OPTATO DE MILEVI
Contra los Donatistas
LIBRO III
I
Llamada de socorro de los católicos, ante las agresiones donatistas
He escrito en mi libro II con suficiente extensión, hermano Parmeniano, sobre la Iglesia, que es la esposa de Cristo. Y sobre sus dones, y sobre la herencia del Salvador. Me queda por mostrarte ahora, en primer lugar, los errores de los cismáticos; en segundo lugar, señalar cómo se impuso la unidad; y en tercer lugar, demostrar quién provocó el envío de una fuerza armada. No se puede negar la severidad demostrada por los artífices de la unidad, mas ¿por qué atribuirla a Leoncio, Macario o Tauro? Atribúyela más bien a tus antepasados, quienes, como escribió el profeta, "comieron uvas agrias para que les den la dentera". Ellos fueron los principales responsables, quienes dividieron al pueblo de Dios y quienes construyeron basílicas que no eran queridas. En segundo lugar, hay que culpar a Donato de Cartago, porque fue a raíz de su apelación que se intentó imponer la unidad en la siguiente oportunidad. En tercer lugar, Donato de Bagaia fue quien reunió a una turba de locos, de modo que Macario pidió la ayuda de una fuerza armada, para protegerse a sí mismo y los intereses que habían sido confiados a su cuidado. Entonces llegaron hombres armados con sus aljabas, y en cada ciudad se proclamó la unidad. A nadie se le dijo "negad a Dios", a nadie se le ordenó "quemad las Escrituras", a nadie se le dijo "echad incienso en el incensario" ni "derribad las basílicas", ni se les obligó a nada que originase su martirio. Se proclamó la unidad, y sólo hubo exhortaciones para que el pueblo se reuniera en un solo lugar, para orar juntos a Dios y a Jesucristo. No hubo amenazas, nadie vio un arma ni una prisión, y sólo hubo exhortaciones. Sin embargo, todos los tuyos huyeron, como bien describe el Salmo 52 de vosotros: "Temblaron de miedo donde no había miedo". Entonces todos tus obispos, con vuestro clero, huyeron, algunos a gran distancia y otros hasta que murieron.
II
Las autoridades civiles, severas con los donatistas
El castigo que las autoridades os inflingieron no se hizo por nuestra instigación, ni por nuestro consejo, ni con nuestra discreción ni con nuestra ayuda. Todo se hizo por obra de Dios (quien se afligió amargamente), para castigar vuestro pecado contra el agua del bautismo que, contrariamente a su mandato, habíais movido por segunda vez, extrayendo (por así decirlo) el agua del antiguo estanque. No sé si contenía aquel pez por el cual se entiende a Cristo, el pez capturado, como leemos en el libro del patriarca Tobías (capturado en el río Tigris, del cual la hiel y el hígado fueron tomados por el joven Tobías como protección para su esposa Sara, y para dar vista a su padre en su ceguera), ese pez por cuyas entrañas Asmodeo (el diablo) fue puesto en fuga por la doncella Sara (por quien se entiende a la Iglesia), y la ceguera fue quitada a Tobías. Éste es aquel pez que, en el bautismo, y por la invocación de Dios, se coloca en las aguas de la fuente, de modo que lo que había sido agua es, por el pez, también llamado piscina. Éste es aquel pez cuyo nombre en griego contiene, por cada una de sus letras, el ΙΧΘΥΣ, en latín Iesus Christus, Dei Filius, Salvator (Jesús Cristo, Dios Hijo, Salvador). Esta piscina, que en toda la Iglesia católica por todo el mundo está gozosamente llena de aguas salvadoras para la vida del género humano, vosotros la habéis retirado según vuestra propia voluntad; y habéis hecho nulo aquel único bautismo (por medio del cual se han construido muros para la protección de los hombres), y habéis hecho como otros muros, construyendo un edificio indigno, ya que no habéis sido capaces de construir sin derribar. ¿Y qué clase de edificio puede ser aquel que se construye a partir de una ruina? Por esto es que Dios se lamenta y llora, por medio del profeta Isaías, diciendo que la hija de su pueblo fue abatida. Porque es propio de Dios no tener género. Él es de sí mismo, y permanece para siempre. Y semejante a él en esto es el agua, de la cual no leemos que fue creada. Para vengar el daño causado a esta agua, Dios señala sus lágrimas, que le han causado vuestras insolencias. Éstas no pueden ser enjugadas por ningún consuelo, dirigiéndose a vosotros por medio de su profeta Isaías: "Apártate de mí, lloraré amargamente. Nadie podrá consolarme por la humillación de la hija de mi pueblo". En este pasaje se defiende nuestra inocencia, mientras Dios con dolor hace patente su ira contra vosotros, dando la causa y alegando la razón. Además, él no dice "en Sión", pues no es en toda Sión, sino solo "en su valle", donde se dictaban los juicios. En efecto, el monte Sión, que en la Palestina siria está separado de los muros de Jerusalén por sólo un pequeño río, en cuya cima no se encuentra la gran llanura donde estaban las 7 sinagogas (donde el pueblo judío podía reunirse y aprender la ley dada a Moisés, y no donde se oían pleitos ni se dictaban sentencias), era un lugar de enseñanza, no de controversias. Si algo así tenía que hacerse, se hacía dentro de los muros de Jerusalén, como estaba escrito en el profeta Isaías: "La ley saldrá de Sión y la palabra del Señor de Jerusalén". No fue, pues, en este monte Sión donde Isaías contempló el valle, sino en el monte santo (es decir, la Iglesia), que ha levantado su cabeza por todo el mundo romano, bajo toda la extensión del cielo. Éste es el monte en el que el Hijo de Dios se alegra de ser hecho rey por Dios Padre, diciendo: "Que me ha puesto por rey sobre su santo monte de Sión". Es decir, sobre la Iglesia, de la cual él es rey, esposo y cabeza, y no en la colina en Palestina (donde no había puertas amadas por Dios) sino en el monte, por el cual la Iglesia es espiritualmente representada. Por las puertas de esta Iglesia entran los inocentes, los justos y los misericordiosos, los puros de corazón y las vírgenes. Éstas son las puertas que el Espíritu Santo menciona, por medio de David, en el Salmo 86, cuando dice: "Sus cimientos están sobre los montes santos; el Señor ama las puertas de Sión". En definitiva, éstas no son las puertas de aquella montaña material, donde ahora, después de los triunfos del emperador Vespasiano, no hay puertas y apenas se encuentran rastros de sus antiguas ruinas. Por ello, la Sión espiritual es la Iglesia, en la que Cristo fue hecho rey por Dios Padre en todo el mundo, donde hay una sola Iglesia Católica, como el santísimo profeta David da testimonio al decir: "Alaba a tu Dios, oh Sión, porque ha asegurado los cerrojos de tus puertas. Ha bendecido a tus hijos dentro de ti". Entendemos que las diversas provincias del mundo entero representan los diversos valles de la montaña. Y como Isaías no tuvo su visión de toda la montaña, sino de "un solo valle", eso significa sólo en África, pues sólo en África sus padres se complacieron en construir nuevos templos, aunque los primeros fueron más que suficientes. Sólo en África se han derribado muros, y el agua de la fuente sagrada se ha desviado para un propósito equivocado, que vosotros introdujisteis contra la costumbre, proporcionó agua de origen humano y no divina. Reprendiendo al valle de Sión, Dios desafía todo esto, exigiendo: "¿Qué te pasa que has subido a templos superfluos? Toda ciudad está llena de clamores. Sus heridos no fueron heridos por la espada, y los que han muerto en ti no han muerto en batalla. Desde el más pequeño hasta el más grande, todos tus príncipes andan errantes, vagando por las colinas. Han sido obligados a huir, y los que han sido capturados han sido atados con crueldad. Y tus valientes han sido puestos en fuga a gran distancia. Déjame ir, pues lloraré amargamente. Nadie podrá consolarme por la devastación de la hija de mi pueblo. Y los elamitas subirán con sus aljabas". Los elamitas son llamados en latín "coros de los campamentos". No obstante, hay más, pues Dios continúa diciendo: "Vuestros rincones más íntimos se harán públicos, y los secretos de la casa de Israel quedarán al descubierto". Esto es lo que ha sucedido en África, y por eso Dios os señala y culpa a vosotros con estas palabras: "Habéis desviado el agua del estanque antiguo hacia vuestra ciudad, y habéis derribado los muros de Jerusalén para construir otro muro, y habéis hecho un estanque entre los dos muros. No habéis prestado atención al estanque antiguo ni a Aquel que lo creó en el principio". Ya ves, hermano Parmeniano, cómo vosotros, cuyos primeros padres sembraron todas estas cosas, os encontráis cargados con la cosecha de la maldad.
