JUAN CRISÓSTOMO
Filogonio de Antioquía

I

Preparando venía yo también hoy para los combates contra los herejes y para solventar la deuda con vosotros contraída en lo que de ella restaba. Pero la fiesta del bienaventurado Filogonio, cuyo día hoy celebramos, arrastra nuestra lengua a la consideración de sus beneficios. Y no hay sino obedecerla. Porque, si quien maldice a su padre o a su madre sufre la muerte, es claro que quien los bendice recibirá los premios de la vida eterna. (1) Y si para con quienes son nuestros padres según la naturaleza debemos mostrar tan grande caridad, mucho más debemos tenerla para con aquellos que son nuestros padres en el espíritu; sobre todo, si tenemos en cuenta que nuestros discursos en nada hacen más gloriosos a los que ya murieron, mientras que a nosotros, los que aquí nos hemos congregado, tanto a los que hablamos como a los que escucháis, nos hacen mejores.

II

Porque este bienaventurado, una vez trasladado a los cielos, para nada necesita de las alabanzas de los hombres, puesto que ha ido a gozar de una suerte mejor. En cambio nosotros, los que aún estamos en este mundo y necesitamos de muchas exhortaciones, nosotros sí que tenemos necesidad de sus encomios, con el fin de excitarnos a su imitación. Por lo cual un cierto sabio decía: ¡La memoria del justo con alabanzas! (2) Y esto no como si los que ya murieron sacaran de ahí alguna grandísima utilidad, sino los que aún viven. En consecuencia, puesto que tan crecido lucro nos viene de hacer esto, obedezcamos y no nos rehusemos. Tanto más cuanto que la época misma del año es oportuna para referir sus buenas obras.

III

Fue, en efecto, el día de hoy trasladado a aquella vida tranquila que no sabe de perturbaciones, y llegó ya con su navecilla a sitio en donde no puede temer los naufragios, ni las tristezas, ni los dolores. Ni ¡cómo maravillarse de esto si aquel lugar está inmune de toda molestia! puesto que Pablo, hablando a los hombres que aún permanecen en esta vida, les dice: ¡Alegraos siempre, orad sin intermisión! Si pues, aquí en donde abundan las enfermedades, las persecuciones, las muertes prematuras, las calumnias, las envidias, las tristezas, las iras y las codicias y las asechanzas sin cuento y los cuidados diarios, y en donde existen perpetuos y continuos males que traen consigo dolores infinitos y de todos lados, dijo Pablo que es posible que nos gocemos siempre, con tal de que saquemos la cabeza un poco por encima de las olas de los negocios mundanos y ordenemos rectamente nuestra vida, ¿con cuánta mayor razón una vez que partamos de aquí fácilmente participaremos de semejante bien quitados ya de una salud enfermiza, de la debilidad de las fuerzas, de la materia de pecado; allá en donde no hay mío y tuyo –¡palabras frías!– ni cosa alguna de las que acá engendran tantos males en nuestra vida y tan recias batallas?

IV

Por lo cual, yo en gran manera me congratulo por la felicidad de este bienaventurado. Porque fue llevado de aquí y abandonó nuestra ciudad, pero fue a otra ciudad que es la de Dios; y alejado de esta iglesia llegó a aquella otra que es la de los primogénitos inscritos en el reino de los cielos; y habiendo dejado los festejos de acá, pasó a celebrar los de los ángeles. Y cuanto a eso de que allá arriba haya una ciudad y una iglesia y festividades, oye cómo lo dice Pablo: ¡Habéis llegado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la congregación de los primogénitos que están escritos en los cielos y a los coros ele innumerables espíritus! (3) Y no solamente por la multitud de las Virtudes celestiales, sino además por la abundancia de bienes y el continuo gozo y alegría, llama a toda aquella vida con el nombre de panéguiris o reunión de fiesta. Porque no suelen ser semejantes reuniones otra cosa que un conjunto de multitudes, una abundancia de mercancías que se venden, y a donde se acarrean trigo y cebada y frutos de todas clases y rebaños de ovejas y manadas de bueyes, y vestidos y otras muchísimas cosas más de ese jaez; y ahí unos compran y otros venden. (4)

