación, proseguí:

-Sé muy bien, mis amigos, que sus maestros reconocen que todas las palabras de este pasaje se refieren al Mesías; pero también tengo noticia de sus afirmaciones sobre que todavía no ha venido, y, si hubiera venido, declaran ellos, no se sabe quién es (cf. Jn 7,27). Cuando se manifieste glorioso, entonces se reconocerá quién es. Entonces se cumplirá lo que se dice en ese pasaje de la profecía, como si ahora sus palabras todavía no hubieran dado fruto. Insensatos, que no entienden lo que por todas las palabras se encuentra demostrado: que están proclamados dos parusías, una, en que se anunció sufriente (cf. Is 53,3-4), sin gloria (cf. Is 53,3), sin honor (cf. Is 53,2), crucificado; la segunda, en que vendrá desde lo alto de los cielos con gloria (cf. Is 33,17; Mt 25,31; Dn 7,13-14; Mt 24,30), cuando el hombre de la apostasía (cf. 2 Ts 2,3), el que profiere insolencias contra el Altísimo (cf. Dn 7,25; 11,36), se atreva sobre la tierra a cometer sus iniquidades contra nosotros los cristianos, que somos los que, por la Ley y el Verbo que salió de Jerusalén (cf. Mi 4,2) con los Apóstoles de Jesús, hemos aprendido a conocer la piedad, y nos hemos refugiado en el Dios de Jacob y en el Dios de Israel (cf. Mi 4,2). Nosotros, los que estábamos llenos de guerra, de muertes mutuas y de toda clase de maldad, hemos renunciado en todo lugar de la tierra a los instrumentos guerreros y hemos cambiado las espadas en arados y las lanzas en útiles de cultivo de la tierra (cf. Sal 18,5; Mi 4,3); y cultivamos la piedad, la justicia, el amor de nuestros semejantes, la fe, la esperanza que nos viene del Padre mismo por el crucificado. Cada uno de nosotros se sienta debajo de su viña (cf. Mi 4,4), es decir, cada uno goza de su única y legítima mujer. Pues ya saben que el Verbo profético dice: "Su mujer es como una viña fértil" (Sal 127,3). Es cosa patente que nadie hay capaz de intimidarnos ni someternos a servidumbre (cf. Mi 4,4), a nosotros que en todo lugar de la tierra (cf. Sal 18,5) hemos creído en Jesús. Se nos decapita, se nos crucifica, se nos arroja a las fieras, a la cárcel, al fuego, y se nos somete a toda clase de tormentos; pero a la vista de todos está que no renunciamos a nuestra profesión de fe. Antes bien, cuanto mayores son nuestros sufrimientos, tanto más se multiplican los que abrazan la fe y la piedad por el nombre de Jesús. Así, cuando en una viña se le podan las partes que ya han dado fruto, brotan en ella nuevos sarmientos vigorosos y feraces; tal nos sucede a nosotros: porque la viña plantada por el Cristo (cf. Jn 15,1-2?), Dios y Salvador, es su pueblo. El resto de la profecía, sí, se cumplirá en su segundo advenimiento. Porque cuando dice: "aquella que es oprimida y expulsada" (cf. Mi 4,6), esto se entiende fuera del mundo, en cuanto de ustedes y de todos los demás hombres depende, cada cristiano es expulsado no sólo de sus propias posesiones, sino del mundo entero, pues a ningún cristiano le permiten vivir. Ustedes, sin embargo, dicen que esta profecía se ha realizado en su pueblo; pero si ustedes son expulsados, después que se les ha derrotado en la guerra, con razón sufren esa prueba, como lo atestiguan todas las Escrituras. Nosotros, empero, que nada semejante hemos hecho una vez conocida la verdad de Dios, recibimos de Él testimonio de que se nos quita de la tierra (cf. Is 53,8) juntamente con Cristo, el más justo, el solo inmaculado (cf. 1 P 1,19) y exento de pecado (cf. Is 53,9). Clama, en efecto, Isaías: "Miren cómo ha perecido el justo, y nadie presta atención en su corazón; hombres justos son quitados de en medio y nadie lo considera" (Is 57,1).

CXI
Las dos parusías y el doble sentido de la crucifixión estaban anunciados por el símbolo de los dos carneros, la actitud de Moisés en su combate contra Amalec, la sangre de la Pascua a la salida de Egipto y la cinta roja confiada a Rajab

En tiempos de Moisés también fueron anunciadas simbólicamente dos parusías de ese Cristo, ya lo dije al evocar el símbolo de los dos carneros ofrecidos en ocasión del ayuno (cf. Lv 16,7s). Lo mismo también era de antemano simbólicamente anunciado y dicho en lo que hicieron Moisés y Josué (cf. Ex 17,8s.). Porque uno de ellos permaneció sobre la colina hasta el atardecer con los brazos extendidos, gracias a que se los sostuvieron, lo que no puede representar sino el tipo de la cruz. Y el otro, apodado Jesús, dirigía la batalla e Israel vencía. Una cosa era de considerar en aquellos dos hombres santos y profetas de Dios, a saber, que uno solo de ellos no era capaz de llevar sobre sí ambos misterios, quiero decir, el tipo de la cruz y el tipo del nombre sustituido. Sólo uno hay, hubo y habrá que tenga esa fuerza, y es Aquel ante cuyo nombre tiembla toda potestad, con la angustia de ser por Él destruidas. No fue, pues, nuestro Cristo maldecido por la Ley (cf. Dt 21,23) por haber sufrido y sido crucificado, sino que manifestó que sólo Él salvaría a quienes no se aparten de su fe. Los que fueron salvados en Egipto cuando perecieron los primogénitos de los egipcios, fue la sangre de la Pascua la que los preservó, con la que estaban untados los umbrales y dinteles de las puertas (cf. Ex 12,7). Porque la Pascua era Cristo (cf. 1 Co 5,7), que había de ser sacrificado más tarde, como dijo Isaías: "Como una oveja fue llevado al matadero" (Is 53,7). Pues está escrito que en el día de Pascua le capturaron y en el mismo día de Pascua le crucificaron. Ahora bien, como a los que estaban en Egipto los salvó la sangre de la Pascua, así a los creyentes los preservará de la muerte la sangre de Cristo.¿Acaso iba Dios a equivocarse, de no hallar ese signo sobre las puertas (cf. Ex 12,13)? No seré yo quien eso diga, sino que de antemano anunciaba la salvación que por la sangre de Cristo había de venir para todo el género humano. En cuanto al símbolo de la cinta de color rojo (cf. Jos 2,18-21) que dieron en Jericó los exploradores mandados por Josué, hijo de Navé, a Rajab la prostituta, diciéndole que la colgara de la ventana por donde los había bajado para burlar a los enemigos, fue igualmente símbolo de la sangre de Cristo; por ella serán salvados los que antes, en todas las naciones, se daban a la injusticia y a la prostitución, que reciben el perdón de sus pecados y no vuelven más a pecar.

CXII
Solamente la interpretación cristiana de episodios tales como el de la serpiente de bronce permite resolver su aparente contradicción con la ley. Los maestros ofrecen únicamente una lectura literal de las Escrituras

Pero ustedes, al dar a esos hechos una interpretación limitada, adjudican a Dios una gran debilidad, si entienden las cosas de modo tan sumario y no buscan la fuerza de lo que se está dicho. Según ese método, el mismo Moisés podría ser acusado de transgredir la Ley, pues habiendo mandado personalmente que no se hiciera ninguna representación de las cosas que están el cielo, sobre la tierra o en el mar (cf. Ex 20,4), luego fue él quien hizo una serpiente de bronce, la que levantó sobre un cierto signo, y ordenó que a ella miraran los mordidos, y los que miraban fijamente, eran salvados (cf. Nm 21,8-9). Luego ¿habrá que entender que en esas circunstancias fue la serpiente la que salvó al pueblo, ella, a la que, como he dicho (cf. 91,4), Dios maldijo al principio (cf. Gn 3,14) y hará perecer con la gran espada, como exclama Isaías (cf. 27,1)? ¿Vamos a entender estos pasajes tan insensatamente como los explican sus rabinos, en vez de ver en ellos símbolos? ¿No referiremos ese signo a la imagen de Jesús crucificado, puesto que fue también Moisés, por sus brazos extendidos (cf. Ex 17,8 ss.), y con él aquel que recibió el sobrenombre de Jesús, quienes obtuvieron la victoria de su pueblo? De este modo cesa toda dificultad sobre el modo de obrar del Legislador; porque no abandonó a Dios, para persuadir al pueblo que pusiera su confianza en aquel animal por el que tuvo principio la transgresión y la desobediencia (cf. Gn 3). Con mucha inteligencia y misterio sucedieron esas cosas y fueron dichas por el bienaventurado profeta. Y de todo lo que han dicho o hecho el conjunto de los profetas, absolutamente nada hay que se pueda reprender legítimamente, si al menos ustedes disponen de esa ciencia que estaba en ellos. Pero si sus maestros sólo se limitan a explicarles cuestiones por qué en tal pasaje no se mencionan camellos hembras (cf. Gn 32,15), o qué son las hembras de camellos en cuetsión, o por qué se señalan tantas medidas de harina, y tantas de aceite en las ofrendas (cf. Lv 2; 6,7-16; Nm 15,4-11), y aun eso interpretado bajamente y a ras de tierra; en cambio, las grandes cuestiones, las que realmente merecen ser investigadas, no se atreven jamás a plantearlas ni explicarlas; es más, les tienen prohibido escuchar nuestras explicaciones y tener en absoluto trato con nosotros. Siendo esto así, ¿no será justo que oigan lo que a ellos dijo nuestro Señor Jesucristo: "Sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos y por dentro están llenos de huesos de cadáveres. Ustedes pagan el diezmo de la menta y, en cambio, se tragan un camello: guías ciegos" (Mt 23,27. 23. 24)? Si, pues, no rechazan con desprecio las enseñanzas de los que se exaltan a sí mismos (cf. Mt 23,12) y quieren ser llamados "Rabí, Rabí" (cf. Mt 23,7); si no se acercan a las palabras proféticas con una tenacidad y una disposición de espíritu tales que estén dispuestos a sufrir de parte de sus congéneres lo mismo que los profetas sufrieron (cf. 1 Ts 2,14-15), ningún provecho absolutamente sacarán de sus escritos.

CXIII
Josué, figura de Cristo. Verdadero significado de la circuncisión efectuada en el Jordán

Lo que yo digo es lo que sigue: a Jesús, llamado antes Ausés, como ya muchas veces lo he repetido (cf. 75,2), el que fue enviado junto con Caleb como explorador de la tierra de Canaán (cf. Nm 13,17 ss.), fue Moisés quien le llamó Jesús (cf. Nm 13,16); pero tú no quieres averiguar por qué motivo hizo eso, no se te ofrece ahí dificultad, no tienes interés en preguntar. De ahí que el Cristo permanece oculto para ti, y que leyendo no entiendas; y que ni aún ahora, al oír proclamar que Jesús es nuestro Cristo, no reflexionas que no sin motivo y al azar se le puso ese nombre. En cambio, por qué al primer nombre de Abraham se le añadió una A (cf. Gn 17,5), lo haces objeto de especulaciones teológicas, y de manera ruidosa tú debates por qué al de Sara se agregó una R (cf. Gn 17,15). ¿Por qué no investigas de modo semejante por qué el nombre patronímico de Ausés, hijo de Navé, se cambió enteramente por el de Jesús (cf. Nm 13,16)? ¡He aquí que tu ardor ya no es el mismo! Porque no sólo se le cambió el nombre, sino que, habiendo sido sucesor de Moisés (cf. Nm 27,18. 23; Dt 34,9), fue el único, de los que a su edad salieron de Egipto (cf. Nm 14,29-31; 26,65; 32,11-12), que introdujo al pueblo sobreviviente en la tierra santa (cf. Jos 3; 5,4-7). Del mismo modo que fue él, y no Moisés, el que introdujo al pueblo en la tierra santa, así también la distribuyó por suerte a aquellos que con él entraron (cf. Jos 13); igualmente Jesús el Cristo realizará el retorno de la dispersión del pueblo (cf. Is 49,6) y distribuirá a cada uno la tierra buena (cf. Dt 31,20), pero no de la misma manera. Porque Josué les dio una herencia provisoria, por no ser el Cristo-Dios ni Hijo de Dios; pero Él, al contrario, después de la santa resurrección, nos dará una posesión eterna (cf. Gn 17,8; 48,4). Aquél hizo parar el sol (cf. Jos 10,12-14), después que se le cambió su nombre por el de Jesús (cf. Nm 13,16) y hubo recibido de su espíritu una fuerza. Porque ya he demostrado (cf. 56) que Jesús fue quien se apareció a Moisés (cf. Ex 3), Abraham (cf. 18; 28,10-15; 31,11; 35,9-10) y a todos los otros, patriarcas, y conversó con ellos, sirviendo así a la voluntad de su Padre; y fue también Él quien vino para hacerse hombre por la virgen María, y permanece eternamente, como lo voy a exponer. Es a partir de Él, en efecto, y a través de Él que el Padre ha de renovar el cielo y la tierra (cf. Is 65,17; Ap 21,1). Es Él quien debe brillar en Jerusalén como una luz eterna (cf. Is 60,1. 19-20). Es Él quien permanece rey de Salem según el orden de Melquisedec, y sacerdote eterno del Altísimo (cf. Gn 14,18; Sal 109,4; Hb 5,6. 10). Josué, se dice, circuncidó con una segunda circuncisión al pueblo, con cuchillos de piedra (cf. Jos 5,2-3), y esto era anuncio de la circuncisión con que Jesucristo mismo nos circuncidó a nosotros de las piedras y demás ídolos, habiendo hecho montones de aquellos que eran del prepucio (cf. Gn 31,46; Jos 5,4), es decir, del extravío del mundo, y, que en todo lugar (cf. Ml 1,11), fueron circuncidados con cuchillos de piedra, que son las palabras de Jesús, nuestro Señor. Porque ya he demostrado (cf. 34,2; 36,1; 58,13; 70,1-2; 86,1) que el Cristo fue anunciado en parábola por los profetas como "piedra" y roca". Por los cuchillos de piedra (cf. Jos 5,2-3) entendemos, pues, las palabras de Cristo, por las que tantos extraviados incircuncisos recibieron la circuncisión del corazón (cf. Rm 2,29), aquella justamente que desde entonces, por intermedio de Jesús, Dios exhortó a recibir aún a aquellos que ya llevaban la circuncisión que tuvo su principio con Abraham, como lo prueba el hecho de habernos contado que Jesús (Josué) circuncidó por segunda vez con cuchillos de piedra a los que entraron en aquella tierra santa.

