JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Eutropio

DISCURSO 1

I

"Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Siempre es oportuno decir esto, pero más especialmente sobre Eutropio. ¿Dónde están ahora los brillantes alrededores de su consulado? ¿Dónde están ahora sus antorchas relucientes? ¿Dónde están ahora sus bailes, el ruido de los pies de los bailarines, los banquetes y las fiestas? ¿Dónde están las guirnaldas y los telones del teatro? ¿Dónde están los aplausos que le recibieron en la ciudad, la aclamación en el hipódromo y los halagos de los espectadores? Se han ido, se han ido todos, abandonando a Eutropio. Un viento ha soplado sobre el árbol, destrozando todas sus hojas y mostrándonoslo completamente desnudo y sacudido desde la raíz; pues ha sido tan grande la violencia del viento que ha sacudido todas estas fibras del árbol y amenaza con arrancarlo de raíz. ¿Dónde están ahora sus falsos amigos? ¿Dónde están sus fiestas y sus cenas? ¿Dónde está la plaga de parásitos, el vino que se derramaba a diario, las múltiples exquisiteces inventadas por sus cocineros? ¿Dónde están quienes cortejaban su poder e hicieron y dijeron de todo para ganarse su favor? Eran meras visiones nocturnas y sueños que se desvanecieron con el amanecer: eran flores de primavera, y al terminar la primavera se marchitaron: eran una sombra que se desvaneció, humo que se dispersó, burbujas que estallaron, telarañas que se rasgaron. Por eso cantamos continuamente esta canción espiritual: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Porque este dicho debería estar escrito continuamente en nuestras paredes y vestimentas, en el mercado, en casa, en las calles, en las puertas y entradas, y sobre todo en la conciencia de cada uno, y ser un tema perpetuo de meditación. Y puesto que los engaños, los enmascaramientos y las pretensiones parecen a muchos realidades, conviene a cada uno, todos los días, tanto en la cena como en el desayuno y en las reuniones sociales, decir a su vecino y oírle decir a su vez: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". ¿No les decía continuamente que la riqueza era un fugitivo? Pero no me hicieron caso. ¿No les dije que era un siervo ingrato? Pero no se dejaron persuadir. La experiencia real ha demostrado que no sólo es un siervo fugitivo e ingrato, sino también asesino, pues es esto lo que les ha hecho temer y temblar. ¿No les dije, cuando me reprendían continuamente por decir la verdad, que os amo más que quienes os adulan? ¿Yo, que os reprendo, me preocupo más por vosotros que quienes os cortejan? ¿No añadí a estas palabras que "las heridas de los amigos eran más dignas de confianza que los besos de los enemigos" (Prov 27,6)? Si Eutropio se hubiera rendido a mis heridas, sus besos no le habrían causado esta destrucción. Mis heridas curan, pero los falsos besos le han producido una enfermedad incurable. ¿Dónde están ahora sus coperos, dónde están los que le abrieron el camino en la plaza y proclamaron sus alabanzas sin cesar a oídos de todos? Han huido de Eutropio, han repudiado su amistad, buscan su propia seguridad gracias a su aflicción. Yo, en cambio, no actúo así, sino que en su desgracia no le abandono, y ahora que ha caído le protejo y le cuido. La Iglesia, a la que Eutorpio trataba como enemiga, le ha abierto su seno y le ha recibido, mientras que los teatros que cortejaba, y por los que a menudo se indignaba conmigo, le han traicionado y arruinado. Yo nunca cesé de decirle: ¿Por qué haces esto? Estás exasperando a la Iglesia, y tú te estás hundiendo. No obstante, él ignoraba todas mis advertencias. Hoy en día, los hipódromos han afilado la espada contra el, tras arruinarle sus riquezas. La Iglesia, en cambio, que sufrió su ira inoportuna, se apresura para sacarlo de la red.

II

Hermanos, no digo esto para pisotear a quien está postrado (es decir, Eutropio), sino para dar mayor seguridad a quienes aún están en pie (es decir, vosotros). No para irritar las llagas de quien ha sido herido, sino para preservar la salud de quienes aún no lo han sido. No para hundir a quien es sacudido por las olas, sino para instruir a quienes navegan con una brisa favorable, para que no sean arrollados. ¿Y cómo se puede lograr esto? Observando las vicisitudes de los asuntos humanos. Pues incluso este hombre, si hubiera temido la vicisitud, no la habría experimentado; pero mientras que ni su propia conciencia ni los consejos de otros lo mejoraron, al menos ustedes, que se enorgullecen de sus riquezas, se benefician de su calamidad: pues nada es más débil que los asuntos humanos. Por lo tanto, cualquier término que se emplee para expresar su insignificancia se quedará corto; ya sea que se les llame humo, hierba, sueño, flores de primavera o cualquier otro nombre; Tan perecederos son, y más insignificantes que la nada; pero que junto con su nada poseen también un elemento muy peligroso, tenemos una prueba ante nosotros. Pues, ¿quién fue más exaltado que este hombre? ¿Acaso no superó al mundo entero en riqueza? ¿Acaso no ascendió a la cima de la distinción? ¿Acaso no temblaron y temblaron todos ante él? Sí, mas ahora se ha vuelto más miserable que el prisionero, más digno de lástima que el esclavo, más indigente que el mendigo consumiéndose de hambre, teniendo cada día la visión de espadas afiladas y de la tumba del criminal, y del verdugo público conduciéndolo a la muerte; y ni siquiera sabe si alguna vez disfrutó de placeres pasados, ni siquiera percibe los rayos del sol, pero al mediodía su vista se nubla como si estuviera rodeado por la más densa penumbra. Pero incluso si me esfuerzo, no podré describirles con palabras el sufrimiento que naturalmente debe soportar, en la constante espera de la muerte. En realidad, ¿qué necesidad hay de que yo diga nada, cuando él mismo nos lo ha descrito con claridad como una imagen visible? Pues ayer, cuando vinieron a él desde la corte real con la intención de llevárselo a la fuerza, y corrió a refugiarse en el santuario, su rostro no era entonces, como lo es ahora, mejor que el de un muerto: y el castañeteo de sus dientes, el temblor y el temblor de todo su cuerpo, su voz temblorosa, su lengua tartamudeante, y de hecho, toda su apariencia general, sugerían a alguien con el alma petrificada.

III

Hermanos, no digo esto para insultar la desgracia de Eutropio, sino para ablandar vuestro ánimo hacia él, e induciros compasión, y convenceros de que deis por infligido ya el castigo. Como hay muchas personas inhumanas entre vosotros, que quizás se inclinan a criticarme por haber admitido a Eutropio en la Iglesia, por eso hago alarde de sus sufrimientos, con el deseo de ablandar vuestra dureza de corazón con mi relato. Dime, amado hermano, ¿por qué te indignas conmigo? Dices que es porque quien continuamente hacía guerra contra la Iglesia se ha refugiado en ella. Sin embargo, debemos glorificar a Dios en sumo grado, por permitirle verse en una situación tan difícil como para experimentar tanto el poder como la bondad de la Iglesia. Alabemos su poder, al haber sufrido esta gran vicisitud a consecuencia de los ataques que le lanzó. Alabemos su bondad, al haber sido ella quien atacó ahora la protege y la ha acogido bajo sus alas, colocándolo en plena seguridad, sin resentirse de ninguna de sus anteriores injurias, sino abriéndole su seno con el mayor amor. Esto es más glorioso que cualquier trofeo, esta es una victoria brillante, esto avergüenza tanto a gentiles como a judíos, esto muestra el rostro radiante de la Iglesia. ¿Por qué? Porque habiendo recibido a su enemigo como cautivo, lo perdona, y cuando todos lo han despreciado en su desolación, sólo ella, como una madre cariñosa, lo ha ocultado bajo su manto, oponiéndose tanto a la ira del rey como a la furia del pueblo y a su odio abrumador. Esto es un adorno para el altar. Un adorno extraño, dicen, cuando al acusado de pecado, al extorsionador, al ladrón se le permite apoderarse del altar. No, no digas eso, porque incluso la ramera se aferró a los pies de Jesús, ella que estaba manchada con el pecado más maldito e inmundo. Sin embargo, su acto no fue un reproche para Jesús, sino que redundó en su admiración y alabanza: porque la mujer impura no le hizo daño a Aquel que era puro, sino que más bien fue la vil ramera purificada por el toque de Aquel que era el puro e inmaculado. No guardes rencor entonces, oh hombre. Somos los siervos del crucificado que dijo: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Alguno de vosotros me dice que Eutropio cortó el derecho de refugio aquí por sus ordenanzas y varios tipos de leyes. Sí, pero ahora ha aprendido por experiencia lo que hizo, y él mismo, con sus propias acciones, ha sido el primero en quebrantar la ley, y se ha convertido en espectáculo para todo el mundo, y aunque permanece silencioso, desde allí lanza una voz de advertencia a todos, diciendo: No hagáis cosas como las que yo he hecho, para que no sufráis cosas como las que yo sufro. Aparece como un maestro mediante su calamidad, y el altar emite un gran brillo, inspirando ahora el mayor asombro por el hecho de que contiene al león en cautiverio; pues cualquier figura de la realeza podría destacarse enormemente si el rey no sólo se viera sentado en su trono, vestido de púrpura y con su corona, sino también si, postrados a los pies del rey, bárbaros con las manos atadas a la espalda inclinaran la cabeza. Y que no se han utilizado argumentos persuasivos, ustedes mismos son testigos del entusiasmo y la concurrencia del pueblo. Porque brillante es ciertamente la escena que tenemos ante nosotros hoy, y magnífica la asamblea, y veo una reunión tan grande aquí hoy como en la santa fiesta pascual. Así, pues, el hombre os ha convocado aquí sin hablar, pero emitiendo una voz con sus acciones más clara que el sonido de una trompeta; y todos vosotros os habéis reunido aquí hoy, las doncellas abandonando sus tocadores, las matronas las cámaras de las mujeres, los hombres la plaza del mercado, para que podáis ver la naturaleza humana condenada, la inestabilidad de los asuntos mundanos expuesta, y el rostro de ramera que hace unos días estaba radiante (tal es la prosperidad derivada de la extorsión) luciendo más feo que el de cualquier anciana arrugada. Este rostro, digo, podéis verlo despojado de su esmalte y pigmentos por la acción de la adversidad, como por una esponja.