V

Pero preguntarás ¿cuáles de esas cosas hay en el cielo? ¡En verdad, de estas cosas no hay ninguna, sino otras de mucho mayor precio. Porque no hay allá trigo, ni cebada, ni frutos de variadas especies; pero en cambio, por todos lados están los frutos del Espíritu Santo, como son la caridad, el gozo, la bondad, la paz, la mansedumbre suma, y todo esto en grande abundancia. No hay allá rebaños de ovejas ni manadas de bueyes, sino un conjunto de espíritus de los santos perfectos y de virtudes de las almas, y por todos los cielos se pueden contemplar las buenas obras hechas en esta vida. No hay vestidos ni mantos, sino coronas más ricas que todo el oro, y premios y recompensas de las batallas, y otros infinitos bienes reservados para quienes hubieren obrado el bien. Aparte de esto, hay ahí una multitud mucho más abundante y más honorable. Porque no está formada por varones de la ciudad y de las villas, sino que a una parte están los miles sin cuento de ángeles; a otra, muchos miles de arcángeles; en la de más allá, la reunión de los profetas; y luego los coros de los mártires; y el orden de los apóstoles; y los escuadrones de los justos; y en fin los varios grupos de los que a Dios sirvieron y agradaron.

VI

En verdad que esta es una reunión y una panéguiris maravillosa. Y lo que es más que todo, en medio de esta reunión se encuentra el Rey de todos ellos. Porque Pablo, una vez que dijo y a los innumerables espíritus, añadió: y a Dios, Juez de todos. Pero ¿quién vio jamás al rey acercarse a un mercado y ágora? ¡Aquí nadie! ¡En cambio, los que allá están lo ven continuamente en cuanto les es dado verlo, y no sólo lo ven presente sino decorando y honrando con su propia gloria toda la reunión! Además, nuestras ferias generalmente se terminan al mediodía; pero aquéllas, no. Porque ahí no hay ni la vuelta de los meses por su orden ni el giro de los años ni días que hayan de contarse. Ella permanece perpetuamente y sus bienes no se encierran bajo término alguno, ni tienen fin, ni pueden envejecer ni marchitarse; sino que están inmunes de la ancianidad y de la muerte. Ningún tumulto existe allá, como los hay acá; ninguna perturbación, sino grandísima compostura y bien ordenada, no menos que lo está una cítara, en tanto que ambas criaturas, la humana y la angélica, dan a Dios un cantar armoniosísimo y más suave que cualquier música; y en tanto que el alma ahí, como si estuviera en sagrados santuarios y entre divinos misterios, celebra los sublimes arcanos. (5)

VII

¡A esta suerte feliz y que no está sujeta a la ancianidad, pasó hoy el bienaventurado Filogonio! ¿Qué discurso habrá, pues, digno de este varón a quien Dios se ha dignado conceder suerte tan feliz? ¡Ninguno! Pero, ¡ea! ¡dime! ¿Por esto habremos de callar? Mas, entonces ¿para qué nos reunimos? ¿Nos excusaremos diciendo que no es posible alcanzar con nuestros discursos la grandeza de sus hazañas? Pues por esto precisamente se ha de hablar; porque es esta la mayor alabanza suya: ¡que las palabras no puedan igualar a sus hechos! Los hechos de aquellos que superan a la mortal naturaleza, es manifiesto que también superan a la humana elocuencia. Sin embargo, no por esto será despreciable lo que digamos, sino que imitaremos al Señor mismo. Porque El, a la viuda que dio sus dos óbolos, no le dio el pago de solos aquellos dos óbolos. Y esto ¿por qué? ¡Porque miraba no a la cantidad de dinero, sino a las riquezas del alma! Si te fijas en el dinero, es grande la pobreza; pero si examinas la voluntad, verás un tesoro de inefables altezas del ánimo. Por esto, aunque nuestras posibilidades sean exiguas, ofreceremos lo que podemos.

