OPTATO DE MILEVI
Contra los Donatistas
LIBRO II
I
La Iglesia Católica, cuál es y dónde se encuentra
Hermano Parmeniano, he demostrado ya quiénes fueron los traidores, y he señalado el origen del cisma donatista de tal manera, que casi lo hemos visto ocurrir ante nuestros ojos. También te he explicado la diferencia entre herejía y cisma. Ahora me corresponde mostrar cuál es la Iglesia una, llamada por Cristo su paloma y su esposa. La Iglesia es una, y su santidad no se mide por el orgullo de los individuos, sino que se deriva de los sacramentos. Por esta razón, sólo ella es llamada por Cristo su paloma y su esposa amada. La Iglesia no puede estar entre todos los herejes y cismáticos. De ahí que, según tu, debe estar en un solo lugar. Tú has dicho que ella está sólo con vosotros. Supongo que esto sólo puede deberse a que, en tu orgullo, te esfuerzas por reivindicar una santidad especial para ti, para que la Iglesia esté donde te plazca y no donde no plazca al Señor. Tú dices que la Iglesia está sólo contigo en un pequeño pedazo de África, en un rincón de una pequeña región, mas ¿no debería estar también en otras partes de África? ¿No debería estar en Hispania, en la Galia, o en Italia? Tú sostienes que ella está sólo contigo, mas ¿no debería estar en Panonia, en Dacia, Mesia, Tracia, Acaya, Macedonia y en toda Grecia, donde tú no estás? Tú argumentas que ella está sólo contigo, mas ¿no debería estar en el Ponto, Galacia, Capadocia, Panfilia, Frigia, Cilicia, las tres Sirias, las dos Armenias, Egipto y Mesopotamia, donde tú no estás? ¿Y no debería estar en innumerables islas y en tantas otras provincias que apenas se pueden contar, donde tú no estás? ¿Dónde estará entonces la aplicación del nombre católico, ya que por esta misma razón la Iglesia fue llamada católica, porque es conforme a la razón y está dispersa por todo el mundo? Si vosotros limitáis a la Iglesia como os place, en un rincón estrecho, o si sustraéis a pueblos enteros de su comunión, ¿dónde estará lo que el Hijo de Dios ha merecido, y lo que el Padre ha concedido libremente, cuando en el Salmo 2 dijo "te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra"? ¿Con qué propósito rompes tú una promesa tan grande, de modo que la amplitud de todos los reinos queda comprimida por ti en una especie de prisión estrecha? ¿Por qué te esfuerzas por obstaculizar tan gran generosidad? ¿Por qué luchas contra los méritos del Salvador? Permite que el Hijo posea lo que le ha sido concedido; permite que el Padre cumpla lo que ha prometido. ¿Por qué pones límites? No hay nada en ninguna parte de la tierra que haya sido privado de su dominio, ya que Dios Padre le ha prometido toda la tierra al Salvador. Le ha sido concedida toda la tierra, junto con sus naciones. El mundo entero es de Cristo, su posesión indivisa. Dios lo demuestra cuando dice: "Te daré por herencia las naciones, y por posesión tuya los confines de la tierra". En el Salmo 71, se escribió acerca del Salvador que "él reinará de mar a mar, y desde las aguas hasta los confines del mundo". Cuando el Padre da, no hace excepción alguna. No obstante, vosotros le ofrecéis una fracción, y os esforzáis por quitarle toda la medida, y persuadís a los hombres que la Iglesia está sólo entre vosotros, quitándole a Cristo lo que él ha ganado y negando que Dios haya cumplido sus promesas. ¡Qué ingratitud! ¡Qué locura! ¡Qué presunción la vuestra! Cristo os invita, junto con todos los demás, a la compañía del reino celestial, y os exhorta a ser coherederos con él. No obstante, vosotros os esforzáis por despojarlo de la herencia que el Padre le dio, permitiéndole una parte de África y negándole el mundo entero que el Padre le ha otorgado. ¿Por qué queréis hacer aparecer como mentiroso al Espíritu Santo, que en el Salmo 49 habla de la bondad de Dios todopoderoso, diciendo que "el Señor, el Dios de los dioses, ha hablado y ha llamado a la tierra desde el nacimiento del sol hasta su ocaso"? Por eso, la tierra fue llamada a hacerse carne. Como está escrito, así se hizo, y la tierra debe alabanzas a su Creador. Una vez más se menciona esto, donde el Espíritu Santo nos exhorta en el Salmo 112 con las palabras: "El nombre del Señor debe ser alabado desde la salida del sol hasta su puesta". Y de nuevo, el Salmo 95 dice: "Cantad al Señor un cántico nuevo". Si éste fuera el único versículo, podrías decir que el Espíritu Santo te exhortó sólo a ti. Pero para demostrar que esto no se ha dicho sólo a ti, sino a la Iglesia que está en todas partes, continuó: "Cantad al Señor, toda la tierra; publicad entre las naciones su gloria, en todos los pueblos sus maravillas". ¡Observa!, porque él dijo "declarad entre las naciones", y no "en una pequeña parte de África, donde tú estás", sino "entre todos los pueblos". Quien dijo "todos los pueblos" no exceptuó a nadie. Sin embargo, vosotros os enorgullecéis de estar solos y separados de "todos los pueblos" (aunque a ellos se les dio este mandato), y sostenéis que vosotros, que no formáis parte del todo, sois solos el todo. En efecto, él ha dicho: "El nombre del Señor debe ser alabado", y: "Por toda la tierra desde el nacimiento del sol hasta su puesta". ¿Pueden entonces los paganos, que están fuera del pacto de Cristo, cantar a Dios o alabar el nombre del Señor? ¿No es sólo su Iglesia, que está dentro del pacto, la que puede alabarlo? Por tanto, si dices que la Iglesia está sólo contigo, estás defraudando el oído de Dios. Si sólo tú lo alabas, "el mundo entero", desde la salida del sol hasta su ocaso, guardará silencio. Habéis cerrado la boca a todas las naciones cristianas, habéis impuesto silencio a todos los pueblos que desean alabar a Dios en todo momento. Si Dios espera la alabanza que le corresponde, y si el Espíritu Santo exhorta a los hombres a cantar sus alabanzas, y si "el mundo entero" está dispuesto a dar a Dios lo que le corresponde, para que Dios no sea robado, entonces también vosotros debéis alabarlo junto con todos. Si no es así, y os negáis a estar con todos en vuestro aislamiento, ¡callad!
II
La cátedra de Pedro, perteneciente a los católicos y no a los donatistas
He demostrado que la Iglesia Católica es la Iglesia que está extendida por todo el mundo. Ahora debo mencionar sus adornos, y ver dónde están sus 5 dotes (que tú has dicho que son 6 dotes), entre las cuales la cátedra es la primera, y la segunda dote es el ángel, el cual no puede añadirse a menos que un obispo se haya sentado en la cátedra. Para ello, debemos ver quién fue el primero en sentarse en la cátedra, y dónde se sentó. Si no lo sabes, aprende. Si lo sabes, avergüénzate. No se te puede atribuir ignorancia, pues se deduce que sabes y, para quien sabe, errar es pecado. No puedes negar que sabes que Pedro fue el primero al que le fue otorgada, en la ciudad de Roma, la cátedra episcopal. En esa cátedra se sentó Pedro, la cabeza de todos los apóstoles (por lo cual fue llamado Cefas), para que en esta cátedra fuese preservada la unidad por todos, y para que los demás apóstoles no reclamaran (cada uno para sí) cátedras separadas, de modo que quien erigiera una segunda cátedra contra la cátedra de Pedro fuese un cismático. Pues bien, en esta primera cátedra, que es la primera de las investiduras, Pedro fue el primero en sentarse.
