GREGORIO DE NISA
Contra Eunomio

LIBRO X

I
Sobre la entidad divina, inalcanzable e incomprensible para el hombre.
Sobre la atribución e interpretación de los nombres divinos

Un poco más adelante en su Tratado, se opone Eunomio a quienes reconocen que la naturaleza humana es demasiado débil para concebir lo inaprensible, y con altanería amplía este tema de esta manera, restando importancia a nuestra creencia al respecto con estas palabras: "De ninguna manera se sigue que, si la mente de alguien, cegada por la malignidad, y por esa razón incapaz de ver nada delante o por encima de su cabeza, es sólo moderadamente competente para la aprehensión de la verdad, debamos pensar por esa razón que el descubrimiento de la realidad es inalcanzable para el resto de la humanidad". Debo decirle a Eunomio que, quien declara que el descubrimiento de la realidad es alcanzable, por supuesto ha avanzado su propio intelecto mediante algún método y proceso lógico a través del conocimiento de las cosas existentes, y después de haberse formado en asuntos que son comparativamente pequeños y fáciles de comprender por medio de la aprehensión, cuando está así preparado, ha lanzado su fantasía aprensiva sobre aquellos objetos que trascienden toda concepción. También he de decirle que, si se jacta de haber alcanzado el conocimiento de la existencia real, que nos interprete la naturaleza real del objeto más trivial que está ante nuestros ojos, para que por lo cognoscible pueda justificar nuestra creencia en lo que es secreto. También he de decirle que explique cuál es la naturaleza de la hormiga, y cómo su vida se mantiene unida por el aliento y la respiración, y está regulada por órganos vitales como los otros animales, y su cuerpo tiene una estructura de huesos, y los huecos de los huesos están llenos de médula, y sus articulaciones están unidas por la tensión de tendones y ligamentos, y la posición de los tendones se mantiene por envolturas de músculos y glándulas, y la médula se extiende a lo largo de las vértebras desde el prepucio hasta la cola, e imparte a las extremidades que se mueven el poder del movimiento por medio de la envoltura de la membrana tendinosa, y cómo el hígado se mantiene en conexión con una vesícula biliar, y cómo funcionan el riñones, corazón, arterias y venas, membranas y diafragma, y en qué parte de su cuerpo se localizan la vista y el oído, y el sentido del olfato, y si sus patas son enteras o articuladas, y cuánto tiempo vive, y cómo se reproducen y cuál es su período de gestación, y cómo es que no todas las hormigas se arrastran ni todas son aladas, sino que algunas pertenecen a las criaturas que se desplazan por el suelo, mientras que otras se elevan por el aire. Quien se jacte de haber comprendido el conocimiento de la existencia real, que nos revele brevemente la naturaleza de la hormiga, y luego que nos hable de la naturaleza del poder que sobrepasa todo entendimiento. No obstante, si aún no ha averiguado Eunomio, con su conocimiento, la naturaleza de la diminuta hormiga, ¿cómo puede jactarse de haber comprendido, mediante la comprensión de la razón, a Aquel que en sí mismo controla toda la creación, y decir que quienes reconocen la debilidad de la naturaleza humana tienen la percepción de sus almas oscurecida y no pueden alcanzar nada que esté frente a ellos ni por encima de su cabeza? Pero ahora veamos qué entendimiento posee quien posee el conocimiento de las cosas existentes, más allá del resto del mundo. Escuchemos su arrogante declaración: "Sin duda, habría sido inútil que el Señor se llamara la puerta si no hubiera nadie que pudiera acceder a la comprensión y contemplación del Padre, y habría sido inútil que se llamara el camino si no diera facilidades a quienes desean llegar al Padre". ¿Y cómo podría ser una luz sin iluminar a los hombres, sin iluminar sus almas para que se comprendan a sí mismos y a la luz trascendente? Pues bien, si aquí enumerara algunos argumentos propios, que escapan a la comprensión de los oyentes por su sutileza, tal vez cabría la posibilidad de ser engañado por la ingeniosidad del argumento, ya que su pensamiento subyacente a menudo escapa a la atención del lector. Pero dado que alega las palabras divinas, por supuesto, nadie culpa a quienes creen que su enseñanza inspirada es patrimonio común. Desde entonces, dice, el Señor fue llamado puerta, se sigue de ahí que la esencia de Dios puede ser comprendida por el hombre. Pero el evangelio no admite este significado. Escuchemos la propia expresión divina. "Yo soy la puerta", dice Cristo, y "por mí, si alguno entra, será salvo, y entrará, saldrá y hallará pastos". ¿Cuál, entonces, es el conocimiento de la esencia? Pues como aquí se dicen varias cosas, y cada una de ellas tiene su propio significado especial, es imposible referirlas todas a la idea de la esencia, para que no se piense que la deidad está compuesta de diferentes elementos; y sin embargo, no es fácil encontrar cuál de las frases recién citadas se puede aplicar más apropiadamente a ese tema. El Señor es la puerta, y "por mí, si alguno entra, será salvo, y entrará, saldrá y hallará pastos". ¿Debemos decir entrada, de la que habla, en lugar de la "esencia de Dios", o salvación de quienes entran, o salida, o pasto, o hallazgo? Pues cada una de estas frases tiene un significado peculiar y no concuerda con el resto. Entrar parece obviamente contrario a