III
La soberbia de Donato
En segundo lugar, el responsable de vuestro cisma fue Donato de Cartago, que usó como pretexto la venenosa artimaña de querer defender la unidad. Podré demostrar que quienes forjaron la unidad no hicieron nada por instigación nuestra ni por su propia maldad, sino que todo ocurrió por causas provocadoras, impulsadas por Donato de Cartago, en su ligereza de corazón, y debidas a las acciones de individuos controlados por él, mientras él luchaba por ser considerado grande. ¿Hay alguien que pueda ignorar todo esto excepto tú? Pues, desde que eras extranjero, han logrado hacerte creer en fábulas vanas. Además, ¿quién puede negar un hecho, del que toda Cartago es el principal testigo, que el emperador Constantino no envió originalmente a Pablo y Macario para lograr la unidad, sino para ser sus limosneros, a fin de que los pobres en las diversas iglesias pudieran recibir asistencia, por medio de la cual pudieran respirar de nuevo, ser vestidos, alimentados y regocijarse? Cuando llegaron a donde estaba Donato, tu padre, y le contaron el motivo de su visita, él, como era habitual en él, se puso furioso y prorrumpió en estas palabras: "¿Qué tiene que ver el emperador con la Iglesia?". Y de la fuente de su frivolidad, derramó torrentes de reproches no menos virulentos que aquellos con los que antaño no dudó en atacar al prefecto Gregorio, llamándolo "Gregorio, la mancha del Senado, la desgracia de los prefectos", y cosas por el estilo. Gregorio le respondió con una paciencia digna de un obispo. Existen copias de estas cartas, que son coreadas por muchos en todas partes. Entonces Donato, en contra de los mandatos del apóstol Pablo, planeó perjudicar a los altos cargos y a los reyes, por quienes, si hubiera escuchado al apóstol, habría orado todos los días, ya que esta es la enseñanza del bendito apóstol Pablo: "Orad por los reyes y por los poderes, para que con ellos podamos vivir una vida tranquila y serena". Porque no es el estado el que está en la Iglesia, sino la Iglesia el que está en el estado (es decir, en el Imperio Romano), al que Cristo llama Líbano en el Cantar de los Cantares, diciendo: "Ven, esposa mía, a quien he encontrado, ven del Líbano". En efecto, sobre el Imperio Romano, ¿dónde están los santos oficios del sacerdocio, y la modestia y la virginidad, que no existen entre los pueblos extranjeros, y que, si existieran, no estarían a salvo del ultraje? Con razón nos enseña Pablo que debemos orar por los reyes y los poderes, aunque el emperador viva una vida pagana. ¿Cuánto más, entonces, si es cristiano, cuánto más si teme a Dios, es piadoso y lleno de misericordia, como los hechos prueban que este lo fue? Pues había enviado adornos a las casas de Dios, había enviado limosnas a los pobres, y ¡nada a Donato! ¿Por qué, entonces, Donato actuó como un loco? ¿Por qué estaba tan enojado? ¿Por qué rechazó las ofrendas enviadas? Pues cuando los comisionados anunciaron que recorrerían las diferentes provincias y que darían limosnas a quienes las aceptaran, declaró que había enviado cartas a todas partes con antelación para prohibir que se distribuyera entre los pobres nada de lo que se había traído. ¡Oh, esta es la manera de consolar a los desdichados, de atender las necesidades de los pobres, de ayudar a los pecadores! Dios clama: "Soy yo quien ha creado tanto al hombre rico como al hombre pobre". No es que no pudiera darle también al pobre, mas si hubiera dado tanto al pobre como al rico, el pecador no habría podido encontrar ningún medio para ayudarse. Por esta razón se ha escrito que "así como el agua apaga el fuego, así también las limosnas borran el pecado". Es cierto que ambos están ahora con Dios, el que quiso dar y el que se lo impidió. Pues bien, si Dios le dijera ahora a Donato: Oh, obispo, ¿qué pretendes que fue Constantino? Si era inocente, ¿por qué no recibiste de un donante inocente? Si era pecador, ¿por qué no permitiste que él, por quien creé al pobre, diera lo que quisiera? ¿Qué cara pondría? ¿Por qué, en su frivolidad y locura, se esforzó tanto por privar de bienes a tantos pobres? Creía tener Donato dominio sobre Cartago. Y puesto que no hay nadie superior al emperador, excepto Dios solo (que hizo al emperador), Donato, al elevarse por encima del emperador, ya había pasado los límites asignados a la humanidad, de modo que casi se consideraba a sí mismo como Dios, cuando se negó a reverenciar a aquel que, después de Dios, era temido por la humanidad. Finalmente, el Espíritu Santo, por boca del profeta Ezequiel, reprende al príncipe de Tiro (es decir, al príncipe de Cartago) con estas palabras: "Hijo del hombre, habla contra el príncipe de Tiro, dice el Señor Dios, porque se ha envanecido tu corazón, y has dicho: Yo soy Dios". Que Tiro es Cartago lo demuestra en primer lugar Isaías, cuando, después de describir la visión de Tiro, continúa: "Aullad, oh naves de Cartago". En segundo lugar, esto lo prueba también la literatura profana, y, si hay otra ciudad llamada con este nombre, no hay otra en la que se hicieran todas las cosas que se sabe que se hicieron en Cartago. Habla, dice el Señor, "contra el príncipe de Tiro". No le ordena al profeta que hable contra ningún rey secular, ni que hable con muchos, sino con uno solo: Donato, obispo de Cartago. Pues no le correspondía a Ezequiel, cuyas palabras acabo de citar, comparar con ningún hombre, salvo con un príncipe, a aquel obispo que reivindicaba el principado de Cartago, que se envanecía, se creía superior a los hombres y deseaba tener incluso a todos sus colegas por debajo de él, de cuyas ofrendas jamás se dignaría aceptar nada. Ahora bien, su conciencia y Cristo su Dios dan testimonio de esto, y de las quejas de muchos. Porque en su trato con los demás, les hizo este mal, que actuó de una manera secreta u otra, solo, y luego solo de manera superficial mezclándose con el resto. De tal manera que su corazón se envaneció tanto que al final le pareció que ya no era hombre, sino Dios. Además, en boca del pueblo rara vez se le llamaba obispo, sino que se le conocía como Donato de Cartago. Y con razón se le llamaba y se le reprochaba como príncipe de Tiro (es decir, de Cartago), por ser el primero de los obispos, como si fuera algo más que los demás. Y aunque no deseaba nada común con la humanidad, alzó su corazón, no como el corazón de un hombre, sino como el corazón de un