III
La sucesión de los obispos de Roma
A Pedro le sucedió Lino, a Lino Clemente, a Clemente Anacleto, a Anacleto Evaristo, a Evaristo Sixto, a Sixto Telesforo, a Telesforo Higinio, a Higinio Anacleto, a Anacleto Pío, a Pío Sóter, a Sóter Alejandro, a Alejandro Víctor, a Víctor Zeferino, a Zeferino Calixto, a Calixto Urbano, a Urbano Ponciano, a Ponciano Antero, a Antero Fabiano, a Fabiano Cornelio, a Cornelio Lucio, a Lucio Esteban, a Esteban Sixto, a Sixto Dionisio, a Dionisio Félix, a Félix Marcelino, a Marcelino Eusebio, a Eusebio Melquíades, a Melquíades Silvestre, a Silvestre Marco, a Marco Julio, a Julio Liberio, a Liberio Dámaso, a Dámaso Siricio, quien hoy es nuestro colega y con quien "el mundo entero", mediante el intercambio de cartas de paz, se une a nosotros en un solo vínculo de comunión. Ahora, hermano, ¡muéstrame el origen de vuestra cátedra, vosotros que queréis reivindicar para vosotros la santa Iglesia!
IV
Los obispos donatistas, y sus lugares de reunión
Tú alegas que vosotros tenéis algún tipo de sede en la ciudad de Roma. Esto es una rama de tu error, que surge de una mentira y no de la raíz de la verdad. En resumen, si a Macrobio se le preguntara dónde asienta su sede en la ciudad, ¿podría decir en la cátedra de Pedro? Dudo que siquiera la haya visto, y que, cismático como es, se haya acercado al santuario de Pedro, contra el precepto del apóstol que escribe: "Comunicarse con los santuarios de los santos". Mira, en Roma están los santuarios de los dos apóstoles. ¿Podrías decirme si ese Macrobio ha podido acercarse a ellos, o si ha ofrecido sacrificios en esos lugares donde se encuentran estos santuarios de los santos? De esto se sigue que vuestro colega Macrobio debe confesar que se sienta donde una vez se sentó Encolpio. Si se pudiera preguntar al mismo Encolpio, diría que se sentó donde antes se sentó Bonifacio de Balla, y si se le pudiera preguntar a Bonifacio, él a su vez respondería que se sentó donde se sentó Víctor de Garba, a quien hace algún tiempo vuestro pueblo envió desde África con unos pocos vagabundos. ¿Cómo explicáis que su partido no haya podido nombrar a un ciudadano romano como obispo en Roma? ¿Cómo es que en esa ciudad todos eran africanos y extranjeros, conocidos tan sólo por haberse sucedido entre sí? ¿No se manifiesta aquí la astucia? ¿No es éste el espíritu de facción, y la madre del cisma? Este Víctor de Garba fue el primero en ser enviado, y no diré que como una "piedra en una fuente" (pues no podía agitar las aguas puras del pueblo católico) sino porque algunos africanos que pertenecían a su grupo, habiendo ido a Roma y deseando vivir allí, rogaron que se enviara a alguien de África para presidir su culto público. Así que Víctor fue enviado a ellos. Estaba allí como un hijo sin padre, como un principiante sin maestro, como un discípulo sin maestro, como un seguidor sin predecesor, como un huésped sin hogar, como un huésped sin posada, como un pastor sin rebaño, como un obispo sin pueblo. ¿Por qué? Porque ni rebaño ni pueblo puede considerarse a ese puñado que, entre las más de 40 basílicas de Roma, no tenía un solo lugar donde reunirse. En consecuencia, cerraron una cueva fuera de la ciudad con una estructura enrejada, donde inmediatamente podrían tener una casa de reunión, y por eso se les llamó montañeses. Desde entonces, Claudiano sucedió a Luciano, Luciano a Macrobio, Macrobio a Encolpio, Encolpio a Bonifacio, Bonifacio a Víctor. Si le hubieran preguntado dónde se sentaba, Víctor no habría podido demostrar que alguien había estado allí antes que él, ni habría podido señalar que poseía otra cátedra que la de la peste. En efecto, la peste envía a sus víctimas, destruidas por enfermedades, a las regiones del infierno, que se sabe que tienen sus puertas (puertas junto a las cuales leemos que Pedro recibió las llaves de la salvación). En efecto, Pedro, el primero de nuestro linaje, fue a quien Cristo dijo: "A ti te daré las llaves del reino de los cielos", y: "Las puertas del infierno no prevalecerán". ¿Cómo es, entonces, que os esforzáis por usurpar para vosotros mismos las llaves del reino de los cielos, vosotros que, con vuestros argumentos y audaces sacrilegios, lucháis contra la cátedra de Pedro?
V
Los autores del cisma donatista, enemigos de la paz
Vosotros repudiáis la bienaventuranza que merecía quien no anduvo en el consejo de los malvados, ni se interpuso en el camino de los pecadores, ni se sentó en la silla de la peste. Vuestros padres anduvieron en el consejo de los impíos para dividir la Iglesia. También anduvieron en el camino de los pecadores, cuando se esforzaron por dividir a Cristo, cuyas vestiduras ni siquiera los judíos rasgarían, como el apóstol Pablo exclama: "¿Está entonces dividido Cristo?". Ojalá que vuestros padres, después de haber andado ya por el mal camino, hubieran reconocido su pecado y se hubieran vuelto sobre sí mismos. Ojalá hubieran enmendado sus malas acciones, ojalá hubieran recordado la paz que habían puesto en fuga. Eso habría sido desandar su camino, pues en el camino hay que andar y no detenerse. En definitiva, vuestros padres no quisieron regresar, y se interpusieron en el camino de los pecadores. Ellos, cuyos pasos habían sido impulsados por la maldad demente, fueron frenados, atados y entumecidos por el espíritu de contienda, y para no poder regresar a cosas mejores, ellos mismos se pusieron los grilletes del cisma, de modo que con obstinación se mantuvieron en su error y no pudieron regresar a la paz que habían abandonado. No escucharon al Espíritu Santo, que hablaba en el Salmo 33: "Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela". Ellos mismos se interpusieron en el camino de sus pecados. Vuestros padres se sentaron en la cátedra de la pestilencia, la cual condena a la muerte a quienes ha engañado. Así que vosotros, mientras con vuestra celosa defensa rendís homenaje al error de vuestros padres, os habéis convertido en herederos de su maldad, cuando podríais haber sido, aunque tarde, hijos de la paz. Está escrito en el profeta Ezequiel: "Alza tu voz por el hijo del pecador, para que no siga los pasos de su padre, pues el alma del padre es mía y mía es el alma del hijo. Solo el alma que peca será castigada". Si repudiarais el pecado de vuestros padres, sólo ellos tendrían que rendir cuentas de sus propias acciones. De hacerlo, incluso tú podrías ser bendecido y recibir alabanza de la boca del profeta, que dice en el Salmo 1: "Bienaventurado el hombre que no ha andado en el consejo de los impíos, ni se ha detenido en el camino de los pecadores, ni se ha sentado en la silla de la peste, sino que tiene su voluntad en la ley del Señor". ¿Qué significa tener la "voluntad en la ley", sino aprender los preceptos divinos con piedad y cumplirlos con temor? Es decir, tener la voluntad puesta en aquella ley que está escrita en el evangelio ("paz en la tierra a los hombres de buena voluntad"), y en el profeta Isaías ("yo pondré los cimientos de la paz en Sión"), y en el Salmo 84 ("veamos qué dice el Señor, porque hablará paz a su pueblo"), y en el Salmo 75 ("el Hijo de Dios ha venido, y su lugar ha sido puesto en paz"), y en el Salmo 71 ("que los montes reciban paz para el pueblo, y los collados justicia"), y en el evangelio ("mi paz os doy, mi paz os dejo"),
