JUAN CRISÓSTOMO
Eustacio de Antioquía

I

Cierto varón sabio, hábil en filosofar, y en penetrar cuidadosamente la naturaleza de los acontecimientos humanos, y en comprender la inestabilidad de éstos, y que no hay en ellos cosa durable ni segura, amonestaba a todos los hombres a "no alabar a nadie antes de su muerte". Según esto, ahora que el bienaventurado Eustacio ha fallecido, podemos alabarlo sin ningún temor. Sobre todo porque él se ha mostrado digno de dicha alabanza, y cruzó el estrecho tormentoso de los negocios humanos libre del alboroto de las olas, y ha llegado al puerto de bonanza sin tempestades, y no está sujeto a las incertidumbres del futuro, ni expuesto a la ruina, sino asentado sobre una roca y elevado peñasco, muy por encima de todos los oleajes.

II

El fallecido no siente la alabanza, ni sufre mutaciones, ni tiene miedo de las caídas. Nosotros, los que aún vivimos, andamos fluctuando entre las hinchazones del mar, expuestos todavía a mil cambios. En cuanto a las personas, muchos son llevados en alto por las olas, y se hinchan, y acaban hundidos hasta el abismo. En cuanto a las olas, ni la elevación ni el abajamiento son seguros, puesto que ambos dependen de las aguas que vienen y van, y carecen de consistencia en sí mismos. En cuanto a las cosas humanas, nada hay firme, nada hay constante; sino que frecuentemente se suceden los cambios y acontecen con la más ligera ocasión.

III

En este mundo, los que viven en prosperidad son elevados a lo alto, y los que sufren adversidad son derribados a lo profundo, y aquél se enorgullece y éste descae. No obstante, muy pronto uno y otro experimentarán el cambio, y la prosperidad y adversidad les ha jugado una mala pasada. Nada de esto acontece, en cambio, a quien se ha marchado ya al cielo, y está ya con ese Jesús a quien tanto había deseado. Este tal llega a un sitio exento de tumultos, del que han huido el dolor, la tristeza y el llanto. No hay allí imagen de cambio ni sombra de mutación, sino que todo permanece firme e inmóvil, y todo está asentado, y todo carece de corrupción, y todo persevera para siempre. Por este motivo, bien decía aquel filósofo eso de "no alabes a nadie antes de su muerte".

IV

¿Por qué no alabar a nadie, en vida? Por esto mismo, hermano mío: porque lo que está por venir es oscuro, y la naturaleza es débil, y la determinación es perezosa, y el pecado fácilmente nos asedia, y abundan los lazos del enemigo. Nos dice la Escritura que "caminas entre asechanzas", porque aquí vivimos entre tentaciones, y la multitud de los negocios, y la guerra continua, y las acometidas incansables de las pasiones. Por esto dice el sabio que "antes de su muerte no alabes a nadie". De esto se sigue que no hay peligro en alabar a quien ha fallecido y lo merece. O mejor aún, a quien ha concluido ya su vida y lo ha hecho con todo merecimiento, con una confesión de fe sin fingimiento. Si es lícito alabar a quien ya ha muerto, mucho más lo es a quien ha muerto de tal manera.

V

Alguno de dirá: ¿Quién es el que prohíbe alabar a los vivos? Lo prohíbe el sapientísimo Salomón, que alude a no tratar las cosas de la vida a la ligera, y a captar quién fue cada uno, y cómo vivió, y qué clase de vida llevó, con el fin de confirmar, sin temor alguno, si su vida estuvo libre de placeres o llena de voluptuosidades. También habría que analizar si, detrás de la apariencia, hubo en esa persona goce y diversísimos modos de recrear el ánimo, o inventó mil formas y maneras de placeres. En ese caso, bien podría decirse: "Yo me construí casas, planté viñas, me hice huertos y arboledas, me fabriqué piscinas abundantes en agua, adquirí esclavos y esclavas, poseí manadas de bueyes y rebaños, reuní el oro y la plata como las arenas, me procuré cantores, cantatrices, coperos y coperas".

