GREGORIO DE NISA
Contra Eunomio
LIBRO IV
I
Eunomio llama a Cristo "producto de la generación", tal cual
Tal vez sea hora de dar una explicación a la naturaleza del "producto de la generación", ridículo tema que Eunomio expone en su argumento contra la verdad. Dice a este respecto Eunomio: "¿Quién es tan indiferente y desatento a la naturaleza de las cosas como para no saber que, de todos los cuerpos que hay en la tierra, en su generación y ser generados, en su actividad y pasividad, los que generan se encuentran, al examinarlos, que comunican su propia esencia, y los que son generados naturalmente la reciben, puesto que la causa material y el suministro que fluye desde afuera son comunes a ambos; y las cosas engendradas son generadas por la pasión, y las que engendran, naturalmente tienen una acción que no es pura, por estar su naturaleza ligada a pasiones de todo tipo?". ¡Vean con qué estilo tan apropiado discute en su especulación la generación pretemporal del Verbo de Dios que fue en el principio! Quien examina detenidamente la naturaleza de las cosas, los cuerpos terrestres, las causas materiales, la pasión de las cosas que generan y generan, y todo lo demás (de lo cual cualquier hombre inteligente se sonrojaría, incluso si se dijera de nosotros mismos, si fuera nuestra naturaleza, sujeta como está a la pasión, la que se expone así al desprecio por sus palabras). Sin embargo, tal es la brillante indagación de nuestro autor sobre la naturaleza con respecto al Dios unigénito. Dejemos de lado las quejas, sin embargo (pues ¿de qué nos servirá el suspiro para vencer la malicia de nuestro enemigo?) y demos a conocer, lo mejor que podamos, el sentido de lo que hemos citado (sobre qué tipo de producto se propuso la especulación), el que existe según la carne, o el que debe contemplarse en el Dios unigénito. Como la especulación es doble (respecto a la vida divina, simple e inmaterial, y respecto a la existencia material y sujeta a la pasión), y como el término generación se usa para ambas, debemos necesariamente hacer una distinción nítida y clara, para que la ambigüedad del término generación no pervierta en modo alguno la verdad. Dado que la entrada al ser a través de la carne es material y es promovida por la pasión, mientras que lo incorpóreo, impalpable, sin forma y libre de cualquier mezcla material, es ajeno a toda condición que admita la pasión, es apropiado considerar qué tipo de generación estamos indagando (la pura y divina, o la sujeta a la pasión y la contaminación). Ahora bien, nadie, supongo, negaría que, con respecto al Dios unigénito, es la existencia pretemporal la que se propone para la consideración del discurso de Eunomio. ¿Por qué, entonces, se detiene en esta explicación de la naturaleza corpórea, profanando nuestra naturaleza con la repugnante presentación de su argumento y exponiendo abiertamente las pasiones que rodean la generación humana, mientras abandona el tema que se le ha presentado? Pues no era sobre esta generación animal, que se realiza mediante la carne, que necesitábamos aprender. ¿Quién es tan necio, cuando se mira a sí mismo y considera la naturaleza humana en sí mismo, como para buscar otro intérprete de su propia naturaleza y necesitar que le expliquen todas las inevitables pasiones que se incluyen en el pensamiento de la generación corporal (que quien engendra es afectado de una manera, lo engendrado de otra), de modo que el hombre aprenda de esta instrucción que él mismo engendra mediante la pasión, y que la pasión fue el comienzo de su propia generación? Pues da igual que estas cosas se pasen por alto o se hablen, y que se publiquen estos secretos extensamente o se guarden en silencio cosas que no deberían decirse, no ignoramos que nuestra naturaleza progresa por la vía de la pasión. Pero lo que buscamos es que se dé una explicación clara de la existencia exaltada e inefable del Unigénito, por la cual se cree que él es del Padre. Ahora bien, mientras esta es la pregunta que se le plantea, nuestro nuevo teólogo Eunomio enriquece su discurso con los términos fluir, pasión, "causa material", alguna acción que no está limpia de contaminación y otras frases similares. No sé bajo qué influencia quien afirma, en la superioridad de su sabiduría, que nada incomprensible queda fuera de su propio conocimiento, y promete explicar la inefable generación del Hijo, deja la cuestión ante sí y se sumerge como una anguila en el lodo viscoso de sus argumentos, a la manera de aquel Nicodemo que vino de noche, quien, cuando nuestro Señor le enseñaba sobre el nacimiento desde arriba, se precipitó en su pensamiento al hueco del vientre materno y planteó la duda de cómo se podría entrar una segunda vez en él, con las palabras: "¿Cómo pueden ser estas cosas?", pensando que demostraría la imposibilidad del nacimiento espiritual, por el hecho de que un anciano no podría nacer de nuevo en las entrañas de su madre. No obstante, el Señor corrige su idea errónea, diciendo que las propiedades de la carne y el espíritu son distintas. Que Eunomio también, si quiere, se corrija con la misma reflexión, pues quien reflexiona sobre la verdad debería, me imagino, contemplar su tema según sus propias propiedades, y no calumniar lo inmaterial acusando a las cosas materiales. En efecto, si un hombre, o un toro, o cualquier otra de esas cosas que son generadas por la carne, no está libre de pasión al generar o ser generada, ¿qué tiene esto que ver con esa naturaleza que es sin pasión y sin corrupción? El hecho de que seamos mortales no es objeción a la inmortalidad del Unigénito, ni la propensión de los hombres al vicio hace dudar de la inmutabilidad que se encuentra en la naturaleza divina, ni se transfiere a Dios ningún otro de nuestros atributos propios. Pero la naturaleza peculiar de la vida humana y de la vida divina está separada y sin terreno común, y sus propiedades distintivas permanecen completamente separadas, de modo que las de la última no se comprenden en la primera, ni a la inversa, las de la primera en la segunda. ¿Cómo es posible, entonces, que Eunomio, al tratar la generación divina, abandone su tema y discuta extensamente las cosas terrenales, cuando en este asunto no tenemos ninguna disputa con él? Sin duda, el propósito de nuestro artífice está claro: mediante la insinuación calumniosa de la pasión, objetar la generación del Señor. Aquí paso por alto la naturaleza blasfema de su punto de vista, y admiro al hombre por su perspicacia, y cuán consciente es de su propio celo quien, tras haber establecido con sus declaraciones previas la teoría de que el Hijo debe ser llamado "producto de la generación", ahora defiende la opinión de que "no debemos considerarlo como un producto de la generación". Si toda generación, como imagina este autor, lleva asociada la condición de la pasión, nos vemos absolutamente obligados a admitir que lo ajeno a la pasión también lo es a la generación (pues si estas cosas, pasión y generación, se consideran unidas, quien no participa de una no participaría de la otra). ¿Cómo, entonces, llama producto, por razón de su generación, a quien intenta demostrar con los argumentos que ahora utiliza, que "no fue engendrado"? ¿Y por qué razón se opone a nuestro maestro, quien nos aconseja, en materia de doctrina divina, no presumir de la creación de nombres, sino confesar que es engendrado sin transformar esta concepción en la fórmula de un nombre, de modo que llamamos "producto de la generación" a quien es engendrado, como se aplica correctamente este término en las Escrituras a las cosas inanimadas, o a aquellas que se mencionan como figura de maldad? Cuando hablamos de la pertinencia de evitar el uso del término producto, se prepara para la acción con su invencible retórica, y se apoya también en su fría fraseología gramatical, y mediante su hábil abuso de nombres, o equívocos, o como se llamen apropiadamente sus procesos. Por estos medios concluye Eunomio sus silogismos, sin negarse a llamar a Aquel que es engendrado con el nombre de "producto de la generación". Luego, tan pronto como admitimos el término y procedemos a examinar la concepción implicada en el nombre, basándose en la teoría de que "con ello se reivindica la comunidad de esencia", se retracta de nuevo y defiende la idea de que "el producto de la generación no es generado", objetando con su vil explicación de la generación corporal, contra la generación pura, divina y desapasionada del Hijo, argumentando que no es posible que ambas cosas, la verdadera relación con el Padre, y la exención de su naturaleza de la pasión, debería encontrarse que coincide en Dios, pero que, si no hubiera pasión, no habría generación, y que, si uno reconociera la verdadera relación, al admitir la generación, ciertamente admitiría también la pasión. No así habla el sublime Juan, no así esa voz de trueno que proclama el misterio de la teología, quien lo nombra "Hijo de Dios" y purifica su proclamación de toda idea de pasión. Pues he aquí cómo en el mismo comienzo de su evangelio prepara nuestros oídos, qué gran previsión muestra el maestro para que ninguno de sus oyentes caiga en ideas bajas sobre el tema, deslizándose por ignorancia hacia concepciones incongruentes. Pues para alejar al oído inexperto lo más posible de la pasión, no habla en sus palabras iniciales de Hijo, ni de Padre, ni de generación, para que nadie, al oír primero hablar de un Padre, se apresure al significado obvio de la palabra, ni al aprender la proclamación de un Hijo, entienda ese nombre en el sentido ordinario, o tropiece "ante una piedra de tropiezo" (1Pe 2,8) ante la palabra generación. Para evitar esa confusión, Juan en lugar del Padre habla del principio, en lugar de fue engendrado dice era; y en lugar del Hijo dice el Verbo; y declara: "En el Principio era el Verbo". ¿Qué pasión, por favor, se encuentra en estas palabras, principio, era y Verbo? ¿Es el principio una pasión? ¿Implica era pasión? ¿Existe el Verbo por medio de la pasión? ¿O debemos decir que, como la pasión no se encuentra en los términos utilizados, tampoco se expresa afinidad por la proclamación? Sin embargo, ¿cómo podrían la comunidad de esencia del Verbo, su relación real y su coeternidad con el Principio, mostrarse con mayor fuerza con otras palabras que con estas? Pues no dice "del Principio fue engendrado el Verbo", para no separar el Verbo del Principio mediante ninguna concepción de extensión en el tiempo, sino que proclama junto con el Principio a "Aquel que estaba en el Principio", haciendo que el Verbo fuera común al Principio y al Verbo, para que el Verbo no se demore después del Principio, sino que, al entrar junto con la fe en el Principio, con su proclamación se adelante a nuestra audición, antes de que esto admita el Principio mismo de forma aislada. De ahí que Juan declare que "el Verbo estaba con Dios". Una vez más, el evangelista teme por nuestra inexperiencia, una vez más teme nuestra condición infantil e ignorante: aún no nos confía el apelativo Padre, no sea que alguno de los de mente más carnal, al aprender del Padre, sea llevado por su entendimiento a imaginar también, en consecuencia, a una madre. Tampoco menciona al Hijo en su proclamación; pues aún sospecha de nuestra tendencia habitual hacia la naturaleza inferior, y teme que alguien, al oír hablar del Hijo, humanice la divinidad mediante una idea de pasión. Por esta razón, al reanudar su proclamación, lo llama "el Verbo", presentando así su naturaleza ante vosotros en vuestra incredulidad. Pues así como vuestra palabra procede de vuestra mente, sin requerir la intervención de la pasión, así también aquí, al escuchar el Verbo, concebiréis lo que proviene de algo, y no concebiréis la pasión. Por lo tanto, al reanudar su proclamación, dice: "Y el Verbo estaba con Dios". ¡Oh, cómo hace que la Palabra sea proporcional a Dios! Más bien, ¡cómo extiende lo infinito en comparación con lo infinito! La "Palabra estaba con Dios" (todo el ser de la Palabra, ciertamente, con todo el ser de Dios). Por lo tanto, tan grande como Dios es, tan grande, claramente, es también la Palabra que está con él; de modo que si Dios es limitado, entonces la Palabra también, sin duda, estará sujeta a limitación. Pero si la infinitud de Dios excede el límite, tampoco la Palabra que se contempla con él está comprendida por límites y medidas. Pues nadie