y en Pablo ("el que siembra paz, paz también segará"), y en todas las epístolas ("que la paz abunde entre vosotros en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"), y en el Salmo 33 ("busca la paz y la obtendrás"). La paz había sido puesta en fuga por vuestros padres, y se había marchado. Debéis buscarla como Dios os ha ordenado, pues hasta ahora no habéis estado dispuestos a buscarla ni a aceptarla, cuando se os ofreció libremente. ¿Quién, en tantas provincias, ha oído hablar de quiénes nacisteis? Y si alguien lo ha oído, ¿quién no se maravilla de vuestro error? ¿Quién no condena vuestra maldad? Por tanto, siendo evidente que nos encontramos entre muchos e incontables pueblos, y que muchos países nos acompañan, vosotros os encontráis solos en una parte de un país, y por vuestros errores estáis separados de la Iglesia, y en vano reivindicáis para vosotros solos este nombre de Iglesia con sus dones, que están más con nosotros que con vosotros. Estas donaciones están conectadas entre sí y son distintas, de tal manera que una no puede separarse de otra. Son numéricamente distintas, pero con un solo acto mental las vemos unidas en su cuerpo, como los dedos de la mano, cada uno de los cuales percibimos separados por espacios. Por lo tanto, quien posee una, debe poseerlas todas, ya que ninguna puede estar separada de las demás. Pues bien, los católicos podemos decir que poseemos (en el sentido más estricto) no sólo una dotación, sino todas.VI
La consagración episcopal, en manos de los católicos y no de los
donatistas
De las dotes antes mencionadas, la cátedra es la primera, que he demostrado ser nuestra a través de Pedro, y que atrae hacia sí al ángel (a menos que, por ventura, lo reclaméis para vosotros mismos y lo encerréis en algún lugar u otro) de las iglesias, con las que no podéis probar que tenéis relación alguna. ¿Con qué base, entonces, podéis afirmar que poseéis un ángel capaz de mover la fuente, o uno que puede contarse entre los otros dones de la Iglesia? Todo lo que está fuera de las siete iglesias es ajeno a la Iglesia. Suponiendo, pues, que realmente tuvieseis un solo ángel que perteneciese a la Iglesia, a través de ese ángel estaríais en comunión también con otros ángeles, y a través de ellos con las iglesias antes mencionadas, y a través de estas iglesias con nosotros también. Si estas cosas son como he dicho, vosotros tenéis perdido el caso.
VII
La donación del Espíritu Santo, en manos de los católicos y no de los
donatistas
Las donaciones de la Iglesia, pues, no pueden estar con vosotros, pues no podéis reclamar para vosotros solos el Espíritu de Dios, ni podéis encerrar (en un pequeño rincón de África) a Aquel cuya presencia reconocemos aunque no le veamos. En efecto, está escrito en el evangelio que "Dios es Espíritu" y "sopla donde quiere, pero no oís su voz, ni sabéis de dónde viene ni adónde va". Permitid que Dios venga de donde quiera, y dadle libertad para ir adonde le plazca. Se le puede oír, pero no se le puede ver. Sin embargo, en tu afán de calumnia, te complaces en blasfemar y decir: ¿Qué Espíritu puede haber en esa Iglesia, excepto aquel que daría a luz hijos del infierno? Tú has vomitado tus invectivas, y has pensado que así podrías fortalecerte presentando el testimonio del evangelio, donde leemos: "¡Ay de vosotros, hipócritas, que recorréis mares y tierras para hacer un prosélito, y cuando lo encontráis, le hacéis hijo del infierno dos veces peor que vosotros!". Si esta acusación, por injusta e infundada que sea, tuviera que hacerse, ojalá la hubiera hecho cualquier otro miembro de tu grupo. De hecho, me asombra que tú, precisamente, te hayas atrevido a presentar falsamente contra otro una acusación, cuya sola idea te haría sonrojar, si tan solo pensaras en tu propia consagración. Tú nos has recordado que en el evangelio se dice: "¡Ay de vosotros, hipócritas, que recorréis mares y tierras para hacer un prosélito!". Es decir, para incrementar la secta. En cuanto a ti, personalmente, desconozco a qué secta pertenecías antes, pero tu cita fue desafortunada. Creo que hasta quizás ya te hayas arrepentido de haberla citado. ¿Somos nosotros quienes hemos viajado por tierras? ¿Somos nosotros quienes hemos surcado mares? ¿Somos nosotros quienes hemos zarpado hacia puertos extranjeros? ¿Somos nosotros quienes hemos traído a un español o a un galo? ¿Hemos consagrado a un extranjero, desconocido para nuestro pueblo?
VIII
Sobre la fons, el sigillum y el umbilicus, también pertenecientes a la Iglesia
Católica
La fuente también es una de las dotaciones, de las cuales los herejes no pueden beber ni dar de beber a otros, pues no poseen el sello (es decir, el Credo católico en su integridad) ni pueden abrir la verdadera fuente. Desde hace años está escrito en el Cantar de los Cantares: "Tu ombligo es como una copa redonda". Has intentado decir, hermano Parmeniano, que el ombligo es el altar. Mas si el ombligo es un miembro del cuerpo, por el mero hecho de serlo, no puede estar entre las dotes. Para ser un adorno, no debe ser parte del cuerpo.
IX
Las dotaciones de Cristo fueron hechas a los católicos, y no a los donatistas
Las dotaciones, entonces, son cinco. Y dado que pertenecen a la Iglesia Católica (presente en tantos países ya mencionados), no pueden faltarnos aquí en África. Comprende, aunque sea tarde, que vosotros sois hijos desobedientes, que sois ramas desprendidas del árbol, que sois ramas cortadas de la vid, que sois un río separado de su fuente. Ahora bien, un arroyo pequeño que deriva de otro más grande no puede ser la fuente. Ni tampoco se puede separar el árbol de la rama, ya que el árbol ha sido plantado y está vivo, y tiene sus propias raíces; mientras que la rama que ha sido cortada se seca y muere. ¿Ves ahora, hermano Parmeniano, reconoces ahora y comprendes ahora, que con tus argumentos has luchado contra ti mismo? Estamos en la santa Iglesia Católica quienes tenemos el Credo de la Trinidad. También es nuestra la cátedra de Pedro, por la cual nos pertenecen los demás dones. Además, es nuestro el sacerdocio, al que habéis pretendido considerar como algo sin importancia en nuestro caso (como una forma de excusa por vuestro error y odio, al rebautizar después de nosotros, aunque no hacéis esto con vuestro propio pueblo, aun cuando se haya probado que son culpables de pecado). Habéis mantenido que, si el sacerdote está en pecado, las investiduras pueden trabajar solas. Para responderos a todo esto, he mostrado qué es la herejía, qué es el cisma, qué es la santa Iglesia, cuál es el representante de esta Iglesia, cómo la Iglesia Católica es la que está esparcida por todo el mundo (de la que nosotros, entre otros, somos miembros), y cómo sus dotaciones están con ella en todas partes. También he mostrado (en mi libro I) que no se nos puede reprochar con justicia el delito de traición, y que este delito ha sido condenado no sólo por vosotros, sino también por nosotros.