VI

¿Qué es, en concreto, lo que dice Salomón, después de haber experimentado él mismo tan gran abundancia de riquezas y posesiones, placeres y voluptuosidades? ¿Qué es lo que dice? Esto mismo: "Yo juzgué dignos de alabanza a los muertos antes que a los que viven, y tuve por mejor que a ambos a quien ni siquiera había nacido". Verdaderamente que es digno de crédito este acusador de las delicias, que así juzga de ellas. Si algún mendigo hubiera proferido semejante sentencia (en contra de los placeres), hubiera parecido falto de verdad o inexperto. En cambio, el que habla fue experto en todas las riquezas, y tras escrutar todos sus caminos los acabó despreciando, y dicho desprecio no presenta motivo alguno de desconfianza.

VII

Estaréis pensando, sin duda, que el discurso se ha desviado por otros derroteros, mas si aplicamos la mente encontraremos que lo dicho está del todo acomodado al asunto, es muy necesario, y en el caso de Eustacio viene muy a propósito traer a cuento esta filosofía. Con ello no condeno yo la vida presente, ¡faltaba más!, sino que alerto contra los placeres. Lo malo no es vivir sino, vivir locamente y a la aventura.

VIII

Si alguno pasa su vida haciendo buenas obras, con la esperanza de los bienes futuros, ese tal puede decir con Pablo: "Vivir en la carne es mucho mejor, porque esto me acarrea el fruto de mis obras". Esto fue exactamente lo que le sucedió al bienaventurado Eustacio, que así en su vida como en su muerte se portó como debía. No murió en su patria, sino en una tierra extraña y por Cristo. ¡Ésta fue la hazaña de sus adversarios! Sí, lo arrojaron de su patria, como si con eso lo colmaran de deshonra, mientras él quedaba más resplandeciente y esclarecido por su destierro. De hecho, a pesar de ser sepultado en Tracia, su memoria florece aún más entre nosotros nuestros días. Sí, a pesar de que su cuerpo fue inhumado en un pueblecillo de bárbaros, nuestro cariño para con él sigue creciendo con el transcurso del tiempo. Más aún, su sepulcro está también entre nosotros, y no sólo en Tracia. Con nosotros no está su sepulcro, con sus lóculos, urnas, columnillas e inscripciones, pero sí sus obras excelentes, el celo de su fe y su sana conciencia delante de Dios.

IX

A la memoria de Eustacio se ha erigido esta iglesia, más resplandeciente que cualquier estela. No contiene letras muertas, sino su memoria gloriosa, más penetrante que una trompeta. Cada uno de los presentes sois un verdadero sepulcro de vuestro antiguo pastor, un sepulcro viviente y espiritual. Si yo descubriera la conciencia de cada uno de vosotros, encontraría que vuestro obispo habita en lo íntimo de vuestra mente. ¿Advertís cómo nada ganaron los verdugos, y cómo no apagaron la gloria de este bienaventurado, y levantaron ésta a mayor brillo? Sobre todo, porque no le forjaron una sepultura, sino innumerables sepulcros animados, adornados con su mismo celo.

X

A los cuerpos de los santos, yo los llamo fuentes, raíces y perfumes espirituales.¿Por qué? Porque cada una de las cosas que acabo de mencionar no retiene su virtud únicamente para sí, sino que la esparce y comunica con muchos, hasta muy lejanas distancias. Las fuentes distribuyen corrientes infinitas, pero no las retienen para sí sino que se extienden hasta el mar, a través de la longitud de los ríos. Las raíces ocultan sus cualidades bajo tierra, pero dan a los árboles toda su virtud, y una vez que han tendido sus guías por encima de las altas ramas, sus sarmientos trepan por éstas, avanzan a largas distancias y forman un amplio techo con la densidad de sus hojas. Los perfumes están encerrados en una celdilla, pero su aroma delicioso escapa por las rendijas hacia las calles, alcanzando a quienes transitan por ellas con una fuerza penetrante.

