TERTULIANO DE CARTAGO
Sobre los Espectáculos
A
Consideraciones iniciales, respecto a los espectáculos
I
1. Vosotros, siervos de Dios, estáis a punto de acercaros a Dios. Si queréis consagraros solemnemente a él, comprended bien la condición de la fe, las razones de la verdad y las leyes de la disciplina cristiana. Todas estas prohíben, entre otros pecados del mundo, los placeres de los espectáculos públicos. Si habéis testificado y confesado ya vuestra fe, revisad bien este tema, para que no cometáis pecado por ignorancia real o deliberada.
2. Tal es el poder de los placeres terrenales que, para conservar la oportunidad de seguir participando de ellos, se las ingenian para prolongar la ignorancia ebria, y sobornar al conocimiento para que desempeñe un papel deshonesto.
3. A ambas cosas, tal vez, algunos de vosotros se sientan atraídos por las opiniones de los paganos, que en este asunto suelen presionarnos con dos argumentos. Primero, os dicen que los exquisitos placeres del oído y de la vista no se oponen en lo más mínimo a la religión, y no llegan a la mente y a la conciencia. Segundo, os dicen que no se ofende a Dios con ningún disfrute humano, y que por eso no es pecaminoso participar en ellos mientras se mantenga el debido honor y reverencia a Dios.
4. Esto es precisamente lo que estoy dispuesto a demostrar: que estas cosas no son consistentes con la verdadera religión, ni con la debida obediencia al Dios verdadero.
5. Hay quienes imaginan que los cristianos, especie de personas siempre dispuestas a morir, son entrenados en la abstinencia sin otro objetivo que despreciar la vida, rompiendo las ataduras a ella. Para ellos, esto es un arte especializado en apagar todo deseo de aquello que es deseable; y por eso nos incitan a pensar que todo consiste en saber tener una buena planificación y previsión humana, claramente establecidas por mandato divino.
6. ¡Será esto posible! ¡Continuar disfrutando de placeres tan grandes, mientras decimos que morimos por Dios! No, esto no es obstinación cristiana, ni tampoco una cuestión de someterse a un plan adecuado o a una regla tan excelente.
II
1. Algunos argumentan que todas las cosas fueron creadas por Dios, y dadas al hombre para su uso, y que por eso deben ser buenas, ya que todas provienen de tan buena fuente. No obstante, a continuación dicen lo siguiente: que entre esas cosas se encuentran los espectáculos públicos, porque se componen de caballos, leones, la fuerza corporal y la voz musical. Por supuesto, no se puede pensar que lo que existe, por propia voluntad creativa de Dios, le sea ajeno u hostil. Lo que sí se puede pensar es que esas cosas, si no les son ajenas, sí le enfaden, sobre todo si se oponen a él.
2. Sin duda, también los edificios de la diversión pública, compuestos por rocas, piedras, mármoles y pilares, son cosas de Dios, porque ha sido él quien ha dotado al hombre de los materiales y del embellecimiento de la tierra. Es más, las mismas escenas se representan el cielo parecen dirigirse a Dios. ¡Cuán hábil es la sabiduría humana para no perder sus deleites, cualesquiera que sean los goces de la existencia mundana!
3. Encontraréis no pocos que temen más perder sus placeres que su vida, y eso que saben que la muerte les pasará factura por lo que han hecho. Ni siquiera el sabio desprecia el placer, sino que lo define como "un regalo precioso más" y, en privado, como la única bienaventuranza de la vida.
4. Nadie niega lo que nadie ignora, pues la propia naturaleza es maestra de ello. En este sentido, todos saben que Dios es el Creador del universo, y que él es bueno, y que el hombre es un don gratuito de su Hacedor.
5. Al no tener un conocimiento íntimo del Altísimo, y conociéndolo sólo por revelación natural, y no como sus amigos (es decir, sin haberse acercado a él), los hombres no pueden dejar de estar igualmente en la ignorancia. Sobre todo, de lo que Dios ordena y prohíbe, con respecto a la administración de su mundo. También deben ignorar el poder hostil que actúa contra él, y pervierte en uso incorrecto las cosas que su mano creó. En definitiva, la mayoría no conoce ni la voluntad ni el adversario de un Dios que no conoce.
6. No debemos considerar, por tanto, simplemente por quién fueron hechas todas las cosas (Dios), sino por quién han sido pervertidas (el diablo). Es más, descubriremos para qué se hicieron al principio, cuando descubramos para qué no se hicieron.
7. Hay una gran diferencia entre el estado corrupto y el de pureza primordial, precisamente porque hay una gran diferencia entre el Creador y el corruptor. Toda clase de males, considerados perjudiciales, y contra los cuales los paganos se protegen, proceden también de los elementos creados por Dios. No obstante, él no ha creado el mal, sino el Maligno a través de esos elementos.
8. Tomemos, por ejemplo, el asesinato, ya sea cometido con hierro, con veneno o con encantamientos mágicos. El hierro, las hierbas y los demonios son igualmente criaturas de Dios. No obstante, ¿ha creado el Creador estas cosas para la destrucción del hombre? Es más, él impone su prohibición a toda clase de asesinato, mediante ese precepto que dice "no matarás".
9. ¿Quién, sino Dios, puso en el mundo el oro, bronce, plata, marfil, madera y todos los demás materiales utilizados en la fabricación de los ídolos? Sin embargo, ¿ha hecho él esto para que los hombres establezcan un culto en oposición a él? Por el contrario, la idolatría es a sus ojos el pecado supremo. ¿Qué hay ofensivo para Dios que no sea de Dios? Todo es suyo, pero si se usa para ofenderlo se convierte, sin dejar de ser suyo, en algo ofensivo.
10. El hombre mismo, culpable como es de toda iniquidad, no sólo es una obra de Dios, sino que "fue hecho a su imagen y semejanza". Sin embargo, tanto en alma como en cuerpo se ha separado de su Hacedor. ¿Por qué? Porque él no nos dio ojos para servir a la concupiscencia, ni lengua para hablar mal, ni oídos para receptáculo de malas palabras, ni garganta para servir al vicio de la glotonería, ni vientre para ser aliado de la glotonería, ni genitales para servir a los excesos impúdicos, ni manos para la violencia, ni pies para la vida errada. ¿O es que colocó el alma en el cuerpo para fabricar trampas, fraudes e injusticias? Yo creo que no, sino para todo lo contrario.
11. Si Dios es justo exactor de la inocencia, y odia todo lo que padece malignidad, y todas las maquinaciones del mal, está claro que él ha no hizo nada que conduzca a las maldades que él condena, aunque esas mismas obras puedan ser realizadas por cosas que él ha creado. De hecho, ahí está el único motivo de condenación en el paraíso: que la criatura haga mal uso de la creación.
12. En nuestro conocimiento del Señor, también hemos obtenido algún conocimiento de su enemigo, aquel ángel corruptor y opuesto a Dios que fue derrocado cuando pervirtió la virtud del hombre, obra preferida de Dios. Pues bien, este poseedor del mundo es el que siempre ha intentado cambiar, y ha logrado cambiar, la naturaleza del hombre, inoculando en él su malvada enemistad contra el Creador y, para colmo, estableciendo en muchos su propia supremacía.
III
1. Frente a las opiniones paganas, recurriré a los razonamientos dignos de nuestra propia prole. Frente a la fe de los cristianos, ya sea por ser demasiado complaciente o escrupulosa, recurriré directamente a la autoridad de las Escrituras. En ambos casos, lo haré para que unos y otros abandonen los espectáculos. El asunto no es dudoso, sino que se impone claramente y reclama abstinencia, sobre todo para los siervos de Dios.
2. Por poner un ejemplo, en la Escritura nunca encontramos expresado: No entrarás en el circo ni en el teatro, no asistirás al combate ni al espectáculo. No obstante, sí encontramos que está claramente establecido: "No matarás, no adorarás un ídolo, no cometerás adulterio".
