JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Dios Hijo

I

Atended ahora con cuidado, hermanos, las cosas que os voy a decir, porque hoy el salmo leído nos lleva a pelear contra los herejes. Y esto, no precisamente porque ellos estén en pie y nosotros vayamos a derribarlos, sino para que a ellos, que yacen por tierra, los levantemos. En efecto, la naturaleza de nuestra guerra no da muerte a los vivos, sino que da vida a los muertos, mediante la mansedumbre y con abundante benignidad. Yo no los combato con hechos, sino con palabras; no combato al hereje sino su herejía; no aborrezco al hombre, sino que odio únicamente el error, y me esfuerzo por apartar al hombre de él. No tengo guerra contra la sustancia humana, que es obra de Dios, sino que quiero corregir la mente que corrompió el demonio.

II

El médico que cura al enfermo no ataca al cuerpo, sino que procura quitar del cuerpo lo enfermo. Así yo, aunque hago la guerra a los herejes, no peleo contra los hombres, sino que quiero echar fuera el error y limpiar la podredumbre. Acostumbrado estoy a padecer persecución, no a perseguir; a ser afligido y no a afligir. Así es como vencía Cristo, no crucificando sino crucificado; no abofeteando, sino abofeteado. Como él dijo, "si he hablado mal, señálame el mal, pero si he hablado bien ¿por qué me hieres?". De esta forma, el Señor de todo el orbe de la tierra se justifica ante el siervo del pontífice, cuando había sido golpeado en la boca. Esta era la boca que ordenó a Lázaro, cuatro días de muerto, que saliera de entre los muertos. Era la boca que frenó al mar, y a su sonido huían los males, y las enfermedades eran curadas, y los pecados quedaban perdonados. Este es el milagro del Crucificado, que pudiendo haber lanzado rayos, y sacudido la tierra, y dejado seca la mano del siervo, nada de eso hizo, sino que venció por su benignidad, y nos dio ejemplo para que nunca nos irritemos mortalmente contra los humanos.

III

Aunque seamos crucificados y recibamos bofetadas, por tanto, digamos únicamente lo que nuestro Señor: "Si he hablado mal, dime en qué, pero si he hablado bien ¿por qué me hieres?". Observa su mansedumbre y cómo reivindica lo que toca a sus siervos, al tiempo que calla lo que a él atañe. Hubo en otro tiempo un profeta que amonestaba a un rey porque procedía con impiedad, y acercándosele, le dijo: "¡Altar, altar, oye!". El rey Jeroboán estaba ofreciendo un sacrificio a los ídolos, y el profeta se le acercó y habló con el altar. ¿Qué es, oh profeta, lo que haces? ¿Dejas a un lado al hombre y hablas con el altar? Así es, contesta él, a forma de decir: Como el hombre se ha hecho más insensato y necio que una piedra, por eso lo dejo yo a un lado y hablo con la piedra. Nos dio así ejemplo el profeta de cómo la piedra oye, y el hombre no.

IV

"Oye, altar, oye", dijo el profeta, y repentinamente el altar se hizo pedazos. Y como quisiera el rey coger al profeta y castigarlo, extendió la mano y no pudo retraerla de nuevo. ¿Ves, pues, cómo sí oyó el altar, y el rey no oyó? ¿Ves cómo, dejando a un lado al que estaba dotado de razón, habló al que no participaba de la razón, para corregir mediante la obediencia de éste la necedad y malicia de aquél? El altar se quebrantó, pero la malicia del rey no se quebrantó. Y nota lo que luego sucedió: Extendió su mano el rey para coger al profeta, y al punto su mano quedó árida. Es decir, como el castigo impuesto al altar no mejoró el rey, se le enseñó a obedecer a Dios mediante un castigo personal. Yo, perdonando las personas, quise volver mi ira contra las piedras, mas como la lección de la piedra no las ha curado, ahora recibo su propio castigo. Con todo, la mano quedó convertida en trofeo del profeta, y el rey no podía retraerla.

V

¿Dónde estaba la diadema de ese rey? ¿Dónde las vestes de púrpura? ¿Dónde la loriga, dónde los escudos, dónde los ejércitos, dónde las lanzas? Lo ordenó Dios, y todas esas cosas quedaron inútiles. En torno suyo estaban los sátrapas, pero Dios los volvió en simples espectadores. El rey extendió el rey su mano, y su mano se secó. Cuando quedó árida fue cuando produjo fruto. Y si no, oh hereje, atiende a lo que sucedió en el árbol del paraíso, y lo que aconteció en el árbol de la cruz. Aquel árbol, estando verde, produjo la muerte; mientras que el árbol de la cruz, aunque estaba árido, produjo la vida. Así aconteció con la mano del rey. Cuando estaba verde y sana engendró impiedad, y cuando quedó seca produjo obediencia. Observa cuan admirables son las obras de Dios.

