JUAN CRISÓSTOMO
Eustacio de Antioquía
I
Cierto varón sabio y hábil en filosofar, y que había penetrado cuidadosamente la naturaleza de los acontecimientos humanos, y había comprendido la inestabilidad de éstos, y que no hay en ellos cosa durable ni segura, amonesta a todos los hombres en común a no alabar a nadie antes de su muerte. (1) Según esto, ahora que el bienaventurado Eustacio es ya fenecido, podemos alabarlo sin ningún temor. Puesto que si antes de la muerte no conviene felicitar a nadie, ciertamente después de la muerte la alabanza de los que se han mostrado dignos de ella, puede ya elevarse sin culpa. Porque quien ha fenecido, ha cruzado ya el estrecho tormentoso de los negocios humanos y está libre del alboroto de las olas; ha llegado al puerto de bonanza y sin tempestades y no está sujeto a las incertidumbres del futuro ni expuesto a la ruina; sino que estando ahora como sobre una roca y elevado peñasco, se ríe de todos los oleajes.
II
Es por consiguiente segura la felicitación y no puede reprocharse la alabanza; porque él ya no teme las mutaciones, ya no tiene miedo de las caídas. Nosotros, los que aún vivimos, a la manera de los que andan fluctuando entre las hinchazones del mar, estamos expuestos a mil cambios. Y, a la manera que ésos ahora son llevados en alto por las olas que se hinchan y ahora son hundidos hasta el abismo, y con todo ni el abajamiento se establece ni la elevación es segura, puesto que ambas cosas dependen de las aguas que vienen y van y carecen de consistencia en absoluto, del mismo modo en las cosas humanas nada hay firme, nada hay constante; sino que frecuentemente se suceden los cambios y acontecen con la más ligera ocasión.
III
Ya éste, a causa de la prosperidad es elevado a lo alto; ya aquél, a causa de la adversidad es derribado a lo profundo: pero por esto no debe ni aquél enorgullecerse, ni éste descaecer. Porque muy pronto uno y otro experimentarán el cambio. No le acontece así a quien se ha marchado al cielo y se ha ido con Jesús a quien tanto había deseado. Porque llega a un sitio exento de tumultos y del que han huido el dolor, la tristeza y el llanto. No hay allá imagen de cambio ni sombra de mutación, sino que todo permanece firme e inmóvil, y todo está asentado, y todo es sin corrupción y persevera para siempre. Por este motivo decía aquel filósofo: ¡Antes de su muerte no alabes a nadie! (2)
IV
¿Por qué? Porque lo que está por venir es oscuro, y la naturaleza es débil, la determinación es perezosa, y el pecado fácilmente nos asedia, y abundan los lazos del enemigo. ¡Conoce, dice la Escritura, que caminas entre asechanzas! (3) Continuas son las tentaciones, mucha la multitud de negocios, sin interrupción la guerra del demonio, sin descanso las acometidas de las pasiones. Por esto dice: "¡Antes de su muerte no alabes a nadie!" De donde se sigue que no hay peligro en alabar a quien lo ha merecido una vez que ha muerto; y mejor aún, el no alabarlo simplemente después de su muerte, sino después de una muerte tal que haya terminado con la vida, tras de merecer la corona, con una confesión de fe sin fingimiento. Porque si es lícito alabar a quien ya ha muerto, cuánto mejor se puede a quien de tal manera ha muerto.
V
Mas ¿quién es, preguntarás, el que ha alabado simplemente a los que han muerto ya? Pues precisamente Salomón, aquel sapientísimo Salomón. Porque no se ha de pasar de ligero este hombre, sino atender a quién fue y cómo vivió y la clase de vida que llevó; o sea, sin temor alguno, con todos los placeres, lleno de voluptuosidades y libre de cualquiera solicitud. El caminó detrás de toda apariencia de goce y encontró diversísimos modos de recrear el ánimo e inventó mil formas y variadas maneras de placeres; y refiriéndose a ellas, decía: ¡Yo me construí casas, planté viñas, me hice huertos y arboledas; yo me fabriqué piscinas abundantes en agua; yo adquirí esclavos y esclavas, y así me nacieron esclavos en mi casa; yo poseí manadas de bueyes y rebaños; yo reuní el oro y la plata a la manera de las arenas; yo me procuré cantores y cantatrices y coperos y coperas! (4)
VI
Y ¿qué es lo que dice, después de haber experimentado tan grande abundancia de riquezas y posesiones, placeres y voluptuosidades, qué es lo que dice?: ¡Yo juzgué dignos de alabanza a los muertos antes que a los que viven; y tuve por mejor que a ambos a quien ni siquiera había nacido! (5) ¡Verdaderamente que es digno de crédito este acusador de las delicias, que así juzga de ellas! Porque si alguno de los que viven en pobreza y mendicidad hubiera proferido semejante sentencia en contra de los placeres, hubiera parecido falto de verdad y que los acusaba a causa de su inexperiencia. Pero cuando es aquel que todos los experimentó y se dio a escrutar todos los caminos para alcanzarlos quien así los desprecia, ciertamente ese desprecio no presenta motivo alguno de desconfianza.