dios, ya que deseaba ser algo más que los demás. No obstante, Dios sigue diciendo a Donato: "Tú has dicho: Yo soy Dios". Pues aunque no usó esta expresión, él mismo realizó o sufrió aquello que produciría su resultado. Se hinchó de tal manera que pensó que ningún otro hombre debía compararse con él, y, en la vanagloria de su propia mente, se creyó superior a los demás. Pues todo lo que está por encima de los hombres, en cierto modo es Dios. Además, mientras que los obispos debían servir a Dios, exigía tanto a sus obispos que todos debían venerarlo con el mismo temor que a Dios, porque a él le parecía ser Dios. Y aunque los hombres suelen jurar solo por Dios, él permitía que lo hicieran como si fuera Dios. Si alguien lo hacía por error, era su deber prohibirlo. Como no lo prohibía, a él le parecía ser Dios. Además, mientras que antes de su insolencia todos los que creían en Cristo eran llamados cristianos, se atrevió a dividir al pueblo con Dios, de modo que quienes lo seguían ya no eran llamados cristianos, sino donatistas. Y cuando alguien lo visitaba de cualquier provincia de África, no le hacía esas preguntas (que la costumbre siempre exige) sobre el clima, la paz y la guerra, la cosecha, sino que a todo el que se presentaba ante él, le decía así: "¿Cómo va mi fiesta en tu parte del mundo?". Como si ya hubiera dividido al pueblo con Dios, de modo que, sin titubear, se atrevió a llamarlo su partido. Pues, desde su época hasta la actualidad, siempre que se presentaba una demanda ante los tribunales públicos sobre asuntos eclesiásticos, todos los de su secta, al ser interrogados (como leemos en las actas), se han expresado de tal manera que afirman pertenecer al partido de Donato. Respecto a Cristo guardaron silencio. ¿Y qué decir de su clero, cuando leo la petición que (como he indicado en el libro I) fue enviada a Constantino, suscrita por los obispos de esta manera: "Dada por Capito y por Nasucio, Digno y los demás obispos del partido de Donato"? Sabemos que ellos presentaron sus quejas contra los obispos que no pertenecían al partido de Donato, y sí a la Iglesia Católica de Cristo. Dado que Donato no vivió como obispo entre sus compañeros obispos, y se negó a ser un hombre entre los hombres, es cierto que se envaneció y se creyó Dios. En cuanto a los obispos por quienes tú fuiste consagrado, hermano Parmeniano, sus nombres te son bien conocidos, y sabes también dónde vivían y cuál de ellos solicitó regresar a casa, en tu compañía. Sabes también a quién le hicieron esta petición y conoces su carácter. Todo esto lo sabemos porque presentaron ante los jueces de África esta misma vieja petición, en la que habían escrito: "Dada por los obispos del partido de Donato". ¿Qué respuesta, pregunto, darán en el cercano juicio de Dios, ya que en este mundo reconocieron que no pertenecían a la Iglesia de Cristo, sino que confesaron libremente que eran del partido de Donato. No sé qué es lo que dirán entonces, pero sí sé lo que está escrito en el evangelio que Cristo, cuando éste dijo: "El que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre"? Tus mentores no confesaron a Cristo, sino a Donato. Para identificar claramente a Donato, existe otra prueba más con la que se cierra la acusación antes mencionada. Dios había dicho que Donato no moriría en la tierra, y esto fue lo que ocurrió, como todos sabemos. En efecto, él moraba en la casa de Dios, pero vivía en el corazón del mar (es decir, en el mundo). No le bastaba con ser amado por algunos cristianos, sino que, debido a su conocimiento de las letras mundanas, también estaba en el corazón del mar (es decir, era amado por el mundo) y, debido a su conocimiento, se consideraba sabio. Pero Dios restó importancia a esta sabiduría suya, diciendo: "¿Eres tú más sabio que Daniel?". Con qué gran razón, y con qué acierto, fue humillada esa sabiduría suya que le hacía creerse más sabio que Daniel (cuando rechazó los regalos del rey) y no aceptó lo que le había enviado un emperador cristiano. No obstante, él mismo se consideraba un nuevo Daniel, y hasta superior a él en sabiduría, pues leemos que Daniel, cuando se le pidió que recibiera regalos del rey Baltasar (un anillo, una cadena y demás), respondió así: "Tus dones para ti mismo, oh rey". Daniel respondió con sabiduría, y no insultó al rey ni lo culpó por lo que ofreció, sino que pospuso el asunto por un tiempo. Muy diferente fue el caso de Donato, quien dirigió a Constantino las palabras más injuriosas que pudo y rechazó lo destinado a los pobres. Vemos la sabiduría del santo Daniel al no aceptar ese día los regalos que le ofrecieron, pues la pregunta que le hicieron aún se conocía en el cielo, y habría sido un acto de insensatez recibir cualquier tipo de recompensa por algo que aún no podía revelar. Por lo tanto, por el momento no quiso aceptar estos presentes. Después, cuando Dios le mostró lo que debía decirle al rey, Daniel se lo contó a Baltasar, y más tarde aceptó con gusto lo que antes había rechazado. Con razón, pues, Dios reprende al príncipe de Tiro (es decir, a Donato), cuando le pregunta: "¿Eres tú más sabio que Daniel?". ¡Ay! ¡Cuán alejada está la presunción de Donato del carácter de Daniel! Lo que Baltasar dio, se lo dio a Daniel, no a los pobres. En cambio, lo que Constantino, el emperador cristiano, había enviado, se lo envió a los pobres, no a Donato. Entonces, Dios le dijo a Donato: "Los sabios no te han enseñado su sabiduría". ¿Por qué? Porque te has negado a aprender las palabras de Salomón, que dice: "Esconde tu pan en el corazón del pobre, y él orará por ti". Además, no aprendería del mismo Daniel la lección que Daniel dio a Nabucodonosor acerca de cómo alguien que había ofendido a Dios podía ofrecer satisfacción. De hecho, esto fue lo que le dijo: "Y tú, oh rey, escucha mi consejo, y que te sea favorable. Redime tus pecados con limosnas, y las injusticias que has cometido, compadeciéndote de los pobres". Daniel aconsejó a un rey pecador y sacrílego que diera limosna. Donato, quien merecía ser censurado, impidió que Constante, emperador cristiano, realizara obras de misericordia. Por lo tanto, Donato es censurable, porque los sabios no le enseñaron su sabiduría, y no permitió que los dones enviados por este rey se distribuyeran por sus manos. De todas estas cosas es cierto que Donato fue la fuente de donde fluyeron las causas de los males que siguieron.