VIII

Y aunque esto no corresponda a la grandeza y magnanimidad del bienaventurado Filogonio, con todo será el mayor argumento de su magnanimidad: de él que no rechaza lo pequeño, sino que hace lo que los ricos. Porque éstos cuando reciben de los pobres pequeños regalos de que ellos no necesitan, les dande lo suyo y premian con eso a quienes les dieron de lo que podían. Del mismo modo éste, una vez que haya recibido de parte nuestra la alabanza que no necesita, nos pagará en retorno con hechos o sea con la bendición de que siempre estamos necesitados.

IX

Pero ¿de dónde tomaremos sus alabanzas? ¿de qué otra parte sino del principado que para administrar le entregó la gracia del Espíritu Santo? Porque los principados mundanos en manera alguna pueden demostrar las virtudes de aquellos a quienes se han confiado. Más aún: con frecuencia llevan consigo una acusación de malicia. ¿Por qué motivo? ¡Porque los tales principados suelen adquirirse mediante el patrocinio de los amigos, las continuas visitas, las adulaciones y muchas otras cosas más feas que éstas! Pero ahí en donde es Dios quien con su voto designa a alguno, y es su mano santa la que toca aquella cabeza, ahí el sufragio es incorruptible y el juicio ajeno a toda sospecha y la aprobación del elegido no deja lugar a duda, por causa de la autoridad del que lo elige. Y que haya sido Dios quien eligió a éste, es manifiesto por la misma pureza de sus costumbres; puesto que, habiéndolo sacado de en medio de los tribunales lo colocó en este trono.

X

¡Tan honorable y preclara fue su vida anterior, allá cuando vivía con su mujer y su hija, y se ocupaba en el foro! Y de tal manera venció al mismo sol con su esplendor que apareció desde luego digno de esta magistratura; y así fue trasladado del tribunal profano al sagrado tribunal. Allá defendía a los hombres contra los hombres; y a quienes eran oprimidos de quienes les armaban asechanzas, y los hacía triunfar de los que les hacían injusticia; acá, en cambio, en cuanto vino, defendió a los hombres de los demonios que los acometen.

XI

Y cuán grande argumento de piedad sea el que Dios lo haya juzgado digno de un tan gran principado, óyelo del mismo Cristo ya resucitado, el cual dice a Pedro, una vez que lo hubo interrogado: ¡Pedro! ¿me amas más que estos?, y Pedro le hubo contestado: ¡Señor! ¡tú sabes que te amo! (6) Porque no le dijo entonces Cristo: abandona las riquezas, ejercítate en ayunos, destrózate con trabajos, resucita a los muertos, arroja a los demonios. No trajo a colación ninguno de esos milagros ni de esas otras cosas, ni otras hazañas y obras buenas; sino que, habiendo hecho a un lado todo eso, le dijo: ¡Si me amas apacienta mis ovejas! Y esto lo dijo no únicamente para declararnos cuánto amaba Pedro, sino que además, para manifestar cuánto amor tiene El a sus ovejas, le puso delante a Pedro el sumo ejemplo de amor a Él. Como si dijera: "¡Quien ama a mis ovejas a mí me ama!"

XII

¡Considera cuántas cosas padeció Cristo por su rebaño! ¡Se hizo hombre, tomó forma de siervo, fue escupido, herido a bofetadas, y finalmente no rehusó ni aun la muerte, y ésta ignominiosísima. Porque en la cruz dio toda su sangre. Así pues, si alguno desea ser aprobado por Él, tome cuidado de este su rebaño, procure la utilidad pública, vea por la salvación de sus hermanos. Porque no hay oficio a Dios más agradable. Por esto dice en otra parte: ¡Simón, Simón! ¡Satanás os busca para ahecharos como al trigo! ¡Pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca! (7) ¿Qué pago, pues, me darás por este cuidado y solicitud? Pero ¿qué pago es el que quiere? ¡Pide que pongamos el mismo empeño que El puso!