VII
¡Estaréis pensando, sin duda, que el discurso se ha desviado por otros derroteros! Pero, si aplicamos la mente encontraremos que lo dicho está del todo acomodado al asunto. Porque es necesario y viene muy a propósito, en el recuerdo de los mártires, traer a cuento esta filosofía. Pues no decimos estas cosas porque condenemos la vida presente ¡no faltaba más!, sino sólo luchando contra los placeres. Porque lo malo no es vivir sino vivir locamente y a la ventura.
VIII
De manera que si alguno pasa su vida haciendo buenas obras y con la buena esperanza de los bienes futuros, ese tal puede decir con Pablo: ¡Vivir en la carne es mucho mejor, porque esto me acarrea el fruto de mis obras! Que fue exactamente lo que le sucedió al bienaventurado Eustacio; porque éste, así en su vida como en su muerte, se portó como debía. No murió en su patria sino en una tierra extraña y por Cristo: ¡esta fue la hazaña de sus adversarios! Lo arrojaron de su patria como si con eso lo colmaran de deshonra, pero él quedó más resplandeciente y más esclarecido precisamente por ese destierro, como lo demostró el éxito del asunto. Puesto que fue tal el brillo, que, a pesar de haber sido sepultado su cuerpo en Tracia, su memoria florece aún en nuestros días; y a pesar de que su cuerpo fue inhumado en un pueblecillo de bárbaros, nuestro cariño para con él, aunque estamos tan apartados por un grande espacio de tierra, sigue creciendo cada día con el transcurso del tiempo. Más aún: si se ha de hablar conforme a la verdad, también su sepulcro está entre nosotros y no solamente en Tracia. Porque no son el sepulcro de los santos los lóculos y las urnas y las columnillas y las inscripciones, sino las obras excelentes, el celo de la fe y la conciencia sana delante de Dios.
IX
A la memoria del mártir se ha erigido esta iglesia, más resplandeciente que cualquier estela; y que contiene, no letras que no hablan, sino el recuerdo de sus buenas obras que resuenan y proclaman su memoria gloriosa, más penetrantemente que una trompeta. Y cada uno de los que estáis presentes sois un verdadero sepulcro de aquel santo; un sepulcro viviente y espiritual. Porque si yo descubriera la conciencia de cada uno de vosotros, encontraría que este santo habita en lo infrio de vuestra mente. ¿Advertís cómo nada ganaron los er.CTr.igos? ¿cómo no solamente no apagaron la gloria de este bienaventurado sino que la levantaron a mayor brillo, ya que le prepararon, en vez de una sepultura, tantos otros sepulcros animados, sepulcros que dan voces, sepulcros adornados con su mismo celo? ¡Por esto, a los cuerpos de los santos yo los llamo fuentes y raíces y perfumes espirituales!
X
¿Por qué motivo? Porque cada una de las cosas que acabo de nombrar no retiene su virtud únicamente para sí, sino que la esparce y comunica con muchos, hasta muy lejanas distancias. Digo, por ejemplo, que las fuentes alumbran corrientes infinitas, pero no las retienen dentro de sus senos, sino que, habiendo mediante Elías engendrado grandes ríos, con ellos se extienden hasta el mar; y así, como con un alargamiento de sus manos, por medio de la longitud de los ríos, alcanzan hasta las aguas del océano. (6) Así también, la raíz de las plantas, oculta en los senos de la tierra permanece, pero no retiene allá abajo el total de su virtud. Y esto es de un modo especial, característico de las vides que se enredan en los árboles. Porque una vez que han tendido sus guías por encima de las altas ramas, sus sarmientos, reptando por éstas, avanzan a largas distancias y forman un amplio techo con la densidad de sus hojas. Y semejante es también la naturaleza de los ungüentos, pues con frecuencia están encerrados en una celdilla, pero su aroma delicioso, escapando por las rendijas hacia las calles y encrucijadas y el foro, denuncia aun a quienes transitan allá fuera la fuerza penetrante de los escondidos ungüentos.
