JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Dios Hijo

HOMILÍA 1

I

Atended ahora con cuidado, hermanos, las cosas que os voy a decir, porque hoy el salmo leído nos lleva a pelear contra los herejes. Y esto, no precisamente porque ellos estén en pie y nosotros vayamos a derribarlos, sino para que a ellos, que yacen por tierra, los levantemos. En efecto, la naturaleza de nuestra guerra no da muerte a los vivos, sino que da vida a los muertos, mediante la mansedumbre y con abundante benignidad. Yo no los combato con hechos, sino con palabras; no combato al hereje sino su herejía; no aborrezco al hombre, sino que odio únicamente el error, y me esfuerzo por apartar al hombre de él. No tengo guerra contra la sustancia humana, que es obra de Dios, sino que quiero corregir la mente que corrompió el demonio.

II

El médico que cura al enfermo no ataca al cuerpo, sino que procura quitar del cuerpo lo enfermo. Así yo, aunque hago la guerra a los herejes, no peleo contra los hombres, sino que quiero echar fuera el error y limpiar la podredumbre. Acostumbrado estoy a padecer persecución, no a perseguir; a ser afligido y no a afligir. Así es como vencía Cristo, no crucificando sino crucificado; no abofeteando, sino abofeteado. Como él dijo, "si he hablado mal, señálame el mal, pero si he hablado bien ¿por qué me hieres?". De esta forma, el Señor de todo el orbe de la tierra se justifica ante el siervo del pontífice, cuando había sido golpeado en la boca. Esta era la boca que ordenó a Lázaro, cuatro días de muerto, que saliera de entre los muertos. Era la boca que frenó al mar, y a su sonido huían los males, y las enfermedades eran curadas, y los pecados quedaban perdonados. Este es el milagro del Crucificado, que pudiendo haber lanzado rayos, y sacudido la tierra, y dejado seca la mano del siervo, nada de eso hizo, sino que venció por su benignidad, y nos dio ejemplo para que nunca nos irritemos mortalmente contra los humanos.

III

Aunque seamos crucificados y recibamos bofetadas, por tanto, digamos únicamente lo que nuestro Señor: "Si he hablado mal, dime en qué, pero si he hablado bien ¿por qué me hieres?". Observa su mansedumbre y cómo reivindica lo que toca a sus siervos, al tiempo que calla lo que a él atañe. Hubo en otro tiempo un profeta que amonestaba a un rey porque procedía con impiedad, y acercándosele, le dijo: "¡Altar, altar, oye!". El rey Jeroboán estaba ofreciendo un sacrificio a los ídolos, y el profeta se le acercó y habló con el altar. ¿Qué es, oh profeta, lo que haces? ¿Dejas a un lado al hombre y hablas con el altar? Así es, contesta él, a forma de decir: Como el hombre se ha hecho más insensato y necio que una piedra, por eso lo dejo yo a un lado y hablo con la piedra. Nos dio así ejemplo el profeta de cómo la piedra oye, y el hombre no.

IV

"Oye, altar, oye", dijo el profeta, y repentinamente el altar se hizo pedazos. Y como quisiera el rey coger al profeta y castigarlo, extendió la mano y no pudo retraerla de nuevo. ¿Ves, pues, cómo sí oyó el altar, y el rey no oyó? ¿Ves cómo, dejando a un lado al que estaba dotado de razón, habló al que no participaba de la razón, para corregir mediante la obediencia de éste la necedad y malicia de aquél? El altar se quebrantó, pero la malicia del rey no se quebrantó. Y nota lo que luego sucedió: Extendió su mano el rey para coger al profeta, y al punto su mano quedó árida. Es decir, como el castigo impuesto al altar no mejoró el rey, se le enseñó a obedecer a Dios mediante un castigo personal. Yo, perdonando las personas, quise volver mi ira contra las piedras, mas como la lección de la piedra no las ha curado, ahora recibo su propio castigo. Con todo, la mano quedó convertida en trofeo del profeta, y el rey no podía retraerla.

