GREGORIO DE NISA
Contra Eunomio

LIBRO XII

I
Sobre Jesucristo, resucitado de los muertos
Sobre la frase "no me toques, porque aún no he subido al Padre"

Veamos ahora cuál es la siguiente adición que añade Eunomio a su profanidad, por ser la clave de su doctrina. En efecto, Eunomio no sólo degrada la majestad de la gloria del Unigénito a concepciones serviles, sino que cree encontrar la prueba más sólida de sus afirmaciones en las palabras del Señor a María Magdalena, que pronunció después de su resurrección (cuando le dijo "ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"). La interpretación ortodoxa de estas palabras, y el sentido en el que hemos estado acostumbrados a creer que fueron dichas a María, creo que es manifiesta para todos los que han recibido la fe en la verdad. Aún así, la discusión de este punto será dada por nosotros en su lugar apropiado. Mientras tanto, vale la pena preguntar a quienes nos oponen frases como ascender, "ser visto", ser reconocido por el tacto y estar asociado con los hombres por la hermandad, si las consideran propias de la naturaleza divina o humana. Si ven en la divinidad la capacidad de ser visto y tocado, y de ser sostenido por la comida y la bebida, y de parentesco y hermandad con los hombres, y todos los atributos de la naturaleza corpórea, entonces que prediquen del Dios unigénito tanto éstos como cualquier otra cosa que deseen, como energía motriz y cambio local (propios de las cosas circunscritas por un cuerpo). Mas si Jesús está discurriendo con la Magdalena como con sus hermanos, y si el Unigénito no tiene hermanos, y si la misma persona que dijo "Dios es Espíritu", ahora dice a sus discípulos palpadme (Lc 24,39) para mostrar que por la naturaleza humana es capaz de ser palpada la divinidad, y si Aquel que dice voy indica cambio local, mientras que "él contiene todas las cosas, en quien todas las cosas fueron creadas, y en quien todas las cosas consisten" (Col 1,16-17), no tiene nada en las cosas existentes externas a él que pueda ser removido por cualquier tipo de movimiento (pues el movimiento no puede efectuarse de otra manera que cuando lo removido abandona el lugar en el que está y ocupa otro en su lugar, mientras que aquello que se extiende a través de todo, está en todo, controla todo y no está confinado por nada existente, no tiene adónde ir, puesto que nada está vacío de la plenitud divina)... ¿cómo pueden estos hombres abandonar la creencia de que tales expresiones surgen de lo aparente, y aplicarlas a esa naturaleza divina que sobrepasa todo entendimiento, cuando el apóstol, en su discurso a los atenienses, nos ha prohibido claramente imaginar tal cosa de Dios, puesto que el poder divino no se descubre mediante el tacto, sino mediante la contemplación inteligente y la fe? O además, ¿quién revela que es Aquel que comió ante los ojos de sus discípulos y prometió "ir delante de ellos a Galilea" y allí "ser visto" por ellos? ¿Dios, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver? ¿O la imagen corporal (es decir, la forma de siervo en la que Dios estaba)? Si lo dicho prueba claramente que el significado de las frases alegadas se refiere a lo visible, y que expresa forma, y que es capaz de movimiento afín a la naturaleza de sus discípulos, y ninguna de estas propiedades es discernible en Aquel que es invisible, incorpóreo, intangible y sin forma, ¿cómo llegan a degradar al mismísimo Dios unigénito, que "era en el principio" y "está en el Padre", al nivel de Pedro, Andrés, Juan y el resto de los apóstoles, llamándolos hermanos y consiervos del Unigénito? Esto es así. Sin embargo, todos los esfuerzos de Eunomio se dirigen a este objetivo: demostrar que hay una distancia tan grande entre la majestad del Padre y la esencia del Unigénito, como la hay entre el Unigénito y la humanidad. Por eso Eunomio presiona este dicho en apoyo de este significado, tratando el nombre de Dios y Padre al mismo nivel con respecto al Señor y sus discípulos, en la opinión de que no se concibe ninguna diferencia en dignidad de naturaleza mientras él sea reconocido como Dios y Padre tanto de él como de ellos de una manera exactamente similar. El modo en que Eunomio mantiene su profanidad es el siguiente: o bien por el término relativo empleado se expresa también la comunidad de esencia entre los discípulos y el Padre, o bien no debemos con esta frase incluir ni siquiera al Señor