GREGORIO DE NISA
Contra Eunomio
LIBRO IX
I
Eunomio defiende la naturaleza de Dios del filósofo Filón,
y que Dios "tiene dominio sobre su propio poder"
Recurre ahora Eunomio a un lenguaje más elevado, y elevándose y envaneciéndose con vanidad, se propone decir algo digno de la majestad de Dios. Porque Dios, dice, "siendo el más exaltado de todos los bienes, y el más poderoso de todos, y libre de toda necesidad...". ¡Con qué nobleza lleva este hombre valiente su discurso, como un barco sin lastre, arrastrado sin guía por las olas del engaño, al puerto de la verdad! Dios como "el más exaltado de todos los bienes", ¡espléndido reconocimiento! Supongo que no presentará Eunomio una acusación de conducta inconstitucional contra el gran Juan, por quien, en su alta proclamación, se declara que el Unigénito es Dios, que estaba con Dios y era Dios. Si él, entonces, el proclamador de la divinidad del Unigénito, es digno de crédito, y si Dios es el más exaltado de todos los bienes, se sigue que el Hijo es alegado por los enemigos de su gloria como el más exaltado de todos los bienes. Y como esta frase también se aplica al Padre, la fuerza superlativa de más exaltado no admite disminución ni adición por vía de comparación. Pero, ahora que hemos obtenido del testimonio del adversario estas declaraciones para la prueba de la gloria del Unigénito, debemos agregar también en apoyo de la sana doctrina su siguiente declaración. Dice: Dios, el más exaltado de todos los bienes, al ser sin impedimento de la naturaleza, ni restricción de la causa, ni impulso de la necesidad, engendra y crea según la supremacía de su propia autoridad, teniendo su voluntad como poder suficiente para la constitución de las cosas producidas. Si, pues, todo bien es según su voluntad, él no sólo determina lo que se hace como bueno, sino también el momento en que lo es, si, es decir, como se puede suponer, es indicio de debilidad hacer lo que no se quiere. Para confirmar las doctrinas ortodoxas, nos basaremos en la afirmación de nuestros adversarios, aunque esté impregnada de cláusulas viles y falsas. Sí, él, quien, por la supremacía de su autoridad, tiene poder en su voluntad suficiente para la constitución de las cosas creadas, él, quien creó todas las cosas sin impedimentos de la naturaleza ni compulsión de la causa, determina no sólo lo que se hace como bueno, sino también el momento en que es bueno. Pero Aquel que creó todas las cosas es, como proclama el evangelio, el Dios unigénito. Él, en ese momento cuando lo quiso, hizo la creación; en ese momento, por medio de la esencia circundante, rodeó con el cuerpo del cielo todo ese universo que está encerrado dentro de su alcance: en ese momento, cuando creyó que esto debía ser, mostró la tierra seca a la vista, encerró las aguas en sus lugares huecos; la vegetación, los frutos, la generación de los animales, la formación del hombre, aparecieron cuando cada una de estas cosas pareció conveniente a la sabiduría del Creador, pues Aquel que hizo todas estas cosas (repetiré mi afirmación una vez más) es el Dios unigénito que creó los siglos. Pues si el intervalo de las eras precedió a las cosas existentes, es apropiado emplear el adverbio temporal y decir que él entonces quiso y que él entonces hizo. No obstante, como la era no existió, como no tenemos idea de intervalo en relación con esa naturaleza divina que no se mide por cantidad ni por intervalo, la fuerza de las expresiones temporales seguramente es nula. Así, decir que la creación tuvo un comienzo en el tiempo, según el beneplácito de la sabiduría de Aquel que creó todas las cosas, no es improbable; pero considerar la naturaleza divina misma como una especie de extensión medida por intervalos, sólo corresponde a quienes han sido instruidos en la nueva sabiduría. ¡Qué punto tan importante es este, incrustado en sus palabras, que pasé por alto intencionalmente en mi afán por abordar el tema! Lo retomaré ahora y lo leeré para demostrar la perspicacia de nuestro autor. Pues Aquel que es sumamente exaltado en Dios mismo, antes de todo lo que se genera, dice Eunomio, "tiene dominio sobre su propio poder". Como se ve, nuestro panfletista Eunomio ha trasladado la frase textualmente del hebreo Filón a su propio argumento, y el robo de Eunomio quedará demostrado por las propias obras de Filón a cualquiera que le interese. Sin embargo, señalo este hecho por ahora, no tanto para reprochar a nuestro charlatán la pobreza de sus propios argumentos y pensamientos, sino con la intención de mostrar a mis lectores la estrecha relación entre la doctrina de Eunomio y el razonamiento de los judíos, pues esta frase de Filón no habría encajado textualmente en su argumento si no hubiera existido una especie de parentesco entre la intención de uno y otro. En el autor hebreo se puede encontrar la frase en esta forma: "Dios, antes de todo lo que se genera; y lo que sigue, tiene dominio sobre su propio poder". No obstante, un examen del dicho demostrará claramente cuán absurdo es esto. Dios, dice Eunomio copiando a Filón, "tiene dominio sobre su propio poder", pero ¿sobre qué tiene dominio? ¿Es algo más que su propio poder, y Señor