V

¿Dónde estaba la diadema de ese rey? ¿Dónde las vestes de púrpura? ¿Dónde la loriga, dónde los escudos, dónde los ejércitos, dónde las lanzas? Lo ordenó Dios, y todas esas cosas quedaron inútiles. En torno suyo estaban los sátrapas, pero Dios los volvió en simples espectadores. El rey extendió el rey su mano, y su mano se secó. Cuando quedó árida fue cuando produjo fruto. Y si no, oh hereje, atiende a lo que sucedió en el árbol del paraíso, y lo que aconteció en el árbol de la cruz. Aquel árbol, estando verde, produjo la muerte; mientras que el árbol de la cruz, aunque estaba árido, produjo la vida. Así aconteció con la mano del rey. Cuando estaba verde y sana engendró impiedad, y cuando quedó seca produjo obediencia. Observa cuan admirables son las obras de Dios.

VI

Cuando era herido Cristo con bofetadas, no hacía mal alguno al que lo hería. En cambio, cuando el siervo iba a sufrir una injuria, entonces castigó al rey. Esto ha sido así para enseñarte a vindicar, oh hereje, las cosas que a Dios pertenecen y dejar a un lado las que a ti atañen, como si dijera: Así como yo hago a un lado lo que me pertenece, y en cambio vengo lo tuyo, así tú reivindica lo mío y haz a un lado lo tuyo. Poned todos atención, porque donde hay ocasión de discutir, ahí es necesario que los oyentes estén con los oídos atentos. Advertid con diligencia de qué manera ato y de qué manera desato los errores de los adversarios; de qué manera lucho y de qué manera causo las heridas. Si a los que están en el teatro sentados, mientras dos luchan, y estiran sus miembros, y alargan los ojos, y se inclinan para contemplar y observar certámenes que causan vergüenza absoluta, sería deshonroso imitar, mucho más conviene que nosotros prestemos oídos atentos para escuchar las Sagradas Escrituras.

VII

Si alabas al atleta, ¿por qué no te haces atleta? Y si es vergonzoso ser atleta ¿por qué imitas las alabanzas que otros les hacen? Los combates que aquí se presentan no son de ese género, sino igualmente útiles a todos, ya sea a los que hablan o a los que escuchan. Yo lucho contra los herejes para que se conviertan en atletas, y para que no sólo con el canto de los salmos, sino también con nuestras conversaciones, repriman sus lenguas. ¿Qué dice, a esto, el profeta? Esto mismo: "Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz he rogado a Dios". Llámame aquí a un hereje, ya sea que esté por aquí presente o que no lo esté. Si lo está, para que sea enseñado por nuestra lengua; si no lo está, para que de vosotros, que me habéis oído, lo aprenda.

VIII

Yo no persigo a nadie, sino que lo acojo para que sufra persecución no de mí sino de su conciencia. Así es como podrá cumplirse la Escritura que dice: "Huye el impío sin que nadie le persiga". Madre de sus hijos es la Iglesia, que a ellos los recibe y a los extraños también abre sus senos. Teatro común era el arca de Noé, pero la Iglesia lo es mejor, porque el arca recibía a los brutos animales, y brutos los conservaba; en cambio, ésta brutos los recibe y luego los transforma. Por ejemplo, si entrare aquí una zorra (es decir, un hereje), yo tendría que convertirlo en oveja; y si entra un lobo, lo tendría que hacer cordero, en cuanto esté de mi parte. Si él no quiere, eso no es culpa mía sino suya. De hecho, Cristo tuvo doce discípulos, y uno de ellos se convirtió en traidor, y no por culpa de Cristo sino del ánimo viciado de Judas. También Elíseo tuvo un discípulo avaro, pero no por necedad de su maestro sino por negligencia del discípulo.