XIII

Porque le dice: ¡Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos! Y por esto, dice Pablo: ¡Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo! (8) Mas, ¿cómo se ha hecho imitador de Cristo? ¡Cuidando, dice, de agradar a todos; y no buscando mi utilidad, sino la de muchos, para que fueran salvos! Y en otro lugar: ¡Porque Cristo no se agradó a sí mismo!, sino a muchos. (9) Ni hay otra cosa alguna que sea señal tan manifiesta y característica del fiel y del que ama a Cristo, como el tener cuidado de sus hermanos y atender a su salvación.

XIV

¡Oigan esto todos los monjes que viven en las cumbres de las montañas, y que de mil maneras se han crucificado al mundo, a fin de que con todas sus fuerzas ayuden a quienes están al frente de las iglesias, y los unjan para la lucha con sus oraciones, con la concordia y caridad; y sepan que si no ayudan de todos los modos posibles a quienes a tantos peligros se exponen, confiados en la gracia de Dios, y han tomado sobre sí el cuidado de tantos negocios, y que aunque ellos habiten lejos si no los ayudan de cuantas maneras estén en su mano, han perdido el oficio principal de su vida, y toda su sabiduría ha quedado mutilada!

XV

Y que esto sea el mayor argumento de amistad para con Cristo, se demuestra por aquí. Vamos viendo la forma en que este bienaventurado desempeñó su cargo de obispo. Aunque no es necesaria en esto nuestra voz ni tampoco la abundancia de palabras cuando vuestro empeño lo está declarando. Porque del mismo modo que quien entra en una viña y observa las vides coronadas de pámpanos y cargadas de fruto y defendidas con cercas y estacadas por todas partes, no necesita de ningún otro discurso ajeno que le demuestre lo industrioso del viñador y la virtud del agrícola, igualmente, si alguno entra aquí y mira las vides espirituales, y contempla vuestros frutos del espíritu, no necesita en absoluto de los discursos ajenos para darse cuenta de la calidad del que está al frente vuestro, como escribe Pablo: ¡Mis letras sois vosotros mismos, escritas en vuestros corazones, conocidas y leídas de todos!10

XVI

El río manifiesta cuál es la fuente, el fruto cuál sea la raíz. Habría también que decir acerca de los tiempos en que éste tomó el principado. Porque no es la parte menor de sus alabanzas, sino, al revés, de importancia grande para declarar sus virtudes. Inmensas dificultades tenía entonces este negocio, cuando apenas se había aplacado la persecución, y quedaban aún las reliquias de aquella terribilísima tempestad, y los asuntos necesitaban ponerse firmemente en orden. A estas circunstancias habría que añadir que la facción de los herejes que apareció en su tiempo no dejó de causar cuidado a su cuidado y a su prudencia que todo lo observaba. Pero el discurso nos lleva apresurado a otra materia necesaria. Y así, dejando al común padre y fiel imitador del bienaventurado Filogonio el tratar ese punto, como quien conoce mucho mejor que nosotros lo que toca a esos tiempos antiguos, vengamos a otros asuntos.

XVII

Porque está para llegar la fiesta más grande y veneranda de todas las fiestas y la más impresionante; y tal que no erraría alguno si la llamara metrópoli de todas las fiestas. (11) ¿Cuál es ella? ¡La Natividad del Señor según la carne! Porque todas las otras festividades, de la Epifanía, de la sagrada Pascua, de la Ascensión y de Pentecostés, aquí tienen su fundamento y origen. Pues si Cristo no hubiera nacido según la carne, no habría sido bautizado, que es la fiesta de las teofanías; ni hubiera sido crucificado, que es la fiesta de la Pascua, ni habría enviado al Espíritu Santo, que es la fiesta de Pentecostés. Así que de la fiesta de la Natividad, como de una fuente los diversos ríos, han nacido las otras festividades.