XI
Si, pues, tanta es la virtud de la fuente y de la raíz y de la naturaleza de los árboles y de los aromas, mucho mayor será la de los cuerpos de los santos. Y vosotros sois testigos de todo esto, y de que no es falso. Porque el cuerpo de este santo yace en Tracia, en tanto que vosotros, que no moráis en Tracia, sino que estáis muy distantes de esa región, percibís, a través de tan extendidos espacios, su aroma suave, y por esto os reunís aquí. Y a ese aroma no le ha estorbado la distancia de los caminos, ni lo ha extinguido lo largo de los tiempos. Porque esta es la naturaleza de las proezas espirituales: no les estorba obstáculo alguno corpóreo, sino que reflorecen y se desarrollan por días, y no las debilita el largo correr de los tiempos, ni les impide lo inmenso de los caminos.
XII
Ni os vaya a llenar de admiración el que desde los comienzos de mi discurso y encomio haya yo llamado mártir a este bienaventurado, porque dejó esta vida con una muerte como la de aquéllos. Muchas veces he repetido a vuestra caridad que al mártir no lo hace la muerte solamente sino la determinación de su ánimo. No solamente con el hecho de la muerte se logra el martirio sino también con la determinación de la voluntad. Esta definición del martirio no la he fabricado yo, sino Pablo cuando dijo de este modo: ¡Día por día muero! (7) Pero ¿cómo es eso de que mueres cada día? ¿Cómo puedes morir muertes infinitas cuando tienes un solo cuerpo mortal? ¡Por mi determinación, nos responde, y por la preparación para la muerte!
XIII
Así lo declara también el mismo Dios. Porque Abrahán no ensangrentó su cuchillo, no enrojeció el altar, no degolló a Isaac; y con todo sí llevó a cabo realmente el sacrificio. ¿Quién afirma esto? ¡Aquel mismo que recibió el sacrificio! Y por esto dice: ¡No perdonaste a tu propio hijo por mí! (8) ¡Pero si lo recogió vivo y lo llevó monte abajo consigo y en perfecta salud! ¿Cómo es, pues, que no lo perdonó? "¡Porque no acostumbro yo, responde el Señor, juzgar de los sacrificios por el éxito de los sucesos sino por la determinación de los ánimos!" Es que no lo degolló la mano, pero sí lo degolló la determinación del ánimo. No empapó Abrahán su espada en la garganta del niño ni le cortó la cerviz, pero hay sacrificios que se hacen sin sangre. Los que ya están iniciados en los misterios entienden lo que estoy diciendo. Por esto aquel sacrificio se llevó a cabo sin derramamiento de sangre, porque había de ser tipo de este otro. ¿Ves cómo ya de mucho antes, en el Antiguo Testamento, estaba prefigurada la imagen? ¡No niegues, pues, tu fe a la verdad!
XIV
Así pues, este mártir –el raciocinio hecho nos lo ha demostrado mártir– se hallaba preparado a sufrir infinitas muertes, y con la determinación de su ánimo las sufrió todas, y lo mismo con el anhelo. Y de hecho experimentó y soportó la mayor parte de los peligros con que le amenazaban. Porque lo echaron de su patria y lo dejaron en el destierro y movieron en aquellos días infinitas asechanzas contra este bienaventurado varón. Y todo eso, sin tener cosa alguna que con justicia pudieran reprocharle. Pero él había escuchado a Pablo que dice: ¡Dieron culto y sirvieron más bien a la criatura que al criador! (9) y por esto evitaba la impiedad y huía del pecado, cosa que no era digna de reprensión sino de coronas.
