GREGORIO DE NISA
Contra Eunomio

LIBRO VI

I
Sobre Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, revestido de carne humana,
sujeto al sufrimiento en la carne, pero impasible en su divinidad

Retomo el hilo de las quejas de Eunomio contra nosotros, para que no pasemos por alto ninguna de las acusaciones que se nos imputan sin una respuesta. Primero propongo que examinemos este punto: que nos acusa de afirmar que un hombre común ha obrado la salvación del mundo. Pues si bien este punto ya ha sido aclarado en cierta medida por las investigaciones que hemos realizado, lo abordaremos brevemente una vez más, para que quienes nos juzgan en esta acusación calumniosa queden completamente libres de malentendidos. Tan lejos estamos de atribuir a un hombre común la causa de esta gran e inefable gracia, que incluso si alguien atribuyera tan gran bendición a Pedro y Pablo, o a un ángel del cielo, diríamos con Pablo: "Sea anatema". Porque Pablo no fue crucificado por nosotros, ni nosotros fuimos bautizados en un nombre humano (1Cor 1,13). Seguramente la doctrina que nuestros adversarios oponen a la verdad no se fortalece con el hecho de que confesemos que el poder salvador de Cristo es más potente que la naturaleza humana. Sin embargo, puede parecer que así es, porque su objetivo es mantener en todos los puntos la diferencia de la esencia del Hijo de la del Padre, y se esfuerzan por mostrar la desemejanza de la esencia (no sólo por el contraste entre lo engendrado y lo ingenerado, sino también por la oposición entre lo pasible y lo impasible). Y si bien esto se sostiene más abiertamente en la última parte de su argumento, también se muestra con claridad en su discurso actual. Pues si critica a quienes atribuyen la pasión a la naturaleza humana, su intención es, sin duda, someter a la pasión la divinidad misma. Pues, al ser nuestra concepción doble y admitir dos desarrollos, según se considere que la divinidad o la humanidad estuvieron en estado de sufrimiento, atacar una de estas perspectivas es claramente mantener la otra. En consecuencia, si critican a quienes consideran la pasión como algo concerniente al hombre, aprobarán claramente a quienes afirman que la divinidad del Hijo estuvo sujeta a la pasión, y la postura que estos últimos sostienen se convierte en un argumento a favor de su propia doctrina absurda. Pues si, según su afirmación, la divinidad del Hijo sufre, mientras que la del Padre se conserva en absoluta impasibilidad, entonces la naturaleza impasible es esencialmente diferente de la que admite la pasión. Por lo tanto, dado que el dictamen que nos ocupa, si bien es breve en cuanto a su extensión, ofrece principios e hipótesis para toda clase de tergiversaciones doctrinales, parecería justo que nuestros lectores exigieran en nuestra respuesta no tanto brevedad como solidez. Por lo tanto, no atribuimos nuestra salvación a un hombre, ni admitimos que la naturaleza incorruptible y divina sea capaz de sufrimiento y mortalidad; pero dado que debemos creer con certeza las declaraciones divinas que nos declaran que "el Verbo existía en el principio", que "el Verbo era Dios", que "el Verbo fue hecho carne" y que "fue visto sobre la tierra y conversó con los hombres", admitimos en nuestro credo aquellas concepciones que concuerdan con la declaración divina. Porque cuando oímos que él es luz, poder, justicia, vida y verdad, y que por él fueron hechas todas las cosas, consideramos estas y otras afirmaciones similares como cosas que deben creerse, atribuyéndolas al Verbo de Dios. Pero cuando oímos hablar de dolor, de letargo, de necesidad, de angustia, de ataduras, de clavos, de la lanza, de sangre, de heridas, de entierro, del sepulcro y todo lo demás de este tipo, aunque se opongan en cierta medida a lo dicho anteriormente, no por ello dejamos de admitirlas como cosas que deben creerse y verdaderas, en cuanto a la carne, que recibimos por la fe como unida al Verbo. Porque así como no es posible contemplar los atributos peculiares de la carne como existentes en el Verbo que existía en el principio, tampoco podemos concebir los que son propios de la deidad como existentes en la naturaleza de la carne. Como, por lo tanto, la enseñanza del evangelio sobre nuestro Señor está mezclada, en parte, con ideas elevadas y divinas, en parte con ideas humildes y humanas, asignamos cada frase particular según una u otra de estas naturalezas que concebimos en el misterio, la que es humana para la humanidad, la que es elevada para la deidad, y decimos que, como Dios, el Hijo es ciertamente impasible e incapaz de corrupción: y cualquier sufrimiento que se afirme sobre él en el evangelio, con seguridad lo obró por medio de su naturaleza humana que admitió tal sufrimiento. Porque, en verdad, la deidad obra la salvación del mundo por medio de ese cuerpo que la rodea, de tal manera que el sufrimiento fue del cuerpo, pero la operación fue de Dios; y aunque algunos tuerzan en apoyo de la doctrina opuesta las palabras del apóstol, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo" (Rm 8,32), y "Dios envió a su propio Hijo", y otras frases similares que parecen referirse, en materia de la pasión, a la naturaleza divina, y no a la humanidad, no obstante nos negaremos a abandonar la sana doctrina, viendo que Pablo mismo nos declara más claramente el misterio de este tema. Porque él en todas partes atribuye al elemento humano en Cristo la dispensación de la pasión, cuando dice: "Ya que por el hombre vino la muerte, por el hombre vino también la resurrección de los muertos" (1Cor 15,21), y Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, "condenó al pecado en la carne" (pues dice, en la carne, no en la deidad); y él "fue crucificado por debilidad" (donde por debilidad él quiere decir la carne), pero "vive por poder" (2Cor 13,4) de la naturaleza divina, y "murió al pecado" (esto es, con respecto al cuerpo) pero "vive para Dios" (Rm 6,10), de modo que por estas palabras se establece que, mientras el hombre gustó la muerte, la naturaleza inmortal no admitió el sufrimiento de la muerte). En efecto, "al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado" (2Cor 5,21), dando así Pablo, una vez más, el nombre de pecado a la carne.

