GREGORIO TAUMATURGO
Metáfrasis del Eclesiastés

I
Sobre Eclesiastés 1

Estas palabras dice Salomón, hijo de David, rey y profeta, a toda la Iglesia de Dios, como príncipe muy honorable y profeta muy sabio entre todos los hombres:

¡Cuán vanos e infructuosos son los asuntos de los hombres, y todas las ocupaciones que ocupan al hombre! Y esto porque no hay quien pueda decir que haya algún provecho en arrastrarse por la tierra, esforzándose en cuerpo y alma por alcanzar, en servidumbre y en todo el tiempo, lo que es transitorio, sin deseos de nada celestial ni de nada noble para el alma.

La vida de los hombres se desgasta, en efecto, día a día, en los períodos de las horas y los años, y en los cursos determinados del sol, algunos siempre viniendo y otros siempre pasando. Y así, las cosas del hombre son como el tránsito de esos torrentes que caen en la profundidad inmensurable del mar, con un ruido poderoso.

Mas las cosas que han sido constituidas por Dios, por el bien de los hombres, permanecen siempre iguales. Es el ejemplo del hombre, que nace de la tierra y parte a la tierra nuevamente; de la tierra, que sigue siendo estable; del sol, que completa su vuelta perfectamente alrededor de la tierra y gira de nuevo hacia el mismo punto; de los vientos, de los poderosos ríos que fluyen al mar o de las brisas que lo golpean. Todas estas cosas actúan sin esfuerzo, a pesar de sobrepasar sus límites, y sin violar sus leyes establecidas.

Estas últimas son las cosas, ciertamente, que afectan al bien de la vida, y que de antemano han sido establecidas por Dios. Mas las cosas que son ideadas por los hombres, ya sean palabras o hechos, no tienen medida. En ellas hay una multitud abundante de palabras, pero ningún provecho hay en hablar al azar. En ellas hay una insaciable en su sed por hablar y escuchar lo que se dice, así como mirar con ojos ociosos todo lo que sucede. ¿Y qué puede suceder después, o qué puede ser realizado por los hombres que no haya sido hecho ya? ¿Qué cosa nueva hay digna de mención, de la que nunca se haya tenido experiencia?

Creo que, entre los hombres, no hay nada que se pueda llamar nuevo, o que se descubra que es extraño o desconocido para los antiguos. De hecho, así como las cosas antiguas están sepultadas en el olvido, así también las cosas que ahora subsisten desaparecerán por completo en los días venideros.

No digo estas cosas sin pensar, como si actuara ahora como predicador, sino que todas estas cosas han sido cuidadosamente meditadas por mí, cuando me confiaron el reino de los hebreos en Jerusalén. He examinado diligente y discretamente la naturaleza, y de todo lo que hay en la tierra he percibido que es muy variado, y he visto que al hombre le es dado trabajar sobre la tierra, siempre arrastrado por las diversas ocasiones de trabajo, y sin ningún resultado de su trabajo.

Todas las cosas aquí abajo, por tanto, están llenas del espíritu de abominación, de modo que no es posible que nadie se sobreponga a ellas, ni conciba en absoluto qué absoluta vanidad se ha apoderado de todos los asuntos humanos. Por una vez pensé que yo era más sabio que todos los que me precedieron, y que era el más experto en comprender las parábolas y la naturaleza de las cosas. Pero aprendí que me entregaba a tales ocupaciones en vano, y que, si la sabiduría sigue al conocimiento, así también los problemas acompañan a la sabiduría.

II
Sobre Eclesiastés 2

Juzgando que la situación era la misma, decidí dedicarme a otro mundo y dedicarme a los placeres y a experimentar diversos placeres. Entonces comprendí que todas esas cosas son vanas, y puse freno a la risa cuando se descontrolaba, y restringí el placer según la regla de la moderación, y me enojé amargamente contra él. Y cuando vi que el alma es capaz de detener al cuerpo en su disposición a la embriaguez y al consumo de vino, y que la templanza hace de la lujuria su objeto, traté de observar con seriedad qué objeto de verdadero valor y de verdadera excelencia se presenta ante los hombres, que deben alcanzar en esta vida presente.

Porque pasé por todos aquellos otros objetos que se consideran más dignos, como la construcción de altas casas y la plantación de viñas, y además, el diseño de terrenos de placer y la adquisición y cultivo de toda clase de árboles frutales. Entre ellos se construyeron también grandes depósitos de agua, que se distribuyeron de modo que se asegurara la abundante irrigación de los árboles. Me rodeé también de muchos sirvientes y criadas, algunos de los cuales conseguí en el extranjero, y otros los poseí y empleé como nacidos en mi propia casa. Pasé a ser dueño de rebaños de cuatro patas, tanto de vacas como de ovejas, más numerosos que ninguno de los que había adquirido antes. Me inundaron tesoros de oro y plata, e hice dependientes y tributarios a los reyes de todas las naciones. Se entrenaron muchísimos coros de cantores y cantoras para que me diera placer con la práctica de canciones armoniosas. Y tuve banquetes, y para el servicio de mi placer me conseguí coperos selectos de ambos sexos más allá de mis posibilidades. Tanto superé en estas cosas a los que reinaron antes que yo en Jerusalén, que los intereses de la sabiduría declinaron conmigo, mientras que las exigencias del apetito maligno aumentaron.

