ASTERIO DE AMASEA
Sobre el Divorcio

I

"¿Es lícito al hombre repudiar a su esposa por cualquier motivo?". Una hermosa lección presenta el pasaje del evangelio de Mateo a los cristianos y a los trabajadores, en la conjunción de estos dos días. Me refiero al sabath y al domingo del Señor, que el tiempo rotatorio trae consigo cada semana. Estos días, como madres o enfermeras de la Iglesia, reúnen al pueblo y sientan a los sacerdotes ante él como maestros, y guían tanto a estudiantes como a maestros a cuidar de sus almas. En estos días, veo yo al Salvador llevando en su mano derecha la recompensa; y veo a Salomón preparando con precisión las balanzas y pesas para nosotros lo mejor que puede. Compadezco al deudor del evangelio, que no compartió con nosotros la clemencia que había recibido de su Señor, sino que por su irreflexión y dureza atrajo sobre sí la calamidad.

II

De nuevo hoy, el Espíritu nos presenta muchas cosas, todas hermosas, tantas como las que están sobre la mesa que veis. He fijado mi atención en los fariseos, contendientes y tentadores; y los he compadecido profundamente por la depravación de su carácter, pues intentaron burlar a la fuente de la sabiduría con sus preguntas y fracasaron en su intento, cuando la divinidad del Unigénito siempre volvía sus preguntas contra ellos mismos. Fue de ellos, me parece, que Isaías profetizó cuando dijo: "Yo soy el Señor que hace retroceder a los sabios y enloquece su conocimiento, y confirma la palabra de su siervo". De ellos dijo también David: "Adulan con su lengua. Hazlos culpables, oh Dios, que caigan por sus propios consejos". Debido a su hostilidad, con la que los fariseos incitaron a la sabiduría a responder, todo esto ha quedado por escrito para que nosotros, sus siervos, recibamos una instrucción para nuestro beneficio. He aquí, pues, el matrimonio, el asunto principal de la vida humana, regulado por Dios, y cuyos límites de unión, y condiciones de su disolución, están exactamente determinados. Que cada uno preste atención diligente a las dos ordenanzas del matrimonio, para que las mujeres sean instruidas en sus deberes y los hombres en lo que les corresponde.

III

"¿Es lícito al hombre repudiar a su esposa por cualquier motivo?". Como se ve, los judíos tienen un problema, y de ahí el propósito de su pregunta en presencia de mucha gente, sobre todo para inducirlo a ofender a las mujeres. De ahí la astuta pregunta sobre las mujeres, para tenderle una trampa y ponerlas en su contra. ¿Por qué contra las mujeres? Porque las mujeres son más propensas a creer, y más susceptibles a la magnificencia de los milagros, y más inclinadas a aceptar y creer en la divinidad de Cristo (de hecho, mientras los asesinos arrastraban al Señor a la cruz, la multitud de mujeres lamentaban sus sufrimientos y seguían al Salvador). Al ver la villanía que tramaban los judíos, el Señor desbarata su traición y establece las reglas de la vida benéfica. También aboga por la causa de las mujeres, y despide con las manos vacías a esos lobos hambrientos que en vano trataban de atacarlo con preguntas. Respecto a la pregunta de los fariseos (la licitud del repudio), ya la creación misma muestra que "su propósito es la unión, no la separación", según explica Pablo. El Creador, en efecto, fue el que otorgó a la novia en matrimonio, y quien unió a los primeros seres humanos en el vínculo matrimonial, y quien estableció la inflexible ordenanza de la vida conyugal como ley divina, y quien asoció en una sola carne a los que antes eran dos y ya no son dos, de modo que "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre".