XI

Si tanta es la virtud de la fuente, y de la raíz, y de los aromas, mucho mayor es la de los cuerpos de los santos. Vosotros sois testigos de esto. El cuerpo de Eustacio yace en Tracia, y vosotros, que no moráis en Tracia sino a muy larga distancia, percibís su suave aroma. ¿Por qué? Porque este aroma se ha extendido a través de vastos espacios, hasta llegar aquí. A este aroma no le ha estorbado la distancia de los caminos, ni el tiempo dedicado a recorrer tales distancias. Esta es la naturaleza de las proezas espirituales, que n encuentran obstáculo alguno, sino que florecen y se desarrollan por todas partes, y no se debilitan ni con el paso del tiempo, y no pueden ser frenadas por nadie.

XII

Que no os llene de admiración que yo llame hoy mártir al bienaventurado Eustacio. Por supuesto, él no murió con una muerte martirial, pero vuelvo a deciros que al mártir no lo hace sólo la muerte, sino también la determinación de su ánimo. No sólo con el hecho de la muerte se logra el martirio, sino también con la determinación de la voluntad. Esta definición de martirio no la he fabricado yo, sino Pablo cuando dijo "día por día muero". ¿Cómo es eso de que mueres cada día? ¿Cómo puedes morir muertes infinitas, cuando tienes un solo cuerpo mortal? Por mi determinación, nos respondería Pablo, y por la preparación para la muerte.

XIII

Abraham tampoco ensangrentó su cuchillo, ni enrojeció el altar, ni degolló a Isaac, y con todo llevó a cabo lealmente el sacrificio. ¿Quién afirma esto? Aquel mismo que recibió el sacrificio, y le dijo: "No perdonaste a tu propio hijo por mí". ¡Pero si lo recogió vivo, y lo llevó monte abajo consigo, y en perfecta salud! ¿Cómo es, pues, que no lo perdonó? Porque no acostumbro yo, respondería el Señor, a juzgar de los sacrificios por el éxito de los sucesos, sino por la determinación de los ánimos. A Isaac no lo degolló una mano, pero sí una determinación de ánimo. No empapó Abraham su espada en la garganta del niño, ni le cortó la cerviz, pero llevó a cabo un sacrificio incruento, a la postre prototipo del sacrificio cruento de Jesucristo por parte del Padre. ¿Veis cómo ya, en el Antiguo Testamento, estaba prefigurada la imagen? No neguéis, pues, vuestra fe a la verdad.

XIV

Así pues, Eustacio se hallaba preparado a sufrir infinitas muertes, y con la determinación de su ánimo las sufrió todas, y lo mismo con el anhelo. De hecho, experimentó y soportó la mayor parte de los peligros con que le amenazaban. Lo echaron de su patria, lo dejaron en el destierro, movieron contra él infinitas asechanzas, y todo ello sin tener argumento con que justamente reprocharle. Lo hicieron por lo que dice Pablo, de que "dieron culto a la criatura y no al Creador". Por eso, porque ellos vivían en la impiedad, e inmersos en el pecado, y Eustacio no, por eso le prepararon una palestra martirial, que nuestro bienaventurado hubo de recorrer.

XV

Observad aquí la malicia del demonio. Hacía poco que se había acabado la guerra contra los paganos, y todas las iglesias descansaban de las pasadas y continuas persecuciones. Todavía quedaba memoria de la destrucción de templos, y de la profanación de altares, pero las iglesias vivían en paz. Esta paz provocaba la rabia de los demonios, y entristecía al diablo malvado, y ninguna de sus huestes la podía llevar en paz. ¿Qué hizo Satanás, entonces? Esto mismo: echó encima otra guerra, más difícil todavía. Si la anterior había sido exterior, ésta sería intestina; si la anterior había sido previsible, ésta sería difícil de prever; si en la anterior el enemigo estaba localizado, en ésta estaría oculto; si en la anterior los cristianos salían más unidos, en ésta saldrían enfrentados entre sí.