de un poder que es algo más que él mismo? Entonces, el poder es vencido por la ausencia de poder, pues lo que es algo más que poder ciertamente no es poder, y así se descubre que él tiene dominio sobre el poder precisamente en la medida en que él no es poder. O quizás tiene otro poder en sí mismo, y tiene dominio sobre uno por medio del otro. ¿Y qué disputa o cisma hay para que Dios divida el poder que existe en sí mismo y derroque una parte de su poder por medio de la otra? Supongo que él no podría tener "dominio sobre su propio poder" sin la ayuda para tal fin de un poder mayor y más violento. Así, el Dios de Eunomio sería un ser de naturaleza contrapuesta, que se divide contra sí mismo, teniendo un poder en desacuerdo con otro, de modo que por uno es impulsado al desorden, y por el otro frena este movimiento discordante. Además, ¿con qué intención domina el poder que impulsa a la generación? ¿Para que no surja algún mal si no se impide la generación? O mejor, ¿qué es lo que está naturalmente bajo dominio? Su lenguaje apunta a un movimiento de impulso y elección, considerados por separado e independientemente. Pues lo que domina necesariamente es una cosa, lo que es dominado, otra. En fin, que ahora Dios "tiene dominio sobre su poder". ¿Y esto es qué? ¿Una naturaleza autodeterminada? ¿O algo más que esto, que presiona hacia la inquietud o permanece en un estado de quietud? Bueno, si Eunomio supone que está quieto, lo que está tranquilo no necesita que nadie lo domine; y si dice que tiene dominio, lo tiene claramente sobre algo que impulsa y está en movimiento; y esto, supongo que dirá, es algo naturalmente diferente de Aquel que lo gobierna. ¿Qué entiende entonces, que nos diga, por esta idea? ¿Es algo más que Dios, considerado con una existencia independiente? ¿Cómo puede haber otra existencia en Dios? ¿O es alguna condición en la naturaleza divina considerada con una existencia que no es la suya? Difícilmente creo que lo diga, pues lo que no tiene existencia propia no existe; y lo que no existe, no está bajo dominio ni liberado de él. ¿Qué es, entonces, ese poder que estaba bajo dominio y fue restringido en cuanto a su propia actividad, mientras el debido tiempo de la generación de Cristo aún estaba por llegar, y que liberó a este poder para que procediera a su operación natural? ¿Cuál fue la causa interviniente de la demora, por la cual Dios aplazó la generación del Unigénito, al no considerar conveniente aún convertirse en Padre? ¿Y qué es esto que se inserta como intermedio entre la vida del Padre y la del Hijo, que no es tiempo ni espacio, ni ninguna idea de extensión, ni nada similar? ¿Con qué propósito es que este ojo agudo y perspicaz note y contemple la separación de la vida de Dios con respecto a la vida del Hijo? Cuando es impulsado en todas direcciones, él mismo se ve obligado a admitir que el intervalo no existe en absoluto.
II
Sobre la generación del Hijo, siempre contemplado en el Padre
Aunque no haya intervalo entre ambos (Padre e Hijo), no admite Eunomio que su comunión sea inmediata e íntima, sino que condesciende a la medida de nuestro conocimiento y conversa con nosotros en frase humana como uno de nosotros, confesando él mismo en voz baja la impotencia del razonamiento y refugiándose en una línea de argumentación que nunca fue enseñada por Aristóteles y su escuela. En concreto, lo que dice Eunomio es: "Fue bueno y apropiado que él engendrara a su Hijo en el momento en que él quiso: y en las mentes de los hombres sensatos no surge, por lo tanto, ninguna pregunta de por qué no lo hizo antes". ¿Qué significa esto, Eunomio? ¿También tú vas a pie como nosotros, los hombres iletrados? ¿Estás abandonando tus períodos artísticos y en realidad refugiándote en un "asentimiento irracional"? ¿Tú, que tanto reprochaste a quienes "se ponen a escribir sin habilidad lógica"? Tú, que le demuestras al gran Basilio tu propia ignorancia al afirmar que "las definiciones de los términos que expresan lo espiritual son imposibles para los hombres", y que en otro lugar presentas la misma acusación, ¿compartes tu propia impotencia con los demás al declarar que "lo que no es posible para ti es imposible para todos"? ¿Es así como tú, que dices tales cosas, te acercas a "quien cuestiona la razón por la que el Padre posterga convertirse en el Padre de tal Hijo"? ¿Crees que es una explicación adecuada decir que "lo engendró cuando quiso", y "que no haya dudas sobre este punto"? ¿Se ha debilitado tanto tu "aprensiva imaginación en el mantenimiento de tus doctrinas"? ¿Qué ha sido de tus "premisas que conducen a dilemas"? ¿Qué ha sido de tus "contundentes pruebas"? ¿Cómo es que esas "terribles e inevitables conclusiones silogísticas" de tu arte se han disuelto en vanidad y nada? En efecto, que "él engendró al Hijo cuando quiso" no admite dudas sobre este punto, mas ¿es este el resultado final de tus muchos trabajos, de tus vastas empresas? ¿Cuál fue la pregunta? Si es bueno y apropiado que Dios tenga un Hijo así, ¿por qué no debemos creer que el bien siempre está presente en él? ¿Cuál es la respuesta que nos das desde el santuario mismo de tu filosofía, reforzando tu argumento