en la comunión con la naturaleza del Padre. Es decir, que así como el hecho de que el "Dios sobre todo" sea nombrado como "su Dios" implica que los discípulos son sus siervos, así por paridad de razonamiento, se reconoce que el Hijo también es siervo de Dios. En respuesta a esto, habría que decir que las palabras dirigidas a María Magdalena no son aplicables a la divinidad del Unigénito, pues Aquel que "se humilló a sí mismo al nivel de la pequeñez humana" es quien pronunció las palabras. Sobre cuál es el significado de lo que entonces pronunció, lo podemos saber en toda su plenitud quienes por el Espíritu indagamos en las profundidades del sagrado misterio, siguiendo la guía de los padres de la Iglesia. Aquel que es por naturaleza Padre de todo lo existente, de quien todas las cosas tienen su nacimiento, ha sido proclamado como uno solo, por la sublime expresión del apóstol ("hay un solo Dios, de quien son todas las cosas"; 1Cor 8,6). En consecuencia, la naturaleza humana no entró en la creación de ninguna otra fuente, ni creció espontáneamente en los padres de la raza, sino que también tuvo como autor de su propia constitución a nadie menos que al Padre de todo. Y el nombre de la divinidad en sí, ya sea que indique la autoridad de supervisión o de previsión, implica cierta relación con la humanidad. Pues Aquel que otorgó a todas las cosas que son el poder de ser, es el Dios y supervisor de lo que él mismo ha producido. Pero como por las astucias de aquel que sembró en nosotros la cizaña de la desobediencia, nuestra naturaleza ya no conservó en sí la impresión de la imagen del Padre, sino que se transformó en la repugnante semejanza del pecado, por esta causa fue injertada en virtud de semejanza de voluntad en la mala familia del padre del pecado: de modo que el Dios y Padre bueno y verdadero ya no era el Dios y Padre de aquel que había sido así proscrito por su propia depravación, sino que en lugar de Aquel que era por naturaleza Dios, fueron honrados aquellos que, como dice el apóstol, por naturaleza no eran dioses (Gál 4,8). A Dios, Eunomio le considera Padre de una forma falsa, como bien le recordaría el profeta Jeremías cuando dijo: "La perdiz gritó, y recogió lo que no había empollado". De hecho, ésta fue la suma calamidad de Eunomio: la de decir que la humanidad fue exiliada por el buen Padre, y desterrada de la divina supervisión y cuidado, obviando lo que dice la Escritura ("Aquel que es el pastor de toda la creación racional dejó en las alturas del cielo su rebaño puro y supramundano, y movido por el amor fue tras la oveja descarriada, nuestra naturaleza humana"). La naturaleza humana, que sólo, según la semejanza de la parábola, por vicios se alejó del centenar de seres racionales, es, comparada con el todo, sólo una parte insignificante e infinitesimal. Desde entonces era imposible que nuestra vida, que se había alejado de Dios, regresara por sí misma al lugar alto y celestial. Por esta causa, como dice el apóstol, "él, que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, y nos liberó de la maldición al tomar sobre sí nuestra maldición como suya, matado en sí mismo la enemistad que por medio del pecado se había interpuesto entre nosotros y Dios, y devolviéndonos a ser lo que éramos, y uniendo de nuevo la humanidad a Dios". En efecto, habiendo puesto por la pureza en relación más íntima con el Padre de nuestra naturaleza a ese nuevo hombre creado según Dios (en quien habitó corporalmente toda la plenitud de la deidad), Cristo atrajo consigo a la misma gracia a toda la naturaleza que participa de su cuerpo y es afín a él. Esta buena nueva la proclamó Cristo a través de la Magdalena, y no sólo a aquellos discípulos sino también a todos los que hasta el día de hoy se hacen discípulos de la Palabra. Cristo proclamó así la buena nueva de que el hombre ya no está proscrito ni excluido del reino de Dios, sino que vuelve a ser hijo en la posición que le asignó en un principio su Dios (puesto que junto con las primicias de la humanidad, la masa también es santificada). Aquel que por nosotros participó de carne y sangre los ha rescatado y los ha devuelto al lugar del que se extraviaron, convirtiéndose en mera carne y sangre por el pecado. Y así, Aquel "de quien nos alejamos por nuestra rebelión" se ha convertido en nuestro Padre y nuestro Dios. Por consiguiente, en el pasaje citado anteriormente, el Señor