XVI

En ese tiempo, Eustacio estaba al frente de nuestra iglesia, y la dirigía sabiamente. Se levantó entonces, desde las regiones de Egipto, una enfermedad intratable. Esta enfermedad, atravesando las regiones interpuestas, se apresuró a invadir nuestra región. Eustacio, despierto y sobrio, y previendo todas las cosas que iban a suceder, ya de antemano procuraba apartar la guerra que se echaba encima. A la manera de un sabio médico, antes de que la peste invadiera la ciudad, él preparaba las medicinas, y gobernaba la nave sagrada de su iglesia con absoluta seguridad. Vigilaba por todas partes, exhortaba a los marineros, revisaba el pasaje, estudiaba la travesía, hacía turnos de guardia, y mantenía el barco en alerta ante los piratas que ya estaban merodeando por la zona, y saqueando los tesoros de la fe.

XVII

Eustacio no sólo usó tal previsión en su Iglesia de Antioquía, sino que enviaba a todas las ciudades vecinas predicadores y maestros que enseñaran y discutieran, y cerraran todas las entradas al enemigo. El Espíritu Santo había enseñado a Eustacio que el obispo no ha de cuidar únicamente de aquella iglesia que se le ha encomendado, sino de cualquier otra del universo. Esto es algo que Eustacio comprendió bien, pues como él mismo decía, "si es necesario hacer oración por la Iglesia Católica, desde un confín a otro de la tierra, mucho más necesario será cuidarla desde un confín a otro, y mostrar solicitud por todos los fieles, e inquietarse por todos ellos". Pensando así, lo que aconteció a Esteban, eso mismo le aconteció a él. ¿Que aconteció? Esto mismo: que los enemigos, al no poder resistir la sabiduría de Esteban, lo lapidaron, y que estos mismos se pusieron a apedrear a Eustacio, al no poder resistir su sabiduría, y ver bien fortificadas sus defensas. Por eso "sacaron a Esteba de la ciudad y lo apedrearon", y por eso sacaron a Eustacio de su ciudad y lo vilipendiaron. ¿Qué había hecho Eustacio? Esto mismo: ser pregonero de la verdad.

XVIII

Eustacio no calló su voz, ni siquiera cuando fue arrojado de su ciudad. A él sí lo arrojaron, pero el discurso de su enseñanza no pudo ser arrojado, del mismo modo que Pablo fue atado pero la palabra de Dios no fue atada. Como esto fue así, y sus enseñanzas permanecían por todas partes, los enemigos fabricaron un haz apretado, y se echaron encima de él a la manera de un torrente invernal. No obstante, ni con esas arrancaron las plantas, ni detuvieron la simiente, ni destrozaron el sembrado, pues tan sabia y bellamente había arraigado la verdad bajo el cultivo de Eustacio.

XIX

Justo es que diga por qué permitió Dios que Eustacio fuera arrojado de aquí. No hacía mucho tiempo que la Iglesia había comenzado a descansar, y recibir consuelo por parte de las prelaturas, y florecer por todas partes. En el caso de Eustacio, éste había dotado a su iglesia de unas murallas imponentes, preparadas para detener el asalto de los enemigos. ¿Por qué entonces fue desterrado, y Dios permitió que los enemigos derribaran esas murallas? ¿Qué motivos tuvo? Hermanos, no vayáis a pensar que lo yo trato aquí, en un rato, pueda explicar algo tan complejo, ni aportar soluciones aunque sea en este caso concreto. No obstante, os diré algo para que quede solventada cualquier clase de duda, tanto en el caso de los paganos como de los herejes. Dios permite que la fe apostólica sea combatida en muchos puntos, y parece que deja que las herejías y el paganismo gocen de tranquilidad. ¿Por qué? Yo creo que por esto mismo: para que conozcamos la debilidad de los enemigos y la fortaleza de los cristianos. ¿Y eso? Sí, hermanos, quienes no son combatidos no sobreviven, y acaban destruyéndose a sí mismos. En cambio, la fe combatida da fuerza, y unión, y piedad, a quienes combaten por ella y por ella con combatidos.

