JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Elías

I

Traigamos ahora al profeta Elías, a ese ángel en la tierra y hombre del cielo, el que caminaba por la tierra y gobernaba los cielos, al hombre de tres codos de altura que, con todo, marchaba por las alturas, sublimado hasta la bóveda del cielo al distribuidor de las aguas, cuya lengua era tesoro de ellas y llave del cielo. Traigamos al que era pobre y rico, idiota y sabio. Pobre porque nada poseía, rico porque tenía una lengua que mandaba en las nubes a la lluvia.

II

Elías era áspero con los pecadores, tanto que alguna vez llegó a rogar que no descendiera la lluvia sobre ellos, sobre todo cuando dijo: "Vive el Señor que no habrá lluvia, sino por mandato de mi boca". ¿Qué dices y qué haces, oh Elías? Al menos, ruega primero al Señor, y luego di "no habrá lluvia, sino por mandato de mi boca". ¡Ruega primero, oh Elías!

III

¿Dónde está el hereje que afirma que el Hijo de Dios suplica? Hombre infeliz, y miserable e impudente, así que ¿Elías es el que pronuncia las palabras, y el Hijo de Dios el que suplica? ¿El siervo ordena, y el Hijo suplica? ¿Ni siquiera le concedes un honor igual al de Elías? ¿Acaso no quieres conceder al siervo y al Señor una dignidad igual? Aquél no ruega ni suplica, sino que profiere una palabra de verdad y con ella cierra los cielos.  Pero ¿qué es lo que dice Elías, en concreto? Esto mismo, más o menos: Yo sé que mi Señor me oirá, luego hago esto movido por su celo. ¡Oh cosa nueva y admirable, el Señor superado en benevolencia por su siervo! ¿Por qué? Porque Elías hizo eso ¡por celo de su Señor!

IV

Veía Elías que se cometían muchos pecados, veía la fornicación unida a la mucha malicia. Era una noche que cubría todo el orbe, una nube densísima que envolvía todas las cosas y en que todos se lanzaban al mal, en un naufragio universal no de aguas sino de concupiscencias. Quitada de en medio la temperancia, triunfaba la intemperancia. La virtud era echada fuera, y florecía el vicio. Manchados estaban los collados, los montes, los bosques, los caminos, los dispensarios y el aire. Andaba el sol oscurecido, la tierra emporcada, el cielo en desprecio, y todas las criaturas enfermas a causa de la idolatría. Como en una noche, así caminaban todos, sin atender a la naturaleza de las cosas. Veían una piedra y la adoraban como a Dios, observaban un árbol y creían que éste era dios, y en esta noche densísima creían ver al Creador, mientras adoraban a las criaturas.

V

Elías era el único que poseía la lámpara de la verdad y estaba asentado en la sabiduría, como en la cumbre de un monte. Y allí se ejercitaba a sí mismo, armado con la lámpara de la piedad. Pero esta luz a nadie ayudaba, porque todos estaban entregados al sopor y enredados en la idolatría. Así pues, Elías se irritaba, se consumía y se lamentaba, porque hablaba y nadie le escuchaba, exhortaba y nadie le atendía. Finalmente, movido del celo, quiso castigarlos, y al mismo tiempo enseñarlos, a fin de que, consumidos por el hambre, dirigieran sus preces al Señor, y el hambre les sirviera de motivo para la piedad.

VI

Nada puede enmendarlos, se dijo Elías, que continuó reflexionando para sí: Salvo el hambre. Así, cercados por todas partes por las aflicciones, se refugiarían en el Creador. ¿Qué hace, pues, Elías? Esto mismo: decir que "no habrá lluvia, sino por mandato de mi boca". Apenas pronunció Elías estas palabras, el aire se inmutó y el cielo se hizo de bronce. Y no porque cambiara de naturaleza, sino porque quedó frenada su virtud. Al punto quedaron cambiados los elementos. Cayó la palabra del profeta a la manera de una fiebre sobre las entrañas de la tierra, y al punto quedó todo seco, desolado y destruido. Veían los hombres las hierbas marchitadas, junto a las plantas y los árboles, tanto fructíferos como infructuosos, y lo mismo los campos que estaban cercanos al mar. Todo estaba seco y todo ser viviente de cualquier edad languidecía y moría. Gemían los niños y lloraban las madres y todo era desesperación.