por la inevitable necesidad? Tú nos dices, oh Eunomio, que "él creó al Hijo en el momento que quiso", pero que nadie se pregunte por qué no lo hizo antes. Si la pregunta que nos ocupa se refería a un ser irracional que actúa por impulso natural, ¿por qué no hizo antes lo que fuera (por qué la araña no tejió sus telas, o la abeja su miel, o la tórtola su nido), o qué otra cosa se podría haber dicho? ¿No habría sido posible obtener la misma respuesta: "Lo hizo cuando quiso, y que no haya preguntas al respecto"? Es más, si se tratara de un escultor o pintor que trabaja en pinturas o esculturas imitando su arte, sea cual sea (suponiendo que lo ejerza sin estar sujeto a ninguna autoridad), imagino que tal respuesta sería válida para quien quisiera saber por qué no lo ejerció antes: que, al no estar obligado, hizo de su propia elección la ocasión de su acción. Porque los hombres, como no siempre desean lo mismo y comúnmente no tienen poder que coopere con su voluntad, hacen lo que les parece bueno en el momento en que su elección los inclina a la obra y no tienen impedimentos externos. Pero esa naturaleza que siempre es la misma, a la que ningún bien le es adventicio, en la que toda esa variedad de planes que surge por oposición, por error o por ignorancia, no tiene cabida, a la que no le llega nada como resultado del cambio que no estuviera con ella antes, y por la cual nada se elige después que no haya considerado bueno desde el principio (decir de esta naturaleza que no siempre posee lo que es bueno, sino que después elige tener algo que no había elegido antes) pertenece a la sabiduría que nos supera. Pues se nos enseñó que la naturaleza divina está siempre llena de todo bien, o mejor dicho, es ella misma la plenitud de todos los bienes, ya que no necesita ninguna adición para su perfeccionamiento, sino que es ella misma, por su propia naturaleza, la perfección del bien. Ahora bien, lo que es perfecto está igualmente alejado de la adición y de la disminución. Y por lo tanto, decimos que la perfección de los bienes que contemplamos en la naturaleza divina siempre permanece igual, pues, en cualquier dirección en que extendamos nuestros pensamientos, la percibimos tal como es. La naturaleza divina, entonces, nunca está vacía de bien: pero el Hijo es la plenitud de todo bien; y en consecuencia, él es contemplado en todo momento en ese Padre cuya naturaleza es la perfección en todo bien. Hermanos, Eunomio dice "que no haya dudas sobre este punto" (por qué no lo hizo antes), y yo le respondo: Una cosa es establecer como ordenanza alguna proposición que alguien aprueba, y otra es ganar conversos razonando sobre los puntos de controversia. Mientras no pueda dar ninguna razón Eunomio por la que podamos decir piadosamente que el Hijo fue engendrado posteriormente por el Padre, sus ordenanzas no tendrán ningún efecto ante los hombres sensatos. Así pues, Eunomio nos revela la verdad como resultado de su ataque científico. Y yo, por mi parte, aplicaré su argumento, como suelo hacer, para el establecimiento de la verdadera doctrina, de modo que, incluso con este pasaje, quede claro que, en todo momento, obligados contra su voluntad, defienden nuestra postura. En efecto, si como dice nuestro oponente, "él engendró al Hijo en el momento en que eligió", y si "siempre eligió lo bueno", y "su poder coincidió con su elección", se sigue que el Hijo será considerado como siempre con el Padre, quien siempre elige lo excelente y es capaz de poseer lo que elige. Y si queremos reducir sus siguientes palabras a la verdad, nos resulta fácil adaptarlas también a la doctrina que sostenemos: Que nadie se pregunte por qué no lo hizo antes, pues la palabra antes tiene un sentido temporal, opuesto a después y más tarde. Pero suponiendo que el tiempo no exista, los términos que expresan intervalo temporal quedan sin duda abolidos. Ahora bien, el Señor era antes de los tiempos y de los siglos: cuestionar antes o después en relación con el Creador de los siglos es inútil a los ojos del hombre razonable, pues palabras como esta carecen de significado si no se refieren al tiempo. Dado que el Señor es anterior a los tiempos, las palabras antes y después no tienen cabida en su aplicación. Esto quizás baste para refutar argumentos que no necesitan que nadie los desmienta, sino que caen por su propia debilidad. En efecto, ¿quién con tanto tiempo libre puede entregarse a escuchar los argumentos de la otra parte y nuestra argumentación contra las tonterías? Sin embargo, puesto que en los hombres con prejuicios impíos, el engaño es como un tinte arraigado, difícil de lavar y profundamente grabado en sus corazones, dediquemos un poco más a nuestro argumento, por si acaso logramos purificar sus almas de esta maligna mancha. Tras las declaraciones que he citado, y tras añadirles, a la manera de su maestro Prunico, algunas octoadas inconexas y desordenadas de insolencia e insultos, llega al punto culminante de sus argumentos y, dejando atrás la exposición ilógica de su locura, arma su discurso una vez más con las armas de la dialéctica y mantiene su absurdo contra nosotros, según él imagina, silogísticamente.