XX

Esto no es una simple conjetura mía, sino una respuesta divina que recuerda San Pablo al explicar que también a él le aconteció ese dudar tan humano cuando fue desterrado, impugnado, azotado, asechado, acometido, apedreado, encarcelado y condenado a muerte. Ya en su interior, ya en su exterior, llegó un momento en que Pablo no pudo ya soportar los embates de los enemigos, ni los impedimentos a su predicación, ni la oposición a su doctrina. En dicho momento, Pablo se arrojó a los pies del Señor y le dijo: "Se me ha dado un aguijón para la carne, y el ángel de Satanás me abofetea". Acerca de esto, tres veces rogó Pablo al Señor, hasta que éste le dijo: "Te basta con mi gracia, porque mi fuerza resplandece en la debilidad". Sé que algunos han interpretado esto como si se tratara de una enfermedad corporal, pero no es así en absoluto, pues Pablo llama "ángel de Satanás" a los hombres que le contrariaban. Esa palabra, Satanás, es de hecho una voz hebrea, y en la lengua hebrea se llama Satán a un adversario. De manera que, a los hombres que le perseguían, como instrumentos del demonio, a esos llama Pablo "ángeles de Satanás".

XXI

¿Por qué añade, preguntará alguno, la palabra carne? Porque la carne de Pablo era azotada, pero su alma no, pues ésta seguía enardecida, y se levantaba a la esperanza de los bienes eternos. Los padecimientos y las batallas no le tocaban al alma, ni ponían zancadilla a los interiores pensamientos, sino que quedaban en la carne y no podían penetrar a su interior. Así como toda carne queda hecha pedazos, y es azotada, y es encadenada, a ningún alma se le pueden poner cadenas, y por eso dijo Pablo: "Se me ha dado un aguijón para mi carne, y el ángel de Satanás me abofetea". Con estas palabras, pues, Pablo indicó las tentaciones, las aflicciones y las persecuciones de los enemigos. Y luego ¿qué? Acerca de esto, dice Pablo, "rogué tres veces al Señor". Es decir, innumerables veces pidió Pablo a Dios que diera un descanso a la persecución del enemigo.

XXII

¿Recordáis la causa por la que os dije que Dios permite que sus siervos sean azotados, desterrados, afligidos de mil maneras? Sí, para manifestar su virtud. Pues bien, he aquí que también Eustacio tuvo todos esos padecimientos, y también rogó (como Pablo) que se apartaran de el las infinitas aflicciones y adversarios, pero no obtuvo lo que pedía. ¿Por qué motivo? Nada impide que de nuevo la recordemos: "Te basta la gracia mía, porque mi fuerza resplandece en la debilidad".

XXIII

¿Veis cómo permite Dios que los "ángeles de Satanás" se echen sobre sus siervos, y les pongan infinitas dificultades? Sí, para que aparezca más clara todavía su virtud. Ya sea que disputemos con los paganos, o ya con los desdichados judíos, o ya con los pérfidos herejes, los hechos nos muestran esta virtud divina: que la fe, entrando en tan innumerables batallas, en todas ha salido vencedora. Combatiendo contra ella todo el orbe de la tierra, y rechazando todos con gran empeño a aquellos doce apóstoles, un puñado de personas consiguió ganar a miles. Eso sí, lo consiguieron porque fueron azotados, desterrados, afligidos y penalizados. De no haber sido así, no hubieran podido llegar, en tan breve tiempo, a tantos sitios y tantas personas al mismo tiempo.