trae la buena nueva de este beneficio. Estas palabras no son una prueba de la degradación del Hijo, sino la buena nueva de nuestra reconciliación con Dios. Pues lo que ha sucedido en la humanidad de Cristo es un don común otorgado a la humanidad en general. Así como cuando vemos en él el peso del cuerpo, que naturalmente gravita hacia la tierra, ascendiendo por el aire hacia los cielos, creemos, según las palabras del apóstol, que también "seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor" (1Ts 4,16), así también, cuando oímos que el verdadero Dios y Padre se ha convertido en el Dios y Padre de nuestras primicias, ya no dudamos de que el mismo Dios se ha convertido también en nuestro Dios y Padre, puesto que hemos aprendido que llegaremos al mismo lugar donde Cristo entró por nosotros como nuestro precursor. El hecho de que esta gracia se revelara por medio de una mujer concuerda con la interpretación que hemos dado, pues como dice el apóstol, "la mujer, engañada, incurrió en trasgresión" (1Tm 2,14), y por su desobediencia fue la principal en la rebelión contra Dios. Por esta razón, ella es la primera testigo de la resurrección, para que, mediante su fe en ella, pudiera recuperar la derrota causada por su desobediencia. Y así como, al convertirse desde el principio en ministra y defensora de su esposo ante los consejos de la serpiente, introdujo en la vida humana el principio del mal y sus consecuencias, así también, al ministrar a sus discípulos las palabras de Aquel que mató al dragón rebelde, pudiera convertirse para los hombres en guía de la fe, anulando así, con razón, la primera proclamación de la muerte. Es probable, de hecho, que estudiantes más diligentes encuentren una explicación más provechosa del texto. No obstante, aunque no se encuentre ninguna, creo que todo lector devoto coincidirá en que la propuesta de nuestro oponente Eunomio es inútil, tras compararla con la que he presentado. ¿Por qué? Porque éste último fabrica lo que haga falta para destruir la gloria del Unigénito, mientras que nosotros ofrecemos todos los propósitos de la dispensación concerniente al hombre. Queda demostrado, por tanto, que no fue el Dios intangible, inmutable e invisible, sino la naturaleza móvil, visible y tangible propia de la humanidad, quien dio el mandato a María Magdalena de administrar la palabra a sus discípulos.

II
Eunomio defiende que Jesucristo fue desterrado a los infiernos.
Sobre la luz verdadera e inaccesible de Dios

Investiguemos también este punto: qué defensa ofrece Eunomio en aquellos asuntos en los que el gran Basilio lo condenó de error, sobre todo a la hora de desterrar al Dios unigénito al reino de las tinieblas. Oigamos las propias palabras de Eunomio, que dicen: "Tan grande como es la diferencia entre lo generado y lo ingenerado, tan grande es la divergencia entre luz y Luz". Puesto que ya ha demostrado que la diferencia entre lo generado y lo ingenerado no es meramente de mayor o menor intensidad (sino que es diametralmente opuesta en cuanto a su significado), y puesto que Eunomio ha inferido que la diferencia entre la luz del Padre y la del Hijo corresponde a la ingeneración y la generación, debo necesariamente suponer que, según Eunomio, en el Hijo no hubo una disminución de la luz, sino una completa alienación de la luz. En efecto, como no podemos decir que la generación es una ungeneración modificada, sino que el significado de los términos γέννησις y αγεννησία son absolutamente contradictorios y mutuamente excluyentes, así, si se ha de conservar la misma distinción entre la luz del Padre y la concebida como existente en el Hijo, se concluirá lógicamente que, según Eunomio, el Hijo no ha de ser concebido de ahora en adelante como Luz, y está excluido igualmente de la ungeneración y de la luz que acompaña a esa condición (y que Aquel que es algo diferente de la luz evidentemente, por consecuencia, tendrá afinidad con su contrario). En concreto, estas son las palabras de Eunomio: "Como Cristo dijo a sus discípulos vosotros sois la luz del mundo, y Pablo otorga el título de luz inaccesible al Dios sobre todas las cosas, con estos añadidos y diferencias aprendemos que existe una diferencia tan grande entre una luz y la otra, y no soportaremos con paciencia ni siquiera la mera mención de que el concepto de luz en ambos casos es el mismo". ¿Habla en serio al presentar tales argumentos en sus intentos contra la verdad, o está experimentando con la torpeza de quienes siguen su error?