XV
Observa además la malicia del demonio. Porque como hacía poco que se había acabado la guerra contra los paganos, y todas las iglesias habían descansado de las pasadas y continuas persecuciones, no había pasado aún mucho tiempo de que habían sido clausurados los templos y destruidos los altares de los ídolos, y la rabia entera de los demonios había sido deshecha, y todo esto entristecía al diablo malvado y no lo podía llevar en paz, ¿qué hizo? ¡Echó encima otra guerra, guerra difícil! Porque la anterior había sido exterior, pero esta otra fue intestina; y esta clase de guerras son muy difíciles de precaver, y vencen con facilidad a aquellos que en ellas incurren.
XVI
Y precisamente en ese tiempo estaba al frente de nuestra iglesia y la dirigía este bienaventurado. Y se levantó desde las regiones de Egipto una enfermedad intratable, (10) que caminando a través de las ciudades interpuestas, se apresuró a invadir la propia nuestra. Pero este bienaventurado, despierto y en sobriedad, y previendo todas las cosas que iban a suceder, ya de antemano procuraba apartar la guerra que se echaba encima. Y, a la manera de un sabio médico, antes de que la peste invadiera la ciudad, él, sentado aquí, preparaba las medicinas, y gobernaba la nave sagrada de su iglesia con absoluta seguridad; y vigilaba por todas partes, y exhortaba a los marineros y al pasaje y a todos los que hacían la travesía, a ayunar y a estar preparados y vigilantes, como si ya los piratas estuvieran acometiendo y lucharan por despojarla del tesoro de su fe. (11) Y no usaba solamente aquí en la ciudad de esta solícita previsión, sino que enviaba en todas direcciones predicadores y maestros que enseñaran y discutieran y cerraran todas las entradas a los enemigos.
XVII
Porque bellamente le había enseñado la gracia del Espíritu Santo, que el obispo de una iglesia no ha de cuidar únicamente de aquella que le encomendó el mismo Espíritu Santo, sino de cualquiera otra del universo. Esto lo deducía él de las preces sagradas. Porque si es necesario, decía, hacer oración por la iglesia católica desde unos términos de la tierra hasta otros, mucho más habrá que tener cuidado con ella, y tener solicitud por todos los fieles e inquietarse por todos ellos. Lo que le acontecía a Esteban eso mismo le acontecía a este bienaventurado. Pues así como por no poder resistir a la sabiduría de Esteban los judíos lo lapidaron, así éstos, por no poder resistir a la sabiduría de aquél, como vieran bien fortificadas sus defensas, finalmente echaron de la ciudad al pregonero de la verdad.
XVIII
Mas no por esto calló su voz. Porque aunque él fue arrojado de la ciudad, el discurso de su enseñanza no pudo ser arrojado. Del mismo modo Pablo fue atado, pero la palabra de Dios no fue atada. Estaba éste lejos de nosotros, mas sus enseñanzas permanecían con nosotros. Entonces, saliendo los enemigos en haz apretado, se echaron encima a la manera de un torrente invernal y poderoso; pero ni arrancaron las plantas, ni detuvieron la simiente, ni destrozaron el sembrado: ¡tan sabia y bellamente la piedad había arraigado bajo el cultivo de aquél!
XIX
¡Justo es que digamos por qué permitió Dios que ese bienaventurado fuera arrojado de aquí! No hacía mucho tiempo que la iglesia había comenzado a descansar, y así recibía un consuelo no pequeño de la prelatura de él; porque por todas partes la amurallaba, y detenía el asalto de los enemigos. ¿Por qué entonces fue desterrado y Dios permitió esto a los que de aquí lo arrojaron? ¿por qué motivos? No vayáis a pensar que lo que ahora tratamos es solución únicamente de este caso concreto. Porque lo que vamos a decir es suficiente para solventar cualquier clase de dudas, para siempre que se suscite la discusión de este género de cuestiones ya sea contra los paganos o ya contra los herejes. Permite Dios que la fe verdadera y apostólica sea combatida en muchos puntos, y en cambio deja que las herejías y el paganismo gocen de segura tranquilidad. ¿Por qué lo permite así? Para que tú aprendas tanto la debilidad de aquéllos, pues que no son combatidos y sin embargo automáticamente y por sí mismos se destruyen, como también conozcas la fuerza de la fe combatida, como que se acrecienta precisamente por medio de los que la combaten.
XX
Y que esto no sea una simple conjetura mía, sino una respuesta divina, bajada del cielo, oigámoslo de Pablo, quien dice acerca de esta materia: porque también a él le aconteció alguna vez ese dudar tan humano. Pablo participaba de nuestra misma naturaleza. ¿Qué fue, pues, lo que le sucedió? ¡Era desterrado, impugnado, azotado, con mil maneras de asechanzas acometido, ya en su interior, ya en su exterior, ya de les que parecían domésticos en la fe ya de los ajenos a la fe! Pero ¿para qué es necesario referir los infinitos padecimientos que sufrió? Cansacio, pues, y no pudiendo ya soportar los embates de los enemigos que impedían su predicación y se oponían a su doctrina, se arroja a los pies del Señor y le suplica y le dice: ¡Se me ha dado un aguijón para la carne! ¡el ángel de Satanás que me abofetee! Y acerca de esto, tres veces rogué al Señor, y me dijo: ¡te basta con mi gracia! ¡porque mi fuerza en la debilidad se perfecciona! (12) Sé que algunos lo han interpretado como si se tratara de una enfermedad corporal, pero no es así, ¡no lo es! ¡en absoluto! Sino que llama ángel de Satanás a los hombres que lo contrariaban. Esa palabra Satanás es voz hebrea, y en la lengua hebrea se llama Satán a un adversario. De manera que a los hombres instrumentos del demonio y que le sirven, a ésos llama ángeles suyos.
XXI
Entonces ¿por qué añade, preguntará alguno, la palabra carne? Porque la carne era azotada, pero el alma enardecida se levantaba a la esperanza de los bienes eternos. Los padecimientos y las batallas no le tocaban al alma ni ponían zancadilla a los interiores pensamientos, sino que quedaban en la carne y no podían penetrar a su interior. Pero como la carne era la hecha pedazos, y la azotada, y la encadenada (puesto que el alma no puede ser puesta en cadenas), por esto dice: "Se me ha dado un aguijón para mi carne, el ángel de Santanás que me abofetee"; palabras con que indicó las tentaciones, las aflicciones, las persecuciones. Y luego ¿qué? Acerca de esto, dice, rogué tres veces al Señor. Como quien dice innumerables veces he rogado que se me dé un breve descanso de esas tentaciones.
XXII
Recordad la causa por la cual os dije que Dios permite que sus siervos sean azotados, desterrados, afligidos de mil maneras; que es para manifestar así su virtud de El. Porque he aquí que también este bienaventurado rogó que se apartaran de el las infinitas aflicciones y los adversarios, pero no obtuvo lo que pedía. Y dice por qué no obtuvo lo que pedía. ¿Cuál es la razón? ¡Nada impide que de nuevo la recordemos!: ¡Te basta la gracia mía! ¡porque mi fuerza se perfecciona en la debilidad!
XXIII
¿Ves cómo por esto permite Dios que los ángeles de Satanás se echen sobre sus siervos y les pongan infinitas dificultades, a fin de que aparezca clara su propia virtud de El? Porque en verdad: ya sea que disputemos con los paganos o ya con los desdichados judíos, esta razón nos basta para demostrar la virtud divina: el que la fe, habiendo entrado en innumerables batallas, ha salido vencedora; el que trabajando contra ella todo el orbe de la tierra y rechazando todos con grande empeño a aquellos doce hombres, me refiero a los apóstoles, precisamente ellos, azotados, desterrados de un país en otro, padeciendo miles de aflicciones y penalidades, hayan podido en breve tiempo dominar en forma tan absoluta a aquellos mismos que tales cosas les hacían.
XXIV
Por esta misma razón permitió Dios que el bienaventurado Eustacio fuera desterrado, a fin de que mejor nos demostrara la fuerza de la verdad y la debilidad de la herejía. ¡Salió, pues, al destierro y dejó la ciudad, pero no dejó nuestro cariño! ¡no pensó que una vez arrojado de esta iglesia, al mismo tiempo quedaba ya ajeno a su oficio y dignidad y al cuidado de nosotros, sino que entonces con más ahínco nos cuidaba y se preocupaba! Habiendo llamado a todos, los exhortaba a no ceder ni entregarse a los lobos ni abandonarles el rebaño, sino a permanecer dentro de él, con el objeto de cerrar la boca de los herejes y convencerlos y confirmar a sus hermanos más sencillos en la fe. Y el éxito manifestó cuan rectamente lo había dispuesto. Porque si entonces no hubierais permanecido fieles a la iglesia, la mayor parte de la ciudad se habría corrompido, mientras devoraban los lobos el rebaño, a causa del abandono. Pero el mandato de este varón impidió que aquéllos ejercitaran su connatural maldad sin miedo alguno.