IV

Tal es la fuerza de esta calamidad, que ha hecho que el ilustre y conspicuo Eutropio parezca ahora el más insignificante de los hombres. Si un hombre rico entra en la asamblea, obtiene mucho provecho de la visión: porque cuando contempla al hombre que estaba sacudiendo al mundo entero, ahora arrastrado desde tan alto pináculo de poder, encogido de miedo, más aterrorizado que una liebre o una rana, clavado rápidamente a aquel pilar, sin ataduras, su miedo sirviendo en lugar de una cadena, presa del pánico y tembloroso, abate su altivez, deja a un lado su orgullo, y habiendo adquirido el tipo de sabiduría sobre los asuntos humanos que le concierne, se va instruido por el ejemplo en la lección que la Sagrada Escritura enseña por precepto: "Toda la gloria del hombre, como la flor de la hierba, se seca y falla" (Is 40,6-7), o: "Se secarán rápidamente como la hierba, y como la hierba verde se marchitarán rápidamente o como el humo son sus días", y todos los pasajes de ese tipo. Al entrar y contemplar este espectáculo, nadie se menosprecia ni se lamenta por su pobreza, sino que la agradece, porque es un refugio, un puerto tranquilo y un baluarte seguro. Al ver estas cosas, muchas veces preferiría quedarse donde está antes que disfrutar de la posesión de todos por un corto tiempo y luego arriesgar su vida. ¿Ven cómo ricos y pobres, altos y bajos, esclavos y libres han obtenido no poco provecho del refugio de este hombre? ¿Ven cómo cada uno se marchará con un remedio, curado simplemente por esta vista? ¡Bien! ¿He apaciguado su pasión y apaciguado su ira? ¿He extinguido su crueldad? ¿Los he inducido a la compasión? De hecho, creo que sí; y sus rostros y los torrentes de lágrimas que derraman son prueba de ello. Desde entonces, tu dura roca se ha convertido en tierra profunda y fértil, apresurémonos a producir algún fruto de misericordia y a mostrar una exuberante cosecha de piedad postrándonos ante el emperador. O mejor dicho, implorando al Dios misericordioso que ablande la ira del emperador y conmueva su corazón para que nos conceda todo el favor que pedimos. Porque, de hecho, desde el día en que este hombre huyó aquí en busca de refugio, no ha habido ningún cambio; pues tan pronto como el emperador supo que se había apresurado a acudir a este asilo, a pesar de la presencia del ejército, indignado por sus fechorías y de que exigía su ejecución, el emperador pronunció un largo discurso intentando calmar la ira de los soldados, sosteniendo que no solo sus ofensas, sino cualquier buena acción que hubiera podido realizar, debían ser tomadas en cuenta, declarando que sentía gratitud por esta última y que estaba dispuesto a perdonarlo como a un semejante por actos que no fueran los suyos. Y cuando lo instaron de nuevo a vengar el insulto infligido a la majestad imperial, gritando, saltando y blandiendo sus lanzas, derramó torrentes de lágrimas de sus ojos apacibles, y tras recordarles la Santa Mesa a la que Eutropio había acudido en busca de refugio, logró finalmente apaciguar su ira.

V

Hermanos, permitidme añadir algunos argumentos sobre todo esto, porque también nos concierne a nosotros. ¿Qué perdón podrían merecer Eutropio, si el emperador no guarda rencor cuando ha sido insultado, pero ustedes, que no han experimentado nada parecido, muestran tanta ira? ¿Y cómo, después de que esta asamblea se haya disuelto, manejarán los santos misterios y repetirán esa oración por la que se nos ordena decir "perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6,12), cuando exijan venganza sobre su deudor? ¿Les ha infligido grandes agravios e insultos? No lo negaré. Sin embargo, este no es el momento de juicio, sino de misericordia; no de exigir cuentas, sino de mostrar bondad amorosa; no de investigar reclamaciones, sino de concederlas; no de veredictos y venganza, sino de misericordia y favor. Que nadie se irrite ni se enfade, sino que roguemos al Dios misericordioso que le conceda un respiro de la muerte y lo rescate de esta inminente destrucción, para que pueda despojarse de su trasgresión, y unámonos para acercarnos al misericordioso emperador suplicándole por el bien de la Iglesia, por el bien del altar, que conceda la vida de un hombre como ofrenda a la Santa Mesa. Si hacemos esto, el propio emperador nos aceptará, e incluso antes de su alabanza tendremos la aprobación de Dios, quien nos otorgará una gran recompensa por nuestra misericordia. Porque así como rechaza y odia al cruel e inhumano, así también acoge y ama al hombre misericordioso y humano; y si tal hombre es justo, aún más gloriosa es la corona que se le ciñe; y si es pecador, pasa por alto sus pecados concediendo esto como recompensa por la compasión mostrada a su consiervo. Dios dice "quiero misericordia y no sacrificio", y a lo largo de las Escrituras lo encontramos siempre preguntando por esto, y declarando que es el medio para liberarnos del pecado. Así, pues, dispondremos a que Dios nos sea propicio, así nos liberaremos de nuestros pecados, así adornaremos a la Iglesia, así también nuestro misericordioso emperador, como ya he dicho, nos elogiará, y todo el pueblo nos aplaudirá, y los confines de la tierra admirarán la humanidad y la gentileza de nuestra ciudad, y todos los que se enteren de estas obras en todo el mundo nos ensalzarán. Para que entonces podamos disfrutar de estos bienes, postrémonos en oración y súplica, rescatemos del peligro al cautivo, al fugitivo, al suplicante, para que nosotros mismos obtengamos las bendiciones futuras por el favor y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo.

DISCURSO 2

I

Deliciosos son el prado y el jardín, pero mucho más delicioso es el estudio de las Escrituras divinas. Porque hay flores que se marchitan, pero aquí hay pensamientos que perduran en plena floración; hay la brisa del céfiro, pero aquí el aliento del Espíritu; hay un seto de espinos, pero aquí está la providencia protectora de Dios; hay el canto de las cigarras, pero aquí la melodía de los profetas; hay el placer que proviene de la vista, pero aquí el provecho que proviene del estudio. El jardín está confinado en un solo lugar, pero las Escrituras están en todas partes del mundo; el jardín está sujeto a las necesidades de las estaciones, pero las Escrituras son ricas en follaje y están cargadas de frutos tanto en invierno como en verano. Dediquemos diligentemente, pues, al estudio de las Escrituras. Si lo hacen, la Escritura expulsará su desaliento, engendrará placer, extirpará el vicio y arraigará la virtud, y en el tumulto de la vida los salvará de sufrir como quienes son sacudidos por olas turbulentas. El mar brama, pero ustedes navegan con tiempo en calma; pues tienen el estudio de las Escrituras como su piloto; pues este es el cable que las pruebas de la vida no rompen. Ahora que no miento, los propios acontecimientos dan testimonio. Hermanos, hace unos días la Iglesia fue asediada. Llegó un ejército, salió fuego de sus ojos, pero no quemó el olivo. Se desenvainaron espadas, pero nadie recibió una herida. Las puertas imperiales estuvieron en peligro, pero la Iglesia estaba segura. Sin embargo, la marea de la guerra fluyó hacia aquí, porque aquí se buscó al refugiado Eutropio. Nosotros los resistimos, sin temer su furia. ¿Y por qué? Porque teníamos como prenda firme la palabra "Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18). Y cuando digo "la Iglesia", no me refiero sólo a un lugar, sino también a un plan de vida (no me refiero a los muros de la Iglesia, sino a sus leyes). Cuando te refugies en una Iglesia, no busques refugio solo en el lugar, sino en su espíritu. Porque la Iglesia no es muro ni techo, sino fe y vida.

II

Hermanos, no me digáis que el hombre que fue rendido (es decir, Eutropio) fue rendido por la Iglesia. Si no hubiera abandonado la Iglesia, no habría sido rendido. No digas que huyó aquí en busca de refugio y luego fue abandonado: la Iglesia no lo abandonó, sino que él abandonó a la Iglesia. No fue rendido desde dentro de la Iglesia, sino fuera de sus muros. ¿Por qué abandonó a la Iglesia? ¿Deseabas salvarte? Debiste haberte aferrado al altar. Aquí no había muros, pero estaba la providencia protectora de Dios. ¿Eras pecador? Dios no te rechaza, porque él "no vino a llamar a justos, sino a los pecadores al arrepentimiento" (Mt 9,13). La ramera fue salvada cuando se aferró a sus pies. ¿Has escuchado el pasaje leído hoy? Ahora digo estas cosas para que no dudes en refugiarte en la Iglesia. Permanece con la Iglesia, y la Iglesia no te entregará al enemigo. Si huyes de la Iglesia, la Iglesia no es la causa de tu captura. Si estás dentro del redil, el lobo no entra, y si sales, eres susceptible de ser presa de la bestia salvaje. De hacer esto último, esto no será culpa del redil, sino de tu propia pusilanimidad. La Iglesia no tiene pies. No me hables de muros ni de armas: pues los muros envejecen con el tiempo, pero la Iglesia no tiene vejez. Los muros son destrozados por los bárbaros, pero sobre la Iglesia ni siquiera los demonios prevalecen. Y que mis palabras no son mera jactancia está en los hechos. ¿Cuántos han asaltado a la Iglesia, y sin embargo los asaltantes han perecido mientras la Iglesia misma se ha elevado más allá del cielo? Tal poder tiene la Iglesia, que cuando es asaltada, vence; cuando se le tienden trampas, prevalece; cuando es insultada, su prosperidad aumenta: es herida, pero no se hunde bajo sus heridas; sacudida por las olas, pero no sumergida; azotada por las tormentas, pero no sufre naufragio; Ella lucha y no es vencida, lucha pero no es vencida. ¿Por qué, entonces, permitió esta guerra? Para que pudiera manifestar más el esplendor de su triunfo. Tú estuviste presente ese día y viste qué armas se movilizaron contra ella, y cómo la furia de los soldados ardía más feroz que el fuego, y me llevaron apresuradamente al palacio imperial. Pero ¿qué hay de eso? Por la gracia de Dios, nada de eso me consternó.

