EUSEBIO DE CESAREA
Contra Hierocles

I

Querido amigo, te parece digno de admiración el paralelo que, adornado con muchas maravillas, este autor ha establecido entre el hombre de Tiana y nuestro propio Salvador y Maestro. En efecto, ya contra el resto de los contenidos del Amante de la Verdad de Filaletes, como así ha creído conveniente titular su obra contra nosotros, sería inútil que me posicionara ahora, porque no son suyos, sino que han sido hurtados de la manera más descarada, no sólo respecto de sus ideas, sino también respecto de sus palabras y sílabas, a otras autoridades. No es que estas partes de su tratado no dejen de ser refutadas a su debido tiempo, sino que, a todos los efectos, han sido refutadas y puestas en evidencia de antemano, incluso antes de que se escribiera cualquier obra especial en respuesta a ellas, en una obra que Orígenes compuso en nada menos que ocho libros contra el libro que escribió Celso y que, con más jactancia aún que el Amante de la Verdad, tituló la Verdadera Razón.

La obra de Celso está sujeta a un examen exhaustivo y en la escala antes mencionada por el autor en cuestión, quien en su amplio estudio de todo lo que alguien ha dicho o dirá alguna vez sobre el mismo tema, se ha anticipado a cualquier solución de sus dificultades que yo podría ofrecer. A esta obra de Orígenes debo referir a aquellos que de buena fe y con genuino "amor a la verdad" desean comprender con precisión mi propia posición. Por lo tanto, le pediré que limite su atención por el momento a la comparación de Jesucristo con Apolonio que se encuentra en este tratado llamado el Amante de la Verdad, sin insistir en la necesidad de que nos encontremos con el resto de sus argumentos, ya que estos son hurtados de otras personas. Podemos limitar razonablemente nuestra atención por el momento a la historia de Apolonio, porque Hierocles, de todos los escritores que alguna vez nos han atacado, es el único que selecciona a Apolonio, como lo ha hecho recientemente, para los fines de comparación y contraste con nuestro Salvador.

II

No necesito decir con qué admiración y aprobación atribuye sus hazañas taumatúrgicas no a trucos de magia, sino a una sabiduría divina y misteriosa; y cree que fueron realmente lo que él supone que fueron, aunque no presenta ninguna prueba de esta afirmación. Escuchemos, pues, sus propias palabras: "En su afán por exaltar a Jesús, corren de un lado a otro parloteando sobre cómo hizo que los ciegos vieran y realizó otros milagros de ese tipo". Luego, después de un intervalo, añade lo siguiente: "Observemos cuánto mejor y más sensato es el punto de vista que tenemos sobre tales asuntos, y expliquemos la concepción que tenemos de los hombres dotados de poderes notables". Después de pasar por alto a Aristeas de Proconeso y Pitágoras por ser demasiado viejos, continúa así: "En el tiempo de nuestros propios antepasados, durante el reinado de Nerón, floreció Apolonio de Tiana, quien desde muy niño, cuando se convirtió en sacerdote en Egas de Cilicia de Asclepio, el amante de la humanidad, realizó una gran cantidad de milagros, de los cuales omitiré la mayor parte y solo mencionaré algunos".

Luego comienza por el principio, y enumera los "prodigios realizados por Apolonio", después de lo cual continúa con las siguientes palabras: "¿Cuál es entonces mi razón para mencionar estos hechos? Fue para que puedas contrastar nuestro propio juicio preciso y bien establecido sobre cada punto, con la fácil credulidad de los cristianos. En efecto, nosotros no consideramos a quien hizo tales hazañas como un dios, sino como un hombre agradable a los dioses, mientras que ellos, basándose en unos pocos milagros, proclaman a su Jesús como un dios". A esto añade después la siguiente observación: "También vale la pena notar este punto: mientras que las historias de Jesús han sido inventadas por Pedro y Pablo y algunos otros de su clase, hombres que eran mentirosos, carentes de educación y magos, la historia de Apolonio fue escrita por Máximo de Egas y por Damis, el filósofo que vivió constantemente con él, y por Filóstrato de Atenas, hombres de la más alta educación, quienes por respeto a la verdad y su amor a la humanidad decidieron dar la publicidad que merecían a las acciones de un hombre a la vez noble y amigo de los dioses." Estas son las mismas palabras utilizadas por Hierocles en su tratado contra nosotros que ha titulado "Amante de la verdad".

III

Ahora bien, Damis, que pasó gran parte de su tiempo con Apolonio, era natural de Asiria, donde por primera vez, en su propio suelo, entró en contacto con él; y escribió un relato de sus relaciones con la persona en cuestión a partir de ese momento en adelante. Sin embargo, Máximo escribió un relato bastante breve de sólo una parte de su carrera.

Sin embargo, Filóstrato, el ateniense, nos dice que recopiló todos los relatos que encontró en circulación, utilizando tanto el libro de Máximo como el del propio Damis y de otros autores; de modo que compiló la historia más completa jamás realizada sobre la vida de esta persona, comenzando con su nacimiento y terminando con su muerte.

IV

Si se nos permite contrastar la credulidad temeraria y fácil de la que se esfuerza por acusarnos, con el juicio preciso y bien fundado sobre puntos particulares del Amante de la Verdad, preguntemos de inmediato, no cuál de ellos fue el más divino ni en calidad de qué uno hizo milagros más maravillosos y numerosos que el otro; ni pongamos énfasis en el punto de que nuestro Salvador y Señor Jesucristo fue el único hombre de quien fue profetizado, gracias a su inspiración divina, por sabios hebreos que vivieron hace miles de años, que una vez vendría entre la humanidad; ni en el hecho de que convirtió a su propio plan de enseñanza divina a tanta gente; ni en que formó un grupo de discípulos genuinos y realmente sinceros, de los cuales casi sin exagerar se puede decir que estaban dispuestos a dar sus vidas por su enseñanza en cualquier momento; ni en que él solo estableció una escuela de vida sobria y casta que lo ha sobrevivido todo el tiempo; ni que por su divinidad y virtud peculiar salvó a todo el mundo habitado y aún hoy reúne a decenas de miles de personas de todas partes para apoyar su divina enseñanza; ni que sea el único ejemplo de un maestro que, después de haber sido tratado como enemigo durante tantos años, casi podría decir, por todos los hombres, súbditos y gobernantes por igual, al final triunfó y se mostró mucho más poderoso, gracias a su poder divino y misterioso, que los infieles que lo persiguieron tan duramente, y que ahora los que en su tiempo se rebelaron contra su divina enseñanza fueron fácilmente conquistados por él, mientras que la doctrina divina que él firmemente estableció y transmitió ha llegado a prevalecer por siglos sin fin en todo el mundo habitado; ni que incluso ahora muestra la virtud de su poder divino al expulsar, con la mera invocación de su nombre misterioso, varios demonios molestos y malignos que acosan los cuerpos y las almas de los hombres, como por nuestra propia experiencia sabemos que es el caso. Esperar tales resultados en el caso de Apolonio, o incluso preguntar por ellos, es absurdo.

Así pues, nos limitaremos a examinar la obra de Filóstrato y, mediante un examen minucioso de la misma, demostraremos que Apolonio no era digno de ser clasificado, no diré, entre los filósofos, sino incluso entre los hombres de integridad y buen sentido, y mucho menos de ser comparado con nuestro Salvador Cristo, en la medida en que podemos confiar en la obra de un escritor que, aunque según el Amante de la Verdad, era muy culto, en ningún caso respetaba la verdad. Pues tal es su descripción de Filóstrato el ateniense entre otros.

De esta manera apreciaremos fácilmente el valor del resto de las autoridades, que, aunque, según él, eran muy cultos, sin embargo, nunca, mediante un verdadero examen de los hechos, los establecieron con alguna exactitud en el caso de Apolonio. Porque cuando hayamos examinado a fondo estos hechos, sin duda obtendremos una demostración clara de la solidez y, como él se imagina, de la exactitud en los detalles de la condena que el Amante de la Verdad, que al mismo tiempo ha tomado posesión de los tribunales supremos en toda la provincia, lanza contra los cristianos, y al mismo tiempo de lo que les complace llamar nuestra credulidad temeraria y fácil, porque somos considerados por ellos como simples mortales tontos y engañados.

V

Otro polemista, para iniciar la polémica, insultaría y calumniaría sin reparos al hombre contra el que dirige sus argumentos, alegando que era su enemigo y adversario; yo, sin embargo, mi amigo, solía considerar al hombre de Tiana como una especie de sabio, humanamente hablando, y todavía estoy dispuesto a adherir libremente a esta opinión; y me gustaría exponer ante ustedes, si me lo preguntan, mi propia opinión personal sobre él.

Si alguien desea clasificarlo junto con cualquier filósofo que desee y olvidar todas las leyendas sobre él y no aburrirme con ellas, estoy completamente de acuerdo. No así si alguien, ya sea Damis el asirio, o Filóstrato, o cualquier otro compilador o cronista, se aventura a saltar los límites de la humanidad y trascender la filosofía, y al mismo tiempo rechazar la acusación de hechicería con palabras, pero atribuirla en los hechos más que en el nombre al hombre, usando la máscara de la disciplina pitagórica para disfrazar lo que realmente era. Porque en ese caso su fama de filósofo desaparecerá y tendremos en su lugar un asno escondido en una piel de león; y descubriremos en él a un sofista en el sentido más auténtico, mendigando limosna por las ciudades, y a un mago, si alguna vez hubo alguno, en lugar de un filósofo.

VI

¿Me preguntáis qué quiero decir y cuáles son mis razones para hablar así? Os lo diré. Hay límites de la naturaleza que prescriben y delimitan la existencia del universo en lo que respecta a sus comienzos, su continuidad y su fin, siendo límites y reglas impuestas a todo. Por ellos todo este mecanismo y edificio del universo entero se lleva constantemente a la perfección; y están dispuestos por leyes inquebrantables y vínculos indisolubles, y guardan y observan la voluntad omnisapiente de una Providencia que dispensa y dispone todas las cosas.

Ahora bien, nadie puede cambiar o alterar el lugar y el orden de nada que haya sido dispuesto una vez; y si alguien es tan audaz como para querer traspasar sus límites, se le impide transgredir la ley divina por la regla y el decreto de la naturaleza. Así es que el pez que vive en las aguas no puede, desafiando a la naturaleza, mudarse a tierra firme y vivir allí; y, por otro lado, la criatura criada en tierra firme no se sumergirá en las aguas para abrazar allí un reposo o morada permanentes; ni tampoco puede ningún habitante de la tierra elevarse por los aires con un gran salto, por el deseo de volar con las águilas; y, aunque éstas, por su parte, pueden posarse en la tierra, deprimiendo y bajando su facultad de volar, relajando el movimiento de sus alas y renunciando al privilegio de la naturaleza (pues esto también está determinado por las leyes divinas, a saber, que los seres capaces de elevarse pueden descender de lo alto), sin embargo, lo contrario no es posible, de modo que el humilde habitante de la tierra pueda elevarse jamás al cielo. De este modo, pues, el género humano mortal, aunque provisto de alma y cuerpo, está, sin embargo, limitado por los límites divinos. Por consiguiente, nunca puede atravesar el aire con su cuerpo, por mucho que se desdiga de permanecer en los caminos de la tierra, sin pagar inmediatamente el castigo de su necedad; ni por la exaltación espiritual puede alcanzar con su pensamiento lo inalcanzable, sin recaer en la enfermedad de la melancolía.