negaría que la Palabra se contempla junto con toda la deidad del Padre, de modo que haría que una parte de la deidad pareciera estar en la Palabra, y otra desprovista de la Palabra. Una vez más habla la voz espiritual de Juan; una vez más el evangelista, en su proclamación, cuida con ternura la escucha de los niños: aún no hemos crecido tanto con sus primeras palabras como para oír del Hijo y, sin embargo, permanecer firmes, sin que la influencia del sentido común nos mueva. Por eso, nuestro heraldo, clamando una vez más con fuerza, proclama en su tercera declaración la Palabra, y no el Hijo, diciendo: "Y la Palabra era Dios". En primer lugar, Juan declaró dónde estaba, luego con quién estaba, y ahora dice qué es, completando, con su tercera repetición, el objeto de su proclamación, cuando viene a decir: No os declaro la Palabra de quienes se entienden fácilmente, sino a Dios bajo la designación de la Palabra. ¿Por qué? Porque este Verbo, que era en el Principio y estaba con Dios, no era sólo Dios, sino que era Dios mismo. E inmediatamente el heraldo Juan, alcanzando la plenitud de su discurso, declara que este Dios, a quien su proclamación presenta, es "Aquel por quien todas las cosas fueron hechas", y es vida, y luz de los hombres, y "la luz verdadera que brilla en las tinieblas" (pero no es oscurecida por ellas), que "mora con los suyos y no es recibida por los suyos"; y "se hizo carne" y habitó, por medio de la carne, en la naturaleza humana. Y tras haber repasado primero esta cantidad y variedad de afirmaciones, entonces nombra al Padre y al Unigénito, cuando no puede haber peligro de que lo que ha sido purificado por tantas precauciones se permita, como consecuencia del sentido de la palabra Padre, que se reduzca a un significado contaminado, pues "contemplamos su gloria, la gloria como del Unigénito del Padre". Repite, pues, Eunomio, repite esta astuta objeción tuya al evangelista: ¿Cómo das el nombre de Padre en tu discurso, cómo el de Unigénito, viendo que toda generación corporal es operada por la pasión? Seguramente la verdad te responde en su nombre, y te dice que el misterio de la teología es una cosa y la fisiología de los cuerpos inestables es otra. Amplio es el intervalo por el cual están separados uno del otro. ¿Por qué unes en tu argumento, oh Eunomio, lo que no puede mezclarse? ¿Cómo profanas la pureza de la generación Divina con tu discurso vil? ¿Cómo haces sistemas para lo incorpóreo por las pasiones que afectan al cuerpo? Deja de extraer tu explicación de la naturaleza de las cosas de arriba de las de abajo. Yo proclamo al Señor como el Hijo de Dios, porque el evangelio del cielo, dado a través de la nube brillante, así lo proclamó; porque "éste es mi Hijo amado" (Mt 17,5). Sin embargo, aunque me enseñaron que él es el Hijo, el nombre no me redujo a la significación terrenal de hijo, sino que sé que él proviene del Padre y no sé que proviene de la pasión. Además, añadiré a lo dicho que conozco incluso una generación corporal pura de pasión, de modo que incluso en este punto la fisiología de la generación corporal de Eunomio resulta falsa, si se puede encontrar un nacimiento corporal que no admita la pasión. Dime, oh Eunomio, ¿se hizo carne el Verbo o no? Supongo que no dirías que no. Así fue, entonces, y no hay quien lo niegue. ¿Cómo fue entonces que "Dios se manifestó en la carne"? Por nacimiento, por supuesto, dirás. Pero ¿de qué clase de nacimiento hablas? Seguramente es claro que hablas de eso desde la virginidad, y que lo concebido en ella "fue obra del Espíritu Santo", y que "se cumplieron los días para que diera a luz, y dio a luz" (Lc 2,6-7), conservando su pureza al dar a luz. Cree Eunomio así que ese nacimiento, que tuvo lugar de una mujer, fue puro por pasión (si es que cree), pero se niega a admitir la generación divina e incorruptible del Padre, para evitar la idea de la pasión en la generación. Sé bien que no es la pasión lo que Eunomio trata de evitar en su doctrina, pues no discierne en absoluto en la naturaleza divina e incorruptible; sino que con el fin de que el Creador de toda la creación pueda ser considerado parte de la creación, construye estos argumentos en orden a una negación del Dios unigénito, y usa su pretendida cautela acerca de la pasión para ayudarlo en su tarea.
II
Eunomio llama a Cristo unigénito, pero sólo a la forma terrenal y
mutable
En su argumento contra nosotros, Eunomio dice que "la esencia del Hijo provino del Padre, pero no por extensión, ni separada de su conjunción con Aquel que lo generó por flujo o división, ni perfeccionada por crecimiento, ni transformada por cambio, sino existiendo por la mera voluntad del generador". ¿Por qué, qué hombre, cuyos sentidos mentales no están cerrados, ignora esta afirmación de que, con estas afirmaciones, Eunomio representa al Hijo como parte de la creación? ¿Qué nos impide decir todo esto palabra por palabra, tal como está, sobre cada una de las cosas que contemplamos en la creación? Apliquemos, si se quiere, la definición a cualquiera de las cosas que aparecen en la creación, y si no admite la misma secuencia, nos condenaremos por haber examinado la definición con desdén y sin el cuidado que corresponde a la verdad. Intercambiemos, pues, el término Hijo, y leamos así la definición palabra por palabra. Decimos que la esencia de la tierra vino a la existencia del Padre, no separada por vía de extensión o división de su conjunción con Aquel que la generó, ni perfeccionada por vía de crecimiento, ni producida por vía de cambio, sino obteniendo existencia por la mera voluntad de Aquel que la generó. ¿Hay algo en lo que hemos dicho que no se aplique a la existencia de la tierra? Creo que nadie lo diría, porque Dios no produjo la tierra al ser extendida, ni trajo su esencia a la existencia fluyendo o disecándose de la conjunción consigo mismo, ni la trajo por medio de un crecimiento gradual de ser pequeño a la completitud de magnitud, ni fue formado en la forma de la tierra al sufrir mutación o alteración, sino que su voluntad le bastó para la existencia de todas las cosas que fueron hechas. En efecto, dice la Escritura que "él habló y fueron generadas", de modo que incluso el nombre de generación no deja de concordar con la existencia de la tierra. Ahora bien, si estas cosas pueden decirse con verdad de las partes del universo, ¿qué duda queda todavía en cuanto a la doctrina de nuestros adversarios, de que mientras que, en lo que se refiere a palabras, lo llaman Hijo, lo representan como siendo una de las cosas que llegaron a existir? ¿Por creación, puesto antes del resto solo por precedencia de orden? Así como se podría decir del oficio de herrero que de él provienen todas las cosas que se forjan en hierro; pero que el instrumento de las tenazas y el martillo, con el que se moldea el hierro para su uso, existió antes de la creación de las demás; sin embargo, si bien este tiene precedencia sobre el resto, no hay por ello diferencia alguna en cuanto a la materia entre el instrumento que moldea y el hierro que este moldea (pues tanto uno como otro son hierro), sino que una forma es anterior a la otra. Tal es la teología de la herejía respecto al Hijo, imaginando que no hay diferencia entre el Señor mismo y las cosas que él hizo, salvo la diferencia en cuanto a orden. ¿Quién, en cualquier sentido, se considera cristiano y admite que la definición de la esencia de las partes del mundo y de Aquel que lo creó sea la misma? Por mi parte, me estremezco ante la blasfemia, sabiendo que donde la definición de las cosas es la misma, tampoco su naturaleza es diferente. Pues así como la definición de la esencia de Pedro, Juan y otros hombres es común y su naturaleza es una, de la misma manera, si el Señor fuera, en cuanto a la naturaleza, igual que las partes del mundo, ellos deben reconocer que él también está sujeto a aquellas cosas, cualesquiera que sean, que perciben en ellas. Ahora bien, el mundo no dura para siempre: así, según ellos, el Señor también pasará con el cielo y la tierra, si, como dicen, es de la misma clase que el mundo. Si, por otro lado, se confiesa eterno, debemos suponer que el mundo también tiene alguna parte de la naturaleza divina, si, como dicen, se corresponde con el Unigénito en cuanto a la creación. Ya ves adónde tiende el argumento este sutil proceso de inferencia, como una piedra desprendida de la cresta de una montaña y precipitada cuesta abajo por su propio peso. Pues, según la necia creencia de los griegos, o bien los elementos del mundo deben ser divinos, o bien el Hijo no debe ser adorado. Considerémoslo así. Decimos que la creación, tanto la percibida por la mente como la percibida por los sentidos, surgió de la nada: esto también lo declaran del Señor. Decimos que todas las cosas que han sido hechas consisten por la voluntad de Dios: esto también nos dicen del Unigénito. Creemos que ni la creación angélica ni la mundana son de la esencia de Aquel que las creó: y lo hacen también ajeno a la esencia del Padre. Confesamos que todas las cosas sirven a Aquel que las creó: esta opinión también la sostienen del Unigénito. Por lo tanto, necesariamente, independientemente de lo que conciban de la creación, todos estos atributos también los atribuirán al Unigénito; y todo lo que crean de él, también lo concebirán de la creación; de modo que, si confiesan al Señor como Dios, también deificarán al resto de la creación. Por otro lado, si definen estas cosas como ajenas a la naturaleza divina, no rechazarán la misma concepción concerniente al Unigénito. Además, ningún hombre sensato afirma la divinidad de la creación. Que digan qué consecuencia sigue aquellos cuya boca está bien acostumbrada a la blasfemia. La herejía de Eunomio es, pues, evidente, incluso si guardan silencio, pues una de dos cosas debe ocurrir necesariamente: o destituirán al Dios unigénito (de modo que para él ya no existirá ni se le llamará así, o si afirmara su divinidad la afirmaría igualmente de toda la creación), o evitará la impiedad que se manifiesta en ambos bandos y se refugiará en la doctrina ortodoxa, y convendrá con seguridad con nosotros en que él no es creado, para poder confesar que es verdaderamente Dios. ¿Qué necesidad hay de tomarse el tiempo para enumerar todas las demás blasfemias que subyacen a su doctrina, comenzando desde este principio? Pues por lo que hemos citado, quien considere la inferencia que se desprende comprenderá que el padre de la falsedad, el creador de la muerte, el inventor de la maldad, al ser creado con una naturaleza intelectual e incorpórea, no fue impedido por esa naturaleza de convertirse en lo que es mediante el cambio. Pues la mutabilidad de la esencia, movida en ambos sentidos a voluntad, implica una capacidad de la naturaleza que sigue el impulso de la determinación, para convertirse en aquello a lo que esta la conduce. En consecuencia, definirá Eunomio al Señor como capaz incluso de disposiciones contrarias, reduciéndolo, por así decirlo, a un rango igual al de los ángeles, por la concepción de la creación. Que escuche por ello Eunomio la gran voz de Pablo, cuando dice: "¿A cuál de los ángeles dijo jamás: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy"? Y cuando trae de nuevo al Primogénito al mundo, dice: "Que le adoren todos los ángeles de Dios". Y de los ángeles dice: "Que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego". Y del Hijo dice: "Tu trono, oh Dios, es por los siglos de los siglos; cetro de justicia es el cetro de tu reino", y todo lo demás que la profecía recita junto con estas palabras al declarar su divinidad. Añade también Pablo de otro salmo las palabras apropiadas: "Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán", con lo cual describe la inmutabilidad y eternidad de su naturaleza. Si, pues, la divinidad del Unigénito es tan superior a la naturaleza angélica como un amo es superior a sus esclavos, ¿cómo hacen éstos común, ya sea con la creación sensible a Aquel que es Señor de la creación, o con la naturaleza de los ángeles a Aquel que es adorado por ellos, al detallar, acerca del modo de su existencia, declaraciones que se aplicarán apropiadamente a las cosas individuales que contemplamos en la creación, así como ya mostramos que el relato dado por la herejía, concerniente al Señor, es estrecha y apropiadamente aplicable a la creación de la tierra?