VII

Una palabra dijo el profeta, y mira cuántas cosas obró. Todos los seres vivientes se morían, tanto las bestias feroces como los animales domésticos, los niños y los hombres, los vivientes y las aves del cielo. Un universal naufragio y desgracia llenaba el orbe todo a la vez. Nadie se salvaba, sino que todos morían al faltar el agua. Se secaban las plantas, las fuentes, los ríos, los lagos, y todos se morían. Un universal naufragio llenaba todo el orbe, y no de agua sino de escasez de lluvias. El cielo estaba como atado e impedido, y había mutado su aspecto natural. De esta manera todos morían y perecían, a causa de la ira enviada desde el cielo. Y Elías no se preocupaba, porque el celo lo tenía embriagado.

VIII

Con todo, alguno podría preguntar: Pero ¿qué haces, oh Elías? Pase que los adolescentes hayan pecado y se les castigue, pero ¿castigar a los niños pequeños? Pase que hayan pecado los hombres, pero ¿que mueran también los animales domésticos? ¿De tan gran crueldad te has revestido? Por lo visto, oh Elías, tú no tienes mujer ni hijos, y por eso no te preocupa que mueran. Y ¿qué le dice Dios? Esto mismo: "Anda hasta el río Querit, y yo ordenaré a los cuervos que allí te sustenten". Con gusto preguntaría yo ahora mismo a un judío cómo puede ser que la propia ley destruya lo que manda la ley, y que la ley misma no proceda correctamente sino que se contradiga, y que no sea ella la verdad sino la sombra. Aquellas cosas, en efecto, sombra eran y figuras, mientras que las actuales son auténticas y los objetos mismos.

IX

Pues bien, oh judío, ese Elías a quien tú veneras y esperas que vendrá, y de quien tanto hablas y lo llamas profeta, ¿de qué manera fue alimentado por el cuervo? Dímelo, porque según la ley el cuervo es un animal impuro. ¿Cómo puede un profeta ser sustentado por un cuervo impuro? Dímelo, porque según la ley todo el que come algo impuro queda también él impuro. Te lo respondo yo, oh judío: Las cosas no van por ahí, ni de lejos, pues el cuervo nutría a Elías, y Elías no juzgaba impuro nada de cuanto había creado Dios.

X

Pasado algún tiempo, como también aquel río se secó, Dios excitó a Elías a buscar el sustento, y le dijo: "Anda a Sarepta de Sidón, y yo ordenaré a una viuda que allí te sustente". Esto lo hacía Dios con una particular providencia, puesto que Elías no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo (puesto que estaba en un sitio solitario y no veía la desgracia del orbe entero, y cómo se habían secado las lagunas, fuentes, ríos, estanques de agua, plantas, árboles frutales o infructuosos, y cómo habían muerto los volátiles, las bestias domésticas y los niños, y cómo lloraban las madres). En definitiva, Dios le ordena recorrer una gran distancia, desde el río Querit hasta Sidón, a fin de que, viendo personalmente cómo estaban las cosas, rogara con porfía al Señor que concediera la lluvia. Por esto, pues, lo envía Dios a recorrer un largo camino. No porque no pudiera Dios alimentarlo allí, sino porque quería mostrarle toda aquella calamidad, y que así Elías le rogara desatar la lluvia. Dios podía hacerlo sin que Elías le rogara, pero no quiso hacer injuria a su siervo, ni hacerlo aparecer como causante del mal y a sí mismo como causante del bien, sino que esperó la oración de su siervo.

XI

Ni aún así quiso Elías doblegarse, sino que siguió su camino de la arrogancia, sin un ápice de misericordia y sin respeto por nadie, sino tan sólo movido por el celo que le tenía embargado. Oh Elías, ¿por qué enloqueces? ¿Por qué te has revestido de tan grande inhumanidad? Espera un poco, oh Elías, y algo más adelante tú mismo te encontrarás culpable de un pecado. Por los pecados de los habitantes atrajiste la sequía, y cerraste los cielos, y frenaste la tierra, e impediste el natural curso de la naturaleza, y ¿no quieres ahora rogar para que cese todo esto? Elías, dentro de poco tú mismo quedarás convencido de tu pecado, y alcanzarás el perdón de tu Señor, así que ¡no seas tan inhumano para con tus consiervos!