CXIV
Algunas reglas para comprender el lenguaje profético. La segunda circuncisión con cuchillos de piedra

En ocasiones el Espíritu Santo hacía que se produjese de manera visible alguna cosa que era una figura típica de lo porvenir (cf. Rm 5,14); otras veces, pronunciaba palabras sobre lo que había de acontecer y por cierto, hablando como si estuvieran sucediendo los hechos o hubieran ya sucedido. Procedimiento que no debieran ignorar quienes aborden las palabras de los profetas, pues no podrán seguir el sentido como conviene. Voy a citar, como ejemplo, algunas profecías para que comprendan lo que digo. Cuando el Espíritu Santo dice por intermedio de Isaías: "Como una oveja fue llevado al matadero, él es como un cordero ante quien le esquila" (Is 53,7), habla como si la pasión se hubiera ya cumplido. Lo mismo sucede cuando dice: "Yo extendí mis manos, todo el día, a un pueblo infiel y que contradice" (Is 65,2). O bien: "Señor, ¿quién ha creído al sonido de mis palabras?" (Is 53,1). Estas expresiones están dichas como si contaran algo ya acontecido. Y ya he demostrado que el Cristo, por símbolo, es a menudo llamado piedra; o también, por figura, Jacob e Israel. Cuando se dice también: "Miraré los cielos obras de tus dedos" (Sal 8,4), si no lo entiendo de la obra de su Palabra, es sin inteligencia que lo comprendo (cf. Is 29,14; 5,21), conforme a la opinión de sus maestros, que piensan que el Padre del universo y Dios ingénito tiene manos, pies, dedos y alma, como un animal compuesto; por lo que enseñan igualmente que fue el Padre mismo quien apareció a Abraham y a Jacob (cf. Gn 18; 28,13; 35,9ss). Dichosos somos, pues, nosotros que hemos recibido la segunda circuncisión, hecha con cuchillos de piedra (cf. Jos 5,2). Porque la primera de ustedes fue hecha y se sigue haciendo con (cuchillos de) hierro, pues siguen siendo duros de corazón. Pero nuestra circuncisión, que es la segunda por el nombre, porque apareció después de la de ustedes, se hace con piedras puntiagudas (cf. Jos 5,2), es decir, por las palabras predicadas por los apóstoles de la Piedra angular (cf. Is 28,16; 1 P 2,6; Ef 2,20), tallada sin concurso de mano alguna (cf. Dn 2,34), nos circuncida de la idolatría y de toda maldad. Y están nuestros corazones tan circuncidados de todo mal, que hasta nos alegramos de morir por el nombre de esa bella piedra, de la que brota el agua viva (cf. Jr 2,13; Jn 4,10. 14, Ap 22,1. 17; 21,6) para los corazones de los que por Él acceden al amor del Padre del universo, y apaga la sed de quienes desean abrevarse con el agua de la vida. Pero al decirles esto, no me entienden, pues tampoco han comprendido lo que está profetizado había de hacer el Cristo, y cuando nosotros les llevamos a las Escrituras, no nos creen. Jeremías, en efecto, clama así: "¡Ay de ustedes, que han abandonado la fuente viva, y se han cavados pozos rotos que no podrán contener el agua!" (Jr 2,13). "¿Acaso es un desierto el lugar donde está el monte Sión?" (cf. Is 16,1). "Porque a Jerusalén le di un libelo de repudio delante de ustedes" (cf. Jr 3,8).

CXV
Josué, hijo de Navé, y Jesús el Sumo Sacerdote

Pero a Zacarías, cuando expone en parábola el misterio de Cristo, y veladamente lo anuncia, sí que debieran creerle. He aquí sus palabras: "Alégrate y regocíjate, hija de Sión, porque mira que vengo y pondré mi tienda en medio de ti, dice el Señor. En aquel día se adherirán al Señor naciones numerosas, y serán para mí pueblo. Yo pondré mi tienda en medio tuyo, y ellas conocerán que el Señor de las potestades me envió a ti. El Señor recibirá a Judá en heredad, su parte sobre la tierra santa, y se escogerá todavía a Jerusalén. Tema toda carne ante la presencia del señor, porque Él se levanta de sus nubes santas. Él me mostró a Jesús, el sumo sacerdote, de pie delante del ángel del Señor, y el diablo estaba a su derecha para oponérsele. Dijo el Señor al diablo: "Que el Señor te repruebe, Él que se ha escogido a Jerusalén. ¿No es eso ahí un tizón que se ha sacado del fuego?" (Za 2,10-3,2).

Iba Trifón a responder y ponerme alguna objeción, pero yo le dije:

-Espera un poco primero y escucha lo que voy a decir. Porque no te voy a dar la interpretación que tú supones, negando que un hubo sacerdote por nombre Jesús en Babilonia, donde había sido conducido cautivo su pueblo. Y si eso hiciera, demostraría que hubo, sí, un sacerdote Jesús en el pueblo de ustedes, pero que no fue ése el que vio en su revelación el profeta, pues tampoco pudo ver al diablo y al ángel del Señor (cf. Za 3,1) con sus propios ojos y en estado normal, sino en éxtasis, por revelación que se le hizo. Lo que ahora digo es que, como ya lo dije (cf. 90,5; 91,3; 106,3; 111,1. 2; 112,2; 113,1-4), gracias al nombre de Jesús que había recibido, el hijo de Navé pudo realizar prodigios y ciertas acciones anunciadoras de lo que debía suceder por nuestro Señor; así, voy ahora a demostrar que la revelación hecha sobre Jesús sacerdote en Babilonia, era un anuncio de lo que había de suceder por nuestro sacerdote, Dios, Cristo e Hijo del Padre del universo.

Por lo demás, yo me maravillaba que estuvieran tranquilos, mientras yo poco antes hablaba, y que no me hubieran interrumpido al decir que el hijo de Navé fue el único de los de su edad de los salidos de Egipto que entró en la tierra santa, junto con los jóvenes de esa generación de la que habla la Escritura. Porque ellos son como las moscas en correr y cebarse sobre las heridas. Y es así que si se dicen diez mil cosas bien dichas y hay una minucia cualquiera que les desagrade, o no la entiendan, o no sea exacta, ya no hacen caso alguno de todo lo bien dicho y se aferran a un detalle, y todo su empeño es presentarlo como una impiedad o una injusticia. Con lo que merecen ser juzgados por Dios con la misma medida, y las cuentas que deberán rendir por sus grandes audacias, por sus malas acciones, por sus pobres exégesis, que presentan por falsificación, serán muy graves. Porque con el juicio con que ustedes juzgan, es justo que se los juzgue a ustedes (cf. Mt 7,2).

CXVI
La profecía de Zacarías se aplica al Cristo, sumo sacerdote, y a quienes ha redimido por su sacrificio

Pero para darles razón de la revelación hecha sobre Jesucristo, el santo, retomé mi propósito, y afirmé que aquella revelación se hizo en referencia a nosotros, que creemos en Cristo, el Sumo sacerdote crucificado. En concreto, les dije:

-Porque nosotros, que vivíamos en el libertinaje y absolutamente en toda clase de acciones impuras (cf. Za 3,3. 4), por la gracia que proviene de nuestro Jesús, según la voluntad de su Padre, nos hemos despojado de todas las impurezas -las perversidades- de que estábamos revestidos (cf. Za 3,3). Mientras el diablo nos amenaza, como eterno adversario (cf. Za 3,1. 2), meditando arrastrar a todos los hombres hacia sí (cf. Jn 12,32), el ángel de Dios (cf. Za 3,1), es decir, la fuerza de Dios que nos es enviada por intermedio de Jesucristo, le increpa, y él se aparta de nosotros (cf. Za 3,2). Nosotros hemos sido como arrancados del fuego (cf. Za 3,2), habiendo sido purificados de nuestros antiguos pecados (cf. Za 3,4), y luego librados de la tribulación e incendio en que quieren abrasarnos el diablo y todos sus ministros. Pero también de manos de éstos nos arranca Jesús, Hijo de Dios (cf. Za 3,2). Él nos prometió, si cumplimos sus mandamientos, vestirnos con las vestiduras que nos tiene preparadas (cf. Za 3,4-7), y anunció que proveería un reino eterno (cf. Dn 7,27). Porque a la manera que aquel Jesús (cf. Za 3,1), a quien el profeta llama sacerdote (cf. Za 3,1), apareció con vestiduras manchadas (cf. Za 3,3) por haber tomado, como se dice, por esposa a una prostituta, pero luego fue designado como un tizón sacado del fuego (cf. Za 3,2) por haber recibido la remisión de los pecados (cf. Za 3,4), mientras que su adversario, el diablo, era reprobado (cf. Za 3,1-2); así nosotros, hemos creído, como un solo hombre (cf. Ga 3,28), por el nombre de Jesucristo, en el Dios creador del universo, y por el nombre de su Hijo primogénito nos despojamos de nuestras vestiduras manchadas (cf. Za 3,4), es decir, de los pecados, y, abrasados por el Verbo de su llamamiento, somos el verdadero linaje de los sumos sacerdotes de Dios. Tal como Dios mismo lo atestigua diciendo que "en todo lugar entre las naciones se le ofrecen sacrificios agradables y puros" (cf. Ml 1,11). Ahora bien, Dios no acepta sacrificios de nadie, sino por intermedio de sus sacerdotes.