III
Sobre el término πρωτότοκος,
empleado por el apóstol
Para que los lectores de esta obra no encuentren ninguna ambigüedad que sustente las doctrinas heréticas, conviene añadir a los pasajes que hemos examinado este punto, también de la Sagrada Escritura. Quizás se plantee una pregunta a partir de los mismos escritos apostólicos que citamos: ¿Cómo podría ser llamado "el primogénito de la creación" si no fuera lo que es la creación? Pues todo primogénito es primogénito no de otra especie, sino de la suya propia (como Rubén, teniendo precedencia en cuanto al nacimiento de los que se cuentan después de él, fue el primogénito, un hombre primogénito de los hombres; y muchos otros son llamados primogénitos de los hermanos que se cuentan con ellos). A este respecto, dice Eunomio: "Afirmamos que Aquel que es el primogénito de la creación es de la misma esencia que consideramos la esencia de toda la creación". Ahora bien, si toda la creación es de una sola esencia con el Padre de todo, no negaremos que el primogénito de la creación también lo sea; pero si el Dios de todo difiere en esencia de la creación, debemos afirmar necesariamente que el primogénito de la creación tampoco tiene comunión de esencia con Dios. La estructura de esta objeción no es, en mi opinión, menos imponente en la forma en que la alegamos nosotros que en la forma en que probablemente nos la presentarían nuestros adversarios. Pero lo que debemos saber sobre este punto se expondrá ahora, en la medida de lo posible, con claridad en nuestro discurso. El apóstol usa cuatro veces el término primogénito en todos sus escritos, pero lo menciona en diferentes sentidos y no de la misma manera. Habla del "primogénito de toda la creación", del "primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29) y del "primogénito de entre los muertos" (Col 1,18). En la Carta a los Hebreos, el nombre de primogénito es absoluto, al mencionarse por sí solo, pues dice: "Cuando de nuevo trae al primogénito al mundo, dice: Adórenle todos los ángeles". Como estos pasajes son tan distintos, conviene interpretar cada uno por separado: cómo es el primogénito de la creación, cómo es entre muchos hermanos, cómo es de entre los muertos, y cómo, mencionado por sí mismo, aparte de cada uno de estos, cuando es traído de nuevo al mundo, es adorado por todos sus ángeles. Comencemos, pues, si lo desean, nuestro estudio de los pasajes que tenemos ante nosotros con el último mencionado, cuando Dios "trae de nuevo al mundo al primogénito". La adición "otra vez" muestra, por la fuerza de esta palabra, que este evento no sucede por primera vez, porque usamos esta palabra para la repetición de cosas que ya sucedieron. Él significa, por lo tanto, con la frase, la terrible aparición del Juez al final de los tiempos, cuando "ya no sea visto en la forma de un siervo, sino sentado en gloria sobre el trono de su reino, y adorado por todos los ángeles que están a su alrededor". Por lo tanto, él es quien una vez entró en el mundo, haciéndose el primogénito de entre los muertos, y de sus hermanos, y de toda la creación, cuando viene de nuevo al mundo como "Aquel que juzga al mundo en justicia", como dice la profecía, el nombre del primogénito, que una vez recibió por nosotros; Pero como "al nombre de Jesús toda rodilla se dobla", así también la multitud de los ángeles adora a Aquel que viene bajo nombre de primogénito, en su regocijo por la restauración de los hombres, con la cual, haciéndose primogénito entre nosotros, nos restauró de nuevo a la gracia que teníamos al principio. Porque así como hay gozo entre los ángeles por los que son rescatados del pecado (porque hasta ahora esa creación gime y sufre dolores de parto por la vanidad que nos afecta Rm 8,19-23, considerando nuestra perdición como su propia pérdida), cuando se realice la manifestación de los hijos de Dios que ellos esperan y esperan, y cuando la oveja sea llevada segura a los cien de arriba (y nosotros somos las ovejas que el buen Pastor salvó al hacerse el primogénito), entonces especialmente ofrecerán, en su intensa acción de gracias por nosotros, su adoración a Dios, quien siendo primogénito restauró al que se había extraviado de la casa de su Padre. Ahora que hemos llegado a la comprensión de estas palabras, nadie podría dudar más en cuanto a los demás pasajes, por qué razón él es el primogénito, ya sea de entre los muertos, de la creación o entre muchos hermanos. Todos estos pasajes se refieren al mismo punto, aunque cada uno de ellos establece una concepción especial. Él es "el primogénito de entre los muertos", porque fue el primero que, por sí mismo, "liberó los dolores de la muerte" (Hch 2,24), para que también pudiera hacer del nacimiento de la resurrección un camino para todos los hombres. Una vez más, él llega a ser "el primogénito entre muchos hermanos", quien nace antes que nosotros por el nuevo nacimiento de la regeneración en el agua, para cuyo trabajo el vuelo de la Paloma fue la partera, por lo cual él hace que aquellos que comparten con él en el mismo nacimiento sean sus propios hermanos, y llega a ser "el primogénito de muchos hermanos" que después de él nacen del agua y del Espíritu: y para hablar brevemente, como hay en nosotros tres nacimientos, por los cuales la naturaleza humana es vivificada, uno del cuerpo, otro en el sacramento de la regeneración, otro por esa resurrección de los muertos que esperamos, él es primogénito en los tres: de la doble regeneración que es obrada por dos (por el bautismo y por la resurrección, siendo él mismo el líder en cada uno de ellos; mientras que en la carne él es primogénito) y por haber ideado primero y sólo en su propio caso ese nacimiento desconocido para la naturaleza (que nadie en las muchas generaciones de hombres había originado). Si estos pasajes se han entendido correctamente, tampoco nos resultará desconocido el significado de la creación, de la cual él es primogénito. En efecto, reconocemos una doble creación de nuestra naturaleza (la primera, por la cual fuimos hechos; la segunda, por la cual fuimos hechos de nuevo), pero no habría habido necesidad de la segunda creación si no hubiéramos hecho inútil la primera por nuestra desobediencia. En consecuencia, cuando la primera creación envejeció y desapareció, fue necesario que hubiera una nueva creación en Cristo. Es lo que dice el apóstol, quien afirma que ya no veremos en la segunda creación ningún rastro de lo que envejeció, diciendo: "Habiéndose despojado del viejo hombre con sus obras y sus deseos, revestíos del nuevo hombre, creado según Dios", y: "Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura", y: "Las cosas viejas pasaron, y he aquí todas son hechas nuevas". En el principio y después es uno y lo mismo. Luego "tomó polvo de la tierra y formó al hombre"; de nuevo, tomó polvo de la Virgen, y no sólo formó al hombre, sino que lo formó a su alrededor. En ese momento, "el Verbo se hizo carne", para transformar nuestra carne en espíritu, haciéndose partícipe con nosotros en carne y sangre. De esta nueva creación en Cristo, que él mismo inició, fue llamado el primogénito, siendo "la primicia de todos, tanto de los engendrados a la vida como de los vivificados por la resurrección de entre los muertos, para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos" (Rm 14,9), y santificar toda la masa por medio de sus primicias en sí mismo. Ahora bien, que el carácter de primogénito no se aplica al Hijo con respecto a su existencia pretemporal, el apelativo de Unigénito da testimonio. Pues quien es verdaderamente unigénito no tiene hermanos, pues ¿cómo podría alguien ser unigénito si se cuenta entre los hermanos? Pero como él es llamado Dios y hombre, "Hijo de Dios" e "Hijo del hombre" (porque él tiene la forma de Dios y la forma de un siervo, siendo algunas cosas según su naturaleza suprema, convirtiéndose en otras cosas en su dispensación de amor al hombre) así también, siendo el Dios unigénito, él se convierte en el primogénito de toda la creación entre aquellos que son salvados por la nueva creación, convirtiéndose y siendo llamado el primogénito de la creación. Pero si, como la herejía de Eunomio sostiene, él es llamado primogénito porque fue hecho antes del resto de la creación, el nombre no concuerda con lo que sostienen acerca del Dios unigénito. En efecto, no dice Eunomio que el Hijo y el universo provenían del Padre de la misma manera, sino que afirma que el Dios unigénito "fue creado por el Padre", y que "todo lo demás fue creado por el Unigénito". Por lo tanto, con la misma base con la que, mientras sostienen que el Hijo fue creado, llaman a Dios "Padre del ser creado", con la misma base, mientras afirman que todas las cosas fueron creadas por el Dios unigénito, no le dan el nombre del primogénito de las cosas que fueron hechas por él, pero más propiamente de su Padre, pues la misma relación existente en ambos casos hacia las cosas creadas, lógicamente da lugar al mismo apelativo. Pues si Dios, que está sobre todas las cosas, no es llamado propiamente primogénito, sino el "Padre del ser" que él mismo creó, el Dios unigénito seguramente también será llamado, por el mismo razonamiento, "el Padre", y no propiamente "el Primogénito de sus propias criaturas", de modo que el apelativo de primogénito sería completamente impropio y superfluo, sin lugar en la concepción herética.