¿Para ver si pueden detectar una falacia tan pueril y transparente, o si carecen de sentido común para discernir una imposición tan descarada? Pues supongo que nadie es tan insensato como para no percibir el juego de términos equívocos con el que Eunomio se engaña a sí mismo y a sus admiradores. Los discípulos, dice Eunomio, fueron llamados luz, y lo que se produjo en el curso de la creación también se llama luz. Bien, mas ¿quién ignora que en estos sólo el nombre es común, y lo que se significa en cada caso es muy diferente? Pues la luz del sol da discernimiento a la vista, pero la palabra de los discípulos implanta en las almas de los hombres la iluminación de la verdad. Si, entonces, es consciente de esta diferencia incluso en el caso de esa luz, de modo que piensa que la luz del cuerpo es una cosa y la luz del alma otra, no necesitamos discutir más el punto con él, ya que su propia defensa lo condena si nos quedamos callados. Pero si bajo esa luz no puede descubrir tal diferencia en cuanto al modo de operación (pues no es, podría decir, la luz de los ojos la que ilumina la carne, ni la luz espiritual la que ilumina el alma, sino que la operación y la potencia de una y de la otra son las mismas, operando en la misma esfera y sobre los mismos objetos), entonces ¿cómo es que de la diferencia entre la luz de los rayos del sol y la de las palabras de los apóstoles, infiere una diferencia similar entre la luz unigénita y la luz del Padre? En cambio, Eunomio dice que el Hijo es llamado "luz verdadera", y el Padre "luz inaccesible". Pues bien, estas distinciones adicionales implican una diferencia de grado sólo, y no de tipo, entre la luz del Hijo y la luz del Padre. Cree que lo verdadero es una cosa y lo inaccesible otra. Supongo que no hay nadie tan idiota como para no ver la verdadera identidad de significado en ambos términos. Pues lo verdadero y lo inaccesible están cada uno alejado en un grado igualmente absoluto de sus contrarios. Pues así como lo verdadero no admite ninguna mezcla de lo falso, así también lo inaccesible no admite el acceso de su contrario. Pues lo inaccesible es ciertamente inaccesible para el mal. Pero la luz del Hijo no es mala, pues ¿cómo puede alguien ver en el mal lo que es verdadero? Puesto que, entonces, la verdad no es mala, nadie puede decir que la luz que está en el Padre sea inaccesible para la verdad. Pues si rechazara la verdad, se asociaría, por supuesto, con la falsedad. Pues la naturaleza de las contradicciones es tal que la ausencia de la mejor implica la presencia de su opuesto. Si, pues, alguien dijera que la luz del Padre se contempla como distante de la presentación de su opuesto, interpretaría el término inaccesible de una manera acorde con la intención del apóstol. Pero si dijera que inaccesible significa alienación del bien, no supondría otra cosa que Dios es ajeno y enemigo de sí mismo, siendo a la vez bueno y opuesto al bien. Pero esto es imposible, pues el bien es afín al bien. Por consiguiente, una luz no es divergente de la otra. De hecho, me atrevería a decir que quien intercambiara ambos atributos (la "luz verdadera" y la "luz inaccesible") no se equivocaría. Pues lo verdadero es inaccesible para lo falso, y por otro lado, lo inaccesible se encuentra en la verdad inmaculada. En consecuencia, lo inaccesible es idéntico a lo verdadero, porque lo que significa cada expresión es igualmente inaccesible para el mal. ¿Cuál es entonces la diferencia que imagina que existe entre ellas quien se impone a sí mismo y a sus seguidores con el uso equívoco del término luz? Pero no pasemos por alto este punto sin tener en cuenta que sólo después de distorsionar las palabras del apóstol para adaptarlas a su propia fantasía, cita la frase como si viniera de él. En concreto, Pablo dice "morar en luz inaccesible" (1Tm 6,16), y hay una gran diferencia entre "ser uno mismo algo" y "estar en algo". En efecto, quien dijo "morar en luz inaccesible" no se refería, con la palabra morar, a Dios mismo, sino a lo que lo rodea, lo cual, en nuestra opinión, equivale a la frase evangélica que nos dice que "el Padre está en el Hijo". Así como el Hijo es luz verdadera, y la verdad es inaccesible por medio de la mentira, así también el Hijo es luz inaccesible en la cual mora el Padre, o en quien está el Padre.