III
Sobre la generación del Hijo, pretemporal y no sujeta a influencias
terrenas ni platónicas
Lo que dice Eunomio es, en concreto, así: "Como toda generación no se prolonga hasta el infinito, sino que cesa al llegar a un fin, quienes admiten el origen del Hijo están absolutamente obligados a decir que entonces dejó de ser generado, y a no incredulizar el comienzo de aquellas cosas que dejan de ser generadas, y por lo tanto también comienzan con seguridad (pues el cese de la generación establece un comienzo de engendrar y ser engendrado), y estos hechos son innegables, basándose tanto en la naturaleza misma como en las leyes divinas". Dado que Eunomio intenta establecer su punto inferencialmente, estableciendo su proposición universal según el método científico de los expertos en la materia, e incluyendo en la premisa general la prueba de lo particular, consideremos primero su universal y luego procedamos a examinar la fuerza de sus inferencias. ¿Es un procedimiento reverente extraer de toda la generación evidencia, incluso en cuanto a la generación pretemporal del Hijo? ¿Y deberíamos proponer a la naturaleza ordinaria como nuestra instructora sobre la existencia del Unigénito? Por mi parte, no habría esperado que nadie llegara a tal punto de locura que se le ocurriera semejante idea de la generación divina e inmaculada. "Toda generación", dice Eunomio, "no se prolonga hasta el infinito". ¿Qué entiende por generación? ¿Habla del nacimiento carnal, corporal, o de la formación de objetos inanimados? Los afectos que conlleva la generación corporal son bien conocidos, afectos que nadie pensaría en transferir a la naturaleza divina. Para que nuestro discurso no parezca redundante al mencionar extensamente las obras de la naturaleza, pasaremos por alto estos asuntos, pues supongo que todo hombre sensato conoce las causas que prolongan la generación, tanto en su inicio como en su cese. Sería tedioso y a la vez superfluo expresarlas todas con detalle: la unión de quienes generan, la formación en el vientre de lo generado, el parto, el nacimiento, el lugar y el tiempo, sin los cuales no puede producirse la generación de un cuerpo; cosas todas igualmente ajenas a la generación divina del Unigénito: pues si se admitiera alguna de estas cosas, las demás necesariamente entrarían con ella. Para que la generación divina, por lo tanto, esté libre de toda idea relacionada con la pasión, evitaremos concebir, en relación con ella, incluso la extensión que se mide por intervalos. Ahora bien, lo que comienza y termina se considera ciertamente como una especie de extensión, y toda extensión se mide por el tiempo, y como el tiempo (con el que marcamos tanto el final del nacimiento como su comienzo) se excluye, sería vano, en el caso de la generación ininterrumpida, considerar la idea de fin o comienzo, ya que no se puede formar ninguna idea que marque ni el punto en que dicha generación comienza ni aquel en que cesa. Si, por otro lado, es la creación inanimada a la que se dirige, incluso en este caso, de igual manera, el lugar, el tiempo, la materia, la preparación, el poder del artífice y muchas cosas similares concurren para llevar el producto a la perfección. Y dado que el tiempo es ciertamente concurrente con todas las cosas que se producen, y dado que con todo lo creado, ya sea animado o inanimado, también se conciben bases de construcción relativas al producto, podemos encontrar en estos casos inicios y finales evidentes del proceso de formación. Pues incluso la obtención de material es en realidad el inicio de la creación, es un signo de lugar y está lógicamente conectado con el tiempo. Todas estas cosas fijan para los productos sus inicios y finales; y nadie podría decir que estas cosas tengan participación alguna en la generación pretemporal del Dios unigénito, de modo que, con la ayuda de las cosas ahora bajo consideración, podemos calcular, con respecto a esa generación, cualquier inicio o fin. Ahora que he discutido estos asuntos hasta ahora, reanudemos la consideración del argumento de Eunomio, sobre todo cuando dice: "Como toda generación no se prolonga hasta el infinito, sino que cesa al llegar a un fin". Dado que el sentido de generación se ha considerado con respecto a cualquiera de los dos significados, ya sea que pretenda con esta palabra significar el nacimiento de seres corpóreos o la formación de cosas creadas (ninguna de las cuales tiene nada en común con la naturaleza inmaculada), se demuestra que la premisa no tiene conexión con el tema. Pues no es una cuestión de absoluta necesidad, como él sostiene, que, dado que "toda creación y generación cesa en algún límite", quienes aceptan la generación del Hijo deban circunscribirla por un doble límite, suponiendo, en relación con ella, un principio y un fin. Pues sólo al estar circunscritas cuantitativamente se puede decir que las cosas comienzan o cesan al llegar a un límite, y la medida expresada por el tiempo (cuya extensión es concomitante con