En efecto, cuando me entregué a todos los atractivos de los ojos y a las violentas pasiones del corazón, que atacan por todos lados, y me entregué a las esperanzas que ofrecen los placeres, también hice de mi voluntad la esclava de todos los deleites miserables. De este modo, mi juicio llegó a un punto tan miserable que pensé que estas cosas eran buenas y que era apropiado que me dedicara a ellas. Finalmente, despertando y recobrando la vista, me di cuenta de que las cosas que tenía entre manos eran totalmente pecaminosas y muy malas, y las acciones de mi espíritu no eran buenas. Porque ahora ninguno de todos los objetos de la elección de los hombres me parece digno de aprobación o muy deseable para un justo.

Después de haber reflexionado sobre las ventajas de la sabiduría y los males de la necedad, con razón debería admirar mucho a aquel hombre que, llevado por un camino irreflexivo y después deteniéndose, vuelve al derecho y al deber. Porque la sabiduría y la necedad están muy separadas, y son tan diferentes entre sí como el día y la noche. Por tanto, el que elige la virtud es como alguien que ve todas las cosas con claridad, mira hacia arriba y se mantiene en su camino en el momento de mayor claridad. Mas el que se ha involucrado en la maldad es como un hombre que vaga sin ayuda en una noche sin luna, como un ciego y privado de la vista de las cosas por su oscuridad.

Cuando consideré el fin de cada uno de estos modos de vida, descubrí que no había ningún beneficio en el último; y al ponerme en compañía de los necios, vi que recibiría el salario de la necedad. ¿Qué provecho hay en pensar así, o en hablar mucho, si los ríos de la locura brotan de la fuente de la locura? Además, nada tienen en común el sabio y el necio, ni en lo que se refiere a la memoria de los hombres ni en lo que se refiere a la recompensa de Dios.

En cuanto a todas las cosas de los hombres, cuando están apenas comenzando a existir, el fin les sorprende de inmediato. Sin embargo, el sabio nunca participa del mismo fin que el necio. También yo aborrecí toda mi vida, que se había consumido en vanidades y que había pasado con la mente absorta en las preocupaciones terrenas. Porque, para hablar en pocas palabras, todos mis asuntos los he forjado con trabajo y dolor, como los esfuerzos de un impulso irreflexivo; y algún otro, ya sea un sabio o un necio, los sucederá. Pero cuando me desprendo de estas cosas y las deseché, entonces se me mostró el verdadero bien que se le presenta al hombre. Es decir, el conocimiento de la sabiduría y la posesión de la virtud.

Si un hombre descuida estas cosas, y se inflama con la pasión por otras cosas, ese hombre elige el mal en lugar del bien, y va tras lo que es malo en lugar de lo que es excelente, y tras la angustia en lugar de la paz. Y esto porque está distraído por toda clase de perturbaciones, y agobiado por continuas ansiedades noche y día, con opresivos trabajos del cuerpo así como con incesantes preocupaciones del espíritu. Su corazón se mueve en constante agitación, a causa de los extraños y absurdos asuntos que lo ocupan.

El bien perfecto no consiste en comer y beber, aunque es cierto que esto es bueno y que de Dios viene a los hombres su sustento. Y no lo es porque ninguna de esas cosas subsistirán. El hombre bueno es el que que obtiene su sabiduría de Dios, así como su gozo celestial. Por su parte, el hombre malo es el que, herido con males divinamente infligidos, y afligido con la enfermedad de la lujuria, se esfuerza por acumular mucho, y es rápido para avergonzar a quien es honrado por Dios, y ofrece regalos inútiles y hace cosas engañosas en las búsquedas de su propia alma miserable.

III
Sobre Eclesiastés 3

El tiempo presente está lleno de todo lo que es más contrario entre sí: nacimientos y muertes, crecimiento de plantas y su desarraigo, curas y matanzas, construcción y demolición de casas, llanto y risa, lamentos y danzas. En un momento dado, el hombre recoge los productos de la tierra, y en otro los desecha; en un momento desea ardientemente la belleza de la mujer, y en otro la odia; ahora busca algo y lo pierde; ahora lo guarda y lo desecha; en un momento mata y lo matan; habla y calla; ama y odia.

En efecto, las cosas de los hombres están en un momento de guerra y en otro de paz, al tiempo que sus fortunas son tan inestables que, de tener apariencia de bien, se convierten rápidamente en males reconocidos. Terminemos, pues, con los vanos esfuerzos. En efecto, todas estas cosas, según me parece, están destinadas a enloquecer a los hombres, con sus aguijones envenenados. Así como el observador impío de moda seguirá siempre ávido de cosas mundanas, esforzándose por destruir la imagen de Dios y eligiendo luchar contra él desde el principio hasta el fin.

Por tanto, estoy persuadido que el mayor bien para el hombre es la alegría y la buena acción, y que el gozo único que nos es posible viene únicamente de Dios. En cuanto a las cosas eternas e incorruptibles que Dios ha establecido firmemente, no es posible ni quitarles ni añadirles nada. Estas cosas son temibles y maravillosas, y las que han sido siguen siendo así, y las que han de ser ya han sido, en lo que respecta a su presciencia.