salir, y lo mismo ocurre con las otras frases, pues pasto, en su significado propio, es una cosa, y hallazgo otra cosa distinta. ¿Cuál, entonces, de estas se supone que es la esencia del Padre? Ciertamente, al pronunciar Eunomio todas estas frases que discrepan entre sí en significado, no se puede pretender indicar con términos incompatibles esa esencia que es simple y no compuesta. ¿Y cómo pueden ser válidas las palabras "a Dios nadie lo ha visto jamás", y "a quien ningún hombre ha visto ni puede ver" (1Tm 6,16), y "nadie verá el rostro del Señor y vivirá" (Ex 33,20), si estar dentro de la puerta, o fuera, o encontrando pastos, denota la esencia del Padre? Pues él es a la vez puerta que rodea y "casa de defensa" (como lo llama David), y por sí mismo recibe a los que entran, y en sí mismo salva a los que han entrado, y por sí mismo los conduce a los pastos de las virtudes, y se convierte en todo para quienes están en el camino de la salvación, para así hacerse lo que las necesidades de cada uno exigen (camino, guía, puerta que rodea, casa de defensa, agua de consuelo y pasto verde que en el evangelio llama pasto). No obstante, nuestro teólogo Eunomio dice que el Señor ha sido llamado puerta debido al conocimiento de la esencia del Padre. ¿Por qué entonces no impone el mismo significado a los títulos roca, piedra, fuente, árbol y demás, para así obtener evidencia de su propia teoría mediante la multitud de extraños testimonios, ya que puede aplicar a cada uno de ellos la misma descripción que ha dado del camino, la puerta y la luz? Pero, como así me lo enseña la Escritura inspirada, afirmo con valentía que Aquel que está por encima de todo nombre tiene para nosotros muchos nombres, recibiéndolos de acuerdo con la variedad de sus tratos de gracia con nosotros, siendo llamado luz cuando dispersa la oscuridad de la ignorancia, y vida cuando concede el don de la inmortalidad, y camino cuando nos guía del error a la verdad, así como una "torre de fortaleza" y una "ciudad envolvente", y una fuente, y una roca, y una vid, y un médico, y la resurrección y todo lo similar, con referencia a nosotros, comunicándose bajo diversos aspectos en virtud de sus beneficios hacia nosotros. Quienes tienen una visión más aguda que la humana, ven lo incomprensible pero pasan por alto lo comprensible, y cuando usan tales títulos para explicar las esencias están seguros de que no sólo ven, sino que miden a Aquel a quien ningún hombre ha visto ni puede ver, pero no disciernen con el ojo del alma la fe (que es lo único dentro del alcance de nuestra observación), valorando antes que esto el conocimiento que obtienen del raciocinio. De la misma manera, he escuchado el registro sagrado que culpa a los hijos de Benjamín, quienes no respetaban la ley, pero podían disparar a tiros de precisión (Jc 20,16). En este pasaje, creo, la palabra exhibe su afán por un objetivo vano, su agilidad y destreza para apuntar a cosas inútiles e insustanciales, pero ignorantes e indiferentes a lo que era manifiestamente beneficioso para ellos. Después de lo citado, la historia continúa relatando lo que les sucedió: cómo, tras perseguir desesperadamente la iniquidad de Sodoma, y cuando el pueblo de Israel se alzó en armas contra ellos con todas sus fuerzas, fueron completamente destruidos. Me parece una buena idea advertir a los jóvenes arqueros que no deseen disparar a tiros de precisión, mientras no tengan ojos para la puerta de la fe, sino que abandonen su trabajo inútil en torno a lo incomprensible y no pierdan la ganancia que tienen a su alcance, la cual se encuentra solo por la fe.

II
Sobre la vida eterna, conquistada por Jesucristo para el hombre

Ahora que he examinado lo que queda de su Tratado, me resisto a continuar mi argumento, pues un escalofrío me recorre el corazón ante las palabras de Eunomio, cuando intenta demostrar que "el Hijo es algo distinto de la vida eterna", y eso que el apóstol dice que, "a menos que la vida eterna se encuentre en el Hijo, nuestra fe resultará vana, nuestra predicación vana, el bautismo superfluo, las agonías de los mártires en vano, los trabajos de los apóstoles inútiles e improductivos para la vida de los hombres". En efecto, ¿por qué predicaron a Cristo, en quien, según Eunomio, no reside el poder de la vida eterna? ¿Por qué mencionan a quienes habían creído en Cristo, a menos que fuera a través de él que iban a ser partícipes de la vida eterna? Además, la inteligencia de quienes han creído en el Señor, que trasciende toda existencia sensible e intelectual, se precipita más allá incluso de esto en su anhelo de vida eterna, ansiosa por encontrarse con el Primero. ¿Qué debo lamentar más de las palabras citadas de Eunomio? ¿Que los miserables no crean que la vida eterna está en el Hijo, o que conciban la persona del Unigénito de una manera tan servil y terrenal que imaginan que pueden remontarse en sus razonamientos a su origen, y así, con el poder de su propio intelecto, mirar más allá de la vida del Hijo, y dejando la generación del Señor por debajo de ellos, pueden avanzar más allá de esto en su anhelo de vida eterna? Pues el significado de lo que he citado no es otro que este: que la mente humana, escudriñando el conocimiento de la existencia real y elevándose por encima de la creación sensible e inteligible, dejará al Verbo de Dios, quien estaba en el principio, por debajo de sí misma, así como ha