3. La primera palabra de David se refiere precisamente a este tipo de cosas, cuando dice: "Bienaventurado el hombre que no entró en la asamblea de los impíos, ni estuvo en el camino de los pecadores, ni me senté en silla de escarnecedores".
4. Aunque parece haber predicho de antemano la Escritura a ese hombre justo, que de forma concreta "no tomaría parte en las reuniones y deliberaciones de los judíos", la divina Escritura siempre tiene aplicaciones de largo alcance, para que su sentido no se agote de inmediato y, en todas las direcciones posibles, fortalezca la práctica de la vida humana y religiosa. De ahí que las expresiones de la Escritura vayan mucho más lejos que la simple prohibición de los espectáculos.
5. Si la Escritura llamó a esos pocos judíos, en el ejemplo propuesto, "asamblea de malvados", ¡cuánto más designará así a una reunión tan vasta de paganos! En efecto, ¿son los paganos menos impíos, y menos pecadores, y menos enemigos de Cristo, que los judíos de entonces?
6. Ved ahora cómo concuerdan otras cosas, porque las ferias también se interponen en el camino. En efecto, los paganos llaman caminos a los espacios entre las butacas que rodean el anfiteatro, y a los pasillos que separan a la gente que desciende. Al lugar de la curva donde se sientan las matronas, en cambio, se le llama silla.
7. Por tanto, si no es bienaventurado quien ha entrado en cualquier consejo de los malvados judíos, ¡cuánto más lo será el que ha entrado en cualquier camino de pecadores, y se ha sentado en cualquier silla de escarnecedores! Con ello, el hombre es capaz de entender tanto cuanto se habla en general cuanto se interpreta de forma especial. E incluso cómo muchas cosas, dichas con especial referencia, contienen en sí una verdad general.
8. Cuando Dios amonesta a los israelitas sobre su deber, o los reprende duramente, seguramente tiene una referencia para todos los hombres. Cuando amenaza con destruir Egipto y Etiopía, seguramente condena también a toda nación pecadora, cualquiera que sea. Si, razonando de especie a género, toda nación que peca es un Egipto y una Etiopía, así también, razonando de género a especie, y con referencia al origen de los espectáculos, todo espectáculo es una "asamblea de malvados".
IV
1. Para que nadie piense que estoy tratando de meras sutilezas argumentativas, recurriré a la máxima autoridad de nuestro sello cristiano. Al entrar al agua bautismal, hacemos profesión de la fe mediante las palabras regladas, y damos testimonio público de que hemos renunciado al diablo, a su pompa y a sus ángeles.
2. Pues bien, ahora pregunto yo: ¿No es en relación con la idolatría, sobre todo, como muchos bautizados dan pompa al diablo y a sus ángeles? En resumen, también los bautizados, si conviven con lo inmundo, pueden estar gestando un espíritu inmundo y perverso.
3. Todo el aparato de los espectáculos se basa en la idolatría, como demostraré, y sin lugar a dudas eso lleva consigo la renuncia a la capa del bautismo recibido. Cualquier bautizado entregado a los espectáculos, por tanto, se está entregando al diablo, a su pompa y a sus ángeles.
B
Origen y desarrollo de los espectáculos
4. Expondré ahora el origen de los diversos espectáculos, y en qué lugares crecieron hasta llegar a su edad adulta. A continuación citaré los títulos de algunos de ellos, y con qué nombres se les llaman. Mostraré luego toda su aparatosidad, y con qué supersticiones se les observa. También citaré sus lugares, y a qué mecenas están dedicados, así como las artes que están puestas a su servicio, o a qué autores se remontan. Si se descubre que alguno de estos espectáculos no ha tenido conexión con un dios o ídolo, yo mismo me retractaré, y consideraré inmediatamente libre de la mancha de idolatría, y lejano a la abjuración bautismal, al que me lo demuestre.
V
1. En cuanto a sus orígenes, éstos son algo oscuros y poco conocidos por muchos, así que mis investigaciones se remontarán a la antigüedad remota, tomando como referencia los libros de la literatura pagana.
2. Se conocen varios autores que han publicado trabajos sobre el tema. El origen de los juegos, tal como los paganos llaman a los espectáculos, es éste. Timeo nos cuenta que inmigrantes del Asia Menor, bajo el liderazgo de Tirreno (que en una contienda por su reino natal, había sucumbido a su hermano), se establecieron en Etruria. Entre otras observancias supersticiosas, bajo el nombre de religión, estos orientales de Etruria montaron en su nuevo hogar espectáculos públicos. Los romanos, a petición propia, obtuvieron de ellos intérpretes hábiles, y las estaciones adecuadas, y también el nombre de los mismos: los ludi, por provenir de Lidia.
3. Varrón deriva el término ludi de ludus (es decir, del juego), aunque también llamaba a las Lupercalia ludii, porque en ellas (dedicadas a Fauno, o Luperco) se corría haciendo deporte. Aun así, la diversión con los jóvenes pertenece, en su opinión, a los días festivos, a los templos y a los objetos de veneración religiosa.
4. No obstante, poco importa el origen del nombre, cuando lo cierto es que la cosa surge de la idolatría. Las Liberalia, bajo el nombre general de ludi, declaraban claramente la gloria del padre Baco. A Baco, estas fiestas fueron consagradas por primera vez por campesinos agradecidos, en pago del favor que les confirió (como ellos dicen, haciéndoles conocer los placeres del vino).
5. En aquella época, las Consualia también fueron llamadas ludi, y al principio fueron celebradas en honor de Neptuno (que también tiene el nombre de Consus, o Conso). Hay quienes reclaman para Rómulo las Consualia, basándose en que él las consagró al dios Conso en el Consejo (del Consejo patricio en que, lo que sí es cierto, es que se planeó la violación de las vírgenes sabinas, para que fueran esposas de sus soldados). A partir de entonces, Rómulo dedicó la Equiria a Marte.
6. A partir de ¡tan excelente Consejo!, supongo que los romanos empezaron a gestar su concepto de justicia, y a incluir en él el rapto, la violación y la esclavitud de los vecinos. Ésta, por supuesto, es la mancha original de los romanos, que ellos consideran buena para ocultar su pecado, desvergüenza, violencia, odio y fundación fratricida, tal vez como hijos de Marte.
7. Incluso hoy en día, en el primer poste giratorio del circo, hay un altar subterráneo a este mismo Conso, con una inscripción que dice: "Conso, grande en consejos, Marte, en la batalla, poderosas deidades tutelares". Los sacerdotes del estado hacen sacrificios en él los nones de julio, y el sacerdote de Rómulo y las vestales el día 12 antes de las calendas de septiembre.
8. Rómulo instituyó, también, juegos en honor de Júpiter Feretrio. Los instituyó en la colina Tarpeya, según nos ha transmitido Pisón, y fueron llamados tanto Juegos Tarpeyos como Juegos Capitolinos. Después de él, Numa Pompilio instituyó juegos para Marte y Robigo (diosa del óxido, inventada para el caso). Posteriormente, Tulo Hostilio, Anco Marcio, y varios otros monarcas, hicieron lo mismo sucesivamente. En cuanto a los ídolos en cuyo honor se establecieron estos juegos, se puede encontrar amplia información en las páginas de Suetonio. No obstante, yo no necesito decir nada más, para probar la acusación del origen idólatra de los juegos romanos.
VI
1. Al testimonio de la antigüedad se añade el de los juegos posteriores, que todavía ostentan los títulos actuales y en los que está impreso el mismo rostro del ídolo para el que se diseñaron, así como sus objetos religiosos.
2. Las fiestas que llevan el nombre de Mater Magna, Apolo, Ceres, Neptuno, Júpiter Latiaris y Flora, todas eran celebradas con un fin común: el culto politeísta. Por su parte, los cumpleaños y solemnidades de los reyes, o la celebración de sus éxitos, a través de las fiestas públicas o municipales, también tienen una carga religiosa.
