GREGORIO TAUMATURGO
Epístola Canónica

I

No nos pesan las viandas, santísimo padre, si los cautivos comieron lo que les ofrecieron los conquistadores, sobre todo porque los bárbaros que han invadido nuestras regiones no han sacrificado a los ídolos. A este respecto, el apóstol dice: "Las viandas son para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto a él como a ellas, Dios los destruirá" (1Cor 6,13), así como el Salvador, que purifica todas las viandas, dice: "No es lo que entra en el hombre lo que contamina al hombre, sino lo que sale" (Mt 15,11).

En el caso de las mujeres cautivas que fueron contaminadas por los bárbaros, y ultrajaron sus cuerpos, posiblemente fue el hábito de su vida pasada lo que les llevó a ir tras los fornicarios, y por eso el hábito de la fornicación es el que debe ser objeto de sospecha, también en el tiempo del cautiverio. En ese caso, sería mejor no tener comunión fácil con tales mujeres, sobre todo en las oraciones.

En el caso de que alguna mujer haya vivido en la más absoluta castidad en su vida pasada, de manera pura y libre de toda sospecha, y ahora cae en la vida desenfrenada por la fuerza de la necesidad, tenemos un ejemplo para nuestra guía: el caso de la joven del Deuteronomio, a quien un hombre encuentra en el campo, la fuerza y se acuesta con ella. A la joven se le dice: "No hagas nada, que no hay en ti un pecado digno de muerte", y al igual que un hombre se levanta contra su prójimo y lo mata, así es este caso: la joven clamó, y no hubo quien la ayudara (Dt 22,26-27).

II

La avaricia es un gran mal, y no es posible en una sola carta exponer aquellos pasajes de las Escrituras en los que no sólo se declara que el robo es algo horrible y aborrecible, sino que la mente es en general avara, así como la disposición a entrometerse en lo que pertenece a otros, para satisfacer el sórdido amor al lucro. Pues bien, todas las personas de ese espíritu han de ser excomulgadas de la Iglesia de Dios.

Cuando irrumpió todo esto, en medio de tan lamentables dolores y amargas lamentaciones, algunos fueron lo suficientemente audaces como para considerar que la crisis traería la destrucción, y durante todo ese periodo de tiempo se emplearon en su propio engrandecimiento privado. Eso es algo que solo puede afirmarse de hombres impíos y odiados por Dios, cuya iniquidad es insuperable. Por lo tanto, me parece bien excomulgar a tales personas, y a aquellos que están puestos sobre ellos en el cargo y no hacen indagación.

Esto es lo que deberíamos hacer, para que la ira de Dios no caiga sobre todo el pueblo. Porque temo, como dice la Escritura, que los impíos provoquen la destrucción del justo junto con la suya. Y porque la fornicación y la avaricia son cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de la desobediencia. Así que no seáis partícipes de ellas.

Dice la Escritura que "en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor, así que andad como hijos de la luz". Y ciertamente, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad, comprobando siempre lo que es agradable al Señor. No participéis, por tanto, en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas, porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellas hacen en secreto. Todas las cosas que se reprenden son hechas manifiestas por la luz, nos recuerda el apóstol.

Si algunos partidos ya pagaron el castigo apropiado por su antiguo hábito de la codicia, por tratarse de tiempo de paz, mas ahora se desvían de nuevo a la codicia en este tiempo de angustia (es decir, en los problemas creados por las incursiones de los bárbaros), y obtienen ganancias de la sangre y la ruina de hombres que han sido completamente despojados, o tomados cautivos, o condenados a muerte, ¿qué más se debe esperar, sino que acumulen la ira de Dios para ellos y para todo el pueblo?

III

Según la Escritura, ¿no fue Acar, el hijo de Carmí, quien cometió la maldición, y entonces vino la desgracia sobre toda la congregación de Israel (1Cro 2,7)? Este hombre estaba solo en su pecado, mas no estuvo solo en la muerte que vino por su pecado.

Por nuestra parte, todo lo que es de tipo lucrativo, que no es nuestro en posesión legítima, sino propiedad estrictamente perteneciente a otros, debe ser considerado como algo consagrado, y sobre todo en estos tiempos. Porque aquel Acar tomó parte del botín, y estos avaros de los que hablo también toman parte del botín. Además, aquél tomó lo que pertenecía a los enemigos, mientras que éstos toman lo que pertenece a los hermanos, y se engrandecen con ganancias fatales.