IV
Sobre la impasibilidad en la generación del Hijo, y su única relación
con el Padre
Debo volver aquí a recordar a esos herejes que relacionan la pasión con la generación divina, y que por ello niegan que el Señor sea verdaderamente engendrado, para evitar la concepción de la pasión. Afirmar que la pasión está absolutamente ligada a la generación, y que por ello, para que la naturaleza divina perdure en pureza más allá del alcance de la pasión, debemos considerar que el Hijo es ajeno a la idea de la generación, quizá parezca razonable a los ojos de quienes se engañan fácilmente, pero quienes son instruidos en los misterios divinos tienen una respuesta a mano, basada en hechos reconocidos. En efecto, ¿quién ignora que es la generación la que nos devuelve a la vida verdadera y bienaventurada, a diferencia de la que se da por la sangre y la voluntad de la carne, en la que hay flujo y cambio, y crecimiento gradual hacia la perfección, y todo lo demás que observamos en nuestra generación terrenal? Pero se cree que la otra clase proviene de Dios, es celestial y, como dice el evangelio, proviene de lo alto, lo cual excluye las pasiones de la carne y la sangre. Supongo que ambos admiten la existencia de esta generación y no encuentran pasión en ella. Por lo tanto, no toda generación está naturalmente conectada con la pasión, pero la generación material está sujeta a ella, la inmaterial pura a partir de ella. ¿Qué le impulsa entonces a atribuir a la generación incorruptible del Hijo lo que propiamente pertenece a la carne y, ridiculizando la forma inferior de generación con su fisiología indecorosa, a excluir al Hijo de la afinidad con el Padre? Pues si, incluso en nuestro caso, la generación es el comienzo de cualquiera de las dos vidas: la generación que se da a través de la carne, de una vida de pasión, y la que es espiritual, de una vida de pureza (y nadie que se considere cristiano contradiría esta afirmación). Así pues, ¿cómo es admisible considerar la idea de pasión al pensar en la generación en cuanto concierne a la naturaleza incorruptible? Examinemos además este punto, además de los que hemos mencionado. Si no creen en el carácter sin pasión de la generación divina a causa de la pasión que afecta a la carne, que también, por las mismas razones (las que, quiero decir, se encuentran en nosotros mismos), se nieguen a creer que Dios actúa como Creador sin pasión. Pues si juzgan la divinidad comparándola con nuestras propias condiciones, no deben confesar que Dios engendra ni crea; pues ninguna de estas operaciones la ejercemos nosotros sin pasión. Por tanto, que separen de la naturaleza divina tanto la creación como la generación, para que puedan proteger la impasibilidad de Dios en ambos aspectos. Y que, para que el Padre se mantenga a salvo fuera del alcance de la pasión, sin cansarse por la creación ni contaminarse por la generación, rechacen por completo de su doctrina la creencia en el Unigénito. O bien, si están de acuerdo en que una actividad es ejercida por el poder divino sin pasión, que no discutan sobre la otra: pues si él crea sin trabajo ni materia, seguramente también engendra sin trabajo ni flujo. Y aquí, una vez más, encuentro en este argumento el apoyo de Eunomio. Expondré su disparate de forma concisa y breve, resumiendo todo su significado. Respecto que "los hombres no nos crean materiales, sino que sólo con su arte dan forma a la materia", éste es el mejor ejemplo de la gran cantidad de lenguaje sin sentido que utiliza Eunomio. Si, entonces, entendiendo que la concepción y la formación se incluyen en la generación inferior, prohíbe por este motivo la noción pura de generación; en consecuencia, por el mismo razonamiento, dado que la creación terrenal se ocupa de la forma, pero no puede proporcionar materia junto con ella, que nos prohíba también, por este motivo, suponer que el Padre es un Creador. Si, por otro lado, se niega a concebir la creación en el caso de Dios según la medida del poder del hombre, que deje también de difamar la generación divina por las imperfecciones humanas. Pero, para que su precisión y circunspección en el argumento queden más claras, volveré a un pequeño punto de sus afirmaciones. En concreto, afirma Eunomio que "las cosas que son respectivamente activas y pasivas comparten la naturaleza de la otra", y menciona, tras la generación corporal, "la obra del artesano tal como se manifiesta en los materiales". Ahora bien, que el oyente agudo note cómo aquí falla Eunomio en su objetivo adecuado, y divaga entre cualquier afirmación que se le ocurra. En efecto, ve Eunomio en las cosas que surgen por vía de la carne lo activo y lo pasivo concebidos, con la misma esencia (uno impartiendo la esencia, el otro recibiéndola). También sabe separar Eunomio al impartidor y al receptor de la esencia, y decir que cada uno de estos es distinto en sí mismo aparte de la esencia (pues quien recibe o imparte es seguramente otro además de lo que se da o se recibe, de modo que primero debemos concebir a alguien por sí mismo, visto en su propia existencia separada, y luego hablar de él como dando lo que tiene, o recibiendo lo que no tiene). Y cuando ha esbozado este argumento de forma tan ridícula, nuestro sabio amigo Eunomio no se da cuenta de que al siguiente paso se derrumba una vez más. Pues quien mediante su arte forma a su antojo el material que tiene ante sí, sin duda en esta operación actúa. Y la materia, al recibir su forma de la mano de quien ejerce el arte, se ve afectada pasivamente: pues no es permaneciendo inafectada e imperturbable como la materia recibe su forma. Si, entonces, incluso en el caso de las cosas forjadas por el arte, nada puede surgir sin que la pasividad y la acción concurran a producirlo, ¿cómo puede nuestro autor pensar que aquí se atiene a sus propias palabras? Puesto que, al declarar que la comunidad de esencia está implicada en la relación de acción y pasión, parece no sólo atestiguar en cierto sentido la comunidad de esencia en Aquel que es engendrado con Aquel que lo engendró, sino también hacer de toda la creación una sola esencia con su Creador, si, como él dice, lo activo y lo pasivo han de definirse como mutuamente afines respecto a la naturaleza. Así, por los mismos argumentos con los que establece lo que desea, desbarata el objetivo principal de su esfuerzo y asegura la gloria del Hijo coesencial con su propia afirmación. Pues si el hecho del origen de algo muestra que la esencia del generador está en lo generado, y si la fabricación artificial (al ser realizada por medio de la acción y la pasión) reduce tanto lo que hace como lo que es producido a la comunidad de esencia, según su explicación, en muchos lugares de sus propios escritos mantiene Eunomio que el Señor "ha sido engendrado". Así, por los mismos argumentos con los que busca probar que el Señor es ajeno a la esencia del Padre, afirma para él "una conexión íntima". Según la explicación de Eunomio, la separación en esencia no se observa ni en la generación ni en la fabricación, por lo que el Señor es, ya sea creado o un producto de la generación, por ambos nombres por igual, la afinidad de esencia, ya que hace comunidad de naturaleza en activo y pasivo, en generador y generado, una parte de su sistema. Pasemos, sin embargo, al siguiente punto del argumento. Ruego a mis lectores que no se impacienten ante la minuciosidad del análisis, que extiende nuestro argumento más allá de lo que desearíamos, pues no son asuntos comunes los que nos ponen en peligro, por lo que nuestra pérdida sería mínima si pasáramos por alto cualquier punto que requiera mayor atención, sino que es la esencia misma de nuestra esperanza lo que está en juego. La alternativa ante nosotros es si debemos ser cristianos, y no dejarnos llevar por las destructivas artimañas de la herejía, o si debemos dejarnos arrastrar por completo a las concepciones de los judíos o los paganos. Para que no se nos prohíba ninguna de estas cosas, y para que no estemos de acuerdo con la doctrina de los judíos negando al Hijo verdaderamente unigénito, ni nos veamos involucrados en la caída de los idólatras adorando a la criatura, dediquemos un tiempo a la discusión de estos asuntos y expongamos las mismas palabras de Eunomio, que dicen así: "Divididas estas cosas, se podría decir razonablemente que la esencia más propia y primaria, y aquella que solo existe por obra del Padre, admite los apelativos de producto de la generación, producto de la creación y producto de la creación". Un poco más adelante, sigue diciendo Eunomio: "Sólo el Hijo, existiendo por obra del Padre, posee su naturaleza y su relación con Aquel que lo engendró, sin comunidad". Tales son sus palabras. Como hombres que contemplan a sus enemigos enfrascados en una lucha facciosa entre sí, consideremos primero la contienda de nuestros adversarios contra sí mismos, y así procedamos a exponer la verdadera doctrina de la piedad. Sólo el Hijo, dice Eunomio, "existiendo por obra del Padre, posee su naturaleza y su relación con Aquel que lo engendró, sin comunidad". Pero en sus declaraciones anteriores, afirma que no se niega a llamar a Aquel que es engendrado "producto de la generación", pues la propia esencia generada y el apelativo de Hijo hacen apropiada tal relación de palabras. Siendo así evidente la contradicción existente en estos pasajes, me inclino a admirar por su agudeza a quienes alaban esta doctrina. Pues sería difícil decir a cuál de sus afirmaciones podrían recurrir sin encontrarse en desacuerdo con el resto. Su afirmación anterior representaba que "la esencia generada y el apelativo de Hijo hacían apropiada tal relación de palabras". No obstante, su afirmación actual dice lo contrario: que "el Hijo posee su relación con Aquel que lo engendró sin comunidad". Si creen en la primera afirmación, seguramente no aceptarán la segunda, y si se inclinan por esta última, se encontrarán opuestos a la concepción anterior. ¿Quién detendrá el combate? ¿Quién mediará en esta guerra civil entre el propio Eunomio? ¿Quién pondrá de acuerdo esta discordia, cuando el alma misma está dividida contra sí misma por las afirmaciones opuestas y arrastrada de diferentes maneras a doctrinas contrarias? Quizás podamos ver aquí esa oscura profecía que David pronuncia sobre los judíos, los cuales "estaban divididos pero no se compungieron de corazón". Pues he aquí, ni siquiera cuando se dividen entre doctrinas contrarias perciben su discordancia, sino que son arrastrados por los oídos como cántaros, movidos a voluntad de quien los mueve. A Eunomio le complació decir que la esencia generada estaba estrechamente relacionada con el apelativo de Hijo (de inmediato, como hombres dormidos que asienten a sus observaciones). No obstante, Eunomio cambió su afirmación por la contraria, negando la relación del Hijo con Aquel que lo engendró. De nuevo, sus queridos amigos asienten, moviéndose en la dirección que él elige, como las sombras de los cuerpos cambian de forma por imitación espontánea con el movimiento de la figura que avanza, e incluso si se contradice, lo aceptan. Esta es otra forma de la sequía de la que nos habla Homero, que "no transforma los cuerpos de quienes beben su veneno en bestias, sino que actúa sobre sus almas para producir en ellas un cambio a un estado de vacío de razón". De aquellos hombres, el relato cuenta que su mente estaba sana, mientras que su forma se transformó en la de las bestias, mas en el caso de los seguidores de Eunomio, mientras sus cuerpos permanecen en su estado natural, sus almas se transforman en bestias. Y como allí, el relato prodigioso del poeta dice que "quienes bebieron la droga se transformaron en diversas bestias, a placer de quien sedujo su naturaleza", lo mismo sucede ahora también con la copa de Circe. Pues quienes beben el engaño de la brujería del mismo escrito se transforman en diferentes formas de doctrina, ahora en una, ahora en otra. Y mientras tanto, estas personas tan ridículas, según la edición revisada de la fábula, siguen complacidas con quien las conduce a tal absurdo, y se inclinan a recoger las palabras que esparce, como si fueran frutos de cornejo o bellotas, corriendo ávidamente como cerdos hacia las doctrinas que se esparcen por el suelo, incapaces por naturaleza de fijar su mirada en las que son elevadas y celestiales. Por esta razón, no ven los seguidores de Eunomio la tendencia de su argumento hacia posiciones contrarias, sino que se aferran sin examinar lo que se les presenta, y así como dicen que los cuerpos de los hombres atontados por la mandrágora se mantienen en una especie de letargo e inmovilidad, así también se ven afectados los sentidos de las almas de estos hombres, entorpecidos ante la percepción del engaño. Es ciertamente terrible permanecer inconsciente por una astucia oculta, como resultado de algún argumento falaz; sin embargo, cuando es involuntario, la desgracia es excusable; pero verse obligado a probar el mal como resultado de una especie de previsión y un deseo vehemente, sin ignorar lo que sucederá, supera cualquier extremo de la miseria. Seguramente podemos quejarnos al oír que incluso los peces más codiciosos evitan el acero cuando se les acerca sin cebo, y sólo lo sueltan cuando la esperanza de alimento los atrae hacia el cebo. En efecto, donde el mal es evidente, caer por voluntad propia en esta destrucción es algo más lamentable que la locura de los peces, pues estos son llevados por su avaricia a una destrucción que les es oculta, mientras que los demás se tragan con la boca abierta el anzuelo de la impiedad en su desnudez, satisfechos con la destrucción bajo la influencia de alguna pasión irracional. En efecto, ¿qué podría ser más claro que esta contradicción, que decir que la misma Persona fue engendrada y es una cosa creada, y que algo está estrechamente relacionado con el nombre de Hijo, y a su vez, es ajeno al sentido de Hijo?