IV
Los actos violentos de los donatistas, contra ellos mismos
Ya ves, mi hermano Parmeniano, a quien debe atribuirse cualquier severidad que haya ocurrido en la obra de la unidad. Tú dices que los católicos solicitamos una fuerza armada, mas si es así, ¿cómo es que en aquel entonces nadie vio jamás un soldado armado en la provincia proconsular? Pablo y Macario vinieron para consolar a los pobres de todas partes y exhortar a cada uno individualmente a la unidad. Pero cuando se acercaron a la ciudad de Bagaia, fue entonces cuando el segundo Donato (como ya he escrito en el libro II), obispo de esa ciudad, en su deseo de oponer un obstáculo a la unidad y frenar a los legados del emperador antes mencionados, envió a sus heraldos por los alrededores, y especialmente a todas las ferias, y convocó a sus derviches guerreros a acudir en masa al lugar que les había designado. Así fue como en ese momento se convocó a aquellos hombres cuya locura, poco antes, había sido considerada por estos mismos obispos como prendida por su maldad. Porque cuando hombres de esta clase, antes de alcanzar la unidad, vagaban por todas partes, y en su locura llamaban a Axido y Fasir "capitanes de los santos", nadie podía estar seguro de sus posesiones. Los reconocimientos escritos de deuda habían perdido su valor. En aquel entonces, ningún acreedor podía reclamar libremente, y todos estaban aterrorizados por las cartas de estos individuos, que se jactaban de ser "capitanes de los santos". Si se demoraban en obedecer sus órdenes, de repente una multitud de locos acudía al lugar. Se instauraba un régimen de terror. Los acreedores estaban acorralados por los peligros, de modo que quienes tenían derecho a ser suplicados por lo que se les debía, se veían obligados, por miedo a la muerte, a ser ellos mismos los humildes suplicantes. Muy pronto, todos perdieron lo que se les debía, incluso cantidades muy grandes, y creían haber ganado algo al escapar de la violencia de estos hombres. Ni siquiera los viajes podían realizarse con total seguridad, pues los amos a menudo eran arrojados de sus propios carros y obligados a correr, servilmente, delante de sus esclavos, sentados en el lugar de su señor. Por orden y juicio de estos forajidos, la condición de amos y esclavos se alteró por completo. Así, cuando los obispos de vuestro partido fueron reprochados por este estado de cosas, se dice que escribieron a Taurino, que estaba en ese momento en posesión de la autoridad civil, diciendo que como los hombres de esta clase no podían ser corregidos por la Iglesia, pedían que fueran castigados por el oficial antes mencionado. En respuesta a esta carta, Taurino ordenó que una fuerza armada recorriera las ferias por donde solían vagar estos locos vagabundos. En el distrito de Octavia, un gran número fue ejecutado, muchos de los cuales fueron decapitados. Incluso hoy en día podemos contar sus cuerpos por los altares o mesas blanqueadas. Cuando se introdujo la costumbre de enterrar a algunos en las basílicas, el obispo exigió al sacerdote Claro, en el distrito de Subula, que deshiciera el entierro. Por esto se supo que lo sucedido se había hecho por orden, cuando ni siquiera se les permitía el entierro en la casa de Dios. Después de esto, el número de estos fanáticos aumentó nuevamente, y Donato de Bagaia encontró el medio de reunir entre ellos una horda furiosa con la que oponerse a Macario. De la misma clase eran aquellos que, por deseo de un falso martirio, contrataron hombres para que los golpearan y mataran para su propia destrucción. De entre estos también fueron extraídos aquellos que se arrojaron de cabeza desde las cimas de altas montañas, desperdiciando sus vidas inútiles. ¡Ved el carácter de estos hombres, de los cuales un obispo, el segundo Donato, se proveyó de cohortes! Alarmados, pues, por este estado de terror, los que habían traído el tesoro para distribuirlo entre los pobres, concibieron el plan, en tan extrema necesidad, de pedir soldados al prefecto Silvestre, no para hacer violencia a nadie, sino para poner fin a la violencia que había sido organizada por el mencionado obispo Donato. Así sucedió que se vieron soldados en armas. Ahora bien, consideren a quién es correcto, o posible, atribuir lo que siguió. Los fanáticos habían reunido una enorme horda, y se sabe que habían preparado un amplio comisariado. Habían convertido una basílica en una especie de granero público, donde esperaban a aquellos en quienes descargar su salvajismo; y habrían hecho todo lo que su locura les hubiera impulsado, de no haber sido por la presencia de una fuerza armada. Porque, cuando, como es habitual, se enviaban los intendentes delante de los soldados, no eran recibidos con el debido respeto, contrariamente al mandato del apóstol que dice: "A quien honor, honor; a quien costumbre, costumbre; a quien tributo, tributo. No debáis nada a nadie". Los que habían sido enviados a caballo fueron maltratados por los hombres cuyos nombres has difundido con el odio. Ellos fueron los autores de sus propios agravios y, con su ejemplo, a través de las injurias que infligieron a otros, atrajeron sobre sí mismos cualquier sufrimiento que pudieran haber soportado. Los soldados así molestados regresaron a sus cuarteles, y todos resentían lo que dos o tres habían sufrido. Todos estaban profundamente conmovidos, y ni siquiera sus oficiales pudieron contener la ira de estos soldados. De esta manera sucedió lo que has registrado, para crear prejuicio contra la unidad. Estos eventos, y otros que has mencionado, tienen sus propias causas, y las personas cuyos nombres he mencionado son responsables. Ni siquiera los hemos visto, aunque hemos oído hablar de ellos, al igual que tú. Si el haber oído algo nos haces culpables, te consideramos compañeros de nuestra culpa, puesto que también lo has oído tú. Si el saber algo por medio de oír da libertad de responsabilidad, entonces lo que otros hicieron a consecuencia de vuestra apelación no debe atribuírsenos. Presentaste tus quejas en el orden correcto, diciendo que bajo Leoncio y Ursacio un gran número de personas sufrió injustamente, y que algunos fueron condenados a muerte bajo Pablo y Macario, y que bajo sus sucesores individuos anónimos fueron proscritos temporalmente. ¿Qué tiene esto que ver con nosotros o con la Iglesia Católica? Eres tú quien ha provocado todo aquello de lo que te quejas, pues te negaste a aceptar con gusto la paz que Dios había alabado, valorando la herencia del cisma por encima de los preceptos que nos dio el Salvador. Has presentado acusaciones contra los creadores de la unidad. ¡Culpa a la unidad misma, si puedes! Pues imagino que no niegas que la unidad es un bien supremo. ¿Cómo nos afecta el carácter de los obreros, siempre que sea cierto que realizaron una buena obra? La uva es pisada y prensada por obreros pecadores, y de ahí proviene el vino con el que se ofrece el sacrificio a Dios. El aceite también es elaborado por gente miserable, algunos de los cuales son hombres de mala vida y lenguas impuras. No obstante, dicho aceite se usa sin reproche en condimentos, en lámparas, e incluso en el santo crisma.
V
La crueldad donatista, ¿en pro de la unidad?
Me dices que quienes crearon la unidad hicieron cosas malas. Quizás esto fue según la voluntad de Dios, quien a veces se complace en permitir lo que podría haber impedido. Algunas cosas malas se hacen de mala manera, y algunas cosas malas se hacen de buena manera. El asesino hace algo malo de mala manera, y el juez hace algo malo de buena manera, cuando castiga al asesino. En concreto, ésta es la voz de Dios: "No matarás", y: "Si se encuentra a un hombre acostado con una mujer que tiene marido, mataréis a ambos". Un solo Dios y dos voces distintas. Así, cuando Finés, el hijo del sacerdote, encontró a un adúltero con una adúltera, se quedó con la espada en alto y dudó entre las dos voces divinas. Una resonó en sus oídos ("no matarás"), y la otra en los otros oídos ("mata a ambos"). Si atacara, actuaría contra la ley. Si no atacara, faltaría a su deber. Eligió la ofensa que era mejor: atacar. Y quizás no faltaron quienes hubieran querido tildarle de asesino por infligir este castigo. Pero Dios, para mostrar que algunas cosas malas se hacen de buena manera, habló así: "Finés ha disminuido mi ira". Así, Dios se complació con ese homicidio, porque con él se castigaba al adulterio. ¿Y si ahora Dios se ha complacido con lo que vosotros decís haber sufrido, vosotros que os negasteis a tener la unidad agradable a Dios, con todo el mundo católico y con los santuarios de los apóstoles?