Lo más prudente, pues, es que, por una parte, el cuerpo se mueva sobre la tierra con los pies que le han sido dados para ello y, por otra, que el alma se alimente con la educación y la filosofía. Pero bien puede pedir que alguien venga a ayudarlo desde lo alto, desde los caminos del cielo, y se le revele como maestro de la salvación que allí se encuentra. Pues el siguiente ejemplo es válido para utilizarlo: es justo que el médico visite a los enfermos, que el maestro se adapte al alumno que está entrando en sus estudios, que un superior deje sus alturas y se descienda a los humildes, pero lo inverso no es justo ni posible. De ahí que no haya razón para impedir que una naturaleza divina, que es benéfica e inclinada a salvar y cuidar providencialmente las cosas futuras, se asocie con los hombres, pues esto también lo permite la regla de la divina providencia, pues, según Platón, Dios era bueno, y ningún ser bueno puede sentir celos de nada. De lo cual se sigue que el que gobierna este universo, siendo bueno, no cuidará sólo de nuestros cuerpos, sino mucho más de nuestras almas, a las que ha conferido el privilegio de la inmortalidad y del libre albedrío. A éstas, pues, como señor de toda la economía y de los dones de gracia que concede para beneficiar a nuestra naturaleza, les concederá, si saben apreciar su generosidad, una abundante iluminación, por así decirlo, de la luz que emana de él, y enviará de vez en cuando a sus más íntimos mensajeros para la salvación y socorro de los hombres de aquí abajo. De estos mensajeros, cualquiera que haya sido tan favorecido por la fortuna, habiendo purificado su entendimiento y disipado la niebla de la mortalidad, puede muy bien ser descrito como verdaderamente divino, y como portador en su alma de la imagen de algún gran dios. Sin duda, una personalidad tan grande conmoverá a toda la raza humana, iluminará el mundo de la humanidad con más resplandor que el sol y dejará los efectos de su divinidad eterna para la contemplación de las edades futuras, ofreciendo un ejemplo de la naturaleza divina e inspirada en un grado no menor que las creaciones de los artistas hechas de materia inerte. En esta medida, pues, la naturaleza humana puede participar de lo sobrehumano; pero de otro modo no puede trascender legítimamente sus límites, ni con su cuerpo sin alas emular al pájaro, ni siendo hombre debe entrometerse en lo que pertenece a los demonios.

VII

¿En qué sentido, pues, nos concibes a Apolonio, mi buen compilador? Si lo consideras como un ser divino y superior a un filósofo, en una palabra, como un ser sobrehumano por naturaleza, te pediría que mantuvieras este punto de vista a lo largo de tu historia y me indicaras los efectos producidos por su divinidad que perduran hasta el día de hoy. Porque es ciertamente absurdo que las obras de los carpinteros y constructores perduren tanto tiempo después de la muerte de los artesanos y erijan como un monumento inmortal a la memoria de su habilidad constructiva; y, sin embargo, que un carácter humano que se pretende divino, después de derramar su gloria sobre la humanidad, termine en la oscuridad su efímera carrera, en lugar de exhibir eternamente su poder y excelencia.

En lugar de ser tan mezquinamente generoso con un individuo como Damis y algunos otros hombres de vida efímera, seguramente debería hacer de su llegada entre nosotros una ocasión de bendiciones, concedidas no sólo a miríadas de sus contemporáneos, sino también a su posteridad. Así es como los sabios de la antigüedad formaron grupos de discípulos fervientes que continuaron su tradición de excelencia moral, sembrando en los corazones de los hombres un espíritu verdaderamente inmortal de progreso y reforma. Si, por otra parte, atribuís a este hombre una naturaleza mortal, tened cuidado de no ser que, al dotarle de dones que trascienden la mortalidad, os convenzáis de falacia y de error de cálculo.

VIII

Pero basta de esto. Su héroe nos es presentado como un hombre divino, que asume desde su nacimiento la apariencia y personalidad de un demonio del mar. Pues dice que a su madre, cuando estaba a punto de dar a luz a su hijo, se le apareció la figura de un demonio del mar, es decir, Proteo, que en la historia de Homero cambia constantemente de forma. Pero ella, sin asustarse en absoluto, le preguntó qué daría a luz, y él respondió: "A mí mismo". Entonces ella preguntó: "¿Y quién eres tú?". "Proteo de Egipto", respondió. Y luego escribe sobre cierta pradera y sobre cisnes que ayudaron a la dama a dar a luz a su hijo, aunque no nos dice de dónde sacó este detalle, porque seguramente no atribuye esta historia al escritor asirio Damis.

Un poco más adelante, en la misma historia representa a Apolonio diciendo, en señal de su naturaleza divina, estas mismas palabras al propio Damis: "Yo mismo, mi compañero, entiendo todas las lenguas aunque no he aprendido ninguna". Y otra vez le dice: "No te sorprendas, porque sé lo que los hombres piensan, incluso cuando están callados". Y otra vez en el templo de Asclepio fue muy honrado por el dios, y se dice que poseía un cierto don natural de presciencia, que no adquirió por aprendizaje, desde la infancia. Aprendemos, en una palabra, que nació superior a la humanidad en general, y así se le describe desde el primer momento de su nacimiento a lo largo de su historia.

De todos modos, en una ocasión, después de haberse liberado de sus ataduras, su historiador agrega la observación: "Entonces Damis declara que por primera vez entendió claramente la naturaleza de Apolonio, que era divina y superior a la humanidad. Porque sin ofrecer ningún sacrificio -¿cómo podría ofrecer uno en la prisión?- y sin ofrecer ninguna oración, sin una sola palabra, simplemente se rió de sus cadenas". Y al final del libro aprendemos que su tumba no se encontraba en ninguna parte de la tierra; sino que fue al cielo en su cuerpo físico acompañado de himnos y danzas. Naturalmente, si fue tan grande como se lo describe en los párrafos anteriores, se puede decir que "sedujo a la filosofía de una manera más divina que Pitágoras, Empédocles o Platón". Por estas razones, sin duda debemos clasificar a este hombre entre los dioses.

IX

No le reprocharemos su don natural y autodidacta de entender todas las lenguas, pero si lo poseía, ¿por qué lo llevaron a un maestro de escuela? Y si nunca había aprendido lengua alguna, ¿por qué su historiador lo difama y declara que, no por naturaleza, sino a fuerza de estudio y aplicación, adquirió el dialecto ático? Pues nos dice abiertamente "que a medida que avanzaba en su juventud demostró un gran conocimiento de las letras y un gran poder de memoria y fuerza de aplicación, y que hablaba el dialecto ático".

También sabemos que "cuando cumplió catorce años su padre lo llevó a Tarso, a casa de Eutidemo de Fenicia, que era un buen retórico, y le dio su educación, mientras que Apolonio se aferró a su maestro". También sabemos que "tuvo como condiscípulos a miembros de la escuela de Platón y de Crisipo y a miembros del grupo peripatético. También escuchó con asiduidad las doctrinas de Epicuro, porque no las despreciaba ni siquiera, aunque captaba las enseñanzas de Pitágoras con cierta sabiduría indescriptible". Tan variada fue la educación de quien nunca había aprendido ninguna lengua y que, por su poder divino, anticipó "los pensamientos de los hombres incluso cuando están en silencio".

X

Después de un intervalo, nuestro autor vuelve a expresar su admiración por la facilidad con que Apolonio entendía el lenguaje de los animales, y continúa diciendo lo siguiente: "Además, adquirió el conocimiento del lenguaje de los animales; y esto lo aprendió también en el curso de sus viajes por Arabia, donde los habitantes conocen mejor este lenguaje y lo practican. Porque los árabes tienen una manera de entender sin dificultad a los cisnes y otras aves cuando presagian el futuro de la misma manera que los oráculos. Y llegan a entender a los animales mudos comiendo, según dicen, algunos de ellos el corazón y otros el hígado de dragones".

En este caso, pues, parece haber sido el caso de que el pitagórico, que se abstenía de alimentos animales y ni siquiera podía atreverse a sacrificar a los dioses, devorara el corazón y el hígado de dragones, para participar en una forma de sabiduría que estaba en boga entre los árabes. Después de aprender con tales maestros, ¿cómo podría alcanzar sus logros de otra manera que imitando su ejemplo?

A los maestros que ya hemos enumerado, hay que añadir los sabios de Arabia, que le enseñaron el arte de la adivinación, y que sin duda le inspiró a predecir lo que el gorrión quería decir cuando llamaba a sus compañeros a comer, y a convencer a los presentes de que había obrado un milagro. Del mismo modo, cuando vio a la leona recién muerta con sus ocho cachorros al borde del camino que conducía a Asiria, inmediatamente dedujo de lo que vio la duración de su futura estancia en Persia, e hizo una profecía al respecto.

XI

En consonancia con sus visitas a los árabes, se encontraban también los estudios que emprendió entre los persas, según el mismo autor. Pues después de prohibir a Damis, según se nos dice, que fuera a ver a los magos, aunque Damis era su único alumno y compañero, fue solo a la escuela con ellos al mediodía y alrededor de la medianoche; solo, para no tener como compañero en el estudio de la magia a alguien que evidentemente no tenía gusto por tales cosas. Y otra vez, cuando llegó a conversar con Vardan, el rey de Babilonia, se cuenta que le habló de esta manera: "Mi sistema de sabiduría es el de Pitágoras, un hombre de Samos, que me enseñó a adorar a los dioses de esta manera y a reconocerlos, ya sean visibles o invisibles, y a ser regular en la conversación con los dioses". ¿Quién podría admitir esto, ya que el propio Pitágoras no ha dejado ninguna escritura de este tipo, ni escritos secretos, de modo que podamos siquiera sospechar que haya tenido tales recursos a su disposición?

En cuanto a su maestro de la filosofía pitagórica, el propio Filóstrato da fe de que no era en nada mejor que los epicúreos, al hablar de él de esta manera: "Tuvo como maestro del sistema de Pitágoras a un hombre no muy bueno, ni uno que pusiera en práctica su filosofía; pues era esclavo de su vientre y de sus deseos y modelaba su vida según la de Epicuro. Y este hombre era Euxeno de Heraclea en el Ponto. Pero conocía bien los principios de Pitágoras, lo mismo que los pájaros conocen lo que aprenden a decir de los hombres". ¡Qué absurdo ridículo pretender que Apolonio pudo haber obtenido de este hombre el don de conversar con los dioses! Admitamos por el momento que hubo otros expositores del sistema de los que pudo haber aprendido, aunque el autor, de todos modos, no da ninguna indicación de tal cosa. Pero ¿hubo alguna vez entre estos maestros, alguno que pretendiese conocerse a sí mismo, por haber aprendido personalmente de Pitágoras, o enseñar a otros a reconocer y frecuentar en sus conversaciones a los dioses, ya fuesen visibles o invisibles?