XVIII

Pero no únicamente por esta razón debemos anteponer este día a los otros, sino además porque el que ahora nace es el más venerable de todos los nacidos. Pues de que Cristo haya nacido se sigue en cierto modo de consecuencia que haya muerto. Puesto que, aunque no había cometido ningún pecado, con todo, el cuerpo que tomó era mortal. Admirable era esto. Pero que siendo Dios haya querido hacerse hombre y haya soportado el humillarse en tanto grado que ni siquiera lo puedas comprender con el pensamiento, esto es lo que causa escalofrío y lo que nos hace rebosar de estupor. Admirado de esto Pablo decía: ¡Sin duda que es grande el misterio de la piedad! Pero ¿qué es lo grande?: ¡Que Dios se haya manifestado en carne! (12) Y en otra parte añade: ¡Porque no socorrió a los ángeles, sino a la descendencia de Abrahán; por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos! (13)

XIX

Yo por esto recibo con gozo y con amor especialmente este día, y traigo aquí a colación su cariño con el objeto de haceros participantes de él. Por esto mismo os ruego a todos vosotros y os suplico que queráis asistir a la iglesia en ese día con prontitud y fervor. Pero, antes que nada, cada cual deje vacía su casa a fin de que todos veamos al Señor nuestro reclinado en el pesebre y envuelto en pañales: ¡espectáculo terrible y admirable! Porque ¿qué excusa daremos o cómo alcanzaremos perdón si El por nosotros desciende del cielo y en cambio nosotros emperezamos en venir a El desde nuestras casas? ¿O que los magos, extranjeros y bárbaros, acudan desde Persia a contemplarlo yaciendo en el pesebre (14) y tú en cambio siendo cristiano no soportes ni siquiera un breve camino para gozar de este feliz espectáculo? Porque si con fe acudimos, sin duda que lo veremos tendido en el pesebre. Puesto que esta mesa del altar hace las veces del pesebre. También aquí se pondrá sobre ella el cuerpo del Señor; no ciertamente, como entonces, envuelto en pañales, pero sí revestido por todas partes del Espíritu Santo.

XX

No parece exacto que los Magos visitaran a Jesús cuando aún estaba en el pesebre. De vez en cuando encontramos en el Crisóstomo estas pequeñas inexactitudes, ya porque simplemente, hablando al pueblo, siguiera las versiones populares, ya porque en el calor de la improvisación no cuidaba tan estrictamente de la exactitud, en cuestión de pormenores mínimos. Los iniciados en los misterios sacros entienden bien lo que se está diciendo. Los Magos en verdad no hicieron otra cosa sino adorar; en cambio a ti, si te acercas con la conciencia pura, te permitiremos que lo tomes y después de recibirlo regreses a tu hogar. Acércate, pues, también tú trayendo regalos, no como los que aquéllos ofrecían, sino mucho más piadosos. Oro ofrecieron aquéllos, ofrece tú la virtud de la temperancia. Ellos ofrecieron incienso, tú ofrece tus limpias oraciones que son aromas espirituales. Ofrecieron ellos mirra: ofrece tú la virtud de un corazón humillado y juntamente tu limosna. Si con tales dones te acercares, podrás participar de esta mesa sagrada con grande confianza. Estas cosas las digo ahora, porque yo sé que en aquel día (15) sucederá que muchos se acerquen y arrojen a esta víctima espiritual. Pero no lo vayamos a hacer para pérdida desalma y condenación, sino para salvación. Por esto ya desde ahora os lo ruego y os lo suplico, a fin de que, purificados en todos sentidos, así participéis de los sagrados misterios.

XXI

Y nadie me vaya a decir: "¡Tengo miedo! ¡tengo la conciencia repleta de pecados y llevo conmigo una pesadísima carga!!" Porque basta este espacio de cinco días, si es que os conserváis dentro de la moderación, si hacéis oración, si guardáis las vigilias, para que esa cantidad de pecados se vuelva menor. No te fijes en que el tiempo es poco, sino atiende más bien a que Dios es misericordioso. Los ninivitas en el espacio de tres días apartaron de sí una ira tan grande de Dios, y nada les impidió la brevedad del tiempo; porque la presteza de su ánimo, aprovechando la misericordia de Dios, logró todo. Y la meretriz, en un breve momento de tiempo, cuando se acercó a Jesús, borró todos sus pecados. Más aún: como acusaran los Judíos a Jesús de que la había admitido a su presencia y de haberle otorgado tanta confianza, Cristo les impuso silencio. A ella, en cambio, una vez librada de todos sus males, la despachó a su hogar, tras de haberle aceptado con benignidad su presteza de ánimo.