VI
Los donatistas ajusticiados, merecedores del castigo
En este momento, me veo obligado, contra mi voluntad, a mencionar a esos hombres (a quienes no deseo mencionar) que vosotros colocáis entre los mártires, y por quienes juráis como los únicos dignos de lo sagrado. Preferiría pasarlos por alto, pero me lo impiden consideraciones de verdad. Debido a los nombres de estos hombres, un odio desmedido aúlla sin pensar contra la unidad, y por ellos hay quienes rechazan la unidad con contumelia, pensando que es algo de lo que hay que huir o atacar. Se dice que Márculo y Donato fueron asesinados y están muertos, como si nadie debiera ser asesinado jamás en castigo por ofensas a Dios. Nadie debería haber sido perjudicado por los artífices de la unidad, pero tampoco los preceptos divinos deberían ser despreciados por los obispos, a quienes se les dio el mandato: "Busca la paz y la alcanzarás", y: "¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!", y: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Cualesquiera que hayan sido los males que hayan soportado aquellas personas que se negaron voluntariamente a escuchar estas palabras, o lealmente a llevarlas a cabo, ellos mismos (si ser asesinado es un mal) han traído sobre sí su propio mal.
VII
Los donatistas ajusticiados, ajenos al acusador Macario
Me dices, hermano Parmeniano, que Macario fue el culpable, porque crees que sus acciones no se alinearon con la voluntad de Dios. Sin embargo, encontrarás hombres de la antigüedad culpables de conducta similar. Por ello, antes que a Macario deberías acusar primero al propio legislador Moisés, que al descender del Monte Sinaí con las tablas de la ley (en las que estaba escrito "no matarás") ordenó matar a 3.000 hombres en un instante. Deja a Macario de lado por un momento, y antes apela a Finés, el hijo del sacerdote (a quien acabo de mencionar), para que te juzgue, si es que sabes dónde encontrar otro juez aparte de Dios. Hazlo, y verás que lo que criticas ha sido alabado por Dios en su propia persona, porque se hizo por celo divino. Y si no, piensa en el profeta Elías, que en el arroyo Cisón, obedeciendo la voluntad de Dios, mató a 450 hombres. Quizás respondas que éstos fueron asesinados merecidamente, y tus partidarios, injustamente. El castigo nunca se aplica sin causa justa. Moisés infligió castigo al pueblo, y también Elías y Finés, y tú sigues sin aceptar que Macario castigara con justicia. Si los que se dice que fueron asesinados no habían cometido ningún delito, se puede conceder que Macario fue culpable de lo que él solo hizo, sobre un asunto del que nada sabemos (salvo lo que tú dices). En definitiva, ¿por qué se crea prejuicio contra nosotros, por cosas que fueron hechas por otros? Además, vosotros sois la causa de todo lo que ocurrió, pues todo ocurrió por vuestra culpa. Vosotros sois los que os fuisteis fuera (y todavía seguís fuera), y no por nuestra culpa, porque nosotros habitamos dentro y nunca nos hemos apartado de la raíz. Ya que he hablado de los casos citados en orden, veamos ahora por qué Moisés mandó matar a 3.000 hombres, y por qué Finés a dos hombres, y por qué Elías a 450 hombres, y por qué Macario a dos hombres cuyos nombres vosotros aviváis diariamente con el abanico del odio. Está claro que fueron castigados sólo aquellos que despreciaron un mandato divino, porque "no harás imagen tallada" y "no cometerás adulterio" es la voz del mismo Dios. El mismo Dios ha dicho "no ofrecerás sacrificios a los ídolos", y "no harás cisma", y "busca la paz y la alcanzarás". Todos ellos son mandamientos del mismo Dios. En los días de Moisés, el pueblo de Israel adoraba la cabeza de un becerro, que habían hecho en un fuego sacrílego; por esta razón, 3.000 hombres merecían la muerte, por despreciar la voz de Dios. Finés mató de un solo golpe a los adúlteros. Merecía ser alabado por Dios, porque dio muerte a quienes despreciaron sus mandamientos. Y los 450 falsos profetas que, según leemos, fueron asesinados por Elías, lo fueron por esta razón: que, en contra del mandamiento de Dios (falsos profetas como eran), habían despreciado los preceptos divinos. Así también, esos dos cuya muerte atribuyes a Macario no están muy lejos de ser falsos profetas. De hecho, al negarse a mirar la paz, y para no habitar en unidad con sus hermanos, se opusieron obstinadamente a los mandamientos y a la voluntad de Dios. Como ves, Moisés, Finés, Elías y Macario hicieron cosas similares, y los mandamientos de un solo Dios fueron vindicados por todos ellos. Como te veo distinguir entre los tiempos, y decir que los tiempos de antes del evangelio eran diferentes de los tiempos de después del evangelio, te presento el hecho de por qué Pedro volvió a poner en su vaina la espada con la que había cortado la oreja del siervo del sumo sacerdote (a quien, como por devoción, podría haber matado). ¿Por qué no lo hizo? Porque Cristo había venido a sufrir, no a ser defendido. Y si Pedro hubiera llevado a cabo su intención, habría parecido que en la pasión de Cristo se castigaba a un siervo, no a un pueblo liberado.
VIII
Los donatistas ajusticiados, muy lejos de ser mártires
Macario no sacó la espada que Pedro envainó. Y esto lo prueba Dios, cuando dice hablando al valle de Sión: "Los que fueron heridos en ti no fueron heridos por la espada". Demuestra, si puedes, que algún hombre en tiempos de Macario fue herido a espada. Y si no, continúa diciendo: "Los que murieron en ti no murieron en la guerra". Debes considerar cuidadosamente, por tanto, si no es temerario llamar con el nombre de mártires a hombres que no experimentaron ninguna guerra contra los cristianos. Porque en aquel tiempo no se hizo ni se oyó nada semejante a ninguna guerra contra los cristianos, llamada persecución, como la que se llevó a cabo bajo dos de las cuatro bestias que Daniel vio subir del mar. De estas bestias, la primera parecía un león, y ésta fue la persecución bajo Decio y Valeriano. La segunda parecía un oso, y ésta fue la segunda persecución bajo Diocleciano y Maximiano, cuando magistrados impíos libraron una guerra contra el nombre cristiano, entre los cuales, hace 60 años o más, se encontraban Anulino en la provincia proconsular y Floro en Numidia. Es bien sabido por todos lo que su crueldad cuidadosamente planeada trajo consigo. La guerra, declarada contra los cristianos, rugía furiosamente. En los templos de los demonios, el diablo triunfaba. Los altares humeaban con olores inmundos, y aquellos que no podían acudir a los sacrificios sacrílegos se veían obligados por todas partes a ofrecer incienso. Todo lugar se convertía en un templo de abominación. Los ancianos, pronto a morir, eran profanados; la infancia inconsciente era contaminada; los niños pequeños eran llevados por sus madres al vergonzoso hecho; los padres eran obligados a la matanza incruenta de sus hijos; algunos eran obligados a destruir los templos del Dios vivo, otros a negar a Cristo, otros a quemar los libros de Dios, otros a ofrecer incienso. Ni siquiera tú podrás pretender que Macario hizo alguna de estas cosas. Bajo el perseguidor Floro, los cristianos fueron obligados a ir a los templos de los ídolos. Bajo Macario, a los perezosos se les ordenó ir a la basílica cristiana. Bajo Floro, se dio la orden de negar a Cristo y orar a los ídolos. Bajo Macario, por el contrario, se advirtió a todos que todos juntos en la Iglesia debían orar a un solo Dios. Desde entonces, tú mismo ves que no se libró ninguna guerra contra los cristianos; y que Dios menciona que algunos murieron sin guerra, diciendo: "Quienes murieron en ti no murieron en la guerra"; y que bien pueden considerarse mártires dudosos aquellos que no fueron instados ni a sacrificios sacrílegos, ni a la profanación del incienso, ni a la negación del nombre de Dios. Además, sabes que no hay camino al martirio excepto a través de la confesión. ¿Con qué razón, pues, llamas mártires a aquellos que no eran confesores? ¿O cuál de ellos se vio impulsado a negar a Cristo y confesó su nombre? Así pues, si no puede haber martirio aparte de la confesión del nombre de Cristo, y si en este caso nadie confesó a Cristo, y si lo que tú afirmas que se hizo, se hizo en vindicación de los mandamientos de Dios, y si, mientras que Dios había profetizado que esto sucedería... sus mandamientos fueron vindicados, mientras que tú no puedes probar que tuvimos parte alguna en ello. Si estas cosas son así, considera si no es meramente ocioso, o incluso supersticioso, colocar a los que murieron sin persecución con quienes, habiendo confesado a Cristo, se les permitió morir en nombre del nombre de Dios. O bien, si quieres que sean mártires, prueba que eran amantes de la paz (en la que están puestos los primeros fundamentos del