Además, el hombre que es perjudicado tiene a Dios como su ayudador. Vi en las partes bajas el foso de castigo que recibe a los impíos, pero un lugar diferente asignado a los piadosos. Y pensé para mis adentros que con Dios todas las cosas son juzgadas y determinadas como iguales; que los justos y los injustos, y los objetos con razón y sin razón, son iguales en su juicio. Porque su tiempo está medido por igual para todos, y la muerte amenaza sobre ellos, y en esto las razas de bestias y hombres son iguales en el juicio de Dios, y difieren entre sí solo en el asunto del habla articulada; y todas las demás cosas les suceden por igual, y la muerte alcanza a todos por igual, no más en el caso de los otros tipos de criaturas que en el de los hombres. Porque todos tienen el mismo aliento de vida, y los hombres no tienen nada más. Todos son, en una palabra, vanos, derivando su condición actual de la misma tierra, y destinados a perecer, y volver a la misma tierra de nuevo.

Lo que sí es incierto es lo que respecta a las almas de los hombres, porque si volarán hacia arriba; y en lo que respecta a las otras que poseen las criaturas irracionales, si caerán hacia abajo. Y me pareció que no hay otro bien sino el placer y el disfrute de las cosas presentes. Porque no pensé que fuera posible para un hombre, una vez que ha probado la muerte, volver de nuevo al disfrute de estas cosas.

IV
Sobre Eclesiastés 4

Dejando todas estas reflexiones, consideré y me volví con aversión hacia todas las formas de opresión que se realizan entre los hombres, por las que algunos que reciben injurias lloran y se lamentan, o son golpeados por la violencia en total falta de aquellos que los protegen, o quienes por todos los medios deberían consolarlos en su dolor. Y los hombres que hacen del poder su derecho son exaltados a una eminencia, de la cual también caerán. Sí, entre los injustos y audaces, los que están muertos están mejor que los que todavía están vivos. Por tanto, mejor que ambos es aquel que, estando destinado a ser como ellos, aún no ha llegado a existir, ya que aún no ha tocado la maldad que prevalece entre los hombres.

También se me hizo claro también cuán grande es la envidia que sigue a un hombre de sus vecinos, como el aguijón de un espíritu malvado. Y vi que quien la recibe y la lleva como en su pecho, no tiene otra cosa que comerse su propio corazón, desgarrarlo y consumir tanto el alma como el cuerpo, encontrando una inconsolable vejación en la buena fortuna de los demás. Y un hombre sabio preferiría tener una de sus manos llenas, si fuera con comodidad y tranquilidad, en lugar de ambas con el trabajo y la villanía de un espíritu traidor.

Además, hay otra cosa que sé que sucede contrariamente a lo que es apropiado, a causa de la mala voluntad del hombre. El que se queda completamente solo, sin hermano ni hijo, pero prospera con grandes posesiones, vive en el espíritu de una avaricia insaciable y se niega a entregarse de ninguna manera al bien. Por eso, me gustaría preguntarle a esa persona por qué se esfuerza tanto, huyendo a toda prisa de hacer el bien y distraído por las múltiples y diversas pasiones del lucro.

Mucho mejores que ellos son los que han adoptado un orden de vida en común, de donde pueden cosechar los mejores beneficios. Porque cuando dos hombres se dedican con el espíritu correcto a los mismos objetivos, aunque le suceda alguna desgracia a uno, no encuentra al menos un pequeño alivio en tener a su compañero a su lado. Y la mayor de todas las calamidades para un hombre en mala fortuna es la falta de un amigo que lo ayude y lo anime. Y los que viven juntos duplican la buena fortuna que les sobreviene y alivian la presión de la tormenta de los sucesos desagradables, de modo que durante el día se distinguen por su franca confianza mutua, y por la noche parecen notables por su alegría. Pero el que vive solo pasa una especie de existencia.

El hombre, lleno de temor, no se da cuenta de que, si alguien cae sobre dos hombres que están unidos entre sí, se precipita y se arriesga, y que no es fácil romper la cuerda de tres hilos. Pongamos a un joven pobre y sabio ante un príncipe anciano y necio, a quien nunca se le ha ocurrido que es posible que un hombre sea elevado de la prisión al trono, y que el mismo que ha ejercido su poder injustamente sea expulsado con justicia en un período posterior. Porque puede suceder que quienes están sujetos a un joven que es al mismo tiempo sensato, estén libres de problemas, es decir, aquellos que son sus mayores. Además, los que nacen más tarde no pueden alabar a otro, de quien no han tenido experiencia, y son llevados por un juicio irracional y por el impulso de un espíritu contrario. Pero al ejercer el oficio de predicador, ten esto ante tus ojos, que tu propia vida sea dirigida correctamente, y que ores por los insensatos, para que adquieran entendimiento y sepan cómo evitar las acciones de los malvados.