Ni el famoso Platón, aunque participó más que nadie de la filosofía de Pitágoras, ni Arquitas, ni Filolao, el único hombre que nos ha transmitido por escrito las conversaciones de Pitágoras, ni ningún otro que fue discípulo del filósofo y ha transmitido por escrito a su posteridad sus opiniones y principios, se jactó jamás de semejante forma de sabiduría. De ello se deduce que no aprendió estas cosas de Pitágoras, sino de otras fuentes, y con una intencionada afectación de solemnidad se limita a etiquetarse con el nombre del filósofo. Pero admitiendo, aunque sea contra toda probabilidad, que no miente, sino que dice la verdad, todavía no sabemos qué decir. ¿Cómo puede pretender haber adquirido este conocimiento del propio samio antes mencionado, puesto que este último murió unos mil años antes que él? Por lo tanto, debemos contar entre los árabes a este maestro también, quien le comunicó un conocimiento de los dioses de carácter tan misterioso como él imagina que es. Si entonces era de naturaleza divina, se sigue que la historia de sus maestros es una pura ficción. Por otro lado, si la historia era verdadera, entonces la leyenda era falsa, y la alegación en el libro de que era divino está desprovista de toda verdad.

XII

No tengo ningún deseo de investigar con curiosidad acerca del fantasma de Proteo, ni de pedirle confirmación de ello, ni de exigirle pruebas de su ridícula historia de que los cisnes rodearon a su madre y la ayudaron a traerlo al mundo; tampoco le pido que presente pruebas de su cuento de hadas sobre el rayo; porque, como dije antes, de ninguna manera puede reclamar la autoridad de Damis para estos detalles, ya que este último se unió a él mucho más tarde en la ciudad de Nínive de Asiria. Sin embargo, estoy completamente dispuesto a aceptar todo lo que sea probable y tenga un aire de verdad, incluso aunque tales detalles puedan ser algo exagerados y exagerados por elogio a un buen hombre; porque aún podría aceptarlos, siempre que no sean desconcertantemente maravillosos y llenos de tonterías.

No me importa, pues, que el autor nos diga que Apolonio era de una familia antigua y descendía en línea recta de los primeros colonos, y que era rico, si así fuera, más que todos los demás habitantes de esa región; y que cuando era joven no sólo tuvo los distinguidos maestros mencionados, sino que, si quiere, admitiré que él mismo se convirtió en su maestro y maestro en el aprendizaje.

Concedo, además, que era hábil en las cuestiones ordinarias y, por lo tanto, pudo, dando los mejores consejos, librar de su enfermedad a alguien que había acudido al templo de Asclepio para curarse. Porque leemos que le sugirió a un hombre afligido por la hidropesía un régimen de abstinencia muy adecuado para curar su enfermedad, y de esa manera le devolvió la salud; y hasta aquí debemos elogiar al joven Apolonio por su buen sentido. En otra ocasión expulsó con mucha razón del templo a un hombre conocido por su maldad, aunque estaba dispuesto a ofrecer los sacrificios más costosos, pues lo presenta como el más rico y distinguido de todos los habitantes de su región. Nadie se opondría a que se le clasificara entre los sobrios, puesto que rechazó con insultos a un amante que quería corromper su juventud y, además, según nos informa la narración, se mantuvo puro en todo momento en el trato con las mujeres.

También podemos creer la historia de que guardó silencio durante cinco años, siguiendo el espíritu de Pitágoras; y, además, la forma en que cumplió este voto de silencio es digna de elogio. Todo esto y cosas por el estilo son puramente humanos y de ningún modo incompatibles con la filosofía o con la verdad, y por eso puedo aceptarlo, porque valoro mucho la sinceridad y el amor a la verdad. Sin embargo, suponer que era un ser de naturaleza sobrehumana y luego contradecir esta suposición en un momento dado y olvidarla casi tan pronto como se hace, lo considero reprensible y calculado para arrojar sospechas no sólo sobre el autor, sino aún más sobre el sujeto de sus memorias.

XIII

Hemos tomado estos detalles del primer libro de Filóstrato, y ahora vamos a considerar el contenido del segundo. La historia lo lleva en sus viajes y lo lleva de Persia a la India. A continuación muestra falta de buen gusto al contar, como si fuera un milagro, cómo Apolonio y sus compañeros vieron una especie de demonio, al que da el nombre de Empusa, en el camino, y cómo lo ahuyentaron a fuerza de insultos y malas palabras. Y sabemos que cuando les ofrecieron algunos animales como alimento, dijo a Damis que estaba muy dispuesto a permitirle a él y a sus compañeros comer la carne, ya que, hasta donde podía ver, su abstinencia de carne no había mejorado en nada su desarrollo moral, aunque en su propio caso se debió a la profesión filosófica que había hecho en la infancia.

Sin embargo, ¿no es increíble para nadie que no haya impedido a Damis, como su mejor amigo, y como el único discípulo y seguidor de su vida que tenía, y el único a quien estaba tratando de convertir a su filosofía, que no haya tratado, repito, de impedirle consumir carne de animales vivos, siendo ese un alimento impío según Pitágoras, y que en lugar de hacerlo, le haya dicho por razones inexplicables para mí que no le haría ningún bien, y haya admitido que no veía en ellos ninguna ventaja moral producida por tal abstinencia?

XIV

En segundo lugar, quisiera que observarais qué ejemplos de verdad nos presenta este Filóstrato, de cuya veracidad da testimonio Hierocles, el que se autodenomina Amante de la Verdad. Se nos dice que, cuando Apolonio estaba entre los indios, empleó un intérprete y, a través de él, mantuvo una conversación con Fraotes, pues ése era el nombre del rey de los indios. Así, pues, aquel que, según Filóstrato, entendía todas las lenguas, ahora, por el contrario, según el mismo testimonio, necesita un intérprete.

Además, aquel que lee los pensamientos de los hombres, y casi como su dios Apolo, "entendió al mudo y oyó al que no hablaba". El rey, que es rey de los indios y, además, bárbaro, se deshace del intérprete y se dirige a Apolonio en griego, y, hablándole en esa lengua, le cuenta su educación y su riqueza de conocimientos. Pero Apolonio no dejó de mostrar, como debía, su perfecto conocimiento de la lengua de los brahmanes.

XV

Por el contrario, se asombra de encontrar al indio hablando griego, como nos dice Filóstrato en su libro, según parece, de manera coherente consigo mismo. ¿Cómo podría asombrarse de ello, a menos que lo considerara un bárbaro? Y a pesar de haberlo admirado por lo que era, nunca habría esperado que hablara griego. En la continuación, como si estuviera asombrado por alguna manifestación de lo milagroso y aún no pudiera explicarla, Apolonio dice: "Dime, oh rey, ¿cómo llegaste a tener tanta facilidad en la lengua griega? ¿Y de dónde sacaste aquí la filosofía que posees? Porque no creo que puedas decir que se la debes a los maestros, ya que no es probable que los indios tengan maestros en esta materia". Tales son las maravillosas expresiones que emite un hombre cuya presciencia lo abarca todo; y el rey les responde diciendo que había tenido maestros, y le dice quiénes eran y relata todos los detalles de su propia historia por parte de su padre.

En seguida se nos dice que el indio tuvo que juzgar entre ciertas partes acerca de un tesoro que habían encontrado en un campo, y que la cuestión en disputa era si ese campo debía ser asignado al vendedor o al comprador del lugar. A nuestro supremo filósofo y amado del cielo se le preguntó su opinión, y la otorgó al comprador, dando su razón con estas palabras: "Los dioses nunca habrían privado a uno de la tierra, si no hubiera sido un hombre malo; ni habrían dado al otro riquezas bajo el suelo, si no hubiera sido mejor que el vendedor". Debemos concluir, entonces, si hemos de creerle, que los hombres que están cómodamente en una posición económica y son más ricos que sus vecinos, deben ser considerados tres veces felices y amados por los dioses, aunque sean los más desvergonzados y abandonados de la humanidad.

Por otra parte, sólo los más pobres, como por ejemplo un Sócrates o un Diógenes o el famoso Pitágoras o cualquier otro de los hombres más moderados y justos, deben ser considerados como desgraciados. Pues si se sigue el razonamiento empleado aquí, hay que admitir que, según él, los dioses nunca habrían privado a los pobres, es decir, a los hombres que sobresalen de los demás, si se los juzga según el criterio de la filosofía, ni siquiera de un sustento mínimo y de lo necesario, a menos que fueran completamente viles en su carácter, y al mismo tiempo hubieran dotado a los que están abandonados en su carácter con una abundancia incluso de cosas que no les eran necesarias, a menos que demostraran ser mejores que los otros recién mencionados, de lo cual es evidente para todos lo absurdo de la conclusión.

XVI

Después de haberles presentado estos incidentes del segundo libro, pasemos al tercero y consideremos las historias que se cuentan sobre los famosos brahmanes. Aquí tendremos que admitir que los cuentos de Thule y cualquier otra leyenda milagrosa que haya inventado cualquier narrador resultan, en comparación con estos, bastante confiables y perfectamente ciertos.

De todos modos, vale la pena que los examinemos, porque este supuesto amante de la verdad no ha tenido escrúpulos en acusarnos de credulidad temeraria y de frivolidad de carácter, al tiempo que reivindica para sí mismo y para los que son como él un juicio preciso, bien basado en una comprensión de los hechos. Observen, pues, la clase de milagros de los que se enorgullece, cuando prefiere a Filóstrato a nuestros propios evangelistas divinos, basándose en que no sólo era un hombre sumamente educado, sino también sumamente atento a la verdad.

XVII

En primer lugar, pues, en el camino hacia los brahmanes, Filóstrato nos presenta a una mujer que conoció a Apolonio y que, desde la cabeza hasta los lomos, era completamente blanca, mientras que el resto de su cuerpo era negro. Las montañas, a medida que avanzaban en el camino hacia los brahmanes, estaban plantadas con árboles de pimienta, y los monos los cultivaban; y luego había ciertos dragones de extraordinario tamaño, de cuyas cabezas salían chispas de fuego, y si matabas a uno de ellos, decía que encontrabas piedras maravillosas en la cabeza que rivalizaban con la gema de Giges, como se menciona en Platón.

Todo esto fue antes de que llegaran a la colina en la que vivían los brahmanes. Mas cuando llegaron a ella, leemos que vieron allí un pozo de sándara, lleno de agua maravillosa, y junto a él un cráter de fuego, del que salía una llama de color plomo; Allí había dos jarras de piedra negra, una de las cuales contenía la lluvia y la otra los vientos, de los cuales los brahmanes abastecían a la gente del país que les agradaba. Además de esto, encontraron entre ellas imágenes de Atenea Polias y de Apolo Pitio, y de Dioniso del Lago y de algunos otros dioses helénicos. Y el maestro de todos ellos se llamaba Iarchas, y lo vieron sentado en un trono muy alto en un estado de pompa que no era filosófico, sino más bien apropiado para un sátrapa. Y este trono era de bronce negro y estaba decorado con imágenes de oro, como por supuesto podríamos esperar que fabriquen los filósofos cuando se dedican a trabajar como mecánicos de baja calidad en la forja y el acero, aunque no hagan que sus obras se muevan por sí solas, como los magos. Pero los tronos en los que estaban sentados los demás, que eran maestros inferiores a él, eran, dice, de bronce, pero no grabados y no tan altos. Porque supongo que no pudieron evitar otorgar al maestro de una filosofía tan divina el privilegio de tener imágenes y oro en su trono, como si fuera un tirano.