martirio), o que la unidad, amada por Dios, era querida para ellos, o que vivían en caridad con sus hermanos (porque que todos los cristianos son hermanos lo hemos probado en mi libro I, y lo probaré también en el libro IV). Aquellos hombres, que tú sostienes que deberían ser llamados mártires, se negaron a reconocer a sus hermanos cristianos, y no tuvieron caridad. Y que no se diga, para excusarlos, que no estaban dispuestos a comulgar con los traidores, pues se ha demostrado con toda claridad que ellos mismos eran hijos de traidores. Por lo tanto, no hay manera de excusarlos, pues es evidente que no tenían caridad, sin la cual el martirio no puede ser correctamente llamado ni existir, sin la cual la más grande y más imperiosa virtud pierde su efecto, sin la cual el conocimiento de todas las lenguas es inútil, sin la cual ni siquiera la comunión con los ángeles sirve de nada, como dice el apóstol Pablo: "Si tuviera el poder de mandar a las montañas para moverlas de un lugar a otro, y si hablara en las lenguas de todas las naciones, incluso de los ángeles, y si entregara mi cuerpo a las llamas, y no tuviera caridad en mí, no sería nada. Pero seré como bronce resonante en el desierto, de modo que el efecto de mi palabra se desvanecería allí, donde nadie puede oír". Si uno tan grande, el bienaventurado Pablo (el "vaso de la elección"), declara que (aunque posee virtud imperiosa y la compañía de los ángeles) no es nada si no se tiene caridad, considera tú si no debes llamar algo muy diferente a mártires a los que, por deserción del cristianismo, padecieron algo.
IX
La unidad de África, motivo
del ajusticiamiento civil a los donatistas
El mundo entero se regocija por la unidad católica, excepto una parte de África donde una chispa ha provocado una conflagración. Italia, la Galia, Hispania, Panonia, Galacia, Grecia o ninguna de las provincias de Asia presentan quejas similares. Y no fue enviado allí nadie para arreglar las cosas, porque allí no había nada que arreglar. Y no fue enviado allí ningún sastre, por así decirlo, porque entre ellos no había renta que reparar. También aquí, en África, antaño (mientras el pueblo permaneció unido) la prenda había estado intacta, pero fue rasgada por la mano envidiosa de un enemigo. Se puede decir, metafóricamente, que los trozos, provenientes originalmente de una prenda, colgaban sueltos, y que las ramas, provenientes de la misma raíz, se separaron unas de otras. ¿Por qué una parte se prefiere a otra? ¿Por qué una pieza de la prenda se destaca sobre la otra, aunque no pueda demostrar ser mejor? ¿Qué pasaría si la pieza despreciada dijera: ¿Por qué sólo te alaban? ¿Acaso no hemos crecido juntos? ¿No hemos estado juntos en las manos de quienes nos hicieron uno, y no hemos sido purificados juntos por Aquel que nos lavó? Un enemigo ha querido separarnos; un adversario ha querido manchar nuestra belleza. En parte del manto aún somos uno, pero colgamos de lados diferentes. Porque lo que ha sido rasgado ha sido parcialmente dividido, no totalmente, ya que es seguramente cierto que vosotros y nosotros tenemos una sola disciplina eclesiástica, y si las mentes de los hombres están en guerra, los sacramentos no lo están. Finalmente, también podemos decir: "Juntos creemos en las mismas verdades, y hemos sido sellados con un mismo sello, y no hemos sido bautizados de otra manera que tú; de igual manera leemos el divino testamento. De igual manera adoramos juntos a un solo Dios, y la oración del Señor es una con ustedes y con nosotros". No obstante, como acabo de decir, una parte se había rasgado, y fue necesario remendarla mientras que partes de la prenda colgaban a ambos lados. Cuando quien arregla o trabaja en un asunto de este tipo desea restaurar la prenda a su aspecto anterior, atormenta los hilos que están cerca de su mano. El sastre, que hiere mientras remienda el desgarrón, ¿os desagrada? Pues más os desagradará Aquel que provocó que el sastre tuviera la oportunidad de ofender, para remendar. Y si no, hermano Parmeniano, recuerda que las cosas que tú alegas que cometieron los artífices de la unidad, quienes las cometieron en realidad fueron vuestros padres, uyas acciones fueron el resultado, o bien provenían, de la voluntad de Dios, y en ellas nosotros no tuvimos nada que ver.
X
La idolatría, motivo del ajusticiamiento religioso de Dios
Las severidades civiles contra vuestra secta, por grandes que hayan sido, fueron infligidas por la voluntad de Dios. Es lo que leemos en el profeta Ezequiel sobre un muro blanqueado, contra el cual Dios amenazó con tormenta, lluvia, rayos y acusaciones, a la vez que dijo: "Habrá falsos profetas que levantarán un muro que está a punto de caer, gritando paz, paz, mas ¿dónde está la paz?". Y si no, recuerda cómo en el pasado fuisteis vosotros los que separasteis vuestros miembros de la madre Iglesia. O bien la esposa se fue y el esposo se quedó, o los padres fueron seducidos y los hijos se negaron a seguirlos, o el hermano se mantuvo firme cuando su hermana se alejó. Por instigación vuestra se crearon divisiones entre el hombre y la mujer, entre los padres y sus hijos, y ni siquiera pudieron dejar en paz lo que la ley natural permite. Sin duda, tú ha dicho "la paz sea con vosotros". Pero Dios te pregunta: "¿Dónde está la paz?", a forma de: ¿Por qué saludas por lo que no tienes? ¿Por qué nombras lo que has destruido? No amas la paz, pero saludas por ella. Vuestros padres, dice la Escritura, "construyeron un muro que está a punto de caer". La casa de Dios es una, y los que han salido y han querido formar un grupo, han construido un muro, no una casa, porque no hay un segundo Dios que habite en una segunda casa. Por esta razón se dice que los falsos profetas construyeron un muro, y si se coloca una puerta en ese muro, cualquiera que entre por esa puerta está todavía fuera. Tampoco puede un solo muro tener la piedra angular que es Cristo, quien, recibiendo en sí mismo dos pueblos (gentiles y judíos), une ambos muros con el vínculo de la paz. Un muro tiene tantas desventajas como ventajas tiene una casa. La casa protege todo lo que encierra, protege del viento, repele la lluvia, aleja al asesino, al ladrón y a la bestia. Así también, la Iglesia Católica acoge en su seno a todos los hijos de la paz. Por otro lado, el muro, construido en ruinas, no soporta ninguna piedra angular, y tiene una puerta sin propósito, y no guarda nada en su interior; sino que está empapado por la lluvia, es azotado por la tormenta y no puede alejar al asesino ni detener al ladrón cuando se acerca. El muro pertenece a la casa, pero no es la casa. Así que tu partido, hermano Parmeniano, es una cuasi-iglesia, pero no es la Iglesia Católica. Y según dice la Escritura, "la blanqueáis". Es decir, sólo vosotros os consideráis santos. Os quejáis de haber padecido algunos sufrimientos (de los que nosotros no tuvimos nada que ver), mas sin haber persecución alguna y por vuestra propia culpa. Si tú consideras que sí hubo una persecución, dime: ¿Qué tuvieron que padecer, junto con vosotros, el resto de provincias de que se compone la Iglesia Católica? Como se ve, aquello fue un castigo civil a vuestro vandalismo civil, y no una persecución civil contra una profesión religiosa. Por continuar con el símil propuesto, "el muro sufrió solo, y sobre él vino la tormenta, lluvia, rayos y acusaciones", como ya enseñó Dios: "¿Por qué has construido una ruina? ¿Por qué la has blanqueado? ¿Por qué la has pintado? Esto va en contra de mi voluntad, dice el Señor". Estás disgustado con los días de Leoncio, Ursacio, Macario y los demás. Corrige, si puedes, la voluntad de Dios, quien dijo: "Yo me levantaré contra el muro en mi furor, y enviaré sobre él mucha tempestad y lluvia, ríos y truenos; y heriré el muro que está a punto de caer, y sus juntas se aflojarán". Y si no, no dejes que ninguno de tu partido se oponga con la pregunta: Si la unidad es algo bueno, ¿cómo es que, después de haber sido lograda tantas veces, no ha podido perdurar? Por esta razón, el asunto ha sido dispuesto así por Dios, quien "amenazó con tormenta, lluvia, piedras y acusaciones". Ahora bien, estas cuatro cosas no podían suceder al mismo tiempo, y por eso primero hubo una tormenta, bajo Ursacio. El muro fue sacudido, pero no cayó, para que la lluvia tuviera oportunidad de obrar. Luego siguió la lluvia, bajo Gregorio. El muro se humedeció, pero no se inundó, para que las piedras tuvieran su oportunidad. Bajo los artífices de la unidad, las piedras siguieron a la lluvia. El muro se dispersó, pero se reedificó desde sus cimientos. Tres cosas ya se han cumplido. Aún se te deben acusaciones, pero cómo y cuándo vendrán, lo sabe Aquel que se ha complacido en hacer estas declaraciones sobre vuestra secta.