V
Sobre Eclesiastés 5

Es bueno usar la lengua con moderación y mantener un corazón sereno y equilibrado al hablar, así como no es correcto expresar con palabras cosas necias y absurdas, ni todo lo que se nos ocurre a la mente. Debemos, por tanto, saber y reflexionar, pues aunque estamos muy lejos del cielo, hablamos para que Dios nos escuche, y que es bueno para nosotros hablar sin ofensa. Porque, así como los sueños y visiones de muchas clases acompañan a múltiples preocupaciones del alma, así también las conversaciones tontas se unen a la necedad.

Procura, además, que lo prometido con un voto se cumpla en la realidad. Esto también es propio de los necios, que son poco fiables. Pero tú sé fiel a tu palabra, sabiendo que es mucho mejor para ti no prometer nada que prometer y luego no cumplir. Y debes evitar por todos los medios el diluvio de palabras malas, ya que Dios las escuchará. El hombre que se dedica a estas cosas no obtiene más provecho de ellas que el de ver sus acciones destruidas por Dios. Así como la multitud de sueños es vana, también lo es la multitud de palabras. Pero el temor de Dios es la salvación del hombre, aunque rara vez se encuentra. Por lo tanto, no debes extrañarte aunque veas a los pobres oprimidos y a los jueces malinterpretando la ley.

Debes evitar también la apariencia de superar a los que están en el poder. Porque incluso si esto resultara ser el caso, sin embargo, de los terribles males que te sobrevendrán, la maldad por sí sola no te librará. Pero así como la propiedad adquirida por la violencia es una posesión más dañina e impía, así también el hombre que codicia el dinero nunca encuentra satisfacción para su pasión, ni la buena voluntad de sus vecinos, aunque pueda acumular la mayor riqueza posible. Porque esto también es vanidad. Pero la bondad alegra enormemente a los que se aferran a ella y los fortalece, impartiéndoles la capacidad de ver a través de todas las cosas. Y es también una gran cosa no dejarse llevar por tales preocupaciones, pues el pobre, aunque sea esclavo y no pueda llenar su estómago con abundancia, disfruta al menos del agradable descanso del sueño; pero el deseo de riquezas va acompañado de noches de insomnio y de inquietudes de espíritu.

¿Y qué podría haber más absurdo que acumular riquezas con mucha ansiedad y esfuerzo y conservarlas con celoso cuidado, si al mismo tiempo uno no hace más que crearse la ocasión de innumerables males? Porque esta riqueza, además, necesariamente debe perecer en algún momento y perderse, tenga o no hijos quien la haya adquirido (Jb 20,20), así como el hombre mismo, aunque no lo quiera, está condenado a morir y regresar a la tierra en la misma condición en la que una vez fue su suerte venir a la existencia (Jb 1,21; 1Tm 6,7).

El hecho de que esté destinado a dejar la tierra con las manos vacías, hará que el mal sea aún más doloroso para él, ya que no considera que se le ha asignado un fin a su vida similar a su comienzo, y que se afana en nada, y trabaja más para el viento, por así decirlo, que para el avance de su propio interés real, desperdiciando toda su vida en las más impías lujurias y pasiones irracionales, y además en problemas y dolores. Y para hablar brevemente, sus días son oscuridad para un hombre así, y su vida es dolor.

Esto último, sin embargo, es en sí mismo bueno, y de ninguna manera debe despreciarse, porque es don de Dios que el hombre pueda cosechar con alegría los frutos de su trabajo, recibiendo así bienes otorgados por Dios y no adquiridos por la fuerza. De hecho, el hombre no está afligido por problemas ni es esclavo de malos pensamientos, sino que mide su vida con buenas obras, siendo de buen corazón en todas las cosas y regocijándose en el don de Dios.

VI
Sobre Eclesiastés 6

Expondré en mi discurso, además, la desgracia que más prevalece entre los hombres. Si bien Dios puede proveer a un hombre con todo lo que es conforme a su mente, y no privarlo de ningún objeto que pueda apelar de alguna manera a sus deseos (ya sea riqueza u honor, o cualquier otra de esas cosas por las que los hombres se distraen), sin embargo, el hombre, mientras que así prospera en todas las cosas (como si el único mal infligido sobre él desde el cielo fuera simplemente la incapacidad de disfrutar de ellas), puede solo administrarlas para su prójimo, y caer sin beneficio ni para sí mismo ni para sus vecinos. Considero que esto es una prueba fuerte y un signo claro de maldad sobrepasante.

Al hombre que ha llevado sin culpa el nombre de padre de muchísimos hijos, y ha vivido mucho tiempo, y no ha tenido su alma llena de bienes durante tanto tiempo, y mientras tanto no ha tenido experiencia de la muerte, a ese hombre no le envidiaría ni su numerosa descendencia ni su larga vida. Más aún, yo diría que el parto prematuro que cae del vientre de una mujer es mejor que él. Porque así como entró con vanidad, así también sale secretamente en el olvido, sin haber probado los males de la vida ni haber visto el sol. Y esto es un mal menor que el de no saber lo que es bueno para el malvado, aunque mida su vida por miles de años. Y el fin de ambos es la muerte.