XVIII

Se nos dice que Iarchas, en el momento en que vio a Apolonio, se dirigió a él por su nombre en lengua griega, y le pidió la carta que traía de Fraotes, pues ya la había recibido por su conocimiento previo; y para hacer alarde del carácter inspirado de su presciencia, le dijo antes de poner los ojos en la epístola, que le faltaba una letra, es decir, un delta; y comenzó de inmediato, de manera vulgar en esa primera entrevista, como un hombre que ha obtenido riqueza por primera vez y no sabe cómo usarla, a mostrar su superioridad como vidente, enumerando los nombres del padre y la madre de Apolonio, y contándole todo sobre su familia, educación y crianza, y sobre sus viajes periódicos al extranjero, y sobre su viaje allí para sí mismo, y sobre lo que había hecho él mismo o dicho a sus compañeros en el camino.

Más adelante, este maravilloso autor nos dice que los brahmanes, después de ungirse junto con Apolonio con una droga parecida al ámbar, se bañaron y luego, de pie como si estuvieran en coro, golpearon la tierra con sus bastones, y la tierra se arqueó y los elevó unos dos codos en el aire, de modo que se quedaron allí levitando en el aire mismo durante un largo tiempo. Y relata que hicieron caer fuego del sol sin ningún esfuerzo por su parte y cuando quisieron. Y el prodigioso traficante agrega otra maravilla a estas, cuando dice que había cuatro trípodes como los de Pitón que giraban hacia adelante, moviéndose por su propia cuenta; y llega al punto de compararlos con los trípodes de Homero, y dice que había colocados sobre ellos coperos para servir en el banquete, cuatro en número y hechos de bronce. Además, nos dice que la tierra también esparció hierba debajo de ellos por su propia cuenta y sin que se lo pidieran. Y de estos trípodes, dice, dos corrían con vino, y De los otros dos, uno servía agua caliente y el otro fría. Y los coperos de bronce sacaban para los invitados la mezcla adecuada tanto del vino como del agua, y hacían circular las copas, tal como se hacen circular en un simposio.

XIX

Tales son las historias que Hierocles, a quien se le ha confiado la administración de los tribunales supremos de justicia en toda la provincia, encuentra verdaderas y confiables después de la debida investigación, al mismo tiempo que nos condena por nuestra excesiva credulidad y frivolidad; y después de creer él mismo tales cosas cuando las encuentra en Filóstrato, procede a jactarse de sí mismo y dice (cito sus mismas palabras): "Observemos de todos modos cuánto mejor y con más cautela aceptamos tales cosas, y qué opinión tenemos de los hombres dotados de tales poderes y virtudes".

XX

Según el mismo Filóstrato, después de un simposio, un rey que estaba de paso en la India fue invitado a beber con los filósofos, y se dice que aprovechó para insultar a la filosofía con bromas de borracho y que se emborrachó tanto en presencia de ellos que lanzó un desafío al sol y se jactó de sí mismo. Todo esto sabemos, y que Apolonio, una vez más, por medio de un intérprete, aprendió su historia de él y conversó con él a su vez, mientras que Iarcas interpretaba entre ellos.

Seguramente puede causarnos asombro que un individuo tan insolente y tan gran bufón haya podido emborracharse y exhibir su ingenio borracho entre tan grandes filósofos, cuando no era digno ni siquiera de estar presente en una reunión de filósofos, mucho menos en el hogar de hombres que eran iguales a los dioses. Pero ¿qué me lleva a llamarlos iguales a los dioses y burlarme de ellos por su dignidad? Porque, cuando Apolonio les preguntó quiénes se consideraban a sí mismos, "Dioses", respondió Iarcas; quien, supongo que en su calidad de dios, tan poco a la altura de un filósofo, salvo en la marca, más aún, seguramente traicionando un respeto igualmente escaso por la dignidad del dios que profesaba ser, dio el ejemplo de beber a sus compañeros de banquete inclinándose sobre el cuenco que, como nuestro autor tiene cuidado de decirnos, proporcionaba abundante bebida para todos ellos y se refrescaba, como lo hacen los pozos sagrados y misteriosos para quienes llenan sus cántaros con ellos.

XXI

Después de esto, hubo una conversación general y una seria discusión entre los filósofos, en el curso de la cual Iarchas explicó que su propia alma había estado una vez en el cuerpo de otro hombre que era un rey, y que en ese estado había realizado tal y cual hazaña; mientras que Apolonio les dijo que una vez había sido piloto de un barco en Egipto, y había realizado toda clase de hazañas que les enumeró. Luego se hicieron preguntas entre sí y recibieron respuestas que, en nombre de la sabiduría, no tienen ningún derecho a ser registradas.

Así, sabemos que Apolonio preguntó si tenían agua dorada entre ellos. ¡Qué pregunta tan inteligente y maravillosa! Y también preguntó sobre los hombres que viven bajo tierra, y sobre otros llamados pigmeos y hombres de pies de sombra, y preguntó si tenían entre ellos un animal de cuatro patas llamado martichora, que tiene una cabeza como la de un hombre, pero rivaliza con un león en tamaño, mientras que de su cola sobresalen pelos como espinas de un codo de largo, que suele disparar como flechas a quienes lo cazan.

Tales fueron, pues, las preguntas que Apolonio hizo a los sabios, e Iarchas le instruyó acerca de los pigmeos, y le dijo que eran, en efecto, personas que vivían bajo tierra, pero que pasaban sus vidas al otro lado del río Ganges; pero en cuanto a las otras cosas que preguntó, Iarchas dijo que nunca habían existido en absoluto.

XXII

Después de esto, Filóstrato describió una lana que la tierra les hacía crecer para que les sirviera de material para sus vestidos, de lo que debemos inferir que estos filósofos trabajaban en el telar y se dedicaban a hilar lana para hacer sus vestidos, pues no sabemos que ninguna mujer haya sido introducida de contrabando en su comunidad; pero tal vez quiere decir que por un milagro la lana crecía por sí sola en sus vestiduras sagradas. Y sabemos que cada uno de ellos llevaba un bastón y un anillo que estaba imbuido de un poder misterioso.

Siguen una serie de acciones milagrosas por parte del brahmán: por ejemplo, cómo devolvió la razón por medio de una carta a un poseído por un demonio, cómo acariciando a un hombre que era cojo curó su cadera dislocada, cómo se dignó devolverle la mano a un hombre que estaba atrofiado y cómo le devolvió la vista a un ciego.

Bendecimos a un autor que nos ahorra tantos problemas, mas ¿podemos dudar de la veracidad de estas historias, cuando su misma insistencia en la verdad de sus relatos anteriores (me refiero a los de los relámpagos y el viento guardados en jarras, y de los trípodes de piedra que se desplazaban por sí solos y de los coperos de bronce que pasaban las copas en círculo) delata y expone plenamente el carácter mítico de todo lo demás que tiene que contarnos?

Filóstrato, además, declara que Damis contó con qué cuidado Apolonio se excluía de estar presente en las sesiones filosóficas que mantenía con Larchas; y dice que Apolonio recibió de este último siete anillos que llevaban el nombre de las estrellas y que los llevaba uno a uno en los días que respectivamente llevaban sus nombres.

Aunque en esta ocasión nos enteramos de esto por un caballero que el Amante de la Verdad considera respetuoso de los hechos, más adelante en su libro, como si quisiera condenar la magia de los brahmanes y absolver a Apolonio de la acusación de haberla practicado, añade la siguiente observación, que repito textualmente: "Cuando vio entre los indios los trípodes y los coperos y las otras figuras que he mencionado entraron por su propia cuenta, no preguntó cómo estaban hechas ni quiso aprender; pero aunque las elogió, negó cualquier deseo de imitarlas".

¿Y cómo, mi buen amigo, negó cualquier deseo de ese tipo? ¿Es éste el hombre que tuvo cuidado de excluir a Damis de las sesiones filosóficas que celebraba con ellos y que pensó que era su deber ocultar a su único compañero todo lo que había hecho en esas sesiones? ¿Y cómo pudo negarse a imitarlos cuando aceptó los siete anillos que llevan el nombre de las estrellas y consideró necesario llevarlos durante el resto de su vida en los días que llevan el nombre de cada una de ellas, y eso a pesar de que, como tú mismo dices, tenían un poder secreto?

Incluso si admitimos que no aspiraba a imitar estas invenciones, es claro que su negativa no se debió a que fueran misteriosas. ¿Cómo entonces podía alabar cosas que desdeñaba imitar? Si las alabó como operadas por Dios, ¿por qué no imitó cosas tan dignas de alabanza? Para colmo, a su regreso después de haber estado con ellos, sabemos que llegó con sus compañeros al país de los Oritae, donde encontró las rocas, la arena y el polvo que los ríos traen al mar, todos igualmente hechos de bronce.

XXIII

Todo esto está contenido en el tercer libro de Filóstrato, y pasemos ahora a los que siguen. Sabemos que cuando regresó del país de los indios a la tierra de Hellas, los dioses mismos lo proclamaron compañero de los dioses, ya que le enviaban a los enfermos para que los curara. Y, en efecto, como si su visita a los árabes, a los magos y a los indios lo hubiera convertido en un ser milagroso y divino, nuestro autor, ahora que lo ha llevado de regreso a casa, se lanza directamente a una larga descripción de sus milagros.

Sin embargo, se podría argumentar con justicia que si hubiera sido de naturaleza más adivina que meramente humana, entonces mucho antes, y no sólo ahora, después de haber entrado en relación con otros maestros, debería haber comenzado su carrera de hacedor de milagros; y era superfluo que se tomara tantas molestias para adquirir el conocimiento multifacético de los árabes, de los magos y de los indios, si realmente era lo que la suposición inicial hecha por Filóstrato supone que había sido.

Pero, según este autor amante de la verdad, ahora lo tenemos de nuevo dispuesto a mostrar la sabiduría que ha adquirido de tan grandes maestros; y como recién llegado de Arabia y equipado con la ciencia de los augurios en boga entre los habitantes de ese país, comienza por interpretar a los presentes lo que quería y pretendía el gorrión cuando convocó a sus compañeros a la cena. Luego tiene un presentimiento de la peste en Éfeso y advierte a los ciudadanos de lo que se avecina. Y él mismo nos presenta en su Apología a Domiciano la explicación de este presentimiento. Pues cuando este último le preguntó cuál era su predicción, respondió: "Como, mi príncipe, sigo una dieta muy ligera, fui el primero en sentir el peligro".

Más tarde relata un tercer milagro suyo, que no fue nada menos que el de haber evitado la peste. Aunque el autor ha tenido cuidado de no incluir esta historia en los cargos finales presentados contra Apolonio, probablemente porque le era imposible refutar una acusación fundada en ella con cualquier defensa que pudiera ofrecer, no obstante, si nos lo permitís, publicaremos la historia y le daremos plena publicidad, porque al hacerlo así, no sería necesario seguir criticándola. Porque si alguien alberga alguna duda sobre el asunto, la misma manera en que se cuenta la historia lo convencerá de que en este caso todo fue fraude y simulación, y que si alguna vez hubo algo que olió a brujería, esto fue así. Pues pretende que la peste se vio en la forma de un hombre anciano, un mendigo y vestido con harapos; quien, cuando Apolonio ordenó a la multitud que lo apedreara, comenzó a lanzar fuego por los ojos, pero luego, cuando fue abrumado por las piedras que le arrojaron, apareció como un perro aplastado y vomitando espuma, como hacen los perros rabiosos. Y escribe que Apolonio también mencionó este episodio en la defensa que dirigió al autócrata Domiciano, de la siguiente manera: "Pues la forma de la plaga (que se parecía a un mendigo anciano) fue vista por mí y cuando la vi la vencí, no deteniendo el curso de la enfermedad, sino destruyéndola por completo".