X
Los sacramentos, también en posesión de los católicos
Ahora quisiera que me respondieras a esto: ¿Por qué has pensado en hablar sólo de las dotes de la Iglesia, y no has dicho nada sobre sus santos miembros y sus órganos internos, que sin duda están en los sacramentos y en los nombres de la Trinidad? Estos nombres se corresponden con la fe y su profesión, registrada en los hechos de los ángeles. Aquí se siembran semillas celestiales y espirituales, para que, para quienes nacen de nuevo, una nueva naturaleza pueda ser procreada de un germen santo, y quien una vez nació al mundo pueda, donde la Trinidad se encuentra con la fe, nacer espiritualmente de nuevo para Dios. De este modo, Dios se convierte en Padre de los hombres, y la santa Iglesia en madre de ellos. Percibo que has omitido todas estas cosas a propósito, para que en todas ellas no se reconozcan los verdaderos principios del bautismo, en el cual no hay nada que el ministro humano pueda reclamar para sí mismo. Por esta razón, decidiste ocuparte sólo de las dotaciones (que negaste a los católicos), esforzándote vanamente por reclamarlas exclusivamente para vosotros, a forma de aferrarlas en tu mano o encerrarlas en una caja. Aunque la cuestión es sobre la regeneración y la renovación del hombre, no has mencionado ni la fe ni su profesión por los fieles. Decidiste más bien hablar sólo de las dotaciones, y has pasado por alto y en silencio todas estas cosas sin las cuales la fe espiritual y la reparación no pueden existir. Las dotaciones pertenecen al Esposo, y no el Esposo a las dotaciones, mas tú tratas las dotaciones como si la vida te fuera dada por ellas y no por los órganos internos (que son los sacramentos, y no los ornamentos).
XI
La Iglesia es el paraíso, pero pertenece al ancho
mundo
No paso por alto que has dicho abiertamente que la Iglesia es un paraíso (algo que, sin duda, es cierto) y un jardín donde Dios planta sus arbolitos. Sin embargo, le has negado a Dios sus ricas posesiones, al reducir su jardín a un rincón estrecho, reclamando todo para vosotros solos. Sin duda, las plantaciones de Dios, según sus diferentes preceptos, tienen semillas diferentes (los justos, los continentes, los misericordiosos, las vírgenes son semillas espirituales). De estas semillas, Dios cultiva pequeñas plantas en su paraíso. Concede a Dios, pues, que su jardín se extienda por todas partes. ¿Por qué le niegas a los pueblos cristianos de Oriente y del norte, y a los de las provincias de Occidente y de las innumerables islas? Te lo diré yo mismo: porque ellos no comparten ninguna comunión con un puñado de rebeldes. Por eso, vosotros decís que preferís alinearos aisladamente.
XII
La única Iglesia de Cristo, presente en todas
partes
Ha llegado el momento de condenar, en nombre de la justicia, la falsedad con la que cada día sazonáis vuestros sacrificios. En efecto, ¿quién puede dudar que no os atrevéis a pasar por alto lo prescrito en el misterio de los sacramentos? Me dices que ofrecéis el sacrificio a Dios en nombre de la Iglesia, que es una. Esto en sí mismo es parte de tu falsedad, porque llamas uno a aquello que vosotros habéis hecho dos. Proclamas que sacrificáis a Dios en nombre de la Iglesia una, que se ha extendido por todo el mundo, mas ¿qué responderías si Dios dijera a alguno de vosotros: ¿Por qué ofreces sacrificios por el Todo, tú que no estás en el Todo? Si os desagradamos, ¿qué mal os ha causado la ciudad de Antioquía o la provincia de Arabia? Porque puedo probar que, los que vienen de Antioquía y de Arabia, han sido rebautizados por ti.
XIII
La alabanzas de Parmeniano, todas pertenecientes a los católicos
En una sola cosa no puedo serte ingrato, mi hermano Parmeniano. Has alabado a nuestra Iglesia (es decir, la católica, que se extiende por todo el mundo) y no perteneces a ella. Y al enumerar sus dones (aunque te equivoques en cuanto a su número) enseñas que ella es un jardín cerrado, una fuente sellada y la única esposa. Esto es lo que nosotros decimos, mas has sido tú el que lo has dicho. Todo lo que has podido decir en alabanza de la Iglesia, nosotros, antes que tú, lo habíamos dicho. Nosotros también, junto contigo, condenamos a los traidores, a aquellos hombres a quienes expuse en mi libro I. No obstante, aunque estamos en comunión con todo el mundo católico, y todas las provincias están en comunión con nosotros, desde hace tiempo vosotros habéis considerado oportuno crear dos Iglesias, como si sólo África tuviera pueblo cristiano, esa África en la que, por culpa vuestra, se han formado dos bandos. Vosotros, sin recordar a Cristo (quien dice que su esposa es una), habéis dicho que no que hay dos bandos en África, sino dos Iglesias. Sin duda, la Iglesia es una, como se ha concedido señalar por la palabra de Cristo que dice: "Una es mi paloma; una es mi esposa".
XIV
Los católicos no han hecho nada con crueldad
Olvidando hasta esto mismo que tú mismo afirmabas, ahora usas estas palabras para fomentar el odio contra los católicos, cuando añades: "No puede llamarse Iglesia la que se alimenta de bocados sangrientos y se engorda con la sangre y la carne de los santos". La Iglesia tiene sus propios miembros determinados (obispos, sacerdotes, diáconos, clérigos y la mayoría de los fieles), así que dime: ¿Contra qué clase de hombres, en nuestra Iglesia, puede probarse la acusación que has considerado oportuno presentar? Nombra a algún clérigo individualmente, señala a algún diácono por su nombre, demuestra que esta maldad ha sido cometida por algún sacerdote, prueba la culpabilidad de los obispos, hazme ver que alguien de nuestro pueblo ha conspirado contra alguien. ¿Quién de nosotros ha perseguido a alguien? ¿Quién de vuestro lado puede afirmar o probar que ha sido perseguido por nosotros? La unidad te desagrada, así que, si consideras estos crímenes, convénceme que tú estás en comunión con los tesalonicenses, corintios, gálatas y las siete iglesias que están en Asia. Si te parece maldad o prueba de culpa comulgar con los santuarios de los apóstoles y de todos los santos, lejos de negarlo, los católicos nos gloriamos de ello. Citando tus propias palabras, queda claro que ha sido tu partido el que se ha alimentado de bocados sangrientos y se ha engordado con la sangre y la carne de los cristianos.