III

Hermanos, digo esto para que sigáis mi ejemplo. ¿Por qué no entregué a Eutropio, cuando se refugió aquí? Porque no temo a ningún terror presente. En efecto, ¿qué es lo realmente terrible? ¿La muerte? No, esto no es terrible, pues pronto alcanzaremos el puerto sereno. ¿El exilio? Tampoco, porque "desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo partiré" (Job 1,21). ¿El exilio? Tampoco, porque "la tierra es del Señor y su plenitud". ¿La falsa acusación? Tampoco, pues se nos dijo "alegraos y regocijaos cuando los hombres digan toda clase de mal contra vosotros falsamente, porque grande es su recompensa en el cielo" (Mt 5,12). Vi las espadas y medité en el cielo; esperé la muerte y pensé en la resurrección; contemplé los sufrimientos de este mundo inferior y consideré los premios celestiales; observé las artimañas del enemigo y medité en la corona celestial, porque la ocasión de la contienda fue suficiente para aliento y consuelo. ¡Cierto! Me arrastraban a la fuerza, pero no sufrí ningún insulto por ello, pues sólo hay un insulto real: el pecado. Y aunque todo el mundo te insulte, si no te insultas a ti mismo, no eres insultado. La única traición real es la traición a la conciencia: no traiciones tu propia conciencia, y nadie podrá traicionarte. Me arrastraban y vi los acontecimientos. O más bien, vi mis palabras convertidas en acontecimientos, vi mi discurso, que había pronunciado en palabras, predicado en el mercado por medio de hechos reales. ¿Qué clase de discurso? El mismo que siempre repetía "el viento ha soplado y las hojas han caído, la hierba se ha marchitado y la flor se ha marchitado" (Is 40,8). La noche se ha ido y el día ha amanecido; la sombra ha resultado vana y la verdad ha aparecido. Subieron al cielo y descendieron al nivel de la tierra, porque las olas que se elevaban han sido apaciguadas por medio de acontecimientos meramente humanos. ¿Cómo? Lo que estaba sucediendo era una lección. Y me dije: ¿Aprenderá la posteridad el autocontrol? ¿O antes de que pasen dos días, estos acontecimientos habrán quedado en el olvido? Las advertencias resonaban en sus oídos. Permítanme repetirlo, una vez más hablaré. ¿Qué provecho habrá? Ciertamente habrá provecho. Porque si no todos escuchan, la mitad escuchará; y si no la mitad, la tercera parte; y si no la tercera, la cuarta parte; y si no la cuarta, quizás diez; y si no diez, quizás cinco; y si no cinco, quizás uno; y si no uno, yo mismo tengo la recompensa preparada. Como dice el profeta, "la hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de Dios permanece para siempre" (Is 40,8).

IV

Hermanos, ¿habéis visto la insignificancia de los asuntos humanos? ¿Habéis visto la fragilidad del poder? ¿Habéis visto la riqueza a la que siempre llamé fugitiva, y no sólo fugitiva, sino también asesina? Pues no sólo abandona a quienes la poseen, sino que también los masacra; pues cuando alguien la corteja, sobre todo, lo traiciona. ¿Por qué cortejáis a una riqueza que hoy es para vosotros y mañana para otro? ¿Por qué cortejáis una riqueza que nunca se puede retener? ¿Deseáis cortejarla? ¿Deseáis retenerla? No la enterréis, sino entregadla a los pobres. Porque la riqueza es una bestia salvaje: si se la aferra, se escapa; si se la suelta, permanece donde está; pues, se dice, la ha repartido y dado a los pobres; su justicia permanece para siempre. Dispérsala, pues, para que permanezca contigo; no la entierréis, para que no se escape. ¿Dónde está la riqueza? Con gusto preguntaría a los que se han ido. Ahora digo esto no como reproche, Dios no lo quiera, ni para irritar viejas llagas, sino como un esfuerzo por asegurarles un refugio a salvo del naufragio de otros. Cuando los soldados y las espadas amenazaban, cuando la ciudad estaba envuelta en furia, cuando la majestad imperial era impotente y la púrpura era insultada, cuando todos los lugares estaban llenos de frenesí, ¿dónde estaba la riqueza entonces? ¿Dónde estaba su vajilla de plata? ¿Dónde estaban sus lechos de plata? ¿Dónde estaban sus esclavos domésticos? Todos habían huido, y ¿dónde estaban los eunucos? Todos huyeron, y ¿dónde estaban sus amigos? Se cambiaron de máscara. ¿Dónde estaban sus casas? Estaban cerradas. ¿Dónde estaba su dinero? Su dueño huyó. El dinero mismo, ¿dónde estaba? Estaba enterrado. ¿Dónde estaba todo escondido? ¿Soy opresivo y molesto para vosotros, al declarar constantemente que la riqueza traiciona a quienes la usan mal? Ha llegado la ocasión que prueba la verdad de mis palabras. ¿Por qué os aferráis a ella con tanta fuerza, si en tiempos de prueba no os sirve de nada? Si tenéis poder cuando os encontráis en apuros, y no dejáis que os ayude, ¿para qué necesitáis la ayuda? Los propios acontecimientos lo atestiguan. ¿Qué provecho había en ella? La espada estaba afilada, la muerte era inminente, un ejército enfurecido. Se temía un peligro inminente, mas la riqueza no se veía por ninguna parte. ¿Adónde huyó el fugitivo? Fue ella misma la causa que provocó todos estos males. Sin embargo, en momentos de necesidad, se escapa. Sin embargo, muchos me reprochan que continuamente te aferras a los ricos, mientras que ellos, por otro lado, se aferran a los pobres. Bien, yo me aferro a los ricos; o mejor dicho, no a los ricos, sino a quienes hacen mal uso de sus riquezas. Porque digo continuamente que no ataco el carácter del rico, sino al del rapaz. Un hombre rico es una cosa, un rapaz es otra: un hombre adinerado es una cosa, un hombre codicioso es otra. Haz distinciones claras y no confundas cosas que son diversas. ¿Eres rico? No te lo prohíbo. ¿Eres rapaz? Te denuncio. ¿Tienes bienes propios? Disfrútalos. ¿Tomas los bienes de otros? No me callaré. ¿Me apedrearías por esto? Estoy dispuesto a derramar mi sangre; solo prohíbo tu pecado. No me importa el odio, no me importa la guerra, sino que sólo me importa una cosa: el progreso de mis oyentes. Los ricos son mis hijos, y los pobres también lo son: la misma matriz ha parido a ambos, ambos son hijos de los mismos dolores de parto. Si, pues, criticas al pobre, te denuncio: pues el pobre no sufre tanta pérdida como el rico. Pues no se inflige gran daño al pobre, pues en su caso la injuria se limita al dinero; pero en tu caso, la injuria toca el alma. Que el que quiera me deseche, que el que quiera me apedree, que el que quiera me odie, pues las maquinaciones de los enemigos son para mí garantías de coronas de victoria, y el número de mis recompensas será como el número de mis heridas.

V

Hermanos, yo no temo las maquinaciones del enemigo, sino que sólo temo a una cosa: el pecado. Si nadie me convence de pecado, entonces que el mundo entero me haga la guerra. Porque este tipo de guerra sólo me hace más próspero. Así también deseo enseñarte una lección. No temas las artimañas de un potentado, sino teme el poder del pecado. Nadie te hará daño, si no te das un golpe a ti mismo. Si no tienes pecado, diez mil espadas pueden amenazarte, pero Dios te arrebatará de su alcance: pero si tienes pecado, incluso si estás en el paraíso, serás expulsado. Adán estaba en el paraíso, pero cayó; Job estaba en un muladar, pero fue coronado victorioso. ¿Qué provecho fue el paraíso para uno? ¿O qué daño fue el muladar para el otro? Ningún hombre puso trampas para uno, pero fue derrocado: el diablo puso trampas para el otro, pero fue coronado. ¿No le quitó el diablo sus bienes? Sí, pero no le robó su piedad. ¿No abusó de sus hijos? Sí, pero no quebrantó su fe. ¿No destrozó su cuerpo? Sí, pero no encontró su tesoro. ¿No armó a su esposa contra él? Sí, pero no derrotó al soldado. ¿No le lanzó flechas y dardos? Sí, pero no recibió heridas. Avanzó con sus máquinas, pero no pudo hacer tambalear la torre; dirigió sus olas contra él, pero no hundió el barco. Observad esta ley, os lo suplico, sí, os abrazo las rodillas, si no con la mano corporal, sí en espíritu, y derramo lágrimas de súplica. Observad esta ley, os lo ruego, y nadie podrá haceros daño. Nunca llaméis feliz al rico; nunca llaméis miserable a nadie, salvo a aquel que vive en pecado; y llamáis feliz a aquel que vive en rectitud. Porque no es la naturaleza de sus circunstancias, sino la disposición de los hombres lo que determina tanto a uno como a otro. Nunca temáis a la espada, sobre todo si vuestra conciencia no os acusa. Nunca temáis en la guerra, sobre todo si vuestra conciencia está tranquila. ¿Dónde están los que se han ido? Dime. ¿Acaso no se inclinaron todos los hombres ante ellos? ¿Acaso quienes estaban en autoridad no temblaron profundamente ante ellos? ¿Acaso no los cortejaron? Pero el pecado ha llegado, y todas las cosas se manifiestan en su verdadera naturaleza. Quienes eran asistentes se han convertido en jueces, los aduladores en verdugos; quienes una vez le besaron las manos, lo sacaron a rastras de la iglesia, y quien ayer le besó la mano es hoy su enemigo. ¿Por qué? Porque ayer tampoco lo amaba con sinceridad. Pues llegó la oportunidad y los actores fueron desenmascarados. ¿No le besaste ayer las manos y lo llamaste salvador, guardián y benefactor? ¿No compusiste panegíricos sin fin? ¿Por qué lo acusas hoy? ¿Por qué ayer un alabador, y hoy un acusador? ¿Por qué ayer pronuncias panegíricos, y hoy reproches? ¿Qué significa este cambio? ¿Qué significa esta revolución?