Me pregunto quién, después de leer esto, no se reiría de corazón ante el prodigio de este taumaturgo. Porque aprendemos que la naturaleza de la plaga era una criatura viviente y como tal expuesta a la vista de los espectadores y a la lluvia de piedras que le arrojaban, y que era aplastada por los hombres y vomitaba espuma, cuando todo el tiempo una plaga no es nada en el mundo más que una corrupción y vicio de la atmósfera, cambiando el aire circundante a un estado mórbido compuesto de exhalaciones nocivas y malignas, como nos enseña la teoría médica. Y también por otras razones, esta historia de la plaga fantasma puede ser refutada; pues la historia nos dice que sólo afectó a la ciudad de Éfeso, y no visitó a las poblaciones vecinas; y ¿cómo podría no haber sido así, si la atmósfera circundante se había viciado? porque la infección no podría haberse confinado a un solo lugar, ni haber afectado solo al aire de Éfeso.

XXIV

El cuarto prodigio que narra es cómo el alma de Aquiles apareció junto a su sepulcro, vestida la primera vez con una túnica y de cinco codos de altura, y luego creciendo hasta alcanzar los doce codos de estatura, y acusando a los tesalios de no seguir ofreciéndole según la costumbre los ritos funerarios debidos, y además alimentando aún la ira contra los troyanos por las injusticias que le habían cometido, y ordenando a Apolonio que le hiciera preguntas sobre cinco temas, sobre los que él mismo quisiera saber y sobre los que las Parcas le permitieran saber. Luego nos enteramos de que el omnisciente, que se jactaba de su presciencia de los acontecimientos futuros, ignoraba todavía si Aquiles había sido enterrado y si las Musas y las Nereidas le habían concedido sus cantos fúnebres.

En consecuencia, interrogó a Aquiles sobre estos asuntos y le preguntó con gran insistencia si Políxena había sido asesinada sobre su tumba y si Helena había llegado realmente a Troya; preguntas, sin duda, de la mayor gravedad y que, además de ser en sí mismas de gran importancia, incitarían a otros a llevar una vida filosófica como la del héroe. Entonces se preguntó si entre los helenos había habido tantos héroes a la vez y si Palamedes había llegado alguna vez a Troya. ¿Será una vergüenza en extremo que un compañero de los dioses, visibles o invisibles, supiera tan poco de tales asuntos como para tener que hacer preguntas una y otra vez sobre ellos? A menos que, en efecto, como en esta escena se lo presenta como asociado con los muertos, el autor intencionalmente dé un giro frío a sus preguntas para evitar la sospecha de que se hubiera metido irreligiosamente en los secretos de la magia.

En efecto, podemos observar que lo representa argumentando en su Apología que no había ningún matiz de nigromancia en la forma en que el espectro se le apareció, y dice: "Porque sin cavar ninguna trinchera como Odiseo, y sin tentar las almas de los muertos con la sangre de corderos, logré conversar con Aquiles, simplemente usando las oraciones que los indios declaran que debemos usar al dirigirnos a los héroes". Así es como Apolonio ahora se jacta ante su compañero, aunque nuestro autor testifica que no había aprendido nada de los indios ni se sentía atraído por su sabiduría.

XXV

¿Por qué, pues, suponiendo que no se tratara de una curiosidad diabólica, no permitió a Damis, a quien, como usted reconoce, fue su único y genuino compañero, participar en esta maravillosa visión y entrevista? ¿Y por qué, además, no pudo hacer todo esto durante el día, en lugar de hacerlo en plena noche y solo? ¿Por qué, además, el simple canto de los gallos ahuyentó el alma del héroe? Pues dice: "Desapareció con un suave relámpago, pues en realidad los gallos ya empezaban a cantar".

No puedo dejar de pensar que los demonios malignos habrían encontrado un momento así más oportuno y apropiado para sus entrevistas diabólicas que el alma de un héroe que, una vez liberada de la materia crasa del cuerpo, necesariamente debe ser buena e inmaculada. En cualquier caso, el demonio conjurado en esta ocasión se representa como de disposición maligna y envidiosa, a la vez rencorosa y de humor mezquino. ¿De qué otra manera se podría caracterizar a aquel que expulsó a Antístenes, un pobre muchacho tan serio que se esforzaba por convertirse en discípulo del filósofo Apolonio? Pues Aquiles insiste en que no lo iniciara en su filosofía, y añade la razón: "Porque es demasiado descendiente de Príamo, y la alabanza de Héctor nunca sale de su boca".

¿Y cómo podría ser sino rencoroso y mezquino, si estaba enojado con los tesalios por no haberle ofrecido sacrificios, y aún así se negaba a reconciliarse con los troyanos, porque miles de años antes habían pecado contra él, y eso a pesar de que estos últimos continuamente le ofrecían sacrificios y derramaban libaciones? La única excepción es que ordenó a Apolonio que restaurara la tumba de Palamedes, que junto con su estatua estaba en ruinas.

XXVI

Los milagros quinto y sexto de este libro no necesitan de mucha argumentación ni discusión, pues demuestran con creces la fácil credulidad de nuestro autor. En efecto, Apolonio, como dicen, expulsa a un demonio con la ayuda de otro. El primero de los demonios es expulsado de un joven incorregible, mientras que el segundo se disfraza adoptando la forma de una mujer; y a esta última nuestro ingenioso autor no la llama con otros nombres que los de Empusa y Lamia.

En cuanto a la doncella a la que se dice que más tarde volvió a la vida en Roma después de su muerte, la historia le pareció al propio Filóstrato extremadamente increíble, y podemos rechazarla con seguridad. De todos modos, vacila y duda si, después de todo, no pudo haber quedado una chispa de vida en la muchacha sin que sus asistentes se dieran cuenta. Pues dice que, según se dice, "estaba lloviendo en ese momento y un vapor exhaló del rostro de la muchacha".

En cualquier caso, si semejante milagro se hubiera realizado realmente en Roma, no habría escapado a la atención del emperador, primero, y de sus magistrados subordinados después, y menos aún del filósofo Éufrates, que en aquel momento se encontraba en el país y se encontraba de paso en Roma, y que, según nos enteramos más adelante, lanzó contra Apolonio la acusación de ser nada más que un mago. Si realmente hubiera ocurrido, también habría sido incluido por el acusador entre los otros cargos que se le formularon.

Pues bien, estos y no otros son los logros más particulares y especiales de Apolonio, aunque hay una miríada de otros casos en los que sus adivinaciones y profecías se atribuyen a su don de presciencia; y sabemos que en Atenas, cuando quiso ser iniciado en los misterios de Eleusis, el sacerdote no lo admitió y declaró que nunca iniciaría a un mago ni abriría los misterios de Eleusis a un hombre adicto a ritos impuros.

También oímos hablar de un individuo lascivo que iba mendigando por Roma, ensayando las canciones de Nerón con su lira para ganarse la vida; y se nos dice que este, el más filosófico de los maestros, por miedo a Nerón, ordenó a sus compañeros que le dieran limosna en reconocimiento a sus inteligentes logros.

XXVII

Tal es el contenido del cuarto libro, y en el quinto libro de su historia, después de algunas observaciones sobre su don de presciencia, nuestro autor queda tan perdido en la admiración que añade la siguiente observación, que repito textualmente. "De lo que he dicho se desprende claramente que Apolonio podía hacer tales predicciones por algún impulso divino y que no es una conclusión sensata suponer, como hacen algunos, que era un mago.

Pero consideremos los siguientes hechos: los magos, a quienes, por mi parte, considero los más desdichados de la humanidad, pretenden alterar el curso del destino, ya sea atormentando a los fantasmas que encuentran, ya sea por medio de sacrificios bárbaros, o por medio de ciertos encantamientos o unciones. Pero el propio Apolonio se sometió a los decretos de los hados y predijo que debían suceder; y su conocimiento previo no se debía a la hechicería, sino que derivaba de lo que los dioses le revelaban. Y cuando entre los indios vio sus trípodes, sus camareros mudos y otros autómatas que, como he descrito, entraban en la habitación por su propia cuenta, no preguntó cómo se habían ideado ni quiso aprender. Sólo los elogió, pero no aspiró a imitarlos".

Un pasaje como el anterior muestra claramente a los famosos filósofos de la India desde el punto de vista de los magos. Obsérvese que, cuando habla de los magos, también los menciona y dice que sus maravillas eran, en efecto, ingeniosamente ideadas, pero que su héroe se mantenía cuidadosamente apartado de tales artimañas, con el argumento de que no eran morales.

Por lo tanto, si encontramos a Apolonio llamando dioses a estos indios y asociándose a sí mismo como su discípulo, no tenemos otra alternativa que incluirlo también bajo la imputación bajo la cual se encontraban sus maestros. Y, por eso, se le presenta diciendo lo siguiente entre los llamados sabios desnudos de los egipcios (cito sus propias palabras): "No creo que sea ilógico que me haya entregado a una filosofía tan elaborada, a una filosofía que, si se me permite utilizar una metáfora teatral, los indios montan, como se merece, sobre un mecanismo elevado y divino antes de sacarlo a escena. Y que tenía razón al admirarlos y que tengo razón al considerarlos sabios y bienaventurados, es hora de aprenderlo ahora". Y después de un momento dice: "Pues no sólo son dioses, sino que están adornados con todos los dones de la profetisa pitia". Y es presentado a Domiciano con estas palabras en sus labios: "¿Qué guerra tienes con Iarchas o con Fraotes, ambos indios, a quienes considero los únicos hombres que son realmente dioses y que merecen este apelativo?".

Hay otros pasajes en los que esta historia de Filóstrato reconoce a las personas mencionadas anteriormente como dioses y maestros del sabio, y admite que él aceptó anillos de ellos, pero ahora se olvida de todo y no ve que al difamar a los maestros, difama al discípulo.

XXVIII

Un poco más abajo, en el libro, hace aparecer en escena a un flautista y cuenta con detalle cómo Apolonio se explayó con gran seriedad en extensos ensayos sobre los diferentes modos de tocar la flauta, como si fuera la más importante y la más inteligente de las ciencias. Y cuenta cómo el emperador Vespasiano le ofreció oraciones como si fuera un dios, pues sabemos que Vespasiano dijo en tono de oración: "Hazme emperador", a lo que Apolonio respondió: "Yo te he hecho así".

¿Qué otra cosa puede hacer alguien sino aborrecer esta expresión por su jactancia, tan cercana a la locura, que alguien que fue piloto de un barco en Egipto se jacte de ser ya un dios y creador de reyes? Pues el propio Apolonio nos ha informado poco antes, en el curso de su conversación con el indio, que su alma había sido la de un piloto.

XXIX

Cuando el mismo emperador le pide que le indique a los filósofos que más aprueba como consejeros y consejeros de su política, Apolonio responde con estas palabras: "Estos caballeros aquí son también buenos consejeros en tales asuntos", y señala a Dión y a Éufrates, porque aún no se había quejado con este último. Y además, dijo: "Mi soberano, Éufrates y Dión son conocidos por ti desde hace mucho tiempo y están a tu puerta, y se preocupan mucho por tu bienestar. Convocalos también a tu conferencia, porque ambos son sabios". A lo que Vespasiano respondió: "Abro mis puertas de par en par a los sabios".