El necio se prueba, sobre todo, al no encontrar satisfacción en ninguna lujuria, mientras que el hombre discreto no está cautivo de estas pasiones. Sin embargo, en su mayor parte, la rectitud de la vida conduce al hombre a la pobreza. Y la vista de ojos curiosos trastorna a muchos, inflaman su mente y los llevan a vanas ocupaciones por el vacío deseo de ostentación. Además, las cosas que son ahora ya se conocen; y se hace evidente que él es incapaz de luchar con las que están por encima de él. Y en verdad, las inanidades tienen su curso entre los hombres, que sólo aumentan la necedad de quienes se ocupan de ellas.

VII
Sobre Eclesiastés 7

Aunque no sea muy provechoso para el hombre saber todo lo que le ha de suceder en esta vida, sin embargo idea medios para curiosear y obtener un aparente conocimiento de las cosas que han de suceder después de la muerte de una persona. Además, un buen nombre es más agradable a la mente que el aceite al cuerpo; y el fin de la vida es mejor que el nacimiento, y llorar es más deseable que divertirse, y estar con los tristes es mejor que estar con los borrachos. Porque esto es el hecho de que quien llega al final de la vida ya no se preocupa por la luz que lo rodea.

La ira discreta es preferible a la risa, porque con la disposición severa del semblante el alma se mantiene recta. Las almas de los sabios, en verdad, están tristes y abatidas, pero las de los necios están exultantes y se entregan a la alegría. Y sin embargo, es mucho más deseable recibir la censura de un solo sabio que convertirse en oyente de todo un coro de hombres inútiles y miserables en sus canciones. Porque la risa de los necios es como el crepitar de muchas espinas que arden en un fuego feroz.

Esto también es miseria, sí, y el mayor de los males, porque intriga contra las almas de los sabios y trata de arruinar el estilo de vida noble que siguen los buenos. Además, es justo alabar no al hombre que comienza, sino al que termina un discurso; y lo que es moderado debe aprobarse a la mente, no lo que está hinchado e inflado. Además, uno debe controlar la ira y no dejarse llevar precipitadamente por la ira, cuyos esclavos son los necios.

Se equivocan quienes afirman que a los que nos precedieron se les dio una mejor manera de vivir, y no ven que la sabiduría es muy diferente de la mera abundancia de posesiones, y que es mucho más brillante que éstas, como la plata brilla más que su sombra. Porque la vida del hombre no tiene su excelencia en la adquisición de riquezas perecederas, sino en la sabiduría. ¿Y quién será capaz, dime, de declarar la providencia de Dios, que es tan grande y tan benéfica? ¿O quién será capaz de recordar las cosas que parecen haber sido pasadas por alto por Dios? Y en los primeros días de mi vanidad consideré todas las cosas, y vi a un hombre justo que continuaba en su justicia, y no cesaba de ella hasta la muerte, sino que incluso sufría daño por causa de ella, y a un hombre malvado que perecía con su maldad.

Además, es conveniente que el justo no parezca demasiado sabio, ni excesivamente sabio, para que no parezca que, por ejemplo, comete algún desliz, peca muchas veces. Y no seáis audaces ni precipitados, no sea que os sorprenda una muerte prematura. El mayor de todos los bienes es aferrarse a Dios y, permaneciendo en él, no pecar en nada. Porque tocar con mano impura cosas puras es abominación. Pero el que se somete en el temor de Dios, escapa a todo lo que le es contrario.

La sabiduría es más útil como ayuda que una banda de los hombres más poderosos de una ciudad, y a menudo también perdona con justicia a los que faltan al deber. Porque no hay nadie que no tropiece. No te conviene tampoco prestar atención a las palabras de los impíos, para que no seas testigo de las palabras que se dicen contra ti, como las tonterías de un siervo malvado, y, herido de corazón, recurras después a la maldición con muchas acciones. Y todo esto lo he sabido, habiendo recibido sabiduría de Dios , que después perdí y ya no pude ser el mismo. Porque la sabiduría huyó de mí a una distancia infinita y a una profundidad inconmensurable, de modo que ya no pude apoderarme de ella. Por eso después me abstuve por completo de buscarla y ya no pensé en considerar las necedades y los vanos consejos de los impíos, y su vida cansada y distraída.

Estando dispuesto así, me dejé llevar a las cosas mismas y, preso de una pasión fatal, conocí a la mujer que fue mi trampa. Lo fue porque su corazón atrapa a los que pasan por su lado, y si ella da la mano sujeta con tanta seguridad como si te arrastrara atado con cadenas. De ella te liberarás tan sólo si encuentras en Dios a un superintendente propicio y vigilante, porque quien está esclavizado por el pecado no puede escapar de su control. Y si no, busca entre todas las mujeres la castidad que les es propia, porque no la encontrarás en ninguna. En verdad, se puede encontrar un hombre casto entre mil, pero una mujer nunca.

Esto es, en general, lo que observé: que los hombres, hechos por Dios sencillos de mente, contraen para sí mismos múltiples razonamientos e infinitas preguntas, y mientras profesan buscar la sabiduría, desperdician su vida en vanas palabras.