CXVII
Solamente el sacrificio eucarístico, que conmemora el de Cristo, es agradable a Dios y universal. La oración judía se practica únicamente en la diáspora

Así, pues, Dios atestigua de antemano que le son agradables todos los sacrificios que se hacen en el nombre de Jesucristo (cf. Ml 1,11; 1 Co 11,24-25; Lc 22,19), los sacrificios que Éste nos mandó ofrecer, es decir, los de la Eucaristía del pan y de la copa (cf. Mt 26,26), que son ofrecidos por los cristianos en todo lugar de la tierra (cf. Sal 18,5). En cambio, (Dios) rechaza los sacrificios que ustedes le ofrecen por medio de sus sacerdotes, cuando dice: "… Yo no aceptaré de sus manos sus sacrificios, porque desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado, y en todo lugar es ofrecido un sacrificio en mi nombre, un sacrificio puro, porque mi nombres es grande -dice Él- entre las naciones, mientras que ustedes lo profanan" (Ml 1,10-12). Aún ahora, por gusto de la querella, ustedes dicen que Dios no aceptaba los sacrificios que se le ofrecían en Jerusalén (cf. Ml 1,10), por quienes en aquel tiempo la habitaban, llamados Israelitas. En cambio, le eran gratas las oraciones que le hacían los hombres de aquel pueblo que se hallaban en la dispersión, y estas oraciones son las que se llama sacrificios (cf. Ml 1,11). Ahora bien, que las oraciones y acciones de gracias hechas por quienes son dignos son los únicos sacrificios perfectos y agradables a Dios, yo mismo se los concedo. Justamente ésos solos son los que los cristianos han recibido el mandato de hacer (cf. 1 Co 11,23), y en particular en el memorial de su cena (cf. 1 Co 11,24; Lc 22,19), alimentos y líquidos, en que se recuerda la Pasión que por ellos sufrió el Hijo de Dios. Pero sus sumos sacerdotes y sus maestros se han esforzado para que el nombre de Él fuera profanado y blasfemado por toda la tierra (cf. Is 52,5; Ml 1,12): esas vestiduras manchadas (cf. Za 3,3. 4) arrojadas por ustedes sobre todos aquellos que, por el nombre de Jesús; se han hecho cristianos; pero que Dios manifestará que han sido quitadas de nosotros (cf. Za 3,3. 4), cuando resucite a todos los hombres, y establezca a unos (cf. Mt 13,42-43; 25,41. 46; Ap 21,4-8), incorruptibles, inmortales y exentos de aflicción (cf. 1 Co 15,50 ss.), en un reino eterno e indestructible (cf. Dn 7,27), y a otros los arroje al eterno suplicio del fuego. Ustedes se engañan a sí mismos, ustedes y sus maestros, al comprender que fue en referencia a la gente de su pueblo, que vivía en la dispersión, que el Verbo ha dicho: "Sus oraciones y sus sacrificios son puros y agradables en todo lugar" (cf. Ml 1,11). Reconozcan que mienten y que tratan en todo de engañarse a sí mismos. Porque, en primer lugar, ni aún ahora su pueblo se extiende desde la salida del sol hasta el ocaso (cf. Ml 1,11), sino que hay naciones donde jamás habitó nadie de la raza de ustedes. En cambio, no hay raza alguna de hombres, denomínense bárbaros, griegos o con otros nombres cualesquiera, ya sea que se llamen "Vivientes en carro", o bien "Sin casa", o bien que moren bajo carpas y se ocupen de los rebaños (cf. Gn 4,20), entre los que no se ofrezcan por el nombre de Jesús crucificado oraciones y acciones de gracias al Padre y Creador del universo. En segundo lugar, cuando el profeta Zacarías dijo aquellas palabras, todavía no estaban dispersos por todas las partes de la tierra en que lo estuvieron luego, como por las mismas Escrituras se demuestra.

CXVIII
Exhortación al arrepentimiento

De modo que más les valiera poner fin al gusto de ustedes por la querella y hacer penitencia, antes de que llegue el gran día del juicio (cf. Ml 4,4), en el que se darán golpes de pecho todos los de su tribus que traspasaron a este Cristo (cf. Za 12,10. 12), como por la Escritura les he demostrado que está predicho (cf. 14,8). También he explicado (cf. 32,6) que "juró el Señor según el orden de Melquisedec" (cf. Sal 109,4), y el sentido de esta predicción. Dije asimismo antes (cf. 16,5) cómo se refería a la sepultura y resurrección de Cristo la profecía de Isaías cuando dice: "Su sepultura ha quitada de en medio [de los hombres]" (cf. Is 57,2); y que ese Cristo en persona es el juez de vivos y de muertos (cf. Dn 7,26; Hch 10,42; 2 Tm 4,1; 1 P 4,5), en varios lugares lo he afirmado (cf. 36,1). El mismo Natán, hablando de Él, le dirige a David esta advertencia: "Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo…; y no apartaré de él mi misericordia, como hice con sus ancestro... Yo lo estableceré en mi casa, y en su reino para siempre" (2 S 7,14-16). Y a éste y no otro designa Ezequiel como el que manda en la casa (cf. Ez 44,3). Porque Él es el sacerdote escogido y el rey eterno (cf. 2 S 7,16), el Cristo, en tanto que Hijo de Dios; y no piensen que en su segunda venida, Isaías o los otros profetas hablan de ofrecer sobre el altar sacrificios de sangre o libaciones (cf. Is 1,11-13; Jr 7,22; Sal 49,13; Ez 45-46), sino sólo alabanzas verdaderas y espirituales (cf. Sal 49,14), y acciones de gracias. Nosotros no hemos creído en Él en vano, ni fuimos engañados por quienes nos transmitieron esta enseñanza, sino que ello ha sucedido por maravillosa providencia de Dios; para que nosotros, más que ustedes que -erróneamente- estiman amar a Dios y ser más inteligentes (cf. Is 29,14; 5,21), seamos hallados aún más inteligentes y más religiosos por la vocación de alianza nueva y eterna (cf. Jr 31,31; 32,40), es decir, de Cristo. Maravillándose de esto Isaías dijo: "Los reyes cerrarán su boca; porque a quienes no fue anunciado nada sobre él, le verán, y los que no oyeron sobre él, le comprenderán. Señor, ¿quién creyó en el clamor de tus palabras, y el brazo del Señor a quién le fue revelado?" (Is 52,15; 53,1).

Al decir esto, agregué: 

-¡Oh Trifón!, no hago sino repetir, como puedo, las mismas cosas, en atención a los que hoy han venido contigo, si bien lo hago brevemente y concisamente.

Trifón me dijo:

-Haces bien, y aún cuando repitieras lo mismo en lo esencial, sabe que yo y mis compañeros te escuchamos con placer.

CXIX
Los cristianos son el pueblo santo anunciado por los profetas, y la nación numerosa prometida a Abraham

Yo dije a mi vez:

-¿Creen acaso, amigos, que nosotros íbamos a poder entender estos misterios en las escrituras, si no hubiéramos recibido gracia para comprenderlos por voluntad de Aquel que los quiso? Así había de cumplirse lo que fue dicho por Moisés: "Con sus dioses extraños me irritaron, con sus abominaciones me exacerbaron. Sacrificaron a demonios que no conocen, nuevos y recientes vinieron, desconocidos de sus padres. Abandonaste al Dios que te ha engendrado, te olvidaste del Dios que te alimenta. Y lo vio el Señor, y irritó, y de ira se exasperó contra sus hijos y sus hijas" (Dt 32,16-23). En efecto, después que aquel Justo fue elevado (cf. Is 3,10; 57,1), nosotros hemos florecido como pueblo nuevo, y hemos brotado como espigas nuevas y prósperas, como habían dicho los profetas: "Se refugiarán, en aquel día, muchas naciones en el Señor en un pueblo, y levantarán sus carpas en medio de toda la tierra" (Za 2,15). Pero nosotros no sólo somos un pueblo (cf. Za 2,15), sino también un pueblo santo (cf. Is 62,12; Dn 7,27; 1 P 2,9), como ya he demostrado (cf. 26,3; 31,7): "Y le llamarán pueblo santo, rescatado por el Señor" (Is 62,12). No somos, pues, una plebe despreciable, ni una tribu bárbara, ni una nación de carios o frigios, sino que a nosotros nos escogió Dios (cf. Dt 7,6; 14,2), y se manifestó a los que no preguntaban por Él. "He aquí -dice- que soy Dios para una nación que no había invocado mi nombre" (cf. Is 65,1). Porque ésta es la nación que antaño prometiera Dios a Abraham, al anunciarle que le haría padre de muchas naciones (cf. Gn 17,5), y ciertamente no se refería a árabes, egipcios e idumeos; pues Ismael también fue padre de una gran nación (cf. Gn 21,18), y lo mismo Esaú (cf. Gn 36,1-8. 9-19), y aun ahora son los ammonitas una gran muchedumbre. Pero Noé fue el padre del mismo Abraham y, en definitiva, de todo el género humano, sea cual fuere la línea de los antepasados. ¿Qué ventaja, pues, le concedió aquí Cristo a Abraham? El haberle llamado por la misma vocación de su voz, al decirle que saliera de la tierra en que habitaba (cf. Gn 12,1). Por la misma voz nos llamó también a nosotros, y ya hemos salido de aquella manera en que vivíamos, cuando compartiendo la conducta de las otras naciones que habitan la tierra, vivíamos en el mal. Con Abraham heredaremos la tierra santa, posesionándonos de una herencia por eternidad sin término, porque somos hijos de Abraham por tener la misma fe (cf. Ga 3,7). Es así que como Abraham creyó en la voz de Dios y le fue reputado por justicia (cf. Gn 15,15; Ga 3,6), también nosotros hemos creído en la voz de Dios, que nos ha hablado nuevamente por los apóstoles de Cristo, y que las profecías nos habían anunciado; y por esa fe, llegando hasta la muerte, hemos renunciado a todas las cosas que se encuentran en el mundo. Dios entonces le hace la promesa a una nación que tenga esa misma fe, piadosa y justa, agradable al Padre (cf. Pr 10,1), y no a ustedes, en quienes no hay nada de fe (cf. Dt 32,20).

CXX
Es a Cristo a quien se aplica la bendición de Judá, y el símbolo del martirio de Isaías. La doble descendencia constituida por las naciones y los judíos convertidos a Cristo

Consideren, sin embargo, cómo las mismas promesas se hacen también a Isaac y a Jacob. Con Isaac, en efecto, habla así: "Serán bendecidas en tu descendencia todas las tribus de la tierra" (cf. Gn 26,4). Y con Jacob: "Serán bendecidas en ti todas las tribus de la tierra, y en tu descendencia" (cf. Gn 28,14). Esto ya no se dice ni a Esaú ni a Rubén, ni a otro alguno, sino sólo a aquellos de quienes debía nacer el Cristo, conforme a la economía realizada por intermedio de la virgen María. Si examinas la bendición de Judá, verás sin duda lo que digo. Porque la descendencia de Jacob se divide (cf. Gn 28,14) y se prolonga por Judá, Fares, Jesé y David. Todo esto era un símbolo, que algunos de su pueblo se hallarían entre los hijos de Abraham por encontrarse también en la parte de Cristo (cf. Dt 32,9; Za 2,12); otros, en cambio, son hijos, sí, de Abraham, pero semejantes a la arena de la orilla del mar (cf. Gn 22,17), que es estéril y sin fruto (cf. Mt 13,22; Mc 4,19); mucha, ciertamente, e imposible de contar; pero que no produce absolutamente nada, y que sólo bebe el agua del mar. Tal se comprueba en una gran número de los de su raza, que se beben las doctrinas de amargura y de impiedad, y vomitan la palabra de Dios. Así está dicho, a propósito de Judá: "No faltará príncipe de Judá ni guía salido de sus muslos, hasta que venga a quien está reservado. Y él mismo será la expectación de las naciones" (cf. Gn 49,10). Es evidente que esto no se dijo de Judá, sino de Cristo; porque nosotros, gentes de todas las naciones, no esperamos a Judá, sino a Jesús, que fue quien también guió a sus padres fuera de Egipto (cf. Ex 13,9). Es hasta la parusía de Cristo, en efecto, lo que significa la profecía que proclama anticipadamente: "Hasta que venga Aquel a quien está reservado, y él mismo será la expectación de las naciones". Él, pues, ha venido (cf. Gn 49,10), como lo hemos demostrado en muchas ocasiones, y se espera que aparezca de nuevo (cf. Gn 49,10) sobre las nubes (cf. Dn 7,13; Mt 26,64; Mc 14,62)). Jesús, cuyo nombre ustedes profanan y siguen trabajando para que sea profanado por toda la tierra (cf. Ml 1,11-12; Is 52,5). Posible me fuera, señores discutir con ustedes sobre la expresión que interpretan, diciendo que el original es: "Hasta que vengan las cosas que le están reservadas" (cf. Gn 49,10); pero no es así que lo tradujeron los Setenta, sino: "Hasta que venga Aquel a quien está reservado." Pero como lo que sigue indica que se dijo de Cristo (dice así, en efecto: "Y él mismo será la expectación de las naciones" [cf. Gn 49,10]), no voy a discutir con ustedes por una simple palabra, del mismo modo que tampoco he buscado establecer mi demostración relativa al Cristo sobre Escrituras no reconocidas por ustedes, como los pasajes que les cité, del profeta Jeremías, de Esdras y de David, sino sobre las que hasta ahora ustedes reconocen. Si sus maestros las hubieran entendido, sepan bien que las hubieran hecho desaparecer, como ha sucedido con las que narran la muerte de Isaías, a quien ustedes aserraron con una sierra de madera, otro símbolo de Cristo, que ha de cortar en dos partes a su pueblo, y a los que lo merezcan les concederá un reino eterno con los santos patriarcas y profetas (cf. Dn 7,27), y a los demás los enviará al suplicio del fuego inextinguible con los que, procedentes de todas las naciones, son como ellos incrédulos y no se convierten, pues ya Él dijo: "Vendrán de Oriente y de Occidente, y tendrán parte en el festín con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas de fuera" (Mt 8,11; cf. Lc 12,28-29). Y esto os lo digo porque yo de ninguna otra cosa me preocupo, sino de decir la verdad, y la afirmaré sin temer a nadie, aunque hubiera de ser inmediatamente despedazado por ustedes. Pues no tengo temor de nadie de mi raza, quiero decir, de los samaritanos, ya que me dirigí por escrito al Emperador, para decirle que estaban engañados creyendo en el mago Simón, de su propio pueblo, que afirman ellos ser Dios por encima de todo principado, toda autoridad y toda potestad (cf. Ef 1,21).