¿Qué podemos pensar de la presciencia de nuestro héroe? En esta ocasión Éufrates es a la vez bueno y sabio, porque aún no se ha quejado con él; Pero cuando lo haya logrado (y pronto lo logrará), fíjate en cómo el mismo personaje escribe al emperador Domiciano: "Si quieres saber cuánto puede alcanzar un filósofo adulando a los poderosos, no tienes más que fijarte en el caso del Éufrates. ¿Por qué hablo de riquezas procedentes de esa fuente? Pues, si tiene fuentes perfectas de riqueza, ya en los bancos discute los precios como lo haría un comerciante o un buhonero, un recaudador de impuestos o un cambista de bajo nivel; pues todas estas funciones le corresponden si hay algo que comprar o vender. Y se aferra como una lapa a las puertas de los poderosos, y lo ves de pie ante ellas con más frecuencia que cualquier portero; de hecho, a menudo es atrapado por los porteros, como lo harían los perros codiciosos. Pero nunca ha dado un céntimo a un filósofo, sino que guarda todas sus riquezas dentro de su casa; sólo mantiene a este egipcio con el dinero de otras personas y afila su lengua contra mí, cuando "Debo cortarlo. Pero dejaré a Éufrates para ti, porque si no apruebas a los aduladores, encontrarás al tipo peor de lo que yo lo represento". Sin duda, quien primero da testimonio ante Vespasiano, el padre, de que Éufrates es un hombre sabio y bueno, y luego lo critica de esta manera ante su hijo, está abiertamente acusado de elogiar y censurar a la misma persona. ¿Es que este hombre, que estaba dotado de conocimiento del futuro, no sabía cuál era el carácter de Éufrates ni lo que iba a ser? Porque no es la primera vez, pero ya en el caso del propio Vespasiano se inclina a acusarlo de ser el peor de los personajes.

¿Cómo es entonces que recomendó a tal persona al soberano con tanto entusiasmo, que a consecuencia de su recomendación este último le abrió de par en par las puertas de su palacio? ¿Por qué no es claro para un ciego, como dicen, que en materia de conocimiento previo el individuo es difamado por su propio historiador? Aunque por otros motivos podría ser considerado un hombre honesto, si pudiéramos suponer que originalmente, y antes de que aprendiera por experiencia, Apolonio quiso entrar en palacio con la misma libertad para sus amigos, incluido Éufrates, que para él mismo, pero después, a causa de su disputa, se vio obligado a utilizar ese lenguaje con respecto a él.

No tengo intención de acusar a Apolonio de haber inculpado falsamente a Éufrates, que fue el filósofo más distinguido de todos los hombres de su época, hasta el punto de que sus elogios todavía están en boca de los estudiantes de filosofía. No hay duda de que cualquiera que estuviera dispuesto a hacerlo podría tomar esto como un ejemplo de calumnia y difamación y usarlo contra Apolonio. Porque si Éufrates es realmente, según ellos, un líder en toda la filosofía, podemos acusar a su rival de censura, cuando lo ataca por su conducta monstruosa, y suponer que este último adquirió su mala reputación porque fue atacado por él por seguir (ésa era la acusación) una vida tan poco satisfactoria para un filósofo.

XXX

En el sexto libro, nuestro narrador retoma su relato de milagros, pues lleva a su héroe, junto con sus compañeros, a lomos de un camello para ver a los que él llama los filósofos desnudos de Egipto. Aquí, pues, por orden de uno de estos sabios, se nos dice que un olmo le habló a Apolonio con una voz articulada pero femenina, y esto es lo que el Amante de la Verdad espera que creamos.

Más tarde, cuenta una historia de pigmeos que viven al otro lado de su país y de devoradores de hombres y de hombres con pies de sombra y de un sátiro al que Apolonio emborrachó. Estos sabios llevan a Apolonio de nuevo a Hellas, donde renueva sus entrevistas y sus profecías a Tito. Luego oímos hablar de un joven que fue mordido por un perro rabioso. Es rescatado de su aflicción por Apolonio, quien inmediatamente procede a adivinar de quién era el alma que el perro tenía dentro; y nos enteramos que era de Amasis, un antiguo rey de Egipto, pues la humanidad del sabio se extendía a los perros.

XXXI

Éstos son, pues, los hechos que precedieron a su acusación, y conviene que observemos a lo largo del tratado que, aun admitiendo que el autor dice la verdad en sus historias de milagros, sin embargo demuestra claramente que fueron realizados por Apolonio con la cooperación de un demonio. Porque su presentimiento de la peste, aunque no parezca mágico ni sobrenatural si lo debió, como él mismo dijo, a la ligereza y pureza de su dieta, bien podría haber sido una premonición que le fue comunicada en el trato con un demonio. Pues aunque las otras historias de que había captado y predicho el futuro en virtud de su presciencia pueden ser refutadas por mil argumentos que el propio texto de Filóstrato proporciona, sin embargo, si aceptamos que esta historia particular es verdadera, yo diría con certeza que su aprehensión del futuro se debió de todos modos en algunos casos, aunque no en todos, a alguna extraña artimaña de un demonio que era su familiar.

Esto se demuestra claramente por el hecho de que no conservó su don de presciencia uniformemente y en todos los casos, sino que en la mayoría de los casos cometió errores y tuvo que investigar por ignorancia, algo que no habría necesitado hacer si hubiera estado dotado de poder y virtud divinos. Y el cese de la plaga, según el giro particular que se dio al drama, ya se ha demostrado que fue un engaño y nada más.

Además, el alma de Aquiles no debería haber estado rondando su propio monumento, abandonando las Islas de los Bienaventurados y los lugares de reposo, como probablemente diría la gente. En este caso también fue sin duda un demonio el que se le apareció a Apolonio y en cuya presencia se encontró. Por otra parte, el joven licencioso era claramente víctima de un demonio que habitaba en él; y tanto éste como la Empusa y la Lamia, que se dice que habían gastado sus locas travesuras a Menipo, probablemente fueron expulsados por él con la ayuda de un demonio más importante.

Lo mismo se puede decir del joven que había perdido la razón por culpa del perro rabioso, y el perro rabioso también recuperó la razón por el mismo método. Por tanto, como ya he dicho, hay que considerar toda la serie de milagros realizados por él como obra de los demonios, pues la reanimación de la muchacha debe quedar desprovista de todo carácter milagroso si realmente estuvo viva todo el tiempo y todavía llevaba en sí una chispa vital, como dice el autor, y si un vapor se elevaba sobre su rostro. Porque es imposible, como ya he dicho, que semejante milagro se haya pasado por alto en la propia Roma si se produjo cuando el soberano estaba cerca.

XXXII

Hay otros mil ejemplos que podemos escoger de los mismos libros, en los que la narración se refuta a sí misma por sus mismas incongruencias, lo que nos permite descubrir su carácter mítico y milagroso.

Al mismo tiempo, no es necesario dedicar demasiada atención y estudio a la carrera de este caballero, ya que aquellos de nuestros contemporáneos entre quienes sobrevive su recuerdo están tan lejos de clasificarlo entre los seres divinos, extraordinarios y maravillosos, que ni siquiera lo incluyen entre los filósofos. Siendo así, contentémonos con las observaciones que hemos hecho y procedamos a considerar el séptimo libro de su historia.

XXXIII

Aquí, pues, lo encontramos acusado categóricamente de ser un mago. A continuación, encontramos al filósofo Demetrio tratando de disuadirlo de ir a Roma, y Apolonio rechaza su consejo con palabras que están llenas de vulgar descaro y elogios exagerados de sí mismo. Son las siguientes: "Conozco la mayoría de los asuntos humanos, ya que lo sé todo; al mismo tiempo reservo mi conocimiento en parte para los hombres buenos, en parte para los sabios, en parte para mí mismo, en parte para los dioses". Sin embargo, el hombre que con estas palabras se jacta de su omnisciencia, antes de ir mucho más lejos, es acusado por el propio texto de ignorancia en ciertas materias.

A continuación, Apolonio disfraza a Damis, ya que este último oculta el hecho de que es un filósofo porque teme a la muerte. Escuchemos, pues, las palabras con las que nuestro autor se disculpa por él: "Ésta fue la razón por la que Damis se quitó el vestido pitagórico. Pues dice que no fue la cobardía lo que le llevó a hacer el cambio, ni el arrepentimiento de haberlo llevado, sino que lo hizo porque el recurso se recomendaba por sí mismo como lo sugería la conveniencia del momento".

XXXIV

Después de esto, Filóstrato expone cuatro cargos de la acusación de los que cree que será fácil para su héroe defenderse, y confiesa que los ha recopilado de entre muchos otros. El primero era: ¿Qué lo indujo a vestir un vestido diferente al de los demás?; el segundo: ¿Por qué los hombres lo estimaron un dios?; el tercero: ¿Cómo había logrado predecir la plaga a los efesios?; y por último: ¿En nombre de quién había ido a cierto campo y había descuartizado al niño de Arcadia?

Para responder a esto, alega que Apolonio había escrito una apología. Pero primero cuenta cómo fue arrojado a la cárcel y el milagro que realizó allí. Pues se sabe que Damis estaba muy abatido por las desgracias que imaginaba que habían caído sobre su maestro, por lo que Apolonio le mostró su pierna liberada sin esfuerzo de la cadena. Luego, después de aliviar así el dolor de su seguidor, volvió a poner su pie en su estado y hábito anteriores.

Después de esto fue llevado a juicio ante el emperador Domiciano, y leemos que fue absuelto de los cargos, y que después de ser absuelto así, con curiosa inoportunidad, según me parece, gritó en el tribunal exactamente lo siguiente: "Dadme también, si queréis, una oportunidad para hablar; pero si no, entonces mandad a alguien que se lleve mi cuerpo, porque mi alma no podéis llevaros. Ni siquiera podéis llevaros mi cuerpo, porque no me mataréis, ya que os digo que no soy mortal". Y luego, después de esta famosa declaración, se nos dice que desapareció del tribunal, y ésta es la conclusión de todo el drama.

XXXV

En lo que se refiere al milagro en la prisión, que parece ser una ilusión impuesta a los ojos de Damis por el demonio familiar, nuestro autor añade la siguiente observación: "Damis dice que fue entonces por primera vez que comprendió verdaderamente la naturaleza de Apolonio, es decir, que era divina y sobrehumana; pues sin ofrecer ningún sacrificio (¿y cómo, en efecto, en prisión podría haber ofrecido uno?) y sin una sola oración, sin siquiera una palabra, se rió tranquilamente de los grilletes, y luego insertando su pierna en ellos de nuevo, se comportó como cualquier otro prisionero".

Yo sería el último en acusar a su alumno de ser un hombre tonto, porque, después de haber estado con él toda su vida y haberlo visto obrar milagros por medio de ciertos agentes misteriosos, no lo consideró de ninguna manera superior al resto de los hombres mortales. Mas ahora, después de tal exhibición de energía taumatúrgica como la anterior, todavía ignora su verdadero carácter. Y considerándolo como un simple hombre, se llena de ansiedad (como bien podría ser en ese caso) y de temor por él, de que alguna aflicción le sobrevenga contra su propia voluntad. Pero si en verdad fue por primera vez, después de haber pasado tanto tiempo con él, que se dio cuenta de que era realmente divino y superior al resto de la raza humana, entonces nos corresponde examinar la razón que nuestro autor alega para que lo hiciera, con estas palabras: "Pues sin ningún sacrificio, y sin una sola oración, y sin pronunciar una sola palabra misteriosa", vio que había realizado este milagro.

