JUAN EL SOLITARIO
Carta a Hesiquio

I

Tú sabes, hermano Hesiquio, que la separación de un miembro que sufre ocasiona sufrimiento al resto de los miembros, y que aunque no sea patente el mal que le hace sufrir, su dolor se expresa por la lengua y su mal se manifiesta por las lágrimas de los ojos. El sufrimiento sale fuera de su silencio interior mediante la lengua, porque ella es la llave del granero del cuerpo, y ella misma cierra y abre la puerta de las palabras.

II

De lo íntimo del corazón, tesoro de la inteligencia, la lengua abastece a sus amigos con una palabra de sus tesoros. Ella es la boca de la inteligencia, y por medio ella habla la mente, como abogada de su silencio íntimo y como mediadora que sirve a lo que aquella le ordena. La lengua comunica a los que la escuchan lo que el corazón, soberano de la inteligencia, le dice. Por lo tanto, por medio de la lengua, llave de la mente, se abre la puerta del corazón, y sin ella esta puerta no se abre ni se puede oír sonido alguno.

III

No obstante, sin la voz la inteligencia puede también darse a conocer lo que se lleva oculto, a través de una palabra silenciosa en forma de escrito, y así su silencio se expresa tácitamente. De todas maneras, aunque la mente guarde sus secretos en el silencio, necesita de la lengua para exponerlos a ese oído que escucha todos los sonidos.

IV

Mediante esta imagen puedes darte cuenta del dolor que causa tu separación de nosotros. Mas ya que tu vida se encuentra en aquel equilibrio que nuestro Señor ha mostrado, encontramos consuelo para nuestra aflicción, y de este modo no te encuentras lejos de nosotros, pues el camino de tu vida está enraizado en el amor de Jesucristo. Los que están en el amor son una sola cosa por su proximidad, y puesto que en ellos el amor no se encuentra dividido, no hay ningún tipo de discrepancia entre ellos. Los que cumplen la voluntad del Señor todopoderoso están unidos en un solo cuerpo y tienen una única voluntad.

V

Por lo tanto, hermano, desde que he oído algo de tu vida en Cristo, no ceso de hacer memoria de ti en mis pobres oraciones. E imploro la misericordia de Dios para que te conceda, según le plazca a su grandeza, consolidarte en tu vida. Tampoco dudo pedirte una admonición en forma de discurso. Debes estar atento, hermano, a todo el curso de tu vida, y fijar en tu mente la meditación de la pasión del Señor, que es la fortaleza espiritual de nuestra alma y el refugio de la justicia, donde se conserva el trabajo de las buenas obras. Debes estar atento, hermano, a los lazos ocultos, a las emboscadas encubiertas y a las trampas escondidas. Que no te dé fastidio pedir al Señor noche y día que proteja tus pasos, para que no caigan en los astutos lazos de Satanás. Si perseveras en esta oración, Dios no rehusará acceder a tu voluntad.

VI

Persevera, hermano, en esta gloria espiritual de la que te ha hecho digno la pasión de nuestro Señor. Sé vigilante para mantener tu pensamiento lejos de las agitaciones, y estate atento a que las cosas gloriosas que tienes en Cristo no se transformen en ningún tipo de soberbia. La soberbia no echará en ti sus raíces si tu mente está ocupada en la meditación de la encarnación de Cristo nuestro Señor. Por su gracia, podrás hacer fructificar las buenas obras. De hecho, sin su humillación estaríamos muy por debajo de la altura de sus dones, y ni siquiera su recuerdo habría penetrado en nuestra mente.

VII

Es por esta razón que él nos ha dado la gracia, de manera que por propia voluntad nos haga entrar en comunión con él mismo y nos conduzca al Padre. Nosotros debemos alabarlo sin cesar. No es que esto sea necesario para obtener su gracia, porque nadie puede alabarlo como es debido, y su gracia es mayor que la alabanza de todos sus siervos. A nosotros nos basta reconocer que no tenemos la facultad ni para retribuirle ni para alabarlo como es debido. Aquél que tiene este conocimiento de la gracia de Dios, casi puede decirse que ha sido saldado con la gracia.