GREGORIO DE NACIANZO
Gorgonia de Nacianzo
I
Al elogiar a mi hermana Gorgonia, honraré a alguien de mi familia. Sin embargo, mi elogio no será falso, por ser para un pariente, sino que, por ser verdadero, será digno de elogio, y su veracidad se basa no solo en su justicia, sino en hechos bien conocidos. Aunque quisiera, no se me permitiría ser parcial; ya que todo el que me escucha se sitúa, como un crítico hábil, entre mi discurso y la verdad, para desestimar la exageración, pero, si es un hombre de justicia, exigirá lo que realmente le corresponde. Así que mi temor no es sobrepasar la verdad, sino, por el contrario, quedarme corto y mermar su justa reputación por la extrema insuficiencia de mi panegírico; pues es difícil corresponder a sus excelencias con acciones y palabras adecuadas. No seamos, pues, tan injustos como para alabar cada característica ajena y menospreciar cualidades realmente valiosas por ser nuestras, de modo que algunos se beneficien de la ausencia de parentesco con nosotros, mientras que otros sufran por su parentesco. Pues la justicia se vería igualmente violada por la alabanza de uno y el desprecio del otro, mientras que si hacemos de la verdad nuestra norma y regla, y nos fijamos sólo en ella, ignorando las opiniones del vulgo y la gente común, alabaremos o pasaremos por alto todo según sus méritos.
II
Sería de lo más irrazonable que, mientras nos negamos a considerar justo defraudar, insultar, acusar o tratar injustamente de cualquier manera, grande o pequeña, a nuestros parientes, y consideramos el mal infligido a nuestros más cercanos como el peor de todos, imagináramos que sería un acto de justicia privarlos de un discurso como el que se debe sobre todo a los buenos, y gastar más palabras en los malvados y suplicar un trato indulgente, que en los excelentes y simplemente reclamar lo que les corresponde. Porque si no se nos impide, como sería mucho más justo, alabar a los hombres que han vivido fuera de nuestro propio círculo, porque no los conocemos y no podemos dar testimonio personalmente de sus méritos, se nos impedirá alabar a los que sí conocemos, a causa de nuestra amistad o de la envidia de la multitud, y especialmente a los que se han ido de aquí, con quienes es demasiado tarde para congraciarnos, ya que han escapado, entre todas las otras cosas, al alcance de la alabanza o de la censura.
III
Habiendo presentado ya una defensa suficiente sobre estos puntos, y demostrado cuán necesario es para mí ser el orador, procedamos con mi elogio, rechazando toda exquisitez y elegancia de estilo (pues la que alabamos no llevaba adornos, y la ausencia de ornamentos era para ella belleza), y aun así, cumpliendo, como una obligación indispensable, todos los ritos funerarios que le corresponden, e instruyendo además a todos en una celosa imitación de la misma virtud, ya que mi objetivo en cada palabra y acción es promover la perfección de quienes están a mi cargo. La tarea de elogiar la patria y la familia de nuestra difunta la dejo a otro, más escrupuloso en la adherencia a las reglas del elogio; no le faltarán muchos temas hermosos, si desea adornarla con adornos externos, como los hombres adornan una figura espléndida y hermosa con oro y piedras preciosas, y los ingenios del artesano. que, si bien acentúan la fealdad por su contraste, no pueden añadir atractivo a la belleza que las supera. Por mi parte, sólo me atendré a tales reglas en la medida en que aluda a nuestros padres comunes, pues no sería reverente pasar por alto la gran bendición de tener tales padres y maestros, y luego dirigir rápidamente mi atención a ella, sin agotar aún más la paciencia de quienes ansían saber qué clase de mujer era.