VIII
Sobre Eclesiastés 8

La sabiduría, cuando se encuentra en un hombre, se muestra también en el rostro de su poseedor y hace que su semblante brille; por otra parte, la desvergüenza convence al hombre en quien se ha instalado, tan pronto como se le ve, como alguien digno de odio. Y es en todo caso justo prestar mucha atención a las palabras del rey y evitar por todos los medios un juramento, especialmente uno hecho en nombre de Dios. Puede ser conveniente al mismo tiempo notar una palabra mala, pero entonces es necesario precaverse de cualquier blasfemia contra Dios. Porque no será posible criticarlo cuando inflija algún castigo, ni contradecir los decretos del único Señor y Rey. Pero será mejor y más útil para el hombre atenerse a los santos mandamientos y mantenerse apartado de las palabras de los malvados.

El hombre sabio sabe y discierne de antemano el juicio que vendrá a su debido tiempo, y ve que será justo. Porque todas las cosas en la vida de los hombres esperan la retribución de lo alto; pero el hombre malvado no parece saber en verdad que, como hay una poderosa providencia sobre él, nada en el futuro estará oculto. En verdad, él no sabe lo que sucederá, porque nadie podrá anunciarle ninguna de ellas a tiempo; porque nadie se encontrará tan fuerte como para poder impedir al ángel que lo despoja de su vida; ni se ideará ningún medio para cancelar de alguna manera el momento señalado de la muerte. Pero así como el hombre que es capturado en medio de la batalla solo puede ver cómo se corta la huida por todos lados, así toda la impiedad del hombre perece por completo a la vez. Y me asombro cada vez que contemplo qué y cuán grandes cosas los hombres han pensado en hacer para el daño de sus vecinos.

Los impíos serán arrancados prematuramente de esta vida, y puestos fuera del camino porque se han entregado a la vanidad. Porque, aunque el juicio providencial de Dios no alcanza a todos rápidamente, a causa de su gran paciencia, y el malvado no es castigado inmediatamente por la comisión de sus delitos, por eso piensa que puede pecar más, como si fuera a salir impune, sin entender que el trasgresor no escapará del conocimiento de Dios ni siquiera después de un largo intervalo.

Éste es, además, el mayor bien: reverenciar a Dios; porque si el impío se aparta de Dios, no se le permitirá mucho tiempo que abuse de su propia necedad. Pero a menudo prevalece entre los hombres una opinión sumamente viciosa y falsa sobre los justos y los injustos, pues forman un juicio contrario a la verdad sobre cada uno de ellos; y el hombre que es realmente justo no obtiene el crédito de serlo, mientras que, por otro lado, el impío es considerado prudente y recto. Y este es, a mi juicio, uno de los errores más graves.

En verdad, una vez pensé que el mayor bien consistía en comer y beber, y que era el más favorecido de Dios quien disfrutaba de estas cosas al máximo en su vida; y imaginé que esta clase de goce era el único consuelo en la vida. Y por lo tanto, no presté atención a nada más que a esta vanidad, de modo que ni de noche ni de día me aparté de todas aquellas cosas que siempre se han descubierto para proporcionar placeres lujosos a los hombres. Y esto aprendí con esto: que el hombre que se mezcla con estas cosas, de ninguna manera será capaz, por mucho que trabaje con ellas, de encontrar el verdadero bien.

IX
Sobre Eclesiastés 9

En aquel tiempo yo pensaba que todos los hombres eran considerados dignos de las mismas cosas. Y si algún hombre sabio practicaba la justicia, se apartaba de la injusticia y, siendo sagaz, evitaba el odio hacia todos (lo cual, en verdad, es algo que agrada a Dios), me parecía que ese hombre trabajaba en vano. Porque parecía haber un fin para los justos y para los impíos, para los buenos y para los malos, para los puros y para los impuros, para el que adoraba a Dios y para el que no lo adoraba. Pues como yo sospechaba que el injusto y el bueno, el que jura en falso y el que evita jurar por completo, conducían hacia el mismo fin, se me ocurrió secretamente una cierta opinión siniestra de que todos los hombres llegan a su fin de una manera similar.

Pero ahora sé que estas son reflexiones de necios, errores y engaños. Y afirman que el que ha muerto ha perecido completamente y que el que vive es preferible al muerto, aunque yazca en la oscuridad y pase su vida como un perro, lo cual es mejor al menos que un león muerto. Porque los vivos saben, en todo caso, que han de morir; pero los muertos nada saben, y no se les propone ninguna recompensa después de haber cumplido su necesario camino. También el odio y el amor hacia los muertos tienen su fin, porque su envidia ha perecido, y también su vida se ha extinguido. Y no tiene parte en nada el que una vez se ha ido de aquí.

El error, que sigue tocando esta cuerda, da también este consejo: ¿Qué quieres decir, oh hombre, que no te gozas delicadamente, y te atiborras de toda clase de manjares deliciosos, y te llenas hasta rebosar de vino? ¿No entiendes que estas cosas nos las ha dado Dios para que las disfrutemos sin restricciones? Ponte ropas recién lavadas y unge tu cabeza con mirra, y mira a esta mujer y a aquella, y pasa tu vida vana en vano. Porque nada más te queda sino esto, ni aquí ni después de la muerte. Pero aprovecha todo lo que te acontezca, porque nadie te tomará en cuenta por estas cosas, ni las cosas que hacen los hombres son conocidas fuera del círculo de los hombres. Y el hades, sea lo que sea, al que se dice que vamos, no tiene ni sabiduría ni entendimiento. Estas son las cosas que los hombres vanos dicen.