VI

Yo mismo fui objeto de las conspiraciones de Eutropio. Sin embargo, ahora quiere Dios que yo sea su protector. Sufrí innumerables problemas a manos suyas, pero Dios me pide que no le tome represalias. En esto sigo el ejemplo de mi Maestro, quien dijo en la cruz: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen". Ahora bien, digo esto para que no se dejen engañar por la sospecha de hombres malvados. Muchos cambios han ocurrido desde que administré la ciudad, y ¿nadie aprende a controlarse? Pero cuando digo nadie, no condeno a todos, Dios no lo quiera. Porque es imposible que esta tierra fértil, una vez sembrada, no produzca una sola espiga; pero soy insaciable; no quiero que se salven muchos, sino todos. Y si solo uno queda en estado de perdición, yo también perezco, y creo que se debe imitar al Pastor que tenía 99 ovejas y, sin embargo, se apresuró a perseguir a la que se había extraviado (Lc 15,4). ¿Cuánto durará el dinero? ¿Cuánto durará esta plata y este oro? ¿Cuánto durarán estos tragos de vino? ¿Cuánto durarán las lisonjas de los esclavos? ¿Cuánto durarán estas copas adornadas con guirnaldas? ¿Cuánto durarán estos festines satánicos, llenos de actividad diabólica?

VII

¿No sabéis, hermanos, que la vida presente es una peregrinación en un país lejano? ¿Acaso eres ciudadano? No, eres peregrino. ¿Entiendes lo que digo? No eres ciudadano, sino peregrino y viajero, así que no digas: Tengo esta ciudad y aquella. No, nadie tiene una ciudad, pues la única ciudad está arriba, y la vida presente no es más que un viaje. Viajamos cada día, mientras la naturaleza sigue su curso. Hay quienes almacenan bienes en el camino; otros entierran joyas en el camino. Ahora bien, cuando entras en una posada, ¿embelleces la posada? No es así, sino que comes y bebes y te apresuras a partir. La vida presente es una posada, que utilizamos hasta que salimos de ella, ansiosos de partir con una buena esperanza. Así pues, no dejemos nada aquí, para no perderlo allí. Cuando entras en la posada, ¿qué le dices al sirviente? Cuida dónde guardas nuestras cosas, que no dejes nada aquí, que nada se pierda, ni siquiera lo más insignificante, para que podamos llevarlo todo de vuelta a casa. Eres un caminante y un viajero, y de hecho, más insignificante que el caminante. ¿Cómo? Te lo diré. El caminante sabe cuándo entra en la posada y cuándo sale; pues tanto la salida como el regreso están en su propio poder; pero cuando entro en la posada, es decir, en esta vida presente, no sé cuándo saldré; y puede ser que esté preparándome para un largo tiempo cuando el Maestro me llame de repente y me diga: «Necio, ¿para quién serán esas cosas que has preparado? Porque esta misma noche te arrebatan el alma. El momento de tu partida es incierto, la posesión de tus posesiones insegura, hay innumerables precipicios y olas a tu alrededor. ¿Por qué deliras sobre sombras?». ¿Por qué abandonar la realidad y correr tras las sombras?

VIII

Esto es lo que yo digo, y no cesaré de decir, mas no para causando dolor continuo sino para curar las heridas. Y esto no por los caídos, sino por los que aún siguen en pie. Porque ellos han partido y su carrera ha terminado, pero los que aún siguen en pie han alcanzado una posición más segura gracias a sus calamidades. ¿Qué haremos entonces? Hagan una sola cosa: odien las riquezas y amen su vida. Desprecien sus bienes (no todos, pero sí los superfluos), no codicien los bienes ajenos, no despojen a la viuda, no saqueen al huérfano, no se apoderen de su casa. No me refiero a personas, sino a hechos. Pero si la conciencia de alguien lo ataca, él mismo es responsable, no mis palabras. ¿Por qué se aferran a lo que les acarrea mala voluntad? Aférrense a lo que puede ganar una corona. Esfuércense por aferrarse no a la tierra, sino al cielo. El reino de los cielos "pertenece a los violentos, y los violentos lo arrebatan por la fuerza". ¿Por qué te aferras al pobre que te reprocha? Aférrate a Cristo que te alaba por ello. ¿Ves tu insensatez y tu locura? ¿Te aferras al pobre que tiene poco? Cristo te dice: Aférrate a mí; te lo agradezco; aférrate a mi reino y tómalo por la fuerza. Si deseas aferrarte a un reino terrenal, o tener designios sobre él, serás castigado. En lo mundano hay mala voluntad, pero en lo espiritual hay amor. Medita a diario en estas cosas, y si dentro de dos días ves a otro cabalgando en un carro, vestido de seda y eufórico de orgullo, no vuelvas a desmayar ni a preocuparte. No alabes al rico, sino sólo al que vive en justicia. No injuries al pobre, sino aprende a tener un juicio recto y preciso en todas las cosas.

IX

No te alejes de la Iglesia, hermano, pues nada es más fuerte que ella. La Iglesia es tu esperanza, tu salvación, tu refugio. Es más alta que el cielo, más ancha que la tierra. Nunca envejece, sino que siempre está en pleno vigor. Por eso, como signo de su solidez y estabilidad, la Sagrada Escritura la llama montaña; o virgen por su pureza, o reina por su magnificencia; o hija por su relación con Dios; y para expresar su fecundidad, la llama estéril, que ha dado siete hijos; de hecho, emplea innumerables nombres para representar su nobleza. Porque así como el maestro de la Iglesia tiene muchos nombres: camino (Jn 14,6), vida (Ibid), luz, brazo, propiciación (1Jn 2,2), fundamento (1Cor 3,11), puerta (Jn 10,7), inmaculado (Jn 10,7), tesoro (Flp 2,6), Señor (Col 1,15), Dios (Ibid), Hijo (Ibid), unigénito (Ibid), forma de Dios (Flp 2,6), así sucede con la Iglesia. ¿Basta un solo nombre para presentar toda la verdad? De ninguna manera. Pero por esta razón existen innumerables nombres, para que podamos aprender algo acerca de Dios, aunque sea solo una pequeña parte. De la misma manera, la Iglesia también recibe muchos nombres. Se la llama virgen, aunque antes era una ramera: pues este es el milagro obrado por el Esposo: tomó a la ramera y la hizo virgen. ¡Oh! ¡Qué acontecimiento tan nuevo y extraño! Entre nosotros, el matrimonio destruye la virginidad, pero con Dios la restaura. Entre nosotros, la que es virgen, al casarse, deja de serlo; con Cristo, la que es ramera, al casarse, se vuelve virgen.

X

Que el hereje que indaga con curiosidad sobre la naturaleza de la generación celestial, preguntando cómo engendró el Padre al Hijo, interprete este simple hecho: ¿Cómo se volvió virgen la Iglesia, siendo prostituta? ¿Y cómo, habiendo dado a luz hijos, permaneció virgen? Como dice Pablo, "os tengo celo piadoso, pues os desposé con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo" (2Cor 11,2). ¡Qué sabiduría y entendimiento! "Os celo con celo piadoso". ¿Qué significa esto? ¿Tienes celos, siendo un hombre espiritual? Tengo celos, como Dios. ¿Y tiene Dios celos? Sí, celos no de pasión, sino de amor y ferviente celo, pues "os celo con el celo de Dios". ¿Os diré cómo manifiesta él sus celos? Vio el mundo corrompido por los demonios y entregó a su propio Hijo para salvarlo. Porque las palabras dichas en referencia a Dios no tienen la misma fuerza que cuando se dicen en referencia a nosotros mismos: por ejemplo, decimos que Dios está celoso, Dios está enojado, Dios se arrepiente, Dios odia. Estas palabras son humanas, pero tienen un significado que se convierte en la naturaleza de Dios. ¿Cómo? ¿Es Dios celoso? Sí, porque Pablo dice que "estoy celoso con el celo de Dios" (2Cor 11,2). ¿Está Dios enojado? Sí, porque el profeta dice "oh Señor, no me reproches en tu indignación". ¿Duerme Dios? Sí, pues se le dice "despierta, ¿por qué duermes, oh Señor?". ¿Se arrepiente Dios? Sí, porque él mismo dice "me arrepiento de haber hecho al hombre" (Gn 6,7). ¿Odia Dios? Sí, porque él mismo dice "mi alma odia sus fiestas y sus lunas nuevas" (Is 1,14). Hermano, no consideres la pobreza de estas expresiones, sino capta su significado divino. Dios es celoso, porque ama, Dios está enojado, no como cediendo a la pasión, sino con el propósito de castigar y castigar. Dios duerme, no como si realmente durmiera, sino como si fuera sufrido. Elige la expresión. Así, cuando oigas que Dios engendra al Hijo, no pienses en la división, sino en la unidad de la sustancia. Pues Dios ha tomado muchas de estas palabras de nosotros, así como nosotros también hemos tomado prestadas otras de él, para que recibamos honor por ellas.