IV
¿Quién desconoce al Abraham y Sara de nuestros últimos días, a Gregorio y a Nona, su esposa? Pues no conviene omitir la incitación a la virtud que supone mencionar sus nombres. Él ha sido justificado por la fe; ella ha habitado con aquel que es fiel. Él, más allá de toda esperanza, ha sido padre de muchas naciones (Rm 4,18); ella ha sufrido dolores de parto en su nacimiento. Él escapó de la esclavitud de los dioses de su padre; ella es hija y madre de los libres. Él abandonó su familia y su hogar por amor a la tierra prometida; ella fue la causa de su exilio; pues sólo por esto me atrevo a reclamar para ella un honor superior al de Sara. Él emprendió una peregrinación tan noble, y ella compartió con él sus fatigas. Él se entregó al Señor; ella llamó a su esposo señor y lo consideró como tal, y en parte por ello fue justificado. ¿De quién era la promesa? ¿De quién, en lo que a ellos respecta, nació Isaac? ¿Y de quién era el don?
V
Este buen pastor fue el resultado de las oraciones y la guía de su esposa, y fue de ella que aprendió el ideal de la vida de un buen pastor. Huyó generosamente de sus ídolos, y después incluso ahuyentó a los demonios; nunca consintió en comer sal con idólatras: unidos por un mismo honor, una misma mente, una misma alma, preocupados tanto por la virtud y la comunión con Dios como por la carne; iguales en longevidad y canas, iguales en prudencia y brillantez, rivales entre sí, superando a todos los demás, poseídos en pocos aspectos por la carne, y trasladados en espíritu, incluso antes de la disolución: no poseyendo el mundo, y sin embargo poseyéndolo, al despreciarlo y valorarlo correctamente a la vez; renunciando a las riquezas y, sin embargo, siendo ricos mediante sus nobles ocupaciones. Rechazando lo de aquí y adquiriendo en cambio lo de allá: poseyendo un escaso remanente de esta vida, sobrante de su piedad, pero una vida abundante y larga por la que han trabajado. Diré sólo una cosa más sobre ellos: que han sido asignados correcta y justamente, cada uno a uno de los dos sexos. Él es el adorno de los hombres, y ella el de las mujeres. Y no sólo el adorno, sino el modelo de la virtud.
VI
De ellos, Gorgonia derivó tanto su existencia como su reputación. Sembraron en ella las semillas de la piedad, fueron la fuente de su hermosa vida y de su feliz partida con mejores esperanzas. Hermosos privilegios, estos, y otros que no son fáciles de alcanzar para muchos de quienes se enorgullecen de su noble cuna y se enorgullecen de su ascendencia. Si debo tratar su caso con un tono más filosófico y elevado, la tierra natal de Gorgonia fue la Jerusalén celestial (Hb 12,22-23), el objeto, no de la vista, sino de la contemplación, donde se encuentra nuestra comunidad y hacia donde avanzamos. De ella, Cristo es ciudadano, y sus conciudadanos son la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, que celebran en torno a su gran Fundador la contemplación de su gloria y participan en la fiesta eterna. Su nobleza consistía en la conservación de la Imagen y la perfecta semejanza con el Arquetipo, que se produce por la razón, la virtud y el puro deseo, conformándose cada vez más, en las cosas pertenecientes a Dios, a los verdaderamente iniciados en los misterios celestiales; y en saber de dónde, y de qué carácter, y con qué fin llegamos a existir .
VII
Esto es lo que sé sobre estos puntos. Por lo tanto, soy consciente y afirmo que su alma era más noble que las de Oriente (Job 1,3), según una regla superior a la común de nobleza o innobleza, cuyas distinciones no dependen de la sangre, sino del carácter; ni clasifica a quienes alaba o critica según sus familias, sino como individuos. Hablando como hago de sus excelencias entre quienes la conocen, que cada uno aporte algo en particular y me ayude en mi discurso, pues es imposible que una sola persona comprenda todos los puntos, por muy dotada que esté de observación e inteligencia.