III
Sobre la dispensación del Hijo, por bondad amorosa y en cooperación con el Padre

A pesar de todo lo dicho, Eunomio pone toda su fuerza en su vana argumentación y dice: "De los hechos mismos y de los oráculos en los que se cree, presento la prueba de mi afirmación". Tal es su promesa, mas si los argumentos que presenta confirman sus profesiones, es algo que el lector perspicaz, por supuesto, considerará. El bienaventurado Juan, después de decir que "el Verbo era en el principio", y después de llamarlo vida, y posteriormente darle a la vida el título adicional de luz, dice un poco más adelante: "Y el Verbo se hizo carne". Si, entonces, la luz "es vida", y el Verbo "es vida", y el Verbo "se hizo carne", de ahí resulta claro que la luz se encarnó. ¿Qué entonces? ¿Porque la luz y la vida, y Dios y el Verbo, se manifestaron en carne, se sigue que la verdadera luz es divergente en algún grado de la luz que está en el Padre? Es más, el evangelio atestigua que, incluso cuando se encontraba en la oscuridad, la luz permaneció inaccesible para el elemento contrario, pues "la luz brillaba en la oscuridad, y la oscuridad no la comprendió". Si, entonces, la luz, al encontrarse en la oscuridad, se hubiera transformado en su contrario, y hubiera sido dominada por la penumbra, esto habría sido un sólido argumento en apoyo de quienes desean mostrar cuán inferior es esta luz en comparación con la que se contempla en el Padre. Pero si el Verbo, aunque encarnado, sigue siendo el Verbo, y si la luz, aunque resplandezca en la oscuridad, no es menos luz (sin admitir la comunión de su contrario), y si la vida (aunque esté en la muerte) permanece segura en sí misma, y si Dios (aunque se somete a tomar la forma de un siervo) no se convierte en siervo, sino que elimina la subordinación servil y la absorbe en señorío y realeza (haciendo que lo que era humano y humilde se convierta en Señor y Cristo), ¿cómo demuestra con este argumento Eunomio la variación de la luz hacia la inferioridad, cuando cada luz tiene en igual medida la propiedad de ser inconvertible al mal e inalterable? ¿Y cómo es que también ignora esto, que quien contempló al Verbo encarnado, que era a la vez luz, vida y Dios, reconoció, por la gloria que vio, al Padre de la gloria, y dice: "Contemplamos su gloria, la gloria como del unigénito del Padre"? Ha llegado Eunomio, por tanto, al argumento irrefutable que hace tiempo detecté en la secuencia de sus declaraciones, y que aquí se proclama en voz alta sin disimulo. En concreto, desea Eunomio demostrar que la esencia del Hijo está sujeta a la pasión y a la decadencia, y que en nada difiere de la naturaleza material, y que está en estado de flujo, para así poder demostrar su diferencia con el Padre. Y si no, escuchemos sus propias palabras, cuando dice: "Quien pueda demostrar que Cristo es el Dios que está sobre todo, y que es la luz inaccesible, y que se encarnó o pudo encarnarse, y que se sometió a la autoridad, y que obedeció mandatos, y que se sometió a las leyes de los hombres, y que cargó con la cruz... que diga que la luz es igual a la Luz". Si hubiéramos presentado estas palabras como consecuencia necesaria de las premisas establecidas por Eunomio, ¿quién no nos habría acusado de injusticia al emplear una dialéctica demasiado sutil para reducir la afirmación de nuestros adversarios a tal absurdo? Pero, tal como están las cosas, el hecho de que él mismo no intente suprimir el absurdo que naturalmente se desprende de su suposición, apoya nuestra afirmación de que no fue sin la debida reflexión que, con la ayuda de la verdad, censuro el argumento de herejía. ¡Mirad cuán abierta y abierta es su lucha contra el Dios unigénito! Es más, sus enemigos consideran su Tratado como un medio para menospreciar y difamar la naturaleza del Hijo de Dios, afirmando que, por una compulsión de su naturaleza, se deslizó a la vida en la carne y al sufrimiento de la cruz. También vienen afirmando los seguidores de Eunomio que, "así como es propio de la naturaleza de una piedra caer hacia abajo y del fuego ascender, y como estos objetos materiales no intercambian sus naturalezas entre sí, de modo que la piedra tendría una tendencia ascendente y el fuego se vería deprimido por su peso y se hundiría, así también sostienen que la pasión era parte de la naturaleza misma del Hijo, y que por esta causa llegó a lo que le era afín y familiar, mientras que la naturaleza del Padre, al estar libre de tales