XI
Los donatistas,
embusteros por esencia
Para que nadie dude del significado de esto, Dios añadió estas palabras: "Las cosas que hablo no se refieren al barro ni al costado del muro ni al muro en sí, sino a los falsos profetas que engañan a mi pueblo". Considera, hermano Parmeniano, a quién le corresponde el término engañar. Todos estaban en comunión con nosotros. En cambio, vosotros os precipitasteis sobre nosotros en nuestra ausencia para poseer a quienes codiciabais. Tuvisteis que seducirlos, y todos los hombres saben cuáles fueron vuestras palabras de seducción: "mira detrás de ti" y "redimid vuestras almas". Y no sólo eso, sino que también decís a los hombres cristianos, e incluso a los clérigos, "sed cristianos". Hermano mío, al decir "mira detrás de ti" estás actuando contra el evangelio, en el cual está escrito: "Ningún hombre que sostiene el mango del arado, y mira hacia atrás, entrará en el reino de los cielos". ¿Quieres saber cuál fue el destino del que miró hacia atrás y del que miró hacia adelante? Recuerda a los que escaparon de Sodoma: Lot y su esposa. Ella miró hacia atrás y se convirtió en una columna de sal, mientras que el que miró hacia adelante escapó libre. ¿Por qué decís, entonces, "mira hacia atrás"? Además, cuando decís "redimid vuestras almas", quisiera preguntarte: ¿De quién las comprasteis, para venderlas? ¿Quién es ese ángel que negocia con almas como en el mercado? Cuando decís "redimid vuestras almas", estáis renunciando al Redentor, pues sólo Cristo es el Redentor de las almas que, antes de su venida, estaban poseídas por el diablo. Cristo, nuestro Salvador, las redimió en su sangre, como dice el apóstol: "Habéis sido comprados a un gran precio". Ciertamente, todos hemos sido redimidos por la sangre de Cristo, y Cristo no vendió a quienes redimió. Las almas compradas por Cristo no pueden venderse para ser redimidas de nuevo, como vosotros decís. Además, ¿cómo puede un alma tener dos señores? ¿O existe, acaso, un segundo redentor? ¿Qué profetas han anunciado la venida de un segundo? ¿Qué Gabriel ha hablado por segunda vez a una segunda María? ¿Qué Virgen ha dado a luz a un Niño por segunda vez? ¿Quién ha obrado nuevas o segundas obras de poder? Si no hay nadie, salvo uno, que haya redimido las almas de todos los creyentes, ¿qué significa que digáis "redimid vuestras almas"? ¿Qué clase de cosa es esta que les decís a los cristianos, e incluso a los clérigos, "sed cristianos"? Y no sólo eso, sino que os atrevéis a decirle a cada uno, como si esperarais un milagro a forma de
"Cayo Seio, o Gaia Seia, ¿eres todavía un hombre o una mujer pagana?". Vosotros llamáis pagano a quien ha reconocido su conversión a Dios. Llamáis pagano a quien ha sido lavado por el bautismo, y no en nombre nuestro o vuestro, sino en el nombre de Cristo (pues hay quienes han sido bautizados por vosotros y luego han pasado a nuestra comunión). Llamáis pagano a quien, ante el altar, ha orado a Dios Padre por medio de su Hijo. Así, a quien ha creído en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ¡vosotros lo llamáis pagano, por su profesión de fe! Si algún cristiano se apartase (lo cual Dios no permita), puede ser llamado cristiano pecador, mas no puede ser pagano por segunda vez, como si lo que hizo (hacerse cristiano) no pudiera tenerse en cuenta. Si aquel a quien engañáis os escucha, entonces sólo su consentimiento, y el hecho de extender tu mano, y unas pocas palabras tuyas, bastan a tu vista para hacer cristiano a uno que ya era cristiano. De esta manera, a vosotros o parece cristiano quien hace lo que vosotros queréis, y no por el hecho de haber recibido el bautismo.XII
Calumnias de los donatistas contra el ex-donatista Macario
Si alguien tarda en adherirse a vuestras palabras engañosas, a vosotros no os faltan argumentos con los que persuadir fácilmente a los hombres, incluso contra su voluntad, a hacer lo que quieran, diciéndoles que se ha oído de labios de sus antiguos obispos que quien participó, o recibió el sacrificio de la unidad al acercarse, participó de un sacrificio sacrílego. No niego que algunos dijeron esto (quienes, como es cierto, luego ofrecieron, con total seguridad, ese sacrificio del que poco antes habían retenido al pueblo), pero una consideración los hizo hablar de esta manera, y otra muy distinta determinó su acción. En cuanto a quienes, según decís, dijeron estas cosas, fueron inducidos a hablar así por un falso rumor que había llenado sus oídos. De hecho, hasta se decía que Pablo y Macario vendrían en ese momento para presenciar el sacrificio, y que, cuando los altares estuvieran preparados para la fiesta, sacarían una imagen, que colocarían primero sobre el altar, y que entonces se ofrecería el sacrificio. Al oír esto, no sólo se inquietaron sus mentes, sino que la lengua de todos se movió a usar estas palabras, de modo que todos los que habían oído la historia gritaron: "Quien participa de esto, participa de un sacrilegio". Con razón se habría dicho esto si a semejante relato le hubiera correspondido alguna verdad. Pero cuando llegaron los oficiales antes mencionados, no se vio nada de aquello, sobre lo que poco antes se habían difundido rumores falsos. Los ojos cristianos no vieron nada que los escandalizara, ni su vista ofreció prueba alguna de lo que había perturbado su oído. No se vio mancha alguna, y el rito solemne se observó según la manera acostumbrada. Cuando vieron que en los sacrificios divinos nada se cambiaba, ni se añadía ni se quitaba, la paz que Dios ha alabado agradó a los hombres de buena voluntad. Por esta razón, no se debe culpar a ninguno de quienes, de vuestro cisma, ha llegado a la paz. ¿Por qué? Porque quienes se habían sentido perturbados, por estas historias desafortunadas, se sintieron fortalecidos por la simple y pura verdad. Que no se diga, pues, que quien de vosotros vino a la unidad hizo dulce lo amargo, ni que lo dulce lo amargó. La amargura, proclamada por la falsedad, permaneció y persistió en el seno de la mera opinión. En cambio, la verdad que se veía con los ojos, con su propia dulzura, fue separada de los límites de una opinión falsa. Así, ni lo dulce se hizo de la amargura, ni lo amargo se hizo de la dulzura. Lo que se vio era algo muy distinto, y los rumores estuvieron muy lejos de los hechos reales. Como percibes ya, hermano, tu acusación ha abusado de una historia inventada a tu antojo, y sobre lo que a ti te apetecía, para destrozar a Macario y Tauro. Has perdido aquello que tuviste la inteligencia de ver, mientras que el odio ha extraviado tus sentidos y ha cerrado las avenidas de tu entendimiento.