Yo sé ciertamente, ni los que parecen más rápidos podrán completar esa gran carrera, ni los que son considerados poderosos y terribles a juicio de los hombres podrán vencer en esa terrible batalla. Tampoco la prudencia se prueba con la abundancia de pan, ni la inteligencia suele asociarse con las riquezas. Tampoco felicito a quienes piensan que a todos les sucederá lo mismo. Pero ciertamente los que se dejan llevar por tales pensamientos me parecen dormidos y no se dan cuenta de que, atrapados de repente como peces y pájaros, serán consumidos por los males y recibirán rápidamente su merecido.

También estimo tan alto el precio de la sabiduría, que consideraría a una ciudad pequeña y pobremente poblada, aunque también esté asediada por un poderoso rey con sus fuerzas, en verdad grande y poderosa, si tuviera entre sus ciudadanos a un solo hombre sabio, por pobre que fuera, porque un hombre así sería capaz de liberar su ciudad tanto de los enemigos como de las trincheras. Y los demás, tal vez, no reconozcan a ese hombre sabio, por pobre que sea. Pero yo prefiero mucho más el poder que reside en la sabiduría que el poder de la multitud. En este caso, la sabiduría, por convivir con la pobreza, es tenida en deshonra. Pero en el futuro se la oirá hablar con más autoridad que a los príncipes y déspotas que buscan el mal. Porque la sabiduría es también más fuerte que el hierro, mientras que la necedad de un individuo causa peligro a muchos, aunque sea objeto de desprecio para muchos.

X
Sobre Eclesiastés 10

Las moscas que caen en la mirra y se asfixian en ella hacen que tanto la apariencia de ese ungüento agradable como la unción con ella sean algo indecoroso; y estar atento a la sabiduría y a la necedad a la vez no es de ninguna manera apropiado. El hombre sabio, en verdad, es su propio líder hacia las acciones correctas; pero el necio se inclina a los caminos erróneos y nunca hará que su necedad sea disponible como guía hacia lo que es noble. Sí, sus pensamientos también son vanos y llenos de necedad. Pero si alguna vez un espíritu hostil cae sobre ti, amigo mío, resiste valientemente, sabiendo que Dios es capaz de propiciar incluso una poderosa multitud de ofensas.

Estas son también las acciones del príncipe y padre de toda maldad: que el necio es enaltecido mientras que el hombre ricamente dotado de sabiduría es humillado; y que los esclavos del pecado son vistos cabalgando a caballo, mientras que los hombres consagrados a Dios caminan a pie en deshonra, mientras que los malvados se alegran al mismo tiempo. Pero si alguien planea hacer daño a otro, se olvida de que primero y exclusivamente se está preparando una trampa para sí mismo. Y quien arruina la seguridad de otro, caerá por la mordedura de una serpiente. Pero quien quita piedras, ciertamente, no soportará un trabajo fácil; y quien corta leña, llevará consigo el peligro en su propia arma. Y si sucede que el hacha se sale del mango, quien se dedica a tal trabajo se verá en problemas, recolectando para nada y teniendo que emplear más de sus inicuas y efímeras fuerzas. La mordedura de una serpiente, por otra parte, es sigilosa; y los encantadores no aliviarán el dolor, porque son vanos. Pero el hombre bueno hace buenas obras para sí mismo y para sus vecinos por igual, mientras que el necio se hundirá en la destrucción por su necedad. Y una vez que ha abierto la boca, comienza neciamente y pronto termina, exhibiendo su insensatez en todo.

Además, es imposible que el hombre sepa algo, o que aprenda del hombre lo que ha sido desde el principio, o lo que será en el futuro. Porque, ¿quién será el declarante de esto? Además, el hombre que no sabe ir a la buena ciudad, mantiene el mal a los ojos y en todo el semblante. Y profetizo ayes sobre esa ciudad cuyo rey es un muchacho, y sus gobernantes glotones. Pero yo llamo bienaventurada la buena tierra, cuyo rey es el hijo de los libres: allí los que están confiados con el poder de gobernar cosecharán lo que es bueno a su debido tiempo. Pero el perezoso y el ocioso se vuelven burladores, y hacen que la casa decaiga; y malversando todas las cosas para los propósitos de su propia glotonería, como los esclavos dispuestos del dinero, por un pequeño precio se contentan con hacer todo lo que es bajo y abyecto.

También es correcto obedecer reyes, gobernantes o potentados, y no ser amargos contra ellos ni pronunciar palabras ofensivas contra ellos, pues siempre existe el riesgo de que lo que se ha dicho en secreto se haga público de algún modo. Porque mensajeros veloces y alados transmiten todas las cosas a Aquel que es el único Rey, rico y poderoso, desempeñando en ello un servicio que es a la vez espiritual y razonable.