XII

He emprendido hoy mi discurso acerca de estas cosas para demostrar que, por esto, el sacerdote no es un ángel, sino un hombre nacido de mujer, y para que los pecadores no vayan a ser condenados por alguien que ignora el pecado. Si el sacerdote fuera un ángel exento de pecado, castigaría al punto a los pecadores. Por eso el sacerdote es humano, para que, consciente de sus propias debilidades, perdone a quienes tienen la misma naturaleza. Enseguida explicaré cómo Dios, aun a los varones excelsos, o a quienes ha de encomendar un gran pueblo, permite que caigan en pecado, para que reciban el perdón y después hagan ellos lo mismo. Al gran apóstol Pedro, por ejemplo, permitió que cayera en un pecado humillante, para luego lavarlo con la penitencia. No obstante, volvamos a Elías, y mostremos el piélago de sus buenas obras. Como decía, Dios quería ser benigno, pero Elías no le dejaba. Dios quería mandar la lluvia, pero necesitaba los ruegos del profeta, y ¿qué fue lo que pasó?

XIII

Lo que pasó fue esto: que terminó Elías su caminata y llegó a Sarepta de Sidón, y allí vio a una viuda que recogía unos leños. Por lo menos, aquí muestra Elías un atisbo de sabiduría y de fe, pues por lo menos no dijo a Dios: ¿A quién me envías?, o: ¿Me obligas a pasar tantos peligros y me envías a una viuda, cuando ya el hambre ha llegado a su extremo?, o: ¿Acaso no hay otros varones más ricos que puedan aliviarme el hambre?, o: ¿Tan grande espacio de tierras he recorrido para venir a encontrarme con una viuda, que además es pobre? Nada de esto dijo aquel siervo de Dios, porque se fiaba del Señor y sabía que él hace fáciles las cosas que parecen imposibles.

XIV

"Ve a Sarepta de Sidón, y allí encontrarás una viuda juntando unos leños". Eso le había dicho Dios, mas ¿por qué caminas, oh Elías? ¿Por qué te diriges a una viuda? Tú conoces los vestíbulos de los pobres, así que no preguntes cuán grande sea su pobreza. Has visto las puertas de los pobres, así que no preguntes lo que hay allá dentro. ¿A qué casa entras, oh Elías? ¿Has visto a esa mujer recogiendo unos leños, y le vas a pedir que te sustente? En definitiva, Elías llevaba la palabra de Dios en prenda, y se dirigió a hablar con la viuda. ¿Qué le dijo? Esto mismo: "Dame un poco de agua para beber". ¿Adviertes la prudencia de Elías? ¿Ves cómo no le pide lo que era más, sino lo que era menos? Sí, Elías no dijo "dame pan", sino "dame agua", y además "un poco". Primero pide el agua, pero para conjeturar si la viuda puede tener pan. Dame, le dice, "un poco de agua", y la viuda "trajo el agua, y aquél bebió". Tras lo cual, una vez obrada la confianza, le dice Elías: "Tráeme también un bocado de pan, para que yo coma".

XV

La viuda le respondió: "Vive el Señor que no tengo pan subcinericio, sino un puñado de harina en la olla y un poco de aceite en el vaso, que voy a preparar, y lo comeremos yo y mi hijo para luego morir". ¿Qué respondes a esto, oh Elías? Esto mismo: "Prepárame el pan subcinericio, para que yo lo coma, y luego comerás tú y tu hijo". Pero ¿qué haces, oh Elías? Pase que pidas para ti el pan, mas ¿por qué exiges que se te aparte a ti primero ? ¿Acaso no deberías dar gracias de que lo comieras, junto con su hijo? ¿Quieres comer tú solo y matar de hambre a los demás? No quiero matarlos, me vendría a decir, sino aumentar el beneficio. ¿Y eso? Porque yo conozco la liberalidad y abundancia de mi Señor.

XVI

La viuda no se turbó ni pensó nada necio, ni dijo: ¿No eres tú quien provocó esta hambre?, ni: ¿Y ahora, en los extremos de ella, vienes a pedirme que te sustente?, ni: ¿Para esto recorriste tan gran distancia, para llegarte a mí y matar de hambre a mis hijos? Nada de eso respondió la mujer, sino que entró en su casa e hizo lo que el profeta le decía. Realmente, era digno de ver a aquella viuda, más hospitalaria que el mismo Abraham. Porque éste, cuando abundaba en riquezas, hospedó a los ángeles, mas aquélla hospedó al profeta cuando estaba muerta de hambre.