V
Eunomio niega la idéntica esencia del Padre
y del Hijo
Podría ser útil aquí examinar la declaración de Eunomio en su secuencia ordenada, volviendo al principio de su declaración. Los puntos que he examinado me incitaron claramente a comenzar mi respuesta con el último pasaje, debido a la evidente contradicción que implicaban sus palabras. Esto es, pues, lo que dice Eunomio al principio: "Como estas cosas están así divididas, uno podría decir razonablemente que la esencia más propia y primaria, y aquella que solo existe por la operación del Padre, admite para sí misma los apelativos de producto de generación, producto de fabricación y producto de creación. Primero, entonces, quisiera pedir a quienes asisten a este discurso que tengan presente que en su primera composición dice que la esencia del Padre también es la más propia. Todo el relato de nuestra enseñanza se completa con la esencia suprema y más propia". Como se ve, aquí llama Eunomio a la esencia del Unigénito "la más propia y primaria". Así, reuniendo las frases de Eunomio de cada uno de sus libros, lo consideraremos a él mismo como testigo de la "comunidad de esencia", quien en otro lugar hace una declaración a este efecto, que de las cosas que tienen los mismos apelativos, la naturaleza tampoco es diferente en modo alguno. Nuestro amigo Eunomio, contradictorio, no indicaría cosas que difieren en naturaleza mediante la identidad de denominación, pero sí que la definición de esencia en Padre e Hijo es la misma, una es la más apropiada y la otra también. El uso general de los hombres atestigua nuestro argumento, que no aplica el término más apropiado cuando el nombre no concuerda verdaderamente con la naturaleza. Por ejemplo, llamamos a una semejanza, inexactamente, hombre, pero lo que designamos propiamente con este nombre es el animal que se nos presenta en la naturaleza. De manera similar, el lenguaje de la Escritura reconoce el apelativo dios para un ídolo, para un demonio y para el vientre; pero aquí también el nombre carece de sentido propio; y lo mismo ocurre con todos los demás casos. Se dice que un hombre "comió en la fantasía de un sueño", pero no podemos llamar a esta fantasía comida en el sentido propio del término. En el caso de dos hombres que existen naturalmente, a ambos los llamamos propiamente por igual con el nombre de hombre, aunque quizás podría hablarse de dos hombres, y ya no se atribuiría a ambos el sentido propio de la palabra. En el supuesto de que la naturaleza del Unigénito fuese concebida como algo distinto de la esencia del Padre, Eunomio no habría llamado a cada una de las esencias la más propia, pues ¿cómo podría alguien significar cosas que difieren en naturaleza por la identidad de nombres? Seguramente, la verdad parece ser evidente incluso para quienes luchan contra ella, ya que la falsedad es incapaz (incluso cuando se expresa en las palabras del enemigo) de prevalecer por completo sobre la verdad. De ahí que la doctrina de la ortodoxia sea proclamada por boca de sus oponentes, sin que sepan lo que dicen, como la Pasión salvadora del Señor por nosotros había sido predicha en el caso de Caifás, sin saber lo que decía. Si, por lo tanto, la verdadera propiedad de la esencia es común a ambos (me refiero al Padre y al Hijo), ¿qué lugar hay para decir que sus esencias son mutuamente divergentes? O ¿cómo se contempla en ellos una diferencia por vía de poder superior, grandeza u honor, siendo que la esencia más propia no admite disminución? Pues aquello que es imperfectamente, sea lo que sea, no es lo más propio, ya sea naturaleza, poder, rango o cualquier otro objeto individual de contemplación, de modo que la superioridad de la esencia del Padre, como pretende la herejía, prueba la imperfección de la esencia del Hijo. Si es imperfecto, no es propio, y si es lo más propio también es sin duda perfecto, pues no es posible llamar perfecto a lo deficiente. Pero tampoco es posible, al compararlos, comparar lo perfecto con lo perfecto, percibir ninguna diferencia por exceso o defecto, pues la perfección es una en ambos casos, como en una regla, sin mostrar un vacío por defecto ni una proyección por exceso. A partir de estos pasajes, se puede apreciar suficientemente la defensa de Eunomio a favor de nuestra doctrina. O mejor dicho, no su fervor por nosotros, sino su conflicto consigo mismo, pues vuelve contra sí mismo los artificios con los que establece nuestras doctrinas con sus propios argumentos. No obstante, sigamos una vez más sus escritos palabra por palabra, para que quede claro para todos que sus argumentos no tienen poder para hacer el mal, excepto el deseo de hacer el mal.
VI
Eunomio niega la esencia divina del Hijo, y su papel creador y
hacedor
Escuchemos, pues, lo que dice Eunomio, que viene a decir que "la esencia más propia y primaria, y aquella que sólo existe por obra del Padre, admite por sí misma los apelativos de producto de la generación, producto de la creación y producto de la creación". ¿Quién ignora que lo que separa a la Iglesia de la herejía es este término, "producto de la creación", aplicado al Hijo? En consecuencia, siendo universalmente reconocida la diferencia doctrinal, ¿cuál sería el proceder razonable que tomara quien se esfuerza por demostrar que sus opiniones son más verdaderas que las nuestras? Claramente, establecer su propia afirmación, mostrando, con las pruebas que pudiera, que debemos considerar que el Señor es creado. Omitiendo esto, ¿debería más bien imponer una ley a sus lectores para que hablen de asuntos controvertidos como si fueran hechos reconocidos? Por mi parte, creo que debería optar por el primer camino, y quizás todos los que poseen un mínimo de inteligencia exijan esto a sus oponentes: que, para empezar, establezcan sobre una base incontrovertible el primer principio de su argumento y procedan así a fundamentar su teoría mediante inferencias. Ahora nuestro escritor deja de lado la tarea de establecer la opinión de que deberíamos pensar que él es creado, y pasa a los siguientes pasos, ajustando el proceso inferencial de su argumento a esta suposición no probada, estando justamente en la condición de aquellos hombres cuyas mentes están sumidas en deseos insensatos, con sus pensamientos vagando hacia un reino o hacia algún otro objetivo. No piensan en cómo podría existir ninguna de las cosas en las que depositan sus corazones, sino que organizan y ordenan su buena fortuna a su antojo, como si ya fuera suya, vagando con una especie de placer entre cosas inexistentes. Así también, nuestro astuto autor, de una u otra manera, adormece su renombrada dialéctica, y antes de demostrar el punto en cuestión, cuenta, como a niños, la historia de esta engañosa e inconsecuente locura de su propia doctrina, presentándola como un cuento contado en una fiesta. Pues dice que la esencia que existe por la operación del Padre admite el apelativo de "producto de la generación", "producto de la creación" y "producto de la creación". ¿Qué razonamiento nos demostró que el Hijo existe por alguna operación constructiva, y que la naturaleza del Padre permanece inoperante con respecto a la existencia personal del Hijo? Éste era precisamente el punto en disputa en la controversia: si la esencia del Padre engendró al Hijo, o si lo creó como una de las cosas externas que acompañan a su naturaleza. Ahora bien, dado que la Iglesia, según la enseñanza divina, cree que el Unigénito es verdaderamente Dios, y aborrece la superstición del politeísmo, y por esta causa no admite la diferencia de esencias, para que las divinidades no puedan, por divergencia de esencia, caer bajo la concepción del número (pues esto no es otra cosa que introducir el politeísmo en nuestra vida); dado que la Iglesia enseña esto claramente, que el Unigénito es esencialmente Dios, Dios mismo de la esencia del mismo Dios, ¿cómo debería quien se opone a sus decisiones refutar la opinión preconcebida? ¿No debería hacerlo estableciendo la afirmación contraria, demostrando el punto en disputa a partir de algún principio reconocido? Creo que ninguna persona sensata buscaría otra cosa que esto. Pero Eunomio parte de los puntos en disputa y toma, como si fuera admitido, la materia en controversia como principio para el argumento subsiguiente. Si primero se hubiera demostrado que el Hijo existió mediante alguna operación, ¿qué problema tendríamos con lo que sigue, que diga que la esencia que existe mediante una operación admite por sí misma el nombre de producto de la creación? Pero que los defensores del error nos digan cómo la consecuencia tiene alguna validez, mientras el antecedente permanezca sin establecer. Pues suponiendo que se conceda como hipótesis que el hombre es alado, no habrá lugar a concesiones sobre lo que viene después: pues quien adquiera alas volará de una forma u otra y se elevará por encima de la tierra, surcando el aire con sus alas. Pero tenemos que ver cómo quien no es de naturaleza aérea pudo adquirir alas, y si esta condición no existe, es vano discutir el siguiente punto. Que Eunomio, pues, demuestre esto, para empezar: que es en vano que la Iglesia haya creído que el Hijo unigénito existe verdaderamente, no adoptado por un Padre falsamente llamado así, sino existiendo según la naturaleza, por generación de Aquel que es, no separado de la esencia de Aquel que lo engendró. Mientras su proposición principal permanezca sin probar, es inútil detenerse en las secundarias. Y que nadie me interrumpa diciendo que lo que confesamos también debe confirmarse mediante razonamiento constructivo, pues basta para la prueba de nuestra afirmación de que la tradición nos ha llegado de nuestros padres, transmitida, como una herencia, por sucesión de los apóstoles y los santos que les sucedieron. Quienes, por otro lado, adaptan sus doctrinas a esta novedad, necesitarían el apoyo de abundantes argumentos si quisieran incorporar a sus ideas, no a hombres livianos e inestables, sino a hombres de peso y firmeza. Pero mientras su afirmación se presente sin ser establecida ni probada, ¿quién es tan necio y torpe como para considerar la enseñanza de los evangelistas y apóstoles, y de quienes sucesivamente han brillado como luces en las iglesias, de menor fuerza que este disparate no demostrado? Consideremos con más detalle el ejemplo más notable de la astucia de nuestro autor: cómo, gracias a su vasta habilidad dialéctica, ingeniosamente incorpora a la opinión contraria la más simple. Añade, como añadido al título de "producto de la creación" y al de "producto de la generación", la frase "producto de la generación", afirmando que la esencia del Hijo admite estos nombres; y cree que, mientras arengue como si estuviera en una reunión de borrachos, su picardía al tratar la doctrina no será detectada por nadie. Pues al unir "producto de la generación" con "producto de la creación" y "producto de la creación", cree suprimir sigilosamente la diferencia de significado entre los nombres, uniendo lo que no tiene nada en común. Estas son sus ingeniosas artimañas dialécticas; pero nosotros, simples profanos en argumentación, no negamos que, en cuanto a voz y lengua, somos lo que su discurso nos dice, pero también admitimos que nuestros oídos, como dice el profeta, están preparados para la escucha inteligente. En consecuencia, la conjunción de nombres que no tienen nada en común no nos lleva a confundir lo que significan. Pero incluso si el gran apóstol menciona juntos madera, heno, hojarasca, oro, plata y piedras preciosas (1Cor 3,12), calculamos sumariamente la cantidad de cosas que menciona, y sin embargo, no dejamos de reconocer por separado la naturaleza de cada una de las sustancias nombradas. Así también aquí, cuando se nombran juntos "producto de generación" y "producto de creación", pasamos de los sonidos al sentido, y no percibimos el mismo