IX

Yo lanzo mi semilla. Si eres tierra fecunda que recibe la simiente, darás fruto; si eres piedra estéril, eso no es culpa mía. Yo no cesaré de repetirte las sentencias espirituales y de curar tus llagas, oh hereje, para no tener que escuchar en el día del juicio: "Siervo malo, debiste entregar mis haberes a los banqueros". Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz he rogado a Dios. ¿Qué dices, oh hereje? ¿De quién dice esto el profeta, y a quién llama Señor y Dios? Porque se trata de una misma persona. No advierten los herejes que, adulterando por su daño las Escrituras, y buscando constantemente argumentos contra su propia salvación, a sí mismos se precipitan en el abismo de la perdición. En efecto, al Hijo de Dios ni quien lo alaba lo hace más ilustre, ni lo daña quien lo persigue con blasfemias e injurias. Su naturaleza incorpórea no necesita de alabanzas humanas. Así como el que llama espléndido al sol no le añade luz, ni quien lo llama tenebroso le quita nada de su sustancia, sino que únicamente profiere una sentencia parcial de su propia ceguera, así quien al Hijo de Dios no lo llama Hijo sino criatura da un argumento de su propia necedad, y quien reconoce su sustancia manifiesta su propia cordura. Ni éste le añade beneficios, ni aquél lo daña en algo, sino que éste lucha por su salvación y aquél contra su salvación. Como decía, los herejes adulteran las Escrituras, pasan en silencio lo que quieren, rastrean buscando algún pasaje que les parezca favorecer, y así apoyan su enfermedad. La culpa no la tienen las Escrituras, sino que está en la maldad de ellos. También la miel es dulce, y sin embargo el que está enfermo la encuentra amarga, y eso no es culpa de la miel sino de la enfermedad. Del mismo modo, quienes están poseídos de locura no distinguen las cosas que ven, y esto no es culpa de las cosas sino vicio de la mente del loco. Dios creó el cielo para que admiremos la obra y adoremos al artífice. Los gentiles llamaron dios a la obra y no al Hacedor, pero esto no es culpa de la obra, sino de la maldad de ellos. Así como al ímprobo nadie le ayuda, así el probo se ayuda a sí mismo.

X

El traidor Judas no fue ayudado por Cristo, pues ¿qué hay más malvado que el demonio? Por su parte, Job fue coronado por el demonio. ¿Cómo puede ser esto, hermanos? Por esto mismo: porque ni a Judas le ayudó Cristo (porque Judas era un malvado), ni a Job le dañó el demonio (porque Job era bueno). Digo todo esto para que nadie acuse a las Sagradas Escrituras, sino a la mente que interpreta no recta sino malamente lo que ellas dicen. Los herejes, mientras intentan demostrar que el Hijo es menor que el Padre, andan dando vueltas en busca de nombres extraños cuidadosamente. Y así, en cuanto a las palabras Dios y Señor, dicen que Dios designa al Padre y Señor al Hijo, y así hacen división en los nombres. La palabra Dios la atribuyen al Padre y la palabra Señor al Hijo, como si fueran ellos los que distribuyeran la divinidad y dividen las herencias divinas.

XI

La Escritura ¿llama Señor al Hijo? ¿Eso dices, oh hereje? ¿Acaso no has oído este salmo que a una misma persona habla y dice: "Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz he suplicado a Dios"? De manera que a uno mismo llama Señor y Dios. ¿Qué escoges? ¿Qué Dios sea el Padre o el Hijo? Me dirás que estos dos nombres son propios del Padre. Entonces, sin duda, el Hijo es Dios, y el Padre es Señor. ¿Por qué divides los nombres, y en una expresión lo añades y en la otra lo separas? Y si no, escucha a Pablo diciendo: "Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, del que se ha originado todo. Y un solo Señor Jesucristo, por el cual se ha hecho todo". ¿Acaso ha llamado Dios al Hijo? Sí, pues lo ha llamado Señor. Además, yo pregunto: ¿Por qué ha de ser más glorioso el término Dios que el término Señor, o por qué lo ha de ser menos el de Señor que el de Dios?

XII

Atiende con toda diligencia, oh hereje. Si acaso yo demuestro que ambos nombres son una misma cosa, ¿te convencerás? Tú dices que el término Dios es mayor y el término Señor es menor. Pues bien, oye al profeta que dice: "Éste es el Señor que fabricó el cielo, este es el Dios que creó la tierra". Dice Señor hablando del cielo y dice Dios hablando de la tierra, de manera que designó con el término Señor y con el término Dios a una misma persona. Y además, añade: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Señor". Dos veces lo llama Señor y una Dios; y primeramente Señor y después Dios, y luego de nuevo lo llama Señor. Si este segundo nombre es inferior, y aquel otro es superior, cierto es que no habría usado el profeta el nombre inferior y lo habría puesto en primer lugar, sobre todo para designar aquella sustancia mayor y más excelente. Por el contrario, hubiera puesto primero el término superior, y con ella se habría contentado, y no habría añadido la otra inferior.