XV
La paz y felicidad de la Iglesia, hasta que fueron perturbadas por los
donatistas
Es el momento de describir vuestra locura rabiosa desde su principio, y contar de nuevo la historia de vuestra maldad y locura. En primer lugar, mostraré que la causa de vuestra alegría debe ser vuestra vergüenza, y cuán malvado es vuestro gozo por haber recibido la libertad de volver a vuestra mala conducta original. Lo hago para que reviséis los tiempos pasados, entréis en la secuencia de los acontecimientos, consideréis cuán diferentes eran las personas involucradas y cuán diferentes eran sus objetivos. Recordad a Constantino, el emperador cristiano. Pensad en el servicio que prestó a Dios y recordad su ardiente deseo de que se eliminara el cisma y se disipara toda disensión, para que la santa madre Iglesia pudiera ver, con regocijo, a sus hijos en todo el mundo viviendo en unidad. En efecto, dicho emperador restauró la unidad de la comunión, devolvió las esposas a los esposos, y los hijos a los padres, y los hermanos a los hermanos. Estas son las cosas acerca de las cuales Dios da testimonio de que está muy complacido, cuando dice en el Salmo 132: "Mirad cuán bueno y cuán delicioso es que los hermanos habiten juntos en armonía". La paz en la unidad unió a los pueblos de África y Oriente, y al resto de ultramar, y esta misma unidad, mediante la representación de todos sus miembros, solidificó el cuerpo de la Iglesia. Y por eso el diablo, a quien siempre atormenta ver a los hermanos viviendo en paz, se sintió profundamente afligido. En aquel tiempo, bajo un emperador cristiano, Satanás yacía encerrado en los ídolos y abandonado en sus templos paganos. Vuestros líderes y primeros padres también habían sido enviados, como merecían, al destierro. En la Iglesia no había cismas, y a los paganos no se les permitían sus ritos sacrílegos. La paz, amada por Dios, habitaba entre todos los pueblos cristianos. El diablo lloraba en sus templos, y vosotros llorabais en tierras extranjeras.
XVI
El edicto de Juliano
Como es bien sabido, más tarde vino otro emperador, que intimó con vosotros para urdir planes contra la Iglesia de Dios, convirtiéndoos así en instrumento del enemigo de Dios. Sus edictos fueron su propia sentencia, pues testimonian que trataba de alentar la apostasía. Sin embargo, éste fue el hombre a quien vosotros os confiasteis. Si niegas haber enviado tales súplicas, te responderé que las hemos leído. Entre aquellos rogatorios, dicho emperador os urgió a romper la paz y a hacerlo con ferocidad. Si tienes vergüenza, sonrójate, porque el mismo decreto que os dio a vosotros la libertad, ordenó que se abrieran los templos a sus ídolos paganos.
XVII
La locura y crueldad de los donatistas
Vuestros mentores llegaron a África en su locura, oh hermano, casi en el momento en que el diablo fue liberado de sus mazmorras. Sin embargo, ellos no lo apercibieron ni se avergonzaron de lo que pasaba, sino que más bien se alegraron. Llegaron furiosos y llenos de ira, desgarrando a los miembros de la Iglesia. Fueron sutiles en sus engaños, salvajes en sus matanzas, provocadores de guerra a los hijos de la paz. A un gran número de cristianos expulsaron de sus hogares, y como una banda mercenaria asaltaron las basílicas. En numerosos distritos (cuyos nombres sería demasiado largo mencionar), muchos de vuestro grupo cometieron masacres tan sangrientas que, hasta los mismos jueces de la época, tuvieron que enviar informes al emperador sobre los atroces hechos ocurridos. Con todo, el juicio de Dios intervino y vino en nuestra ayuda, de modo que el emperador que os instigó a hacer todo eso murió, en medio de sus profanidades y sacrilegios.
XVIII
Actos asesinos de los donatistas
Los católicos fueron masacrados en los distritos antes mencionados. Recuerdas cómo tu gente corría de un lado a otro. ¿No pertenecían a tu grupo Félix de Zaba y Jenaro de Flumenpiscino, y los demás, que corrieron todos juntos tan rápido como pudieron a una plaza fortificada llamada Lemella? Tan pronto como vieron que la basílica, a pesar de sus clamores, estaba cerrada para ellos, ordenaron a sus seguidores que subieran a la cima, desmantelaran el techo y tiraran las tejas. Estas órdenes se ejecutaron sin demora. En la defensa del altar, varios diáconos católicos fueron heridos con tejas, de los cuales dos murieron (Primo, hijo de Jenaro, y Donato, hijo de Nino). Tus compañeros obispos, cuyos nombres acabo de mencionar, estaban presentes y los animaron, por lo que, sin duda, de tu grupo se ha dicho: "Sus pies son rápidos para derramar sangre". De todo esto se quejó Primoso, el obispo católico del lugar, mientras vosotros escucháis hipócritamente sus quejas en vuestro concilio celebrado en la ciudad de Teneste. Mira, pues, cómo hiciste las cosas de las que has dicho: "No es Iglesia la que se alimenta de bocados de sangre", y: "Los soldados enviados a la guerra son una cosa, los obispos consagrados son otra". Lo que con vuestro odio traéis como acusación contra nosotros fue hecho por otros, no por nosotros; lo que decís que no se debió hacer, lo habéis hecho vosotros. Habéis recordado cómo el bienaventurado apóstol Pablo dijo que la Iglesia debe ser sin arruga y sin mancha. En presencia y por orden de vuestros obispos, los diáconos católicos fueron inmolados sobre el altar. Lo mismo ocurrió en Carpi. ¿No les parecen tales hechos manchas indelebles? Cuando llegaron a las ciudades de Mauritania, la gente estaba sobrecogida de terror, tanto que los niños que estaban a punto de nacer morían en el vientre de sus madres. ¿No os parece esto una arruga que no se puede estirar ni alisar con ninguna reparación? ¿Y qué hicimos nosotros, en semejante calibre? Esperamos la venganza de Dios. Sin embargo, tú creas prejuicio contra Macario, aunque cualquier cosa que haya hecho con dureza en nombre de la unidad bien puede considerarse insignificante, en comparación con estos monstruosos, amargos y sangrientos actos de guerra que vosotros cometisteis en nombre de la disensión. ¿Debería mencionar Tipasa, una ciudad de Mauritania Cesariense, adonde se precipitaron desde Numidia Urbano de Forma y Félix de Idicra, dos antorchas encendidas por el odio? Estos hombres, que eran de los vuestros, perturbaron las mentes de la gente tranquila, que estaba establecida en la unidad, y ayudados por el favor y la furia de ciertos funcionarios, en presencia misma del magistrado Atenias, y con banderas ondeantes, disolvieron las asambleas católicas con derramamiento de sangre. Los católicos fueron expulsados de sus hogares. Sus hombres fueron heridos. Sus mujeres fueron arrastradas al cautiverio. Sus bebés fueron asesinados. Las madres abortaron. Observa bien, oh Parmeniano, a la que tú llamas tu iglesia, bajo la guía de obispos "abarrotados de bocados sangrientos". Después de todo esto, tú continuas diciendo: "Que la avaricia de los buitres consuma todo lo que quiera, pues aun así, el número de palomas es mayor". ¿Qué ha pasado, entonces, con el dicho popular de que "al mentiroso se le debe cuidar la memoria"? ¿Has olvidado lo que dijiste hace un momento, que en el Cantar de los Cantares "la Iglesia es la única paloma de Cristo"? Si la vuestra es la única Iglesia, la paloma es una. ¿Qué quisiste decir entonces, al decir que el número de palomas es mayor'?