XI

¿Entiendes lo que he dicho, hermano? Presta atención, amado mío. Hay nombres divinos y nombres humanos. Dios ha recibido de mí y él mismo me los ha dado. Dame el tuyo y toma el mío, dice. Necesitas el mío: yo no necesito el tuyo, pero tú necesitas el mío, pues mi naturaleza es pura, pero eres un ser humano con cuerpo, que busca también términos corpóreos para que, tomando prestadas expresiones que te son familiares, tú que estás así con cuerpo, puedas pensar en pensamientos que trascienden tu entendimiento. ¿Qué clase de nombres ha recibido de mí y qué clase me ha dado? Él mismo es Dios, y me ha llamado a mí dios. En él reside la naturaleza esencial como un hecho real, y en mí sólo el honor del nombre. "He dicho que sois dioses, y todos sois hijos del Altísimo". Aquí hay palabras, pero en el otro caso existe la realidad misma. Me ha llamado dios, porque por ese nombre he recibido honor. Él mismo fue llamado Hijo del hombre, camino, puerta y roca. Estas palabras las tomó prestadas de mí; las otras me las dio de sí mismo. ¿Por qué se le llamó camino? Para que entendieras que por él tenemos acceso al Padre. ¿Por qué se le llamó roca? Para que entendieras el carácter seguro e inquebrantable de la fe. ¿Por qué se le llamó fundamento? Para que entendieras que él sustenta todas las cosas. ¿Por qué se le llamó raíz? Para que entendieras que en él tenemos nuestro poder de crecimiento. ¿Por qué se le llamó pastor? Porque él nos alimenta. ¿Por qué se le llamó oveja? Porque fue sacrificado por nosotros, y se convirtió en ofrenda propiciatoria. ¿Por qué se le llamó vida? Porque nos resucitó cuando estábamos muertos. ¿Por qué se le llamó luz? Porque nos libró de las tinieblas. ¿Por qué se le llamó brazo? Porque es de una misma sustancia con el Padre. ¿Por qué se le llamó palabra? Porque fue engendrado por el Padre. Porque así como mi palabra es fruto de mi espíritu, así también el Hijo fue engendrado por el Padre. ¿Por qué se le llama nuestro vestido? Porque me vestí con él cuando fui bautizado. ¿Por qué se le llama mesa? Porque me alimento de él cuando participo de los misterios. ¿Por qué se le llama casa? Porque habito en él. ¿Por qué se le llama "residente de la casa"? Porque nos convertimos en su templo. ¿Por qué se le llama cabeza? Porque he sido hecho miembro suyo. ¿Por qué se le llama novio? Porque me ha tomado como su novia. ¿Por qué se le llama puro? Porque me tomó como virgen.¿Por qué se le llama Maestro? Porque soy su esclava.

XII

Hermanos, la Iglesia es a veces novia, a veces hija, a veces virgen, a veces esclava, a veces reina, a veces mujer estéril, a veces montaña, a veces jardín, a veces fecunda en hijos, a veces lirio, a veces fuente: Ella lo es todo. Por tanto, habiendo oído estas cosas, os ruego que no penséis que son corpóreas; sino extended vuestro pensamiento más allá: pues tales cosas no pueden ser corpóreas. Por ejemplo: la montaña no es la doncella; la doncella no es la novia; la reina no es la esclava; sin embargo, la Iglesia es todas estas cosas. ¿Por qué? Porque el elemento en el que existen no es corpóreo, sino espiritual. Pues en una esfera corpórea estas cosas están confinadas dentro de límites estrechos; pero en una esfera espiritual tienen un amplio campo de acción. La reina estaba a tu diestra. ¿La reina? ¿Cómo llegó a ser reina ella, que era oprimida y pobre? ¿Y adónde ascendió? La reina misma estaba en lo alto junto al rey. ¿Cómo? Porque el rey se convirtió en siervo. Él no lo era por naturaleza, pero se convirtió en eso. Entiende, por tanto, las cosas que pertenecen a la deidad y discierne las que pertenecen a la dispensación. Entiende lo que él era y en lo que se convirtió por tu bien, y no confundas las cosas que son distintas, ni hagas del argumento de su amorosa bondad una ocasión para blasfemia. Él era excelso, y ella era humilde: excelso no por posición sino por naturaleza. Su esencia era pura e imperecedera: Su naturaleza era incorruptible, ininteligible, invisible, incomprensible, eterna, inmutable, trascendiendo la naturaleza de los ángeles, superior a los poderes superiores, dominando la razón, sobrepasando el pensamiento, aprehendido no por la vista sino solo por la fe. Los ángeles lo contemplaron y temblaron, los querubines se velaron en asombro, "miró la tierra y la hizo temblar; amenazó al mar y lo secó" (Is 51,10), sacó ríos del desierto, pesó los montes en balanza y los valles en una balanza. ¿Cómo me expresaré? ¿Cómo presentaré la verdad? Su grandeza no tiene límites, su sabiduría es incalculable, sus juicios son inescrutables, sus caminos inescrutables. Tal es su grandeza y su poder, si es que es seguro incluso usar tales expresiones. Entonces, ¿qué debo hacer? Soy un ser humano y hablo en lenguaje humano. Mi lengua es terrenal y suplico el perdón de mi Señor. Pues no uso estas expresiones con presunción, sino por la pobreza de mis recursos, derivada de mi debilidad y de la naturaleza de nuestra lengua humana. Ten piedad de mí, oh Señor, pues pronuncio estas palabras no con presunción, sino porque no tengo otras. Sin embargo, no me conformo con la mezquindad de mis palabras, sino que me elevo en las alas de mi entendimiento. Tal es su grandeza y poder. Digo esto para que, sin detenerme en las palabras ni en la pobreza de las expresiones, tú también aprendas a actuar de la misma manera. ¿Por qué te sorprendes si hago esto, ya que Cristo también hace lo mismo, cuando desea presentar a nuestras mentes algo que trasciende las capacidades humanas? Puesto que se dirige a seres humanos, también usa ilustraciones humanas, que, si bien son insuficientes para representar lo que se dice y no pueden mostrar la totalidad del asunto, bastan para la debilidad de los oyentes.

XIII

Cuando Dios se manifiesta, no se manifiesta como realmente es, ni se manifiesta su esencia pura (pues nadie ha visto a Dios en su verdadera naturaleza; pues cuando él se revela solo parcialmente, los querubines tiemblan, las montañas humean, el mar se seca, el cielo se estremece, y si la revelación no fuera parcial, ¿quién podría soportarla?), así como entonces, digo, él no se manifiesta como realmente es, sino sólo como quien lo contempla puede verlo. Por eso aparece a veces en la forma de la vejez, a veces de la juventud, a veces en el fuego, a veces en el aire, a veces en el agua, a veces con armadura, sin alterar su naturaleza esencial, sino moldeando su apariencia para adaptarse a la diversa condición de quienes se ven afectados por ella. De igual manera, cuando alguien quiere decir algo sobre él, emplea ejemplos humanos. Por ejemplo, él "subió al monte y se transfiguró ante ellos, y su rostro brilló como el sol, y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve". Se dice que reveló un poco de la divinidad, les manifestó al Dios que moraba entre ellos y se transfiguró ante ellos. Presten atención a la declaración. El escritor dice que "se transfiguró ante ellos, y sus vestiduras brillaron como la luz, y su rostro era como el sol". Cuando dije "tal es su grandeza y poder", añadí: Sé misericordioso conmigo, oh Señor. Lo dije porque no me conformo con la expresión, sino que estoy perplejo al no tener otra formulada para este propósito. Esta lección la aprendí esta lección de las Sagradas Escrituras. El evangelista luego quiso describir su esplendor y dice que brilló. ¿Cómo brilló? Así mismo: extremadamente. ¿Y cómo lo expresan? Así mismo: en que brilló "como el sol". ¿Como el sol? Sí, porque no conozco otra luminaria más brillante. ¿Y decías que era "blanco como la nieve"? ¿Por qué como la nieve? Porque no conozco otra sustancia más blanca. Sobre que él no brillaba realmente, así lo demuestra lo siguiente: "los discípulos cayeron al suelo". Si hubiera brillado siendo él el sol, los discípulos no habrían caído, pues veían el sol todos los días y no caían. En cambio, como brillaba como (es decir, con más intensidad que) el sol, ellos, incapaces de soportar el esplendor, cayeron al suelo. Respóndeme a esto, oh evangelista: ¿Brilló Cristo más que el sol, y aun así dices que era "como el sol"? Sí, deseando darte a conocer esa luz, no conozco otra luminaria mayor, no tengo otra que se compare con un lugar privilegiado entre las luminarias. He dicho esto para que no te conformes con la pobreza del lenguaje empleado. Te he señalado la caída de los discípulos, cuando cayeron al suelo, aturdidos y abrumados por el sueño. Tras todo eso, Jesús los levantó, pues estaban oprimidos y no podían soportar el excesivo brillo de ese resplandor. Por eso, un sueño profundo se apoderó de sus ojos, pues la luz que se manifestó excedía la luz del sol. Sin embargo, el evangelista dijo "como el sol", porque esa luminaria nos es familiar y supera a todas las demás.