VI

Cuando era herido Cristo con bofetadas, no hacía mal alguno al que lo hería. En cambio, cuando el siervo iba a sufrir una injuria, entonces castigó al rey. Esto ha sido así para enseñarte a vindicar, oh hereje, las cosas que a Dios pertenecen y dejar a un lado las que a ti atañen, como si dijera: Así como yo hago a un lado lo que me pertenece, y en cambio vengo lo tuyo, así tú reivindica lo mío y haz a un lado lo tuyo. Poned todos atención, porque donde hay ocasión de discutir, ahí es necesario que los oyentes estén con los oídos atentos. Advertid con diligencia de qué manera ato y de qué manera desato los errores de los adversarios; de qué manera lucho y de qué manera causo las heridas. Si a los que están en el teatro sentados, mientras dos luchan, y estiran sus miembros, y alargan los ojos, y se inclinan para contemplar y observar certámenes que causan vergüenza absoluta, sería deshonroso imitar, mucho más conviene que nosotros prestemos oídos atentos para escuchar las Sagradas Escrituras.

VII

Si alabas al atleta, ¿por qué no te haces atleta? Y si es vergonzoso ser atleta ¿por qué imitas las alabanzas que otros les hacen? Los combates que aquí se presentan no son de ese género, sino igualmente útiles a todos, ya sea a los que hablan o a los que escuchan. Yo lucho contra los herejes para que se conviertan en atletas, y para que no sólo con el canto de los salmos, sino también con nuestras conversaciones, repriman sus lenguas. ¿Qué dice, a esto, el profeta? Esto mismo: "Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz he rogado a Dios". Llámame aquí a un hereje, ya sea que esté por aquí presente o que no lo esté. Si lo está, para que sea enseñado por nuestra lengua; si no lo está, para que de vosotros, que me habéis oído, lo aprenda.

VIII

Yo no persigo a nadie, sino que lo acojo para que sufra persecución no de mí sino de su conciencia. Así es como podrá cumplirse la Escritura que dice: "Huye el impío sin que nadie le persiga". Madre de sus hijos es la Iglesia, que a ellos los recibe y a los extraños también abre sus senos. Teatro común era el arca de Noé, pero la Iglesia lo es mejor, porque el arca recibía a los brutos animales, y brutos los conservaba; en cambio, ésta brutos los recibe y luego los transforma. Por ejemplo, si entrare aquí una zorra (es decir, un hereje), yo tendría que convertirlo en oveja; y si entra un lobo, lo tendría que hacer cordero, en cuanto esté de mi parte. Si él no quiere, eso no es culpa mía sino suya. De hecho, Cristo tuvo doce discípulos, y uno de ellos se convirtió en traidor, y no por culpa de Cristo sino del ánimo viciado de Judas. También Elíseo tuvo un discípulo avaro, pero no por necedad de su maestro sino por negligencia del discípulo.

IX

Yo lanzo mi semilla. Si eres tierra fecunda que recibe la simiente, darás fruto; si eres piedra estéril, eso no es culpa mía. Yo no cesaré de repetirte las sentencias espirituales y de curar tus llagas, oh hereje, para no tener que escuchar en el día del juicio: "Siervo malo, debiste entregar mis haberes a los banqueros". Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz he rogado a Dios. ¿Qué dices, oh hereje? ¿De quién dice esto el profeta, y a quién llama Señor y Dios? Porque se trata de una misma persona. No advierten los herejes que, adulterando por su daño las Escrituras, y buscando constantemente argumentos contra su propia salvación, a sí mismos se precipitan en el abismo de la perdición. En efecto, al Hijo de Dios ni quien lo alaba lo hace más ilustre, ni lo daña quien lo persigue con blasfemias e injurias. Su naturaleza incorpórea no necesita de alabanzas humanas. Así como el que llama espléndido al sol no le añade luz, ni quien lo llama tenebroso le quita nada de su sustancia, sino que únicamente profiere una sentencia parcial de su propia ceguera, así quien al Hijo de Dios no lo llama Hijo sino criatura da un argumento de su propia necedad, y quien reconoce su sustancia manifiesta su propia cordura. Ni éste le añade beneficios, ni aquél lo daña en algo, sino que éste lucha por su salvación y aquél contra su salvación. Como decía, los herejes adulteran las Escrituras, pasan en silencio lo que quieren, rastrean buscando algún pasaje que les parezca favorecer, y así apoyan su enfermedad. La culpa no la tienen las Escrituras, sino que está en la maldad de ellos. También la miel es dulce, y sin embargo el que está enfermo la encuentra amarga, y eso no es culpa de la miel sino de la enfermedad. Del mismo modo, quienes están poseídos de locura no distinguen las cosas que ven, y esto no es culpa de las cosas sino vicio de la mente del loco. Dios creó el cielo para que admiremos la obra y adoremos al artífice. Los gentiles llamaron dios a la obra y no al Hacedor, pero esto no es culpa de la obra, sino de la maldad de ellos. Así como al ímprobo nadie le ayuda, así el probo se ayuda a sí mismo.