significado en cada uno de los nombres, pues "producto de creación" significa una cosa y "producto de generación" significa otra. De modo que, incluso si intenta mezclar lo que no se mezcla, el oyente inteligente escuchará con discernimiento y señalará que es imposible que una sola naturaleza admita para sí misma la denominación de producto de generación y de producto de creación. Pues, si una de estas fuera verdadera, la otra sería necesariamente falsa, de modo que, si la cosa fuera producto de la creación, no sería producto de la generación, y a la inversa, si se la llamara "producto de la generación" estaría alienada del título de "producto de la creación". Sin embargo, Eunomio nos dice que la esencia del Hijo ¡admite para sí las denominaciones de "producto de generación", "producto de fabricación" y "producto de creación"! ¿Acaso, con lo que aún queda, refuerza en algo esta afirmación suya, descabezada y sin fundamento, en la que, en su etapa inicial, no se estableció nada con fuerza respecto al punto que intenta establecer? ¿O acaso el resto se aferra también a la misma locura, sin basar su fuerza en el apoyo que obtiene de los argumentos, sino exponiendo su exposición de la blasfemia con detalles vagos, como el relato de sueños? En efecto, habla Eunomio de "generación sin intervención, preservando indivisible su relación con su generador, hacedor y creador". Si dejamos de lado la ausencia de intervención y de división, y examinamos el significado de las palabras tal como se presentan individualmente, descubriremos que su absurda enseñanza llega por doquier a los oídos de aquellos a quienes engaña, sin que ningún argumento la corrobore. "Generador, hacedor y creador", dice Eunomio. Estos nombres, aunque parecen ser tres, solo incluyen el sentido de dos conceptos, ya que dos de las palabras tienen un significado equivalente. Pues hacer es lo mismo que crear, pero la generación es algo distinto de lo mencionado. Ahora bien, dado que el resultado del significado de las palabras es dividir la comprensión ordinaria de los hombres en diferentes ideas, ¿qué argumento nos demuestra que hacer es lo mismo que generar, para que podamos acomodar la esencia única a esta diferencia de términos? Pues mientras se mantenga el significado ordinario de las palabras, y no se encuentre ningún argumento que transfiera el sentido de los términos a un significado opuesto, no es posible que una naturaleza se divida entre la concepción de "producto de hacer" y la de "producto de generar". Dado que cada uno de estos términos, usado por sí mismo, tiene un significado propio, también debemos suponer que la conjunción relativa en la que se encuentran es apropiada y pertinente a los términos. Pues todos los demás términos relativos tienen su conexión, no con lo extraño y heterogéneo, sino que, incluso si se suprime el término correlativo, oímos espontáneamente, junto con la palabra primaria, aquello que está vinculado a ella, como en el caso de creador, esclavo, amigo o hijo. Pues todos los nombres que se consideran relativos a otro nos presentan, al mencionarlos, su propia y estrecha relación con lo que declaran, mientras que evitan toda mezcla de lo heterogéneo. Pues ni el nombre de hacedor se vincula con la palabra hijo, ni el término esclavo se refiere al término hacedor, ni amigo nos presenta a un esclavo, ni Hijo a un amo, pero reconocemos clara y distintamente la conexión de cada uno de estos con su correlativo, concibiendo con la palabra amigo otro amigo, con esclavo un amo, con hacedor una obra, con hijo un padre. De igual manera, "producto de la generación" tiene su propio sentido relativo. Con el "producto de la generación", sin duda, se vincula el generador, y con el "producto de la creación" se vincula el creado. Ciertamente, si no queremos que la sustitución de nombres introduzca confusión, debemos conservar para cada uno de los términos relativos lo que propiamente connota. Ahora bien, siendo evidente la tendencia del significado de estas palabras, ¿cómo es posible que quien presenta su doctrina con la ayuda de un sistema lógico no perciba en estos nombres su sentido relativo propio? Cree Eunomio, en cambio, vincular el "producto de la generación" con el Hacedor, y el "producto de la creación" con el Generador, al afirmar que "la esencia del Hijo admite por sí misma los apelativos de producto de la generación, producto de la creación y producto de la creación, y conserva indivisible su relación con su generador, hacedor y creador". Pues es contrario a la naturaleza que una misma cosa se divida en diferentes relaciones. Pero el Hijo se relaciona propiamente con el Padre, y lo engendrado con quien lo engendró, mientras que el "producto de la creación" se relaciona con su hacedor; salvo que se considere algún uso inexacto, en alguna forma indistinta del lenguaje común, que invalide el significado estricto. ¿Con qué razonamiento, pues, y con qué argumentos, según su invencible lógica, conquista la opinión de la masa de los hombres y sigue a su antojo esta línea de pensamiento, según la cual, así como el Dios que está sobre todas las cosas es concebido y mencionado a la vez como Creador y como Padre, el Hijo tiene una estrecha conexión con ambos títulos, siendo llamado igualmente "producto de la creación" y "producto de la generación"? Pues como la corrección habitual del habla distingue entre nombres de esta clase, y aplica el término generación en el caso de las cosas generadas de la esencia misma, y entiende el de creación de aquellas cosas que son externas a la naturaleza de su hacedor, y como por esta razón las doctrinas divinas, al transmitir el conocimiento de Dios, nos han entregado los nombres de Padre e Hijo, no los de creador y obra, para que no surgiera ningún error que tendiera a la blasfemia (como podría suceder si una denominación de esta última clase repeliera al Hijo a la posición de un extraño y extraño), y para que no encontraran entrada las doctrinas impías que separan al Unigénito de la afinidad esencial con el Padre. Viendo todo esto, digo, quien declara que la denominación de "producto de la creación" es propia del Hijo, dirá con seguridad por consecuencia que el nombre de Hijo es propiamente aplicable a lo que es "producto de la creación". De modo que, si el Hijo es "producto de la creación", el cielo se llama Hijo, y las cosas individuales que han sido creadas son, según nuestro autor, apropiadamente nombradas con el apelativo de Hijo. Si Cristo tuviera este nombre, no porque comparta la naturaleza con Aquel que lo engendró, sino que se le llama Hijo por esta razón (por ser creado), el mismo argumento permitirá que un cordero, un perro, una rana y todas las cosas que existen por voluntad de su creador, deban ser nombradas con el título de Hijo. Si, por otro lado, cada uno de estos no es Hijo ni se le llama Dios, por ser externo a la naturaleza del Hijo, se sigue, sin duda, que Aquel que es verdaderamente Hijo es Hijo, y se confiesa Dios por ser de la misma naturaleza de Aquel que lo engendró. Pero Eunomio aborrece la idea de la generación, y la excluye de la doctrina divina, calumniando el término por sus especulaciones carnales. Mi discurso, en lo que antecede, demostró suficientemente sobre este punto que, como dice el salmista, temen donde no hay temor. También demostró, en el caso de los hombres, que no toda generación existe por vía de la pasión, sino que lo material es por pasión, mientras que lo espiritual es puro e incorruptible (pues lo engendrado por el Espíritu es espíritu y no carne, y en el espíritu no vemos ninguna condición sujeta a la pasión). Todo esto lo tuve que demostrar, pues Eunomio creyó necesario estimar el poder divino mediante ejemplos entre nosotros. Lo hice para que Eunomio se convenza a sí mismo de concebir, a partir del otro modo de generación, el carácter desapasionado de la generación divina. Además, al mezclar estos tres nombres, dos de los cuales son equivalentes, cree Eunomio que sus lectores, debido a la comunidad de sentido en las dos frases, concluirán precipitadamente que el tercero también es equivalente. Pues, dado que las denominaciones de "producto de la creación" y "producto de la creación" indican que la cosa hecha es externa a la naturaleza del hacedor, añade a estas la frase "producto de la generación", para que también pueda interpretarse junto con las mencionadas. Pero este tipo de argumento se califica de fraude, falsedad e imposición, no de demostración meditada y hábil, pues sólo se llama demostración aquello que separa lo desconocido de lo reconocido. Además, razonar fraudulenta y falazmente, ocultar el propio reproche y confundir con engaños superficiales el entendimiento de los hombres, como dice el apóstol respecto de las mentes corruptas (2Tm 3,8), ninguna persona sensata lo llamaría demostración hábil. Procedamos, sin embargo, a lo que sigue en orden. Dice Eunomio que "la generación de la esencia es sin intervención, y preserva indivisiblemente su relación con su generador, hacedor y creador". Pues bien, si hubiera hablado del carácter inmediato e indivisible de la esencia, y hubiera detenido su discurso allí, no se habría desviado de la visión ortodoxa, puesto que también nosotros confesamos la estrecha conexión y relación del Hijo con el Padre, de modo que no hay nada intercalado entre ellos que intervenga en la conexión del Hijo con el Padre, ninguna concepción de intervalo, ni siquiera ese diminuto e indivisible, que, cuando el tiempo se divide en pasado, presente y futuro, se concibe indivisiblemente por sí mismo como el presente, ya que no puede considerarse como parte ni del pasado ni del futuro, por ser completamente sin dimensiones e indivisible, e inobservable, sea cual sea el lado al que se añada. Aquello, pues, que es perfectamente inmediato, no admite, decimos, tal intervención; Pues aquello que está separado por cualquier intervalo dejaría de ser inmediato. Si, por lo tanto, nuestro autor, al decir que "la generación del Hijo es sin intervención", excluyó todas estas ideas, entonces estableció la doctrina ortodoxa de la conjunción de Aquel que está con el Padre. Sin embargo, cuando, como en un arrepentimiento, procedió inmediatamente a añadir que "la esencia conserva su relación con su generador, hacedor y creador", contaminó su primera afirmación con la segunda, arrojando su blasfema declaración sobre la doctrina pura. Pues está claro que también allí su "sin intervención" no tiene intención ortodoxa, sino que, como se podría decir que el martillo media entre el herrero y el clavo, pero su propia fabricación es sin intervención, porque, cuando el artesano aún no había descubierto las herramientas, el martillo surgió primero de las manos del artesano mediante algún proceso inventivo, no mediante ninguna otra herramienta, y así se hicieron las demás. Así que la frase "sin intervención" indica que ésta también es la concepción de nuestro autor respecto al Unigénito. Aquí Eunomio no es el único en su error respecto a la enormidad de su doctrina, sino que también se puede encontrar un paralelo en las obras de Teognosto, quien dice que "Dios, queriendo crear este universo, primero trajo al Hijo a la existencia como estándar de la creación", sin percibir que en su afirmación está implícito este absurdo: que lo que existe, no por sí mismo, sino por algo más, es sin duda de menor valor que aquello por lo que existe (pues así como proporcionamos un apero de labranza para vivir, el arado no se considera tan valioso como la vida". Así, si el Señor también existe por causa del mundo, y no todas las cosas por causa de él, todas las cosas por las que dicen que existe serían más valiosas que el Señor. Esto es lo que establece aquí Eunomio con su argumento, al insistir en que el Hijo tiene su relación con su Creador y Hacedor, sin intervención.