XIII

¿Entiendes lo que se acabo de decir, oh hereje? Voy a repetirlo, porque no es ésta una reunión para lucirse, sino para enseñar y compungirse, y no para salir de ella sin armas sino armados. Oh hereje, ¿afirmas que el término Dios es mayor, y que es menor el término Señor? Pues bien, si no te convence lo que ya te ha dicho el profeta ("el Señor que fabricó el cielo, el Dios que hizo la tierra"), atiende a Moisés que te dice: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Señor". Seguramente me dirás: ¿Cómo puede ser único si son dos los nombres, uno de una sustancia mayor y otro de una menor? ¡Evidentemente! Una misma sustancia no puede ser mayor y menor que ella misma, sino que es igual a sí misma e indivisa. El Señor Dios tuyo es Señor único.

XIV

Observa cómo te demuestro ahora yo, oh hereje, que el término Señor equivale y es el mismo que el término Dios. Si el término Señor es inferior, y el término Dios es mayor, ¿cuál de ellos es, entonces, el que le más conviene? ¿El de Señor, que es menor, o el de Dios, que es mayor? Si acaso él te preguntara cuál es mi nombre, ¿qué le responderías? ¿Le rechazarías alguno de sus términos y cualidades? Pues bien, aquí está la respuesta, en boca del profeta: "Para que sepan que tu nombre es Señor". ¿Acaso dijo Dios? Y si el término Dios es mayor ¿por qué el profeta no dijo: Conozcan que tu nombre es Dios? Si lo propio y peculiar suyo fuese el término Dios, y no el de Señor, ¿por qué dice "conozcan que tu nombre es Señor"? ¿Es que le quiere restar majestad y dignidad? ¿Y por qué no le da aquel otro tan grande y sublime, según tú el único digno de su sustancia? Para que conozcas que el término Señor no es pequeño ni inferior, sino que tiene la misma fuerza que el otro, escucha lo que sigue diciendo el profeta: "Para que conozcan que tu nombre es Señor, el Altísimo sobre toda la tierra". No arguyas de nuevo, por tanto, que el término Dios es mayor y que el término Señor es menor. 

XV

Querido hereje, si yo te demuestro que el Hijo ha sido llamado con ese nombre mayor (el de Dios), ¿qué dirás? ¿Darás por terminada la discusión? ¿Dejarás de combatir? ¿Reconocerás dónde está tu salvación? ¿Te despojarás de tu locura? ¿Entiendes lo que te digo? Porque los herejes atribuyen al Hijo el término Señor, y el de Dios al Padre como a mayor. Si yo te demuestro que el Hijo es llamado con el término Dios, ¿darás por acabada la lucha? Si te venzo con tus propias armas, ¿te darás ya por vencido?

XVI

Dijiste que el término Dios es mayor y que el término Señor es menor. Pues quiero demostrarte que el término menor no convendría al Padre si el Padre fuera mayor; y que el término mayor no convendría al Hijo si el Hijo fuera menor. Oye al profeta que dice: "Este es nuestro Dios. No se estimará otro delante de él". Por lo visto, el profeta ha encontrado la vía de todo conocimiento, y tras de esto "fue visto en la tierra y conversó con los hombres". ¿Qué dices a esto? ¿Contradices estas palabras? Eso no te es posible, porque la verdad permanece y lanza un resplandor que ofusca los ojos de los herejes, aunque se nieguen a creerla.

XVII

Queridos feligreses, aunque nos reunamos una o dos veces por semana, no conviene que seáis perezosos. Cuando salgáis de este recinto, alguno os preguntará: ¿De qué habló el predicador? Contestadle esto: Habló contra los herejes. ¿Y qué fue lo que dijo? Si vosotros no lo recordáis, eso os servirá de ignominia. Si se lo podéis decir, con eso a lo mejor lo punzáis. ¿Y eso? Porque puede que sea un hereje. Si es hereje, con eso lo corregirás. Si no es hereje, pero sí algún amigo negligente, con eso lo acuciarás. Si es alguna mujer desenvuelta, con eso la volverás temperante, porque también a este tipo de mujeres debemos saber darles razón de su fe. Como dice Pablo, que "las mujeres callen en la Iglesia", y como digo yo, si alguna desean saber, que le pregunte a su marido en el hogar.