VIII
En modestia, Gorgonia sobresalió tanto y superó tanto a las de su época, por no hablar de las de antaño que se ilustren por su modestia, que, en cuanto a las dos divisiones de la vida de todos. Es decir, el estado matrimonial y el de soltero, siendo este último más elevado y divino, aunque más difícil y peligroso, mientras que el primero es más humilde y seguro, ella pudo evitar las desventajas de cada uno y seleccionar y combinar todo lo mejor de ambos, a saber: la elevación del uno y la seguridad del otro, volviéndose así modesta sin orgullo, mezclando la excelencia del estado matrimonial con la del de soltero, y demostrando que ninguno de ellos nos ata absolutamente a Dios, ni al mundo, ni nos separa de ellos (de modo que uno, por su propia naturaleza, debe evitarse por completo y el otro alabarse por completo), sino que es la mente la que preside noblemente el matrimonio y la soltería, y los organiza y trabaja como materia prima de la virtud bajo la mano maestra de la razón. En efecto, aunque Gorgonia había entrado en una unión carnal, no por ello estaba separada del espíritu, ni porque su esposo era su cabeza ignoraba a su primera Cabeza, sino que realizando esos pocos ministerios debidos al mundo y a la naturaleza (según la voluntad de la ley de la carne, o de Aquel que dio a la carne estas leyes) se consagró enteramente a Dios. No obstante, lo que es más excelente y honorable es que ganó a su esposo para su lado, y lo convirtió en un buen consiervo, en lugar de un amo irrazonable. Y no sólo eso, sino que además hizo que el fruto de su cuerpo, sus hijos y los hijos de sus hijos, fuera el fruto de su espíritu, dedicando a Dios no sólo su alma, sino toda la familia y el hogar, y haciendo ilustre el matrimonio por su propia aceptabilidad en el matrimonio, y la buena cosecha que había cosechado con él; presentándose, mientras vivió, como un ejemplo para su descendencia de todo lo que era bueno, y cuando fue llamada allí, dejando atrás su voluntad, como una exhortación silenciosa para su casa.
IX
El divino Salomón, en su sabiduría instructiva, me refiero a sus Proverbios, alaba a la mujer (Prov 31,10) que cuida de su hogar y ama a su esposo, contrastándola con quien vagabundea, es descontrolada y deshonrosa, y busca almas preciosas con palabras y modales desenfrenados, mientras que ella se desenvuelve bien en el hogar y se dedica valientemente a sus deberes de mujer, mientras sus manos sostienen la rueca, prepara dos túnicas para su esposo, compra un campo a su debido tiempo, provee bien de comida a sus sirvientes y recibe a sus amigas en una mesa generosa; con todos los demás detalles con los que canta las alabanzas de la mujer modesta y trabajadora. Ahora bien, alabar a mi hermana en estos puntos sería como alabar a una estatua por su sombra, o a un león por sus garras, sin aludir a sus mayores perfecciones. ¿Quién fue más merecedor de renombre, y sin embargo, quién lo evitó tanto y se hizo inaccesible a los ojos del hombre? ¿Quién conocía mejor las debidas proporciones de sobriedad y alegría, para que su sobriedad no pareciera inhumana, ni su ternura inmodesta, sino prudente en una, gentil en la otra, su discreción se caracterizaba por una combinación de simpatía y dignidad? Escuchen, mujeres adictas a la comodidad y la ostentación, que desprecian el velo de la vergüenza. ¿Quién mantuvo sus ojos bajo control? ¿Quién se burló tanto de la risa, que el atisbo de una sonrisa le parecía algo grandioso? ¿Quién cerró sus oídos con mayor firmeza? ¿Y quién los abrió más a las palabras divinas, o mejor dicho, quién instaló la mente como gobernante de la lengua al pronunciar los juicios de Dios? ¿Quién, como ella, controló sus labios?