XIV

Como decía, el tan grande y poderoso Dios deseaba una ramera, refiriéndome con este término a nuestra naturaleza humana. Si un hombre en verdad desea una ramera, es condenado, ¿y acaso Dios desea una? Sí, ciertamente. De nuevo, un hombre desea una ramera para convertirse en fornicador, pero Dios para convertir a la ramera en virgen, de modo que el deseo del hombre es la destrucción de la deseada, pero el deseo de Dios es la salvación de la deseada. ¿Y por qué él, que es tan grande y poderoso, deseaba una ramera? Para convertirse en su esposo. ¿Cómo actúa? No le envía a ninguno de sus siervos, no envía ángel, arcángel, querubín o serafín; sino que se acerca él mismo, quien la ama. De nuevo, cuando oigas hablar de amor, no lo consideres sensual. Extrae los pensamientos que contienen las palabras, como una abeja excelente que se posa en las flores y toma el panal, pero deja las hierbas. Dios deseaba una ramera, ¿y cómo actúa? No la conduce a lo alto; pues no traería una ramera al cielo, sino que él mismo desciende. Como ella no podía ascender, él desciende a la tierra. Viene a la ramera y no se avergüenza: llega a su morada secreta. La contempla en su embriaguez. ¿Y cómo viene? No en la esencia misma de su naturaleza original, sino que se convierte en lo que la ramera era; no en intención, sino en realidad, se convierte en esto para que ella no se asuste al verlo, para que no huya y huya. Viene a la ramera y se hace hombre. ¿Y cómo se convierte en esto? Es concebido en el vientre materno, crece poco a poco y sigue, como yo, el curso del crecimiento humano. ¿Quién es el que hace esto? La deidad manifestada, no la divinidad; la forma del siervo, no la del amo; la carne que me pertenece, no la naturaleza esencial que le pertenece a él. Él crece poco a poco y tiene relaciones con la humanidad. Aunque encuentra a la ramera, la naturaleza humana, llena de llagas, brutalizada y oprimida por demonios, ¿cómo actúa? Se acerca a ella. Ella lo ve y huye. Llama a los magos, diciendo: "No vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo" (Jn 12,47). Enseguida llama a los magos. ¡Oh, un acontecimiento nuevo y extraño! Las primicias inmediatas de su venida son los magos. El que sostiene el mundo yace en un pesebre, y el que cuida de todas las cosas es un niño de pecho en pañales. El templo está fundado y Dios mora en él. Los magos vienen y enseguida lo adoran. El publicano viene y se convierte en evangelista. La ramera viene y se convierte en doncella. La mujer cananea viene y participa de su misericordia. Esta es la marca de quien ama, abstenerse de exigir cuentas de pecados y perdonar trasgresiones y ofensas. ¿Y cómo actúa él? Así mismo: toma a la pecadora y a la desposa consigo mismo. ¿Y qué le da? Un anillo de sello. ¿De qué naturaleza? De la del Espíritu Santo, como recuerda Pablo: "Dios nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu" (2Cor 1,21-22). ¿No te planté yo en un jardín? Sí, dice ella. ¿Y cómo caíste de allí? El diablo vino y me echó del jardín. ¿Fuiste plantado en el jardín, y el diablo te echó? Pues bien, he aquí que yo te planto en mí mismo, y te sostengo. ¿Y eso? Porque el diablo no se atreve a acercarse a mí. Por eso yo te traigo a mí, que soy el Señor del cielo. El pastor te lleva, y el lobo ya no viene; o mejor dicho, le permito acercarse. Y así el Señor lleva nuestra naturaleza, y el diablo se acerca y es vencido. Cristo te ha plantado en sí mismo, y por eso dice que "yo soy la raíz, tú las ramas". Ella dice: Soy pecadora e impura. Y él dice: No te preocupes, que yo soy médico, y conozco mi vasija, y sé cómo se pervirtió. Antes era una vasija de barro, y se pervirtió, mas ahora la remodelo mediante el lavacro de la regeneración y la someto a la acción del fuego. Si no creéis esto, hermanos, escuchad esto: Cristo cogió polvo de la tierra, e hizo al hombre, y lo creó. El diablo vino y lo pervirtió. Entonces vino el Señor, lo tomó de nuevo, lo remodeló y lo fundió de nuevo en el bautismo, y no permitió que su cuerpo fuera de barro, sino de una pieza más dura. Sometió la arcilla blanda al fuego del Espíritu Santo. Él "os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego" (Mt 3,11). Fue bautizado con agua para ser remodelado, con fuego para ser endurecido. Por lo tanto, el profeta, hablando de antemano bajo guía divina, declaró: "Los desmenuzarás como vasijas de alfarero". Él no dijo "como vasos de barro que todos poseen", porque por "vasos de alfarero" se entienden aquellos que el alfarero está formando en la rueda. Hoy en día, los vasos del alfarero son de barro, pero los nuestros son de un material más duro. Hablando de antemano, por lo tanto, de la remodelación que se realiza por medio del bautismo, dice, "los desmenuzarás como vasos de un alfarero", a forma de decir que él los remodela y los vuelve a fundir. Desciendo al agua del bautismo, y la forma de mi naturaleza es remodelada, y el fuego del Espíritu la vuelve a fundir, y se convierte en un material más duro. Y para que mis palabras no sean una jactancia vana, escuchad lo que dice Job ("Dios nos ha hecho como barro"; Job 10,9) y lo que dice Pablo ("tenemos este tesoro en vasos de barro"; 2Cor 4,7). Hermanos, considerad la fuerza del vaso de barro, porque ha sido endurecido "no por el fuego, sino por el Espíritu Santo". ¿Cómo demostró Pablo que era un "vaso de alfarero"? Así mismo: "Cinco veces recibí cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado", y sin embargo, la vasija de barro no se hizo añicos. Un día y una noche he estado en lo profundo. Él ha estado en lo profundo, y la vasija de barro no se disolvió; sufrió un naufragio y el tesoro no se perdió; el barco se hundió, y sin embargo, la carga flotó. Pero tenemos este tesoro, dice. ¿Qué clase de tesoro? Éste mismo: "una provisión del Espíritu, justicia, santificación, redención". ¿De qué naturaleza? De ésta misma: "en el nombre de Jesucristo" (Hch 3,6), o ésta: "Eneas, Jesucristo te sana" (Hch 9,34), o ésta: "Yo te digo, espíritu maligno, sal de él" (Hch 16,18).

XV

Hermanos, ¿habéis visto un tesoro más brillante que los tesoros reales? ¿Captáis qué puede la perla de un rey, en comparación con lo que las palabras de un apóstol lograron? Los reyes ponen coronas innumerables sobre los muertos, pero éstos no resucitaron. En cambio, una sola palabra provino de un apóstol y restauró la naturaleza revocada, restaurándola a su antigua condición. Éste es el tesoro que nosotros tenemos. ¡Oh tesoro que no sólo se preserva, sino que también preserva la casa donde se guarda! ¿Entendéis lo que he dicho? Los reyes de la tierra y los gobernantes, cuando poseen tesoros, preparan casas grandes, con muros fuertes, rejas, puertas, guardias y cerrojos para que el tesoro se preserve. Cristo, en cambio, hizo lo contrario, y no colocó el tesoro en una vasija de piedra, sino en una de barro. Si el tesoro es grande, ¿por qué es débil la vasija? Pero la razón por la que la vasija es débil no es porque el tesoro sea grande; pues este no lo preserva la vasija, sino que la preserva ella misma. Yo deposito el tesoro: ¿quién podrá robarlo de ahora en adelante? El diablo ha venido, el mundo ha venido, multitudes han venido, y aun así no han robado el tesoro: la embarcación ha sido azotada, pero el tesoro no ha sido traicionado; se ha ahogado en el mar, pero el tesoro no ha naufragado: ha muerto, pero el tesoro sobrevive. Por lo tanto, él dio las arras del Espíritu. ¿Dónde están los que blasfeman la majestad del Espíritu? Presten atención. El que nos confirma con vosotros en Cristo es Dios, que es quien "nos ha dado las arras del Espíritu" (2Cor 1,21-22). Todos saben que las arras son una pequeña parte del todo; déjenme decirles cómo. Cuando alguien va a comprar una casa a un gran precio, dice: Dadme unas arras para que pueda tener confianza. Cuando alguien va a casarse, arregla la dote y las propiedades, y dice: Dadme unas arras. Observad, pues, como en la compra de un esclavo, y en todos los pactos, hay unas arras. Pues bien, Cristo hizo un pacto con nosotros (pues estaba a punto de tomarnos como esposa), y también nos asignó una dote (no de dinero, sino de sangre). Esta dote que él asigna es la concesión de cosas buenas "como ojo no ha visto, ni oído ha escuchado, ni ha entrado en el corazón del hombre" (1Cor 2,9). Él les asignó como dote: inmortalidad, alabanza con los ángeles, liberación de la muerte, libertad del pecado, la herencia de un reino (tan grandes son sus riquezas), justicia, santificación, liberación de los males presentes, descubrimiento de bendiciones futuras. Grande fue mi dote. Ahora presten atención: observen lo que él hace. Vino a tomar a la ramera, porque así la llamo, inmunda como era, para que pudieran entender el amor del novio. Vino, me tomó, me asignó una dote y me dijo: Te doy mi riqueza. ¿Has perdido el paraíso? Recupéralo. ¿Has perdido tu belleza? Recupérala, y toma todas estas cosas.

XVI

Ésta es la razón por la que Dios habla de antemano de esta dote, la dote la resurrección del cuerpo (la inmortalidad). Porque la inmortalidad no siempre sigue a la resurrección, pero las dos son distintas. Porque muchos han resucitado y han sido de nuevo abatidos, como Lázaro y los cuerpos de los santos. Pero en este caso no es así, sino que la promesa es de resurrección, inmortalidad, un lugar en la gozosa compañía de los ángeles, el encuentro del Hijo del hombre en las nubes, el cumplimiento de que "estaremos siempre con el Señor" (1Ts 4,17), la liberación de la muerte, la libertad del pecado, la completa derrota de la destrucción. ¿De qué clase es eso? De una clase que "ni ojo vio ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, las cosas que Dios ha preparado para quienes lo aman". ¿Me das cosas buenas que no conozco? Él dice , así como también: Desposaos conmigo aquí, amadme en este mundo. ¿Por qué no me das la dote aquí? Te será dada cuando hayas venido a mi Padre, cuando hayas entrado en el palacio real. ¡Viniste a mí! No, yo vine a ti. No vine para que te quedaras aquí, sino para tomarte y regresar. No busques la dote aquí, pues todo depende de la esperanza y la fe. ¿Y no me das nada en este mundo? Él responde. Reciban una prenda para que puedan confiar en mí respecto a lo que está por venir: reciban prendas y regalos de compromiso. Por ello, Pablo dice "me he desposado con vosotros" (2Cor 11,2). Como regalos de compromiso, Dios nos ha dado bendiciones presentes: son una prenda del futuro; pero la dote completa permanece en el otro mundo. ¿Cómo es eso? Te lo diré. Aquí envejezco, allí no envejezco; aquí muero, allí no muero, aquí me entristezco, allí no me entristezco; Aquí hay pobreza, enfermedad e intriga, no existe nada de eso; aquí hay oscuridad y luz, sólo luz; aquí hay intriga, hay libertad; aquí hay enfermedad, hay salud; aquí hay vida con fin, hay vida sin fin; aquí hay pecado , hay justicia, y el pecado es desterrado; aquí hay envidia, no existe nada de eso. Dame estas cosas, dice uno; ¡No! Espera para que tus consiervos también se salven; espera, digo. El que nos establece y nos ha dado las arras, ¿qué clase de arras? Las del Espíritu Santo. Permítanme hablarles del Espíritu. Él dio el anillo del sello a los apóstoles, diciendo: Tomad esto. ¿Acaso el anillo está repartido, y sin embargo no dividido? Así es. Permítanme enseñarles el significado de la provisión del Espíritu: Pedro recibió, y Pablo también recibió, el Espíritu Santo. Recorrió el mundo, liberó a los pecadores de sus pecados, restauró a los cojos, vistió a los desnudos, resucitó a los muertos, limpió a los leprosos, frenó al diablo, estranguló a los demonios, conversó con Dios, plantó una Iglesia, derribó templos, derribó altares, destruyó el vicio, estableció la virtud, hizo ángeles de los hombres.