VII
Eunomio intenta conciliar sus términos, pero para engañar a sus
lectores
En el resto del pasaje Eunomio se muestra conciliador, y afirma que "la esencia no se compara con ninguna de las cosas que fueron creadas por ella y después de ella". Tales son los dones que los enemigos de la verdad ofrecen al Señor, con lo cual su blasfemia se hace más manifiesta. Y si no, ¿qué más hay de todas las cosas de la creación que Eunomio admita comparación con algo diferente, dado que la naturaleza característica que aparece en cada una rechaza rotundamente la comunión con cosas de otra clase? El cielo no admite comparación con la tierra, ni esta con las estrellas, ni las estrellas con los mares, ni el agua con la piedra, ni los animales con los árboles, ni los animales terrestres con las criaturas aladas, ni los cuadrúpedos con los que nadan, ni lo irracional con las criaturas racionales. De hecho, ¿por qué detenerse en ejemplos individuales, demostrando que podemos decir de cada cosa que contemplamos en la creación, precisamente lo que fue arrojado al Unigénito, como si fuera algo especial, que él no admite comparación con ninguna de las cosas que han sido producidas después de él y por él? Pues está claro que todo lo que concibe Eunomio por sí mismo es incapaz de comparación con el universo y con las cosas individuales que lo componen; y esto es, lo que puede decirse con verdad de cualquier criatura que se quiera, lo que los enemigos de la verdad asignan al Dios unigénito como adecuado y suficiente para su honor y gloria. Y una vez más, juntando frases del mismo tipo en el resto del pasaje, Eunomio lo dignifica con sus honores vanos, llamándolo Señor y Unigénito. Para que no se transmita ningún significado ortodoxo a sus lectores con estos nombres, rápidamente mezcla Eunomio la blasfemia con el más notable de ellos. Su frase dice así: "Como la esencia generada no deja espacio para la comunidad con nada más (pues es unigénita), ni la operación del Creador se contempla como común". ¡Oh maravillosa insolencia! Como si dirigiera su arenga a bestias o seres insensatos sin entendimiento, tergiversa Eunomio su propio argumento a su antojo. O mejor dicho, sufre como los ciegos, pues ellos también se comportan a menudo de forma indecorosa ante los ojos de quienes ven, suponiendo, porque ellos mismos no pueden ver, que también son invisibles. En efecto, ¿qué clase de hombre es aquel que no ve la contradicción en sus palabras? Porque, según Eunomio, "se genera en la esencia". Con ello, Eunomio no deja espacio para la comunidad de otras cosas, pues es Unigénito; y luego, al pronunciar estas palabras, como si no viera o no creyera ser visto, añade cosas que no tienen nada en común con ellas, vinculando la obra del Creador con la esencia del Unigénito. Lo generado es correlativo al generador, y el Unigénito, por consiguiente, al Padre; y quien mira a la verdad contempla, en coordinación con el Hijo, no la obra del Creador, sino la naturaleza de Aquel que lo engendró. Pero él, como si hablara de plantas o semillas, o de alguna otra cosa en el orden de la creación, coloca la obra del Creador junto a la existencia del Unigénito. Si una piedra, un palo o algo similar fuera objeto de consideración, sería lógico presuponer la obra del Creador. Pero si el Dios unigénito es reconocido, incluso por sus adversarios, como Hijo y que existe por generación, ¿cómo le corresponden las mismas palabras que a las partes más bajas de la creación? ¿Cómo creen piadoso decir del Señor lo mismo que puede decirse con verdad de una hormiga o un mosquito? Pues si alguien comprendiera la naturaleza de una hormiga y sus vínculos peculiares con otros seres vivos, no estaría equivocado al decir que la obra de su creador no se considera común a las demás cosas. Lo que, por lo tanto, se afirma de cosas como estas, también se predica del Unigénito. Y así como se dice que los cazadores interceptan el paso de sus presas con agujeros, y ocultan su designio cubriendo las bocas de los agujeros con algún material frágil e insustancial, para que el hoyo parezca nivelado con el suelo circundante, así la herejía urde algo similar contra los hombres, cubriendo el agujero de su impiedad con estos nombres de bella sonoridad y piadosos, como si fuera un tejado plano. De modo que quienes son poco inteligentes, pensando que la predicación de estos hombres es lo mismo que la verdadera fe, debido a la concordancia de sus palabras, se apresuran hacia el mero nombre del Hijo y del Unigénito, y se hunden en el vacío del agujero, ya que el significado de estos títulos no soporta el peso de su pisada, sino que los hace caer en la trampa de la negación de Cristo. Por eso habla Eunomio de lo generado, y de "esencia que no deja espacio para la comunidad", y la llama Unigénito. Estas son las tapaderas del hoyo. Pero cuando alguien se detiene antes de caer en el abismo y extiende la prueba del argumento, como una mano, sobre su discurso, ve la peligrosa caída de la idolatría que yace bajo la doctrina. Porque cuando se acerca, como a Dios y al Hijo de Dios, encuentra una criatura de Dios dispuesta para su adoración. Por eso proclaman por todas partes el nombre del Unigénito, para que la destrucción sea fácilmente aceptada por las víctimas de su engaño, como si alguien mezclara veneno en pan y diera un saludo mortal a quienes pidieron comida, quienes no habrían estado dispuestos a tomar el veneno solo, de no haber sido seducidos por lo que vieron. Así, tiene una mirada aguda sobre el objeto de sus esfuerzos, al menos en lo que respecta a su propia opinión. Pues si hubiera rechazado por completo el nombre del Hijo en su enseñanza, su falsedad no habría sido aceptable para los hombres, cuando su negación se declaró abiertamente en una proclamación definitiva; pero ahora, dejando solo el nombre y cambiando su significado para expresar la creación, de inmediato establece su idolatría y oculta fraudulentamente su reproche. Pero como se nos ordena no honrar a Dios con los labios, y la piedad no se prueba con el sonido de una palabra, sino que el Hijo debe ser primero objeto de creencia en el corazón para justicia, y luego ser confesado con la boca para salvación, y quienes dicen en su corazón que él no es Dios, aunque con la boca lo confiesen como Señor, se corrompen y se vuelven abominables (como dice el profeta). Por esta razón, digo, debemos observar la mente de quienes presentan, en verdad, las palabras de la fe, y no dejarnos seducir por su sonido. Si, pues, quien habla del Hijo no se refiere con esa palabra a una criatura, está de nuestro lado y no del enemigo; pero si alguien aplica el nombre de Hijo a la creación, debe ser clasificado entre los idólatras. Pues ellos también dieron el nombre dios a Dagón, Bel y el dragón, pero no por ello adoraron a Dios (pues la madera, el bronce y el monstruo no eran Dios).
VIII
Sobre la relación del Padre e Hijo, nunca variable en esencia ni armonía
¿Qué necesidad hay de seguir revelando el engaño oculto de Eunomio, y sus conjeturas, y su intención? Sobre todo, porque este hereje expone su blasfemia al desnudo, sin ocultar sus absurdos, de forma desenfrenada y diciendo, entre otras cosas: "Nosotros, por nuestra parte, como no encontramos nada más aparte de la esencia del Hijo que admita la generación, opinamos que debemos asignar los apelativos a la esencia misma, o de lo contrario hablaríamos de Hijo y engendrado sin ningún propósito, y como una mera cuestión verbal, si realmente queremos separarlos de la esencia; partiendo de estos nombres, también sostenemos con confianza que las esencias varían entre sí". No hay necesidad, me imagino, de que el absurdo aquí establecido sea refutado por argumentos de nuestra parte. La mera lectura de lo que ha escrito es suficiente para poner en la picota su blasfemia. Pero examinémoslo así. Eunomio dice que "las esencias del Padre y del Hijo son variantes". ¿Qué se entiende por variante? Examinemos primero la fuerza del término tal como se aplica por sí mismo, para que mediante la interpretación de la palabra se revele más claramente su carácter blasfemo. El término varianza se usa, en el sentido inexacto sancionado por la costumbre, de los cuerpos, cuando, por parálisis o cualquier otra enfermedad, algún miembro se pervierte de su coordinación natural. Porque hablamos, comparando el estado de sufrimiento con el de salud, de la condición de alguien que ha sido sometido a un cambio para peor, como si fuera una variación de su salud habitual. Y en el caso de quienes difieren en virtud y vicio, comparando la vida licenciosa con la de pureza y templanza, o la vida injusta con la de justicia, o la vida apasionada, belicosa y pródiga en ira, con la que es apacible y pacífica (y en general, todo lo que se reprocha vicio, en comparación con lo que es más excelente, se dice que muestra discrepancia, porque las marcas observadas en ambos (en lo bueno y en lo inferior) no concuerdan mutuamente. Además, decimos que discrepan aquellas cualidades observadas en los elementos que se oponen mutuamente como contrarios, teniendo un poder recíprocamente destructivo, como el calor y el frío, o la sequedad y la humedad, o en general, cualquier cosa que se oponga a otra como un contrario; y la ausencia de unión en estos la expresamos con el término variación; y en general, todo lo que está en desacuerdo con otro en sus características observadas se dice que discrepa con él, como la salud con la enfermedad, la vida con la muerte, la guerra con la paz, la virtud con el vicio, y todos los casos similares. Ahora que hemos analizado estas expresiones, consideremos también, con respecto a nuestro autor, en qué sentido dice que "las esencias del Padre y del Hijo varían entre sí". ¿Qué quiere decir con esto? ¿Se refiere a que el Padre es conforme a la naturaleza, mientras que el Hijo varía de esa naturaleza? ¿O expresa con esta palabra la perversión de la virtud, separando lo malo de lo más excelente mediante el nombre de variación, de modo que una esencia es buena y la otra, contraria? ¿O afirma que una esencia divina también varía de otra, a la manera de la oposición de los elementos? O como la guerra se opone a la paz y la vida a la muerte, ¿percibe también en las esencias el conflicto que existe entre todas esas cosas, de modo que no pueden unirse entre sí, porque la mezcla de contrarios ejerce sobre las cosas mezcladas una fuerza consumidora, como dice la sabiduría de Proverbios sobre tal doctrina, que "el agua y el fuego nunca dicen es suficiente", expresando enigmáticamente la naturaleza de los contrarios de igual fuerza y equilibrio, y su mutua destrucción? ¿O no es en ninguna de estas formas que ve variación en las esencias? Que nos diga, entonces, qué concibe además de esto. No podría decir, supongo, ni siquiera si repitiera su frase habitual Eunomio (que "el Hijo es diferente de Aquel que lo engendró"), pues con ello se muestra aún más claramente el absurdo de sus afirmaciones. Pues ¿qué relación mutua está tan estrecha y concordantemente injertada y encajada como ese significado de relación con el Padre expresado por la palabra Hijo? Y una prueba de esto es que, incluso si no se pronuncian ambos nombres, lo que se omite se connota por el que se pronuncia, tan estrechamente está uno implícito en el otro y es concordante con él (y ambos se disciernen de tal manera en el uno que uno no puede concebirse sin el otro). Ahora bien, lo que está en desacuerdo se concibe y se llama así, sin duda, en oposición a lo que está en armonía, como la plomada está en armonía con la línea recta, mientras que lo que está torcido, cuando se coloca junto a lo que es recto, no armoniza con ella. Los músicos también suelen llamar armonía a la concordancia de las notas, y a lo que está desafinado y es discordante inarmónico. Hablar de cosas como en desacuerdo, entonces, es lo mismo que hablar de ellas como desarmonizadas. Si, por lo tanto, la naturaleza del Dios unigénito está en si discrepante (por usar la frase herética) con la esencia del Padre, seguramente no está en armonía con ella, y no puede haber inarmonía donde no hay posibilidad de armonía. Este caso es similar a aquel en que, siendo la figura en la cera y en el grisáceo del sello una misma, la cera estampada por el sello, al ajustarse de nuevo a este, hace que la impresión sobre sí misma concuerde con la que la rodea, rellenando los huecos y acomodando las proyecciones del grabado con sus propios patrones. Pero si se ajusta un patrón extraño y diferente al grabado del sello, este hace que su propia forma sea tosca y confusa, al borrar su figura sobre una superficie grabada que no le corresponde. Pero Aquel que "es en forma de Dios" (Flp 2,6) no ha sido formado por ninguna impresión diferente de la del Padre, ya que es "la imagen expresa de la persona del Padre" (Hb 1,3), mientras que la forma de Dios es seguramente lo mismo que su esencia. Pues así como, "habiendo sido hecho en forma de siervo" (Flp 2,7), fue formado en esencia de siervo, no tomando sobre sí meramente la forma, aparte de la esencia, sino que la esencia está implicada en el sentido de forma, así, ciertamente, quien dice que él "es en forma de Dios", significó esencia por forma. Si, por lo tanto, él "es en forma de Dios", y estando en el Padre "está sellado con la gloria del Padre" (como declara el evangelio, que dice: "A él Dios el Padre lo ha sellado, por lo cual también el que me ha visto a mí, ha visto al Padre"), entonces la imagen de bondad y el resplandor de la gloria, y todos los demás títulos similares, testifican que la esencia del Hijo no está en desacuerdo con el Padre. Así, por el texto citado se muestra el carácter insustancial de la blasfemia de los adversarios. Porque si las cosas en desacuerdo no están en armonía, y Aquel que está sellado por el Padre y muestra al Padre en sí mismo, estando en el Padre y teniendo al Padre en sí mismo, muestra en todos los puntos Su estrecha relación y armonía, entonces la absurdidad de los puntos de vista opuestos queda aquí demostrada de forma abrumadora. Se demostró que la varianza no era armoniosa, así que, a la inversa, se confiesa sin lugar a dudas que lo armonioso no lo es. Pues así como lo que discrepa no es armonioso, lo armonioso no discrepa. Además, quien dice que la naturaleza del Unigénito discrepa de la buena esencia del Padre, claramente se refiere a la variación del bien mismo. En cuanto a qué es lo que discrepa Eunomio del bien, ¡oh, ingenuos, comprended su astucia!