3. También existen exposiciones testamentarias en las que se rinden honores fúnebres a la memoria de personas privadas, ya desde antiguo. Desde el principio, los Ludi fueron considerados como dos hijos: el sagrado y el funerario. De ahí que se rindiera culto a las deidades paganas y a los muertos.
4. En materia de idolatría, no importa bajo qué nombre o título se practique, mientras se trate de los espíritus malignos a quienes abjuramos. En el caso del homenaje a los muertos, y a los dioses, tenemos un mismo origen: la idolatría. De ahí que los cristianos renuncien tanto a unos como a otros.
VII
1. Las dos clases de juegos públicos, por tanto, tienen un mismo origen. Y tienen nombres comunes, en su afán por emparentar ambos linajes. De ahí que a ambos se les dé la misma pompa, y ambos estén igualmente contaminados por la idolatría.
2. La presentación preliminar de los juegos circenses, a los que se le da el nombre de procesión, es en sí misma la prueba de a quién pertenece todo el conjunto. Y si no, ahí están las numerosas imágenes, la larga fila de estatuas, los carros de todo tipo, los tronos, las coronas y los vestidos.
3. ¡Qué elevados ritos religiosos, qué sacrificios precedentes, qué intervenciones posteriores! ¡Cuántos gremios, cuántos sacerdocios, cuántos oficios se ponen en marcha! Sobre todo, lo saben los habitantes de la gran ciudad, en la que tiene su sede la convención de demonios.
4. Si estas cosas se hacen de forma más humilde en las provincias, de acuerdo a sus medios inferiores, aún así todos los juegos de circo deben contarse como pertenecientes a aquello de lo que derivan: la fuente de donde brotan, que es lo que contamina. El diminuto arroyuelo de su misma fuente, o la pequeña ramita de su mismo brote, contiene en sí la naturaleza esencial de su origen.
5. Nada importa que la procesión del circo sea grandiosa o mezquina, pues lo que importa es que se haga, ofendiendo con ello a Dios. Aunque sean pocas las imágenes que adornen el estadio, o un solo carro sagrado en él (el de Júpiter, por supuesto), hay idolatría en todo ello. Cualquier cosa que intervenga en el juego, ya sea mal vestida o modestamente rica y hermosa, está contaminada por su origen.
VIII
1. El circo está principalmente consagrado al sol, cuyo templo se encuentra en medio del estadio y cuya imagen brilla desde la cima del templo. De esta forma, los promotores de los juegos consideran apropiado rendir honores sagrados tanto al aire libre como bajo un techo.
2. Aquellos que afirman que el primer espectáculo fue exhibido por Circe, y en honor del Sol (su padre, como creen), sostienen también que el término circo se deriva de ella. Claramente, la hechicera hizo esto en nombre de aquello por lo que ella era sacerdotisa: los demonios y espíritus del mal. ¡Qué conjunto de idolatrías, por tanto, en la decoración del lugar!
3. Cada adorno del circo es un templo en sí mismo. Los huevos son considerados sagrados para Castor, por hombres que no se avergüenzan de profesar que proceden del huevo de un cisne (que, obviamente, no era otro que Júpiter). Los delfines vomitan en honor de Neptuno, y las imágenes que decoran los pilares se llaman de Sesia por la diosa de la siembra, y de Mesia por la diosa de la cosecha, y de Tutulina por la diosa de los frutos.
4. Frente a estos pilares hay tres altares en honor a tres dioses: el Grande, el Poderoso y el Victorioso, que consideran procedentes de Samotracia.
5. El enorme obelisco, como afirma Hermételes, está erigido en público al sol. Su inscripción, como su origen, pertenece a la superstición egipcia. Desanimados eran los demonios que se reunían sin su Mater Magna, y por eso preside allí Eurípo.
6. Conso, como he comentado, se esconde bajo tierra en las metas de Murcia. Estas metas emergen, por tanto, de un ídolo (Conso), y se dedican a Murcia (diosa del amor). A ella, en aquel lugar, se le ha consagrado un templo.
7. ¡Mira, oh cristiano, cuántos nombres impuros se han apoderado del circo! ¿Tendrás tú algo que ver, por tanto, con un lugar habitado por multitudes de espíritus diabólicos? ¿Qué dices entonces, oh cristiano? ¿Estaré en peligro de contaminación, incluso si voy al circo cuando no se celebran los juegos?
8. No hay ninguna ley que prohíba los meros lugares, por sí mismos. De hecho, el siervo de Dios puede entrar donde quiera, incluso en los templos paganos. No obstante, no correrá peligro para su religión si lo hace por alguna razón honesta, ajena a los propios negocios y deberes oficiales de ese lugar pagano.
9. Las calles de la ciudad, las plazas del mercado, los baños termales, las tabernas y las mismas viviendas están todas llenas de ídolos. Satanás y sus ángeles han llenado el mundo entero. No obstante, no es por estar en el mundo por lo que nos alejamos de Dios, sino por hacernos y contaminarnos con los pecados del mundo. Ya lo dijo el Señor: "Estáis en el mundo, pero no sois del mundo".
10. ¿Romperé con mi Hacedor por ir al Capitolio, o al Templo de Serapis, a sacrificar y adorar, o yendo como espectador al circo y al teatro? Sí, porque no contaminan los lugares en sí mismos, pero sí lo que en ellos se hace. A causa de esto, esos lugares están contaminados, aunque por sí mismos no transmitan la contaminación.
11. Es por esta razón que presento, a quiénes están habituados a lugares de este tipo, todos los ídolos y patrones a quienes esos lugares están dedicados.
IX
1. En cuanto al tipo de representaciones propias de las exhibiciones circenses, antiguamente la equitación se practicaba de forma sencilla a caballo, y su uso inicial no tenía nada de pecaminoso. No obstante, cuando fue arrastrada a los juegos pasó al servicio de los demonios.
2. En concreto, la equitación circense fue consagrada a Cástor y Pólux, a quienes (según nos dice Estesícoro) Mercurio les dio caballos. Neptuno también es una deidad ecuestre, a la que los griegos llamaban Hippio (y de ahí la costumbre de la hípica).
3. En cuanto al equipo ecuestre, los juegos han consagrado la cuádriga al sol y la biga a la luna. Como dice el poeta, "Erictonio fue el primero en atreverse a unir cuatro caballos al carro, y montar sobre sus ruedas con rapidez victoriosa". Erictonio, el hijo de Vulcano y Minerva, fruto de una pasión indigna en la tierra, es un monstruo. Más aún, es el diablo mismo, y no una simple serpiente.
4. El argivo Tróquilo fue el fabricante del primer carro, y dedicó su invento a Juno. Rómulo exhibió por primera vez el carro de cuatro caballos en Roma, y por eso y no por otro motivo se le ha asignado un lugar entre los ídolos, igualándosele a Quirino.
5. Como los carros habían sido consagrados a los ídolos, también los aurigas debían ir vestidos con los colores de la idolatría. Al principio, los colores eran sólo dos: el blanco y el rojo, el primero consagrado al invierno con sus nieves relucientes, y el segundo consagrado al verano con su sol rojizo. Con el tiempo, y el progreso tanto del lujo como de la superstición, el rojo fue dedicado a Marte y el blanco por otros a los céfiros, mientras que el verde se le dio a la madre Tierra (y no ya a la primavera) y el azul al padre Cielo (y no ya al otoño).
6. Por supuesto, Dios condena la idolatría de estas dedicatorias, o la deificación de la naturaleza, pero nunca los elementos de la naturaleza.
X
1. Pasemos ahora a las exhibiciones teatrales, que ya he demostrado que tienen un origen común con el circo y llevan designaciones idólatras, así como desde el principio llevaron los juegos el nombre de ludi, e igualmente administran a los ídolos.
2. El teatro emula, por su pompa, al circo, y por eso comienza con una procesión desde los templos y altares hasta el lugar de la exhibición teatral. Se trata de una lúgubre procesión de incienso y sangre, con música de flautas y trompetas, todo bajo la dirección del adivino y del enterrador, esos dos repugnantes maestros de los ritos funerarios y los sacrificios.