dejado por debajo de ella todas las demás cosas, y ella misma llega a estar en aquel en quien el Verbo de Dios no estaba, explorando, mediante la actividad mental, regiones que se encuentran más allá de la vida del Hijo, buscando allí la vida eterna, donde el Dios unigénito no está. Porque en su anhelo de vida eterna, dice, nace en el pensamiento, más allá del Hijo (claramente, como si no hubiera encontrado en el Hijo lo que buscaba). Si la vida eterna no está en el Hijo, entonces seguramente aquel que dijo: Yo soy la vida, será convicto de falsedad, o bien él es vida, es cierto, pero no vida eterna. Pero lo que no es eterno es, por supuesto, limitado en duración. Y tal clase de vida es común tanto a los animales irracionales como a los hombres. ¿Dónde está entonces la majestad de la vida misma, si incluso la creación irracional la comparte? ¿Y cómo será la palabra o la razón divina lo mismo que la vida, si esta encuentra un hogar, en virtud de la vida que es solo temporal, en criaturas irracionales? Si, según el gran Juan, la Palabra es vida, pero esa vida es temporal y no eterna (como sostiene la herejía de Eunomio), y si, además, la vida temporal tiene lugar en otras criaturas, ¿cuál es la consecuencia lógica? Ésta misma: que o que los animales irracionales son racionales, o que debe confesarse que la Razón es irracional. ¿Necesitamos más palabras para refutar la maldita y maligna blasfemia de Eunomio? ¿Acaso tales declaraciones pretenden siquiera ocultar su intención de negar al Señor? Si el apóstol dice claramente que lo que no es eterno es temporal, y si estos herejes ven la vida eterna sólo en la esencia del Padre, y si al alienar al Hijo de la naturaleza del Padre también lo separan de la vida eterna, ¿qué es esto sino una manifiesta negación y rechazo de la fe en el Señor? El apóstol dice claramente que "quienes en esta vida sólo tienen esperanza en Cristo son los más miserables de todos los hombres" (1Cor 15,19). Si, entonces, el Señor es vida, pero no vida eterna (como defiende Eunomio), ciertamente la vida sería temporal, y sólo por un día, y sólo aquella que opera sólo para el tiempo presente. Por ello, habría que lamentar con el apóstol a quienes tienen esperanza, por haber perdido la verdadera vida. Quienes son iluminados al estilo de Eunomio pasan por alto al Hijo y se dejan llevar en sus razonamientos más allá de él, buscando la vida eterna en Aquel que es contemplado como externo y separado del Unigénito. ¿Qué debería uno decir ante tales males, salvo aquello que provoca lamentación y llanto? ¡Ay!, ¿cómo podemos gemir por esta generación miserable y lastimosa, que produce una cosecha de tan mortales males? En días de antaño, el celoso Jeremías lamentó al pueblo de Israel, cuando dieron un mal consentimiento a Joacim, quien abrió el camino a la idolatría, y fueron condenados al cautiverio bajo los asirios en represalia por su culto ilícito, exiliados del santuario y desterrados lejos de la herencia de sus padres. Aún más apropiado me parece que estas lamentaciones se canten cuando el imitador de Joacim arrastra a quienes engaña hacia esta nueva clase de idolatría, desterrándolos de su herencia ancestral (es decir, de la fe). Ellos también, de una manera que corresponde al registro bíblico, son llevados cautivos a Babilonia desde la Jerusalén de arriba (es decir, desde la Iglesia de Dios a esta confusión de doctrinas perniciosas, pues Babilonia significa confusión). Y así como Joacim fue mutilado, este hombre, habiéndose privado voluntariamente de la luz de la verdad, se ha convertido en presa del déspota babilónico, sin haber aprendido jamás, pobre desgraciado, que el evangelio nos manda contemplar la vida eterna por igual en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, puesto que la Palabra ha dicho así respecto al Padre: que conocerlo es vida eterna; respecto al Hijo: que todo el que cree en él tiene vida eterna; y respecto al Espíritu Santo: que para quien ha recibido su gracia será una fuente de agua que brota para vida eterna. En consecuencia, todo aquel que anhela la vida eterna cuando ha encontrado al Hijo (me refiero al verdadero Hijo, y no al falsamente llamado Hijo) ha encontrado en él en su totalidad lo que anhelaba, porque él es vida y tiene vida en sí mismo. Pero este hombre, tan sutil de mente, y de corazón tan perspicaz, no descubre con su extrema agudeza la vida en el Hijo, sino que, habiéndolo ignorado y dejado atrás como un obstáculo en el camino hacia aquello que busca, busca la vida eterna allí donde cree que no está la verdadera vida. ¿Qué podríamos concebir más aborrecible que esto por profanidad, o más melancolía como motivo de lamentación? Respecto a que la acusación de sabelianismo y montanismo se presente repetidamente contra nuestras doctrinas, esto es como si se nos acusara de blasfemia contra los anomeanos. Si se investigara cuidadosamente la falsedad de estas herejías, se encontraría una gran similitud con el error de Eunomio, pues cada una de ellas afecta al judío en su doctrina, al no admitir que ni el Dios unigénito ni el Espíritu Santo compartan la deidad del Dios a quien llaman grande y primero. A quien Sabelio llama "Dios de los tres nombres", Eunomio lo llama Ingénito, pero ninguno contempla la deidad en la trinidad de personas. Sobre quién es realmente afín a Sabelio, que lo decidan quienes lean mi argumento. Hasta aquí estos asuntos.