II
Sobre Jesucristo, sumo sacerdote y mediador entre Dios y el hombre

Aunque hago estas observaciones de pasada, la adición entre paréntesis parece, quizás, no menos importante que la cuestión principal que nos ocupa. Cuando Pedro dice que "lo hizo Señor y Cristo" (Hch 2,36), y Pablo dice a los hebreos que lo hizo sacerdote, Eunomio se aferra a la palabra hizo como aplicable a su existencia pretemporal, y cree con ello fundamentar su doctrina de que el Señor es una cosa hecha, escuchemos ahora a Pablo cuando dice: "Lo hizo pecado por nosotros, al que no conoció pecado" (2Cor 5,21). Si refiere la palabra hecho, que se usa para referirse al Señor en los pasajes de la Carta a los Hebreos y de las palabras de Pedro, a la idea pretemporal, podría con razón referir la palabra en ese pasaje que dice que Dios lo hizo pecado a la primera existencia de su esencia, e intentar demostrar con esto, como en el caso de sus otros testimonios, que fue hecho, para así referir la palabra hecho a la esencia, actuando en consonancia consigo mismo, y discernir el pecado en esa esencia. Pero si se abstiene de esto por su manifiesto absurdo, y argumenta que, al decir "él lo hizo pecado", el apóstol indica la dispensación de los últimos tiempos, que se convenza a sí mismo por el mismo razonamiento de que la palabra hecho se refiere también a esa dispensación en los otros pasajes. Volvamos, sin embargo, al punto del que nos desviamos; pues podríamos extraer de la misma Escritura innumerables pasajes, además de los citados, que se refieren al asunto. Y que nadie piense que el divino apóstol está dividido en contradicciones, y que con sus propias palabras proporciona argumentos para las disputas de ambos bandos a quienes disputan sobre las doctrinas. Pues un examen cuidadoso revelaría que su argumento se dirige con precisión a un solo objetivo; y no titubea en sus opiniones: pues si bien proclama en todas partes la unión de lo humano con lo divino, no deja de discernir en cada uno su naturaleza propia, en el sentido de que, si bien la debilidad humana se transforma para mejor por su comunión con lo imperecedero, el poder divino, en cambio, no se ve abatido por su contacto con la forma inferior de la naturaleza. Por lo tanto, cuando dice que "no perdonó ni a su propio Hijo", contrasta al verdadero Hijo con los demás hijos, engendrados, exaltados o adoptados (aquellos, quiero decir, que fueron creados por su mandato), marcando la especialidad de la naturaleza con la adición de la propia. Y para que nadie relacione el sufrimiento de la cruz con la naturaleza imperecedera, da en otras palabras una corrección bastante clara de tal error, al llamarlo mediador "entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5) y "entre los hombres" (1Tm 2,5) para que, a partir del hecho de que ambos se predican del único Ser, se pueda sostener la concepción adecuada respecto a cada naturaleza: respecto a la naturaleza divina, la impasibilidad; respecto a la naturaleza humana, la dispensación de la pasión. Como su pensamiento, entonces, divide lo que en amor al hombre se hizo uno, pero se distingue en la idea, usa, cuando proclama esa naturaleza que trasciende y sobrepasa toda inteligencia, el orden más exaltado de nombres, llamándolo "Dios sobre todo" (Rm 9,5), y "gran Dios" (Tt 2,13), y "poder de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 1,24) y similares; pero cuando alude a toda esa experiencia de sufrimiento que, por razón de nuestra debilidad, fue necesariamente asumida con nuestra naturaleza, da a la unión de las naturalezas ese nombre que se deriva del nuestro, y lo llama hombre, no por esta palabra colocando a aquel a quien nos presenta en un nivel común con el resto de la naturaleza, sino para que se proteja la ortodoxia con respecto a cada naturaleza, en el sentido de que se glorifica la naturaleza humana por su asunción de ella, y lo divino no es contaminado por su condescendencia, sino que hace que el elemento humano esté sujeto a sufrimientos, mientras obra, a través de su poder divino, la resurrección de lo que sufrió. Y así la experiencia de la muerte no se refiere a aquel que tuvo comunión en nuestra naturaleza pasible por razón de la unión con él del hombre, mientras que al mismo tiempo los nombres exaltados y divinos descienden al hombre, de modo que aquel que se manifestó en la cruz es llamado "Señor de la gloria" (1Cor 2,8), ya que la majestad implícita en estos nombres se transmite de lo divino a lo humano por la mezcla de su naturaleza con esa naturaleza que es humilde. Por esta causa lo describe en un lenguaje variado y diferente, en un momento como aquel que bajó del cielo, en otro como aquel que nació de mujer, como Dios desde la eternidad y hombre en los últimos