3. Así como narré el proceso que llevó de los ludi a los juegos circenses, ahora dirigiré mi rumbo hacia los del teatro, comenzando por el lugar de exhibición. Al principio, el teatro se hacía en el templo de Venus. Gracias a esto, las representaciones teatrales escaparon de la censura y consiguieron un lugar en el mundo.
4. Los censores, en interés de la moralidad, muchas veces reprimieron el incremento de los teatros, previendo que existía el peligro de un despilfarro general (con lo cual estoy de acuerdo, como testimonio original de la maldad de este espectáculo).
5. Pompeyo el Grande, aparte de erigir su propio teatro, y otras tantas impurezas en la ciudadela, temió que la censura condenara su memoria, y por eso superpuso a su teatro un templo de Venus, y convocó a todo el pueblo, mediante una proclama pública, a su consagración. De hecho, a su teatro no lo llamó teatro, sino "templo bajo el cual hemos colocado gradas de asientos para ver los espectáculos".
6. Esta fue, pues, la causa por la que Pompeyo echó un velo sobre la estructura original de su teatro: frenar las condenas que se habían originado, haciendo ver que se trataba de un lugar sagrado. De hecho, por medio de la superstición cegó Pompeyo los ojos de la disciplina teatral, poniendo a Venus y Baco como aliados cercanos. Cabe recordar que estos dos espíritus malignos están en mutua confederación jurada, como patrones de la embriaguez y la lujuria.
7. El teatro de Venus, por ejemplo, es también la casa de Baco. Y así como Venus originó las fiestas Liberalia (del amor libre), así Baco originó las fiestas Bacanales (de la bebida infinita), emulando las Dionisias de los griegos.
8. Sin duda, las representaciones del teatro tienen su patrocinio común en Venus y Baco. De ahí que toda esa inmodestia de gestos y vestimenta, que tan especial y peculiarmente caracteriza el escenario, esté consagrada a ellos, a la lascivia (en la vestimenta) y a la embriaguez (en los gestos).
9. A pesar del patrocinio de Venus y Baco, los servicios de voz, canto, laúd y flauta pertenecen respectivamente a Apolo, las musas, Minerva y Mercurio. ¿Te deleitarás, oh cristiano, en las las cosas cuyos autores son detestables, y sus fines promover la lascivia y embriaguez?
10. Quiero hacer ahora una observación sobre las artes del teatro, y también sobre las cosas cuyos autores execramos. Sabemos que los nombres de los muertos no son nada, como tampoco lo son sus imágenes. Pero también sabemos muy bien quiénes son los vivos que, cuando se erigen imágenes, bajo ellas y por ellas realizan maldades, y se alegran del homenaje que se les rinde, y pretenden ser divinos. No son otros que los espíritus malditos y los demonios, que por lo que yo sé siguen vivos y coleantes.
11. Las artes, en definitiva, han sido elaboradas por sus artistas fundadores, cuyos nombres no han estado exentos de la práctica idolátrica, y cuyas obras han estado llenas de inmundicias contagiosas, aparte de hacer sido ofrecidas a los ídolos.
12. En lo que respecta al arte en sí mismo, éste ha sido desde el principio algo predeterminando por el Maligno entre sus propios intereses, con una única finalidad: la contaminación del público. Con el objeto de alejar al hombre de su Señor, y vincularlo a su propio servicio, el demonio llevó a cabo sus propósitos a través de las artes escénicas, otorgando a sus inventores y artistas todo tipo de dones artísticos.
13. Ningún humano habría sido capaz de prever los objetivos de este arte, ni alcanzar con la vista sus resultados. Nadie, ni siquiera sus inventores. Nadie, excepto aquellos a cuyo nombre, imagen e historia está dedicado: los demonios. De ahí el artificio de la consagración teatral.
XI
1. En cumplimiento de mi plan, paso ahora a considerar las competiciones atléticas, cuyo origen es anterior al de los juegos (ludi). Nacieron como algo sagrado, pero hoy se mantienen como sagrados o funerarios, ya sea en honor de los dioses o de los muertos. Las competiciones fueron inventadas por los griegos, y se llamaron Juegos Olímpicos, en honor de Zeus (en Roma, conocidos como Juegos Capitolinos); Juegos Nemeos, en honor a Hércules; Juegos Ístmicos, en honor a Neptuno; Juegos Píticos, en honor a Apolo.
2. ¡Qué maravilla, hoy en día, ver a la idolatría contaminando el desfile de los competidores! Sobre todo, al ver tantas coronas profanas, y jefes sacerdotales, y asistentes pertenecientes a los diversos colegios, y la sangre de sus sacrificios.
3. Para añadir una palabra completa sobre el lugar común para estas competiciones, el colegio de entrenamiento está dedicado a las musas y Atenea (la Minerva romana), la arena del estadio al dios cuya fiesta se celebra (en su origen, Zeus, Apolo, Neptuno o Hércules), y el sonido de la trompeta a Ares (el Marte romano).
4. Las artes gimnásticas también se originaron con sus ruedas, y fueron dedicadas a Hermes (el Mercurio romano) y Hércules.
XII
1. Me queda examinar el espectáculo más notable de todos y el más apreciado. Se le llama servicio obediente (munus), por ser un oficio, pues lleva el nombre de officium así como el de munus. Los antiguos pensaban que en esta solemnidad se rendían oficios a los muertos. Más tarde, con una crueldad más refinada, modificaron algo su carácter.
2. Antiguamente, creyendo que las almas de los difuntos eran apaciguadas con sangre humana, tenían la costumbre de comprar cautivos, o esclavos de carácter malvado, e inmolarlos en sus exequias fúnebres.
3. Con el tiempo, se pensó echar el velo del placer sobre su iniquidad. Por tanto, a aquellos a quienes habían preparado para el combate, y luego entrenado en las armas lo mejor que podían (sólo para que aprendieran a morir), el día del funeral los mataban en los lugares de la sepultura. Aliviaron así la muerte de los seres queridos, por medio de asesinatos malvados.
4. Tal es el origen de los Munus, de hombres matando a hombres. Poco a poco, el refinamiento llegó a su máxima crueldad, pues estas bestias humanas no extraían de ello el placer lo suficientemente exquisito, y por eso dieron paso al espectáculo de hombres despedazados por las bestias salvajes. Las ofrendas humanas para propiciar a los muertos, y toda esta clase de sacrificios funerarios, no tuvieron otra finalidad que ésta: idolatrizar a los difuntos.
5. Para referirme a la cuestión de los nombres, esta especie de exhibición ha pasado de los honores de los muertos a los honores de los vivos. Es decir, a las cuesturas, magistraturas y oficios sacerdotales de diferentes clases. Dado que lo que se hace es idolatrizar tales dignidades, la idolatría se adhiere a tal dignidad, y todo lo que se hace en su nombre participa de su impureza.
6. La misma observación se aplica a la procesión de los Munus. Si consideramos la pompa que está relacionada con estos honores, las vestiduras de púrpura, las fasces, las coronas, las proclamas y edictos, y las fiestas sagradas de la víspera, no están exentas de la pompa del diablo, ni de la invitación (consciente o no) de los demonios.
7. No tengo necesidad de detenerme en el lugar de los horrores, porque éste supera incluso la lengua del perjuro. Se le llama anfiteatro, y está consagrado a nombres mucho más numerosos y funestos que el propio Capitolio, templo de todos los demonios. Hay allí tantos espíritus inmundos como hombres.
8. Para concluir con una sola observación sobre las artes que en él tienen cabida, sabemos que sus dos tipos de diversiones (la lucha de gladiadores, y el despedazamiento de las fieras) tienen como patrones a Marte y Diana.
XIII
1. Creo que he cumplido fielmente mi plan de mostrar de cuántas maneras diferentes el pecado de idolatría se adhiere a los espectáculos, con respecto a sus orígenes, sus títulos, sus equipos, sus lugares de celebración, sus artes. Queda fuera de toda duda, por tanto, que para los cristianos, que han renunciado dos veces a todos los ídolos, los espectáculos son completamente inadecuados.