XVIII

Si entras en tu casa, y tu mujer te pregunta ¿qué me trajiste de la iglesia?, respóndele: No carne, ni vino, ni oro, ni ornatos para tu cuerpo, sino palabras con que el alma se vuelve más prudente y sabia. Cuando llegues a tu mujer, sírvele una mesa espiritual. Y sobre todo dile, antes que todo, y mientras está fresca la memoria: Gocemos de las cosas espirituales, y después gozaremos de la otra mesa de los sentidos. Si así disponemos nuestros negocios, Dios estará en medio de nosotros, tanto para bendecir nuestra mesa como para ceñirnos la corona. Demos gracias por todo esto, por tanto, al mismo Padre Dios.

HOMILÍA 2

I

Hace poco infligí un golpe severo a quienes se aferran y desean abusar de los demás; lo hice no para herirlos, sino para corregirlos; no porque los odie, sino porque detesto su maldad . Pues así también el médico abre el absceso, no como un ataque al cuerpo doliente, sino como un medio para combatir la enfermedad y la herida. Hoy, concedámosles un pequeño respiro para que se recuperen de su aflicción y no rechacen el remedio estando perpetuamente afligidos. Los médicos también actúan así: después de usar el bisturí, aplican apósitos y medicamentos, y dejan pasar unos días mientras idean maneras de aliviar el dolor. Siguiendo su ejemplo, permitidme hoy, buscando maneras para que se beneficien de mi discurso, iniciar una pregunta sobre doctrina, dirigiendo mi discurso a las palabras que se han leído. Porque me imagino que muchos se sienten perplejos en cuanto a la razón por la cual Cristo pronunció estas palabras, y es probable también que algunos herejes que estén presentes puedan abalanzarse sobre las palabras y con ello molestar a muchos de los hermanos más ingenuos.

II

Para construir un muro contra su ataque, y aliviar la perplejidad y la confusión de quienes se encuentran en la perplejidad, tomaré en cuenta las palabras citadas, me detendré en el pasaje y profundizaré en su significado, pues leer no basta si no se le añade conocimiento. Así como el eunuco de Candaces leyó, pero hasta que llegó alguien que lo instruyó en el significado de lo que leía, no obtuvo gran beneficio. Para que no te encuentres en la misma situación, oh hereje, presta atención a lo que se dice, ejercita tu comprensión, deja que tu mente se despeje de otros pensamientos, que tu vista sea perspicaz, tu intención sincera: libera tu alma de las preocupaciones mundanas, para que no sembremos nuestras palabras en espinos, rocas o junto al camino, sino que cultivemos un campo profundo y fértil, y así recojamos una cosecha abundante. Si prestas atención a lo que se dice, harás mi trabajo más ligero y facilitarás el descubrimiento de lo que buscas.

III

¿Cuál es, entonces, el significado del pasaje "Padre, si es posible, que pase de mí esta copa"? ¿Qué significa el dicho? Porque debemos descifrar el pasaje dando primero una interpretación clara de las palabras. ¿Qué significa entonces el dicho "Padre, si es posible, quita la cruz"? ¿Ignoras si esto es posible, oh hereje? ¿Quién se atrevería a decir esto? Sin embargo, tus palabras son las de alguien que es ignorante. Por supuesto, la adición de la palabra si es indicativa de duda, y no de desconocimiento. No obstante, y como ya dije, no debemos atender sólo a las palabras, sino dirigir nuestra atención al sentido, y aprender el objetivo del hablante, y la causa y la ocasión, y al poner todas estas cosas juntas descifrar el significado oculto. Entonces, la sabiduría inefable, que "conoce al Padre así como el Padre conoce al Hijo", ¿cómo pudo haber ignorado esto? De ser así, su conocimiento sobre su pasión no era mayor que el conocimiento sobre su naturaleza esencial (que sólo él conocía con precisión). A este respecto, lo que dice Cristo es: "Como el Padre me conoce, así también yo conozco al Padre" (Jn 10,15). ¿Y por qué hablo del Hijo unigénito de Dios? Porque ni siquiera los profetas parecen ignorar este hecho, sino conocerlo con claridad y haber declarado de antemano con gran seguridad que así debía suceder, y que sin duda sucedería.