XIII
Macario, readmitido a la comunión católica
Tu malicia ha llegado a tal extremo, oh Parmeniano, que afirmas que, después de estos acontecimientos, Macario no debió ser admitido a la comunión, sino que debería haber sido rechazado por los obispos católicos. En primer lugar, la comunión tiene un solo nombre, aunque sean diversas sus modalidades, pues un obispo está en comunión con otro obispo de una manera, y un laico está en comunión con otro obispo de otra. En segundo lugar, sería grave que Macario hubiera hecho lo que se dice que hizo por voluntad propia, ya que quienes actúan así son castigados por los tribunales públicos y las leyes romanas. De ser cierto lo que tú dices, hubiera sido un asesino sin necesidad, sin órdenes de nadie, sin autoridad superior, sino impulsado por la ira, por voluntad propia, infringiendo las leyes. No obstante, fue a raíz de vuestra apelación que Macario hizo lo que tú dices que hizo. No era obispo ni ejercía las funciones de obispo. Tampoco impuso las manos a nadie ni ofreció sacrificios. Por lo tanto, como es evidente que no tenía nada que ver con las funciones de los obispos, ningún obispo se contaminó por no ofrecer sacrificios con ellos. Sólo queda insistir en que se comunicó con el pueblo, mas no para predicar (lo cual es propio de los obispos) ni investido de ninguna autoridad (pues era uno más del pueblo). Por otro lado, el discurso de un obispo es aprobado por todos, pues está adornado con santidad (es decir, con un doble saludo). De hecho, un obispo no comienza a decir nada al pueblo sin antes saludarlo en el nombre de Dios, y como comienza, así termina. Todo sermón en la iglesia comienza con el nombre de Dios y con el nombre de Dios también termina. ¿Quién de vosotros, pues, se atreverá a decir que Macario saludó en nombre de Dios, o que impuso la mano sobre nadie, o que ofreció sacrificios a Dios con rito episcopal? Además, ¿cómo podéis afirmar que el colegio episcopal pudo haber sido contaminado, a pesar de que veía que Macario no tenía nada que ver con ningún deber episcopal? Tu malicia, tras haber sido pisoteada en este punto por las huellas de la verdad, se ve de nuevo alzar la cabeza, sobre todo cuando dices que ni siquiera debería haber comulgado Macario entre los laicos. Ciertamente, como demuestra el apóstol Pablo, Macario era un ministro de la voluntad de Dios, y ¿qué tiene de extraño que incluso los jueces paganos fueran considerados ministros de la voluntad de Dios, según el apóstol que dice: "El juez no lleva la espada sin razón, pues es ministro de la voluntad de Dios". Así también, Macario era juez en su propia persona. Y si no hubiese actuado judicialmente, según las leyes de Roma, hubiera sido castigado por los jueces romanos. Por tanto, no veo por qué Macario no debería haber sido admitido a la comunión, cuando lo que hizo fue actuar a la misma manera que Moisés, a quien Dios no rechazó después de la muerte de 3.000 hombres, sino que lo llamó para hablar con él por segunda vez. No veo por qué Macario debiera haber sido repelido, pues hizo lo mismo que Finés (a quien mencioné anteriormente), y por ello mereció recibir la alabanza divina. No me parece que debiera haber sido repelido quien hizo lo que hizo el profeta Elías, al matar a tantos falsos profetas (de los que ya he demostrado que también eran falsos profetas).
XIV
Macario, culpable de haber sido donatista, no de haber vuelto a la Iglesia
Si guardara silencio sobre estos ejemplos, y admitiera contigo que Macario fue el culpable, aun así no debería haberlo rechazado en ausencia de un acusador, pues está escrito que nadie debe ser condenado antes de que se haya escuchado su caso. Díme, oh Parmeniano, entonces: ¿Quién lo acusó? Dime, si puedes, que Macario no confesó su culpa, y que nosotros no pronunciaremos sentencia. Porque después de todo, somos jueces en la Iglesia, como vosotros mismos no negáis (de hecho, sostenéis que debemos juzgar conforme a la verdad). Nosotros, hermano mío, no podemos hacer lo que Dios no ha hecho. En su juicio divino, él ha considerado conveniente separar a las personas, y no ha querido que un hombre sea a la vez acusador y juez, porque nadie puede en un mismo caso, al mismo tiempo, soportar el peso de dos personas, de modo que en el mismo juicio sea acusador y juez. Esto es algo que Dios no ha hecho por su omnipotencia, sino que, para presentarnos la forma de emitir juicio, nos ha enseñado que ni un culpable debe ser condenado sin un acusador, ni debe ser el acusador quien sería el juez en el mismo caso. En consecuencia, al principio del mundo, cuando los hombres comenzaban a nacer, tras la muerte de su hermano Abel a manos de Caín, leemos que Dios llamó a Caín y le preguntó dónde estaba su hermano. Caín dijo que no lo sabía, como si quisiera hacer que Dios lo ignorase, mas ¿puede haber algo que Dios no sepa, ante cuyos ojos y rostro se realizan todas las cosas? En definitiva, Dios no juzga sin un acusador, y pregunta sobre algo que él ya sabe de antemano. Sin embargo, tú quieres que rechacemos a alguien a quien no hemos visto hacer ningún mal, y que no ha tenido a nadie que lo acuse. Percibo aquí lo que tu malicia está a punto de susurrar: que lo que se ha hecho no ha escapado a nuestro conocimiento. Efectivamente, nosotros reconocemos que hemos oído algo, pero condenar a alguien, a quien nadie se ha atrevido a acusar, sería pecar. Si tú nos dices que su acto no se nos ha escapado, ¿le dirás a Dios, que presenció el asesinato de Abel, por qué preguntó a Caín al respecto? No habría sido correcto que hiciéramos algo que Dios se negó a hacer, cuando no dictaría sentencia, excepto contra un culpable. Debes encontrar un acusador, Parmeniano. De lo contrario, la condena no sería justa, a menos que quien dictara sentencia fuera él mismo el acusador. Como Dios dijo a Caín, "mira la sangre de tu hermano, que clama a mí desde la tierra". Así pues, como de ningún modo puedes probar que Macario fue acusado ante nosotros por hombre alguno, no critiques nuestro juicio.