pasiones, permaneció inaccesible al contacto del mal". En efecto, dice Eunomio que el Dios que está sobre todas las cosas, que es luz inaccesible, no se encarnó ni podía encarnarse. La primera de las dos afirmaciones era suficiente: que el Padre no se encarnó. Pero ahora, con su adición, surge un doble absurdo: o bien acusa al Hijo de maldad, o bien al Padre de impotencia. Si participar de nuestra carne es malo, entonces atribuye Eunomio maldad al Dios unigénito. Si la bondad amorosa hacia el hombre fue buena, entonces hace Eunomio que el Padre sea impotente para el bien, al decir que no habría estado en su poder otorgar eficazmente tal gracia al encarnarse. Sin embargo, ¿quién en el mundo ignora que el poder vivificador opera tanto en el Padre como en el Hijo? Pues así como "el Padre resucita a los muertos y les da vida", así también "el Hijo vivifica a quienes quiere", refiriéndose obviamente a nosotros (los que hemos caído de la vida verdadera). Si, pues, así como "el Padre vivifica", y no de otra manera el Hijo pone en funcionamiento la misma gracia, ¿cómo es que el adversario de Dios (Eunomio) mueve su lengua profana contra ambos, insultando al Padre atribuyéndole impotencia para el bien, y al Hijo atribuyéndole asociación con el mal? Además, cuando dice Eunomio que "la luz no es igual a la Luz", porque a una la llama verdadera y a la otra inaccesible, ¿considera entonces lo verdadero una disminución de lo inaccesible? ¿Por qué? Como se ve, su argumento es que la divinidad del Padre debe concebirse como mayor y más exaltada que la del Hijo, porque a uno se le llama en el evangelio "Dios verdadero" y al otro "Hijo de Dios", sin la adición de verdadero. ¿Cómo, entonces, el mismo término, aplicado a la divinidad, indica una ampliación de la concepción, y aplicado a la luz una disminución? Pues si Eunomio dice que el Padre es mayor que el Hijo porque es Dios verdadero, con la misma demostración se reconocería al Hijo como mayor que el Padre, porque al primero se le llama "luz verdadera", y al segundo no. Pero esta luz, dice Eunomio, llevó a cabo el plan de misericordia, mientras que la otra permaneció inoperante con respecto a esa acción de gracia. ¡Una nueva y extraña manera de determinar la prioridad en la dignidad! Juzgan que lo ineficaz para un propósito benévolo es superior a lo que es operativo. Pero tal noción no existe ni se encontrará jamás entre los cristianos: una noción que establece que todo bien que existe en las cosas existentes no proviene del Padre. Pero de los bienes que nos pertenecen a los hombres, la mayor bendición, según todos los hombres de mente recta, es el regreso a la vida, la cual está garantizada por la dispensación realizada por el Señor (en su naturaleza humana) y por el hecho de que el Padre no permaneciera distante (como pretende la herejía), ni ineficaz e inoperante durante esta dispensación, pues no es esto lo que indica quien dijo: "El que me envió está conmigo, y el Padre que mora en mí, él hace las obras". ¿Con qué derecho, entonces, la herejía atribuye sólo al Hijo la intervención misericordiosa en nuestro favor, y con ello excluye al Padre de tener parte o porción en nuestra gratitud por su éxito? Naturalmente, la retribución de las gracias corresponde sólo a nuestros benefactores, y Aquel que es incapaz de beneficiarnos queda fuera del ámbito de nuestra gratitud. ¿Veis cómo el curso del ataque profano contra el Hijo unigénito ha errado el blanco, y está dando vueltas para dirigirse contra la majestad del Padre? De hecho, esto me parece que es resultado necesario del método de proceder de Eunomio. Porque si "quien honra al Hijo honra al Padre", según la declaración divina, es evidente que quien ataca al Hijo ataca al Padre. Lo digo para quienes, con sencillez de corazón, reciben la predicación de la cruz y la resurrección como motivo de gracia y agradecimiento al Hijo y al Padre, cumpliendo en ella el Hijo la voluntad del Padre: "que todos los hombres sean salvos" (1Tm 2,4). Lo digo para que estas personas sigan honrando al Padre y al Hijo por igual, ya que nuestra salvación no se habría realizado si la buena voluntad del Padre no hubiera procedido a obrar realmente en nosotros mediante su propio poder. En definitiva, hemos aprendido de la Escritura que "el Hijo es el poder del Padre" (1Cor 1,24).

IV
Eunomio aporta el término γεννησία, obtenido de la mitología egipcia.
Eunomio defiende que Jesucristo sufrió por necesidad, y no por voluntad.