IV

Escuchad ahora cuán variadamente anuncian muchos la cruz de Cristo. El primero de todos fue el patriarca Jacob, cuando dirige su discurso a él y dice: "De un tierno retoño brotaste". Con el término retoño significa a la Virgen y la naturaleza inmaculada de María. Más adelante, indicando la cruz, dijo: "Te acostaste y dormiste como un león, y ¿quién te levantará?". Aquí llamó a la muerte un dormitar, y con la muerte combinó la resurrección cuando dijo: "¿Quién lo levantará?". Nadie en verdad excepto él mismo, por lo cual también Cristo dijo: "Tengo poder para dar mi vida, y tengo poder para volverla a tomar" (Jn 10,18), y: "Destruiré este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn 2,19). ¿Qué significa, por tanto, la expresión "te acostaste y dormiste como un león"? Así como el león es terrible no sólo cuando está despierto, sino también cuando duerme, así también lo es Cristo, y no sólo antes de la cruz sino también en la cruz misma y en el mismo momento de la muerte. De hecho, en ese preciso momento obró grandes milagros, haciendo retroceder la luz del sol, hendiendo las rocas, sacudiendo la tierra, rasgando el velo, alarmando a la esposa de Pilato y condenando a Judas por pecado. En efecto, el propio Judas dijo: "He pecado al entregar sangre inocente" (Mt 27,4), y la esposa de Pilato declaró a éste: "No tengas nada que ver con ese justo, porque he padecido mucho en sueños por causa de él" (Mt 27,19). Las tinieblas tomaron posesión de la tierra, y la noche apareció al mediodía, entonces la muerte fue reducida a nada, y su tiranía fue destruida: muchos cuerpos al menos de los santos que dormían se levantaron. El patriarca Jacob, al anunciar estas cosas de antemano y demostrar que, incluso crucificado, Cristo sería terrible, dijo: "Te acostaste y dormiste como un león". No dijo "te acostarás", sino "te acostaste", porque ciertamente sucedería. Es costumbre de los profetas en muchos lugares predecir lo que vendrá como si ya hubiera pasado. Pues, así como es imposible que lo que ha sucedido no haya sucedido, también es imposible que esto no suceda, aunque sea futuro. Por esta razón, predicen lo que vendrá bajo la apariencia de un tiempo pasado, indicando así la imposibilidad de su fracaso, la certeza de su cumplimiento. Así también habló el profeta, refiriéndose a la cruz: "Me traspasaron las manos y los pies". No dijo "me traspasarán", sino "me traspasaron y contaron todos mis huesos". Y no sólo dice esto, sino que también describe lo que hicieron los soldados: "Repartieron mis vestidos, y sobre mi túnica echaron suertes". Y no sólo esto, sino que también relata que le dieron hiel de comer y vinagre de beber, cuando dijo: "Me dieron hiel por comida, y por mi sed me dieron vinagre de beber". Y otro profeta dice que lo hirieron con una lanza, porque "mirarán a Aquel a quien traspasaron" (Zac 12,10). Isaías, de otra manera, al predecir la cruz, dijo que "fue llevado como oveja al matadero, y como cordero mudo ante su trasquilador, sin abrir la boca" (Is 53,7-8).