XVII

En Sarepta fue despreciada la naturaleza y honrada la hospitalidad, fue echado a un lado el afecto maternal y recibido el profeta. Aquella mujer abrió el sepulcro para toda la turba de sus hijos. Por lo que hace al propósito que aquella mujer tuvo, todos sus hijos hubieran muerto. Por lo que sucedió por benignidad de Dios, todos vivieron y se salvaron. No sé con qué alabanzas ensalzar a esta viuda, que hizo a un lado a sus hijos y abrazó la hospitalidad. ¿Cómo no se paralizó su naturaleza? ¿Cómo su matriz no se inmutó? ¿Cómo sus entrañas no se deshicieron al ver que sus hijos perecerían por el hambre, por hospedar a un profeta?

XVIII

El profeta, una vez que hubo gustado el pan que había recibido, entonces hizo el pago. La viuda sembró la hospitalidad, y enseguida cosechó los frutos completos de la hospitalidad. En efecto, Elías dijo a la viuda: "Vive el Señor que la olla de harina no quedará exhausta, ni el vaso de aceite se disminuirá". Así, la mano diestra de la viuda se hizo lagar y la izquierda se hizo era, y se produjeron los manojos que trajeron el fruto en el momento de necesidad, y la palabra del profeta nutrió a la viuda. La casa de la viuda se tornó en lagar y en era. Ni la lluvia, ni la llovizna, ni la primavera, ni el otoño, ni el verano, ni el calor, ni la fuerza de los vientos, ni los cambios de las estaciones, sino una sola palabra proferida por determinación del profeta, suministró a la viuda en abundancia todas las cosas.

XIX

De allí marchó Elías al rey Acab, y con él tuvo lugar una serie de hazañas que, cuando lo veamos pecar (en el siguiente episodio), nos hacen caer en la cuenta de cómo la gracia de Dios es benigna para con el hombre. ¿Qué fue lo que le dijo Acab? Esto mismo: "No eres tú el que pervierte a Israel". El profeta le contestó: "No soy yo, sino tú y la casa de tu padre". ¿Adviertes la libertad de hablar del profeta, y cómo confunde al rey? Más adelante, cuando Elías estaba sentado en un monte, se le acercó un centurión y le dijo: "Hombre de Dios, desciende, que el rey te llama". El profeta le dijo: "Si soy hombre de Dios, que baje juego del cielo y te consuma, a ti junto con esos cincuenta tuyos". Por segunda vez, otro jefe con 50 soldados se le acerca y le dice: "Hombre de Dios, desciende, que el rey te necesita". Y ¿qué le contesta Elías? Exactamente lo mismo: "Si soy hombre de Dios, que baje fuego del cielo y te consuma, a ti junto con los cincuenta tuyos".

XX

Cuando se presentó Elías en el monte Carmelo, para la prueba concertada de la oración, provocó a los sacerdotes del infame ídolo Baal, y les dijo: "Construiros un altar aparte y elegíos dos bueyes, y poned uno sobre la leña del sacrificio. Mientras tanto, yo sacrificaré el otro. Invocad el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de mi Dios. El Dios que oyere y enviare el juego sobre esa víctima, ese es el verdadero Dios". Aquellos infames sacerdotes construyeron un altar, y comenzaron a invocar a Baal diciendo: "Óyenos, Baal, óyenos". Tras mucho rogar, no había nadie que los escuchara (o por lo menos, no resonaba ni se oía voz alguna). Elías esperaba con gran paciencia, mientras ellos rogaban. Al ver el gran empeño que ponían, y que nadie los oía, Elías se burló de ellos diciendo: "Gritad con más fuerza, no sea que vuestro dios esté dormido".

XXI

Cuando llegó el mediodía, y una vez avanzado el tiempo y cansado Elías, éste les dijo: "Apartaos ahora, que yo procederé a mi holocausto". E hizo un altar, y colocó en él la leña, y dijo: "Traed agua y echadla en torno del altar". Y la trajeron. "Poned el doble de ella", y lo pusieron. "Poned el triple, y el cuádruple", y lo pusieron. Notad aquí, hermanos, la razón por la que hace esto Elías: porque es propio del error revestirse de lo que es propio de la verdad (que es lo que hacen las meretrices, cuando se hacen pasar por mujeres honradas, a fin de que éstas no tengan ya injuria que lanzarles).