días; así también el Dios unigénito es considerado impasible, y Cristo capaz de sufrir; Tampoco su discurso falsea estas afirmaciones opuestas, pues adapta en sus concepciones a cada naturaleza los términos que le corresponden. Si estas son, pues, las doctrinas que hemos aprendido de la enseñanza inspirada, ¿cómo podemos atribuir la causa de nuestra salvación a un hombre común? Y si declaramos que la palabra empleada por el bienaventurado Pedro no se refiere a la existencia pretemporal, sino a la nueva dispensación de la encarnación, ¿qué tiene esto que ver con la acusación contra nosotros? Pues este gran apóstol dice que aquello que se vio en la forma del siervo se ha convertido, al ser asumido, en lo que era Aquel que lo asumió en su propia naturaleza. Además, en la Carta a los Hebreos podemos aprender la misma verdad de Pablo, cuando dice que Jesús fue hecho sumo sacerdote por Dios, siendo fiel a Aquel que lo hizo así (Hb 3,1-2). Pues también en ese pasaje, al dar el nombre de sumo sacerdote a aquel que con su propia sangre hizo la propiciación sacerdotal por nuestros pecados, no declara con la palabra hecho la primera existencia del Unigénito, sino que dice hecho con la intención de representar esa gracia de la que se habla comúnmente en relación con el nombramiento de sacerdotes. Pues Jesús, el gran sumo sacerdote (como dice Zacarías), quien ofreció su propio cordero (es decir, su propio cuerpo) por el pecado del mundo; quien, a causa de los hijos que participan de la carne y la sangre, él mismo también de la misma manera participó con ellos en la sangre (no porque él era en el principio, siendo el Verbo y Dios, y siendo en forma de Dios, e igual a Dios, sino porque se despojó a sí mismo en forma de siervo, y ofreció una oblación y sacrificio por nosotros), él, digo, se convirtió en sumo sacerdote muchas generaciones después, según el orden de Melquisedec. Sin duda, un lector con un conocimiento más que superficial de la Carta a los Hebreos conoce el misterio de este asunto. Así como, entonces, en ese pasaje se dice que fue hecho sacerdote y apóstol, aquí se dice que fue hecho Señor y Cristo para la dispensación en nuestro favor, el primero por el cambio y la transformación de lo humano a lo divino (pues "hacer apóstol" significa hacer de nuevo). Así se manifiesta la picardía de nuestros adversarios, quienes con insolencia tuercen las palabras referentes a la dispensación para aplicarlas a la existencia pretemporal. Porque aprendemos del apóstol a no conocer a Cristo de la misma manera ahora que antes, como dice Pablo: "Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, sin embargo, ahora ya no lo conocemos", en el sentido de que un conocimiento nos manifiesta su dispensación temporal, el otro su existencia eterna. Así, nuestro discurso ha dado una respuesta considerable a sus acusaciones: que no tenemos dos Cristos ni dos Señores, que no nos avergonzamos de la cruz, que no glorificamos a un mero hombre como si hubiera sufrido por el mundo, que ciertamente no creemos que la palabra hecho se refiera a la formación de la esencia. Pero, siendo tal nuestra opinión, nuestro argumento cuenta con un gran respaldo en nuestro propio acusador, quien, en medio de su discurso, emplea su lengua en una floreciente embestida contra nosotros, y cita esta frase entre otras: "Éste es, pues, el conflicto que Basilio libra contra sí mismo, y claramente parece no haber aplicado su propia mente a la intención de los apóstoles, ni ser capaz de preservar la secuencia de sus propios argumentos; pues según ellos, si es consciente de su carácter irreconciliable, debe admitir que el Verbo que era en el principio y era Dios se hizo Señor, o bien, combina afirmaciones que son mutuamente contradictorias". En efecto, ésta es en realidad nuestra afirmación: que el Verbo, que era en el principio y era Dios, se convirtió en Señor. Pues, siendo lo que era (Dios, Verbo, vida, luz, gracia, verdad, Señor y Cristo), y todo nombre exaltado y divino, se convirtió, en el hombre asumido por él (quien no era ninguno de estos), en todo lo demás que era el Verbo, y entre lo demás, se convirtió en Señor y Cristo, según la enseñanza de Pedro y según la confesión de Eunomio; no en el sentido de que la divinidad adquiriera algo por vía de avance, sino (al contemplarse toda la majestad exaltada en la naturaleza divina), se convierte así en Señor y Cristo, no por llegar a ninguna adición de gracia con respecto a su divinidad (pues se reconoce que la naturaleza de la divinidad no carece de ningún bien), sino al llevar la naturaleza humana a esa participación en la divinidad que se significa con los términos Cristo y Señor.

III
Sobre la frase "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre".