IV

Estas cosas fueron dichas por el Señor a los fariseos, mas ¿las oís vosotros ahora, que también hacéis cosas como estas? Vosotros cambiáis de esposa con la misma facilidad que de ropa, y construís cámaras nupciales con la misma frecuencia y facilidad con que construís tiendas para banquetes, y os casáis por dinero y tenéis trato con otras mujeres, y si se os provoca un poco inmediatamente escribís una carta de divorcio, y dejáis muchas viudas en vida. Creedme, el matrimonio sólo termina con la muerte o a causa del adulterio. El matrimonio no es una aventura de amantes, ni una compañía de unos cuantos días, ni una mera búsqueda de placer, sino que está sujeto a reglas y regulaciones. En el matrimonio, oh hombre, tanto el alma como el cuerpo están unidos, de modo que una disposición se mezcla con otra disposición, y una carne con otra carne. ¿Se puede romper, entonces, el vínculo matrimonial, sin que haya sufrimiento? ¿No supondría eso tratar a la mujer como una sirvienta de unos días, y no la hermana y compañera de por vida? ¿No están hechos ambos del mismo barro y de la misma sustancia? ¿No está amparada la esposa por una ley superior, y no sólo por la unión conyugal? ¿No se estaría rompiendo un vínculo no sólo humano sino también de la naturaleza? ¿Cómo se van a anular los acuerdos que se hicieron de por vida? ¿No se acordó la dote, y con las propias manos se firmó el contrato? Estos vínculos, por tanto, son ciertamente fuertes, y poseen suficiente estabilidad. En todo caso, yo me remito a la declaración de Adán: "Esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos, y por eso será llamada mi esposa". No sin razón, esta primera declaración matrimonial se ha conservado por escrito. Fue pronunciada por el primer hombre, pertenece al género común de los hombres, abarca a toda clase de mujeres, y une por ley a los cónyuges. Pues bien, lo que sucedió en el principio, en el caso de los primeros creados, se ha convertido en la naturaleza de su posteridad.

V

Si un hombre se divorcia a la ligera, y su mujer toma el libro del Génesis y lo lleva al Juez, quien es a la vez juez y testigo, ¿qué dirá? ¿Cómo repudiará su propia declaración, la cual hizo en nombre de Dios y fue registrada por Moisés, y no por un notario barato? En cuanto a la mujer, ésta no tenía ni padre ni madre cuando Dios le dio a Adán como protector. Por eso, si ahora afirman con firmeza sus derechos contra sus esposos, ya sea por insensibles o incumplidores, tampoco quedará impune si se divorcia, pues se ató por declaración jurada ante las antiguas leyes de Dios, y no sólo ante las modernas leyes de los hombres.

VI

La misma ayuda de tu esposa te avergüenza, oh marido insatisfecho. ¿Por qué? Porque ella es tu compañera, tu ayudante, tu compañera con quien pasar la vida y traer hijos al mundo, tu ayuda en la enfermedad, tu consuelo en la aflicción, la guardiana del hogar, la custodia de los bienes del hogar, la que comparte tus mismas penas y alegrías, y aumenta tu riqueza (si la tienes) o mitiga tu pobreza, y soporta con ingenio y firmeza tus penosos trabajos, y soporta la penosa crianza de los hijos. Si por casualidad un cambio de fortuna sorprende a un hombre, éste, abrumado, se hunde en la oscuridad, y quienes han sido considerados amigos, midiendo su amistad por la duración de su prosperidad, lo abandonan en la adversidad, mientras que los sirvientes huyen tanto del amo como de las desgracias. Sólo le queda a ese hombre su esposa, su compañera de aflicciones y la que mitiga sus múltiples males. Ella enjuga sus lágrimas y cura sus heridas, si el hombre es herido. Ella lo sigue cuando lo llevan a prisión, y le da algo de alegría en su encierro, y permanece a la puerta de la prisión como un perro fiel a su amo.

VII

Conocí a una mujer que incluso se cortó el pelo, y se vistió con ropas masculinas, para que cuando su esposo huyera y se escondiera, no se separara de él. Aunque parecía una esclava de su marido, en realidad era una esclava del amor. Vivió esta vida durante muchos años, yendo de un lugar a otro y de desierto en desierto. Así también encontramos a la esposa del excelso Job, cuando todos lo habían abandonado. Con la pérdida de su riqueza, sus aduladores se alejaron de él, y sus amigos limitaron su amistad a la duración de su prosperidad. Si acaso estaban presentes, venían a reprocharle, no a animarlo, y en lugar de consolarlo agravaban su calamidad. De hecho, todos sus "miserables consoladores" expresaron quejas indignadas contra él. Fue ella sola, la que antes había vivido en esplendor, la que ahora se sentaba con Job en el estercolero, rascándole el flujo y sacándole los gusanos de las llagas. Así era la esposa de Job, su compañera de su vida, una amiga inseparable y no una simple aduladora en sus días de placer, la única bendición que le quedaba de toda su buena fortuna y de todos sus íntimos y parientes. Debido a su elevado y superlativo afecto por su esposo, cayó incluso la mujer de Job en el pecado de blasfemia a Dios, al no soportar verlo en semejantes dolores. A ella no le importaba su futura y desgraciada viudez, sino que sólo le importaba una cosa: que su esposo pudiera escapar de su insoportable existencia. Éstas son las lecciones que, aquellos que violan las ordenanzas del matrimonio, deberían aprender de la antigüedad y de la experiencia moderna.