III
Sobre la inseparable identidad entre el Padre y el Hijo

En lo que sigue, Eunomio se dedica a avivar el mal olor de sus repugnantes intentos, con los que intenta demostrar que "el Dios unigénito no existió en un tiempo". Como mi opinión al respecto ha quedado bastante clara con mis argumentos anteriores, sería bueno no profundizar más mi argumento, excepto en este punto, cuando Eunomio dice (habiendo alguien observado que la propiedad de no ser engendrado está igualmente asociada con la esencia del Padre) lo siguiente: "El argumento procede por pasos similares a aquellos por los que llegó a una conclusión en el caso del Hijo". La doctrina ortodoxa se ve claramente reforzada por el ataque de sus adversarios, quienes sostienen que no debemos pensar que no ser engendrado o ser engendrado sean idénticos a la esencia, sino que estos deben contemplarse, es cierto, en el sujeto, mientras que el sujeto, en su definición propia, es algo más allá de estos. Dado que no se encuentra diferencia en el sujeto, pues la diferencia entre engendrado y no engendrado es independiente de la esencia y no la afecta, se sigue necesariamente que la esencia debe estar presente en ambas personas sin variación. Además, indaguemos sobre este punto, además de lo ya dicho, en qué sentido afirma Eunomio que "la generación es ajena al Padre, ya sea concibiéndola como esencia o como operación". Si la concibe como operación, está claramente conectada con su resultado y con su autor, pues en cualquier tipo de producción se puede ver la operación por igual en el producto y en el productor, manifestándose en la producción de los efectos y no separada de su artífice. Pero si llama a la generación una esencia separada de la esencia del Padre, admitiendo que el Señor vino a la existencia de allí, entonces claramente pone a ésta en el lugar del Padre con respecto al Unigénito, de modo que dos Padres son concebidos en el caso del Hijo, uno un Padre sólo de nombre, a quien llama el Ingenerado, que no tiene nada que ver con la generación, y el otro, que llama generación, desempeñando el papel de Padre para el Unigénito. Y esto queda aún más demostrado por las declaraciones del propio Eunomio que por nuestros propios argumentos. A continuación, dice Eunomio que "Dios, al ser sin generación, es también anterior a lo engendrado", y un poco más adelante que "Aquel cuya existencia surge de ser engendrado no existía antes de ser engendrado". En consecuencia, si el Padre no tuviera nada que ver con la generación (como dice Eunomio), y si fuera de la generación de donde el Hijo deriva su ser, entonces el Padre no tendría acción alguna respecto a la subsistencia del Hijo, y estaría aparte de toda conexión con la generación, de la cual el Hijo extrae su ser. Si, como dice Eunomio, el Padre fuera ajeno a la generación del Hijo, o bien inventa para el Hijo otro Padre bajo el nombre de generación, o bien en su sabiduría haría que el Hijo fuera autoengendrado o autogenerado. Se ve con ello la confusión mental de este hombre llamado Eunomio, que nos exhibe su ignorancia de arriba abajo en sus propios argumentos, así como una blasfemia que vaga por muchos caminos (o mejor dicho, por lugares donde no hay ninguno) sin llegar a su objetivo con ninguna guía fiable. Es lo que se puede ver en el caso de los niños, cuando en su juego infantil imitan la construcción de casas con arena, que lo que construyen no se basa en ningún plano ni en ninguna regla artística para parecerse al original, sino que primero hacen algo al azar y de forma tonta, y luego deciden cómo llamarlo. Pues bien, al igual que los niños, esta perspicacia la percibo yo en Eunomio, pues tras reunir palabras impías según lo primero que le viene a la cabeza, como un montón de arena, empieza a buscar adónde tiende su ininteligible blasfemia, que surge espontáneamente de lo que ha dicho, sin ninguna secuencia racional. No creo que originalmente propusiera inventar Eunomio la generación como una "subsistencia real que subyace a la esencia del Hijo en lugar del Padre", ni que formara parte de su retórico plan que "el Padre es ajeno a la generación del Hijo", ni que se introdujera deliberadamente el absurdo de la autogeneración. Pero todos estos absurdos han sido emitidos por este autor sin reflexión, de modo que quien comete tal error ni siquiera merece mucha refutación, pues no sabe, tomando prestadas las palabras del apóstol, ni lo que dice ni lo que afirma (1Tm 1,7). Según Eunomio, Aquel cuya existencia surge de la generación, "no existía antes de la generación". Si aquí usara el término "generación del Padre", estaría de acuerdo con él, y no habría oponente, pues se puede querer decir lo mismo con cualquiera de las dos frases (al decir que Abraham engendró a Isaac, o que Abraham fue el padre de Isaac). Si lo que dijera Eunomio fuera esto (que "Aquel cuya existencia se deriva del Padre no existía antes del Padre"), la afirmación sería válida, y yo mismos daría mi voto a favor. No obstante, Eunomio no dice eso, sino que recurre en la frase a esa generación de la que hemos hablado antes, y dice que "está separada del Padre" y sólo asociada al Hijo. Por ello, considero una pérdida de tiempo detenerme en la consideración de lo ininteligible, pues si Eunomio considera la generación como un objeto autoexistente, o si su nombre lo lleva a pensar en algo que no tiene existencia real, es algo que hasta el día de hoy no he podido averiguar a partir de su lenguaje. El argumento fluido e infundado de Eunomio se presta por igual a ambas suposiciones, inclinándose hacia uno u otro lado según la fantasía del pensador.

IV
Sobre la identidad de Jesucristo, simple y no compleja.