Sobre Jesucristo, su naturaleza, su impasibilidad, su poder, su composición humano-divina, su amor por el hombre

He ofrecido ya suficiente defensa sobre estos puntos, en cuanto a lo que Eunomio dice a modo de calumnia contra nuestra doctrina, de que Cristo se despojó para convertirse en sí mismo, se ha discutido suficientemente en lo dicho anteriormente, donde se ha demostrado que atribuye a nuestra doctrina su propia blasfemia. Pues no es quien confiesa que la naturaleza inmutable se ha revestido de lo creado y perecedero quien habla de la transición de lo semejante a lo semejante, sino quien concibe que no hay cambio de la majestad de la naturaleza a lo que es más inferior. Pues si, como afirma su doctrina, él es creado, y el hombre también lo es, la maravilla de la doctrina desaparece, y no hay nada maravilloso en lo que se alega, ya que la naturaleza creada llega a ser en sí misma. Pero nosotros, que hemos aprendido de la profecía del cambio de la diestra del Altísimo, y por la diestra del Padre entendemos ese poder de Dios, que creó todas las cosas, que es el Señor (no en el sentido de depender de él como parte de un todo, sino como siendo ciertamente de él, y sin embargo contemplado en existencia individual) decimos así: ni la diestra varía de Aquel cuya diestra es, en cuanto a la idea de su naturaleza, ni puede hablarse de ningún otro cambio en ella aparte de la dispensación de la carne. Porque verdaderamente la diestra de Dios era Dios mismo; manifestado en la carne, visto a través de esa misma carne por aquellos que tenían una visión clara; como él hizo la obra del Padre, siendo, tanto de hecho como en pensamiento, la diestra de Dios, pero siendo cambiado, con respecto al velo de la carne que lo rodeaba, al considerar lo que se veía, de lo que él era por naturaleza, como un tema de contemplación. Por lo tanto, le vino a decir a Felipe, que sólo contemplaba lo transformado: Mira a través de lo transformado hacia lo inmutable, y si ves esto, has visto al Padre mismo, a quien buscas ver; pues quien me ha visto a mí (no a quien aparece en un estado de cambio, sino a mí mismo, que estoy en el Padre) habrá visto al Padre mismo en quien yo estoy, porque el mismo carácter de la divinidad se contempla tanto en Jn 14,9-10. Si, entonces, creemos que la naturaleza inmortal, impasible e increada llegó a estar en la naturaleza pasible de la criatura, y concebimos que el cambio consiste en esto, ¿con qué fundamento se nos acusa de decir que él se despojó para convertirse en sí mismo? ¿Por quienes siguen parloteando sobre nuestras doctrinas? Pues la participación de lo creado con lo creado no implica un cambio de la mano derecha. Decir que la mano derecha de la naturaleza increada es creada pertenece sólo a Eunomio, y a quienes adoptan opiniones como las suyas. Pues quien mira la verdad discernirá que la mano derecha del Altísimo es tal como ve que es el Altísimo: increado de increado, bueno de bueno, eterno de eterno, sin perjuicio de su eternidad por estar en el Padre por generación. Así, nuestro acusador, sin darse cuenta, ha estado empleando contra nosotros reproches que, con razón, recaen sobre él. Pero en referencia a quienes tropiezan con la idea de la pasión y, sobre esta base, sostienen la diversidad de las esencias (argumentando que el Padre, por la exaltación de su naturaleza, no admite la pasión, y que el Hijo, en cambio, condescendió, por defecto y divergencia, a participar de sus sufrimientos), deseo añadir estas observaciones a lo ya dicho: que nada es verdaderamente pasión si no tiende al pecado, ni se llamaría estrictamente pasión a la rutina necesaria de la naturaleza, considerando la naturaleza compuesta tal como sigue su curso en una especie de orden y secuencia. Pues la concurrencia mutua de elementos heterogéneos en la formación de nuestro cuerpo es una especie de combinación armoniosamente unida a partir de varios elementos disímiles; pero cuando, a su debido tiempo, se rompe el vínculo que unía esta concurrencia de los elementos, la naturaleza combinada se disuelve una vez más en los elementos que la componían. Esto, entonces, es más una obra que una pasión de la naturaleza. Porque llamamos pasión sólo a lo que se opone al estado virtuoso sin pasión, y de esto creemos que Aquel que nos concedió la salvación estuvo siempre desprovisto, quien "fue tentado en todo según nuestra semejanza, menos en el pecado" (Hb 4,15). De aquello, al menos, que es verdaderamente pasión, que es una condición enfermiza de la voluntad, no participó; pues dice el apóstol que "no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca" (1Pe 2,22). No obstante, los atributos peculiares de nuestra naturaleza (que por una especie de abuso habitual de términos, se llaman con el mismo nombre de pasión), y todas esas disposiciones naturales que el alma suele experimentar con respecto a los inconvenientes corporales, sí que los sufrió el Señor. Como, entonces, cuando percibimos su poder extendiéndose a través de todas las cosas en el cielo, el aire, la tierra y el mar, todo lo que hay en el cielo, todo lo que hay debajo de la tierra, creemos que él está universalmente presente, y sin embargo no decimos que él sea ninguna de esas cosas en las que él está (porque él no es el cielo, quien la ha marcado con su amplitud envolvente, ni es él la tierra, quien sostiene el círculo de la tierra, ni tampoco es él el agua, quien abarca la naturaleza líquida), así tampoco decimos que al pasar por esos sufrimientos de la carne de los que hablamos estuvo sujeto a la pasión, sino, como decimos que él es