VIII

¿Qué puede decir a esto el hombre que solicita el divorcio? ¿Qué clase de defensa engañosa de su propia inconstancia puede ofrecer? A este respecto, el demandante suele decir: El carácter de mi esposa es mezquino y odioso, y su lengua es violenta, y sus gustos no son domésticos, y la casa está mal administrada. Muy bien, sobre todo para esos jueces que no son muy críticos al escuchar, y se dejan llevar fácilmente por las invectivas de los abogados. No obstante, contéstame a esto, oh demandante: Cuando te casaste con ella, ¿no sabías que te unías a un ser humano? ¿Acaso un ser humano está exento de pecado? ¿No es exclusiva de Dios la perfección? Y tú mismo, ¿nunca pecas? ¿No le causas dolor a tu esposa con tu conducta? ¿Estás libre de toda culpa? ¿Preservas la pureza del matrimonio? ¡Oh, cuántas veces, quizás, tu esposa ha soportado tu violencia ebria! ¡Cuántos insultos fáciles y reproches vergonzosos ha sufrido pacientemente! ¡Cuántas faltas tuyas se mantienen en secreto, porque tu esposa no las ha publicado! Ella te ha soportado cuando hervías de ira sin razón, ella ha permanecido silenciosa como una esclava del mercado. Cuando fallaste por pobreza o parsimonia, en proveer lo necesario para la vida, ella no te lo reprochó. Cuando una vez llegaste borracho y frenético de un banquete, ella no te odió, sino que con bondadoso corazón te lavó la cabeza, mareada por los vapores del vino, y te guió al lecho nupcial por compasión, mientras los domésticos reían y se burlaban de tu trastornada ebriedad. Sin embargo, tú merodeas por el vecindario acusando y tergiversando cruelmente a tu esposa, para asegurar la aprobación de tu futuro divorcio. Salvaje y cruel es tu corazón, marido desagradecido, nacido de roble o roca. Respecto a que ahora busques el divorcio, ¿es que quieres cortarte tu mejor miembro corporal, cuando no ha sido atacado por ninguna enfermedad, sino que mantiene una esperanza brillante y segura? ¿Tienes perspectivas de recuperación? ¿De qué? ¿De una ampolla en la mano? Cuídala con cuidado. ¿Un forúnculo te ha empezado a molestar el pie? Reduce la hinchazón con linimento. Si rechazas la atención médica, y te dedicas a la amputación sistemática y al bisturí, antes de no mucho tiempo te habrás podado todos los miembros. Que los servicios que te presta tu esposa te avergüencen, oh solicitante del divorcio. Y si no, prepárate para quejarte en la soledad y sin tu compañía, y a ver cómo tus quejas se multiplican sin cesar.

IX

Recuerda, oh marido desagradecido, las obras de bondad de tu esposa, y cómo te cuidó en la enfermedad, y te acompañó en la desgracia, y fue a suplicar por ti entre lágrimas a la corte, y abandonó su hogar por seguir a un extraño. Ella vendió sus bienes para expiar tu insolencia y aliviar tu vergüenza. Que todo esto te una a ella y asegure tu alma inestable, como se apuntala una casa en ruinas. Que no te falte nunca su compañía, a lo largo de una larga vida. No cambies nunca su compañía por las bestias brutas, si no quieres verte pisoteado. Yo he visto a un buey mugir lastimeramente cuando fue alejado de sus compañeros y se encontró solo. He visto a una oveja balando en un valle, y corriendo por las montañas, hasta reunirse con el rebaño del que, mientras pastaba, se había separado. He visto una cabra corriendo no hacia muchos rebaños de cabras, sino hasta llegar y detenerse al encontrar su propio rebaño y su propio pastor.

X

Hermanos, nosotros somos seres razonables, así que no seamos menos susceptibles a la amistad que las bestias. No consideréis a una esposa menos valiosa que a un compañero de viaje, ni a otro hombre que, con un pretexto insignificante, se ha vuelto repentinamente querido para vosotras. Observad cómo los hombres, al encontrarse en los caminos, o al llegar a la misma posada, o refugiarse bajo algún árbol frondoso, hacen del encuentro casual la ocasión de una amistad genuina. De hecho, cuando llegan al punto donde sus caminos se separan, no se separan sin emoción, sino que se despiden con fervor, mientras cada uno se regala recuerdos para que los lleve consigo. ¿Acaso un breve momento como este consolida una amistad tan fuertemente, que la separación se vuelve difícil y sólo se efectúa por absoluta necesidad? Y si el ser humano es así, ¿pensáis tan a la ligera abandonar al compañero de vuestra vida, como si fuese un plato roto, una capa barata, un viaje estropeado o un perrito faldero maltés que se ha escapado de casa? ¿Dónde está ese apego que se formó al principio? ¿Dónde está el compartir la misma cama, el vínculo de la ley, el poder de la asociación prolongada y esa segunda naturaleza? Esto es lo que vosotros rompéis con el divorcio, con más facilidad que Sansón las cuerdas de los filisteos. Estos son los reproches que caen a raudales sobre el cónyuge que busca el divorcio. Estas son las acusaciones de ingratitud del solicitante de divorcio, que como copos de nieve caerán sobre él mismo y lo acribillarán.