CXXI
La fe universal en Jesús, luz de las naciones, atestigua que él es el Cristo

Como ellos guardaran silencio, yo proseguí:

-Hablando de ese Cristo por intermedio de David, ya no dice que las naciones serán bendecidas en su descendencia, sino en Él (cf. Gn 28,14; 26,4; Sal 71,17). He aquí el pasaje: "Su nombre es para la eternidad, se levantará por encima del sol; serán bendecidas en Él todas las naciones" (cf. Sal 71,17). Ahora bien, si en Cristo son bendecidas todas las naciones y nosotros que venimos de todas las naciones creemos en Él; luego Él es el Cristo, y nosotros mismos quienes por su intermedio somos bendecidos. Dios, como está escrito, permitió antaño que fuera adorado el sol (cf. Dt 4,19); pero no se ve que nadie estuviera dispuesto a morir por su fe en el sol; en cambio, por el nombre de Cristo, se puede ver cómo personas de todo linaje de hombres lo han soportado y soportan todo antes que renegarle. Porque el Verbo de verdad y de sabiduría (cf. Ef 1,3; Col 1,5; 2 Tm 2,15; St 1,18) es todavía más ardiente y más luminoso que las potencias del sol, y penetra hasta las profundidades del corazón y del espíritu (cf. Hb 4,12?). De ahí que el Verbo dijera: "Por encima del sol se elevará su nombre" (Sal 71,17). Y otra vez: "Oriente es su nombre", dice Zacarías (cf. Za 6,12). Y el mismo Zacarías, hablando sobre Él, había dicho: "Lo verán tribu por tribu" (cf. Za 12,10. 12; Is 52,10. 15). Pues si, en su primera venida, que fue sin honor, sin hermosura, sin apariencia y objeto de desprecio (cf. Is 53,3; Sal 21,7), mostró tanto brilló y tanta fuerza que en ninguna raza de hombres se le desconoce, y han hecho sin reserva penitencia de la antigua mala conducta propia de cada raza, y los mismos demonios se someten a su nombre (cf. Lc 10,17), y a le temen todos los principados y los reinos (cf. Ef 1,21; 3,10; Col 1,16; 2,15) más aún que a todos los muertos, ¿no destruirá absolutamente en su venida gloriosa a todos los que le han odiado (cf. Dt 32,43?; Pr 8,36?) y se han apartado de Él injustamente, y concederá descanso a los suyos, dándoles todo lo que esperan (cf. Gn 49,10)? A nosotros, pues, se nos ha concedido escuchar, entender y ser salvados por ese Cristo y aprender a conocer todo lo del Padre (cf. Jn 14,7). Por eso le decía: "Gran cosa es para ti ser llamado mi servidor, establecer las tribus de Jacob y reunir las dispersas de Israel. Te he puesto por luz de las naciones, para que seas su salvación hasta los confines de la tierra" (Is 49,6).

CXXII
La luz de las naciones no es la ley, adoptada por los prosélitos, sino el Cristo de quien las naciones son la herencia

Ustedes piensan que esas palabras se refieren al "geora"(1) y a los prosélitos; pero en realidad fueron dichas de nosotros, los que hemos sido iluminados por intermedio de Jesús (cf. cf. Is 49,6). En otro caso, también por ellos hubiera dado Cristo testimonio (cf. Is 43,10); pero la verdad es que, como él mismo dijo, se hacen doblemente hijos de la Gehena (cf. Mt 23,15). No fueron, pues, dichas para ellos las palabras de los profetas, sino para nosotros, sobre quienes dice también el Verbo: "Llevaré a los ciegos por un camino que no conocían, y andarán por senderos que desconocían. Y yo soy testigo, dice el Señor Dios, con mi servidor a quien escogí" (cf. Is 42,16; 43,10). ¿Por quiénes, pues, da Cristo testimonio (cf. Is 43,10)? Evidentemente, por los que han creído (cf. Is 43.10?). Pero los prosélitos no sólo no creen, sino que blasfeman doblemente que ustedes contra su nombre (cf. Mt 23,15; Is 52,5), y quieren matarnos y atormentarnos a los que creemos en Él, como quiera que en todo ponen empeño por asemejarse a ustedes. Otra vez también exclama: "Yo, el Señor, te llamé en justicia, te tomaré de la mano y te fortaleceré, te pondré para alianza del pueblo, para luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para liberar de sus cadenas a los encadenados…" (Is 42,6-7). Todo esto, amigos, está dicho con relación a Cristo y a las naciones que recibieron la luz. ¿O es que otra vez van a decir que se habla de la ley y de los prosélitos, al pronunciar estas palabras?

Aquí, como si estuvieran el teatro, rompieron a gritos algunos de los que habían llegado el segundo día, diciendo:

-¿Pues qué? ¿No se habla ahí de la ley y de aquellos que por ella fueron iluminados (cf. Is 42,6)? Y éstos son los prosélitos.

Yo contesté, mirando a Trifón:

-¡De ninguna manera!, pues si la ley fuese capaz de iluminar a las naciones (cf. Is 42,6) y a quienes la poseen, ¿qué falta hacía de una nueva alianza (cf. Jr 31.31)? Pero ya que Dios anunció que mandaría una nueva alianza, una ley y ordenamiento eternos (cf. Sal 2,7?), no hemos de entender la antigua ley (cf. 2 Co 3,14?) y sus prosélitos, sino a Cristo y los sus prosélitos, a nosotros los gentiles, a quienes Él ha iluminado, como en algún lugar lo dice: "Así habla el Señor: "En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salvación te socorrí, y te establecí como alianza de las naciones, para fundar el país y tomar por herencia los lugares desiertos" (Is 49,8). Ahora bien, ¿cuál es la herencia de Cristo (cf. Is 49,8)? ¿No son las naciones? ¿Cuál es la alianza de Dios (cf. Is 49,8)? ¿No es Cristo? Como dice en otra parte: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo y te daré las naciones por herencia, y para posesión tuya los confines de la tierra" (Sal 2,7-8).

CXXIII
La interpretación judía de la expresión "luz de las naciones" es absurda. Los cristianos son, por Cristo, el verdadero Israel

Ahora, pues, como todo esto se refiere a Cristo y a las naciones, así han de considerar que se refiere lo anterior (cf. 121). Porque nada necesitan los prosélitos de una alianza nueva, cuando ya está puesta una sola y única ley para todos los circuncisos. Acerca de éstos dice la Escritura: "El geora se añadirá también a ellos, y se agregará a la casa de Jacob" (Is 14,1). El prosélito (cf. Lv 19,34; Ex 12,48) que se hace circuncidar para acercarse al pueblo, es como si fuera un autóctono; pero nosotros, aún cuando hemos merecido ser llamados "pueblo", somos, sin embargo, una "nación" por no estar circuncidados. Por otra parte, es ridículo que ustedes piensen que a los prosélitos se les han abierto los ojos (cf. Is 42,7), y a ustedes no; que ustedes sean llamados ciegos y sordos (cf. Is 42,7. 16. 19), y ellos iluminados (cf. Is 49,6). Y resultará, en fin, el colmo de la ridiculez, si pretenden que la ley fue dada para las naciones, mientras que ustedes no la han ni conocido. Porque entonces temerían la cólera de Dios (cf. Is 42,25; 57,16?), y no serían esos hijos sin ley (cf. Is 57,3), extraviados, avergonzados de oírle decir sin cesar: "Hijos en quienes no hay fe" (cf. Dt 32,20). Y: "¿Quién es el ciego, sino mis hijos; y el sordo, sino quienes los gobiernan? Se hicieron ciegos los servidores de Dios. Ustedes saben, muchas veces, pero no se precavieron; estaban sus oídos abiertos, y no oyeron" (Is 42,19-20). ¿Con que les parece bien esta alabanza que viene de Dios? ¿Y de parte de Dios, este testimonio para los servidores (cf. Is 43,10; 42,19)? Por muchas veces que oigan estos mismos reproches, no tienen vergüenza, no se estremecen ante las amenazas de Dios, sino que son un pueblo necio y de corazón endurecido (cf. Jr 5,21). "Por eso, miren que seguiré transfiriendo a este pueblo -dice el Señor- los transportaré, y les quitaré su sabiduría a los sabios y haré desaparecer la inteligencia de los inteligentes" (Is 29,14; cf. 1 Co 1,19). Y con razón, porque no son ni sabios, ni inteligentes, sino ásperos y astutos: "Sabios sólo para obrar el mal" (cf. Jr 4,22); pero incapaces para conocer el oculto designio de Dios y la alianza fiel del Señor (cf. Is 55,3), o hallar los senderos eternos (cf. Jr 6,16). Por lo tanto, dice Él: "Suscitaré para Israel y para Judá una descendencia de hombres y una descendencia de bestias" (Jr 31,27). Y por intermedio de Isaías dice sobre el otro Israel: "En aquel día habrá un tercer Israel entre los asirios y los egipcios, bendecido en la tierra que bendijo el Señor Sabaoth diciendo: "Bendito será mi pueblo que está en Egipto y entre los asirios, y mi herencia Israel"" (Is 19,24-25). Pues si Dios bendice a este pueblo (cf. Is 19,25), le llama Israel y proclama que es herencia suya, ¿por qué no se arrepienten de engañarse a ustedes mismos, como si fueran el solo Israel, y de maldecir al pueblo que es bendecido por Dios? Pues cuando hablaba a Jerusalén y a su comarca, dijo también así: "Engendraré sobre ustedes hombres, mi pueblo de Israel. Ellos las heredarán, serán posesión suya y no sucederá ya que estén sin hijos de ellos" (Ez 36,12).

-¿Cómo -dijo entonces Trifón-, con que ustedes son Israel y de ustedes dice él todo eso?

-Si no hubiéramos ya, Trifón, tratado largamente esa cuestión, dudaría si me preguntas eso por no entenderlo; pero como ya quedó demostrada y tú conveniste en ello, no creo que se trate ahora de ignorancia tuya ni que tengas otra vez ganas de querellas, sino que me provocas a que repita la demostración también a éstos.

Como Trifón me asintiera, guiñándome de los ojos, yo proseguí:

-Nuevamente en Isaías, si al menos para comprender quieren hacer uso de sus oídos (cf. Jr 5,21), hablando Dios sobre el Cristo le llama en parábola Jacob e Israel. Dice así: "Jacob es mi siervo, yo lo sostendré; Israel es mi elegido, yo pondré sobre él mi Espíritu, y él traerá el juicio a las naciones. No discutirá ni gritará, ni oirá nadie su voz en las plazas. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que humea, sino que por la verdad producirá el juicio; él lo restablecerá, no se cansará hasta que ponga el juicio sobre la tierra. Y en su nombre esperarán las naciones" (Is 42,1-4; cf. Mt 12,18-21). Así, pues, como de aquel solo Jacob (cf. Is 42,1), que fue también llamado Israel, toda la raza de ustedes es llamada Jacob e Israel, así nosotros, procediendo de Cristo, que nos ha engendrado para Dios (cf. Ez 36,12), como Jacob, Israel, Judá y David, somos llamados y somos verdaderos hijos de Dios (cf. 1 Jn 3,1-2; Jn 1,12), porque nosotros observamos los preceptos de Cristo.

CXXIV
Los cristianos son hijos de Dios e hijos del Altísimo

Como observé que se alborotaban de mi afirmación, que también somos nosotros hijos de Dios (cf. 1 Jn 3,1-2; Jn 1,12), adelantándome a sus preguntas, dije:

-Escuchen, amigos, cómo el Espíritu Santo dice de este pueblo que son todos hijos del Altísimo (Sal 81,6) y que en su asamblea estará presente ese Cristo (cf. Sal 81,1), para hacer justicia a todo linaje de hombres (cf. Sal 81,8). He aquí las palabras proferidas por intermedio de David, tal como ustedes las traducen: "Dios se levantó en la asamblea de los dioses, y en medio de los dioses él juzga: "¿Hasta cuándo darán juicios inicuos y favorecerán la causa de los pecadores? Hagan justicia al huérfano y al pobre; al humilde, al indigente, restitúyanle su derecho. Libren al indigente, arranquen al pobre de la mano del pecador". Ellos no entendieron ni comprendieron, caminan en las tinieblas. Se conmoverán todos los cimientos de la tierra. Yo dije: "Son todos dioses, e hijos del Altísimo; pero ustedes mueren como un hombre, y caen como uno de los jefes". Levántate, oh Dios, juzga a la tierra, porque tú heredarás en todas las naciones" (Sal 81,1-8). Pero en la versión de los Setenta se dice: "Miren, es como los hombres que ustedes mueren, y como uno de los jefes que caen" (Sal 81,7), aludiendo a la desobediencia de los hombres, quiero decir, de Adán y de Eva, y a la caída de uno de los jefes, de aquel que se llama serpiente (cf. Ap 12,9; 20,2?), que cayó con gran caída por haber engañado a Eva (cf. Sal 81,7). Sin embargo, no he citado ahora el pasaje por razón de su variante, sino para demostrarles que el Espíritu Santo reprende a los hombres (cf. Sal 81,7), concebidos para ser impasibles e inmortales, como lo es Dios (cf. Sal 81,6), con la condición de observar sus mandamientos, y juzgándoles Él dignos de ser llamados sus hijos (cf. Sal 81,6), son ellos los que, por hacerse semejantes a Adán y Eva, se procuran a sí mismos la muerte (cf. Sal 81,7). Sea la traducción del salmo la que ustedes quieran; aún así queda demostrado que a los hombres se le concede llegar a ser dioses (cf. Sal 81,6), ser llamados todos hijos del Altísimo (cf. Sal 81,6), y que serán juzgados y condenados individualmente, como Adán y Eva. Por lo demás, que a Cristo también se la da el nombre de Dios (cf. Sal 81,1. 8), cosa es que está largamente probada.