2. "No es que un ídolo sea algo", como dice el apóstol, pero sí esto: que el homenaje que se rinde es a los demonios, que son los verdaderos ocupantes de estas imágenes consagradas, ya sean de dioses o de hombres muertos.
3. Debido a que todos los ídolos tienen una fuente común, porque sus muertos y sus deidades son uno, los cristianos nos abstenemos de ambas idolatrías.
4. Los templos paganos no son menos desagradables que sus monumentos. Por tanto, los cristianos no tenemos nada que ver con sus altares, ni adoramos ninguna imagen, ni ofrecemos sacrificios a los dioses, ni hacemos oblaciones funerarias a los difuntos. Es más, no participamos de lo que se ofrece, ni en un caso ni en otro, porque no podemos participar de la fiesta de Dios y de la fiesta de los demonios.
5. Dios tiene derecho a reclamarnos, porque a él nos hemos consagrado. Por ello, mantenemos la garganta y el vientre libres de tales impurezas, y privemos nuestros oídos y ojos de los goces idólatras y fúnebres. ¿Por qué? Porque no sólo atraviesan el cuerpo, sino que se digieren en el espíritu y en el alma, cuya pureza, mucho más que la de nuestros órganos corporales, Dios tiene derecho a reclamar.
XIV
1. Habiendo establecido suficientemente la acusación de idolatría, que por sí sola debería ser razón suficiente para que abandonemos los espectáculos, veamos ahora el tema de otra manera. Es decir, en beneficio de aquellos cristianos que se mantienen cómodos en los espectáculos, y piensan que la abstinencia no es una orden expresada específicamente sobre los espectáculos.
2. Hay cristianos que piensan que la condena de las concupiscencias del mundo no involucra a estas diversiones, y desmembran así la trilogía del mal (el dinero, el poder, el placer). No obstante, así como hay avidez de dinero, también la hay de rango, de comida, de goce impuro, de gloria y de placer. El espectáculo, en este caso, sería una especie de placer.
3. Bajo la designación general de concupiscencia se incluyen los placeres. De la misma manera, bajo la idea general de placeres está la clase específica de los espectáculos. A este respecto, ya he dicho lo que sucede con los lugares de exhibición, que no son contaminantes por sí mismos, sino por las cosas que en ellos se hacen, de las cuales beben impureza y luego la escupen de nuevo a otros.
C
Consideraciones cristianas, respecto a los espectáculos
XV
1. Habiendo tratado ya lo suficiente el argumento principal (que en los espectáculos está toda la mancha de la idolatría), contrastaré ahora las características del espectáculo con las cosas de Dios.
2. Dios nos ha ordenado tratar con calma, gentileza, tranquilidad y paz al Espíritu Santo, porque estas cosas son las únicas que están de acuerdo con la bondad de su naturaleza, con su ternura y sensibilidad.
3. Ahora bien. ¿cómo será posible eso, si estamos imbuidos de espectáculos? Sobre todo, porque el espectáculo siempre conduce a una agitación espiritual, ya sea ansiando placer, o aguzando el entusiasmo, o inoculando la rivalidad.
4. Donde hay rivalidad, hay ira, amargura y dolor, con todos los males que de ellos se derivan y en total desacuerdo con la religión de Cristo.
5. Incluso si uno disfrutara de los espectáculos con moderación, como corresponde a su rango, edad o naturaleza, aun así su mente no estaría tranquila, sin algunos movimientos no expresados del hombre interior.
6. Nadie participa de los espectáculos sin fuertes excitaciones, y nadie se somete a sus excitaciones sin sus deslices naturales. Estos lapsos crean un deseo apasionado, y donde hay deseo y pasión se busca el placer, y cuando se busca el placer se hacen tonterías culpables, que a fin de cuentas nada obtienen ni llevan a ningún sitio. En mi opinión, todo esto no es ajeno a un alma que ha de vivir en el Espíritu Santo.
7. Además, un cristiano pronuncia su propia condena en el momento en que desea ocupar su propio lugar entre los paganos, así como cualquier hombre entre sus enemigos.
8. Esto último me lleva a otra conclusión: que no basta con que nosotros no asistamos a los espectáculos, sino que hemos de romper toda conexión con quienes lo hacen. ¿Por qué? Porque, de no hacerlo, la Escritura podría decirnos: "Si vieras a un ladrón, consentirías con él". ¡Ojalá no viviéramos en el mismo mundo que los malvados! No obstante, como este deseo es irrealizable, lo que sí podemos hacer es otra cosa: separarnos de los malvados y de sus mundillos, porque el mundo es de Dios y lo mundano del diablo.
XVI
1. Puesto que nos está prohibida toda excitación apasionada, los cristianos estamos excluidos de toda clase de espectáculo. Especialmente del circo, donde la excitación preside como elemento principal. De hecho, la gente que acude a él ya va llegando bajo una fuerte excitación, a veces tumultuosa, a veces ciega de pasión, a veces agitada por sus apuestas.
2. El pretor es demasiado lento para los aficionados, y por eso sus ojos giran constantemente como si acompañaran las suertes de su urna. De hecho, cuando el pretor da la señal, el grito colectivo es todavía mayor que la locura común.
3. Observad ahora cuán fuera de sí mismos están los espectadores, por lo absurdo de sus discursos. ¡Lo ha tirado!, exclaman, y anuncia cada uno a su prójimo lo que todos han visto. Otra prueba más clara de su ceguera es que casi nadie logra ver lo que realmente se tira. Todos creen ver lo que sucede a través de una tela de señales, aunque a lo mejor lo que están viendo es la imagen del diablo arrojado de cabeza desde lo alto.
4. El resultado, en consecuencia, es éste: que todos los espectadores se lanzan a las pasiones, a la ira y a las discordias. Más adelante, surgen los reproches y maldiciones, y unos y otros empiezan a odiarse sin motivo. Al final, el único que aplaude es uno, sin nada que lo merezca.
5. ¿Qué obtienen de todo esto los participantes? ¿Se entristecen, tal vez, con el dolor de otro, o se alegran con la alegría de otro? Cualquier cosa que desean, la detestan del otro, y de forma completamente ajena unos y otros se aman y se odian.
6. ¿Será un amor sin causa, quizás, más legítimo que un odio sin causa? Ciertamente, Dios nos prohíbe odiar cuando hay razón para odiar, y en ese caso nos ordena amar a los enemigos. También prohíbe Dios maldecir cuando hay motivo para ello, y en ese caso ordena que bendigamos a quienes nos maldicen. En el caso de los espectáculos, la justicia divina se produce al revés, cuando se propaga el amor sin amor y el odio sin causa.
7. Además, ¿qué hay más despiadado que el circo, donde la gente desprestigia a sus gobernantes y desune a sus conciudadanos? En definitiva, todas éstas son cosas que un consagrado a la paz nunca puede permitirse.
XVII
1. ¿No se nos ordena a los cristianos que desechemos toda inmodestia? Por esta razón, nuevamente, estamos excluidos del teatro, que es la morada peculiar de la inmodestia y donde nada tiene reputación, excepto lo que es deshonroso.
2. En el teatro, en efecto, el mejor camino hacia el sumo favor de la deidad es la vileza que gesticula el atellano, o el que exhibe el bufón vestido de mujer, a la hora de destruir todo pudor natural. Con esto, lo que se consigue es que la gente se sonroje más fácilmente en casa que en la obra, o que para ser actor haga falta convertirse en una pantomima de persona.
3. Las mismas rameras, víctimas de la lujuria pública, son llevadas al escenario, y allí se aumenta su miseria cuando son expuestas ante las mujeres de su propio sexo (de quienes suelen esconderse), y por ellas son vituperadas. Son exhibidas públicamente ante personas de toda edad y rango, y exhiben sus moradas y ganancias incluso a los oídos de aquellos que no deberían escuchar tales cosas. De otras cosas no digo nada, porque prefiero esconderlas en sus propias tinieblas y en sus propias cuevas sombrías, para que no manchen la luz del día.