Se sigue que las hazañas anteriores del individuo se llevaron a cabo con la ayuda de algún truco misterioso y es por eso que, como dice, Damis no se asombró de estas cosas ni se llenó de asombro por ellas. Naturalmente, entonces experimentó por primera vez estos sentimientos, porque sintió que su maestro había realizado algo que era completamente inusual y contrario a sus acciones habituales. En cuanto a las cadenas fantasmas que se le mostraron a Damis y a su salida de los tribunales, citaré las palabras que el propio Apolonio dirige a Domiciano. Pues cuando el monarca ordenó que lo encadenaran, Apolonio, con perfecta coherencia, argumentó lo siguiente: "Si me creéis mago, ¿cómo me atáis? Y si me atáis, ¿cómo podéis decir que soy mago?".

Seguramente se puede invertir este argumento y usarlo contra él de la siguiente manera, ateniéndose a sus propias premisas: si no eres mago, ¿cómo se liberó tu pierna de las cadenas? Y si se liberó, ¿cómo no eres mago? Y si, porque se somete a las cadenas, no es mago, entonces si no se somete a ellas, es mago por su propia admisión. Y si, porque se sometió a ser llevado a juicio, no era un mago, sin embargo se reveló claramente como tal cuando huyó y eludió la corte y el séquito del emperador. Me refiero, por supuesto, a la guardia personal que lo rodeaba. Creo que nuestro autor es consciente de ello y trata de disimularlo cuando pretende que este milagro se realizó sin sacrificio ni conjuro alguno, por algún poder inefable y sobrehumano.

XXXVI

Además, no tenemos que ir muy lejos antes de que se nos proporcione una nueva prueba de su carácter; pues de pronto se presenta un mensajero y dice: "Oh Apolonio, el emperador te libera de estas cadenas y te permite residir en la cárcel donde los prisioneros no están atados"; con lo cual Apolonio, que es superior a la humanidad y tiene conocimiento previo de lo que viene, y según el poeta "tiene entendimiento con los mudos y oye al que no habla". Está tan contento, como era de esperar, con la noticia, que de repente abandona su don de presciencia y pregunta directamente: "¿Quién me sacará de este lugar?", y el mensajero le responde: "Yo mismo, así que sígueme".

XXXVII

A continuación, este hombre tan divino compone con el mayor cuidado una arenga en defensa de sí mismo, sin saber que, después de todo, su redacción resultaría ser un mero desperdicio de esfuerzo. Pues imagina que el Emperador escuchará su defensa de su caso y, en base a esa suposición, organiza su apología siguiendo líneas extremadamente plausibles; pero éste, al negarse a esperar, hace que todo su esfuerzo sea inútil e innecesario. Quisiera pedirles que escuchen lo siguiente, pues lo que dice es una refutación de sí mismo: "Pero como había compuesto un discurso que tenía la intención de pronunciar en defensa de sí mismo por medio del reloj, sólo el tirano lo limitó a las preguntas que he enumerado, he decidido publicar también este discurso".

Observad, pues, cuán completamente equivocado estaba este ser tan divino en cuanto al futuro, si se tomó tanto trabajo y cuidado para adaptar la extensión de su apología al tiempo que le permitía el reloj de agua.

XXXVIII

No debemos dejar de mencionar la defensa que compuso tan vanamente, pues contiene, entre muchos ejemplos de la arrogancia con que se dirigió a Domiciano, la siguiente frase: "Como Vespasiano os hizo emperador, así yo le hice a él". ¡Dios mío, qué fanfarronería! Ninguna persona común, ni ningún filósofo verdadero, por encima del resto de la humanidad, podría permitirse semejante grandilocuencia sin exponerse a los ojos de los hombres sensatos a la acusación de estar loco. Además, para tratar de librarse de la sospecha que pesaba sobre él, utiliza las siguientes palabras sobre los magos y hechiceros: "Pero yo llamo a los magos hombres de falsa sabiduría, porque en ellos lo irreal se hace real y lo real se vuelve increíble".

De todo el tratado y de los episodios particulares que en él se relatan se desprende si debemos clasificarlo entre los hombres teólogos y filósofos o entre los magos. Basta con observar lo que él mismo ha dicho sobre los magos y los falsos sabios, junto con lo que se publica en su propia historia. En efecto, cuando los robles y los olmos hablan con voz articulada y femenina, y los trípodes se mueven por sí solos, y los camareros de cobre sirven la mesa, y las jarras se llenan de lluvia y de viento, y el agua de sándara y todas las demás cosas por el estilo se introducen entre aquellos a quienes él consideraba dioses y también no dudó en llamar sus maestros, ¿de quiénes son características todas estas cosas, excepto de personas que pueden mostrar "lo irreal como real y lo real como increíble"?

Al llamar él mismo a estos últimos magos, demuestra que son personas cuya sabiduría es falsa. ¿Es, entonces, en virtud de estas cosas que este hombre divino, dotado de todas las virtudes y amado de los dioses, debe ceñirse la frente con el premio de la sabiduría y ser considerado verdaderamente más divino que Pitágoras y sus sucesores, y considerado mucho más bendito que él? ¿No debería más bien ser considerado culpable de falsa sabiduría y llevarse el primer premio para los miserables?

XXXIX

En el mismo libro se nos dice que había razonado en Jonia sobre el poder de las Parcas, y había enseñado que los hilos que tejen son tan inmutables que, si decretan un reino a otro que ya pertenece a alguien, entonces, incluso si ese otro fuera asesinado por el poseedor por temor a que alguna vez se lo arrebatara, este último aún sería resucitado de entre los muertos y viviría de nuevo en cumplimiento de los decretos de las parcas; y continúa con estas mismas palabras: "El que está destinado a convertirse en carpintero, lo será, aunque le hayan cortado las manos; y el que ha sido predestinado a llevarse el premio por correr en los juegos olímpicos, nunca dejará de ganar, aunque se rompa una pierna; y el hombre a quien las parcas han decretado que será un arquero eminente, no errará el tiro, aunque pierda la vista". Y luego, para adular al soberano, añade lo siguiente: "Al citar ejemplos de la realeza, me he referido, lo confieso, a los acrisios y a la casa de Layo, a Astiages, el medo, y a muchos otros monarcas que creían tener bien establecido su poder, y de los cuales algunos se suponía que habían matado a sus propios hijos y otros a sus descendientes, pero que fueron privados por ellos de sus tronos, cuando crecieron y salieron contra ellos de la oscuridad según el destino.

Pues bien, si me inclinara a la adulación, habría dicho que tenía en mi mente tu propia historia, cuando fuiste sitiado por Vitelio y el templo de Júpiter fue quemado en la cima de la colina que domina la ciudad. Vitelio declaró que su propia fortuna estaba asegurada, siempre que no escaparas de él, aunque en ese momento eras un muchacho, y no el hombre que eres ahora. Y sin embargo, como los hados habían decretado otra cosa, pereció con todos sus consejos, mientras que ahora estás en posesión de él.

En este pasaje, un tratado escrito aparentemente en interés de la verdad describe a un hombre que era a la vez adulador y mentiroso, y cualquier cosa menos filósofo; pues después de haber invectivado tan amargamente en la ocasión anterior contra Domiciano, ahora lo adula, como un hombre generoso, y pretende que las doctrinas que discutió en Jonia sobre los hados y la necesidad, lejos de dirigirse contra él, más bien hablaban a su favor.

Toma, pues, tu historia, mi autor, y, recobrando la sobriedad después de tu ataque de ebriedad, lee en voz alta y en tono amante de la verdad los pasajes que escribiste en una ocasión anterior, sin ocultar nada; lee cómo cuando estaba en Éfeso hizo lo mejor que pudo "para alejar a sus amigos de Domiciano, y los animó a abrazar la causa de la seguridad de todos, y como se le ocurrió que el trato con ellos por carta era peligroso para ellos, tomaba a uno y luego a otro de sus propios compañeros más discretos aparte y les decía: Tengo un asunto secreto muy importante que confiarles, por lo que deben ir a Roma a tal y tal personas, y conversar con ellos". Y de cómo "pronunció un discurso sobre el tema de los Hados y la Necesidad y argumentó que ni siquiera los tiranos pueden vencer los decretos de los hados". Y cómo, dirigiendo la atención de su auditorio hacia una estatua de bronce de Domiciano que se encontraba junto a la de Meles, dijo: "Necio, ¡cuánto te equivocas en tus opiniones sobre la necesidad y los hados! Pues, aunque mataras al hombre que está destinado a ser déspota después de ti, él volverá a la vida".

El hombre que, después de haber usado semejantes palabras, procede a adular al tirano y pretende cínicamente que nada de eso iba dirigido contra él, ¿cómo podemos juzgarlo como alguien que no es capaz de toda villanía y mezquindad? A menos que supongamos que los autores que nos han transmitido estos detalles sobre él eran mentirosos que querían acusar a su héroe y no verdaderos historiadores. Pero en ese caso, ¿qué pasa, para usar el lenguaje del Amante de la Verdad, con aquellos que "eran historiadores a la vez sumamente educados y respetuosos de la verdad, a saber, Damis el filósofo que incluso vivió con el hombre en cuestión y Filóstrato el ateniense"? Pues éstos son los autores que exponen estos hechos ante nosotros, y ellos están claramente convencidos, a la luz de la verdad, ya que así se contradicen, de ser fanfarrones vaporosos y nada más, convencidos, por sus inconsistencias, de ser mentirosos absolutos, hombres faltos de educación y charlatanes.

XL

La historia continúa contándonos que después de todo esto, Apolonio, liberado de la corte, decidió descender a la cueva de Trofonio en Lebadea; pero la gente de allí no le permitió hacerlo, porque también lo consideraban un mago. Seguramente es legítimo que nos quedemos perplejos, cuando uno compara lo que uno lee al principio del libro de Filóstrato, me refiero al pasaje donde confiesa que está perplejo de que la gente haya considerado a su héroe como un mago, y expresa su sorpresa por la circunstancia, observando además que "aunque Empédocles, Pitágoras y Demócrito se habían asociado con los mismos magos sin rebajarse nunca al arte mágico, y Platón había derivado mucho de los sacerdotes y profetas de Egipto, y había mezclado sus ideas con sus propios discursos, sin que nadie lo considerara nunca un mago, sin embargo, los hombres hasta ahora no habían reconocido a su héroe como alguien inspirado por la sabiduría más pura, sino que hacía mucho tiempo que lo habían considerado un mago y todavía lo hacían, porque se había asociado con los magos de Babilonia y los brahmanes de la India, y los sabios desnudos de Egipto".

¿Qué otra respuesta podemos darle, sino ésta? Mi querido amigo, ¿qué hizo tu héroe en este aspecto, para que sólo él haya sido considerado, tanto hace mucho tiempo como ahora, como un mago, en contraste con estos grandes hombres, quienes, aunque, como tú admites, habían probado los mismos maestros que él, sin embargo fueron eminentes tanto en la época en que se criaron, como también legaron a la posteridad en su filosofía un don de tal excelencia que sus alabanzas aún se cantan? ¿Es posible tal contraste, a menos que lo sorprendieran hombres de buen sentido entrometiéndose en cosas que eran ilegales?