Sobre Jesucristo, salvador del estado de esclavitud

Aún no he examinado la parte más grave de la profanidad de Eunomio, que la secuela de su Tratado continúa añadiendo en un lenguaje horrible e impío contra Cristo. Al examinarlo, temo que, como algunas drogas funestas, el remanente de la perniciosa amargura se deposite en mis palabras. En fin, ahí va. El que se acerca a Dios, dice el apóstol, debe creer que "él es" (Hb 11,6). En consecuencia, la verdadera existencia es la distinción especial de la deidad. Pero Eunomio hace que Aquel que verdaderamente es, "o bien no exista en absoluto, o bien no exista en un sentido propio", que es lo mismo que no existir en absoluto, porque el que no existe propiamente, no existe realmente en absoluto. Por ejemplo, se dice que corre en sueños quien, en ese estado, se imagina esforzándose en la carrera, mientras que, dado que finge ser una carrera real, su fantasía de correr no es por esta razón una carrera. Pero aunque en un sentido inexacto se le llame así, aun así se le da el nombre falsamente. En consecuencia, quien se atreve a afirmar que el Dios unigénito no existe propiamente, o que no existe en absoluto, borra manifiestamente de su Credo toda fe en él. En efecto, ¿quién puede creer ya en algo inexistente? ¿O quién recurriría a Aquel cuya existencia, según han demostrado los enemigos del verdadero Señor, es impropia e insustancial? Pero para que mi afirmación no se considere injusta con nuestros oponentes, compararé con ella el lenguaje de los impíos, que dice así: "Quien está en el seno del ente, y quien está en el principio y está con Dios, no lo está en sentido estricto". ¿Qué dices, oh Eunomio? ¿Que quien está en el Padre no existe, y que quien está en el principio y quien está en el seno del Padre no existe, por esta misma razón, que está en el principio y está en el Padre, y se discierne en el seno del ente, y por lo tanto no existe en sentido estricto, porque está en el ente? ¡Ay de los principios vanos e irracionales! Ahora, por primera vez, hemos escuchado este vano parloteo: que el Señor, por quien son todas las cosas, no existe en sentido estricto. Y aún no hemos llegado al final de esta espantosa afirmación, pues queda algo aún más sorprendente: que Eunomio no sólo afirma que él no existe "en sentido estricto", sino también que "la naturaleza en la que reside es variada y compuesta". Bien, aquello a lo que no pertenece la simplicidad es manifiestamente diverso y compuesto. ¿Cómo puede una misma persona, entonces, ser a la vez inexistente y compuesta en esencia? De ahí que Eunomio deba elegir una estas dos alternativas: no hablar de Cristo como compuesto (si predica de él la no existencia), o no privarlo de la existencia (si afirma que él es compuesto). Para que su blasfemia pueda asumir muchas y variadas formas, se abalanza Eunomio sobre toda noción impía cuando quiere contrastarlo con lo existente, afirmando que, en sentido estricto, él no existe, y negándole el atributo de la simplicidad (en su relación con la naturaleza no compuesta). ¿Quién, entre quienes han trasgredido la palabra y abjurado de la fe, se ha prodigado tanto en negaciones del Señor? Sobre todo, porque Eunomio se pone a rivalizar con la divina proclamación de Juan. En efecto, cuantas veces este último ha atestiguado que era de la Palabra, tantas veces se opone aquél y dice que no lo era. Por eso contiende Eunomio contra los santos labios de nuestro padre Basilio, acusándolo de defender que Aquel que está en el Padre, y en el principio, y en el seno del Padre, existe, sosteniendo la opinión de que la adición "en el principio", y "en el seno del Padre", impide la existencia real de Aquel que es. ¡Vano aprendizaje! ¡Qué cosas enseñan los maestros del engaño! ¡Qué extrañas doctrinas introducen a sus oyentes! Les instruyen que lo que está en algo más no existe. Así pues, oh Eunomio, ya sabemos algo más de ti: que tu corazón y tu cerebro están dentro de ti, pero ninguno de ellos, según tu distinción, existe. Porque si el Dios unigénito no existe, estrictamente hablando, por esta razón, que él está en el seno del Padre, entonces todo lo que está en algo más queda así excluido de la existencia. Pero ciertamente tu corazón existe en ti, y no independientemente; por lo tanto, según tu punto de vista, debes decir que no existe en absoluto, o que no existe en sentido estricto. Sin embargo, la ignorancia y la profanidad de su lenguaje son tan groseras y evidentes que resultan obvias incluso antes de nuestro argumento, al menos para toda persona sensata. Pero para que tanto su necedad como su impiedad sean más manifiestas, añadiremos lo siguiente a lo anterior. Si sólo se puede decir que existe aquello en sentido estricto, cuya existencia la Escritura atestigua desvinculada de toda relación con cualquier otra cosa, ¿por qué, como quienes llevan agua, perecen de sed cuando pueden beberla? Incluso este hombre, aunque tenía a mano el antídoto para su blasfemia contra el Hijo, cerró los ojos y pasó corriendo junto a él como si temiera ser salvado, y acusa a nuestro gran Basilio de injusticia por haber suprimido las palabras calificativas y por citar sólo el era en referencia al Unigénito. Y sin embargo, estaba en su poder ver lo que Basilio vio y lo que todo el que tiene ojos ve. En esto, el sublime Juan me parece haber sido impulsado proféticamente para callar las bocas de quienes se oponen a Cristo frontalmente, y niegan su existencia en sentido estricto, y vomitan que "el Verbo era Dios", y que "él como estaba en el principio con Dios", y que "él estaba