XVII

Los hombres éramos todas estas cosas, pero las arras llenaban el mundo entero. Y cuando digo todo, me refiero a todo aquello sobre lo que brilla el sol: mar, islas, montañas, valles y colinas. Pablo iba de aquí para allá, como una criatura alada, con una sola boca luchando contra el enemigo, él, el fabricante de tiendas, que manejaba el cuchillo del artesano y cosía pieles; y, sin embargo, este su oficio no era obstáculo para su virtud, pero el fabricante de tiendas era más fuerte que los demonios, el hombre poco elocuente era más sabio que los sabios. ¿De dónde provenía esto? Recibió las arras, llevó el anillo de sello y lo llevó consigo. Todos vieron que el Rey se había casado con nuestra naturaleza: el demonio lo vio y se retiró, él vio las arras, y tembló y se retiró; sólo vio las vestiduras del apóstol (Hch 19,11) y huyó. ¡Oh, el poder del Espíritu Santo! Él otorgó autoridad no sobre el alma ni sobre el cuerpo, sino incluso sobre la vestimenta; ni solo en la vestimenta, sino incluso en una sombra. Pedro andaba y su sombra hacía huir las enfermedades (Hch 5,15) y expulsaba demonios y resucitaba a los muertos. Pablo andaba por el mundo, cortando las espinas de la impiedad, sembrando al aire libre las semillas de la piedad, como un excelente labrador que maneja el arado de la doctrina. ¿Y a quiénes iba? A los tracios, a los escitas, a los indios, a los mauros, a los sardos, a los godos, a los salvajes, y los cambió a todos. ¿Por qué medios? Por medio de las arras. ¿Cómo era él suficiente para estas cosas? Por la gracia del Espíritu. Inexperto, mal vestido, mal calzado, fue sostenido por Aquel que también le ha dado las arras del Espíritu. Por lo tanto, dice: "¿Y quién es suficiente para estas cosas?" (2Cor 2,16). Pero nuestra suficiencia proviene de Dios, quien nos hizo ministros competentes del Nuevo Testamento, "no de la letra, sino del Espíritu" (2Cor 3,5-6). Contemplen lo que el Espíritu ha obrado: halló la tierra llena de demonios y la convirtió en el cielo. Pues no mediten en las cosas presentes, sino repasen el pasado. Antes había lamentación, había altares por todas partes, por todas partes el humo y los vapores de los sacrificios, por todas partes ritos, misterios y sacrificios impuros, por todas partes demonios celebrando sus orgías, por todas partes una fortaleza del diablo, por todas partes la fornicación adornada con coronas de honor; y Pablo se quedó solo. ¿Cómo escapó de ser abrumado o despedazado? ¿Cómo pudo hablar? Entró en la Tebaida y capturó a muchos hombres. Entró en el palacio real y se hizo discípulo del rey. Entró en la sala del juicio, y el juez le dijo: ¿Por qué no me convences de hacerme cristiano? Y el juez se convirtió en discípulo. Entró en la prisión y capturó al carcelero. Visitó una isla de bárbaros y utilizó una víbora como instrumento de su enseñanza. Visitó a los romanos y atrajo al senado a su doctrina. Visitó ríos y desiertos por todas partes del mundo. No hay tierra ni mar que no haya compartido los beneficios de sus labores; pues Dios ha dado a la naturaleza humana las arras de su sello, y cuando lo da, dice: Unas cosas te doy ahora, y otras te prometo. Por eso el profeta dice sobre ella: "La reina estaba a tu diestra con una vestidura tejida en oro". No se refiere a una vestidura real, sino a la virtud. Por lo tanto, la Escritura en otra parte dice: "¿Cómo entraste aquí sin un vestido de bodas?". De modo que aquí no se refiere a un vestido, sino a la fornicación y a una vida repugnante e inmunda. Así como el vestido repugnante significa pecado, así también el vestido de oro significa virtud. Pero este vestido pertenecía al rey. Él mismo se lo otorgó, porque estaba desnuda y desfigurada. La reina estaba a tu diestra "con una vestidura tejida con oro". No está hablando de vestiduras sino de virtud, pues la expresión en sí tiene una gran nobleza de significado. No dice "con una vestidura de oro" sino "con una vestidura tejida con oro". Escucha inteligentemente. Una vestidura de oro es una que es de oro por todas partes: pero una vestidura tejida con oro es una que es en parte de oro, en parte de seda. ¿Por qué entonces dijo que la novia no llevaba una vestidura de oro, sino una tejida con oro? Presta atención. Se refiere a la constitución de la Iglesia en sus variadas manifestaciones. Porque como no todos pertenecemos a la misma condición de vida, sino que uno es virgen, otro viuda, un tercero vive una vida devota, así también el manto de la Iglesia significa la constitución de la Iglesia.

XVIII

Nuestro Maestro sabía que, si él nos trazaba un solo camino, muchos se apartarían de él. Y por eso trazó varios caminos. No puedes entrar al reino, puede que sea por el camino de la virginidad. Entra entonces por el camino del matrimonio soltero. ¿No puedes entrar por un solo matrimonio? Tal vez puedas por medio de un segundo matrimonio. No puedes entrar por el camino de la continencia; entra entonces por el camino de la limosna. ¿No puedes entrar por el camino de la limosna? Entonces prueba el camino del ayuno. Si no puedes usar este camino, toma otro, y si no ese otro, entonces toma éste. Por lo tanto, el profeta no habló de una vestimenta de oro, sino de una tejida con oro. Es de seda, o púrpura, o oro. ¿No puedes ser una parte de oro? Entonces sé una de seda. Te acepto, si tan solo estás vestido con mi ropaje. Por lo tanto también Pablo dice: "Construid sobre este fundamento, con oro, plata, piedras preciosas" (1Cor 3,12). ¿No puedes ser la "piedra preciosa"? En ese caso, sé el oro. ¿No puedes ser "el oro"? En ese caso, sé la plata, pero descansando sobre el fundamento. Y nuevamente en otro lugar, dice Pablo que "hay una gloria del sol, y otra gloria de la luna, y otra gloria de las estrellas" (1Cor 15,41). ¿No puedes ser "un sol"? En ese caso, sé una luna. ¿No puedes ser "una luna"? En ese caso, sé una estrella. ¿No puedes ser una estrella grande? En ese caso, confórmate con ser pequeño, pero manteniéndote en el cielo. ¿No puedes ser virgen? Entonces vive continentemente en el estado matrimonial, solo permaneciendo en la Iglesia. ¿No puedes estar sin posesiones? Entonces da limosna, sólo permaneciendo en la Iglesia, sólo usando la vestimenta apropiada, sólo sometiéndote a la reina. La vestimenta está tejida con oro, es de textura múltiple. No te bloqueo el camino, porque la abundancia de virtudes ha hecho que la dispensación del rey sea fácil de operar. Vestida con una vestidura tejida en oro, de texturas múltiples. Su vestidura es múltiple: desvela, si te place, el profundo significado de la expresión aquí empleada, y fija tu mirada en esta prenda tejida en oro. Porque aquí, en efecto, algunos viven célibes, otros viven en un estado de matrimonio honorable, no siendo muy inferiores a ellos: algunos se han casado una vez, otros son viudos en la flor de su edad. ¿Para qué sirve un paraíso? ¿Y por qué su variedad? Con diversas flores, árboles y muchas perlas. Hay muchas estrellas, pero sólo un sol; hay muchas formas de vida, pero solo un paraíso; hay muchos templos, pero sólo una madre de todos ellos. Existe el cuerpo, el ojo, el dedo, pero todos estos conforman un solo hombre. Existe la misma distinción entre lo pequeño, lo grande y lo insignificante. La virgen necesita a la mujer casada; pues la virgen también es fruto del matrimonio, para que el matrimonio no sea despreciado por ella. La virgen es la raíz del matrimonio. Así, todas las cosas se han unido, lo pequeño con lo grande, y lo grande con lo pequeño. La Escritura dice que la reina "estaba a tu derecha, vestida con una vestidura labrada en oro", y a continuación añade: "Escucha, hija, ya está el esposo en su alcoba", esperándote, con una naturaleza que te supera con creces. En efecto, Cristo desposó a la Iglesia como esposa, y la ama como hija, y la alimenta como si fuera una esclava, y la protege como a una virgen, y la rodea como un jardín, y la cuida como a un miembro. Como cabeza la cuida, como raíz la hace crecer, como pastor la alimenta, como novio la desposa, como propiciación la perdona, como oveja es sacrificada, como novio la preserva en belleza, como esposo la sustenta. Muchos son los significados para que podamos disfrutar de una parte, aunque sea pequeña, de la divina economía de la gracia. Escucha, hija, y contempla las cosas que son nupciales y, sin embargo, espirituales. Escucha, hija, tú que al principio eras hija de demonios, hija de la tierra, indigna de la tierra, y ahora te has convertido en hija del rey. Hermanos, esto deseaba quien la amaba, esto deseaba Cristo para su Iglesia. Quien ama no investiga el carácter: el amor no mira la falta de gracia; por eso se le llama amor, porque a menudo siente afecto por una persona que no es hermosa. Así también lo hizo Cristo. Vio a una que no era hermosa (pues hermosa no podría llamarla) y la amó, y la rejuveneció, sin mancha ni arruga. ¡Oh, qué novio, adornando con gracia la falta de gracia de su novia! "Escucha, hija, escucha y contempla". Dos cosas dice la Escritura: Escucha y contempla. Dos que dependen de ti, una de tus ojos, la otra de tu oído. Ahora bien, dado que su dote dependía del oído (y aunque algunos de ustedes ya han sido lo suficientemente perspicaces para percibir esto, que esperen a los más débiles: elogio a quienes han anticipado la verdad y hago concesiones a quienes solo siguen su ejemplo), dado que la dote dependía entonces del oído (¿y qué significa oír? Significa tener fe, pues la fe viene por la fe oída, a diferencia de la fruición y la experiencia real), dije antes que él dividió la dote en dos, y dio una porción a la novia como garantía, mientras que prometió otras en el futuro. ¿Qué le dio? Le dio el perdón de los pecados, la remisión del castigo, la justicia, la santificación, la redención, el cuerpo del Señor, la Mesa divina y espiritual, la resurrección de los muertos. Porque todas estas cosas las tenían los apóstoles. Por lo tanto, él dio algunas partes y prometió otras. De algunas hubo experiencia y fruición, otras dependían de la esperanza y la fe. Ahora escuchen. ¿Qué otorgó? El bautismo y el sacrificio. De estos hay experiencia. ¿Qué prometió? Esto mismo: resurrección, inmortalidad del cuerpo, unión con los ángeles, un lugar en la gozosa compañía de los arcángeles, ciudadanía de su reino, vida inmaculada, cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado en corazón humano, cosas que Dios ha preparado para quienes lo aman.