XXII

En este caso, Elías fue prudente. ¿Por qué? Lo que voy a deciros lo he visto yo, con mis propios ojos. En los altares de los ídolos hay, en la parte inferior del altar, ciertos agujeros, y debajo del altar una cueva oculta. Los fabricadores de la mentira descienden a la cueva, y desde debajo soplan fuego hacia arriba por los agujeros, para que queme el sacrificio, de manera que los espectadores queden engañados y crean que aquel fuego es fuego del cielo. Elías, a fin de que no recayera en él semejante sospecha, de que hubiera maquinado algo parecido, mandó derramar el agua, para que se viera que no había cueva alguna (porque el agua, si encuentra una cueva, no se detiene, sino que corre hacia abajo).

XXIII

Llenó Elías, pues, el altar, y suplicó con estas palabras: "Óyeme hoy, oh Señor, por medio del fuego. Me oíste a través del agua, óyeme también a través del fuego". Y he aquí que al punto, cuando él aún invocaba, bajó fuego del cielo y consumió el sacrificio, y lamió las piedras del altar y el agua. ¿Qué dijo entonces el profeta al pueblo? Esto mismo: "Aprehended a los sacerdotes infames, y que no quede ninguno de ellos". Y los aprehendieron, y mataron a los 450 sacerdotes de Baal y a los 400 sacerdotes de los montes. Oyó Jezabel, la mujer de Acab, lo que había sucedido, y envió este recado a Elías: "Esto me hagan y esto me añadan los dioses, si mañana no hago contigo lo que tú hiciste con ellos".

XXIV

Elías, cuando oyó aquellas palabras de Jezabel, huyó. ¿Dónde está aquel Elías tan grande y tan excelente? Porque al huir cometió un pecado. Pecado, digo, no por acusar al justo, sino por no procurarle la materia de salvación. Pecado para que, cuando veas a estos justos pecar, y con todo no desesperar de su salvación, sino esperar el favor divino, también tú hagas lo mismo, cuando caigas en pecado. En efecto, cuando dijo Jezabel "mañana haré contigo lo que tú has hecho con ellos", lo oyó Elías y huyó por espacio de 40 días. No uno, ni dos, ni tres, sino hasta que llegó a sus oídos la voz de la mujer. No sabiendo qué partido tomar a causa del miedo, Elías emprendió aquella gran fuga.

XXV

Oh Elías, ¿qué es esto? ¿Eres tú aquel que cerró los cielos, frenó la lluvia, dio órdenes a los vientos, hizo bajar fuego del cielo, mató a los sacerdotes y dijo a Acab "tú eres el que destruyes a Israel, y la casa de tu padre"? ¿Eres el que dijo "no lloverá sino por mandato de mi boca"? ¿Eres el que convirtió en lagar, y en era, y en manojos de grano, la casa de la viuda, y el que imperó a los elementos? ¿Eres tú el que, con solo oír la palabra de una meretriz, huyes, y en cierta forma quedas prisionero de una mujer? Las dos fortalezas de la Iglesia, sí, temieron, Pedro ante una criada y éste ante una reina. ¡Cayeron ambos en el mismo pecado!

XXVI

Huyó Elías durante 40 días de camino. ¿Dónde está ahora, oh Elías, aquel celo con que clamabas "vive el Señor que no lloverá", o con el que confundías a Acab, o con el que hacías bajar fuego del cielo? ¿Tan grandes hazañas hiciste, y no soportas la voz de una mujer? ¿Dónde está aquella constancia con que te negaste a rogar al Señor que mandara lluvia sobre la tierra? Porque él claramente te lo daba a entender; como si te dijera: Ruégame por la lluvia, porque aunque yo puedo enviarla sin ti, no quiero hacerlo sin ti, para que seas la causa y principio de los bienes. ¿Por qué hiciste entonces, oh Elías, una cosa tan inhumana? Dios se movió a misericordia al ver la desgracia, y tu ¿perseveraste en tu inhumanidad?

XXVII

En definitiva, Dios venía a decirle a Elías: Conozco la calamidad que ha sobrevenido, conozco el llanto de las madres, conozco los gemidos de los infantes, veo desolada la tierra que yo crié, y quiero tratarla con benignidad. Con todo, no quiero hacerte injuria, ni enviar la lluvia sin tu consentimiento, a fin de que no seas tú causa de los males sino de los bienes. Honremos, hermanos, la humanidad de Dios, mas ¡Elías era muy arrogante, como si él fuera impecable! En cambio, ahora se nos muestra caído en pecado, para enseñarle Dios a no ser inhumano para con los demás.