CXXV
Significado del nombre Israel. Por el Cristo, los cristianos son el Israel bendito

Quisiera saber, dije, de boca de ustedes, amigos, cuál es el poder del nombre de Israel. Como todos se callaron, proseguí: -De mi parte, voy a decir lo que sé; porque estimo que no es justo ni callar lo que sé, ni, sospechando que ustedes lo saben, y que por envidia o inexperiencia no quieran decir lo que yo mismo sé, preocuparme siempre, sino al contrario decirlo todo sencillamente y sin ninguna artimaña, como dijo mi Señor: "Salió el sembrador a sembrar la semilla, y una parte cayó en el camino, otra sobre las espinas, otra en terreno pedregoso y otra en tierra buena" (Mt 13,3-8; Lc 8,5-8; cf. Mc 4,3-8). Confiando, pues, que en alguna parte habrá tierra buena, (cf. Mt 13,8. 23; Lc 19,23) hay que hablar. Porque Él, mi Señor, que es fuerte y poderoso (cf. Gn 32,28; Sal 23,8?), reclamará a todos lo que le pertenece (cf. Lc 12,35 ss.; 16,1 ss.), cuando vuelva (cf. Mt 25,27. 31; Lc 19,23), y no condenará a su ecónomo (cf. Lc 16,1. 3. 8), si reconoce que, sabiendo que su Señor es poderoso (cf. Mt 25,24; Lc 19,21. 22) y que reclamaría lo que le pertenece, cuando vuelva (cf. Mt 25,27; Lc 19,23) lo puso en toda clase de bancos, y por ninguna razón lo enterró en el suelo (cf. Mt 25,18). Así, pues, el nombre de Israel significa "hombre vencedor de una Potencia". Porque "Isra" quiere decir "hombre vencedor", y "el", "Potencia". Lo cual fue profetizado que haría Cristo, hecho hombre, por el misterio de la lucha que Jacob sostuvo con aquel que, aparecido ángel porque servía a la voluntad del Padre, era sin embargo Dios en tanto que hijo (cf. Gn 32,28. 30), primogénito del conjunto de las criaturas (cf. Col 1,15; Pr 8,22). Porque cuando se hizo hombre, como antes dije (cf. 103,6), se le acercó el diablo, es decir, aquella Potencia que se llama serpiente o Satanás, para tentarle (cf. Mt 4,1 ss.; Lc 4,1 ss.), pugnando por derribarle, pues le exigió que le adorara. Pero fue Él quien le destruyó y derribó, arguyéndole de perverso, pues exigía contra las Escrituras ser adorado como dios, convertido en apóstata de la voluntad de Dios. Él le respondió efectivamente: "Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo rendirás culto" (Mt 4,10; Lc 4,8; cf. Dt 6,13). Vencido y confundido se retiró entonces el diablo. Pero como nuestro Cristo había de caer en el entorpecimiento (cf. Gn 32,25), es decir en el sufrimiento y en la percepción del dolor, cuando fue crucificado, también esto lo anunció de antemano por el hecho de tocar el muslo de Jacob y entorpecérselo. Pero el nombre de "Israel" era suyo de antiguo y con él llamó al bienaventurado Jacob, bendiciéndole con su propio nombre y anunciando así que todos los que por Él se refugian en el Padre, son el Israel bendecido (cf. Is 19,24-25). Pero ustedes, que nada de esto comprenden ni están preparados para comprenderlo, esperan con seguridad ser salvados por el solo hecho de ser hijos de Jacob según la descendencia de la carne; pero que también en esto se engañan a ustedes mismos, cosa es que tengo ampliamente demostrada.

CXXVI
El Verbo, Hijo de Dios, recibe diversas denominaciones en la Escritura. Es él quien se manifiesta a Abraham, Jacob y Moisés

Pero ¿quién es éste que unas veces es llamado ángel del gran consejo (cf. Is 9,6), hombre por intermedio de Ezequiel (cf. Ez 40,3. 4. 5?; Za 6,12; Gn 18,2s.), como hijo del hombre por intermedio de Daniel (cf. Dn 7,13), niño por intermedio de Isaías (cf. Is 7,16), Cristo y Dios digno de ser adorado por intermedio de David (cf. Sal 44,7. 8. 13; 71,11), Cristo y piedra por muchos (cf. Sal 44,7; Dn 2,34), y Sabiduría por intermedio de Salomón (cf. Pr 8), José, Judá y estrella por intermedio de Moisés (cf. Dt 33,16; Gn 49,8s.; Nm 24,17), Oriente por intermedio de Zacarías (cf. Za 6,12), sufriente, Jacob e Israel (cf. Is 53,3-4; 42,1), como así también vara, retoño y piedra angular (cf. Is 11,1; 28,16) por intermedio de Isaías, y también Hijo de Dios (cf. Sal 2,7; 2 S 7,14)? Si lo supieran, ¡oh Trifón!, dije yo, no blasfemarían contra el que ya ha venido, fue engendrado, sufrió, subió al cielo y aparecerá de nuevo: entonces se darán golpes de pecho sus doce tribus (cf. Za 12,12-14). Si hubieran comprendido lo que ha sido dicho por los profetas, no negarían que Él es Dios, hijo del único, ingénito e inefable Dios. En algún pasaje del Éxodo dice, en efecto, Moisés: "Habló Dios a Moisés y le dijo: "Yo soy el Señor; yo me aparecí a Abrahán, a Isaac y a Jacob; yo soy su Dios; pero no les revelé mi nombre, y establecí con ellos mi alianza..."" (Ex 6,2-4) Y otra vez dice así: "Luchaba contra Jacob un hombre" (Gn 32,24. 25); luego afirma también que es Dios, porque Jacob, declara él, exclama: "He visto a Dios cara a cara, y se salvó mi alma" (Gn 32,30). Y escribió asimismo que al lugar en que luchó, se le apareció y le bendijo (cf. Gn 32,20), (Jacob) le llamó "forma visible de Dios" (cf. Gn 32,30). De modo semejante cuenta Moisés que Dios se apareció a Abraham junto a la encina de Mambré, cuando estaba sentado a la puerta de su carpa, al mediodía (Gn 18,1). Después de lo cual añade: "Levantando sus ojos vio que tres hombres estaban de pie delante de él; y habiéndolos visto, corrió a su encuentro" (Gn 18,2) Poco después uno de ellos le promete a Abraham un hijo: "¿Cómo es que se ha echado a reír Sara diciendo: "Conque yo voy a dar a luz? Yo estoy hecha una vieja". ¿Es que hay cosa imposible para Dios? Para este tiempo, en un año, volveré a ti, y Sara tendrá un hijo. Y se separaron de Abrahán" (Gn 18,13-14). Y nuevamente dice sobre ellos: "Levantándose de allí, los dos hombres miraron hacia Sodoma" (cf. Gn 18,16). Luego, aquel que era y que es le dice nuevamente a Abrahán: "… Yo no voy a ocultar a mi siervo Abraham lo que voy a hacer" (Gn 18,17).

Entonces repetí la continuación del relato del Moisés, con mis explicaciones, por las que se demuestra que aquél que, ante la demanda del Padre y Señor, sirviendo así a su voluntad, se dejó ver por Abraham, Isaac, Jacob y a otros patriarcas, las Escrituras claramente lo llaman Dios.

Un punto añadí, que no había dicho antes: así también, cuando el pueblo deseó comer carne (cf. Nm 11,4 ss.), y Moisés no cree al que allí también es llamado ángel (cf. Nm 11,21-22), que le anunciaba que Dios se la daría hasta que se hartaran (cf. Ex 16,3. 8?), se pone de manifiesto que fue Él mismo, que era Dios y ángel enviado por el Padre, quien dijo e hizo esas cosas. La Escritura, en efecto, prosigue diciendo: "Dijo el Señor a Moisés: "¿Es que no va a bastar la mano del Señor? Ahora vas a ver si mi Verbo te alcanzará o no" (Nm 11,23). Y en otro pasaje también dice: "El Señor dijo a Moisés: "No pasarás tú ese Jordán. El Señor tu Dios, que marcha delante de tu rostro, Él aniquilará a las naciones" (Dt 31,2-3).

CXXVII
Otros versículos bíblicos se aplican al Verbo, y no al Padre, pues éste no puede ser visto ni circunscrito

Tras lo cual, añadí:

-Sucede lo mismo para todas las otras expresiones que fueron dichas al Legislador y a los profetas. Creo ya haber suficiente indicado que cuando el Dios a quien me refiero dice: "Subió Dios de junto a Abraham" (Gn 17,22), o: "Habló el Señor a Moisés" (Ex 6,29), y: "Bajó el Señor a ver la torre que habían edificado los hijos de los hombres" (Gn 11,5), o también: "Cerró el Señor el arca de Noé desde fuera" (Gn 7,16), ustedes no creerán que es el Dios ingénito quien sube o baja de ninguna parte. Porque el Padre inefable y Señor de todas las cosas ni va a ninguna parte, ni se desplaza, ni duerme ni se levanta, sino que permanece siempre en su propio lugar -dondequiera que éste se halle-, mirando con penetrante mirada, oyendo agudamente, pero no con ojos ni orejas, sino por una potencia inexpresable. Todo lo vigila, todo lo conoce, y nadie de nosotros le está oculto, sin que tenga que moverse Él, que no puede ser circunscrito en ningún lugar, ni siquiera en el mundo entero, y era antes de que el mundo existiera.¿Cómo, pues, pudo éste hablar a nadie y aparecerse a nadie ni circunscribirse a una porción mínima de tierra, cuando no pudo el pueblo resistir la gloria de su enviado en el Sinaí (cf. Ex 19,21), cuando el mismo Moisés no fue lo suficientemente fuerte para entrar en la carpa, que él había hecho, al estar llena de la gloria que venía de Dios (cf. Ex 40,29); cuando además el sacerdote no pudo mantenerse de pie delante del santuario, cuando Salomón introdujo el arca en la Morada de Jerusalén, que el mismo Salomón había hecho edificar (cf. 1 R 8,11; 2 Cro 5,14)? Luego ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni otro alguno de los hombres vio al Padre (cf. Jn 1,18), que es inefable Señor de todas las cosas absolutamente y también de Cristo mismo, sino Aquél que, siguiendo la voluntad del Padre es al mismo tiempo Dios, su hijo, y ángel por estar al servicio de su designio, el mismo que el Padre quiso naciera hombre por medio de la virgen, y que en otro tiempo se hizo fuego para hablar con Moisés desde la zarza (cf. Ex 3,2 ss.). Porque si no entendemos así las Escrituras, habrá que admitir que el Padre y Señor del universo no estaba en el cielo, cuando por intermedio de Moisés se dice: "El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte del Señor desde lo alto del cielo" (Gn 19,24); lo mismo que cuando nos dice por intermedio de David: "Levanten, oh príncipes, sus puertas, levántense, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria" (Sal 23,7), y, en fin, cuando dice: "Dijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies"" (Sal 109,1). Largamente he demostrado que Cristo, siendo Señor y, desde siempre, Dios Hijo de Dios, se apareció en poder, al principio, como hombre y ángel, también en la gloria del fuego (cf. Ex 3,2s.), como por ejemplo en la zarza, y después en el juicio contra Sodoma (cf. Gn 18-19).