la causa de todas las cosas que son, que él tiene el universo en su agarre, que dirige todo lo que está en movimiento y mantiene sobre una base establecida todo lo que está estacionario, por el poder inefable de su propia majestad, así decimos que él nació entre nosotros para la cura de la enfermedad del pecado, adaptando el ejercicio de su poder curativo de una manera correspondiente al sufrimiento, aplicando la curación de esa manera que él sabía que era para el bien de esa parte de la creación que él sabía que estaba enferma. Y como era conveniente que él sanara los sufrimientos por el tacto, decimos que así los sanó. Sin embargo, ¿no debe él, por ser el Sanador de nuestra enfermedad, ser considerado pasible? Pues incluso en el caso de los hombres, el uso común no nos permite afirmar tal cosa. No decimos que quien toca a un enfermo para curarlo participe de la enfermedad, sino que le otorga al enfermo el beneficio de recuperar la salud, y no participa de la enfermedad: pues el sufrimiento no lo toca a él, es él quien toca la enfermedad. Ahora bien, si quien con su arte obra algún bien en los cuerpos humanos no es llamado torpe o débil, sino amante de los hombres, benefactor y cosas por el estilo, ¿por qué calumnian la dispensación hacia nosotros como vil e ignominiosa, y la usan para sostener que la esencia del Hijo es divergente por vía de inferioridad, argumentando que la naturaleza del Padre es superior a los sufrimientos, mientras que la del Hijo no está limpia de pasión? Si el propósito de la encarnación no fue que el Hijo estuviera sujeto al sufrimiento, sino que se manifestara como un amante de los hombres, mientras que el Padre también es indudablemente un amante de los hombres, se deduce que, si uno sólo considera el propósito, el Hijo está en la misma situación que el Padre. Pero si no fue el Padre quien operó la destrucción de la muerte, no se maravillen, pues todo el juicio también lo encomendó al Hijo, quien no juzga a nadie; no lo hace todo por el Hijo porque no pueda salvar a los perdidos ni juzgar al pecador, sino porque también lo hace por su propio poder, mediante el cual obra todas las cosas. Entonces, quienes fueron salvados por el Hijo fueron salvados por el poder del Padre, y los que son juzgados por él sufren juicio por la justicia de Dios. Porque Cristo, como dice el apóstol, es la "justicia de Dios" (Rm 1,17), que se revela en el evangelio; y ya sea que mires al mundo como un todo, o a las partes del mundo que componen ese todo completo, todas estas son obras del Padre, en cuanto son obras de su poder; y así, la palabra que dice que el Padre hizo todas las cosas, y que ninguna de estas cosas que son llegó a existir sin el Hijo, habla verdaderamente en ambos puntos; porque la operación del poder tiene relación con Aquel cuyo poder es. Así, ya que el Hijo es el poder del Padre, todas las obras del Hijo son obras del Padre. Que él entró en la dispensación de la pasión no por debilidad de naturaleza sino por el poder de su voluntad, uno podría traer innumerables pasajes del evangelio para mostrarlo. Pero, como el asunto está claro, los adelantaré para no extenderme en puntos admitidos. Si, pues, lo que sucede es malo, debemos separar de ese mal no solo al Padre, sino también al Hijo; pero si la salvación de los perdidos es buena, y si lo que ocurrió no es pasión, sino amor a los hombres, ¿por qué apartáis de nuestra acción de gracias por nuestra salvación al Padre, quien por su propio poder, que es Cristo, obró para los hombres su liberación de la muerte?

IV
Sobre la frase "Dios le hizo Señor y Cristo", y la mezcla de las dos naturalezas de Jesucristo

Volviendo una vez más a nuestro vehemente escritor de discursos (Eunomio), y retomando su severa invectiva contra nosotros, nos acusa Eunomio de negar que la esencia del Hijo haya sido hecha, contradiciendo las palabras de Pedro que dicen: "Él lo hizo Señor y Cristo, a este Jesús a quien crucificasteis" (Hch 2,36); y es muy enérgico en su indignación e injuria sobre este asunto, y además sostiene ciertos puntos con los que cree refutar nuestra doctrina. Veamos, entonces, la fuerza de los intentos de Eunomio, sobre todo cuando pregunta: "¿Quién, el más imprudente de los hombres, cuando tiene forma de siervo, toma forma de siervo?". Ningún hombre razonable, le respondo yo, usaría un lenguaje así, salvo uno que sea completamente ajeno a la esperanza de los cristianos. Pero a esta clase pertenecen ustedes, quienes nos acusan de imprudente porque no admitimos la creación del Creador. Pues si el Espíritu Santo no miente cuando dice por el profeta: "Todas las cosas te sirven", y toda la creación está en servidumbre, y el Hijo es, como dices, creado, es claramente un consiervo de todas las cosas, degradándose al participar de la creación a participar también de la servidumbre. Y a Aquel que está en servidumbre, sin duda le darás la forma de siervo: pues, por supuesto, no te avergonzarás del aspecto de la servidumbre cuando reconozcas que es siervo por naturaleza. ¿Quién es ahora, te ruego, mi más agudo retórico, quien transfiere al Hijo de la forma servil a otra forma de siervo? ¿Aquel que reclama para sí un ser increado, y con ello demuestra que no es siervo, o tú, más bien, que continuamente proclamas que el Hijo es siervo del Padre, y que de hecho estaba bajo su dominio antes de tomar la forma de siervo? No pido otros jueces; dejo la votación sobre estas cuestiones en tus propias manos. Pues supongo que nadie es tan descarado en su trato con la verdad como para oponerse a los hechos reconocidos por pura