X

El traidor Judas no fue ayudado por Cristo, pues ¿qué hay más malvado que el demonio? Por su parte, Job fue coronado por el demonio. ¿Cómo puede ser esto, hermanos? Por esto mismo: porque ni a Judas le ayudó Cristo (porque Judas era un malvado), ni a Job le dañó el demonio (porque Job era bueno). Digo todo esto para que nadie acuse a las Sagradas Escrituras, sino a la mente que interpreta no recta sino malamente lo que ellas dicen. Los herejes, mientras intentan demostrar que el Hijo es menor que el Padre, andan dando vueltas en busca de nombres extraños cuidadosamente. Y así, en cuanto a las palabras Dios y Señor, dicen que Dios designa al Padre y Señor al Hijo, y así hacen división en los nombres. La palabra Dios la atribuyen al Padre y la palabra Señor al Hijo, como si fueran ellos los que distribuyeran la divinidad y dividen las herencias divinas.

XI

La Escritura ¿llama Señor al Hijo? ¿Eso dices, oh hereje? ¿Acaso no has oído este salmo que a una misma persona habla y dice: "Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz he suplicado a Dios"? De manera que a uno mismo llama Señor y Dios. ¿Qué escoges? ¿Qué Dios sea el Padre o el Hijo? Me dirás que estos dos nombres son propios del Padre. Entonces, sin duda, el Hijo es Dios, y el Padre es Señor. ¿Por qué divides los nombres, y en una expresión lo añades y en la otra lo separas? Y si no, escucha a Pablo diciendo: "Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, del que se ha originado todo. Y un solo Señor Jesucristo, por el cual se ha hecho todo". ¿Acaso ha llamado Dios al Hijo? Sí, pues lo ha llamado Señor. Además, yo pregunto: ¿Por qué ha de ser más glorioso el término Dios que el término Señor, o por qué lo ha de ser menos el de Señor que el de Dios?

XII

Atiende con toda diligencia, oh hereje. Si acaso yo demuestro que ambos nombres son una misma cosa, ¿te convencerás? Tú dices que el término Dios es mayor y el término Señor es menor. Pues bien, oye al profeta que dice: "Éste es el Señor que fabricó el cielo, este es el Dios que creó la tierra". Dice Señor hablando del cielo y dice Dios hablando de la tierra, de manera que designó con el término Señor y con el término Dios a una misma persona. Y además, añade: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Señor". Dos veces lo llama Señor y una Dios; y primeramente Señor y después Dios, y luego de nuevo lo llama Señor. Si este segundo nombre es inferior, y aquel otro es superior, cierto es que no habría usado el profeta el nombre inferior y lo habría puesto en primer lugar, sobre todo para designar aquella sustancia mayor y más excelente. Por el contrario, hubiera puesto primero el término superior, y con ella se habría contentado, y no habría añadido la otra inferior.

XIII

¿Entiendes lo que se acabo de decir, oh hereje? Voy a repetirlo, porque no es ésta una reunión para lucirse, sino para enseñar y compungirse, y no para salir de ella sin armas sino armados. Oh hereje, ¿afirmas que el término Dios es mayor, y que es menor el término Señor? Pues bien, si no te convence lo que ya te ha dicho el profeta ("el Señor que fabricó el cielo, el Dios que hizo la tierra"), atiende a Moisés que te dice: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Señor". Seguramente me dirás: ¿Cómo puede ser único si son dos los nombres, uno de una sustancia mayor y otro de una menor? ¡Evidentemente! Una misma sustancia no puede ser mayor y menor que ella misma, sino que es igual a sí misma e indivisa. El Señor Dios tuyo es Señor único.