CXXVIII
El Verbo no es una potencia producida por segmentación, sino una persona divina engendrada por la voluntad del Padre, y numéricamente distinto de él

Retomé, sin embargo, la exposición de todos los pasajes del Éxodo transcritos más arriba, tanto acerca de la visión que tuvo lugar en la zarza, como sobre el nombre de Jesús (cf. Nm 13,16), y proseguí:

-No piensen, ustedes, que repito todo esto muchas veces por pura palabrería, sino porque sé que algunos quieren salir al paso de mis explicaciones, diciendo que la potencia venida del Padre de universo, que se aparece a Moisés, a Abraham o a Jacob, es llamada ángel cuando viene a los hombres, porque por medio de ella es anunciado a los hombres lo que viene del Padre; y gloria, porque a veces toma una apariencia que no puede ser circunscrita; otras veces recibe el nombre de varón o ser humano, porque se manifiesta en tales formas, según la voluntad del Padre; y se le llama también Verbo, porque lleva a los hombres lo que el Padre les habla. Esta potencia sería inseparable e indivisible del Padre, a la manera -dicen- como la luz del sol sobre la tierra es inseparable e indivisible del sol que está en el cielo. Y como éste, al ponerse, se lleva consigo la luz, así, dicen ellos, cuando el Padre quiere, provoca una proyección de su potencia y, cuando quiere, nuevamente la recoge hacia sí. De este modo enseñan también que crea Él los ángeles. Ahora bien, que existen los ángeles, que son seres permanentes y no se resuelven en aquello de que proceden, ya ha sido demostrado (cf. 85,4-6). Como también ha sido ampliamente demostrado (cf. 126,2-5) que esta potencia que el Verbo profético llama juntamente Dios y ángel, no es sólo distinto por el nombre, como la luz del sol, sino numéricamente otra. En lo que precede, también hice una breve exposición (cf. 61,2), y dije que esta potencia es engendrada por el Padre, por poder y voluntad suya, pero no por escisión, como si la sustancia del Padre de dividiera, al modo de todas las otras cosas que una vez que se dividen o se segmentan, no son lo mismo que antes de haber sido fragmentadas. Allí puse este ejemplo: vemos fuegos encendidos por otro fuego, sin que disminuya para nada aquel del que pueden encenderse otros muchos, sino que permanece igual.

CXXIX
Pruebas bíblicas de que el Verbo es numéricamente distinto del Padre, y por él engendrado desde toda la eternidad

Voy ahora a citarles de nuevo las palabras ya citadas en que fundé mi demostración. Cuando Él dice: "El Señor hizo llover fuego desde lo alto del cielo, de parte del Señor" desde el cielo" (Gn 19,24), el Verbo profético señala que numéricamente son dos: uno se encuentra sobre la tierra, el que dice haber descendido a ella para ver el clamor de Sodoma (cf. Gn 18,21); otro permanece en el cielo, como Padre y Dios, que es asimismo el Señor del Señor que se encuentra en la tierra, y causa para Él de ser poderoso, Señor y Dios (cf. Gn 32,28). Igualmente, cuando el Verbo relata que Dios al principio dijo: "Miren que Adán se ha hecho como uno de nosotros" (Gn 3,22), ese "como uno de nosotros" es también una evidente indicación de número, y esas palabras no implican un sentido figurado, como pretenden explicar los sofistas, y aquellos que no pueden decir ni comprender la verdad. En la Sabiduría se dice también: "Si les anunció lo que sucede cada día, me acordaré también de enumerarles las cosas de la eternidad. El Señor me estableció principio de sus caminos para sus obras. Antes de la eternidad me cimentó, en el principio, antes de crear la tierra, antes de crear los abismos, antes que fluyeran las fuentes de las aguas, antes que las montañas fuesen formadas: antes que los collados, él me engendró" (Pr 8,21-25).

Terminada la cita añadí:

-Entiendan, oyentes, si es que han prestado atención: el Verbo muestra (así) que este retoño fue engendrado por el Padre absolutamente antes de todas las criaturas (cf. Pr 8,24-25); ahora bien, todo el mundo convendrá en que lo engendrado es numéricamente distinto del que lo engendra.

CXXX
El Israel verdadero está constituido por las naciones llamadas por el Cristo y por quienes, de entre los judíos, creyeron en él

Como todos convinieron, proseguí diciendo:

-Ahora les voy a citar unas palabras que antes no recordé. Fueron dichas de manera velada por Moisés, el fiel servidor de Dios Moisés (cf. Nm 12,7; Hb 3,2. 5). Son éstas: "Alégrense, cielos, con él, y que se postren ante él todos los ángeles de Dios" (Dt 32,43). Y agregué lo restante del pasaje: "Alégrense, naciones, con su pueblo, y que todos los ángeles de Dios sean fuertes en él; porque la sangre de sus hijos es vengada, él la vengará; y dará el castigo debido a sus enemigos, y les dará lo que les corresponde a los que le odian, y purificará el Señor la tierra de su pueblo" (Dt 32,43). Al decir Moisés esto, quiere significar que las naciones estamos llamadas a alegrarnos con su pueblo (cf. Dt 32,43), es decir, con Abraham, Isaac, Jacob y los profetas, y, en general, con todos los que en ese pueblo han agradado a Dios, según lo que anteriormente convinimos (cf. 26,1); pero no vamos a entender por eso a todos los del linaje de ustedes, pues sabemos por intermedio de Isaías que los miembros de los prevaricadores deben ser consumidos por un gusano y un fuego inextinguible, permaneciendo inmortales, de modo que sean un espectáculo para toda carne (cf. Is 66,24). Ahora voy a agregar a esto, señores, otros pasajes de las palabras mismas que Moisés pronunció, por las que podrán comprender cómo de antiguo dispersó Dios a todos los hombres según sus razas y su lenguas (cf, Gn 11, 6 ss.; Dt 32,8), y que de todas las razas escogió una, la de ustedes, malvada, infiel y sin fe (cf. Os 8,8?; Is 30,9; 65,2; Dt 32,20); mostrando, en cambio, que los escogidos de todas las razas son fieles a su voluntad por Cristo, a quien le llama Jacob e Israel, que, como ya lo dije en varias ocasiones (cf. 123,4-9), son necesariamente Jacob e Israel. Así al decir: "Alégrense, naciones, con su pueblo" (cf. Dt 32,43), da a las naciones la misma herencia y la misma denominación que al pueblo de Dios; pero cuando habla de que las naciones se alegran con su pueblo, es para avergonzar a su nación que se expresa así. Pues ustedes provocaron su cólera por sus idolatrías (cf. Dt 32,21); pero a ellos, que eran idólatras, les concedió la gracia de conocer su voluntad y de tener parte en su herencia.

CXXXI
La fe de las naciones es más fuerte que la de los judíos para que Dios pueda obrar milagros

Voy a citar también las palabras por las que se ve cómo Dios dividió a todas las naciones. Son éstas: "Pregunta a tu padre, y Él te contará; a tus ancianos, y ellos te dirán. Cuando el Altísimo dividía las naciones, cuando dispersaba a los hijos de Adán, estableció las fronteras de las naciones según el número de los hijos de Israel. Y su pueblo, Jacob, fue una parte del Señor, e Israel una porción de su heredad" (Dt 32,7-9). Esto dicho, hice notar que los Setenta tradujeron: "Estableció las fronteras de las naciones conforme al número de los ángeles de Dios"; pero como de esta variante no se menoscaba para nada mi razonamiento, he citado la interpretación de ustedes. Si ustedes quisieran admitir la verdad, deberían reconocer que nosotros, a quien Dios llamó por el misterio abyecto y cargado de menosprecio de la cruz (cf. Sal 21,7), nosotros que por nuestra confesión, nuestra sumisión y nuestra piedad, somos condenados a tormentos hasta la muerte, (tormentos) infligidos por los demonios y por el ejército del diablo, gracias a los servicios que ustedes les prestan; nosotros, que lo soportamos todo antes que renegar, ni aún de palabra, de Cristo, por quien fuimos llamados a la salvación que nos fue preparada junto al Padre (cf. Is 52,10), tenemos en Dios una fe más grande que ustedes; no obstante haber sido ustedes rescatados de Egipto por un brazo excelso (cf. Ex 6,1 ss.; 13,21; 16,10; 32,11; Dt 4,34; 5,15; 6,21; 7,19; 9,29; 11,2; 29,2; Hch 13,17) y la visita de una gran gloria (cf. Gn 50, 24. 24; Ex 13,21. 22; 16,10), cuando el mar fue dividido para ustedes y se convirtió en un camino seco, y en él mató Dios a los que los perseguían con un poderío verdaderamente considerable y espléndidos carros, hundiéndolos en las mismas aguas que les habían dejado paso a ustedes (cf. Ex 14,6 ss.; Nm 11,7-9; Dt 8,3; Sal 77,24); fue para ustedes que brilló una columna de luz (cf. Ex 13,21-22), con lo que tuvieron el privilegio sobre todo otro pueblo del mundo de usar una luz propia, indeficiente y nunca apagada; fue también para ustedes que, por los ángeles del cielo, hizo como comida llover un pan, el maná, para que vivieran sin la preocupación de proveer a su propia subsistencia; (fue para ustedes) que el agua de Merra fue dulcificada (cf. Ex 15,25). Y al dárseles dado un signo de Aquel que había de ser crucificado en ocasión, como ya dije (cf. 91,4), de haberlos mordido las serpientes (cf. Nm 21,6-10), porque en su providencia, Dios les hizo la gracia, por anticipado de todos los misterios; y sin embargo, se mostraron siempre ingratos con Él; también por el tipo que formó la extensión de las manos de Moisés con el combate contra Amalec de Ausés (cf. Ex 17,8-13), que había recibido el sobrenombre de Josué (cf. Nm 13,16). Fue para este propósito que Dios mandó que se consignara por escrito el hecho (cf. Ex 17,14; Dt 25,19), declarando que el nombre de Jesús había sido confiado a sus oídos, y afirmando que sería Él es quien había de borrar de debajo del cielo el recuerdo de Amalec. Ahora bien, que el recuerdo de Amalec (cf. Ex 17,14; Dt 25,19) sigue aún después del hijo de Navé, es cosa patente; en cambio, que por Jesús crucificado, de quien todos aquellos símbolos proclamaban por adelantado todo lo que le concierne, habían de ser exterminados los demonios y temiesen su nombre (cf. Lc 10,17); que todos los principados y reinos habían de reverenciar su nombre (cf. 1 Co 15,24; Ef 1,21; 3,10; Col 1,16; 2,15), y que de todo linaje de hombres habían de mostrarse piadosos y pacíficos los que en Él creen, son cosas que Dios está haciendo manifiestas, y ése es, ¡oh Trifón!, el sentido de las palabras por mí citadas antes. Además, en ocasión que deseaban comer carne (cf. Ex 16,1-13; Nm 11,1-23; 31-34), se les dio una muchedumbre de codornices, que no era posible contar; les brotó agua de una roca (cf. Ex 17,5-6; Nm 20,7-11); una nube los seguía para darles sombra contra el calor y protección contra el frío (cf. Nm 9,15-23; Ex 13,21; Sal 77,14; 104,39), anunciando figura y promesa de otro nuevo cielo (cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1; 2 P 3,13); y las correas de sus calzados no se rompían (cf. Dt 8,4; 29,4; Ne 9,21), sus sandalias no se ponían viejas, ni sus vestidos se volvían inservibles, y sus hijos crecían con ellos.

CXXXII
Ingratitud de quienes respondieron a esos beneficios, en ocasiones anunciadores de Cristo, por el pecado de idolatría

A cambio de ello, ustedes fabricaron un ternero (cf. Ex 32) y dedicaron sus esfuerzos a prostituirse con las hijas de los extranjeros y a la idolatría (cf. Nm 25,1); y aún después nuevamente, cuando ya se les había entregado la tierra con tan grande poder (cf. Jc 2,12; 3,6), como pudieron ver ustedes mismos, al pararse el sol en el cielo por orden de aquel hombre de sobrenombre de Jesús, y que no se puso durante treinta y seis horas (cf. Jos 10,12-13); y los demás prodigios que en favor de ustedes fueron hechos según los tiempos. Entre ellos creo mi deber presentar ahora sólo uno, por contribuir él a que comprendan a Jesús, a quien nosotros hemos reconocido como Cristo, Hijo de Dios, crucificado, resucitado, que subió a los cielos y que otra vez ha de venir como juez (cf. Dn 7,26; Hch 10,42; 2 Tm 4,1; 1 P 4,5) de todos los hombres absolutamente, hasta Adán mismo. Ya saben, pues, proseguí, que cuando la tienda del testimonio fue robada por los enemigos que vivían en Ashdod (cf. 1 S 5,-6), y fueron heridos por una plaga terrible y sin remedio, decidieron ponerla sobre un carro al que uncieron vacas que recién habían parido, pues querían asegurarse de si habían sido heridos por el poder de Dios a causa de la tienda, y si quería Dios que fuera devuelta donde la habían robado. Cuando hicieron eso, las vacas, sin que nadie las guiara, no marcharon al lugar de donde había sido tomada la tienda, sino al campo de un hombre llamado Ausés, del mismo nombre de aquel a quien se le cambió el nombre por el de Josué (cf. Nm 13,16), como ya queda dicho (cf. 75,2), que fue quien introdujo al pueblo en la tierra y se la distribuyó. Llegadas, pues, a ese campo, allí se pararon, por lo que se les demostraba una vez más que fueron guiadas por el nombre del poder, así como antes el pueblo que había quedado de los que salieron de Egipto fue guiado a la tierra por el que recibió el nombre de Jesús (Josué), y que antes se había llamado Ausés (cf. Nm 24,8; Dt 1,33; Ne 9,12).