Eunomio rechaza agradecer a Jesucristo su obra redentora, por no ser determinante

Observemos una vez más el pasaje citado por Eunomio, que dice así: "Quien pueda demostrar que el Dios que está por encima de todo, y que es la luz inaccesible, se encarnó o pudo encarnarse, que diga que la luz es igual a la Luz". El significado de sus palabras es evidente por la forma misma de la oración, que no cree que fue por su divinidad omnipotente que el Hijo demostró ser fuerte para tal forma de bondad amorosa, sino que fue por ser de una naturaleza sujeta a la pasión que se rebajó al sufrimiento de la cruz. Mientras yo reflexionaba y me preguntaba cómo Eunomio llegó a tropezar con tales nociones sobre la deidad, y decir por un lado que la "luz no generada" era inaccesible por su contrario (y completamente intacta y libre de toda pasión y afecto), y por otro lado que "lo generado" era intermedio en su naturaleza (de modo que no preservaba lo divino inmaculado y puro en la impasibilidad, sino que tenía una esencia mezclada y compuesta de contrarios, que a la vez se extendía para participar del bien, y se disolvía en una condición sujeta a la pasión), y ya que era imposible obtener de las Escrituras premisas para apoyar una teoría tan absurda, me asaltó el pensamiento de si podría ser que Eunomio fuera un admirador de las especulaciones de los egipcios sobre el tema de lo divino, y hubiera mezclado las fantasías de los egipcios con sus puntos de vista sobre el Unigénito. Los egipcios, en su fantástica forma de componer sus ídolos, al adaptar las formas de ciertos animales irracionales a miembros humanos, hablan de una naturaleza mixta que llaman daimon, que según ellos es más sutil que la de los hombres y supera con creces nuestra naturaleza en poder. Este daimon contiene el elemento divino, pero no puro ni compuesto, sino que se combina con la naturaleza del alma y las percepciones del cuerpo, y es receptivo al placer y al dolor (ninguno de los cuales tiene cabida en el Dios ingenuo, pues también los egipcios usan este nombre, atribuyendo al Dios Supremo el atributo de la ingenuidad). Así, lo que a mí me parece es que nuestro sabio teólogo Eunomio está incorporando al Credo cristiano el Anubis, Isis y Osiris de los santuarios egipcios, ocultando el reconocimiento de sus nombres. De hecho, no hay diferencia en profanidad entre quien profesa abiertamente los nombres de los ídolos y quien no los profesa abiertamente pero los cree en su corazón. Posiblemente, por tanto, Eunomio extrae su teoría de los enigmas de los jeroglíficos, sobre todo cuando afirma que "la luz ingenerada es inaccesible y no tiene el poder de rebajarse a experimentar afectos", y que "tal condición es afín a la generada", de modo que el hombre no necesita sentir gratitud al Dios unigénito por lo que sufrió, pues fue por la acción espontánea de su naturaleza por lo que descendió a la experiencia de los afectos. En efecto, de ser esto así, ¿quién acogería como una bendición lo que ocurre por necesidad, aunque sea provechoso y provechoso? Pues no agradecemos al fuego su calor ni al agua su fluidez, pues atribuimos estas cualidades a la necesidad de sus diversas naturalezas, pues el fuego no puede ser abandonado por su poder de calentar, ni el agua puede permanecer estacionaria en una pendiente, puesto que la pendiente espontáneamente atrae su movimiento hacia adelante. Si, por tanto, dice Eunomio que el beneficio obrado por el Hijo mediante su encarnación fue por una necesidad de su naturaleza, ciertamente no le dará nadie las gracias, ya que atribuirán lo que él hizo no a un poder autoritario, sino a una compulsión natural. Así, mientras los hombres experimentaran el beneficio del don, menospreciarían la bondad amorosa que lo trajo, al tiempo que su naturaleza humana seguiría estando en su miserable condición (pues no habría habido nadie que elevase la naturaleza del hombre a la incorrupción por lo que él mismo experimentó). Ésta creo que es, pues, la astucia de este embustero llamado Eunomio, en su intento de destruir la majestad del Dios unigénito.

V
Las tesis de Eunomio, en continua oposición y contradicción

Siento que mi argumento se me está escapando, y se está dejando llevar por las blasfemias de nuestros oponentes para repasar los absurdos de su sistema. Por consiguiente, deberé contenerlo cuando se descontrole, a la hora de demostrar consecuencias absurdas. Sin duda, el amable lector perdonará estos excesos, no imputándonos a mi investigación sino al absurdo de quienes establecieron premisas tan perniciosas. Centrándonos ya en otra de las afirmaciones de Eunomio, éste dice que "Dios es compuesto, en el sentido de que, si bien suponemos que la luz es común, separamos una de la otra por ciertos atributos especiales y diversas diferencias (pues no es menos compuesto aquello que, aunque unido por una naturaleza común, está separado por ciertas diferencias y conjunciones de peculiaridades)". A esto, mi respuesta es breve. Eunomio llama al Señor "luz verdadera" y al Padre "luz inaccesible". En consecuencia, al nombrar a cada uno así, también reconoce su comunidad con respecto a la luz. Pero como los títulos se aplican a las cosas porque se ajustan a ellas, como él ha insistido a menudo, no concebimos que el nombre de luz se use solo para la naturaleza divina, sin algún significado, sino que se predica en virtud de alguna realidad subyacente. En consecuencia, mediante el uso de un nombre