4. ¡Que el Senado y todas las filas se sonrojen de vergüenza! ¿Es que no les da vergüenza que estas mujeres miserables, que con sus propios gestos destruyen su pudor, a la luz del día y ante las miradas de la gente, no experimenten algo de pudor al menos una vez al año?
5. Si debemos abominar todo lo que es inmodesto, ¿por qué es justo oír lo que no debemos decir? Sobre todo, porque todo libertinaje en el habla, y toda palabra ociosa, es condenada por Dios. ¿Por qué, del mismo modo, es correcto contemplar lo que es vergonzoso hacer? ¿Cómo es que las cosas que contaminan a un hombre al salir de su boca, no se consideran que lo hacen cuando entran por sus ojos y oídos, cuando los ojos y los oídos son los acompañantes inmediatos del espíritu? ¿Podrá ser puro aquel cuyos sirvientes son impuros?
6. Los cristianos tenemos prohibido el teatro, por tanto, porque tenemos prohibida la inmodestia. Si despreciamos la literatura secular por las tonterías que dicen, ¿no vamos a despreciar la puesta en escena de sus peores obras trágicas o cómicas?
7. Si los escritores de tragedias y comedias promueven lo sangriento y lascivo, y en muchos casos son impíos y licenciosos inventores de crímenes y concupiscencias, ¿va a haber algo bueno en ello? Ni siquiera es bueno que se recuerde lo atroz y viles que son. Lo mejor, por tanto, es rechazar todo esto de hecho, y no darle cabida con palabras.
XVIII
1. Si alguien sostiene que el hipódromo también se menciona en las Escrituras, lo concedo de inmediato. Pero no para admitir que las cosas que allí se hacen puedan ser vistas, pues los golpes, las patadas, los puños, la imprudencia de las manos, y todo lo semejante a esa desfiguración del rostro humano, no es menos que la desfiguración de la propia imagen de Dios.
2. Nunca daré mi aprobación a esas tontas carreras, a esas hazañas de lanzamiento o a los más tontos saltos. Nunca encontraré placer en las perjudiciales o inútiles exhibiciones de fuerza. No miraré con aprobación aquellos esfuerzos en pos de un cuerpo artificial, que apunta a superar la obra del Creador o a los atletas de Grecia, alimentando la inactividad de la paz.
3. El arte del luchador es obra del diablo, porque el diablo luchó contra los primeros seres humanos y los aplastó, hasta matarlos. Su misma actitud tiene un poder similar al de una serpiente, firme para sostener, abrazando para torturar, resbaladizo para deslizarse. Si no tenemos necesidad de coronas, ¿para qué esforzarse en obtenerlas?
XIX
1. Veamos ahora cómo las Escrituras condenan el anfiteatro. Y si queremos saber qué es sostener lo cruel, lo impío y lo feroz, vayamos allí. Si somos lo que se dice que somos, ¡regalémonos allí con sangre humana!
2. Sin duda, es bueno que se castigue a los culpables, pues ¿quién, sino el propio criminal, lo negará? Sin embargo, el inocente no puede encontrar placer en los sufrimientos de otros, sino que más bien ha de lamentarse de que un hermano haya pecado tan atrozmente que necesite un castigo tan terrible.
3. Con todo, ¿quién me garantiza que siempre sean los culpables los condenados a las fieras, o a cualquier otra condena? Y respecto a los inocentes, ¿es que nunca van a sufrir la venganza de un juez, o la debilidad de la defensa, o la presión de la cremallera? ¡Cuánto mejor, entonces, es para los cristianos permanecer ignorantes del castigo infligido a los malvados, no sea que nos veamos obligados a saber lo que es llegar a un fin prematuro, si es que se me permite hablar de fin en este caso!
4. En cualquier caso, para los juegos se ofrecen, en venta, gladiadores no acusados de ningún delito, para convertirlos en víctimas del placer público. Incluso en el caso de aquellos que son condenados judicialmente al anfiteatro, ¡qué cosa tan monstruosa es que, al sufrir su castigo, pasen de una delincuencia menos grave a la criminalidad de homicidas!
5. En cuanto a los cristianos, no los insultaré con ninguna palabra más sobre la aversión que deberían tener a este tipo de exhibición. No obstante, nadie mejor que yo podría hacerlo, a menos que alguien siga teniendo la costumbre de asistir o deje de funcionar mi memoria.
XX
1. ¡Qué vano y qué desesperado es el razonamiento de las personas que, porque se niegan a perder un placer, sostienen que no podemos señalar el lugar mismo donde se produce su abstinencia! Sobre todo, aquel que los siervos de Dios tienen directamente prohibido, por "no tener nada que ver con tales asambleas".
2. Hace poco, un cristiano amante del juego me decía: Dios mismo mira desde el cielo el espectáculo, y no se contamina. Sí, hermano, y también el sol vierte sus rayos en la alcantarilla común, y no se contamina.
3. En cuanto a Dios, ¡ojalá todos los crímenes fueran ocultos a sus ojos, para que todos pudiéramos escapar del juicio! Pero él se fija en los robos, falsedades, adulterios, fraudes, idolatrías y espectáculos. Por eso es por lo que nosotros no los observamos, para que el Omnividente no nos vea.
4. En cuanto a que la falta sea vista o no, lo que no se puede es poner al mismo nivel al criminal y al juez, al criminal porque es visto, y al Juez porque ve.
5. Así pues, si Dios observa el espectáculo, y no se contamina, ¡hagamos nosotros lo mismo, y no dentro sino fuera del espectáculo! O mejor, en ambas partes. ¿Por qué no hacernos los locos, dentro y fuera del circo? O empeñarnos en la lascivia, a un lado y otro de las puertas del teatro. O emprender la carrera de la soberbia, dentro o fuera del estadio. O ser igualmente crueles, tanto al entrar como al salir del anfiteatro. Además, tenemos los pórticos, las gradas y los telones, que también Dios observa. ¿Por qué no hacer allí lo mismo? ¡Vamos, que en ninguna parte es punible lo que Dios ve! ¡Vamos, que podemos hacer lo que queramos en todo momento y en todo lugar. Total, ¡Dios tiene ojos y no se contamina!
6. La libertad para ser veraz, frente al cambio de opinión y los juicios variables, es lo que constituye la perfección y da dominio a una persona, y la base para una reverencia inmutable y una obediencia fiel. Lo que es realmente bueno, o realmente malo, no puede ser de otra manera. En todas estas cosas, y en el resto, la verdad de Dios es inmutable.
D
Inconsistencias e incoherencias de los espectáculos
XXI
1. Los paganos, que no tienen una revelación completa de la verdad, y no han sido enseñados por Dios, consideran que algo es bueno o malo según les conviene a su propia voluntad y pasión, haciendo que lo que es bueno en un lugar sea malo en otro, y lo que es malo en un lugar sea bueno en otro.
2. Sucede curiosamente que, el mismo hombre que apenas se levanta la túnica en público, cuando le apremia la necesidad o la naturaleza se la quita en el circo, como si estuviera empeñado en exponerse ante todos. Así mismo, el padre que protege y guarda cuidadosamente los oídos de su hija virgen de toda palabra contaminante, la lleva él mismo al teatro, exponiéndola a todas sus palabras y actitudes viles.
3. Este mismo hombre, que en las calles cubre de reproches al peleador pugilista, en la arena da todo estímulo a combates de índole mucho más seria. Y mientras se horroriza ante el cadáver de alguien que ha muerto bajo la ley natural, en el anfiteatro contempla con ojos impacientes todos los cuerpos descuartizados, desgarrados y manchados con su propia sangre.
4. Es más, ese mismo hombre, que cree que los asesinos deben penar según sea su crimen, empuja al gladiador involuntario al acto asesino con varas y azotes. El mismo que exige el león por cada homicida es el que tiende el bastón para el espadachín salvaje, o le recompensará con el gorro de la libertad. Sí, y pide que se dé la vuelta a la pobre víctima para ver su rostro, e inspeccionar con entusiasmo al hombre que deseaba despedazar a una distancia segura.