XIV

Observa cómo te demuestro ahora yo, oh hereje, que el término Señor equivale y es el mismo que el término Dios. Si el término Señor es inferior, y el término Dios es mayor, ¿cuál de ellos es, entonces, el que le más conviene? ¿El de Señor, que es menor, o el de Dios, que es mayor? Si acaso él te preguntara cuál es mi nombre, ¿qué le responderías? ¿Le rechazarías alguno de sus términos y cualidades? Pues bien, aquí está la respuesta, en boca del profeta: "Para que sepan que tu nombre es Señor". ¿Acaso dijo Dios? Y si el término Dios es mayor ¿por qué el profeta no dijo: Conozcan que tu nombre es Dios? Si lo propio y peculiar suyo fuese el término Dios, y no el de Señor, ¿por qué dice "conozcan que tu nombre es Señor"? ¿Es que le quiere restar majestad y dignidad? ¿Y por qué no le da aquel otro tan grande y sublime, según tú el único digno de su sustancia? Para que conozcas que el término Señor no es pequeño ni inferior, sino que tiene la misma fuerza que el otro, escucha lo que sigue diciendo el profeta: "Para que conozcan que tu nombre es Señor, el Altísimo sobre toda la tierra". No arguyas de nuevo, por tanto, que el término Dios es mayor y que el término Señor es menor. 

XV

Querido hereje, si yo te demuestro que el Hijo ha sido llamado con ese nombre mayor (el de Dios), ¿qué dirás? ¿Darás por terminada la discusión? ¿Dejarás de combatir? ¿Reconocerás dónde está tu salvación? ¿Te despojarás de tu locura? ¿Entiendes lo que te digo? Porque los herejes atribuyen al Hijo el término Señor, y el de Dios al Padre como a mayor. Si yo te demuestro que el Hijo es llamado con el término Dios, ¿darás por acabada la lucha? Si te venzo con tus propias armas, ¿te darás ya por vencido?

XVI

Dijiste que el término Dios es mayor y que el término Señor es menor. Pues quiero demostrarte que el término menor no convendría al Padre si el Padre fuera mayor; y que el término mayor no convendría al Hijo si el Hijo fuera menor. Oye al profeta que dice: "Este es nuestro Dios. No se estimará otro delante de él". Por lo visto, el profeta ha encontrado la vía de todo conocimiento, y tras de esto "fue visto en la tierra y conversó con los hombres". ¿Qué dices a esto? ¿Contradices estas palabras? Eso no te es posible, porque la verdad permanece y lanza un resplandor que ofusca los ojos de los herejes, aunque se nieguen a creerla.

XVII

Queridos feligreses, aunque nos reunamos una o dos veces por semana, no conviene que seáis perezosos. Cuando salgáis de este recinto, alguno os preguntará: ¿De qué habló el predicador? Contestadle esto: Habló contra los herejes. ¿Y qué fue lo que dijo? Si vosotros no lo recordáis, eso os servirá de ignominia. Si se lo podéis decir, con eso a lo mejor lo punzáis. ¿Y eso? Porque puede que sea un hereje. Si es hereje, con eso lo corregirás. Si no es hereje, pero sí algún amigo negligente, con eso lo acuciarás. Si es alguna mujer desenvuelta, con eso la volverás temperante, porque también a este tipo de mujeres debemos saber darles razón de su fe. Como dice Pablo, que "las mujeres callen en la Iglesia", y como digo yo, si alguna desean saber, que le pregunte a su marido en el hogar.

XVIII

Si entras en tu casa, y tu mujer te pregunta ¿qué me trajiste de la iglesia?, respóndele: No carne, ni vino, ni oro, ni ornatos para tu cuerpo, sino palabras con que el alma se vuelve más prudente y sabia. Cuando llegues a tu mujer, sírvele una mesa espiritual. Y sobre todo dile, antes que todo, y mientras está fresca la memoria: Gocemos de las cosas espirituales, y después gozaremos de la otra mesa de los sentidos. Si así disponemos nuestros negocios, Dios estará en medio de nosotros, tanto para bendecir nuestra mesa como para ceñirnos la corona. Demos, pues, gracias por todo esto al mismo Padre Dios.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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