Todavía hay entre nuestros contemporáneos quienes dicen haber encontrado representaciones supersticiosas dedicadas al nombre de este hombre, aunque admito que no tengo deseo de prestarles atención. Sin embargo, en cuanto a su muerte, aunque Filóstrato sigue en su libro los relatos de escritores anteriores, declara que no sabe nada de la verdad.

En efecto, dice que en Éfeso se decía que Apolonio había muerto allí, mientras que otros decían que había muerto en Lindus después de haber entrado en el templo de Atenea, y otros en Creta; y, después de haber puesto tantas dudas sobre la manera en que murió, se inclina a creer que fue al cielo con todo y cuerpo. Dice que, después de haber entrado en el templo, las puertas se cerraron y se oyó un extraño himno de doncellas que salía del edificio, y las palabras de su canto eran: "Venid, venid, al cielo, venid". Pero dice que nunca había encontrado ningún sepulcro o «cenotafio» de su héroe, aunque había visitado la mayor parte de toda la tierra; pero lo que quiere que creamos es que su héroe nunca encontró la muerte en absoluto, pues en una ocasión anterior, cuando estaba investigando la forma en que murió, añadió la condición: "Si murió". Pero en un pasaje posterior declara con tantas palabras que fue al cielo. Por eso confiesa, no menos en el exordio de su libro que en todo el mismo, que, por ser como era, atraía a la filosofía de una manera más divina que Pitágoras y Empédocles.

XLI

Aunque con lo dicho se llega al límite de nuestro discurso, quisiera, si me lo permitís, plantear algunos puntos en relación con las parcas y el destino, para averiguar qué fin persigue su obra, que en toda su argumentación se propone destruir nuestra responsabilidad y sustituirla por la necesidad, el destino y las parcas. De este modo refutaremos definitivamente y por completo los principios profesados por el autor y demostraremos su falsedad.

Si, pues, según las opiniones de la verdadera filosofía, toda alma es inmortal, pues lo que se mueve perpetuamente es inmortal, mientras que lo que mueve a otra y es movido por otras, al admitir la cesación de su propio movimiento, admite la cesación de la vida; y si la responsabilidad depende de la elección personal y Dios no es responsable, entonces ¿qué razón hay para concluir que la naturaleza, que está siempre en movimiento, actúa contra su voluntad y no más bien de acuerdo con su propia elección y decisión? Porque de lo contrario se parecería a un cuerpo sin vida movido por algún agente externo, y sería como una marioneta movida por cuerdas de aquí para allá.

La naturaleza, que siempre se mueve por sí misma, no haría nada por iniciativa propia ni por movimiento, ni podría atribuirse a sí misma la responsabilidad de sus acciones. En tal caso, si razonara sobre la verdad, no sería digna de alabanza, ni tampoco sería censurable, por estar llena de vicios y maldad.

¿Por qué, pues, buen amigo, insultas y criticas a Eufrates, si no es por iniciativa propia, sino por la fuerza del destino, que se dedicó a ganar, como pretendes, y descuidó el ideal filosófico? ¿Y por qué insultas a los magos, llamándolos falsos sofistas, si son arrastrados por los hados, como crees, a su miserable vida? ¿Y por qué mantienes en tu vocabulario la palabra vicio, cuando condenas injustamente a cualquier hombre malvado, ya que es por necesidad que cumple su destino?

Y además, ¿con qué principio te inscribes solemnemente como discípulo del maravilloso maestro Pitágoras, y te empeñas en alabar a quien, ¿Por qué, en lugar de ser un amante de la filosofía, fue un simple juguete en manos de las parcas? Y en cuanto a Fraotes y Yarcas, los filósofos de la India, ¿qué han hecho para ganarte la reputación de dioses, a menos que la gloria que adquirieron por su cultura y virtud fuera suya? Y del mismo modo con respecto a Nerón y Domiciano, ¿por qué no cargas sobre las parcas y sobre la necesidad la responsabilidad de su insolencia desenfrenada y los absuelves de toda responsabilidad y culpa?

Pero si, como dices, un hombre que está destinado a ser corredor, arquero o carpintero no puede evitar serlo, seguramente también si ha sido destinado a un hombre ser mago, y esa es su naturaleza, ¿por qué, pues, vagas por ahí predicando las virtudes a quienes no son capaces de reformarse? ¿Por qué censuras a los monstruos que son, no por elección propia, sino por predestinación? ¿Y por qué, si el destino decretó que tú mismo, siendo de naturaleza divina, superaras la gloria de los reyes, visitaste escuelas de maestros y filósofos y te preocupaste por los árabes, los magos de Babilonia y los sabios de la India? En cualquier caso, sin duda, incluso sin que mantuvieras relaciones con ellos, los decretos de los hados tenían que cumplirse en tu caso.

¿Por qué, en vano, ofrecéis a los dioses vuestros panes de miel y vuestro incienso, y, con el manto de la religión, animáis a vuestros compañeros a que sean diligentes en sus oraciones? ¿Y qué pedís vosotros en vuestras oraciones a los dioses, puesto que admitís que también ellos están sujetos al destino? Más bien, deberíais acabar con todos los demás dioses y ofrecer sacrificios sólo a la necesidad y a las parcas, y rendir homenaje más al destino que al propio Zeus. En ese caso, sin duda, no os quedarían dioses, y con razón, puesto que ni siquiera son capaces de ayudar a los hombres.

Además, si el destino hubiera dispuesto que los habitantes de Éfeso sufrieran la peste, ¿por qué habéis aprobado lo contrario y habéis intentado así frustrar el destino? ¿Por qué os habéis atrevido a trascender el destino y, por así decirlo, a alzar un trofeo sobre él? Y también en el caso de la doncella resucitada, el hilo de Cloto había llegado a su límite, y siendo así, ¿por qué tú, cuando ella estaba muerta, ataste un hilo nuevo en el huso, presentándote tú mismo en el papel de salvador de su vida?

Pero tal vez digas que las Parcas te llevaron a seguir esos caminos. Pero no puedes decir que lo hicieron por respeto a tus méritos; lejos de eso, ya que antes de llegar a este cuerpo tuyo, tú mismo eras, según tus propias palabras, un hombre de mar que pasó su vida sobre las olas, y eso por necesidad, porque ni siquiera esto podría haber sido de otra manera.

No hay, pues, nada de notable en tu primer nacimiento, ni en tu educación, ni en tu educación en el círculo de las artes, ni en tu sabia autodisciplina en la flor de tu vida, ni en tu formación en filosofía; porque, después de todo, fue alguna necesidad de las parcas la que te llevó a Babilonia, y fuiste como impulsado a relacionarte con los sabios de la India; y no fue tu propia voluntad y elección, ni tampoco un amor a la filosofía, sino el destino lo que te llevó en su soga a los sabios desnudos de los egipcios, a Gadeira y a las columnas de Hércules. Y ella fue quien te obligó a vagar por los océanos oriental y occidental, y con sus husos te hizo girar sin rumbo fijo.

Si alguien admite, como debe hacerlo, que su dote de sabiduría se debió a estas causas, entonces fue el destino el responsable de ellas; y ya no debemos contar a tu héroe entre los amantes del conocimiento, ni podemos, con ninguna pretensión de razón, admirar una filosofía que no fue proporcionada intencionalmente, sino por necesidad, para él. Y tendremos que colocar en un mismo nivel, según él, al mismo Pitágoras con cualquier esclavo pretencioso y abyecto, y al mismo Sócrates, quien murió por la filosofía con aquellos que lo acusaron y clamaron por su muerte. Diógenes, también, con el joven dorado de Atenas.

En resumen, el hombre más sabio no se diferenciará del más imprudente, ni el más injusto del más justo, ni el más abandonado del más templado, ni el peor de los cobardes del más grande de los héroes; porque se ha demostrado que todos ellos son juguetes del destino y de las parcas.

XLII

Sin embargo, el heraldo de la verdad alzará su voz contra tales argumentos y dirá: Oh, hombres, raza mortal y perecedera, ¿adónde vais a la deriva, después de haber bebido el cáliz puro de la ignorancia? Acabemos de una vez, despertad y sed sobrios; y, alzando los ojos de vuestra inteligencia, contemplad el rostro augusto de la verdad. No es lícito que la verdad esté en conflicto y contradicción consigo misma; ni que de dos opuestos pronunciados exista más que un mismo fundamento y causa.

El universo está ordenado por las leyes divinas de la providencia de Dios que controla todas las cosas, y la naturaleza peculiar del alma del hombre lo hace dueño de sí mismo y juez, gobernante y señor de sí mismo; y le enseña mediante las leyes de la naturaleza y los principios de la filosofía que, de las cosas que existen, algunas están bajo nuestro propio control, pero otras no; y bajo nuestro control está todo lo que llega a existir de acuerdo con nuestra voluntad, elección y acción, y estos son naturalmente libres, sin impedimentos ni trabas. Pero las cosas que no dependen de nosotros son débiles y serviles, restringidas y ajenas a nosotros; por ejemplo, nuestros procesos corporales y los objetos externos, que son inertes y carentes de razón, y en su modo de existir son totalmente ajenos a la naturaleza propia de una criatura viviente racional.

En cuanto a las cosas que dependen de nosotros, cada uno de nosotros posee en la propia voluntad impulsos alternativos de virtud y vicio; y aunque el principio que controla y gobierna el universo ejecuta sus rondas en directa conformidad con la naturaleza, al mismo tiempo está siempre acompañado por una justicia que castiga las infracciones de la ley divina; pero por los motivos que nos llevan a actuar, la responsabilidad no recae en el destino ni en la suerte ni en la necesidad, sino en aquel que hace la elección, y Dios no es culpable.

Si alguien es tan temerario como para controvertir el hecho de nuestra responsabilidad, que sea debidamente denunciado y que declare abiertamente que es ateo, ya que no reconoce ni la providencia ni a Dios ni nada más que los hados y la necesidad. Que enumere con la cabeza descubierta las consecuencias de estas doctrinas, que deje de llamar sabio o necio, justo o injusto, virtuoso o vicioso o charlatán a nadie; que niegue que haya en nuestra humanidad algo divino, que haya filosofía, educación, en una palabra, arte de cualquier tipo o ciencia; que no llame a nadie bueno o malo por naturaleza, sino que admita que todo lo que sea gira en un remolino de necesidad por los husos de las parcas. Que tal persona sea registrada como ateo e impío en el tribunal de los piadosos y de los filósofos.

Si alguien, bajo el manto de otras opiniones, se propone mantener ideas sobre la providencia y los dioses, sin embargo, además de estos, defiende la causa del destino y la hado, sosteniendo así opiniones contrarias y opuestas, que se le incluya entre los insensatos y se le condene a pagar el castigo de su locura. Así es. Pero si después de esto todavía quedan quienes están dispuestos a registrar el nombre de este hombre en las escuelas de los filósofos, se dirá que, incluso si logran limpiarlo de la inmundicia arrojada por otros, incluso si logran desenredarlo de las propiedades de mezquindad en las que el autor de este libro lo ha puesto en escena, no pondremos ninguna objeción a que lo hagan.

Al mismo tiempo, si alguien se atreve a sobrepasar los límites de la verdad y trata de deificarlo como ningún otro filósofo ha sido deificado, en el mejor de los casos, aunque sin darse cuenta, le estará restregando la acusación de brujo, porque esta obra de sofistería pretenciosa sólo puede servir, en mi opinión, para condenarlo y exponerlo a los ojos de todos los hombres sensatos a esta terrible acusación.