X
He aquí, si se quiere, otro punto de su excelencia, uno del que ni Gorgonia ni ninguna mujer verdaderamente modesta y decorosa piensan nada, y del que nos han hecho pensar mucho quienes son demasiado aficionados a la ornamentación y la ostentación, y se niegan a escuchar las instrucciones sobre tales asuntos. Nunca se adornó Gorgonia con oro forjado en formas artísticas de belleza excepcional, ni con trenzas rubias, total o parcialmente expuestas, ni con rizos en espiral, ni con los deshonrosos diseños de hombres que construyen erecciones en cabezas honorables, ni con los costosos pliegues de túnicas vaporosas y transparentes, ni con las gracias de piedras brillantes que colorean el aire circundante y proyectan un resplandor sobre la figura. Ni las artes y brujerías del pintor, ni esa belleza barata del creador infernal que obra contra lo divino, ocultando con sus pigmentos traicioneros la creación de Dios, y avergonzándola con su honor, y poniendo ante ojos ávidos la imitación de una ramera en lugar de la forma de Dios, para que esta belleza bastarda pueda robar esa imagen que debería guardarse para Dios y para el mundo venidero. Pero aunque era consciente de los muchos y variados adornos externos de las mujeres, ninguno de ellos era más precioso para ella que su propio carácter y el brillo almacenado en su interior. Un tinte rojo le era querido, el rubor de la modestia; uno blanco, el signo de la templanza, mas los pigmentos y los lápices, los cuadros vívidos y las líneas fluidas de la belleza, los dejó a las mujeres del escenario y de la calle, y a todos los que piensan que es una vergüenza y un reproche avergonzarse.
XI
De la prudencia y piedad de Gorgonia no se puede dar una descripción adecuada, ni se encuentran muchos ejemplos aparte de los de sus padres naturales y espirituales, quienes fueron sus únicos modelos, y en cuya virtud no desmereció en absoluto, con esta única excepción, que admitió con toda facilidad: que ellos, como ella sabía y reconocía, fueron la fuente de su bondad y la raíz de su propia iluminación. ¿Qué podría ser más agudo que el intelecto de ella, quien fue reconocida como consejera común no solo por los de su familia, los del mismo pueblo y del mismo rebaño, sino incluso por todos los hombres de su entorno, quienes consideraban sus consejos como una ley inquebrantable? ¿Qué más sagaz que sus palabras? ¿Qué más prudente que su silencio? Habiendo mencionado el silencio, pasaré a lo que más la caracterizaba, lo más propio de las mujeres y lo más útil para estos tiempos. ¿Quién tenía un conocimiento más completo de las cosas de Dios, tanto por los oráculos divinos como por su propio entendimiento? Pero ¿quién estaba menos dispuesta a hablar, limitándose a los límites propios de las mujeres? Además, como era el ineludible deber de una mujer que ha aprendido la verdadera piedad, y que es el único objeto honorable del deseo insaciable, quien, como ella, adornaba templos con ofrendas, tanto a otros como a esta, que difícilmente, ahora que ella ya no está, volverá a ser adornada de esa manera. O mejor aún, ¿quién se presentó a Dios como un templo viviente? ¿Quién rindió de nuevo tal honor a los sacerdotes, especialmente a quien fue su compañero de armas y maestro de piedad, de quienes son las buenas semillas y la pareja de hijos consagrados a Dios?
XII
¿Quién abrió su casa a quienes viven según Dios con una bienvenida más amable y generosa? ¿Y qué es más grande que esto, quién los recibió con tanta modestia y saludos piadosos? Además, ¿quién mostró una mente más impasible ante los sufrimientos? ¿Qué alma fue más compasiva con los afligidos? ¿Qué mano fue más generosa con los necesitados? No dudaría en honrarla con las palabras de Job ("su puerta estaba abierta a todos los que llegaban, y el forastero no se alojaba en la calle"). Era Gorgonia, en efecto, ojos para el ciego, pies para el cojo, madre para el huérfano. ¿Por qué debería decir más de su compasión por las viudas, que el fruto que obtuvo fue no ser llamada viuda ella misma? Su casa era una morada común para todos los necesitados de su familia; y sus bienes no eran menos comunes a todos los necesitados que los suyos propios. Se dispersó y dio a los pobres, y según la infalible verdad del evangelio, acumuló mucho en los lagares celestiales, y a menudo acogió a Cristo en la persona de aquellos de quienes era benefactora. Y lo mejor de todo, no hubo en ella una profesión irreal, sino que en secreto cultivó la piedad ante Aquel que ve lo secreto. Todo lo rescató del gobernante de este mundo, todo lo transfirió a los graneros seguros. No dejó nada en la tierra, salvo su cuerpo. Lo cambió todo por las esperanzas celestiales: la única riqueza que dejó a sus hijos fue la imitación de su ejemplo y la emulación de sus méritos.