V

Observad ahora, os lo ruego, cómo cada uno de estos escritores habla como si se refiriera a cosas ya pasadas, indicando con este tiempo verbal la absoluta e inevitable certeza del evento. Así también David, al describir este tribunal, dijo: "¿Por qué se enfurecieron las naciones y el pueblo imaginó cosas vanas? Los reyes de la tierra se levantaron, y los gobernantes se unieron contra el Señor y contra su Cristo". Y no sólo menciona el juicio, la cruz y los incidentes en la cruz, sino también al que lo traicionó, declarando que era su compañero íntimo al decir: "El que come pan conmigo magnificó su calcañar contra mí". Así también predice David la voz que Cristo pronunciaría en la cruz diciendo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Y también describe la sepultura ("me pusieron en el hoyo más profundo, en lugares oscuros y en la sombra de la muerte"), la resurrección ("no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu Santo vea corrupción"), la ascensión ("Dios ha subido con un ruido alegre, el Señor con el sonido de la trompeta") y la sesión a la mano derecha ("el Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies"). Isaías también declara la causa, al señalar que "por las trasgresiones de mi pueblo es llevado a la muerte" (Is 53,8) y que "porque todos se han extraviado como ovejas, por eso es sacrificado" (Is 53,6-7). También agrega el profeta mención del resultado, diciendo que "por sus llagas todos hemos sido sanados" (Is 53,5), y que "él ha llevado los pecados de muchos" (Is 53,12). Los profetas, entonces, conocían la cruz, y la causa de la cruz, y lo que se efectuó por ella, y el entierro y la resurrección, y la ascensión, y la traición, y el juicio, y los describieron con toda precisión. Así pues, si Dios fue quien envió a los profetas, y les ordenó decir estas cosas, ¿iba a ser ignorante de lo que él mismo había ordenado profetizar a los profetas? ¿Qué hombre razonable diría eso? ¿Ves, oh hereje, que no debemos fijarnos sólo en las palabras?

VI

Este pasaje no es el único desconcertante, sino que el que sigue lo es aún más. ¿Qué dice? Esto mismo: "Padre, si es posible, que pase de mí esta copa". Según el hereje, aquí estaría hablando Cristo no sólo como ignorante, sino rechazando la cruz: ¿Eso crees, estúpido? ¿Realmente es eso lo que dice, y quiere decir Jesús, el no ser sometido a la crucifixión y la muerte? Cuando Pedro, el líder de los apóstoles, le dijo esto ("lejos de ti Señor, esto no te sucederá"), Jesús lo reprendió tan severamente que le dijo: "¡Quítate de mí, Satanás,  porque tú eres una ofensa para mí, y no piensas como Dios sino como los hombres!" (Mt 16,22-23). Y eso que poco antes lo había declarado bienaventurado. Escapar de la crucifixión le parecía a Cristo algo tan monstruoso, que a aquel que "había recibido la revelación del Padre", y a aquel a quien él había declarado bienaventurado, y a aquel que había recibido las llaves del cielo, lo llamó Satanás y "una ofensa para mí", y lo acusó de no conocer las cosas de Dios. ¿Y por qué? Por el simple hecho de decirle: "Lejos de ti eso Señor" (es decir, la crucifixión). Así pues, quien vituperó al discípulo, y lo injurió tanto que lo llamó Satanás (después de haberlo elogiado tanto), porque dijo que evitara la crucifixión, ¿iba a hora a no desear ser crucificado? Después de estas cosas, al dibujar la imagen del buen pastor, declaró Jesús que esta era la prueba especial de su virtud, y que debía ser sacrificado por el bien de las ovejas. Éstas fueron sus palabras: "Yo soy el buen pastor, que da su vida por las ovejas" (Jn 10,11). Y ni siquiera se detuvo allí, sino que también añadió: "El que es asalariado y no el pastor ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye" (Jn 10,12). Si, entonces, es señal del buen pastor sacrificarse, y del asalariado no estar dispuesto a sufrir esto, ¿cómo puede el que se llama a sí mismo el buen pastor suplicar que no sea sacrificado? ¿Y cómo pudo decir "yo doy mi vida por mí mismo"? Porque si entregas tu vida por ti mismo, ¿cómo puedes rogarle a otro que no la entregue? ¿Y cómo es que Pablo se maravilla de él por esta declaración, diciendo: "No estimó como un premio ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, sí, muerte de cruz" (Flp 2,6-8). Y él mismo habla de nuevo de esta manera: "Por esto me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar" (Jn 10,17). Porque si no quiere ponerla, sino que la menosprecia y ruega al Padre, ¿cómo es que es amado por esto? Sobre todo, porque el amor es de los que piensan igual. ¿Y cómo dice Pablo "amaos los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros" (Ef 5,2)? El mismo Cristo, cuando estaba a punto de ser crucificado dijo: "Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo" (Jn 17,1). Así pues, si Jesús habla de la cruz como gloria, ¿la va a estar menospreciando al mismo tiempo?