desfachatez. Lo que hemos dicho es evidente para cualquiera: los atributos peculiares de la servidumbre se caracterizan por lo que es servil por naturaleza, y ser creado es un atributo propio de la servidumbre. Así, quien afirma que él, siendo siervo, tomó nuestra forma, es sin duda quien transfiere al Unigénito de servidumbre en servidumbre. Eunomio, sin embargo, intenta luchar contra nuestras palabras, y dice un poco más adelante (porque por ahora pasaré por alto sus observaciones intermedias, ya que han sido discutidas más o menos completamente en mis argumentos anteriores), cuando nos acusa de ser atrevidos al decir o pensar cosas inconcebibles, y nos llama "muy miserables", esto: "Si no es del Verbo que era en el principio y era Dios de quien habla el bienaventurado Pedro, sino de aquel que fue visto, y que "se despojó a sí mismo" para tomar la "forma de siervo", y aquel que "se despojó a sí mismo" para tomar la "forma de siervo", "se despojó a sí mismo" para llegar a ser como hombre, entonces el hombre que fue visto "se despojó a sí mismo", para llegar a ser como hombre". Puede ser que el juicio de mis lectores haya detectado inmediatamente, a partir de la cita anterior, la picardía y, al mismo tiempo, la insensatez del argumento que sostiene. Sin embargo, añadiremos una breve refutación de lo que dice, no tanto para desmentir su torpe sofisma, que de hecho queda desmentido por sí mismo para quienes tienen oídos para oír, sino para evitar que parezca que pasamos su alegación sin discusión, con el pretexto de desprecio por la inutilidad de su argumento. Por lo tanto, analicemos el punto de esta manera. ¿Cuáles son las palabras del apóstol? Éstas mismas: "Sepamos que Dios lo hizo Señor y Cristo" (Hch 2,36). Luego, como si alguien le hubiera preguntado a quién se le había concedido tal gracia, señala con el dedo, diciendo: "A este Jesús, a quien crucificasteis". ¿Qué dice nuestro gran Basilio al respecto? Que la palabra demostrativa declara que esa persona fue hecha Cristo, quien había sido crucificado por los oyentes, pues dice crucificasteis, y era probable que quienes habían exigido el asesinato que se cometió contra él fueran oyentes del discurso; pues el tiempo transcurrido entre la crucifixión y el discurso de Pedro no fue largo. ¿Qué, entonces, ofrece Eunomio en respuesta a esto? Si no es del Verbo que era en el principio y era Dios de quien habla el bienaventurado Pedro, sino de aquel que fue visto y que "se despojó de sí mismo", como dice nuestro Basilio, y si el hombre que fue visto "se despojó de sí mismo" para tomar la "forma de siervo". ¡Un momento! ¿Quién dice esto, que el hombre que fue visto se despojó de nuevo de sí mismo para tomar la forma de siervo? ¿O quién sostiene que el sufrimiento de la cruz tuvo lugar antes de la manifestación en la carne? La cruz no precedió al cuerpo, ni el cuerpo a la forma del siervo. Pero Dios se manifiesta en la carne, mientras que la carne que mostró a Dios en sí misma, tras haber cumplido por sí misma el gran misterio de la muerte, se transforma por mezcla en aquello que es exaltado y divino, convirtiéndose en Cristo y Señor, siendo transferida y cambiada a lo que era, quien se manifestó en esa carne. Pero si decimos esto, nuestro campeón de la verdad sostiene una vez más que decimos que aquel que fue mostrado en la cruz se despojó de sí mismo para hacerse otro hombre, formulando su sofisma de la siguiente manera: Si, dijo él, el hombre que fue visto se despojó de sí mismo para tomar la forma de siervo, y aquel que se despojó de sí mismo para tomar la forma de siervo se despojó de sí mismo para hacerse hombre, entonces el hombre que fue visto se despojó de sí mismo para hacerse hombre. ¡Qué bien recuerda la tarea que tenía por delante! ¡Cuán acertada es la conclusión de su argumento! Nuestro Basilio declara que el apóstol dijo que el hombre que fue visto fue hecho Cristo y Señor, y esta clara y aguda interpretación de sus afirmaciones dice: "Si Pedro no dice que la esencia de Aquel que era en el principio fue hecha, el hombre que fue visto se despojó de sí mismo para tomar la forma de siervo, y aquel que se despojó de sí mismo para tomar la forma de siervo se despojó de sí mismo para hacerse hombre". ¡Somos conquistados, Eunomio, por esta sabiduría invencible! El hecho de que el discurso del apóstol se refiera a aquel que "fue crucificado por debilidad" (2Cor 13,4) queda en verdad rotundamente refutado cuando aprendemos que, si creemos que esto es así, el hombre que fue visto se convierte de nuevo en otro, despojándose de sí mismo para otro advenimiento del hombre. ¿Nunca dejarás de bromear contra lo que debería estar a salvo de tales intentos? ¿No te sonrojarás al destruir con tan ridículos sofismas el temor que encierra los misterios divinos? ¿No te volverás ahora, si nunca antes, a saber que el Dios unigénito, que está en el seno del Padre, siendo palabra, rey y señor, y todo lo que se exalta en palabra y pensamiento, no necesita convertirse en nada bueno, ya que él mismo es la plenitud de todo bien? ¿Qué es, entonces, aquello en lo que se transforma, lo que antes no era? Pues bien, así como Aquel que no conoció el pecado se convierte en pecado para quitar el pecado del mundo, así, por otro lado, la carne que recibió al Señor se convierte en Cristo y Señor, transformándose por la mezcla en lo que no era por naturaleza: por lo cual aprendemos que ni Dios se habría manifestado en la carne si la Palabra no se hubiera hecho carne, ni la carne humana que lo rodeaba se habría transformado en lo divino si lo visible a los sentidos