XXII
1. Inconsistencias como estas son exactamente las que podemos esperar de los hombres, que confunden y cambian la naturaleza del bien y del mal según la inconsistencia de sus sentimientos y la volubilidad de su juicio.
2. Los autores y directores de los espectáculos, en el mismo sentido en que alaban mucho a los aurigas, a los actores, a los luchadores, y a los amantísimos gladiadores, al mismo tiempo prostituyen sus almas, y a las mujeres también sus cuerpos, hasta despreciarlos y pisotearlos. Así, ellos mismos se hacen culpables de los hechos que reprueban. Es más, defienden a sus espaldas su condena a la ignominia y la pérdida de sus derechos como ciudadanos, excluyéndolos de la Curia y de los Rostra, del rango senatorial y ecuestre, y de todos los demás honores, así como de cualquier distinción.
3. ¡Qué perversidad, complacerse en aquellos a quienes se castiga, despreciar a aquellos a quienes se conceden la aprobación, magnificar el arte y machacar al artista!
4. ¡Qué cosa tan escandalosa es denigrar a un hombre por las mismas cosas que lo hacen meritorio! Es más, ¡qué confesión de que las obras son malas, cuando sus autores, incluso los más favorecidos, no están exentos de una marca de deshonra!
E
Los espectáculos, condenados y castigados por Dios
XXIII
1. Si las propias reflexiones del hombre, a pesar de la dulzura del placer, llevan a éste a pensar que personas placenteras deben ser condenadas a una desgraciada suerte de infamia, perdiendo todas las ventajas relacionadas con la posesión de las dignidades de la vida, ¡cuánto más la justicia divina castiga a quienes se entregan a estas artes!
2. ¿Se complacerá Dios en el auriga que inquieta tantas almas, y despierta tantas pasiones furiosas y crea estados de ánimo tan variados, ya sea coronado como sacerdote, o vistiendo los colores de un proxeneta, o arrastrando en su carro al propio diablo, como si tuviera el objetivo de llevarse a Elías?
3. ¿Estará complacido Dios con aquel que se aplica la navaja y cambia por completo sus facciones para asemejarse lo más posible a Saturno, Isis y Baco? ¿Y con aquel que se entrega discretamente a los golpes injuriosos, como si se burlara de nuestro Señor?
4. El diablo, en verdad, también hace parte de su enseñanza en estos espectáculos, haciendo que la mejilla se ofrezca mansamente al que golpea. Del mismo modo, con sus altos zapatos hace más altos todavía a los actores trágicos, porque "nadie puede añadir un codo a su estatura". Su deseo es hacer de Cristo un mentiroso.
5. En cuanto al uso de máscaras, pregunto: ¿Quién prohíbe hacer toda semejanza, y especialmente la semejanza del hombre a semejanza de Dios? El Autor de la verdad odia todo lo falso, y considera adulterio todo lo que es irreal.
6. El Señor, por tanto, condenando la hipocresía en todas sus formas, nunca aprobará ninguna apariencia de voz, ni de sexo, ni de edad. Él nunca aprobará los amores fingidos, ni las ira, ni los gemidos, ni las lágrimas. En su ley está declarado que es "maldito el hombre que se viste con ropas femeninas", así que ¡cuál debe ser su juicio sobre la pantomima, en que el hombre es incluso educado para hacerse mujer!
7. Y el boxeador ¿quedará impune? Supongo que recibió sus cicatrices de Cesto, y su piel gruesa de sus puños, y su crecimiento de orejas ¡en el momento de su creación! En efecto, ¡Dios también le dio ojos para no tener otro fin que ser noqueados en la pelea!
8. No digo nada del que, para salvarse, arroja a otro en el camino del león, para que su asesinato no sea el mismo, sino mucho peor, que el que él mismo le hubiera podido inflingir.
XXIV
1. ¿De cuántas otras maneras mostraré que nada que sea peculiar de los espectáculos tiene la aprobación de Dios, y no es apropiado para los siervos de Dios?
2. Si he logrado dejar claro que fueron instituidos enteramente por causa del diablo, y que se han levantado enteramente a través de las cosas del diablo (pues todo lo que no es de Dios, o no es agradable a sus ojos, pertenece a su rival), esto significa que en ellos quien adquiere pompa propia es el diablo, ese mismo que en el sello bautismal de nuestra fe abjuramos.
3. Los cristianos no debemos tener ninguna conexión con las cosas que hemos abjurado, ya sea de hecho o de palabra, ya sea mirándolas o esperándolas. Y al revés, no podemos abjurar del compromiso bautismal por dar nuestra aprobación al espectáculo mundano. ¿Nos es esto algo propio de los paganos? Luego no lo es de los cristianos. Que nos lo digan los cristianos que frecuentan el espectáculo. Si no lo hacen, esa será la prueba de que han apostatado de su fe, para unirse a la fe del demonio.
4. Si alguien rechaza la insignia distintiva de la fe, es claramente culpable de negarla. ¿Qué esperanza podemos tener con respecto a un hombre que hace eso? Solamente esta: que cuando uno se pasa al campamento enemigo, abandona los estandartes y el juramento de lealtad a su jefe, y se une a la vida y a la muerte de sus nuevos amigos.
XXV
1. Sentado donde no hay nada de Dios, ¿estará uno pensando en su Hacedor? ¿Habrá paz en su alma cuando allí haya una intensa lucha por un auriga? Impulsado por una excitación frenética, ¿aprenderá a ser modesto?
2. En todo esto, el cristiano no encontrará mayor tentación que la vestimenta alegre de hombres y mujeres. Y si no la tiene, la misma mezcla de emociones, y los mismos acuerdos y desacuerdos en la concesión de favores, en comunión estrecha, harán estallar las chispas de su pasión.
3. Cuando un actor trágico declama, ¿se estará pensando en llamamientos proféticos? En medio de los movimientos del jugador afeminado, ¿se invocará un salmo? Y cuando los atletas luchen duramente, ¿estaremos razonando que no debe haber más golpes injustificados?
4. Quien con la vista se fija en las mordeduras de los osos y en las esponjas de los pescadores de redes, ¿se estará conmoviendo por la compasión? ¡Que Dios aparte de su pueblo cualquier afán tan apasionado por un disfrute cruel!
5. ¡Qué monstruoso es pasar de la Iglesia de Dios a la del diablo, y del cielo a la pocilga! O bien levantar las manos a Dios, y luego mucho más para aplaudir a los actores. O utilizar la boca que dijo amén sobre el altar para bendecir a gritos a los gladiadores. ¡Qué vergüenza, clamar para siempre a cualquier otro que no sea Dios y Cristo!
XXVI
1. ¿Por qué aquellos que se sumergen en el espectáculo van dejando de ser los mismos, y se vuelven accesibles a los espíritus malignos? Y si no, tenemos el caso de la mujer (el mismo Señor es testigo) que fue al teatro y regresó endemoniada. En el destierro, cuando la criatura inmunda fue reprendida por haber osado atacar a una creyente, él respondió firmemente: "Porque la encontré en mis dominios".
2. También es bien conocido otro caso, en el que una mujer estaba escuchando a un trágico, y esa misma noche vio en sueños un lienzo con el nombre real del actor, con fuerte desaprobación. Cinco días después, esa mujer ya no estaba viva.
3. ¡Cuántas otras pruebas indudables hemos tenido de personas que, por acompañar al diablo en los espectáculos, se han apartado del Señor! ¿Por qué? Porque "nadie puede servir a dos señores". Además, ¿qué compañerismo tiene la luz con las tinieblas, o la vida con la muerte?
XXVII
1. Deberíamos detestar estas asambleas paganas por el simple hecho de que allí se blasfema contra Dios y se dice a pleno pulmón a los cristianos: ¡A los leones! Esto es lo que allí se dice diariamente contra nosotros, y es allí de donde suelen emanar los decretos de persecución contra nosotros.
