JUAN CRISÓSTOMO
Focas de Sínope
I
Brillante se nos mostró la ciudad el día de ayer. Brillante e ilustre, y no por las columnatas que posee esta iglesia, sino porque acompañó al mártir Focas que desde el Ponto vino a nosotros. Vio él vuestra hospitalidad y os colmó de bendiciones, alabó vuestra prontitud de ánimo y bendijo a cuantos asistieron. Por mi parte, tuve como felices a quienes se reunieron y participaron del buen olor de santidad del mártir, y a quienes estuvieron ausentes los tuve por miserables. Con el objeto de que el daño recibido por estos últimos no sea irreparable, he aquí que también hoy, al siguiente día, de nuevo predico acerca de él, para que quienes ayer faltaron negligentemente obtengan ahora del mártir Focas, con su diligencia, una doble bendición.
II
No cesaré de repetir lo que ya muchas veces he dicho: que no deseo yo el castigo de los pecadores, sino aprontarles la medicina. ¿Estuviste ayer ausente? Ven por lo menos ahora, a fin de que veas al mártir cuando sea llevado a su propio sitio. ¿Lo contemplaste ayer cuando pasaba por el foro? Contémplalo ahora navegando por el mar, para llenar de bendiciones ambos elementos. Que nadie falte a esta sagrada solemnidad, que no permanezca la doncella en su casa, que la esposa no se encierre en sus habitaciones. Dejemos sola la ciudad y corramos al sepulcro del mártir, ya que incluso los emperadores nos acompañan en la fiesta. ¿Qué perdón merecerá el hombre privado, cuando los emperadores abandonan sus regios palacios con tal de encontrarse cercanos al sepulcro del mártir? Tan grande es la virtud de Focas que no sólo a los particulares, sino también a los que portan su corona, los encierra en su red. Esto es vergüenza para los gentiles, oprobio para sus errores, ruina de los demonios, nobleza nuestra y corona de la Iglesia.
III
Me lleno de regocijo y hago fiesta con el mártir Focas cuando, en vez de prados, contemplo sus trofeos, esos que en vez de fuentes vertieron sangre. Sus huesos se redujeron a polvo, pero su memoria es cada día más nueva. En efecto, así como no es posible que se apague el sol, así tampoco es posible que perezca la memoria de los mártires. Ya lo dijo Cristo: "Pasarán el cielo y la tierra, pero mis palabras no pasarán".
IV
Ya hablé ayer de las alabanzas del mártir Focas, y lo que ayer dije, hoy lo repito: Ninguna gloria resultará para el mártir de la multitud que se halla presente, sino para vosotros, por haberos acercado al mártir. En efecto, igual que quien dirige sus ojos al sol, ciertamente no hace más radiante al astro, sino que inunda de luz sus propias pupilas, del mismo modo quien honra a un mártir no lo hace más preclaro, sino que que él sí recibe del mártir la bendición de la luz.
V
Hagamos al mar sitio de reunión, yendo hasta él con antorchas, humedeciendo el fuego y llenando de fuegos el agua. ¡Nadie tema al mar! El mártir Focas no temió la muerte, y tú ¿temes al agua? Aunque vuestros cuerpos se encuentren oprimidos, el ánimo debe levantarse a lo alto. No atiendo yo a que vosotros os encontréis apretujados, sino a la prontitud de vuestro ánimo. También el mar agitado por las olas es grato al timonel, lo mismo que al doctor que enseña lo es una reunión que rebosa de multitudes. En estas aguas no hay amarguras de sal, ni escollos, ni monstruos marinos, sino que este mar y toda su extensión, y está repletos de suaves aromas. Allí está la nave de Focas, que no conduce de un país a otro país, sino de la tierra al cielo, que no lleva en su seno riquezas de oro y plata, sino de fe y caridad, de celo y de sabiduría. Echemos con toda diligencia hacia alta mar esta nave del mártir Focas, que nunca perece ni sufre naufragio.
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