la cantidad de lo producido) diferencia el comienzo del fin por el intervalo entre ellos. Pero ¿cómo se puede medir o tratar como extenso lo que carece de cantidad y extensión? ¿Qué medida se puede encontrar para lo que "no tiene cantidad", o qué intervalo para lo que "no tiene extensión"? ¿O cómo se puede definir el infinito por fin y principio? Sobre todo, porque principio y fin son nombres de límites de extensión, y donde no hay extensión, tampoco hay límite. Ahora bien, la naturaleza divina carece de extensión, y, al ser sin extensión, no tiene límite; y lo ilimitado es infinito, y se habla de él en consecuencia. Por lo tanto, es inútil intentar circunscribir el infinito por principio y fin, pues lo circunscrito no puede ser infinito. ¿Cómo es posible, entonces, que este Fedro platónico añada inconexamente a su propia doctrina las especulaciones sobre el alma que Platón hace en sus Diálogos? Pues así como Platón habló de la cesación del movimiento, Eunomio también se apresuró a hablar de la "cesación de la generación", para impresionar con bellas frases platónicas a quienes desconocen estos temas. Y estos hechos, nos dice, "son innegables", basándose tanto en la naturaleza misma como en las leyes divinas. Pero la naturaleza, por nuestras observaciones anteriores, no parece ser confiable para la instrucción sobre la generación divina, ni siquiera si uno tomara el universo mismo como una ilustración del argumento. En efecto, a través de su creación, como aprendemos en la cosmogonía de Moisés, corrió la medida del tiempo, determinada en un cierto orden y disposición por días y noches determinados, para cada una de las cosas que llegaron a existir: y esto ni siquiera la declaración de nuestros adversarios lo admite con respecto al ser del Unigénito, ya que reconoce que el Señor era antes de los tiempos de los siglos. Queda por considerar su apoyo a su punto por las leyes divinas, por las cuales Eunomio se compromete a mostrar tanto un final como un principio de la generación del Hijo. Dios, dice Eunomio, "queriendo que la ley de la creación fuera impresa en los hebreos, no designó el primer día de generación para el final de la creación, o para ser la evidencia de su principio, porque él les dio como el memorial de la creación, no el primer día de generación, sino el séptimo, en el cual él descansó de sus obras". ¿Alguien creerá que esto fue escrito por Eunomio, y que las palabras citadas no hemos sido insertadas por nosotros, a modo de tergiversar su composición para hacerlo parecer ridículo a nuestros lectores, al arrastrar para probar su punto asuntos que no tienen nada que ver con la cuestión? Porque el asunto en cuestión era mostrar, como él se comprometió a hacer, que el Hijo, no existiendo previamente, llegó a existir; y que al ser generado, él tomó un principio de generación y de cesación, y su generación se prolongó en el tiempo, como si fuera por una especie de dolores de parto. ¿Y cuál es su recurso para establecer esto? ¡El hecho de que el pueblo de los hebreos, según la ley, guarda el sábado en el séptimo día! ¡Cuán bien concuerda la evidencia con el asunto en cuestión! Porque el judío honra su sábado con la ociosidad, el hecho, como él dice, queda probado de que el Señor tuvo un principio de nacimiento y dejó de nacer. ¡Cuántos otros testimonios sobre este asunto ha pasado por alto nuestro autor, no en absoluto de menos peso que el que emplea para establecer el punto en cuestión! La circuncisión del octavo día, la semana de los panes sin levadura, el misterio en el decimocuarto día del curso de la luna, los sacrificios de purificación, la observación de los leprosos, el carnero, el becerro, la novilla, el chivo expiatorio, el macho cabrío... si estas cosas están muy alejadas del tema, que quienes están tan interesados en los misterios judíos nos digan cómo ese asunto en particular se relaciona con la cuestión. Consideramos vil e indigno pisotear a los caídos, y procederemos a indagar, a partir de lo que sigue en sus escritos, si hay algo allí que pueda causar problemas a su oponente. Todo lo que sostiene Eunomio en el siguiente pasaje, en cuanto a la impropiedad de suponer algo intermedio entre el Padre y el Hijo, lo pasaré por alto, ya que, en cierto sentido, coincido con nuestra doctrina. Sería tan indiscriminado como injusto no distinguir en las observaciones de Eunomio lo irreprochable de lo censurable, ya que, si bien rebate sus propias afirmaciones, no se atiene a sus propias admisiones, al hablar del carácter inmediato de la conexión mientras se niega a admitir su continuidad, y al concebir que nada existía antes del Hijo y albergar cierta sospecha de que el Hijo existiera, mientras que, sin embargo, sostiene que llegó a existir cuando no existía. Dedicaré poco tiempo a estos puntos (ya que el argumento ya se ha establecido de antemano), y luego procederé a abordar los argumentos propuestos. No es admisible que una misma persona no anteponga nada a la existencia del