XIII
En medio de estas muestras de increíble magnanimidad, no entregó su cuerpo Gorgonia al lujo ni a los placeres desenfrenados del apetito (ese perro furioso y desgarrador), como si presumiera de sus actos de benevolencia (como hacen la mayoría de los hombres, que redimen su lujo compadeciéndose de los pobres, y en lugar de curar el mal con el bien, reciben el mal como recompensa por sus buenas obras). Ni ella, mientras se sometía al ayuno, dejó a otro la medicina de la profunda desnudez; ni, mientras encontraba esto en el servicio espiritual, se sentía menos contenida en el sueño que nadie; ni, mientras regulaba su vida en este punto, como si estuviera liberada del cuerpo, se tendía en el suelo, mientras otros pasaban la noche erguidos, como los hombres más mortificados se esfuerzan por hacerlo. En este aspecto, se veía superar a Gorgonia no sólo a las mujeres, sino también a los hombres más devotos, por su inteligente canto del salterio, su conversación con los oráculos divinos y su oportuno y oportuno recuerdo de ellos, su flexión de rodillas, endurecidas y casi arraigadas en la tierra, sus lágrimas para limpiar sus manchas con corazón contrito y espíritu de humildad, su oración elevándose al cielo, su mente liberada de la divagación en éxtasis; en todo esto, o en cualquiera de ellos, ¿hay hombre o mujer que pueda jactarse de haberla superado? Además, es mucho decirlo, pero es cierto que, si bien era celosa en su empeño por alcanzar algunos puntos de excelencia, en otros era el modelo a seguir; en algunos fue la descubridora, en otros sobresalió. Y si en algún aspecto particular la rivalizaban, su superioridad reside en su dominio absoluto de todos. Tal fue su éxito en todos los puntos, como ningún otro lo logró ni siquiera en un grado moderado en uno: alcanzó tal perfección en cada detalle, que cualquiera por sí solo podría haber suplido el lugar de todos.
XIV
¡Oh cuerpo desatendido y ropas miserables, cuya única flor es la virtud! ¡Oh alma, aferrada al cuerpo, reducida casi a un estado inmaterial por la falta de alimento; o mejor dicho, cuando el cuerpo había sido mortificado por la fuerza, incluso antes de la disolución, para que el alma pudiera alcanzar la libertad y escapar de las ataduras de los sentidos! ¡Oh noches de vigilia, y salmodia, y estar de pie que dura de un día para otro! ¡Oh David, cuyas melodías nunca resultan tediosas para las almas fieles! ¡Oh tiernos miembros, arrojados a la tierra y, contrariamente a la naturaleza, endureciéndose! ¡Oh fuentes de lágrimas, sembrando en la aflicción para cosechar en alegría! ¡Oh clamor en la noche, atravesando las nubes y alcanzando a Aquel que mora en los cielos! ¡Oh fervor de espíritu, animándose en anhelos de oración contra los perros de la noche, las heladas, la lluvia, los truenos, el granizo y la oscuridad! ¡Oh naturaleza de la mujer que vence a la del hombre en la lucha común por la salvación, y demuestra que la distinción entre hombre y mujer es de cuerpo, no de alma! ¡Oh pureza bautismal, oh alma, en la cámara pura de tu cuerpo, esposa de Cristo! ¡Oh amarga comida! ¡Oh Eva, madre de nuestra raza y de nuestro pecado! ¡Oh serpiente sutil, y muerte, vencida por su autodisciplina! ¡Oh despojamiento de Cristo, y forma de sierva, y sufrimientos, honrados por su mortificación!