XI

El hombre sabio y cuidadoso no olvida fácilmente a su esposa, ni siquiera después de su muerte, sino que aprecia a los hijos que ella le ha dejado y ve en ellos a la difunta (pues uno conserva su tono de voz, otro posee sus rasgos y otro hereda su carácter). Este es el fruto inmortal del matrimonio, y de la unión de los esposos. Por esta razón, el viudo no piensa en el placer, ni construye hoy una tumba para poco después amueblar una cámara nupcial. Tampoco se apresura a ningún baile nupcial, ni cambia su atuendo negro por un traje de boda. Todo buen marido no lleva a una segunda esposa al lecho nupcial, ni les da a sus hijos una madrastra (a la cual odiarán, como extraña a su naturaleza). A este respecto, dicen que la tórtola, al separarse de su pareja, se entrega a una viudez perpetua, y es muy diferente de la paloma común en cuanto al apareamiento.

XII

Si un marido presenta una acusación de adulterio de su mujer, y ofrece las pruebas con fundamento, yo mismo me convertiré de inmediato en defensor del hombre agraviado y, dirigiendo mi discurso contra la adúltera, me posicionaré junto al esposo como su valiente aliado, elogiando a quien sufre la traición de un áspid y una víbora. En estos caso, el Creador es el primero en absolver a este hombre indignado, y extirpar la peste de su hogar. ¿Por qué? Por esto mismo: porque el matrimonio existe para dos cosas (el amor mutuo y la descendencia), y ninguna de ellas es compatible con el adulterio. En efecto, no hay amor cuando el afecto se dirige hacia otro, ni hay honor cuando se duda de la ascendencia de los hijos. Las causas y consecuencias del adulterio ya las he tratado en otro lugar, así que me limito a insistir en esto: que ambas partes del contrato matrimonial practiquen el autocontrol, que es el vínculo inquebrantable del matrimonio. Donde se honra la alianza matrimonial hay afecto y paz, y ningún deseo vulgar o ilícito va nunca a sustituir al amor legítimo y justo.

XIII

La ley del autocontrol no es ordenada por Dios sólo para las mujeres, sino también para los hombres. La mujer que no se autocontrole, y prefiera prestar atención a los legisladores seculares, y deje su vida en manos de jueces severos, ella misma acabará siendo acusada de licenciosa. Como dice el proverbio, "quiso sanar y se llenó de llagas". El hombre que se acerca a otras mujeres no daña sólo su propio hogar, sino que introduce herederas extranjeras en su casa y familia (pues las mujeres con las que se asocia son seguramente las hijas o esposas de alguien), y se topará con una familia conspirando contra él, o con un padre agraviado que mantiene virgen a su hija para la cámara nupcial, y siente que le han robado la virtud. Es generalmente bueno que cada uno juzgue los asuntos ajenos como desea que otro juzgue los propios. Por ejemplo, si uno se da a la fornicación, porque ésta está permitida legalmente por los romanos, no cometerá un error contra le ley romana, pero sí un error contra la familia de la joven o contra la ley de Dios, que en este caso no se ha corrompido por la praxis humana. En definitiva, Moisés proclama la voluntad de Dios y pronuncia una amarga condena contra los fornicadores. Pablo dice que "los fornicadores y adúlteros serán juzgados por Dios". Muchos jueces no podrán salvarlos en el momento de la retribución, y entonces los libertinos, temblando y llenos de consternación, se desvanecerán. Ciertamente, quienes no han prohibido a otros, sí se prohíben a sí mismos, por experiencia y por las consecuencias que conocen de primera mano. Los solicitantes de divorcio, por tanto, no saben a qué se enfrentan, y posiblemente sean juzgados responsables de una doble acusación: de no asumir sus responsabilidades familiares, y de ser licenciosos. Hermanos, haced propósito de vivir con vuestros cónyuges de forma más pura. Haced de vuestra propia forma de vida un modelo para otros cónyuges, y mantened en el hogar una digna rivalidad en la virtud.