CXXXIII
La maldición de los judíos que no se arrepintieron fue anunciada por Isaías. Los cristianos rezan por ellos

Después de estas cosas, con todos los milagros y maravillas análogas obradas en su favor y por ustedes vistas, cada uno según los tiempos, son reprendidos por los profetas de haber llegado hasta sacrificar a sus propios hijos a los demonios, y con todo esto se han atrevido y se atreven a tan grandes crímenes contra el Cristo. ¡Ojalá, a pesar de todo, alcancen de Dios y de su Hijo misericordia, y sean salvados! Pues en efecto, como Dios sabía que iban a obrar así, por intermedio del profeta Isaías les maldijo en estos términos: "¡Ay del alma de ellos! Han concebido un mal consejo contra sí mismos, diciendo: "Atemos al justo, porque nos es molesto". Por ello comerán los productos de sus obras. ¡Ay del inicuo! Según la obras de sus manos será su sufrimiento. Pueblo mío, sus exactores los despojan, y los que los oprimen los dominan. Pueblo mío, los que les llaman felices, los engañan y desvían la senda de sus caminos. Pero hoy pondrá en juicio a su pueblo y el Señor mismo vendrá para el juicio con los ancianos de su pueblo y con sus jefes: "¿Ustedes, por qué han puesto fuego a mi viña y guardan el robo del pobre en sus casas? ¿Por qué son injustos con mi pueblo y llenan de confusión el rostro de los humildes?" (Is 3,9-15). En otro pasaje dice el mismo profeta en idéntico sentido: "¡Ay de los que tiran de sus pecados como de una larga cuerda, y de sus iniquidades como de la correa de un yugo de bueyes, los que dicen: "Que apresure su obra, y llegue ya el designio del santo Israel, para que lo conozcamos". ¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal! Los que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; los que hacen de lo amargo dulce, y de lo dulce amargo ¡Ay de los que son prudentes para sí mismos y sabios a sus propios ojos!¡Ay de los fuertes entre ustedes, los que beben el vino, los poderosos que mezclan la bebida fuerte; los que justifican al impío por sus regalos y quitan al justo de los que es justo! Por eso, a la manera que la paja es abrasada por un carbón de fuego y consumida por la llama ardiente, su raíz será como podredumbre, y su flor subirá como el polvo. Porque no quisieron la Ley del Señor Sabaoth, sino que irritaron la palabra del Señor, el santo de Israel. El Señor Sabaoth se llenó de cólera, lanzó sus manos sobre ellos, los golpeó, se irritó por encima de las montañas, en medio de ellos fueron arrojados sus cadáveres, como el barro de los caminos. Pero a pesar de todo eso, no renunciaron, y su mano sigue aún levantada" (Is 5,18-25). Todavía está verdaderamente levantada la mano de ustedes para obrar el mal (cf. Is 5,25), pues ni aun después de matar al Cristo se arrepienten, sino que nos odian a nosotros que por Él hemos creído en Dios y Padre del universo y, siempre que tienen poder para ello, nos quitan la vida (cf. Mt 10,21; 24,9; Mc 13.13; Lc 21,17). Ustedes le están maldiciendo sin cesar a Él y sus discípulos, mientras nosotros rogamos por ustedes, y por los hombres todos en general, como nos lo enseñó a hacer nuestro Cristo y Señor, cuando nos mandó orar por nuestros enemigos, amar a los que nos aborrecen y bendecir a los que nos maldicen (cf. Mt 5,44; Lc 6,27-28. 35-36).

CXXXIV
Los matrimonios de Jacob no eran una incitación a la poligamia, sino una figura de Cristo y de su Iglesia

Si, pues, en algo los conmueven las enseñanzas de los profetas y aún las de (Jesús) mismo, más vale que sigan a Dios que no a sus maestros, insensatos y ciegos (cf. Jr 4,22; Is 42,18), que aún ahora les permiten tener cuatro y cinco mujeres, y si sucede que uno ve a una hermosa y la codicia, invocan lo que hicieron Jacob-Israel y los demás patriarcas, para sostener que los que así obran no son culpables de ninguna injusticia. Miserables e insensatos aun en esto. Porque, como anteriormente dije (cf. 68,6), en cada una de estas acciones se cumplían dispensaciones de grandes misterios. Así, en los casamientos de Jacob era una cierta disposición, una predicción, que se realizaba. Yo se los expondré a fin de que también aquí reconozcan cómo sus maestros jamás miraron a lo que es del orden divino, en lo que determina cada una de esas acciones, sino siempre a ras de tierra y más bien hacia las pasiones que llevan a la ruina. Presten atención, por tanto, a lo que les digo. Los casamientos de Jacob (cf. Gn 29,15 ss.) eran tipos de la acción que debía, por el Cristo, llegar a su plenitud. No era conforme a la ley el que Jacob se casara al mismo tiempo con dos hermanas. Sirve, pues, a Labán por sus dos hijas y, engañado en la más joven, le sirvió nuevamente otros siete años. Ahora bien, Lía su vuestro pueblo y sinagoga, y Raquel nuestra Iglesia. Por una y otra, así como por los esclavos de ambas, es que hoy Cristo sigue sirviendo. Pues como Noé dio por siervos de dos de sus hijos a la descendencia del tercero (cf. Gn 9,25-27), ahora, por el contrario, vino Cristo para el restablecimiento de los dos hijos libres y de los que entre ellos son esclavos, concediendo los mismos privilegios a todos los que guarden sus mandamientos, al modo que los hijos que a Jacob le nacieron de las esclavas y los de las libres, todos tuvieron igual dignidad (cf. Mt 5,44; Lc 6,27-28. 35-36). Pero conforme al orden y a la presciencia fue predicho lo que sería cada uno (cf. Jr 4,22). Jacob sirvió a Labán por los ganados manchados y multiformes (cf. Gn 29-30); también Cristo sirvió hasta la servidumbre de la cruz (cf. Flp 2,7-8), por los hombres de todo linaje, de variados colores y multiformes; y los adquirió por la sangre y el misterio de la cruz. Lía tenía los ojos enfermos (cf. Gn 29,17): para ustedes los ojos del alma están ciertamente enfermos. Raquel robó los dioses de Labán y los escondió hasta el día de hoy (cf. Gn 31,19-34), y también para nosotros se terminaron los dioses materiales, que eran aquellos de nuestros padres. Todo el tiempo fue Jacob odiado de su hermano, y ahora nosotros, al igual que nuestro Señor mismo, somos odiados por ustedes y, en general, por todos los hombres, siendo como somos todos hermanos por naturaleza. Jacob fue llamado Israel; e Israel, como ya lo he demostrado, es también el Cristo, que es y se llama Jesús.

CXXXV
Es en Cristo en quien esperan las naciones. Los cristianos son la verdadera raza israelita

Cuando dice la Escritura: "Yo soy el Señor Dios, el Santo Israel, el que ha mostrado a Israel su rey" (Is 43,15), ¿no entienden que habla verdaderamente de Cristo, el rey eterno? Porque bien saben que Jacob, el hijo de Isaac, no fue nunca rey. Por eso, la Escritura misma, explicándonos a qué rey ella llama Jacob e Israel, se expresa así: "Jacob es mi siervo: yo le sostendré; Israel, mi elegido: mi alma le recibirá. Yo le di mi Espíritu sobre él, y traerá el juicio a las naciones. No gritará ni se oirá fuera su voz. No romperá la caña cascada, ni apagará la mecha que aún humea, hasta que consiga la victoria. Él restablecerá el juicio, y no lloverá hasta que ponga el juicio sobre la tierra. Y en su nombre esperarán las naciones" (Is 42,1-4). ¿Acaso, pues, los de las naciones, y aun ustedes mismos, esperan en el patriarca Jacob (cf. Is 42,1-4), y no más bien en el Cristo? Consiguientemente, como llama al Cristo Israel y Jacob, así nosotros, como piedras talladas del seno de Cristo (cf. Gn 25,23; Is 51,1), somos el verdadero linaje israelita. Pero consideremos mejor el enunciado mismo: "Y haré salir -dice- una descendencia de Jacob y de Judá, y heredará mi montaña santa, y heredarán mis elegidos y mis servidores, y habitarán allí. Habrá en los bosques pasturas para los rebaños, y el barranco de Acor será como un reposo para de animales, para el pueblo de los que me buscan. A ustedes, empero, los que me abandonan, que han olvidado mi montaña santa, los que preparan una mesa a los demonios, y sirven al demonio el vino mezclado, yo los entregaré a la espada. Todos caerán degollados, porque los llamé y no me respondieron, les hablé y se negaron a obedecerme, e hicieron el mal delante de mí, y lo que yo no quería, ustedes lo escogieron" (Is 65,9-12). Hasta aquí las palabras de la Escritura; pero ustedes mismos han de comprender que es otra la descendencia de Jacob de que aquí se habla (cf. Is 65,9), y que no se refiere, como pudiera pensarse, a su pueblo. En efecto, no se concibe cómo los descendientes de Jacob dejen entrada a los nacidos de Jacob, ni cómo Aquel reprocha por una parte al pueblo como indigno de la herencia (cf. Is 65,9), y luego, como si los aceptara, a los mismos les dirige las promesas. Pero así como dice el profeta: "Ahora tú, casa de Jacob, vengan y caminemos en la luz del Señor; pues Él ha rechazado a su pueblo, la casa de Jacob, porque el país de ellos se ha llenado, como al principio, de oráculos y augurios" (Is 2,5-6); así, aquí hay que entender dos descendencias de Judá, y dos razas, como dos casas de Jacob: una que nace de la carne y de la sangre; otra de la fe y del Espíritu (cf. Jn 1,13; Ga 4,29).

CXXXVI
Rechazando a Cristo, es a Aquel que lo envío a quien rechazan los judíos

Porque miren ahora cómo habla Él al pueblo, habiendo anteriormente dicho (cf. 135,4): "Al modo que se encuentra un grano en un racimo, y se dice: "No lo descarten, pues hay bendición en el"; así haré por causa de mi servidor. A causa de él, no destruiré a todos" (Is 65,8); añade luego: "Haré salir al que viene de la descendencia de Jacob y de Judá" (Is 65,9). Por tanto, es claro: si de ese modo se irrita contra aquéllos y les amenaza dejar una porción mínima, promete en cambio hacer salir algunos que habitarán en su montaña santa (cf. Is 65,9). Éstos son los que Él dijo que sembraría y engendraría (cf. Jr 31,27; Ez 36,12). Porque ustedes, ni soportan que se los llame (cf. Is 65,12), ni le oyen cuando les habla, sino que han llegado hasta obrar el mal delante del Señor (cf. Is 65,12). Y el colmo de su perversidad es que, con eso, siguen odiando al justo y a los que de Él han recibido lo que son: piadosos, justos y animados por el amor a los seres humanos. Por ello: "¡Ay del alma de ellos! -dice el Señor-, porque concibieron malos designios contra sí mismos, diciendo: "Eliminemos al Justo, porque nos es molesto" (Is 3,9-10). Porque es cierto que ustedes no sacrificaron a Baal, como sus padres (cf. Rm 11,4; 1 R 19,18), ni tampoco entre bosques ni lugares altos ofrecieron panes cocidos al ejército del cielo (cf. Jr 7,18); pero (desgracia para su alma) no aceptaron a su Cristo; y el que a Éste desconoce, desconoce la voluntad del Padre (cf. Jn 5,23. 46); y el que lo insulta y odia, odia e insulta, evidentemente, al que le envió. Además, quien no cree en Él, no cree en las proclamaciones por las cuales los profetas anunciaron y proclamaron a todos la buena nueva de su venida.

CXXXVII
Exhortación a la penitencia. El segundo día llega a su fin

No digan, hermanos, nada malo contra ese crucificado, ni se burlen de sus heridas, por las que todos pueden ser curados (cf. Is 53,5), como lo hemos sido nosotros. Bueno fuera que, creyendo en las palabras (de la Escritura), se circuncidaran de su dureza de corazón (cf. Dt 10,16), y no con esa circuncisión que tienen por sus disposiciones naturales. Porque la circuncisión fue dada como signo, no por obra de justicia, según el sentido que imponen las palabras de la Escritura. Reconózcanlo entonces y no insulten al Hijo de Dios, no se burlen jamás del Rey de Israel, siguiendo a sus maestros fariseos. Tal se los enseñan después de la oración los presidentes ("archisinagogos") de sus sinagogas. Porque si el que toca a los que no agradan a Dios, es como si tocara la pupila de Dios (cf. Za 2,12), esto es mucho más verdadero para quien ataque a su bienamado (cf. Ef 1,6). Y que Jesús sea ése, está suficientemente demostrado.