IV

Que nadie se engañe a sí mismo, ni se vanaglorie de haber hallado tal propiedad, porque no es lícito, ni siquiera al hombre que ha hallado algo, engrandecerse con ello. Es lo que recuerda el Deuteronomio: "No te fijes en el buey de tu hermano ni en su oveja extraviada, ni hagas caso de ellos, sino devuélvelos sin falta a tu hermano. Si tu hermano no se acerca a ti, o no lo conoces, entonces reunirás lo extraviado, y estará contigo hasta que tu hermano lo busque, y se lo devolverás. De la misma manera harás con su asno, y con su vestido, y con todas las cosas perdidas de tu hermano, que él haya perdido y tú las halles (Dt 22,1-3).

Hasta aquí llega Deuteronomio, pues en el libro del Éxodo se dice, con referencia no sólo al caso de encontrar lo que es de un amigo, sino también al de encontrar lo que es de un enemigo: "Sin duda, los harás volver a la casa de su señor" (Ex 23,4).

Si no es lícito engrandecerse a costa de otro, ya sea hermano o enemigo, o incluso en tiempo de paz, o cuando vive a sus anchas y delicadamente, y sin preocuparse por la propiedad, ¡cuánto más debe ser el caso cuando uno se encuentra con la adversidad, y huye de sus enemigos, y ha tenido que abandonar sus posesiones por la fuerza de las circunstancias!

V

Otros feligreses, en cambio, se engañan creyendo que pueden conservar las propiedades ajenas que han encontrado, como equivalente a las suyas que han perdido. De esta manera, así como los boradios y los godos causaron estragos entre ellos mismos, a causa de la guerra, estos feligreses se están convirtiendo en boradios y godos para los demás feligreses.

Por eso os he enviado a mi hermano y compañero en la vejez, Eufrosino, para que os explique nuestro modelo y os enseñe contra quiénes debéis admitir acusaciones, y a quiénes debéis excomulgar de vuestras oraciones.

VI

Se nos ha informado que ha sucedido en vuestro país algo ciertamente increíble, obra de incrédulos, de hombres impíos y de hombres que no conocen el nombre del Señor. En concreto, que algunos han llegado a tal extremo de crueldad e inhumanidad que han detenido por la fuerza a ciertos cautivos que habáin logrado escapar. Enviad comisionados al país, para que los rayos del cielo no caigan demasiado fuerte sobre los que perpetran tales actos.

VII

En cuanto a los que se han inscrito entre los bárbaros, y los han acompañado en su irrupción y estado de cautiverio, olvidando que eran del Ponto y cristianos, considera que se han convertido en tan completos bárbaros, pues incluso han condenado a muerte a los de su propia raza por estrangulamiento o en la horca, y han mostrado sus caminos y casas a los bárbaros, quienes de otra manera habrían sido ignorantes de ellos.

Es necesario que excluyas a tales personas de las congregaciones públicas, incluso en su categoría de auditores, hasta que los santos reunidos en concilio, y el Espíritu Santo antes que ellos, hayan tomado alguna decisión común sobre su veredicto.

VIII

A los que han sido tan audaces como para invadir las casas de otros, se les debe someter a juicio y se les debe condenar, y no deben ser considerados aptos ni siquiera para ser oyentes en la congregación pública. Si se arrepienten y obran la restitución, podrán ser colocados en el rango de los arrepentidos.

IX

A quienes hayan encontrado en campo abierto, o en sus propias casas, algo que los bárbaros dejaron atrás, se les debe llevar a juicio y condena, y caer en la misma clase de los arrepentidos. Si se arrepienten y obran la restitución, podrán ser considerados aptos para el privilegio de la oración.

X

Los que guardan el mandamiento deben guardarlo sin ninguna codicia sórdida, no exigiendo recompensa, ni premio, ni honorarios, ni ninguna otra cosa que lleve el nombre de reconocimiento.

XI

El llanto se debe llevar a cabo más allá de la puerta del oratorio, y el ofensor que se encuentra allí debe implorar a los fieles que entran que ofrezcan una oración por él.

La espera de la palabra se ha de llevar a cabo dentro de la puerta, en el pórtico, donde el ofensor debe permanecer de pie hasta que los catecúmenos se vayan, y luego salir él. Todos ellos pueden escuchar las Escrituras y la doctrina, pero luego han de ser expulsados y considerados no aptos para el privilegio de la oración.

La sumisión ha de tener lugar dentro de la puerta del templo, y nada más finalizar salir junto con los catecúmenos.

La restauración ha de estar asociada con los fieles, pero tras ella no se ha de salir con los catecúmenos.

Por último, viene la participación en las santas ordenanzas.