XIX
Sacrilegios de los donatistas
A todo ello, hay que añadir otro crimen atroz, que a ti te parece de poca importancia: la forma con que tus compañeros obispos (los antes mencionados) profanaron todo lo santísimo. En efecto, fueron ellos los que ordenaron que la eucaristía fuera arrojada a los perros. Esto no pasó sin evidencia del juicio divino, pues estos mismos perros, enardecidos por la locura, despedazaron a sus propios amos como si fueran asesinos, y atacaron con dientes vengadores a los culpables del santo cuerpo de Cristo, como si fueran extraños y enemigos. También arrojaron una redoma de crisma por una ventana para romperla, y aunque su caída fue violenta, la mano de un ángel estuvo presente para bajarla suavemente a la tierra, con el apoyo celestial. Aunque fue arrojada, no se le permitió sentir su caída, sino que, con la protección de Dios, encontró su hogar intacto entre las rocas. Nunca habríais tú podido hacer cosas como éstas si hubierais tenido presentes los mandamientos de Cristo, quien dijo: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan contra vosotros". ¿Podrían los creadores de la unidad haber hecho algo de naturaleza similar, en su esfuerzo por crear un prejuicio infundado contra nosotros los católicos? Urbano de Forma y Félix de Idicra, al regresar, descubrieron que las monjas, a quienes habían seducido de su castidad, se habían convertido en madres. Ése, hermano Parmeniano, fue el carácter de vuestros obispos, cuyas acciones encubres tú. Y cuando deberías avergonzarte de tus propios pecados, presentas acusaciones contra católicos inocentes. En esa época, el mencionado obispo Félix, entre otros crímenes y horribles fechorías, se apoderó de una joven a la que él mismo había dado el velo y no dudó en lo más mínimo en ser culpable de incesto descarado. Y como si por su pecado se hubiera santificado, ¡se dirigió apresuradamente a Tisedis! Allí se atrevió a despojar del nombre, del cargo y del honor episcopales a Donato, un obispo de 70 años contra quien no se podía presentar acusación alguna. El obispo católico fue abordado por el cismático, el inocente por el culpable, el sacerdote de Dios por alguien sumido en el sacrilegio, el casto por el incestuoso. El obispo fue atacado por alguien que ya no era obispo, y que apoyándose en los decretos y la conspiración de su partido, y armado con sus leyes y órdenes, puso esas manos (que poco antes habían sido agobiadas por los pecados) sobre la cabeza del inocente, y se atrevió a dejar que el juicio cayera de esa lengua suya, que ahora no era digna ni siquiera de que se le permitiera hacer penitencia. Mira, hermano Parmeniano, qué clase de personas defiendes. Mira qué clase de hombres son, en cuyo nombre has sostenido, durante tanto tiempo, que las dotaciones de la Iglesia están funcionando.
XX
Sobre la supuesta santidad donatista, y la realidad pecadora del hombre
Así pues, vosotros que queréis que los hombres os consideren santos e inocentes, decidme esto: ¿De dónde viene esa santidad vuestra, que con demasiada libertad reivindicáis para vosotros mismos? Porque dicha santidad es algo que el propio apóstol Juan no se atreve a profesar, cuando escribe que "si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros"? Quien así habló se mantuvo, con sabiduría, preparado para la gracia de Dios. Pues bien, corresponde al cristiano querer el bien y seguir el camino que ha querido rectamente. Pero no le es dado al hombre perfeccionarlo, de modo que, después de las etapas que puede recorrer, sólo Dios tiene algo con lo que puede suplir sus deficiencias. En efecto, sólo él es la perfección; y perfecto es solo Cristo, el Hijo de Dios. Nosotros, los demás, somos todos semiperfectos. Nuestro es el querer, nuestro es el correr, pero sólo de Dios es el perfeccionar. Es lo que escribió el bendito apóstol Pablo, cuando dijo: "No depende del que quiere ni del que corre, sino del que alcanza la gracia de Dios". ¿Por qué? Porque la santidad perfecta no fue dada, sino prometida, por Cristo nuestro Salvador. En efecto, Jesucristo dijo "seréis santos, porque yo soy santo". Así que sólo Dios es perfecto y santo. De hecho, Cristo no dijo "eres santo", sino que dijo "seréis santos". ¿Con qué razón, pues, pretendéis, en vuestro orgullo, una santidad perfecta, sino para demostrar que os engañáis a vosotros mismos y que la verdad no está en vosotros? No habéis querido seguir la escuela de Juan, y cuando extraviáis a algunos les prometéis el perdón de sus pecados. Cuando os complacéis en perdonarlos, profesáis su inocencia y le otorgáis el perdón, como si no tuvieran pecado. Esto en vosotros no es presunción, sino engaño. Esto no es verdad, sino falsedad. Porque sólo un instante después de haber impuesto las manos sobre la cabeza de otros, y perdonado sus crímenes, os dirigís al altar y sois incapaces de pasar por alto el Padrenuestro. Entonces, sin duda, decís: "Padre nuestro que estás en los cielos, perdónanos nuestras deudas y pecados". ¿Cómo deberían llamarse vuestros secuaces, cuando confiesan sus propios pecados, si son santos cuando perdonan los pecados ajenos? Así es cómo os engañáis a vosotros mismos, y la verdad no está en vosotros. Evidentemente, lo que os guía es la soberbia, la madre que os cría, como Cristo atestigua en el evangelio. Aunque no mencionó vuestros nombres, señaló vuestros carácter mediante una parábola, que el evangelio encabeza así: "Jesús dijo esta parábola a propósito de los que se consideran santos y desprecian a los demás". La evidencia misma muestra claramente que, cuando os enorgullecéis de ser santos, y nos despreciáis abiertamente, esto se ha dicho de vosotros. Como dijo Cristo, "dos hombres subieron al templo a orar: uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, hinchado, orgulloso, engreído, como vemos que ustedes también lo son, sin humillarse, sin encorvarse, sino con el rostro alzado y el pecho hinchado, exclamó en voz alta: Te doy gracias, Dios mío, porque en nada he pecado". Esto es lo mismo que decirle a Dios: No tengo nada que me perdones. ¡Oh locura de loco! ¡Oh soberbia que debe ser castigada y condenada! Dios está dispuesto a perdonar, y el culpable se apresura a rechazar el perdón. El publicano, en su humildad, reconociendo que era hombre, suplicó así: "Ten piedad, Señor, de mí, pecador". Así mereció ser justificado, y así descendió el orgulloso fariseo condenado del templo. Más tolerable es encontrar pecados donde hay humildad, que inocencia donde hay orgullo. Vosotros, que estáis agobiados por los pesados pecados de la traición y del cisma, ¿os concedéis el mérito de estar orgullosos también?