XXVIII

Elías huyó durante 40 días. ¿Dónde están ahora aquellas palabras que dijo a los jefes de 50 soldados, y bajó fuego del cielo y los consumió? Como los milagros se producían por obra de Dios, y no por virtud de Elías, por eso empezó a intervenir Dios, haciendo caer a Elías de la misma manera que había hecho caer a reyes, príncipes y pueblos. En efecto, si Dios se aparta de la naturaleza humana, ésta queda vencida.

XXIX

Habiendo huido Elías durante 40 días, llegó a un cierto sitio y allí se durmió. Entonces vino a él Dios, el Señor al siervo, la providencia y el amor a los hombres.¿Y qué hace Dios? Conocedor de la causa por la que Elías había llegado a ese sitio, le pregunta: "¿Qué haces aquí tú, oh Elías? ¿Qué haces?". Respondió Elías: "Señor, han dado muerte a tus profetas y han derribado tus altares. He quedado yo solo y andan asechando contra mi vida para quitármela". ¿Qué le contesta Dios? Al punto le arguye lo contrario, como diciéndole: No, Elías, no has huido por eso, porque no eres tú solo el que has rechazado a Baal. Y confundiéndolo, le añade: "Me he reservado siete mil hombres que no han doblado su rodilla delante de Baal". De esta manera lo acusa Dios de que no fue ésa la causa de su fuga, sino el miedo a una mujer. De esta manera, una sola mujer hizo huir a un tan gran y excelente varón, a fin de que aprendas, oh Elías, que cuando alguna maravilla llevas a cabo, esa no se ha de atribuir a tu poder, sino al de Dios.

XXX

¿Habéis visto cómo, separándose la gracia, queda vencida la naturaleza? ¡Huyó Elías durante 40 días! ¡Oh temor excesivo, oh fuerza del terror, que no huyó un día ni dos ni tres, sino 40 días! Además, Elías se marchó a la región más distante y desierta, sin llevar consigo ningún alimento ni manjar. Como ebrio por el temor, ni siquiera se cuidó de eso, sino que buscó el desierto del Sinaí. Entró en el profeta la palabra de una mujer, y a la manera que un viento huracanado, soplando sobre el velamen de un navío, lo empuja con ímpetu, así la palabra de una mujer, habiendo entrado en el profeta, lo arrojó violentamente al desierto.

XXXI

¿Dónde está, oh Elías, aquella libertad tuya al hablar? ¿Dónde aquella tu boca terrible? ¿Dónde aquella lengua que administraba las lluvias? ¿Dónde está el que mandaba a ambos elementos, y unas veces cerraba los cielos y otras hacía descender fuego para el sacrificio? Como dije, todos esos prodigios los obraba la gracia, y eso fue de lo que el mismo Dios convenció a Elías. ¿Ves cómo permitió Dios que cayera en aquel pequeño pecado, a fin de que se revistiera del vestido completo de la benignidad? Finalmente, oh Elías, Dios te ha enseñado. Sé tú benigno como lo es Dios, como has sido enseñado por él, como de tu Señor lo has aprendido.

XXXII

¿Habéis visto cómo permitió Dios que cayera en un pequeño pecado aquella fortaleza, columna y torre, a fin de no arrojar fuera de la Iglesia a todos los que no están exentos de pecado? ¿Percibís cómo Dios los deja caer en pecado, para que luego ellos se sientan movidos a mostrar más misericordia, y se acuerden de sus pecados, y ejerciten la benignidad con el pecador, la misma que ellos han alcanzado del Señor? Todo esto lo digo yo, mas no para acusar a los justos, sino para abriros a vosotros el camino de la salud. Si caéis en pecado, no desesperéis de vuestra salvación, acordándoos de aquellos varones que cayeron. Mediante la penitencia, ellos salieron a flote sin menoscabo alguno, en el mismo grado y honor. Si eres pecador, no faltes a la Iglesia; si eres justo, tampoco te apartes. Teniendo delante la narración de las Escrituras, aprended el camino de la justicia, y recordad los bienes que Dios ha preparado para los que le aman.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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