no se hubiera convertido en Cristo y Señor. Pero tratan con desprecio la simplicidad de lo que predicamos, quienes usan sus silogismos para pisotear el ser de Dios, y desean mostrar que Aquel que por la creación trajo a la existencia todas las cosas que son, es él mismo una parte de la creación, y tuercen, para ayudarlos en tal esfuerzo por establecer su blasfemia, las palabras de Pedro, quien dijo a los judíos: "Sea notorio a toda la casa de Israel que Dios lo hizo Señor y Cristo, a este Jesús a quien crucificaron" (Hch 2,36). Esta es la prueba que presentan para afirmar que la esencia del Dios unigénito es creada. ¿Qué, oh Eunomio? ¿Existían los judíos, a quienes se les dirigió la palabra, antes de los siglos? ¿Existió la cruz antes del mundo? ¿Existió Pilato antes de toda la creación? ¿Existió Jesús primero, y después el Verbo? ¿Era la carne más antigua que la divinidad? ¿Trajo Gabriel la buena nueva a María antes de que el mundo existiera? ¿Acaso el hombre que estaba en Cristo no tuvo comienzo por vía de nacimiento en los días de Augusto, mientras que el Verbo que era Dios en el principio es nuestro rey, como testifica el profeta, antes de todos los siglos? ¿No ven la confusión que traen al asunto, poniendo, como dice la frase, las cosas patas arriba? Fue el quincuagésimo día después de la pasión, cuando Pedro predicó su sermón a los judíos y dijo: "A quien crucificaron, Dios lo hizo Cristo y Señor". ¿No notan el orden de sus palabras? ¿Qué aparece primero y qué segundo en sus palabras? No dijo "a quien Dios hizo Señor, vosotros lo crucificasteis", sino "a quien vosotros crucificasteis, Dios lo hizo Cristo y Señor". De modo que queda claro que Pedro no habla de lo que era antes de los siglos, sino de lo que era después de la dispensación. ¿Cómo es posible, entonces, que no te des cuenta de que toda la concepción de tu argumento sobre el tema está siendo desmentida, y que sigas haciendo el ridículo con tu infantil red de sofismas, diciendo que, si creemos que aquel que era visible a los sentidos fue creado por Dios como Cristo y Señor, se sigue necesariamente que el Señor se despojó de sí mismo una vez más para hacerse hombre y experimentar un segundo nacimiento? ¿Qué ventaja saca la doctrina de Eunomio de esto? ¿Cómo demuestra Eunomio lo que dice de que "el rey de la creación fue creado"? Por mi parte, afirmo que mi opinión cuenta con el apoyo de quienes nos contradicen, y que el retórico, en su excesiva atención al asunto, no ha comprendido que, al llevar el argumento al absurdo, está luchando del lado de aquellos a quienes ataca, con las mismas armas que usa para derrocarlos. Pues si creemos que el cambio de condición en el caso de Jesús fue de un estado elevado a uno inferior, y si sólo la naturaleza divina e increada trasciende la creación, quizás, al examinar a fondo su propio argumento, se alinee con la verdad y concuerde en que lo Increado llegó a existir en lo creado, en su amor por el hombre. Pero si imagina que demuestra el carácter creado del Señor al mostrar que él, siendo Dios, participó de la naturaleza humana, encontrará muchos pasajes similares que fundamentan su opinión y que respaldan su argumento de manera similar. Pues, puesto que él era el Verbo y era Dios, y después, como dice el profeta, "fue visto en la tierra y conversó con los hombres" (Bar 3,37), ¡con esto se demostrará que es una de las criaturas! Y si esto se considera irrelevante, pasajes similares tampoco son del todo pertinentes. En sentido literal, es lo mismo decir que "el Verbo existía en el principio" y "se manifestó a los hombres en la carne", que decir que "siendo en forma de Dios, se vistió de siervo". Si una de estas afirmaciones no sustenta la blasfemia de Eunomio, debe abandonar también la restante. Sin embargo, tiene la bondad de aconsejarnos que abandonemos nuestro error y nos señale la verdad. Lo cual él mismo sostiene. Nos dice que el apóstol Pedro declara que fue hecho quien en el principio era el Verbo y Dios. Pues bien, si estuviera inventando sueños para nuestra diversión y dándonos información sobre la interpretación profética de las visiones del sueño, no habría ningún riesgo en permitirle exponer los enigmas de su imaginación a su antojo. Pero cuando nos dice que está explicando las expresiones divinas, ya no es seguro para nosotros dejar que interprete las palabras a su antojo. ¿Qué dice la Escritura? Esto mismo: que "Dios hizo Señor y Cristo a este Jesús a quien crucificasteis" (Hch 2,36). Cuando todo, entonces, concuerda (la palabra demostrativa que denota a Aquel de quien se habla por el nombre de su humanidad, la acusación contra los manchados con culpa de sangre, el sufrimiento de la cruz) nuestro pensamiento necesariamente se dirige a lo que era evidente para los sentidos. Pero él afirma que, si bien Pedro usa estas palabras, es la existencia pretemporal la que se indica con la palabra hecho. Bien, podemos permitir con seguridad que enfermeras y ancianas bromean con niños y descifran el significado de los sueños a su antojo; pero cuando se nos presenta la Escritura inspirada para su exposición, el gran apóstol nos prohíbe recurrir a las habladurías de las ancianas. Cuando oigo hablar de la cruz, entiendo la cruz, y cuando oigo mencionar un nombre humano, entiendo la naturaleza que ese nombre connota. Así, cuando oigo a Pedro decir que este fue hecho Señor y Cristo, no dudo de que habla de aquel que había existido ante los ojos de los hombres, ya que los santos concuerdan en este asunto, así como en otros. Pues, así como dice que aquel que fue crucificado ha