XV
¿Cómo puedo enumerar todos estos rasgos de Gorgonia, o pasar por alto la mayoría, sin perjudicar a quienes los desconocen? Sin embargo, aquí es justo añadir las recompensas de su piedad, pues, de hecho, supongo que ustedes, que conocieron bien su vida, han estado ansiosos y deseosos durante mucho tiempo de encontrar en mis palabras no solo las cosas presentes, o sus alegrías más allá, más allá de la concepción, el oído y la vista del hombre, sino también las que el justo Recompensador le concedió aquí. Se trata de un asunto que a menudo tiende a la edificación de los incrédulos, quienes de las cosas pequeñas alcanzan la fe en las grandes, y de las cosas visibles a las invisibles. Mencionaré, pues, algunos hechos generalmente notorios, otros que la mayoría de los hombres han mantenido en secreto; y esto porque su principio cristiano se esforzaba por no hacer alarde de sus favores divinos. Sabéis cómo sus mulas enloquecidas huyeron con su carruaje y desgraciadamente lo volcaron, cuán horriblemente fue arrastrada y gravemente herida, para escándalo de los incrédulos al permitirse tales accidentes a los justos, y cuán rápidamente se corrigió su incredulidad: porque, toda aplastada y magullada como estaba, en huesos y miembros, por igual en los expuestos y en los que estaban fuera de la vista, no quiso recibir a ningún médico, excepto a Aquel que lo había permitido. Tanto porque se retrajo de la inspección y las manos de los hombres, preservando, incluso en el sufrimiento, su modestia, como también esperando su justificación de Aquel que permitió que esto sucediera, de modo que no le debía su preservación a nadie más que a Dios, con el resultado de que los hombres no estaban menos impresionados por su recuperación inesperada que por su desgracia, y concluyeron que la tragedia había sucedido para su glorificación a través del sufrimiento, siendo el sufrimiento humano, la recuperación sobrehumana y dando una lección a los que vienen después, exhibiendo en un alto grado de fe en medio del sufrimiento y paciencia bajo la calamidad, pero en un grado aún mayor la bondad de Dios para aquellos que son como ella. Porque a la hermosa promesa al justo, aunque caiga, no será completamente quebrantado, se ha añadido una más reciente, aunque sea completamente quebrantado, rápidamente será levantado y glorificado. Porque si bien su desgracia fue irrazonable, su recuperación fue extraordinaria, de modo que la salud pronto robó la herida y la cura llegó a ser más célebre que el golpe.
XVI
¡Oh desastre extraordinario y maravilloso! ¡Oh daño más noble que la seguridad! ¡Oh profecía! Dios nos ha herido, y nos vendará, nos revivirá, y después de tres días nos resucitará (Os 6,1-2). Él presagiaba, por tanto, un evento mayor y más sublime, pero no menos aplicable a los sufrimientos de Gorgonia. Esto fue notorio para todos, incluso para los que estaban lejos, pues la maravilla se extendió a todos, y la lección quedó grabada en las lenguas y oídos de todos, junto con las otras obras y poderes maravillosos de Dios. El siguiente incidente, hasta entonces desconocido y oculto a la mayoría por el principio cristiano del que hablé, y su piadoso rechazo a la vanidad y la ostentación, ¿me pides que lo cuente, oh el mejor y más perfecto de los pastores, pastor de esta santa oveja, y además das tu consentimiento, ya que sólo a nosotros se nos ha confiado este secreto, y fuimos testigos mutuos de la maravilla, o debemos seguir manteniendo nuestra fe en la que se ha ido? Creo que, así como aquel fue el tiempo de guardar silencio, éste es el tiempo de manifestarlo, y no sólo para gloria de Dios sino también para consuelo de los afligidos.
XVII
El cuerpo de Gorgonia estaba gravemente enfermo, aquejado de una enfermedad extraordinaria y maligna. Su cuerpo sufría una fiebre constante, con la sangre agitada y hirviendo a ratos, y luego coagulada, con coma, palidez increíble y parálisis mental y de extremidades; y esto no a intervalos largos, sino a veces con mucha frecuencia. Su virulencia parecía insoportable; la pericia de los médicos, que examinaron el caso cuidadosamente, tanto individualmente como en consulta, fue inútil; ni las lágrimas de sus padres, que a menudo tienen gran poder, ni las súplicas e intercesiones públicas, a las que todo el pueblo se unió con tanta vehemencia como si buscara su propia salvación, pues su seguridad era la seguridad de todos, mientras que, por el contrario, su sufrimiento y enfermedad eran una desgracia común.