común, reconocen la identidad de los objetos significados, puesto que ya han declarado que las naturalezas de las cosas que tienen el mismo nombre no pueden ser diferentes. Dado que el significado de luz es uno y el mismo, la adición de inaccesible y verdadero, según el lenguaje de la herejía, separa la naturaleza común por diferencias específicas, de modo que la luz del Padre se concibe como una cosa y la luz del Hijo como otra, separadas entre sí por propiedades especiales. Por consiguiente: o bien que Eunomio derogue sus propias posturas para evitar que sus afirmaciones demuestren que la deidad es compuesta, o bien que se abstenga de imputarnos lo que pueda ver contenido en su propio lenguaje. Por nuestra parte, nuestra afirmación no viola la simplicidad de la divinidad, ya que la comunidad y la diferencia específica no son esencia, de modo que la conjunción de estas debería convertir al sujeto en compuesto. En efecto, la esencia permanece siendo lo que es, por sí misma, en la naturaleza, mientras que todo aquel que posea razón diría que los atributo (comunidad y diferencia específica) estaban entre las concepciones acompañantes. Entre nosotros, los hombres, ciertamente puede discernirse alguna comunidad con la naturaleza divina, mas no por eso la divinidad es humanidad, ni la humanidad divinidad. Por ejemplo, Dios es bueno, y también encontramos este carácter en los hombres. No obstante, el significado especial en cada caso establece una distinción en la comunidad que surge del uso del término bueno. En efecto, Aquel que es la fuente de la bondad es nombrado a partir de él, mientras que quien participa de su bondad no participa de su nombre. Por esta razón, Dios no es por esta razón compuesto, aunque comparta con los hombres el título de bueno. De estas consideraciones se desprende claramente que la idea de comunidad es una cosa y la de esencia otra, y que no por ello debemos sostener la multiplicidad de partes en esa naturaleza simple como algo que tenga que ver con la cantidad, por el hecho de que sus atributos puedan ser participados por otros. Pasemos ahora, si os parece bien, a otra de las afirmaciones de Eunomio, y descartemos el disparate que se interpone. Eunomio reitera laboriosamente contra nuestro argumento la división aristotélica de las cosas existentes (en géneros, especies, diferenciaciones e individuos), y lanza todo el lenguaje técnico de las categorías en perjuicio de nuestras doctrinas. Dejemos todo esto de lado, y dirijamos nuestro discurso a su pesado e irresistible argumento. En efecto, tras haber reforzado Eunomio su argumento con fervor demosténico, se presenta ante nosotros como un segundo peán de Oltiseris, imitando la severidad de ese orador en su lucha con nosotros. Transcribiré el lenguaje de nuestro autor palabra por palabra. Dice así: "Como lo generado es contrario a lo ingenerado, la luz generada es igualmente inferior a la luz ingenerada, y una resultará ser luz, la otra oscuridad". Quien tenga tiempo libre, que aprenda de estas palabras cuán mordaz es la manera de abordar esta oposición. Así mismo, rogaría a quien imite mi palabras que dijera lo que yo he dicho, o que haga su imitación lo más cercana posible, o si aborda mi argumento según su propia educación y capacidad, que hable desde su propia perspectiva y no desde la mía. Espero que nadie pierda de vista nuestro significado, hasta el punto de suponer que, si bien generar es contradictorio en sentido a no generar, uno es una disminución del otro. En efecto, la diferencia entre contradicciones no es de mayor o menor intensidad, sino que basa su oposición en que son mutuamente excluyentes en su significado. Por ejemplo, decimos que un hombre está dormido o no, sentado o no, que está o no está, y todo lo demás siguiendo el mismo modelo, donde la negación de uno es la afirmación de su opuesto. Así pues, como vivir no es una disminución de no vivir, sino todo lo contrario, así tampoco concebimos "haber sido generado" como una disminución de "no haber sido generado", sino como un opuesto y contradictorio que no admite término medio (de modo que lo expresado por uno no tiene nada que ver con lo expresado por el otro, en cuanto a menos o más). Quien diga que uno de dos contradictorios es defectuoso en comparación con el otro, que hable en su propia persona, y no en la nuestra, pues nuestro lenguaje común dice que las cosas que corresponden a contradicciones difieren entre sí tanto como sus originales. De este modo, aunque Eunomio discierne en la luz la misma divergencia que en lo generado en comparación con lo ingenerado, reafirmaré mi afirmación de que, así como en un caso el único miembro de la contradicción no tiene nada en común con su opuesto, así también si la luz se coloca del mismo lado que su opuesta, el lugar restante en la figura debe asignarse a la oscuridad (pues la necesidad de la antítesis ordena el término luz frente a su opuesto oscuridad, de acuerdo con la analogía de los términos contradictorios previos, generado e ingenerado). Para ver cómo luchó Eunomio contra esta contradicción, lanzando contra nosotros todo tipo de palabras ardientes con intensidad demosténica, sólo diré esto: que quienes deseen reírse, que estudien el tratado de nuestro orador Eunomio. Mi pluma no es muy dada a estimular, a la hora de refutar las nociones de la impiedad, pero es completamente la adecuada a la hora de ridiculizar la ignorancia de las mentes incultas.