en el seno del Padre", luchando para que la existencia absoluta del Señor se anule. Así pues, la afirmación de que "él era Dios, y esto elimina cualquier subterfugio", prueba aún más la malignidad del hereje Eunomio. ¿Por qué? Porque si sostiene que "existir en algo" es indicio de "no existir en sentido estricto", entonces ciertamente admite que ni siquiera el Padre existe absolutamente, y rechaza que "el Hijo permanece en el Padre", así como "el Padre permanece en el Hijo", según las palabras del Señor (pues decir que "el Padre está en el Hijo" equivale a decir que el Hijo está en el seno del Padre). Y de paso, hagamos a Eunomio esta otra pregunta: cuando el Hijo no existía, como él mismo defiende, ¿qué contenía el seno del Padre? Seguramente nos dirá que estaba lleno o que estaba vacío. Si, entonces, el seno estaba lleno, ciertamente el Hijo era quien lo llenaba. Y si imagina que había algún vacío en el seno del Padre, no hace más que afirmar de él la perfección por vía de aumento, en el sentido de que pasó del estado de vacío y deficiencia al estado de plenitud y perfección. No obstante, Eunomio "no sabe ni entiende", como dice David sobre aquellos que "aún caminan en la oscuridad". Pues quien se ha vuelto hostil a la luz verdadera no puede mantener su alma en la luz. Por esta razón, no percibe Eunomio ninguna secuencia lógica, ni aquello que habría corregido su impiedad, herido por la ceguera, como los hombres de Sodoma. En efecto, también dice Eunomio que "la esencia del Hijo está controlada por el Padre", siendo sus palabras exactas las siguientes: "Aquel que es y vive por causa del Padre, no se apropia de esta dignidad, pues la esencia que incluso a él lo controla atrae hacia sí la concepción del Existente". Si estas doctrinas son aprobadas por algunos de los sabios que están fuera, que no se perturben en modo alguno los evangelios ni el resto de la enseñanza de las Escrituras. Porque ¿qué comunión hay entre el credo de los cristianos y la sabiduría que se ha vuelto necia? Pero si se apoya en el apoyo de las Escrituras, que muestre una declaración así de los escritos sagrados, y nos callaremos. Oigo a Pablo clamar: "Hay un solo Señor Jesucristo" (1Cor 8,6). Pero Eunomio grita contra Pablo, llamando a Cristo esclavo. Porque no reconocemos otra marca de esclavo que estar sujeto y controlado. El esclavo es ciertamente un esclavo, pero el esclavo no puede por naturaleza ser Señor, aunque el término se le aplique por un uso inexacto. ¿Y por qué debo presentar las declaraciones de Pablo en evidencia del señorío del Señor? Porque el maestro mismo de Pablo les dice a sus discípulos que él es verdaderamente Señor, aceptando como lo hace la confesión de aquellos que lo llamaban maestro y Señor. Porque él dice: "Me llamáis maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy" (Jn 13,13), y: "No llaméis a nadie maestro en la tierra, porque uno es vuestro maestro, el Cristo", y: "A nadie llaméis padre en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el cual está en los cielos" (Mt 23,8-10). ¿A qué debemos entonces prestar atención, ya que estamos así acorralados entre ellos? Por un lado, el Señor mismo, y aquel que tiene a Cristo hablando en él (2Cor 13,3), nos exhorta a no considerarlo esclavo, sino a honrarlo como se honra al Padre. Por otro lado, Eunomio presenta su demanda contra el Señor, afirmándolo esclavo, al afirmar que "Aquel sobre cuyos hombros descansa el gobierno del universo está bajo dominio". ¿Acaso nuestra decisión sobre qué hacer es dudosa, o es irrelevante la decisión más ventajosa? ¿Acaso eres el consejo de Pablo, Eunomio? ¿Acaso debo considerar la voz de la verdad menos confiable que tu engaño? Pero si no hubiera venido a hablarles, no habrían pecado. Desde entonces, él les ha hablado, declarándose verdaderamente Señor, y que no se le llama falsamente Señor (pues dice "yo soy", y no "me llaman"). ¿Qué necesidad hay, pues, de que hagan eso, si la venganza es inevitable, pues están advertidos? Quizás, en respuesta a esto, vuelva a aplicar Eunomio su lógica habitual, y diga que el mismo Ser es a la vez esclavo y Señor, dominado por el poder controlador, pero que lo domina sobre los demás. Estas profundas distinciones se mencionan en las encrucijadas, difundidas por quienes están enamorados de la falsedad, quienes confirman sus vanas nociones sobre la deidad con ejemplos de las circunstancias de la vida cotidiana. Pues, dado que los sucesos de este mundo nos dan ejemplos de tales disposiciones (así, en una institución adinerada, se puede ver al siervo más activo y devoto, puesto sobre sus compañeros por orden de su amo, y así investido de superioridad sobre otros de su mismo rango y posición), trasladan esta noción a las doctrinas sobre la divinidad, de modo que el Dios unigénito, aunque sujeto a la soberanía de su superior, no se ve obstaculizado en absoluto por la autoridad de su soberano respecto a los inferiores. Pero dejemos de lado tal filosofía y procedamos a discutir este punto según nuestra inteligencia. ¿Confiesan que el Padre es Señor por naturaleza, o sostienen que llegó a esta posición por alguna clase de elección? No creo que un hombre con alguna porción de intelecto pueda llegar a tal extremo de locura como para no reconocer que el señorío del Dios de todo es suyo por naturaleza. Pues lo que es por naturaleza simple, no compuesto e indivisible, sea lo que sea, lo es en toda su plenitud, no transformándose en algo tras otro por algún proceso de cambio, sino permaneciendo eternamente en la condición en la que está. ¿Cuál es, entonces, su creencia sobre el Unigénito? ¿Reconoce Eunomio que su esencia es simple, o supone que en él hay algún tipo de composición? Si piensa que él es algo multiforme, compuesto de muchas partes, seguramente no le concederá ni siquiera el nombre de deidad, sino que rebajarán su doctrina de Cristo a concepciones corpóreas y materiales. Pero si coincide en que él es simple, ¿cómo es posible, en la simplicidad del sujeto, reconocer la concurrencia de atributos contrarios? Pues así como la oposición contradictoria entre la vida y la muerte no admite término medio, así también, en sus características distintivas, la dominación se opone diametral e irreconciliablemente a la servidumbre. Si se considerara cada una de ellas por separado, no se podría formular adecuadamente una definición que se aplicara por igual a ambas, y donde la definición de las cosas no es idéntica, su naturaleza también es seguramente diferente. Si, entonces, el Señor es simple y de naturaleza no compuesta, ¿cómo puede encontrarse la conjunción de contrarios en el sujeto, como ocurriría si la servidumbre se mezclara con el señorío? Pero si se le reconoce como Señor, según la enseñanza de los santos, la simplicidad del tema evidencia que no puede tener parte ni suerte en la condición opuesta; mientras que si lo presentan como esclavo, entonces es inútil atribuirle el título de señorío. Pues lo simple por naturaleza no se divide en atributos contradictorios. Si afirma Eunomio que él "es uno" y se le llama "el otro", que es por naturaleza esclavo y Señor sólo de nombre, que lo declare con valentía y nos libere de la larga tarea de responderle. Pues ¿quién puede permitirse ser tan pausado en su tratamiento de las inanidades como para emplear argumentos para demostrar lo que es obvio e inequívoco? Pues si un hombre se denunciara a sí mismo por el delito de asesinato, el acusador no tendría ninguna dificultad en demostrarle con pruebas la acusación de culpabilidad por sangre. De igual manera, ya no presentaré contra nuestro oponente Eunomio, cuando avanzan tanto en la impiedad, una refutación elaborada tras examinar su caso. ¿Por qué? Porque quien afirma que el Unigénito es esclavo, al decirlo, lo hace consiervo suyo, y de ahí surgirá necesariamente una doble enormidad, pues: o despreciará a su consiervo (y negará la fe, habiéndose sacudido el yugo del señorío de Cristo), o se inclinará ante el esclavo y (alejándose de la naturaleza autodeterminante, que no tiene señor sobre ella) acabará adorándose a sí mismo en lugar de a Dios. Si Eunomio se ve a sí mismo en esclavitud, y al objeto de su adoración también en esclavitud, por supuesto se mirará a sí mismo, y en sí mismo verá completamente en aquello que adora. ¿Qué cálculo puede enumerar todos los demás males que necesariamente acompañan a esta terquedad de doctrina? ¿Quién no sabe? ¿Que quien es esclavo por naturaleza y sigue su vocación bajo la presión de un amo, no puede ser liberado ni siquiera del temor? De esto da testimonio el inspirado apóstol, cuando dice: "No habéis recibido el espíritu de esclavitud para volver a temer" (Rm 8,15). De modo que, como hombre, atribuirá también Eunomio el temor a su consiervo Dios. ¡Así es el Dios de la herejía! En cambio, lo que las Escrituras nos han enseñado es que, según el apóstol, "hemos sido llamados a la libertad por Cristo, quien nos liberó de la esclavitud". Analicemos bien esto último, que es de suma importancia. Lo expondré en pocas palabras. Parto de la enseñanza inspirada y declaro con valentía que el Verbo divino no desea que seamos esclavos, pues nuestra naturaleza ha sido transformada para mejor, y que Aquel que tomó todo lo nuestro, a cambio de darnos lo suyo, así como tomó la enfermedad, la muerte, la maldición y el pecado, también tomó nuestra esclavitud, no para recibir lo que tomó, sino para purificar nuestra naturaleza de tales males, siendo nuestros defectos absorbidos y eliminados en su naturaleza inmaculada. Así como en la vida que esperamos no habrá enfermedad, ni maldición, ni pecado, ni muerte, también la esclavitud, junto con estos, desaparecerá. Y de que lo que digo es verdad, llamo a la verdad misma por testigo, quien dice a sus discípulos: "Ya no los llamo siervos, sino amigos". Si, pues, nuestra naturaleza se liberará al fin del oprobio de la esclavitud, ¿cómo es posible que el Señor de todo quede reducido a la esclavitud por la locura y la infatuación de estos hombres desquiciados, quienes, por supuesto, como consecuencia lógica, deben afirmar que desconoce los designios del Padre, debido a su declaración respecto al esclavo, que nos dice que el siervo no sabe lo que hace su señor? Pero cuando digan esto, que escuchen que el Hijo tiene en sí todo lo que pertenece al Padre, y ve todas las cosas que el Padre hace, y nada de lo bueno que pertenece al Padre está fuera del conocimiento del Hijo. Pues ¿cómo podría él no tener nada que sea del Padre, si lo tiene completamente en sí mismo? En consecuencia, si el siervo no sabe lo que hace su señor, y si él posee en sí todas las cosas que son del Padre, que quienes están aturdidos por la bebida finalmente se vuelvan sobrios, y que ahora, si nunca antes, miren hacia la verdad y vean que Aquel que posee todas las cosas que el Padre posee es Señor de todo, y no un esclavo. En efecto, ¿cómo puede la personalidad que no tiene señor sobre sí misma llevar sobre sí la marca de la esclavitud? ¿Cómo puede el rey de todo no tener su forma de honor semejante a la suya? ¿Cómo puede la deshonra (pues la esclavitud es deshonra) constituir el "resplandor de la gloria"? ¿Y cómo nace esclavo el hijo del gran Rey? No, no es así, sino que Cristo es luz de luz, vida de vida y verdad de verdad, también es Señor de Señor, rey de rey, Dios de Dios, supremo de supremo; pues teniendo en sí al Padre en su totalidad, todo lo que el Padre tiene en sí mismo, él también lo tiene, y puesto que, además, todo lo que el Hijo tiene pertenece al Padre, los enemigos de la gloria de Dios se ven inevitablemente obligados, si el Hijo es esclavo, a someter también al Padre a la servidumbre. Por decirlo con palabras claras, no hay atributo del Hijo que no sea del Padre, porque "todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío" (Jn 17,10). ¿Qué dirán entonces las pobres criaturas? ¿Qué es más razonable: que el Hijo, que dijo "los vuestros son míos, y yo soy glorificado en ellos" (Jn 17,10), sea glorificado en la soberanía del Padre, o que se insulte al Padre por la degradación que implica la esclavitud del Hijo? Pues no es posible que Aquel que contiene en sí mismo todo lo que pertenece al Hijo, y que es él mismo en el Hijo, no esté también absolutamente en la esclavitud del Hijo y tenga esclavitud en sí mismo. Tales son los resultados obtenidos por la filosofía de Eunomio, mediante la cual inflige a su Señor el insulto de la esclavitud, mientras que atribuye la misma degradación a la gloria inmaculada del Padre. Sin embargo, volvamos una vez más al desarrollo de su tratado. ¿Qué dice Eunomio acerca del Unigénito? Que no se apropia de la dignidad, pues llama dignidad al apelativo de ser. ¡Una obra filosófica sorprendente! ¿Quién de todos los hombres que han existido, ya sea entre los sabios griegos o bárbaros, quién de los hombres de nuestro tiempo, quién de los hombres de todos los tiempos, ha dado al ser el nombre de dignidad? Pues todo lo que se considera subsistente se llama, por costumbre común de todos los que usan el lenguaje, ser: y de la palabra ser se ha formado el término ser. Pero ahora la expresión dignidad se aplica de una manera nueva a la idea expresada por el ser. Pues dice que el Hijo, que es y vive por causa del Padre, no se apropia de esta dignidad, al no tener Escritura que apoye su afirmación, y al no llevar su afirmación a una conclusión tan insensata mediante ningún proceso de inferencia lógica, sino que, como si hubiera ingerido algún alimento ventoso, eructa su blasfemia en su forma cruda y sin método, como un aliento desagradable. No se apropia de esta dignidad. Concedamos que el ser sea llamado dignidad. ¿Qué, entonces? ¿Se apropia del ser quien no es? No, dice Eunomio, porque "existe por razón del Padre". Mas ¿no decías, oh Eunomio, que "quien no se apropia del ser no es"? En efecto, "no apropiarse" tiene la misma fuerza que "ser ajeno a", y la oposición mutua de las ideas es evidente, pues lo que es propio no es ajeno, y lo que es ajeno no es propio. Por lo tanto, quien no se apropia del ser es obviamente ajeno al ser, y quien es ajeno al ser es inexistente. La prueba más convincente de este absurdo, por tanto, la presenta en el propio Eunomio en sus palabras, como cuando dice que "la esencia que lo controla todo, incluso a él mismo, atrae hacia sí la concepción del Existente". Por favor, no nos riamos sobre la torpeza de la combinación de palabras expresada aquí, sino examinemos su significado de fondo. ¿Qué argumento demostró esto alguna vez? Reitera Eunomio su afirmación de que "la esencia del Padre tiene soberanía sobre el Hijo", mas ¿qué evangelista es el patrocinador de esta doctrina? ¿Qué proceso dialéctico nos conduce a ella? ¿Qué premisas la sustentan? ¿Qué línea de argumentación demostró alguna vez por alguna consecuencia lógica que el Dios unigénito está bajo dominio? Pero, dice él, la esencia que domina al Hijo atrae hacia sí la concepción del Existente. ¿Cuál es el significado de la "atracción del Existente"? ¿Y cómo es que la frase de atracción se agrega a lo que ha dicho antes? Seguramente, quien considere la fuerza de las palabras juzgará por sí mismo. Sobre esto, sin embargo, no diré nada; pero retomaremos el argumento de que no concede ser esencial a Aquel a quien no le cede el título de Existente. ¿Y por qué lucha inútilmente con sombras, discutiendo sobre si lo inexistente es esto o aquello? Pues lo inexistente, por supuesto, no es ni parecido ni desemejante a nada. Pero, si bien admite que él es existente, prohíbe que se le llame así. ¡Ay de la vana precisión de regatear sobre el sonido de una palabra mientras se hace concesiones en lo más importante! Pero ¿en qué sentido Aquel que, como dice Eunomio, tiene dominio sobre el Hijo, "atrae hacia sí la concepción del Existente"? Si quiere decir que "el Padre atrae su propia esencia", este proceso de atracción es superfluo, pues la existencia ya es suya, sin ser atraída. Si quiere decir que "la existencia del Hijo es atraída por el Padre", no entiendo cómo la existencia puede ser arrancada del Existente y pasar a Aquel que la atrae. ¿Acaso está soñando Eunomio con el error de Sabelio, como si el Hijo no existiera en sí mismo, sino que estuviera "plasmado en la existencia personal del Padre"? ¿Es este su significado al expresar que la concepción del Existente es "atraída por la esencia que ejerce dominio sobre el Hijo"? ¿O lo hace sin negar la existencia personal del Hijo? ¿Acaso se dice que "él está separado del significado que transmite el término Existente"? Y para terminar, ¿cómo puede el Existente separarse de la concepción de la existencia? Pues mientras algo sea lo que es, la naturaleza no admite que no deba ser lo que es.