Como ellos callaban, yo proseguí:

-Yo, queridos amigos, les cito ahora las Escrituras como las tradujeron los Setenta; porque habiéndolas antes citado como las tienen ustedes, quise probar qué opinión tenían sobre el particular. Porque al mencionarles la Escritura que dice: "¡Ay del alma de ellos! concebísteis un mal consejo contra vosotros mismos, diciendo "eliminemos al justo, porque nos es molesto" (Is 3,9. 10). En cambio, al principio de nuestra conversación (cf. 17,2; 133,2), se lo cité como ustedes quieren leerlo, es decir: "Atemos al justo, porque nos es molesto". Pero estaban ocupados en otra cosa y me parece que han oído mis palabras sin atenderlas. Pero como también ahora está el día para terminar, pues el sol está ya por ponerse, voy a añadir un solo punto a lo ya dicho, y terminaré. Cierto que eso mismo ya está en lo anteriormente dicho (cf. 19,4; 23,4; 41,4), pero me parece justo repetirlo nuevamente.

CXXXVIII
Noé, el diluvio y el arca son figuras de Cristo, del bautismo y de la cruz

Saben, pues, señores, que en Isaías le dice Dios a Jerusalén: "Cuando el diluvio de Noé, yo te he salvado" (Is 54,8-9?). Lo que Dios quiso decir con eso es que en el diluvio se cumplió el misterio de los que se salvan. En efecto, en el diluvio el justo Noé con los demás hombres, a saber, su mujer, sus tres hijos y las mujeres de sus hijos (cf. Gn 6,9. 18), formaban el número ocho (cf. 1 P 3,20), constituían así un símbolo del día que, siendo el octavo, día en que apareció nuestro Cristo resucitado de entre los muertos, es igualmente siempre en poder, el primero. El Cristo, en efecto, siendo el primogénito de toda la creación (cf. Col 1,15), vino también a ser, en un nuevo sentido, principio de otra raza, la que fue regenerada por Él (cf. 1 P 1,3. 23?), a través del agua, la fe y el madero, que es impronta del misterio de la cruz, al modo que también Noé fue salvado en el madero (del arca), cuando con los suyos fue llevado sobre las aguas. Así, pues, cuando dice el profeta: "En tiempo de Noé, yo te he salvado" (cf. Is 54,8-9?), se dirige, como antes dije (cf. 138,1), al pueblo que comparte una misma fe hacia Dios, y posee esos símbolos. Porque asimismo teniendo Moisés un bastón en la mano, condujo a su pueblo a través del mar (cf. Ex 14,16). Pero ustedes suponen que él se dirige sólo a su raza o tierra. ¡Cómo es posible! Es toda la tierra, según las Escrituras, que fue inundada, y el agua se elevó quince codos por encima de todas las montañas (cf. Gn 7,19-20), es evidente que no hablaba de la tierra, sino del pueblo que le obedece, a quien también había de antemano preparado un lugar de descanso en Jerusalén, como se demuestra por todos los símbolos del tiempo del diluvio (cf. Is 54,8-9). Lo he dicho: a través del agua, la fe y el madero, escaparán del futuro juicio de Dios los que se hayan preparado y arrepentido de sus pecados.

CXXXIX
Las bendiciones y maldiciones pronunciadas por Noé, y la llamada de Cristo a una herencia eterna

Otro misterio fue profetizado en tiempos de Noé, que se ha cumplido, y ustedes no conocen, y es el siguiente: en las bendiciones con las que Noé bendijo a dos de sus hijos, también maldijo al hijo de su (tercer) hijo (cf. Gn 9,18-27). Pues el hijo que, a mismo título que los otros, fue bendecido por Dios, el Espíritu profético no iba a maldecirlo. Pero por el pecado cometido, el castigo debía ejecutarse a través de toda la descendencia de aquel que se había burlado de la desnudez de su padre, la maldición empezó por su hijo. Noé, pues, predijo en sus palabras que los futuros descendientes de Sem ocuparían las posesiones y moradas de Canaán (cf. Gn 9,27), y a su vez que los descendientes de Jafet se apoderarían de aquellas que los descendientes de Sem habían arrebatado a los de Canaán, y las ocuparían, despojando así a los descendientes de Sem de la misma manera que estos, para ocuparlas, habían despojado a los hijos de Canaán. Y fue así que sucedió. Escuchen, entonces, ustedes, que por filiación son descendientes de Sem, ustedes invadieron, según la voluntad de Dios, la tierra de los hijos de Canaán y se apoderaron de ella. Después los hijos de Jafet, les invadieron según el juicio de Dios, les arrebataron la tierra y se apoderaron de ella: esto es evidente. He aquí, en fin, el texto mismo: "Se despertó Noé del vino y supo lo que con él había hecho su hijo menor, y dijo: "Maldito sea el niño Canaán, él será esclavo sea de sus hermanos". Y dijo: "Bendito el Señor Dios de Sem, Canaán será su siervo. Que Dios conceda a Jafet un amplio espacio, él se establecerá en las moradas de Sem, y Canaán será su siervo" (Gn 9,24-27). Ahora bien, habiendo sido bendecidos dos pueblos (cf. Gn 9,26), los descendientes de Sem y los de Jafet, decidido estaba que primero los de Sem habían de poseer las moradas de Canaán (cf. Gn 9,27); y estaba predicho que luego los descendientes de Jafet recibirían de aquellos las mismas posesiones. Y cuando a estos dos pueblos vino Cristo, el único pueblo salido de Canaán fue entregado en servidumbre, conforme al poder del Padre omnipotente que le fue dado, para llamar a la amistad, la bendición (cf. 1 P 3,9), la conversión y la convivencia (cf. 1 P 3,7), que debe ser aquella del conjunto de los santos en esta tierra, cuya posesión, como anteriormente fue demostrado (cf. 26,1; 80,1-5; 121,3; 131,6), les promete. De ahí que hombres de todas procedencias, sean esclavos o libres (cf. Ef 6,8; Ga 3,28), si tienen fe en el Cristo y reconocen la verdad que hay en sus palabras y en las de los profetas, saben que se reunirán con Él en aquella tierra, y heredarán los bienes eternos e incorruptibles (cf. 1 Co 15,50s.).

CXL
Todos los hombres son libres y coherederos en el Cristo. La verdadera descendencia de Abraham no es la que enseñan los judíos

De ahí que Jacob, como ya he dicho (cf. 134,3-5; 139,5), siendo como era figura de Cristo, tomó en matrimonio a las dos esclavas de sus dos mujeres libres (cf. Gn 30,1 ss.), y engendró de ellas hijos, para anunciar anticipadamente que el Cristo había igualmente de recibir a hombres libres, todos aquellos que, en la descendencia de Jafet, se encuentran ser de Canaán, y los consideraría como hijos herederos. Que nosotros seamos esos hijos, no pueden ustedes comprenderlo, por no ser capaces de beber de la fuente viva de Dios (cf. Jr 2,13), sino de las cisternas agrietadas que no pueden contener el agua (cf. Jr 2,13), como dice la Escritura. Esas cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua (cf. Jr 2,13), son las que han cavado sus mismos maestros, como expresamente lo dice la Escritura: "Enseñan preceptos y enseñanzas de hombres" (Is 29,13; cf. Mt 15,9; Mc 7,7). Más aún, a sí mismos y a ustedes les engañan, dando por supuesto que, de todos modos, a cuantos descienden, según la carne, de Abraham (cf. Rm 9,7; Mt 3,9; Lc 3,8; Jn 8,39; Ga 3,7), por más que sean pecadores, incrédulos y desobedientes a Dios, ha de dárseles el reino eterno (cf. Dn 7,27); lo cual las Escrituras demuestran que no es así. Porque entonces no hubiera dicho Isaías: "Si el Señor Sabaoth no nos hubiera dejado un germen, hubiéramos venido a ser como Sodoma y Gomorra" (Is 1,9). Y Ezequiel: "Aun cuando Noé, Jacob y Daniel intercedan por sus hijos e hijas, no se les darían; porque ni el padre está por debajo del hijo, ni el hijo por debajo del padre, sino que cada uno perecerá por su propio pecado, y cada uno se salvará por su propia justicia" (cf. Ez 14,14. 16. 18. 20; 18,4. 20; Dt 24,16). O Isaías otra vez: "Verán los miembros de los transgresores, su gusano no tendrá descanso y su fuego no se extinguirá, y serán espectáculo para toda carne" (Is 66,24). Ni hubiera dicho nada nuestro Señor, según la voluntad del Padre y Maestro del universo que le envió: "Vendrán de Oriente y de Occidente y se tomarán parte en el festín con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores" (Mt 8,11-12; cf. Lc 13,28-29). No es culpa de Dios si aquellos que Él previó que serían, y que serán, injustos, lo mismo ángeles que hombres, se hicieron malvados: es por la falta propia de cada uno (cf. Dt 24,16), que son tales como que cada uno de ellos aparecerá; esto lo he demostrado en lo que precede (cf. 76,4).

CXLI
Como los ángeles y los hombres disponen de libre arbitrio, son responsables de sus actos y llamados a la penitencia

Para que no tengan pretexto de decir que era necesario que Cristo fuera crucificado y que hubiera en su pueblo prevaricadores (cf. Is 66,24), y que no podía ser de otra manera, ya me adelanté a decir brevemente que Dios, queriendo que ángeles y hombres siguieran su voluntad, determinó crearlos libres para practicar la justicia, dotados de razón para conocer de quién tienen el ser y por quién existen, cuando antes no existían, y les impuso una ley por la que han de ser juzgados por Él, si no obran conforme a la recta razón. Luego por culpa propia seremos convictos de haber obrado mal, hombres y ángeles, si no hacemos antes penitencia. Pero si el Verbo de Dios anuncia que sin duda han de ser castigados algunos ángeles y hombres, es porque sabía de antemano que serían irremediablemente malos, pero no porque Dios mismo los hiciera tales. De suerte que, si hacen penitencia, todos los que quieran pueden alcanzar de Dios misericordia, y el Verbo predice que serán bienaventurados declarando: "Bienaventurado aquel a quien el Señor no le imputa la falta" (Sal 31,2), es decir, el que, habiendo hecho penitencia de sus pecados (cf. Sal 31,1), recibe de Dios la remisión. Ustedes se engañan a ustedes mismos, como algunos otros que comparten sobre este punto las mismas opiniones, diciendo que, aún si son pecadores, con tal de conocer a Dios, el Señor no les imputará la falta. Una prueba de esto la tenemos en el único extravío de David, debido a la presunción (cf. Sal 26,2s.): que le fue perdonado cuando lloró y gimió, como está escrito (cf. 2 S 12,13). Pues si a hombre tal no le fue concedida la remisión (de su pecado) antes de su penitencia, sino solamente cuando ese gran rey, ungido y profeta, lloró y obró como ustedes saben, ¿cómo los impuros y totalmente perdidos pueden tener esperanzas de que no les imputará el Señor su falta (cf. Sal 31,2), a menos que giman, se golpeen el pecho y hagan penitencia (cf. Za 12,12)? Este solo acto del extravío de David con la mujer de Urías, señores -dije-, demuestra que no tenían los patriarcas muchas mujeres, como si se entregaran a la fornicación, sino que por ellos se cumplía cierta dispensación y todos los misterios se encontraban realizados por su intermedio. Porque si hubiera estado permitido tomar la mujer que se quisiera, en el modo que se quisiera y en el número que se quisiera, tal como lo practican los hombres de su raza por toda la tierra por donde habitan o son enviados, eligiéndose las mujeres en nombre del matrimonio, mucho más se le hubiera permitido hacer eso a un David.

CXLII
Despedida de Trifón y de Justino, quien se prepara para hacerse a la mar

Con estas palabras, carísimo Marco Pompeyo, puse fin a mi discurso.

Después de un tiempo de silencio, Trifón dijo:

-Ya ves que no era nuestro encuentro propósito llegar a un intercambio sobre estos temas; sin embargo, te confieso que me ha complacido extraordinariamente nuestra conversación y sé que lo mismo que yo sienten mis compañeros; pues hemos encontrado más de lo que esperábamos y aún más de lo que era posible esperar. Y si nos fuera dado hacer esto con más frecuencia, examinando las palabras mismas (de la Escritura), aún sería mayor el provecho. Pero como estás, dijo, para embarcarte y esperas que de un día a otro hacerte a la mar, cuando hayas partido, no temas acordarte de nosotros como de tus amigos.

Yo le contesté:

-Por mi parte, de permanecer aquí, diariamente, quisiera hacer esto mismo. Pero ya que, con la permisión y ayuda de Dios, quiero ya hacerme a la mar, yo los exhorto a librar ese supremo combate por su propia salvación, esforzándose en poner encima de sus maestros al Cristo de Dios omnipotente.

Después de esto, ellos se marcharon, orando para que en el futuro estuviera preservado de los peligros de la navegación y de toda clase mal. Yo también, orando por ellos, dije:

-No hay mejor oración que yo pueda hacer por ustedes, señores, que verlos reconocer que es por este camino que a todo hombre se le da encontrar la felicidad, y creer sin reserva, tanto ustedes como nosotros, que es a nosotros que nos pertenece el Cristo de Dios.