XXII

Mas ¿por qué hizo esto? ¡Porque ella se acercó llena de fervor en su alma y con encendido corazón y con fe viva, y así tocó aquellos pies santos y sagrados, y tenía sueltos sus cabellos y derramaba de sus ojos abundantes lágrimas y luego derramó el ungüento! Y con aquellas cosas con que había engañado a los hombres, con ellas preparó el remedio de la penitencia; y por aquellas cosas con que había atraído los ojos incontinentes, por ésas ahora derramó lágrimas. Con sus cabellos artificiosamente compuestos había arrojado a muchos al pecado, y con ellos enjugó los pies de Cristo. Mediante el ungüento había echado el anzuelo a muchos, y por medio del mismo ungió los pies del Salvador. Pues, del mismo modo, tú, con aquellas cosas con que provocaste la ira de Dios, con ésas háztelo ahora propicio.

XXIII

¿Lo provocaste con la rapiña de los bienes ajenos? Por esos mismos háztelo ahora benévolo y reconcíliate con él. Y una vez que hayas restituido lo que robaste a aquellos a quienes habías hecho injusticia, y hayas además añadido algo de supererogación, dirás con Zaqueo: ¡Yo devuelvo el cuádruplo de lo que hurté! (16) ¿Lo provocaste con la maledicencia de tu lengua? ¿Inferiste a muchas contumelias? ¡Aplácalo mediante tu lengua con oraciones puras y bendiciendo a quienes te maldicen y alabando a los que te vituperan y dando gracias a los que te injurian! Estas cosas no necesitan de muchos días ni de años, sino que por un solo y único propósito del ánimo se llevan a cabo. ¡Apártate del mal! ¡abraza la virtud! ¡deja la perversidad! ¡promete que en adelante no cometerás esos pecados y esto bastará para tu defensa! ¡Yo testifico y salgo como fiador de que cualquiera de vosotros, aunque esté enredado en pecados, si se aparta de sus perversidades antiguas y con sinceridad de ánimo y con verdad promete a Dios que nunca más retornará a ellas, Dios no le pedirá ninguna otra cosa para justificarlo!

XXIV

Porque El es benigno. Y a la manera que la mujer que está de parto ansia dar a luz, del mismo modo ansia El derramar su misericordia, sino que se lo estorban nuestros pecados. ¡Echemos abajo ese cerco y desde ahora comencemos las fiestas de Navidad, dejando a un lado, durante estos cinco días, los otros negocios! ¡Apártese el foro! ¡apártese la curia! ¡cedan los cuidados mundanos acerca de pactos y contratos! ¡quiero salvar mi alma! Porque ¿de qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si en cambio pierde su alma? (17) ¡De Persia salieron los magos! ¡sal tú de los negocios temporales y encamínate a Jesús! ¡si lo queremos no es larga la distancia! Porque no se necesita pasar el mar ni superar las cumbres de las montañas, sino que sentado en tu casa, con tal que demuestres grande piedad y compunción de corazón, puedes contemplar a Jesús, puedes desbaratar toda la muralla y quitar todos los obstáculos y abreviar el largo camino. Porque yo, dice el Señor, soy Dios que me acerco y no Dios alejado y en otra parte: El Señor está cercano a todos los que de verdad lo invocan? (18)

XXV

Pero en los tiempos presentes, muchos de entre los fieles han venido a tal grado de insensatez y de inconsideración del pecado, que a pesar de encontrarse henchidos de males y no tener cuidado alguno con su modo de vivir, temerariamente se acercan y con negligencia a la sagrada mesa; y no advierten que el momento de la comunión no es de fiestas de mercado, sino de puridad de conciencia y de un modo de vivir limpio de pecados. Porque así como a quien no tiene conciencia de pecado le conviene acercarse cada día, así quien está manchado y no se arrepiente, no puede acercarse con seguridad ni aun en los días festivos. Porque en verdad, eso de acercarnos solamente una vez al año no nos hace menos pecadores si es que indignamente nos acercamos; al revés, eso mismo aumenta la condenación, puesto que aún a pesar de acercarnos solamente una vez en el año ni aun así nos acercamos con una conciencia pura.