XXI
Usurpaciones episcopales de los donatistas
Una vez que he demostrado que deberíais avergonzaros de las cosas que os alegran, y he mostrado la furia con la que os comportáis en tantos lugares, es necesario decir algo sobre la profundidad de vuestra impiedad, pues ¿quién podrá explicar los crímenes que habéis cometido o estáis cometiendo? Es evidente que, con cierta astucia malvada, organizáis todos vuestros planes de tal manera que, con una sola mala acción, lográis diferentes resultados. Por ejemplo, cuando destituís a un sacerdote o a un obispo, os aseguráis de capturar todo su rebaño. Es lo que sucede siempre que, después que el pastor muere por alguna desgracia, los lobos atacan a las ovejas. Vosotros exorcizáis a los fieles y, sin razón, laváis los muros de las iglesias, para socavar la mente de la gente sencilla. Con designios tan perversos como estos, estranguláis la inteligencia de no pocos, y, tras disfrazar la luz de vuestra astucia, cubriéndola por completo con una nube de fingida simplicidad, disparáis flechas desde vuestra aljaba para abatir a los miserables mediante las seducciones que urden vuestros corazones. Tal como el Espíritu Santo predijo de vosotros, por medio del profeta David, "los malvados han tensado su arco, han preparado las saetas en su aljaba para herir a los rectos de corazón cuando la luna está oscura". ¿En qué sentido vuestras acciones no han cumplido con vuestros planes? Habéis matado a inocentes, habéis desarmado a los fieles, habéis despojado a los obispos del cargo que les corresponde. ¡Oh impiedad inaudita! ¿Sobre quién habéis puesto vuestras manos degolladoras, para mantenerlos entre los tormentos de la penitencia? La ferocidad de los salteadores de caminos parece algo de menor importancia comparada con las acciones que vosotros habéis cometido. El ladrón da una muerte rápida a quienes asesina, mas vosotros matáis a su víctima y al resto la dejáis con vida moribunda. Aquellos a quienes habéis logrado engañar, han sido atrapados por la debilidad de su entendimiento. Así, vosotros lucháis ferozmente contra la obra de Dios, destruyéndola con las maquinaciones de vuestra maldad. Está claro, pues, que de vosotros está escrito en el Salmo 10: "Lo que tú has perfeccionado, ellos lo han destruido". Vuestra impiedad os ha llenado de orgullo, pero "la justicia mira desde el cielo" y os acusa. Si los hombres os alaban por hacer la maldad, es por lo que predijo el Espíritu Santo en el Salmo 9: "Mientras el malvado se enorgullece, el pobre se incendia; se dejan atrapar por los planes que urden. El pecador es alabado en los deseos de su alma, y el que obra iniquidad será bendecido". ¿Qué mayor iniquidad que la vuestra puede haber para ser alabada? ¿Qué hay más inicuo que exorcizar al Espíritu Santo, derribar altares, arrojar la eucaristía a los animales? Sin embargo, vuestros seguidores os alaban, y con ello os hunden en la locura.
XXII
Impiedades de los donatistas
Los hombres suelen usar el nombre de Dios al jurar, como prenda de su veracidad. En cambio, los de tu grupo, cuando juran por ti, guardan silencio sobre Dios y Cristo. Si el culto debido a Dios ha pasado del cielo a ti (como se desprende del hecho de que los hombres juran por ti), ¡que nadie de ti ni de tu grupo enferme! Entonces, niégate a morir, da órdenes a las nubes, atrae la lluvia si puedes, para que juren aún más libremente en tu nombre y guarden silencio sobre Dios. Pues ¿qué más podría lograr el diablo, por medio de tu pueblo, que lo que hizo en épocas pasadas, cuando mandó construir sus templos y crear sus ídolos? Nada más, excepto esto: que se guarde silencio sobre Dios, mientras los hombres, en su insensatez, hablan solo de él.
XXIII
Vejaciones de los donatistas a los consagrados
¡Oh sacrilegio acumulado sobre la impiedad! Tú escuchas con gusto a los hombres que juran por ti, pero niegas tus oídos a la voz de Dios, que en el Salmo 104 dice: "No toquéis a mis ungidos, ni extendáis vuestras manos sobre mis profetas". Que tanto los reyes como los sacerdotes son ungidos de Dios lo demuestran los libros de Reyes y también David, cuando dice en el Salmo 132: "Como el ungüento precioso sobre la cabeza, que descendía hasta la barba de Aarón". Tú, por el contrario, has luchado contra Dios para despreciar sus preceptos, con el mismo fervor con que quienes temen a Dios se esfuerzan por guardar sus mandamientos. Dinos, ¿dónde está tu autoridad para deshonrar a los sacerdotes, cuando hay tantos ejemplos de lo contrario? Saúl, antes de pecar, recibió la gracia de ser ungido. Después de su unción, pecó gravemente. Dios, al ver esto, queriendo darnos un ejemplo de no tocar el aceite, profesó su arrepentimiento diciendo: "Me arrepiento de haber ungido a Saúl por rey". Dios podría haber quitado el aceite que le había otorgado, mas decidió no hacerlo, enseñándonos que el aceite no se debe tocar ni siquiera en un pecador, por si hay posibilidad que se arrepienta. Si Dios, para enseñarnos, no quiso quitarle lo que le había dado, ¿quién eres tú para quitarle lo que no diste? Cuando debisteis haber abierto vuestros oídos para escuchar, preparasteis vuestra navaja para el pecado. Cuando debisteis haber sido hijos de Dios, preferisteis ser hijos de los hombres. Para morder los oficios de otros hombres, convertisteis vuestros dientes en flechas y armas. Afilasteis vuestras lenguas en espadas, y así cumplisteis lo que estaba escrito de vosotros en el Salmo 56: "Hijos de los hombres, sus dientes son armas y flechas; su lengua es una espada afilada".
XXIV
Vejaciones de los donatistas a los feligreses
Los donatistas habéis afilado vuestras lenguas como espadas. Pero con ellas no sólo habéis asesinado cuerpos humanos, sino también vuestras dignidades. No sólo habéis destruido a nuestros miembros, sino también vuestros títulos. ¿De qué os sirve vivir, si habéis asesinado todo eso? Vuestros miembros están sanos y salvos, pero llevan consigo el cadáver de la dignidad que vosotros habéis despojado. Pues extendieron su mano y colocaron los velos mortíferos sobre cada cabeza; de modo que aunque hay cuatro tipos de cabezas en la Iglesia (obispos, sacerdotes, diáconos y fieles), vosotros no habéis perdonado a ninguno. Habéis trastornado las almas de los hombres. Dios considera detestables estas acciones vuestras en el profeta Ezequiel, cuando dice: "¡Ay de vosotros que hacéis un velo!". Es decir, quien pone tus manos "sobre toda cabeza y sobre toda edad, para trastornar las almas". Habéis encontrado muchachos, los habéis herido con la penitencia, para que ninguno de ellos fuese ordenado, así que reconoce que tenéis "almas trastocadas". Habéis encontrado ancianos entre los fieles, les habéis hecho hacer penitencia, así que reconoce que tenéis "almas trastocadas". Habéis fundado diáconos, sacerdotes, obispos, los habéis hecho laicos, así que reconoce que tenéis "almas trastocadas". Él, sobre cuya cabeza ahora has intentado poner tus manos, había sido, durante mucho tiempo, tu compañero y compañero. Una vez solían correr juntos. No era culpable, pero asumamos su culpa. En ese caso, como crees, ha caído. Mira entonces (si has leído al apóstol) ante quién te apoyas, y que él vea ante quién ha caído. Si eres siervo, reconoce a tu Señor y comprende que quien, hace poco, corrió contigo, no ha caído ante ti. ¿Por qué invades el poder de otro? ¿Por qué, en tu temeridad, te elevas al tribunal de Dios? Y siendo tú mismo culpable, ¿te atreves a juzgar a otro? Sin embargo, has leído: "Quien se mantiene firme, se mantiene firme ante su propio Señor, y quien cae, ante su propio Señor cae. Pero su