2. ¿Qué hará un cristiano, si queda atrapado en esa marea agitada de juicios impíos? No es probable que los demás te hagan daño, porque nadie sabe que eres cristiano. No obstante, teme al que te ve y conoce desde el cielo.
3. En el mismo momento en que el diablo está causando estragos en la Iglesia, ¿dudáis que los ángeles están mirando desde arriba, y no marcan a todo hombre que blasfema y presta su cuerpo y alma al servicio de Satanás?
4. ¿Se subirá y sentará en esas gradas un cristiano? Sobre todo porque esas gradas es el lugar donde se reúnen los enemigos de Cristo, y sede de todo lo pestilente, y atmósfera impura de gritos perversos.
5. Nadie diluye el veneno con hiel y eléboro, sino que lo maldito se pone en condimentos bien condimentados y de sabor dulcísimo. Así también, el diablo pone en la bebida mortal las cosas más agradables y aceptables.
6. Todo lo que en el espectáculo encuentres de valiente, noble, sonoro, melodioso, o exquisito en sabor, considéralo como la gota de miel de un pastel envenenado. No te dejes llevar por tu gusto, porque no sabes de qué está compuesto el brebaje, ni los peligrosos placeres que ofrece.
XXVIII
1. Con delicias como estas, que ¡se festejen los invitados del diablo! Los lugares y los tiempos, y también el que invita, son suyos, y ¡están ya aquí presentes! Nuestros banquetes, en cambio, y nuestras alegrías nupciales, son otras, y están por llegar. No podemos sentarnos en comunión con ellos, como tampoco ellos pueden hacerlo con nosotros. Las cosas en este asunto van por turnos. Ahora ellos están contentos, y nosotros estamos atribulados.
2. Nos dice Jesús que "el mundo se alegrará, mientras vosotros estaréis tristes". Lloremos, pues, mientras las naciones están alegres, para que en el día de su dolor nos regocijemos. Evitemos, pues, compartir ahora su alegría, no sea que compartamos también su tristeza.
3. Eres demasiado ingenuo, oh cristiano, para que quieras tener placer tanto en esta vida como en la otra. Es más, eres tonto si crees que los placeres de esta vida son realmente placeres.
4. Los filósofos, por ejemplo, llaman placer a la quietud y al reposo. Y dicen que en eso tienen su bienaventuranza, y en eso encuentran entretenimiento y de eso se glorían. Sin embargo, luego ¡anhelan la meta, y el escenario, y el polvo y la sangre del combate!
5. Quisiera que me respondieras a esta pregunta, oh cristiano: ¿No podemos vivir sin placer, los que no podemos sino morir de placer? Porque ¿cuál es nuestro deseo, sino "dejar el mundo y ser acogidos en la comunión de nuestro Señor"? Tienes tus alegrías donde tienes tus anhelos, ¡apréndelo!
E
Consideraciones finales, respecto a los espectáculos
XXIX
1. Si vuestro pensamiento es pasar vuestra existencia de goce en goce, oh cristianos, ¿cómo sois tan ingratos como para considerar insuficientes, y no reconocer con gratitud, los muchos y exquisitos placeres que Dios os ha concedido? Y si no, recordad que, entre sus concesiones placenteras, está el hacer las paces con vosotros, y revelaros sus secretos (la auténtica verdad), y solventar vuestros errores, y perdonar los pecados de vuestra vida pasada.
2. ¿Qué mayor placer que rechazar el placer mismo, o despreciar todo lo que el mundo puede dar? ¿Qué mayor placer que la verdadera libertad, y una conciencia pura, y una vida contenta y libre de todo temor a la muerte? ¿Qué más noble que pisotear a los dioses de las naciones, y exorcizar espíritus malignos, y realizar curaciones, y recibir revelaciones divinas, y vivir así para Dios?
3. Estos son los placeres y espectáculos que convienen a los cristianos, así como ser libres, santos y eternos. Estos son vuestros juegos de circo, oh cristianos: fijar los ojos en las estaciones, velar en los períodos estivales, anhelar la meta de la consumación final, defender las sociedades eclesiales, estremecerse ante la señal de Dios, levantarse ante la trompeta del ángel, gloriarse en las palmas del martirio.
4. Si la literatura escénica os deleita, oh cristianos, tenéis literatura propia en abundancia: multitud de versos, frases, canciones, refranes. Y éstos no fabulosos, sino verdaderos; no trucos de arte, sino puras realidades.
5. ¿Queréis también peleas y luchas, oh cristianos? Pues bien, éstas no os faltan, y no son de poca importancia. He aquí la pornografía vencida por la castidad, la perfidia asesinada por la fidelidad, la crueldad golpeada por la compasión, la insolencia eclipsada por la modestia. Éstas son las contiendas que tenéis en vuestras manos, y con ellas ganáis vuestras coronas. ¿Querríais algo también de sangre? Tenéis la de Cristo.
XXX
1. ¡Qué espectacular habrá de ser ese advenimiento de nuestro Señor, que se acerca rápidamente, y será propiedad de todos, y se levantará exaltado y triunfante! ¡Qué júbilo de las huestes angelicales! ¡Qué gloria de los santos resucitados! ¡Qué reino de los justos después! ¡Qué ciudad, la nueva Jerusalén!
2. Además, en este espectáculo de Dios hay otros lugares, y un día del juicio, y resultados eternos. Habrá, además, un día inesperado para las naciones, y un tema de burla común: el de un mundo canoso por la edad y sus muchos productos, que ¡serán consumidos en una gran llama!
3. ¡Qué espectáculo tan vasto estallará entonces, ante los ojos! ¿Qué habrá allí que suscite mi admiración? ¿Cuál será mi burla? ¿Qué vista me dará alegría? ¿Qué me suscitará el júbilo? Esto mismo: el ver allí a tantos monarcas ilustres, cuya recepción en los cielos fue públicamente anunciada, y ahora gimen en las más profundas tinieblas junto al gran Júpiter, y junto a aquellos que dieron testimonio de su júbilo. También estarán allí los gobernadores de las provincias, que perseguían el nombre cristiano con fuegos feroces y en los días de su orgullo se ensañaban contra los seguidores de Cristo.
4. ¿Qué sabios del mundo enseñaron a sus seguidores que Dios no se preocupa por lo sublunar? ¿Qué filósofos solían asegurarnos que no teníamos alma, o que éstas nunca regresarían? ¿A quiénes decían que los cuerpos morirían para siempre, y por eso cubrieron de vergüenza? ¿A los pobres engañados, mientras un fuego los consume ahora? ¿O a los pobres poetas, que no temblarán ante el tribunal de Radamanto o Minos, sino ante el Cristo inesperado?
5. Aquel día tendremos una mejor oportunidad de escuchar a los trágicos, expresando más fuerte su propia calamidad. Allí podremos ver mejor a los actores, mucho más disolutos en la llama que se disuelve. Allí seguiremos mejor la carrera del auriga, resplandeciente en su carro de fuego. Allí estarán presentes los luchadores, y no en sus gimnasios sino moviéndose en olas de fuego. En aquel espectáculo no atenderemos ya a tales ministros del pecado, sino que fijaremos una mirada insaciable en aquellos cuya furia se estará desahogando el Señor.
6. ¡Éste es el que comprasteis, oh naciones, de Judas! ¡Éste es el que golpeasteis con caña y puño! ¡Éste es a quien escupisteis con desprecio, y disteis a beber hiel y vinagre! ¡Qué daños causados, por la multitud de visitantes!
7. ¿Qué cuestor o sacerdote os concederá el favor en aquel día, oh hijo del carpintero o del asalariado, violador del sábado o endemoniado? Sobre esto tenemos tan sólo cierta medida por la fe, a través de las imágenes de la imaginación, mas ¿qué serán las cosas que "el ojo no ha visto, el oído no ha oído" y ni siquiera son albergables en el corazón humano? Sean lo que sean, creo que serán más nobles que el circo, y ambos teatros, y todos los hipódromos.
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