XIX

Hermanos, entended bien lo que os digo, para que no lo perdáis. Por mi parte, yo me esfuerzo por que lo entendáis. La dote de la novia se dividió en dos partes: presentes y futuras; vistas y oídas, dadas y recibidas, experimentadas y disfrutadas, presentes y futuras. Las primeras las ves, las segundas las oyes. Observa, pues, lo que le dice para que no supongas que solo recibió las primeras, aunque sean grandiosas e inefables, y superen todo entendimiento. "Escucha, hija, y observa", escucha las segundas y contempla las primeras, para que no digas: ¿He de depender de nuevo de la esperanza, de nuevo de la fe, de nuevo del futuro? Mira, hija, ahora doy algunas cosas, y prometo otras; estas últimas dependen de la esperanza, pero tú recibe las otras como prenda, como garantía, como prueba de lo demás. Te prometo un reino; y que las cosas presentes sean la base de tu confianza, tu confianza en mí. ¿Me prometes un reino? Sí. Te he dado la mayor parte, incluso el Señor del reino, porque "el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Rm 8,32). ¿Me das la resurrección del cuerpo? Sí, te he dado la mayor parte. ¿Cuál es la naturaleza de ella? Ésta misma: la liberación de los pecados. ¿Por qué? Porque el pecado engendró la muerte. He destruido al padre, y ¿no destruiré a la descendencia? He secado la raíz, ¿y no destruiré el producto? Escucha, oh hija, y contempla. ¿Qué voy a contemplar? Muertos resucitados, leprosos limpiados, el mar contenido, el paralítico fortalecido, el paraíso abierto, panes derramados en abundancia, pecados remitidos, el hombre cojo saltando, el ladrón hecho ciudadano del paraíso, el publicano convertido en evangelista, la ramera se vuelve más modesta que la criada. Escucha y contempla. Escucha lo pasado y contempla lo presente. Acepta de lo presente una prueba de lo anterior; respecto a lo anterior te he dado garantías, cosas mejores que las que ya existen. ¿Qué significa lo que dices? Estas cosas son mías. Escucha, hija, y contempla. Estas cosas son mi dote para ti. ¿Y qué aporta la novia? Veamos. ¿Qué te ruego que traigas para que no te falte tu porción? ¿Qué puedo (responde ella) traerte de los altares paganos y del vapor de los sacrificios?¿Y de los demonios? ¿Qué tengo yo que aportar? Esto mismo: tu voluntad y tu fe. Escucha, oh hija, y observa. ¿Y qué quieres que haga? Olvidar a tu propio pueblo. ¿Qué clase de pueblo? Los demonios, los ídolos, el humo, el vapor y la sangre de los sacrificios. Olvida a tu propio pueblo y la casa de tu padre. Deja a tu padre y sígueme. Yo dejé a mi Padre y vine a ti, ¿y tú no dejarás a tu padre? Pero cuando la palabra dejar se usa en referencia al Hijo, no entiendas por ello un dejar real. Lo que él quiere decir es que me condescendí, me acomodé a ti, asumí carne humana. Éste es el deber del novio y de la novia, que abandonéis a vuestros padres y que nos casemos el uno con el otro. "Escucha, hija, y observa, y olvida a tu propio pueblo y la casa de tu padre". ¿Y qué me das si los olvido, y el rey deseará tu belleza? Tienes al Señor por amante. Si lo tienes como amado, también tienes lo que le pertenece. Confío en que puedas comprender lo que se dice, pues la idea es sutil, y quiero callarles la boca a los judíos.

XX

Ahora, os lo ruego, ejercitad vuestra mente. Ya sea que alguien escuche, o se abstenga de escuchar, yo cavaré y labraré la tierra. "Escucha, hija, y mira. Olvida también a tu propio pueblo y la casa de tu padre, y el rey codiciará tu belleza". En este pasaje, el judío entiende por belleza la belleza sensible; no la espiritual, sino la corporal. Prestad atención, y aprendamos qué es la belleza corpórea y la espiritual. Hay alma y cuerpo, hay dos sustancias, hay una belleza de cuerpo, y hay una belleza de alma. ¿Qué es la belleza de cuerpo? Una ceja extendida, una mirada alegre, una mejilla sonrojada, labios rubicunda, un cuello recto, cabello largo y ondulado, dedos afilados, estatura erguida, una tez hermosa y radiante. ¿Esta belleza corporal proviene de la naturaleza o de la elección? Confesamente proviene de la naturaleza. Prestad atención para que podáis aprender la concepción de los filósofos. Esta belleza, ya sea del semblante, de los ojos, del cabello, de la frente, ¿proviene de la naturaleza o de la elección? Es obvio que proviene de la naturaleza. Porque la mujer sin gracia, incluso si cultiva la belleza de innumerables maneras, no puede llegar a ser agraciada en el cuerpo: porque las condiciones naturales son fijas y confinadas por límites que no pueden traspasar. Por lo tanto, la mujer hermosa siempre es hermosa, incluso si no tiene gusto por la belleza: y la falta de gracia no puede hacerse agraciada, ni la gracia falta de gracia. ¿Por qué? Porque estas cosas vienen de la naturaleza. ¡Bien! Has visto la belleza corporal. Ahora volvamos al interior del alma: ¡que la criada se acerque a la señora! Volvamos, digo, al alma. Mira esa belleza, o mejor dicho, escúchala: porque no puedes verla ya que es invisible. Escucha esa belleza. ¿Qué es, entonces, la belleza del alma? Templanza, mansedumbre, limosna, amor, bondad fraternal, tierno afecto, obediencia a Dios, el cumplimiento de la ley, rectitud, contrición de corazón. Estas cosas son la belleza del alma. Estas cosas, entonces, no son el resultado de la naturaleza, sino de la disposición moral. Y quien no posee estas cosas puede recibirlas, y quien las tiene, si se descuida, las pierde. Porque así como en el caso del cuerpo decía que quien no tiene gracia no puede llegar a tenerla, así en el caso del alma digo lo contrario: el alma sin gracia puede llegar a estar llena de gracia. Porque ¿qué había más sin gracia que el alma de Pablo cuando era blasfemo e insultante? ¿Qué había más lleno de gracia cuando dijo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2Tm 4,7)? ¿Qué había más sin gracia que el alma del ladrón? ¿Qué había más lleno de gracia cuando oyó las palabras: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43)? ¿Qué era más descortés que el publicano cuando practicaba la extorsión? ¿Qué más lleno de gracia cuando declaró su resolución (Lc 19,8)? ¿Ves que no puedes alterar la gracia del cuerpo, pues es el resultado no de la disposición moral, sino de la naturaleza? Pero la gracia del alma es suministrada por nuestra propia elección moral. Ahora has recibido la definición. ¿De qué tipo son? Que la belleza del alma procede de la obediencia a Dios. Porque si el alma descortés obedece a Dios, se despoja de su descortesía y se llena de gracia. Jesucristo dijo a Pablo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Pablo preguntó: "¿Quién eres, Señor?" Y Cristo le respondió: "Yo soy Jesús" (Hch 9,4-5). Pablo obedeció, y su obediencia llenó de gracia al alma descortés. En otra ocasión, Cristo le dijo a un publicano: "Ven, sígueme" (Mt 9,9), y el publicano se levantó y se convirtió en apóstol, y el alma descortés se llenó de gracia. ¿Cómo? Por la obediencia. En otra ocasión, Cristo dijo a unos pescadores: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres" (Mt 4,19), y por su obediencia sus mentes se llenaron de gracia.

XXI

Veamos, por tanto, de qué tipo de belleza está hablando cuando se dice: "Escucha, hija, y mira. Olvida pueblo, y la casa de tu padre, y el rey deseará tu belleza". ¿Qué tipo de belleza deseará? La espiritual. ¿Cómo la conseguirá? Olvidándose de sí misma, tras escuchar y observar. Todos éstos, hermanos, son actos de la elección moral. Escucha se le dice a una persona falta de gracia. A la mujer pecadora se le dice, pues, escucha. Si ella obedece, ved qué clase de belleza se le otorgará. La falta de gracia de la novia no era, pues, física, sino moral (porque hasta entonces no había obedecido a Dios, sino que había trasgredido). Hermanos, hubo un tiempo en que vosotros os hicisteis desagradecidos, y no por naturaleza sino por elección moral. En cambio, hubo un momento en que os volvisteis llenos de gracia, por la vuelta a la obediencia. La Escritura nos ha dicho "olvida a tu pueblo, y la casa de tu padre, y el rey deseará tu belleza". Nos lo ha dicho para que aprendamos que la palabra belleza no se refiere a los ojos, nariz, boca o cuello, sino a la piedad, fe, amor y conversión interior, pues toda la gloria de la hija del rey proviene de su interior. Por todo esto, demos gracias a Dios, el dador de toda gracia.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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