XVIII
¿Qué hizo entonces esta gran alma, digna descendiente del más grande, y cuál fue la medicina para su enfermedad, pues ahora hemos llegado al gran secreto? Desesperando de cualquier otra ayuda, recurrió al Médico de todos, y aguardando las silenciosas horas de la noche, durante un breve intervalo de la enfermedad, se acercó al altar con fe e invocó a Aquel que allí es honrado, con un poderoso clamor y toda clase de invocaciones, recordando todas sus obras de poder anteriores, y bien conocía tanto las antiguas como las posteriores. Finalmente, se aventuró a un acto de piadosa y espléndida desfachatez: imitó a la mujer cuya fuente de sangre fue secada por la orla del manto de Cristo (Mt 9,20). ¿Qué hizo? Esto mismo: apoyando la cabeza en el altar con otro clamor, y con abundantes lágrimas, como quien una vez roció los pies de Cristo (Lc 7,38), y declarando que no se soltaría hasta sanar, se aplicó entonces su medicina a todo el cuerpo (es decir, la porción de los antitipos del precioso cuerpo y sangre que atesoraba en su mano, mezclándola con sus lágrimas). ¡Oh, qué maravilla!, porque se fue sintiéndose al instante salvada, con la ligereza de la salud en cuerpo, alma y mente, habiendo recibido, como recompensa a su esperanza, lo que anhelaba, y habiendo ganado fuerza física mediante la fortaleza espiritual. Por grandes que sean estas cosas, no son falsas. Créanlas todos, ya sean enfermos o sanos, para que puedan conservar o recuperar su salud. Que mi historia no es mera jactancia se desprende del silencio que mantuvo Gorgonia, en vida, respecto a lo que he revelado. Tampoco lo habría publicado ahora yo, tenedlo por seguro, si no hubiera temido que una maravilla tan grande hubiera quedado totalmente oculta a los fieles y a los incrédulos de estos días y de los posteriores.
XIX
Así fue la vida de Gorgonia. He omitido la mayoría de sus detalles, para que mi discurso no se extendiera demasiado y no pareciera demasiado codicioso de su buena fama. No obstante, quizás estaríamos perjudicando su santa e ilustre muerte si no mencionáramos algunas de sus excelencias, sobre todo porque ella tanto la anhelaba y deseaba. Lo haré, por lo tanto, de la manera más concisa posible. Ella anhelaba su disolución, en su gran audacia hacia Aquel que la llamó, y prefería estar con Cristo y por encima de todo lo terrenal (Flp 1,23). No había nadie, entre los más amorosos y desenfrenados, que tuviera tanto amor por su cuerpo como ella, para desprenderse de estas ataduras, para escapar del fango en el que pasamos nuestras vidas, para asociarse en pureza con Aquel que es Hermoso, y abrazar por completo a su Amado. Ella no falló en este deseo, e incluso tuvo un anticipo de su belleza a través de su previsión y constante vigilancia. Su único sueño la transportó a alegrías extraordinarias, y su única visión abrazó su partida en el momento prefijado, habiendo sido informada de este día, para que, según la decisión de Dios, pudiera estar preparada y, sin embargo, no perturbada.
XX
Recientemente había obtenido Gorgonia la bendición de la purificación y la perfección, que todos hemos recibido de Dios como don común y fundamento de nuestra nueva vida. O mejor dicho, toda su vida fue purificación y perfeccionamiento, y si bien recibió la regeneración del Espíritu Santo, la seguridad le correspondía en virtud de su vida anterior (en su caso, me atrevo a decir, el misterio fue un sello más que un don de la gracia). Cuando la perfección de su esposo era su único deseo restante (si desean que describa brevemente al hombre, no sé qué más decir de él sino que era su esposo), para que pudiera consagrarse a Dios con todo su cuerpo, y no quedar a medias perfeccionada, ni dejar tras de sí algo imperfecto que le perteneciera, ni siquiera desestimó Gorgonia esta petición, a Aquel que cumple el deseo de quienes le temen y cumple sus peticiones.