Unigénito y diga que "antes de su generación no existía", sino que "fue generado cuando el Padre así lo quiso", pues cuando tiene un sentido que se refiere especial y propiamente a la denotación del tiempo, según el uso común de los hombres que hablan con claridad, y según su significado en las Escrituras. Se puede tomar entonces, ¿dirán entre los paganos?, y cuando os envié (Lc 22,35), y entonces el reino de los cielos será semejante, e innumerables frases similares a lo largo de toda la Escritura, para demostrar que el uso común de las Escrituras emplea estas partes del discurso para denotar el tiempo. Por lo tanto, si, como admite Eunomio, "el tiempo no fue", la significación del tiempo seguramente también desaparece, y si éste no existió, necesariamente será reemplazado por la eternidad en nuestra concepción. Pues en la frase "no era" se implica ciertamente "una vez": así como si hablara de "no ser", sin la condición "una vez", también negaría su existencia actual. Pero si admite su existencia presente y se opone a su eternidad, seguramente no es "no ser absolutamente", sino "no ser una vez" lo que se le presenta. Y como esta frase es completamente irreal, a menos que se base en el significado del tiempo, sería necio e inútil decir que nada existía antes del Hijo y, sin embargo, sostener que el Hijo no siempre existió. Pues si no hay lugar ni tiempo, ni ninguna otra criatura donde no esté el Verbo que "era en el principio", la afirmación de que el Señor no era una vez queda completamente fuera del ámbito de la doctrina ortodoxa. Así pues, discrepa Eunomio no tanto de nosotros como de sí mismo, al declarar que el Unigénito era y no era. Pues al confesar que la conjunción del Hijo con el Padre no se interrumpe por nada, da claro testimonio de su eternidad. Pero si dijera que el Hijo no estaba en el Padre, nosotros no diremos nada contra tal afirmación, sino que opondremos a ella la Escritura que declara que el Hijo está en el Padre, y el Padre en el Hijo, sin añadir a la frase "una sola vez" o cuándo, sino testificando su eternidad mediante esta declaración afirmativa e incondicional.
IV
Sobre la eternidad y la infinitud, el ser y la creación de la luz y las
tinieblas
En cuanto a su intento de demostrar que nosotros decimos que el Dios unigénito es ingénito, viene a decir Eunomio que, en realidad, lo que hacemos nosotros es definir al Padre como engendrado. En realidad, ambas afirmaciones son del mismo absurdo, o mejor dicho, del mismo carácter blasfemo. Si, por lo tanto, ha decidido calumniarnos, que añada también la otra acusación, y que no escatime nada con lo que pueda exasperar con mayor violencia a sus oyentes contra nosotros. Pero si se omite una de estas acusaciones porque su naturaleza calumniosa es evidente, ¿por qué se presenta la otra? Pues es lo mismo, como hemos dicho, en cuanto a la impiedad, llamar ingénito al Hijo y llamar engendrado al Padre. Si en nuestros escritos se encuentra una frase semejante, en la que se habla del Hijo como ágenido, daremos el voto final en nuestra contra. Pero si inventa acusaciones falsas y calumnias a su antojo, haciendo cualquier declaración ficticia que le plazca para calumniar nuestras doctrinas, este hecho puede servir a hombres sensatos como evidencia de nuestra ortodoxia (mientras la verdad misma lucha de nuestro lado, él presenta una mentira para acusar nuestra doctrina y crea una acusación de heterodoxia que no tiene relación con nuestras afirmaciones). Sin embargo, a estas acusaciones podemos dar una respuesta concisa. Así como juzgamos maldito a quien dice que el Dios unigénito es ágenido, que a su vez anatematice a quien afirma que Aquel que era en el principio no existía. Pues con este método se mostrará quién presenta sus acusaciones con verdad y quién con calumnia. Pero si negamos sus acusaciones, si, cuando hablamos de un Padre, entendemos que también implica un Hijo, y si, cuando usamos el nombre Hijo, declaramos que él es realmente como se le llama, habiendo sido derramado por generación de la luz ingenerada, ¿cómo podría dejar de manifestarse la calumnia de quienes insisten en que decimos que el Unigénito es ingenerado? Sin embargo, no por decir que él existe por generación, admitiremos que una vez no existió. Pues todos saben que la contradicción entre ser y no ser es inmediata, de modo que la afirmación de uno de estos términos es absolutamente la destrucción del otro, y que, así como el ser es el mismo con respecto a cada momento en que se supone que existe cualquiera de las cosas que son (por ejemplo, el cielo, las estrellas, el sol y el resto de las cosas que son, no están más en un estado de ser ahora de lo que estaban ayer, o anteayer, o en cualquier momento anterior), así que el significado de no ser expresa la no existencia igualmente en todo momento, ya sea que uno hable de ello en referencia a lo que es anterior o a lo que es posterior. Porque ninguna de las cosas que no existen está más en un estado de no ser ahora de