XI
Sobre Eclesiastés 11

Es justo dar de vuestro pan y de las cosas necesarias para el sustento de la vida humana a los necesitados. Aunque parezca que lo desperdiciáis inmediatamente en algunas personas, como si echáis el pan sobre el agua, con el paso del tiempo se verá que vuestra generosidad no os ha sido inútil. Dad también generosamente y dad una parte de vuestros medios a muchos, porque no sabéis lo que hará el día que viene. Las nubes, por otra parte, no retienen sus abundantes lluvias, sino que las derraman sobre la tierra. Un árbol no permanece para siempre, sino que, aunque los hombres lo perdonen, de todos modos será derribado por el viento.

Muchos también desean saber de antemano lo que ha de venir de los cielos; y ha habido quienes, escudriñando las nubes y esperando el viento, no han tenido nada que ver con la cosecha y la aventadura, poniendo su confianza en la vanidad y siendo todos incapaces de saber nada de lo que puede venir de Dios en el futuro. Así como los hombres no pueden predecir lo que dará a luz la mujer embarazada, sino que siembra a tiempo y así cosecharás tus frutos cuando llegue el momento. Porque no está claro qué será mejor que eso entre todas las cosas naturales. ¡Ojalá todo saliera bien! En verdad, cuando un hombre considera consigo mismo que el sol es bueno , que esta vida es dulce, que es una cosa agradable tener muchos años en los que uno puede deleitarse continuamente, y que la muerte es un terror y un mal sin fin, y algo que nos lleva a la nada, piensa que debe disfrutar de todos los placeres presentes y aparentes de la vida.

Da este consejo también a los jóvenes, que deben aprovechar al máximo el tiempo de su juventud, entregando su mente a toda clase de placeres, y entregando sus pasiones, y haciendo todo lo que les parezca bueno, y mirando lo que deleita, y apartándose de lo que no lo es. Pero a un hombre así le diré esto: eres un insensato, amigo mío, porque no esperas el juicio que vendrá de Dios sobre todas estas cosas. Y la promiscuidad y el libertinaje son malos, y la inmunda lascivia de nuestros cuerpos lleva consigo la muerte. Porque la necedad acompaña a la juventud y la necedad conduce a la destrucción.

XII
Sobre Eclesiastés 12

Es necesario que temas a Dios mientras eres aún joven, antes de que te entregues a las cosas malas, y antes de que llegue el día grande y terrible de Dios, cuando el sol ya no brille, ni la luna, ni el resto de las estrellas, sino que en esa tormenta y conmoción de todas las cosas, los poderes de arriba se muevan, es decir, los ángeles que guardan el mundo; de modo que los hombres poderosos fracasarán, y las mujeres cesarán en sus labores, y huirán a los lugares oscuros de sus moradas, y tendrán todas las puertas cerradas.

A la mujer se le impedirá moler por el miedo, y hablará con la voz más débil, como el pájaro más pequeño; y todas las mujeres impuras se hundirán en la tierra; y las ciudades y sus gobiernos manchados de sangre esperarán la venganza que viene de arriba, mientras el más amargo y sangriento de todos los tiempos se cierne sobre ellos como un almendro en flor, y los castigos continuos se ciernen como una multitud de langostas voladoras, y los transgresores son arrojados fuera del camino como una alcaparra negra y despreciable.

Entonces, el hombre bueno partirá con regocijo a su propia morada eterna; pero los viles llenarán todos sus lugares con lamentaciones, y ni la plata almacenada, ni el oro probado, serán de utilidad nunca más. Porque un golpe poderoso caerá sobre todas las cosas, incluso sobre el cántaro que está junto al pozo, y la rueda del vaso que por casualidad haya quedado en el hueco, cuando el curso del tiempo llegue a su fin y el período de ablución de una vida que es como el agua haya pasado.

Para los hombres que yacen en la tierra solo hay una salvación, que sus almas reconozcan y vuelen hacia Aquel por quien han sido creados. Digo, pues, otra vez lo que ya he dicho: que el estado del hombre es completamente vano, y que nada puede superar la vanidad absoluta que se asocia a los objetos de las invenciones del hombre . Y es superfluo mi trabajo en predicar discretamente, ya que estoy tratando de instruir a un pueblo aquí, tan indispuesto a recibir enseñanza o curación. Y en verdad, se necesita al hombre noble para la comprensión de las palabras de la sabiduría.

Aunque ya viejo y habiendo pasado una larga vida, me esforcé por descubrir aquellas cosas que son agradables a Dios, por medio de los misterios de la verdad. Y sé que Dios es el único Dios que puede serlo, y que el alma no se aviva y se estimula menos con los preceptos de los sabios que el cuerpo cuando se le aplica el aguijón o se le clava un clavo. Y algunos repetirán las sabias lecciones que han recibido de un buen pastor y maestro, como si todos con una sola boca y en mutua concordia expusieran con mayor detalle las verdades que se les han confiado. Pero en muchas palabras no hay provecho.

Tampoco te aconsejo, amigo mío, que escribas cosas vanas sobre lo que es apropiado, de lo cual no se gana nada más que un trabajo agotador. Pero, en resumen, necesitaré usar una conclusión como esta: Oh hombres, he aquí que os encargo ahora expresamente y brevemente, que temáis a Dios, que es a la vez Señor y Supervisor de todo, y que guardéis también sus mandamientos; y que creáis que todos serán juzgados individualmente en el futuro, y que cada hombre recibirá la justa recompensa por sus acciones, ya sean buenas o malas.