XXI
Cuando ya lo tenía Gorgonia todo en mente, y nada le faltaba a sus deseos, y se acercaba la hora señalada, preparada así para la muerte y la partida, cumplió la ley que prevalece en tales asuntos y se acostó. Tras muchos mandatos a su esposo, hijos y amigos, como era de esperar de alguien lleno de amor conyugal, maternal y fraternal, y tras hacer de su último día un día de solemne festividad con brillantes discursos sobre las cosas celestiales, se durmió, no llena de los días del hombre, que no deseaba, sabiendo que eran malos para ella, y ocupada principalmente con nuestro polvo y vagabundeos, sino más llena de los días de Dios, que imagino que cualquiera, incluso de aquellos que han partido con abundantes canas y han contado muchos años. Así fue Gorgonia liberada, y llevada a Dios, y cambió de residencia, y anticipó un poco la partida de su cuerpo.
XXII
¿Qué estaba a punto de omitir? Quizás tú, su padre espiritual, no me lo permitiste y ocultaste cuidadosamente la maravilla, haciéndomela saber. Es un gran logro para su distinción, para nuestro recuerdo de su virtud y para el pesar de su partida. Pero el temblor y las lágrimas me invadieron al recordarlo. Estaba a punto de fallecer, y en su último aliento, rodeada de un grupo de familiares y amigos que le ofrecían sus últimos gestos de bondad, mientras su anciana madre se inclinaba sobre ella, con el alma convulsionada por la envidia de su partida, con la angustia y el afecto mezclados en la mente de todos. Algunos ansiaban oír alguna palabra que les quedara grabada en la memoria; otros ansiaban hablar, pero nadie se atrevía; pues las lágrimas eran mudas y las punzadas de dolor, inconsolables, pues parecía un sacrilegio pensar que el duelo pudiera ser un honor para quien fallecía. Así que hubo un silencio solemne, como si su muerte hubiera sido una ceremonia religiosa. Allí yacía, aparentemente sin aliento, inmóvil, sin habla; la quietud de su cuerpo parecía parálisis, como si los órganos del habla estuvieran muertos, después de que aquello que podía moverlos se hubiera ido. Pero como su pastor, quien en esta maravillosa escena la observaba atentamente, percibió que sus labios se movían suavemente y acercó su oído a ellos, lo cual su disposición y simpatía lo animaron a hacer. En voz baja repetía un salmo (las últimas palabras de un salmo) para decir la verdad, un testimonio de la valentía con la que se iba, y bendito sea el que pueda dormirse con estas palabras: Me acostaré en paz y descansaré. Así cantabas, la más bella de las mujeres, y así te sucedió; y el canto se hizo realidad, y acompañó tu partida como un memorial tuyo, que has entrado en una dulce paz después del sufrimiento, y has recibido (además del descanso que a todos llega), ese sueño que se debe al amado, como correspondía a alguien que vivió y murió entre palabras de piedad.
XXIII
Sé bien que tu presente destino es mejor, oh Gorgonia, y mucho más precioso de lo que el ojo puede percibir. En efecto, tu destino el canto de los santos, la multitud de ángeles, la hueste celestial, la visión de la gloria y ese esplendor, puro y perfecto más allá de todo: de la Trinidad altísima, ya no ajeno a la mente cautiva, o disipado por los sentidos, sino contemplado y poseído por la mente indivisa, e irradiando sobre nuestras almas la luz plena de la divinidad. Que disfrutes plenamente de todas esas migajas que poseíste, mientras aún estabas en la tierra, por la realidad de tu inclinación hacia ellas. Si consideras nuestros asuntos, y las almas santas reciben de Dios este privilegio, acepta estas palabras mías, en lugar y con preferencia a los muchos panegíricos que he dedicado a Cesáreo antes de ti, y a ti después de él, ya que me han sido preservadas para pronunciar panegíricos sobre mis hermanos. Si alguien, después de ti, me rendirá el mismo honor, no puedo decirlo. Sin embargo, que mi único honor sea el que está en Dios, y que mi peregrinación y mi hogar sean en Cristo Jesús.