lo que sería antes, pero la idea de no ser se aplica a lo que no es en cualquier distancia del tiempo. Y por esta razón, al hablar de las criaturas vivientes, mientras que usamos diferentes palabras para denotar la disolución en un estado de no ser de lo que ha sido, y la condición de no existencia de lo que nunca ha tenido una entrada en el ser, y decimos o bien que una cosa nunca ha llegado a existir en absoluto, o que lo que fue generado ha muerto, sin embargo, por cualquier forma de discurso representamos igualmente por nuestras palabras la no existencia. Pues así como el día está delimitado a cada lado por la noche, sin embargo, las partes de la noche que lo delimitan no se nombran del mismo modo, sino que hablamos de una como después del anochecer, y de la otra como antes del amanecer, mientras que lo que ambas frases denotan es la noche, así, si alguien observa lo que no es en contraste con lo que es, dará nombres diferentes a ese estado que antecede a la formación y al que sigue a la disolución de lo formado, pero concebirá como una sola la condición que ambas frases significan: la condición que antecede a la formación y la condición que sigue a la disolución después de la formación. Porque el estado de no ser de lo que no ha sido generado y de lo que ha muerto, salvo por la diferencia de los nombres, son el mismo, con la excepción de la consideración que damos a la esperanza de la resurrección. Ahora bien, puesto que aprendemos de las Escrituras que el Dios unigénito es el príncipe de la vida, la vida misma, la luz, la verdad y todo lo que es honorable en palabra o pensamiento, decimos que es absurdo e impío contemplar, en conjunción con Aquel que realmente es, la concepción opuesta, ya sea de disolución que tiende a la corrupción, o de no existencia antes de la formación: pero al extender nuestro pensamiento en todas direcciones hacia lo que ha de seguir, o hacia lo que era antes de los siglos, en ningún momento nos detenemos en nuestras concepciones ante la condición de no ser, juzgando que tiende igualmente a la impiedad acortar el ser divino por la no existencia en cualquier momento. Porque es lo mismo decir que la vida inmortal es mortal, que la verdad es mentira: que la luz es oscuridad y que lo que es no es. Quien, en consecuencia, se niega a admitir que en el futuro dejará de ser, también se negará a admitir que una vez no fue, evitando, según nuestra opinión, la misma impiedad por ambas partes: pues, como ninguna muerte acorta la eternidad de la vida del Unigénito, así, al mirar atrás, ningún período de inexistencia terminará su vida en su curso hacia la eternidad, para que lo que en realidad es esté libre de toda comunidad con lo que en realidad no es. Por esta causa, el Señor, deseando que sus discípulos se alejaran de este error (para que nunca, al buscar por sí mismos algo anterior a la existencia del Unigénito, fueran llevados por su razonamiento a la idea de la inexistencia), dice: "Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí", en el sentido de que ni lo que no se concibe en lo que es, ni lo que es en lo que no es. Y aquí el orden mismo de la frase explica la doctrina ortodoxa; pues como el Padre no es del Hijo, sino el Hijo del Padre, dice "yo estoy en el Padre", mostrando que él no es de otro, sino de él, y luego invierte la frase a "y el Padre en mí", indicando que quien, en su curiosa especulación, va más allá del Hijo, también va más allá de la concepción del Padre, pues quien está en algo no puede encontrarse fuera de aquello en lo que está (de modo que quien, sin negar que el Padre está en el Hijo, imagina haber comprendido al Padre como externo al Hijo, habla en vano). Vanas también son las divagaciones de nuestros adversarios, que luchan por las sombras que rodean la cuestión de la ingenuidad, procediendo sin fundamento sólido mediante nulidades. Sin embargo, si quiero arrojar más luz sobre el absurdo de su argumento, permítanme extenderme un poco más en esta especulación. Como dicen que el Dios unigénito surgió después del Padre, este ingénito suyo, sea cual sea su imaginación, se descubre que necesariamente exhibe la idea del mal. ¿Quién sabe? ¿No es que, así como lo inexistente se opone a lo existente, así a todo bien o nombre se opone el concepto opuesto, como el mal al bien, la falsedad a la verdad, la oscuridad a la luz, y todo lo demás que se oponen de modo similar entre sí, donde la oposición no admite término medio, y es imposible que los dos coexistan, sino que la presencia de uno destruye a su opuesto, y con la retirada del otro tiene lugar la aparición de su contrario? Ahora bien, concedidos estos puntos, el punto adicional es también evidente para cualquiera: que, como Moisés dice que la oscuridad existía antes de la creación de la luz, así también en el caso del Hijo (si, según la afirmación herética, el Padre lo creó cuando quiso), antes de crearlo, la luz que el Hijo es no existía; y al no existir aún la luz, es imposible que su