Señor es poderoso para levantarlo". ¿Quién eres tú entonces para juzgar al siervo ajeno? Que no tienes derecho a tocar el aceite otorgado por Dios a un obispo, debiste haberlo aprendido de David, el siervo de Dios, quien fue ungido por Samuel, con la condición de que lo que ya se le había dado a Saúl no le fuera quitado en absoluto. Cuando, por orden o providencia de Dios, fueron encerrados juntos en una cueva, Saúl, que había pecado, quedó en poder del joven David. Saúl, aunque no ve, es visto, porque (como suele ocurrirle a quien se aleja de la luz del día) no pudo, en la oscuridad del aire encerrado, ver al otro que estaba cerca. Un gran ejército seguía al anciano rey. Aun así, había caído en poder de otro. David tenía la oportunidad de la victoria en sus manos. Sin esfuerzo, podría haber matado a su incauto adversario, quien se sentía seguro. Sin derramamiento de sangre ni el fragor de las armas, podría haber convertido la guerra en matanza sumariamente. La oportunidad estaba ahí. Sus soldados estaban a favor de este camino. La situación lo impulsaba a conseguir una victoria. Ya comenzaba a desenvainar su espada. Su mano armada se extendía hacia la garganta de su enemigo. Pero el recuerdo de los mandatos divinos le bloqueaba el camino por completo. Luchó contra la persuasión de sus soldados y se resistió a las circunstancias, como si hubiera dicho: "En vano, oh victoria, me tientas; en vano, oh oportunidad, me atraes hacia el triunfo". Quería vencer a su enemigo, pero deseaba aún más cumplir los mandamientos del Señor. No obstante, éste dijo: "No pondré mis manos sobre el ungido del Señor". Es decir, contuvo su mano y su espada, pues temía violar el aceite. Él salvó a su enemigo y, para poder cumplir hasta el final con su deber hacia su rey, después de su muerte emprendió su defensa. Vosotros, en cambio, no teméis a Dios ni consideráis a vuestros hermanos. Habéis afilado las navajas de vuestra lengua en la piedra de afilar de vuestra malicia, habéis pisoteando los preceptos del cielo, os habéis lanzado sobre las cabezas de hombres miserables para, tras haber asesinado a sus líderes, arrastrarlos a la esclavitud, en su ceguera e ignorancia. Anheláis la dignidad de sacerdotes inocentes, con un hambre tan furiosa que habéis abierto sepulcros de vuestras gargantas. Para cada sepulcro basta un funeral, y luego se cierra. Para vuestras gargantas, muchos funerales de muchas dignidades no han sido suficientes. Siguen abiertas, buscando a quién devorar. Así que con razón se dijo de vosotros: "Su garganta es un sepulcro abierto". ¿Por qué? Porque con maldición os habéis adelantado, aunque está escrito "bendecid y no maldigáis". Si alguien ha hecho algo contra vuestra voluntad, lo amenazáis con horrores y amenazas infames. Si hay quienes merecen más mal que bien, atribuís a vuestras amargas maldiciones lo que les ha acontecido a causa del juicio de Dios, o lo que es el justo resultado de sus pecados. Con razón se dijo de vosotros en el Salmo 13: "Su boca está llena de maldición y amargura". ¿Por qué? Porque os jactáis de que se sepa que algunos hombres han muerto después de haberlos vosotros maldecido. Es cierto que no es lícito matar, mas ¿por esta razón se consideran inocentes, simplemente porque no han usado acero frío? Si no hay asesinato sin acero, el envenenador también puede considerarse inocente. Así, un hombre no necesita considerarse culpable si ha matado a otro quitándole la comida, y también puede afirmar ser inocente quien asfixia a su víctima, aún aferrada a la vida, ahogándole el aliento. Hay muchas clases de asesinatos, pero el término muerte es uno solo. Tú declaras con confianza que un hombre ha muerto por tus maldiciones. ¿Qué diferencia hay si lo golpeas con la espada o con la lengua? Sin duda, eres un asesino, si un hombre que estaba vivo ha encontrado la muerte por ti. Cualquiera de tu partido que haya actuado así profesa en vano que es cristiano o sacerdote de Dios, porque no se preocupa de imitar la mansedumbre de Dios ni de lo que está escrito en Salomón: "Dios no ha creado la muerte, ni se alegra de la destrucción de los vivos". No creo que seáis capaces de olvidar los crímenes que habéis cometido en varios distritos, donde os pusisteis a trabajar para matar a quienes predicaban la ley de Dios (es decir, a sus profetas) en contra del mandato que dice: "No pongáis vuestras manos sobre mis profetas". A Deuterio, Partenio, Donato y Getúlico, obispos de Dios, tú los mataste con la espada de tu lengua. Derramaste la sangre de su dignidad, y fueron asesinados por ti en sus dignidades sacerdotales. Es sabido por muchos (y probado) que, en tiempos de persecución, algunos obispos, por cobardía, se apartaron de la confesión del nombre de Dios y ofrecieron incienso a los ídolos. Pero ninguno de los fieles, en señal de penitencia, puso la mano sobre los caídos ni les ordenó doblar las rodillas. Sin embargo, hoy hacéis vosotros, con quienes preservaron la unidad, lo que ningún hombre hizo con quienes ofrecieron incienso a los ídolos, en contra de lo que está escrito: "No toquéis a mis ungidos, ni expongáis vuestra mano sobre mis profetas". Dios venga el óleo que es suyo, pues el pecado pertenece al hombre, pero la unción a Dios. "No toquéis", dice él, "a mi ungido", para que cuando el pecado del hombre sea castigado, el óleo, que es de Dios, no sea sometido a ninguna indignidad. Dios ha reservado para su propio juicio lo que es suyo, pero vosotros por todas partes os abalanzáis sobre lo que es de otro (de Dios) y destruís la felicidad de todos. En efecto, ¿qué mayor infelicidad que los sacerdotes de Dios vivan y no sean lo que fueron?
XXV
Vejaciones de los donatistas a las matronas, niños y vírgenes
Matronas católicas, junto con niños y vírgenes sin pecado alguno, fueron obligadas por vosotros a aprender a hacer penitencia, con vuestra guía, mientras aún conservaban su inocencia y modestia. ¿Es esto poca desgracia? Habéis destruido a ambos sexos; habéis acosado a todas las épocas. Con razón se ha dicho de vosotros en el Salmo 13: "Quebranto y desdicha hay en sus caminos, y no conocieron camino de paz, ni el temor de Dios está delante de sus ojos". Habéis prescrito la penitencia para el pueblo, una penitencia que no fue realizada voluntariamente por nadie, sino tan sólo impuesta por vosotros. Además, no la aplicasteis por igual, ni durante los mismos períodos de tiempo, sino que dispusisteis todo con acepción de personas. Por vuestro mandato, una persona hizo penitencia durante un año entero, otra durante un mes, y otra apenas un día. Si consentir en la unidad era para vosotros pecado, y si esta falta era la misma falta en todos, ¿por qué no hubo la misma penitencia para la misma culpa? No cabe duda que el pueblo creyente ha sido llamado Israel, y que los fieles (uno por uno) son las hijas de Israel (es decir, aquellos que ven a Dios con la mente y tienen fe en Dios). Sin embargo, vosotros habéis obligado a este pueblo a inclinar el cuello, habéis unido sus cabezas en fila y habéis hecho de ellos una multitud de penitentes. Éstos son los fieles por quienes Dios se duele, diciendo por boca del profeta Ezequiel: "¡Ay de vosotras, hijas de Israel, que remendáis almohadas, accesorios del cuello, para colocarlos bajo el codo y bajo la mano, es decir, bajo los codos y bajo las manos, cuando extendéis los velos de la penitencia sobre las cabezas de estos hombres y mujeres!". Con esto, he expuesto ya el alcance de vuestra maldad y de vuestra ira, y he señalado vuestro orgullo. Todavía queda por aclarar vuestra locura, pero esto lo haré en mi libro VI.