IX
Sobre las diferencias entre esencia y generación, confundidas por Eunomio
y ya explicadas por Basilio de Cesarea
Pasaré por alto estos asuntos de Eunomio, ya que el absurdo involucrado es evidente. No obstante, examinemos lo que precede, porque Eunomio dice que "no se encuentra nada más, además de la esencia del Hijo, que admita la generación". ¿Qué quiere decir con esto? Esto mismo: que distingue dos nombres entre sí y, separando mediante su discurso las cosas significadas por ellos, establece cada uno de ellos individualmente aparte por sí mismo. La generación es un nombre, y la esencia es otro. En concreto, dice Eunomio que "la esencia admite la generación, pero como algo distinto de la generación", porque si la generación fuera la esencia (que es precisamente lo que él declara constantemente), de modo que las dos denominaciones sean equivalentes en sentido, no habría dicho que la esencia admite la generación (porque eso equivaldría a decir que la esencia admite la esencia, o la generación fuera lo mismo que la esencia). Eunomio entiende, entonces, que la generación es una cosa, y la esencia otra que admite la generación (pues lo que se toma no puede ser lo mismo que lo que lo admite). Bien, esto es lo que dice la sabia y sistemática afirmación de Eunomio: pero en cuanto a si sus palabras tienen algún sentido, que lo considere quien sea experto en juzgar. Retomaré sus palabras textuales. En efecto, dice Eunomio que "no encuentra nada más aparte de la esencia del Hijo que admita la generación". Que sus palabras carecen de sentido, es evidente para cualquiera que escuche su declaración. La tarea que queda por delante parece ser sacar a la luz la blasfemia que intenta construir con estas palabras sin sentido. Lo que Eunomio desea, aunque no pueda lograr su propósito, es inculcar en sus oyentes, mediante esta falta de expresión, la noción de que la esencia del Hijo es el resultado de la construcción. Para ello, llama a su construcción generación, adornando su horrible blasfemia con la frase más justa: que "si construcción es el significado que transmite la palabra generación, la idea de la creación del Señor puede recibir un asentimiento inmediato". Dice, entonces, que "la esencia admite la generación", de modo que toda construcción puede considerarse, por así decirlo, en algún contexto. Pues nadie diría que se construye aquello que no tiene existencia, extendiendo así la creación en su discurso, como si se tratara de una fábrica, a la naturaleza del Dios unigénito. Si Eunomio, entonces, admite esta generación (queriendo transmitir un significado como éste), no habría existido de no haber sido construida. Pero ¿qué otra cosa hay entre las cosas que contemplamos en la creación que no sea hecha? El cielo, la tierra, el aire, el mar, todo lo que sea, sin duda existe al ser hecho. ¿Cómo, entonces, es que consideró una peculiaridad en la naturaleza del Unigénito que admita la generación (pues este es su nombre para la creación) en su esencia real, como si el abejorro o el mosquito no admitieran la generación en sí mismos, sino en algo más aparte de sí mismos? Por lo tanto, sus propios escritos reconocen que, en ellos, la esencia del Unigénito se equipara con las partes más pequeñas de la creación; y toda prueba con la que intenta establecer la alienación del Hijo del Padre tiene la misma fuerza también en el caso de cosas individuales. ¿Qué necesidad tiene, entonces, de esta variada agudeza para establecer la diversidad de la naturaleza, cuando debería haber optado por el atajo de la negación, declarando abiertamente que no se debe confesar el nombre del Hijo, ni predicar al Dios unigénito en las iglesias, sino que debemos estimar el culto judío como superior a la fe cristiana, y si bien confesamos al Padre como único creador y hacedor del mundo, reducir todo lo demás al nombre y concepto de la creación, y entre estos, hablar de la obra que precedió a las demás como algo hecho, surgido mediante alguna operación constructiva, y otorgarle el título de "primer creado", en lugar de Unigénito e Hijo mismo de Dios. Pues cuando estas opiniones se impongan, será muy fácil concluir doctrinas que concuerden con el objetivo que persiguen, cuando todos se guíen, como cabría esperar de tal principio, a la conclusión de que es imposible que Aquel que no es engendrado ni Hijo, sino que "existe mediante alguna energía", comparta en esencia con Dios. Sin embargo, mientras prevalezcan las declaraciones del evangelio, por las cuales se le proclama Hijo del Padre y Unigénito de Dios. Eunomio dirá disparates en vano, extraviándose a sí mismo y a sus seguidores con semejante palabrería. Pues si bien el título de Hijo proclama la verdadera relación con el Padre, quien es tan necio que, mientras Juan, Pablo y el resto del coro de los santos proclaman estas palabras (palabras de verdad que señalan la estrecha afinidad), no las considera, sino que, guiado por el vano parloteo de los sofismas de Eunomio, cree que Eunomio es un guía más veraz que la enseñanza de quienes, por el Espíritu, hablan misterios (1Cor 14,2), y llevan a Cristo en sí mismos. ¿Quién es este Eunomio? ¿De dónde fue erigido para ser guía de los cristianos? Pasemos por alto todo esto, y que nuestra sinceridad ante lo que nos espera calme nuestro corazón, henchido de celos por la fe contra los blasfemos, pues ¿cómo es posible no dejarse llevar por la ira y el odio, mientras nuestro Dios, Señor, dador de vida y salvador, es insultado por estos miserables? Si hubiera injuriado a mi padre según la carne, o hubiera estado enemistado con mi benefactor, ¿habría sido posible soportar sin emoción su ira contra mis seres queridos? Y si el Señor de mi alma, quien le dio el ser cuando no lo era, y la redimió cuando estaba en esclavitud, y me dio a gustar esta vida presente, y preparó para mí la vida venidera, quien nos llama a un reino, y nos da sus mandamientos para que podamos escapar de la condenación del infierno. Estas son cosas pequeñas de las que hablo, y no son dignas de expresar la grandeza de nuestro Señor común (Aquel que es adorado por toda la creación, por las cosas en el cielo, y las cosas en la tierra, y las cosas debajo de la tierra, por quien están las innumerables miríadas de ministros celestiales, a quien se vuelve todo lo que está bajo gobierno aquí, y que tiene el deseo del bien), si él está expuesto a la injuria de los hombres (para quienes no es suficiente asociarse con el partido de los apóstatas, sino que consideran pérdida no arrastrar a otros con sus garabatos al mismo abismo con ellos mismos, para que a los que vengan después no les falte una mano que los conduzca a la destrucción. En efecto, ¿hay alguien que nos culpe por nuestra ira contra estos hombres? Pero volvamos a la secuencia de su discurso. A continuación, procede Eunomio una vez más a calumniarnos por deshonrar la generación del Hijo por similitudes humanas, y menciona lo que fue escrito sobre estos puntos por nuestro padre Basilio, donde dice que "si bien con la palabra Hijo se significan dos cosas (el ser formado por la pasión y la verdadera relación con el engendrador), no admite en los discursos sobre cosas divinas el primer sentido (que es indecoroso y carnal), y en la medida en que el segundo tiende a dar testimonio de la gloria del Unigénito, sólo éste encuentra un lugar en las doctrinas sublimes". ¿Quién, entonces, deshonra la generación del Hijo por nociones humanas, Basilio o Eunomio? ¿Aquel que aleja de la generación divina lo que pertenece a la pasión y al hombre, y une al Hijo impasiblemente a Aquel que lo engendró? ¿O éste que coloca a Aquel que trajo todas las cosas a la existencia en un nivel común con la creación inferior? Sin embargo, tal idea, como parece (la de asociar al Hijo en la majestad del Padre) esta nueva sabiduría parece considerarla deshonrosa, mientras considera grande y sublime el acto de rebajarlo a la igualdad con la creación que está en esclavitud con nosotros. ¡Quejas vacías! Basilio es calumniado por honrar al Hijo como se honra al Padre, y Eunomio es el campeón del Unigénito por separar al Hijo de la buena naturaleza del Padre. Pablo también incurrió en un reproche similar por los atenienses, siendo acusado por ellos de predicador de dioses extraños (Hch 17,18), cuando reprendía el deambular entre sus dioses de aquellos que estaban locos en su idolatría, y los guiaba a la verdad, predicando la resurrección por el Hijo. Estas acusaciones ahora son presentadas contra el seguidor de Pablo por los nuevos estoicos y epicúreos, quienes no dedican su tiempo a otra cosa, como dice la historia de los atenienses, sino a decir o escuchar algo nuevo (Hch 17,21). En efecto, ¿qué podría encontrarse más nuevo que esto de Eunomio: un Hijo de una energía, un Padre de una criatura, un Dios nuevo surgido de la nada, y bueno en desacuerdo con el bien? Esto es lo que dicen esos herejes que profesan honrarlo con el debido honor, diciendo que él no es lo que la naturaleza de Aquel que lo engendró es. ¿No se avergüenza Eunomio de la apariencia de tal honor?¿Si alguien dijera que él mismo no es afín a su padre, sino que tiene comunión con algo de otra naturaleza? Si quien pone al Señor de la creación en comunión con ella declara que lo honra al hacerlo, que también sea honrado al tener comunión con lo bruto e insensible; pero si considera que la comunión con una naturaleza inferior es un trato duro e insolente, ¿cómo es honor para Aquel que, como dice el profeta, gobierna con su poder para siempre, ser comparado con esa naturaleza que está en sujeción y esclavitud?