XXVI

Por este motivo, os exhorto a todos a que no os acerquéis con negligencia y solamente porque el día de fiesta os obliga, a los divinos misterios; sino que cuando hayáis alguna vez de ser participantes de esta hostia divina, desde muchos días antes os limpiéis de vuestros pecados mediante la penitencia, la oración y la limosna y otras diversas ocupaciones espirituales; y a que luego, no os volváis, al modo de los canes, a lo que habéis vomitado. ¿No es acaso un absurdo poner tanto cuidado en las cosas temporales, de manera que con muchos días de antelación para las festividades que se acercan preparas con todo cuidado el mejor vestido de los que están en tus arcas, y compras sandalias nuevas, y preparas una más abundante y espléndida mesa, y buscas por todos lados multitud de cosas, y de mil modos te adornas y te presentas brillante, y que en cambio andes con el alma abandonada, mugrienta, escuálida y muerta de hambre y no la atiendas en forma alguna, y sea la única que permanece impura; de manera que vienes acá con el cuerpo aseado y el alma, al revés, sin adorno ni cultivo?

XXVII

El cuerpo lo observan tus consiervos, y de cualquier manera que se presente no se sigue de ahí detrimento; pero el alma la mira Dios, el cual castigará gravísimamente tu negligencia. ¿Ignoráis que esta mesa está llena de fuego espiritual; y que, a la manera que las fuentes derraman el ímpetu de sus aguas, así ésta lanza una cierta escondida llama? ¡No te acerques, pues, trayendo contigo alguna paja o leña o heno, a fin de que no aumentes el incendio y vayas a quemar tu alma al acercarte a la comunión! ¡Acércate trayendo piedras preciosas, oro y plata, a fin de que los vuelvas aún más preciosos, y saques de ahí una grande ganancia! ¡Si algo malo hay, apártalo de tu alma! ¿Tienes por ahí algún enemigo y has recibido algún daño grave? ¡Desecha pronto la enemistad, aplaca tu ánimo encendido por la cólera y alterado, y que no haya en tu interior ni alboroto ni turbación alguna!

XXVIII

Porque en la comunión vas a recibir al Rey. Y cuando entra el Rey en el alma conviene que haya en ella grande tranquilidad, paz profunda, intensa quietud de pensamientos. Pero ¿es que has sido gravemente dañado y no puedes echar de ti los pensamientos de ira? Mas ¿por esto tú mismo te harás un daño mayor y más grave? ¡Porque no te causará tu enemigo tan graves daños, haga lo que haga, como serán los que tú mismo te infieres cuando no te reconcilias con él y conculcas así la ley de Dios! ¿Te infirió alguna contumelia? ¡Dime! ¿por esto vas tú a inferir a Dios otra contumelia? Porque no perdonar a quien nos ha hecho algún daño no es tanto vengarse de él como inferir a Dios, que ha legislado que no se haga, otra contumelia. No mires, pues, a tu consiervo ni la magnitud de la injuria que él te causó; sino mira a Dios. Y así, llevando en tu ánimo su santo temor, piensa que cuanto mayor fuerza te hicieres a ti mismo en tu ánimo, obligándolo a perdonar a quien hizo la injuria, tanto mayor será el premio que llevarás de parte de Dios, que fue quien esto ordenó. Por lo demás, así como tú aquí recibes a Dios con grandes honores, así El te recibirá allá con grande gloría, y te pagará multiplicada por diez mil la merced por esta obediencia tuya. ¡Merced que a todos nos acontezca obtener, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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