sido hecho Señor, Pablo también dice que fue exaltado en gran manera, después de la pasión y la resurrección, no siendo exaltado en cuanto Dios. Pues ¿qué altura hay más sublime que la divina, para que diga que Dios fue exaltado hasta ella? Pero él quiere decir que la bajeza de la humanidad fue exaltada, palabra que, supongo, indica la asimilación y unión del hombre que fue asumido al estado exaltado de la naturaleza divina. E incluso si se le permitiera malinterpretar la expresión divina, ni siquiera así su argumento concluiría de acuerdo con el propósito de su herejía. Pues si bien Pedro dice de "Aquel que era en el principio, Dios lo hizo Señor y Cristo, a este Jesús a quien crucificasteis", encontraremos que, aun así, la blasfemia de Eunomio no tiene fuerza contra la verdad. Dios lo hizo, dice, Señor y Cristo. ¿A cuál de las palabras debemos referirnos con hizo? ¿Con cuál de las que se emplean en esta oración debemos relacionar la palabra hizo? Tenemos tres: éste, Señor y Cristo. ¿Con cuál de estas tres construirá la palabra hizo? Nadie se atreve a negar que hizo se refiere a Cristo y a Señor; pues Pedro dice que, siendo ya lo que era, fue hecho Cristo y Señor por el Padre. Estas palabras no son mías, sino de quien dice exactamente así: "El bienaventurado Pedro habla de Aquel que era en el principio y era Dios, y nos explica que fue él quien se convirtió en Señor y Cristo". Eunomio, entonces, dice que Aquel que era lo que era se convirtió en Señor y Cristo, como nos dice la historia de David que él, siendo hijo de Jesé y pastor de rebaños, fue ungido para ser rey: no que la unción lo hiciera entonces hombre, sino que él, siendo lo que era por su propia naturaleza, se transformó de un hombre ordinario en rey. ¿Qué sigue? ¿Queda con ello más establecido que la esencia del Hijo fue hecha, si, como dice Eunomio, Dios lo hizo, cuando "era en el principio" y era Dios, Señor y Cristo? Pues el señorío no es un nombre de su ser, sino de su ser en autoridad, y el apelativo de Cristo indica su reino, mientras que la idea de su reino es una, y la de su naturaleza, otra. Supongamos que la Escritura dice que estas cosas sucedieron con respecto al Hijo de Dios. Consideremos entonces cuál es la visión más piadosa y más racional. ¿Quién puede decir con certeza que se hace partícipe de la superioridad mediante el avance: Dios o el hombre? ¿Quién tiene una mente tan infantil como para suponer que la divinidad pasa a la perfección mediante la adición? Pero en cuanto a la naturaleza humana, tal suposición no es irrazonable, ya que las palabras del evangelio atribuyen claramente a nuestro Señor un aumento con respecto a su humanidad, pues dice: "Jesús creció en sabiduría, estatura y favor". ¿Cuál, entonces, es la sugerencia más razonable que se deriva de las palabras del apóstol? ¿Que Aquel que era Dios en el principio se convirtió en Señor mediante el ascenso, o que la humildad de la naturaleza humana fue elevada a la cima de la majestad como resultado de su comunión con lo divino? Pues también el profeta David, hablando en la persona del Señor, dice: "Soy establecido como rey por él", con un significado muy cercano a "fui hecho Cristo"; y de nuevo, en la persona del Padre al Señor, dice: "Sé Señor en medio de tus enemigos", con el mismo significado que Pedro: "Sé hecho Señor de tus enemigos". Así pues, el establecimiento de su reino no significa la formación de su esencia, sino el ascenso a su dignidad, y Aquel que le ordena ser Señor no ordena que lo inexistente surja en ese momento particular, sino que se lo da a Aquel que gobierna a los desobedientes. Así también el bienaventurado Pedro, cuando dice que uno ha sido hecho Cristo (es decir, rey de todos), añade la palabra él para distinguir la idea tanto de la esencia como de los atributos contemplados en relación con ella. Pues él lo hizo lo que se ha declarado cuando ya era lo que es. Ahora bien, si fuera lícito afirmar de la naturaleza trascendente que se convirtió en algo mediante el avance, como un rey de ser un hombre común, o elevado de ser humilde, o Señor de ser siervo, sería apropiado aplicar las palabras de Pedro al Unigénito. Pero como la naturaleza divina, sea cual sea su creencia, siempre permanece igual, estando por encima de todo aumento e incapaz de disminución, estamos absolutamente obligados a referir sus palabras a la humanidad. Pues Dios el Verbo es ahora, y siempre permanece, lo que fue en el principio, siempre Rey, siempre Señor, siempre Dios y Altísimo, sin haberse convertido en ninguna de estas cosas por vía de ascenso, sino siendo en virtud de su naturaleza todo lo que se declara ser. Mientras que, por otro lado, Aquel que, al ser asumido, fue elevado de hombre a divinidad, siendo una cosa y convirtiéndose en otra, se dice estricta y verdaderamente que se convirtió en Cristo y Señor. Pues lo hizo Señor de siervo, Rey de súbdito, Cristo de subordinado. Exaltó lo humilde y le dio a quien tenía el nombre humano ese nombre que está por encima de todo nombre. Y así se produjo esa inefable mezcla y conjunción de pequeñez humana con grandeza divina, por la cual incluso los nombres que son grandes y divinos se aplican propiamente a la humanidad, mientras que, por otro lado, a la divinidad se le llama con nombres humanos. Porque es la misma persona que tiene el nombre que está sobre todo nombre y es adorada por toda la creación en el nombre humano de Jesús. Pues dice: "En el nombre de Jesús se doblará toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confesará que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre".