JUAN CRISÓSTOMO
Filogonio de Antioquía

I

Preparado venía yo hoy para los combates contra los herejes, y solventar la deuda con vosotros contraída en lo que de ella restaba. Pero la fiesta del bienaventurado Filogonio, cuyo día hoy celebramos, arrastra mi lengua a la consideración de sus beneficios, y no queda sino obedecerla. Si "quien maldice a su padre o a su madre sufre la muerte", está claro que quien los bendice recibirá los premios de la vida eterna. Además, si para nuestros padres naturales debemos mostrar tan gran caridad, mucho más debemos tenerla para nuestros padres espirituales. Por supuesto, nuestros discursos no hacen en nada más gloriosos a los que ya murieron, pero a nosotros nos hacen mejores.

II

Filogonio, una vez trasladado a los cielos, para nada necesita las alabanzas de los hombres, puesto que ha ido a gozar una suerte mejor. Nosotros, en cambio nosotros, estamos todavía en este mundo, y necesitamos todavía muchas exhortaciones, y necesitamos sus encomios, para excitarnos a su imitación. Decía un sabio que "hagamos memoria del justo con alabanzas", y no lo decía para que los muertos saquen de ello alguna utilidad, sino para que la saquemos los que aún vivimos. En consecuencia, puesto que tan crecido lucro nos viene de hacer esto, obedezcamos y no nos rehusemos.

III

Filogonio fue trasladado, tal día como hoy, a aquella vida tranquila que no sabe de perturbaciones. Llegó con su navecilla al lugar donde no pueden temerse los naufragios, ni las tristezas, ni los dolores, pues es inmune a toda molestia. San Pablo, hablando a los hombres que aún permanecen en esta vida, les dice: "Alegraos siempre, orad sin intermisión". Así pues, si dice Pablo que es posible alegrarse aquí, entre enfermedades, persecuciones, muertes prematuras, calumnias, envidias, tristezas, iras, codicias, asechanzas sin cuento, cuidados diarios, perpetuos males y dolores infinitos, y orar aún en medio de las olas de los negocios mundanos, y ordenar rectamente nuestra vida, ¿con cuánta mayor razón seremos en la otra vida apartados de la salud enfermiza, y la debilidad natural, y la materia de pecado? Sí, en aquel lugar no habrá ya nada mío ni tuyo, ni cosa alguna de las que aquí engendran tantos males y tan recias batallas.

IV

Filogonio fue sacado de nuestra ciudad, pero fue trasladado a la ciudad de Dios. Alejado de esta iglesia, llegó a la "asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos". Dejando los festejos humanos, pasó a celebrar los angélicos. Sobre cómo allí hay una ciudad, y una iglesia, y festividades, oye lo que dice Pablo: "Habéis llegado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la congregación de los primogénitos que están escritos en los cielos y a los coros de innumerables espíritus". No sólo dijo esto Pablo por la multitud de las virtudes celestiales, sino también por la abundancia de bienes, y por el continuo gozo y alegría. Por eso llama a toda aquella vida con el término de panégiris, o reunión festiva. En la cultura griega, semejante panégiris no es otra cosa que un mercado multitudinario, donde se venden y compran abundantes mercancías, se acarrea trigo, cebada y frutos de todas clases, se transportan rebaños de ovejas y manadas de bueyes, se exponen vestidos y otras muchísimas cosas de esta jaez.

V

Me preguntarás: ¿Todo eso hay en el cielo? Realmente, de estas cosas no hay ninguna, sino ¡otras de mucho más valor! En efecto, allí no hay allá trigo, ni cebada, ni frutos de variadas especies. En cambio, por todos lados están los frutos del Espíritu Santo, como son la caridad, el gozo, la bondad, la paz, la mansedumbre, y en gran abundancia. No hay allá rebaños de ovejas ni manadas de bueyes, sino los espíritus de los santos y las virtudes de las almas, y por todos lados se pueden contemplar las buenas obras hechas en esta vida. Allí no hay vestidos ni mantos, sino coronas más ricas que el oro, y premios y recompensas por las batallas, y otros infinitos bienes reservados para quienes hubieren obrado el bien. Aparte de esto, hay allí una multitud mucho más abundante y más honorable que la que hay aquí. Dicha multitud no está formada tan sólo por varones de la ciudad y de las villas, sino por miles de ángeles, la reunión de los profetas, el coro de los mártires, el orden de los apóstoles, los escuadrones de los justos y todos los variados grupos que agradaron a Dios y le sirvieron.

VI

Realmente, la reunión celestial es una panégiris maravillosa. Y lo más sorprendente, en ella se encuentra el Rey de los cielos, pues Pablo, una vez que acabó de citar a los innumerables espíritus, añade: "Y a Dios, juez de todos". ¿Y eso? ¿Es que se ha visto alguna vez a un rey acercarse a un mercado o un ágora? Aquí, a ninguno. En cambio, los que allí lo están viendo continuamente, en cuanto les es dado verlo, no sólo lo ven presente, sino decorando y honrando con su propia gloria toda la reunión. Generalmente, nuestras ferias terminan a mediodía. En cambio, aquéllas no, porque en ellas no hay vuelta de meses ni giro de los años, ni días que se suplantan. El cielo permanece perpetuamente, y sus bienes no se encierran bajo término alguno, ni tienen fin, ni pueden envejecer ni marchitarse, sino que son inmunes a la ancianidad y a la muerte. Ningún tumulto existe allí, como sí los hay aquí. Ninguna perturbación sucede allí, sino grandísima compostura y bienes ordenados, al compás unísono que las cítaras de ángeles y hombres entonan a Dios, de forma armoniosa y suave, entre santuarios y misterios arcanos.

VII

A esta suerte feliz, y no sujeta a la ancianidad, pasó tal día como hoy el bienaventurado Filogonio. ¿Qué discurso habrá, pues, digno de este varón de Dios? Ninguno, mas ¿por eso habré de callar? Y entonces, ¿para qué nos reunimos? ¿Me excusaré diciendo que no es posible alcanzar con mi discurso la grandeza de sus hazañas? Por esto mismo, me esforzaré en hablar, aunque las palabras no puedan igualar sus hechos. En efecto, si sus hechos superaron la mortal naturaleza, ¿cómo no han de superar la elocuencia humana? Sin embargo, no por esto será despreciable lo que digamos, apelando a la receptividad de nuestro Señor. En efecto, cuando Jesús vio a la viuda echar sus dos óbolos, no le pagó con otros dos óbolos, sino con mucho más. ¿Quieres saber cuánto? Muy bien, mas ¿cuánto echó ella? ¿Dos óbolos, o todas las riquezas del alma? Si te fijas en el dinero, grande fue la pobreza. Si examinas la voluntad, verás un tesoro de inefables altezas del ánimo. Por eso, el Señor la recompensó con la eternidad.

VIII

Salvando las distancias, así fue, en cierto modo, la magnanimidad de Filogonio, que no rechazó lo pequeño, sino que lo recompensó y multiplicó. Cuando un rico recibe de los pobres pequeños regalos que no necesita, les da de lo suyo y los premia a su pobre medida. Filogonio, por su parte, pagaba con creces lo pequeño, sin requerir alabanzas y sí ofreciendo bendiciones.

IX

¿De dónde tomaré sus alabanzas? De aquí mismo: del principado que, para administrar, le entregó el Espíritu Santo. Los príncipes mundanos suelen demostrar sus virtudes sobre aquellos que les han sido confiados. Más aún, con frecuencia lleva consigo dicha demostración una acusación de malicia. ¿Por qué motivo? Porque los tales príncipes suelen adquirirse, mediante el patrocinio de los amigos, las continuas visitas, las adulaciones y muchas otras cosas más feas que éstas. En el caso de Filogonio, éste fue también príncipe mundano, porque era abogado en leyes. No obstante, su mano estuvo siempre ajena a toda sospecha, su cabeza se mantuvo siempre sobria, su juicio fue siempre incorruptible, sus veredictos no dejaban lugar a dudas. En efecto, Dios supo muy bien a quien eligió, y por esa pureza de sus costumbres sacó a Filogonio de los tribunales mundanos y lo colocó en esta sede eclesial.

X

Su vida anterior fue honorable y preclara, cuando vivía con su mujer y su hija, y trabajaba la abogacía en el foro. No obstante, pronto lo sacó Dios de dicha magistratura, y lo trasladó del tribunal profano al sagrado tribunal. Allí defendía Filogonio a los hombres contra los hombres, a quienes eran oprimidos contra los acechantes, y hacía triunfar a los que sufrían cualquier injusticia. Aquí, en cambio, Filogonio hubo de defender a los hombres frente a los demonios y sus acometidas.

XI

Sobre que Filogonio fuese juzgado digno de un tan gran principado, como este de Antioquía, óyelo del mismo Cristo resucitado, el cual dice a Pedro, una vez que lo hubo interrogado: "Pedro, ¿me amas más que estos?". Pedro le contestó: "Señor, tú sabes que te amo". Bien, ¿sabemos qué es lo que sigue? Esto mismo: que no le dijo Cristo que abandonase las riquezas, o se ejercitara en ayunos, o multiplicara sus trabajos, o resucitara a los muertos, o arrojara demonios. No trajo a colación ninguna de esas otras cosas, ni de otras hazañas u obras buenas; sino que, habiendo hecho a un lado todo eso, simplemente le dijo: "Si me amas, apacienta mis ovejas". Esto no lo dijo únicamente Cristo para mostrar cuánto amaba Pedro, sino para manifestar cuánto amor tiene él a sus ovejas. Por eso le puso a Pedro delante el sumo ejemplo de amor a él, como si dijera: Quien ama a mis ovejas me ama a mí.

XII

Considerad, pues, cuántas cosas padeció Cristo por su rebaño. Se hizo hombre, tomó forma de siervo, fue escupido, herido a bofetadas, y nunca rehusó nada de eso, ni aun la muerte más ignominiosa, a cuya cruz dio toda su sangre. Así pues, si alguno desea ser aprobado por él, que tome cuidado de este su rebaño, que procure la utilidad pública, que vele por la salvación de sus hermanos, porque no hay oficio más agradable a Dios. Por eso, un poco más adelante le dice de nuevo a Pedro: "Simón, Simón, Satanás te busca para triturarte como al trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca". ¿Qué pago, pues, me darás por este cuidado y solicitud? Pero ¿qué pago es el que quieres? Éste mismo: que pongas el mismo empeño que yo puse. Es decir, "y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos". 

XIII

Por todo ello, el mismo Pablo dice: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". ¿Y cómo fue Pablo imitador? Así mismo: "No buscando mi utilidad, sino la de muchos, para que sean salvados". En otro lugar, dice Pablo que "Cristo no se agradó a sí mismo, sino a muchos". No hay otra señal tan manifiesta, y característica del del que ama a Cristo, que el cuidado de sus hermanos y atender a su salvación.

XIV

Oigan esto todos los monjes que viven en las cumbres de las montañas, que de mil maneras se han crucificado al mundo, a fin de que con todas sus fuerzas ayuden a quienes están al frente de las iglesias, y los unjan para la lucha con sus oraciones, con la concordia y caridad. Que sepan dichos monjes que, si no ayudan con todos sus modos posibles a quienes están expuestos a tantos peligros, y han tomado sobre sí el cuidado de tantos negocios, por mucho que ellos habiten lejos habrán perdido el oficio principal de su vida, y toda su sabiduría habrá quedado mutilada.

XV

Sobre que esto sea el mayor argumento de amistad para con Cristo, se demuestra por la forma con que Filogonio desempeñó su cargo de obispo. Quien entra en una viña, y observa que las vides ya están coronadas de pámpanos, y cargadas de fruto, y defendidas con cercas, y estacadas por todas partes, no necesita recurrir a ningún recurso ajeno, sino tan sólo al mismo recurso que había usado el industrioso viñador. De igual manera, Filogonio entró aquí, y observó las vides espirituales, y contempló vuestros frutos espirituales, y no necesitó en absoluto recurrir a discursos ajenos sino al discurso que aquí se había estado dispensando hasta él. Esto fue lo que hizo vuestro obispo, y lo que os dotó con su calidad. Como escribe Pablo, "mis letras sois vosotros mismos, escritas en vuestros corazones, conocidas y leídas por todos".

XVI

El río manifiesta cuál es la fuente, y el fruto cuál es la raíz. Lo digo por los tiempos en que Filogonio tomó el principado, y con ello declarar sus virtudes. Inmensas dificultades tenía entonces este negocio, cuando apenas se había aplacado la persecución, y quedaban aún los resquicios de aquella terribilísima tempestad, y los asuntos necesitaban ponerse firmemente en orden. A estas circunstancias habría que añadir que la facción de los herejes no dejó de causar estrago, y nuestro padre común Filogonio hubo de enfrentarse a ellos, junto a otros obispos que hicieron lo mismo.

XVII

He de dejar aquí el asunto de Filogonio, porque está para llegar la fiesta más grande y veneranda de todas las fiestas: la natividad del Señor, según la carne. Sí, todas las demás festividades (la epifanía, la pascua, la ascensión y pentecostés) tienen aquí su fundamento y origen. Si Cristo no hubiera nacido según la carne, no habría sido bautizado (que es la fiesta de la Teofanía), ni hubiera sido crucificado (que es la fiesta de Pascua), ni habría enviado al Espíritu Santo (que es la fiesta de Pentecostés). Así que, de la fiesta de la Natividad, como de una fuente de diversos ríos, nacieron las otras festividades.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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