XXV
Ni fue solamente el buen éxito el que demostró lo acertado de aquél, sino además la palabra de Pablo. Porque éste, adoctrinado por aquél, ordenaba esas cosas. Y ¿qué es lo que dice Pablo? Como hubiera de ser llevado a Roma, en su último camino, después del cual ya no volvería a ver a sus discípulos, decía: ¡Ya no os veré más! (He 20,25-30) Pero no lo decía para entristecerlos, sino para confirmarlos. Teniendo, pues, que apartarse de ellos, los confirmaba diciendo: ¡Yo sé que después de mi partida entrarán a vosotros lobos crueles; y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas! ¡Triple era pues la batalla! ¡la naturaleza de las fieras, la dificultad de la lucha y el que no fueran extraños sino domésticos los que atacaran! ¡Por lo mismo era más dura! ¡con razón!
XXVI
Porque si alguno exteriormente acomete y guerrea contra mí, yo podré con facilidad superarlo. Pero si dentro y en el mismo cuerpo brota la úlcera, entonces la enfermedad se hace de muy difícil curación. Y esto fue lo que sucedió entonces. Por esto, los exhortaba y decía: ¡Cuidad de vosotros y de todo el rebaño! (13) No dijo: ¡abandonad el rebaño e idos lejos! Pues a esto es exactamente a lo que el bienaventurado Eustacio, dando la doctrina, exhortaba a los discípulos; ¡cosas eran que el sabio y noble maestro había oído de Pablo y con sus obras las cumplía! De manera que, cuando aquéllos invadieron el rebaño, no lo abandonó, a pesar de que no podía ya subir a su cátedra episcopal. No se preocupó de esto aquella alma noble y llena de sabiduría. Dejaba para los demás los honores y las prelaturas y él en cambio tomaba sobre sus hombros los trabajos de las prelaturas, y dentro mismo de la ciudad se las había con los lobos. Los dientes de las fieras en nada lo perjudicaban, porque tenía una fe mucho más firme que la fuerza de las mordidas de aquéllas.
XXVII
Y así, permaneciendo él en el seno de la iglesia y deteniendo a todos cuantos en la batalla contra él se empeñaban, daba una grande seguridad a sus ovejas. Ni solamente cerraba la boca de los herejes y rechazaba sus palabras impías; sino que personalmente, yendo de un lado a otro, observaba su rebaño, no fuera a ser que alguna oveja hubiera recibido algún dardo, no fuera a ser que hubiera alguna oveja recibido una herida. Y en este caso, al punto aplicaba el remedio. Con estos procedimientos, animaba a todos a mantenerse en la fe verdadera. Y no abandonó su empeño hasta que por un beneficio de Dios y un regalo suyo, preparó al bienaventurado Melecio para que viniera a hacerse cargo de todo el conjunto de los fieles. Aquél sembró y éste cosechó. Algo parecido hicieron Moisés y Arón. Porque éstos, mientras vivían entre los egipcios, hicieron a muchos celosos observadores de la patria piedad; lo cual testifica Moisés cuando afirma que juntamente con los israelitas salió también numeroso vulgo con ellos entremezclado. (14)
XXVIII
Imitando a Moisés este bienaventurado, aun antes de recibir la prelatura, ejercitaba ya el oficio de prelado. Porque Moisés, aun antes de que se le hubiera conferido el principado sobre su pueblo, con toda firmeza y noble proceder castigaba a. quienes inferían injurias y vengaba a los injuriados; y, habiendo despreciado la mesa real, los honores y las dignidades, corrió a los trabajos del barro y los ladrillos; y estimó que debía preferir el cuidado de los que eran de su misma raza a toda delicia y honor y placer. Pues bien: puestos sus ojos en Moisés, éste exhortaba a todos los prelados al cuidado de su pueblo; y antepuso los trabajos al descanso, y el ser echado de todas partes y soportar diariamente las enemistades continuas. Pero todas esas cosas le parecían ligeras, porque de las cosas mismas que le acontecían tomaba él ocasión de consuelo. Siendo, pues, todo esto así, demos gracias a Dios, e imitemos las virtudes de estos santos, a fin de que podamos ser partícipes de las mismas coronas que ellos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
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