XXIV

Por esta razón permitió Dios que el bienaventurado Eustacio fuera desterrado de aquí, a fin de demostrar la fuerza de la verdad y la debilidad de la herejía. Salió, pues, al destierro. Dejó la ciudad, pero no dejó nuestro cariño. Fue arrojado de su iglesia, pero no de su oficio y cuidado por nosotros. Es más, desde entonces con más ahínco nos cuidaba y preocupaba. Ya en el destierro, a todos exhortó Eustacio. Sobre todo a no ceder ante los lobos, ni a abandonar el rebaño, así como cerrar la boca a los herejes y confirmar a los más sencillos en la fe. El éxito manifestó cuan rectamente hizo todo esto Eustacio. ¿Por qué el éxito? Porque todos vosotros permanecisteis fieles a la Iglesia, y no os corrompisteis, mientras os devoraban los lobos y a causa del abandono. El mandato de este varón, y su previsión, impidió que aquéllos ejercitaran su connatural maldad sin miedo alguno.

XXV

Por otra parte, no fue el éxito lo único que demostró que Eustacio estaba en lo cierto, sino además la palabra de Pablo. Éste, en efecto, ordenaba estas cosas. ¿Y qué cosas ordenó? Cuando fue llevado a Roma, y previendo que ya no volvería a ver a sus discípulos, Pablo les dijo: "Ya no os veré más". No lo decía para entristecerlos, sino para confirmarlos. Teniendo, pues, que apartarse de ellos, los confirmó diciendo: "A mi partida entrarán a vosotros lobos crueles, y de entre vosotros mismos se levantarán quienes hablen cosas perversas". Triple era, pues, la batalla: la naturaleza de las fieras, la dificultad de la lucha, el que fueran domésticos quienes le atacaban.

XXVI

Si alguno exteriormente acomete y guerrea contra mí, yo podré con facilidad superarlo. Si dentro del mismo cuerpo me brota la úlcera, entonces tengo más difícil curación. Pues bien, esto fue lo que sucedió en aquel tiempo. Por eso dijo Pablo "cuidad de vosotros y de todo el rebaño", y eso es exactamente lo que hizo el bienaventurado Eustacio, publicando la doctrina, exhortando a los discípulos y dando ejemplo con las obras. Cuando los herejes invadieron el rebaño, Eustacio no lo abandonó, incluso cuando no dispuso ya de su cátedra episcopal. No se preocupó de esto aquel alma noble y llena de sabiduría, sino que dejó para los demás los honores y las prelaturas, y él cambió las prelaturas por las estrecheces. La ciudad, por tanto, se llenó de lobos, pero sus sedientos dientes no la pudieron perjudicar, y las ovejas mantuvieron firmes las enseñanzas de su pastor, y aguantaron las mordidas de aquéllos.

XXVII

Permaneciendo Eustacio en el seno de la Iglesia, y deteniendo a todos cuantos en la batalla contra él se empeñaban, daba una gran seguridad a sus ovejas. No solamente cerraba la boca de los herejes y rechazaba sus palabras impías, sino que personalmente, yendo de un lado a otro, observaba su rebaño, no fuera a ser que alguna oveja hubiera recibido algún dardo, o alguna oveja recibido una herida. En este caso, al punto aplicaba el remedio. Con estos procedimientos, animaba a todos a mantenerse en la fe verdadera, y no abandonó este empeño hasta que preparó al bienaventurado Melecio (su sucesor) para que viniera a hacerse cargo de todo el conjunto de los fieles. Aquél sembró, y éste cosechó, como hicieron Moisés y Aarón entre los hebreos que vivían en Egipto, animándolos a ser celosos observadores de la patria piedad. Por cierto, esto de los lobos entre ovejas es algo que testifica ya Moisés, cuando afirma que, "junto con los israelitas, salió también un numeroso vulgo, entremezclado".

XXVIII

Eustacio imitó a Moisés incluso después de ostentar el oficio de prelado. En este caso, Eustacio exhortaba a todos los prelados al cuidado de su pueblo, y antepuso los trabajos al descanso, y dio ejemplo cuando fue echado de todas partes, soportando diariamente las enemistades de los herejes. Todas esas cosas le parecían ligeras, porque de las cosas mismas que le acontecían tomaba él ocasión de consuelo. Siendo todo esto así, demos gracias a Dios, e imitemos las virtudes de estos santos, a fin de que podamos ser partícipes de las mismas coronas que ellos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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