opuesto no exista. Pues aprendemos también de los otros ejemplos que nada de lo que proviene del Creador es aleatorio, sino que lo que falta se añade por la creación a las cosas existentes. Así pues, es evidente que si Dios creó al Hijo, lo hizo debido a una deficiencia en la naturaleza de las cosas. Así como, entonces, mientras la luz sensible aún faltaba, había oscuridad, y la oscuridad ciertamente habría prevalecido si la luz no hubiera existido, así también, cuando el Hijo aún no existía, la luz misma y verdadera, y todo lo demás que el Hijo es, no existía. Pues incluso según la evidencia de la herejía, lo que existe no necesita existir. Si, por lo tanto, él lo creó, ciertamente creó lo que no existía. Así, según su perspectiva, antes de que el Hijo existiera, no existían la verdad, ni la luz inteligible, ni la fuente de la vida, ni, en general, la naturaleza de nada excelente y bueno. Ahora bien, simultáneamente con la exclusión de cada una de estas, se encuentra que subsiste la concepción opuesta: y si no existía la luz, no se puede negar que existían las tinieblas; y así con el resto (en lugar de cada una de estas concepciones más excelentes, es claramente imposible que su opuesto no existiera en lugar de lo que faltaba). Por lo tanto, es una conclusión necesaria que cuando el Padre, como dicen los herejes, aún no había querido crear al Hijo, ninguna de las cosas que el Hijo es aún existente, debemos decir que él estaba rodeado de tinieblas en lugar de luz, de falsedad en lugar de verdad, de muerte en lugar de vida, de mal en lugar de bien. Porque quien crea, crea cosas que no son, y lo que es, como dice Eunomio, no necesita generación. Respecto de las cosas que se consideran opuestas, la mejor no puede ser inexistente, salvo por la existencia de la peor. Estos son los dones con los que la sabiduría de la herejía honra al Padre, con los que degrada la eternidad del Hijo, y atribuye a Dios y al Padre, antes de la producción del Hijo, todo el catálogo de males! Y que nadie piense refutar con ejemplos del resto de la creación la demostración del absurdo doctrinal que resulta de este argumento. Alguien quizás diga que, así como cuando el cielo no era, no había opuesto, así tampoco estamos absolutamente obligados a admitir que si el Hijo, que es la verdad, no hubiera existido, existiera lo opuesto. A él podemos responder que al cielo no le corresponde ningún opuesto, a menos que se diga que su inexistencia se opone a su existencia. Pero a la virtud se opone ciertamente lo que es vicioso (y el Señor es virtud); de modo que cuando el cielo no era, no se sigue que algo fuera; pero cuando el bien no era, su opuesto era; así, quien dice que el bien no era, ciertamente admitirá, incluso sin pretenderlo, que el mal era. Pero el Padre también, dice Eunomio, es virtud absoluta, vida, luz inaccesible y todo lo exaltado en palabra o pensamiento; de modo que "no hay necesidad de suponer, cuando la luz unigénita no existía, la existencia de esa oscuridad que es su opuesto correspondiente". Esto es precisamente lo que yo digo: que la oscuridad nunca existió. No obstante, no lo digo porque no hubiese luz unigénita, sino porque esta luz nunca dejó de existir, pues la luz, como dice la profecía, siempre está en la luz. Sin embargo, si, según la doctrina herética, la luz ingenerada es una cosa y la luz generada otra, y una es eterna, mientras que la otra surge posteriormente, se deduce por absoluta necesidad que en la luz eterna no habría lugar para el establecimiento de su opuesto (pues si la luz siempre brilla, el poder de la oscuridad no tiene cabida en ella). Respecto lo que dice Eunomio, de que "es imposible que la luz brille salvo desde la oscuridad", y que "el intervalo de oscuridad entre la luz eterna y la que surge posteriormente está claramente marcado en todos los sentidos", yo le digo esto: que no habría sido necesario crear la luz posterior si la creada no hubiera sido útil para algún propósito, y que el único uso de la luz es el de dispersarse por la oscuridad reinante. Ahora bien, la luz que existe sin creación es lo que es por naturaleza, por sí misma; pero la luz creada surge claramente por algo más. Debe ser entonces que su existencia fue precedida por la oscuridad, por la cual la luz fue necesariamente creada, y no es posible, mediante ningún razonamiento, hacer plausible la opinión de que la oscuridad no precedió a la manifestación de la luz unigénita (suponiendo que él fue creado en un tiempo posterior). ¡Seguramente tal doctrina está más allá de toda impiedad! Por lo tanto, se muestra claramente que el Padre de la verdad no creó la verdad en un tiempo en que no era; sino que, siendo la fuente de luz y verdad, y de todo bien, derramó de sí mismo esa luz unigénita de la verdad por la cual la gloria de su persona es expresamente reflejada. De esta forma, la blasfemia de quienes dicen que "el Hijo fue una adición posterior a Dios, por medio de la creación", queda en todos los puntos refutada.