VII

Para que la cruz sea gloria, escuchad ahora lo que dice el evangelista: "El Espíritu Santo aún no había sido dado, porque Jesús aún no había sido glorificado" (Jn 7,39). Ahora bien, la audición de esta expresión es gracia aún no había sido dada porque la enemistad hacia los hombres aún no había sido destruida por razón de que la cruz aún no había hecho su obra. Porque la cruz destruyó la enemistad de Dios hacia el hombre, trajo consigo la reconciliación, hizo de la tierra el cielo, asoció a los hombres con los ángeles, derribó la ciudadela de la muerte, desencadenó la fuerza del diablo, extinguió el poder del pecado, libró al mundo del error, trajo de vuelta la verdad, expulsó a los demonios, destruyó templos, derribó altares, suprimió la ofrenda sacrificial, implantó la virtud, fundó las Iglesias. La cruz es la voluntad del Padre, la gloria del Hijo, el regocijo del Espíritu y la jactancia de Pablo, porque "Dios no permite que yo me jacte, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gál 6,14). La cruz es aquello que es más brillante que el sol, más resplandeciente que el rayo de sol: porque cuando el sol se oscurece, la cruz brilla con fuerza; y el sol se oscurece no porque se extinga, sino porque es eclipsado por el brillo de la cruz. La cruz ha roto nuestra atadura, ha hecho ineficaz la prisión de la muerte, es la demostración del amor de Dios. Según Juan, "de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no perezca" (Jn 3,16). Según Pablo, "si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5,10). La cruz es el muro inexpugnable, el escudo invulnerable, la salvaguardia de los ricos, el recurso de los pobres, la defensa de los que están expuestos a trampas, la armadura de los que son atacados, el medio para suprimir la pasión y adquirir virtud, la señal maravillosa y admirable. Porque "esta generación busca una señal, y no se le dará sino la señal de Jonás" (Mt 12,39). A este respecto, Pablo dice que "los judíos piden una señal y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado" (1Cor 1,22). La cruz abrió el paraíso, trajo al ladrón, condujo al reino de los cielos a la raza humana que estaba a punto de perecer y no era digna ni siquiera de la tierra. Tan grandes son los beneficios que han surgido y surgen de la cruz, y sin embargo, pregunto, ¿no desea Cristo ser crucificado? ¿Quién se aventuraría a decir esto? Y si él no lo deseaba, ¿quién lo obligó, quién lo obligó a ello? ¿Y por qué envió profetas de antemano anunciando que sería crucificado, si no iba a serlo, y no deseaba sufrirlo? ¿Y por qué razón llama a la cruz una copa, si no deseaba ser crucificado? Porque esa es la palabra de alguien que significa el deseo que tiene con respecto al acto. Porque como la copa es dulce para los sedientos, también lo fue la crucifixión para él: por lo que también dijo: "Con deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros" (Lc 22,15). Por supuesto, esto no fue algo que dijo de manera absoluta, sino relativa, porque tras esa noche la cruz lo esperaba.

VIII

Si Jesucristo llama gloria a la cruz, y reprende al discípulo Pedro por intentar apartarlo de la cruz, y demuestra que lo que constituye al buen pastor es su sacrificio por las ovejas, y declara que "anhela fervientemente este momento" y "va voluntariamente" a buscarlo, ¿cómo va a ser que implora que no suceda? Y si no lo deseaba, ¿qué dificultad había en obstaculizar a quienes vinieron con ese propósito? De hecho, lo ven apresurándose hacia la acción. Cuando lo alcanzaron, Jesús preguntó: "¿A quién buscáis?". Le respondieron: "A Jesús el Nazareno". Y él les dijo: "Yo soy". Y los que venían a por él "retrocedieron y cayeron al suelo" (Jn 18,6). Así, habiéndolos lisiado primero y demostrando que podía escapar de sus manos, se entregó, para que aprendieran que no por compulsión, fuerza ni por el poder tiránico de quienes lo atacaron, se sometió a esto de mala gana, sino voluntariamente, con propósito y deseo, preparándose para ello con mucho tiempo de antelación. Por tanto, también los profetas fueron enviados de antemano, y los patriarcas predijeron los acontecimientos, y por medio de palabras y hechos la cruz fue prefigurada. Porque el sacrificio de Isaac también significó la cruz para nosotros: por lo cual también Cristo dijo: "Vuestro padre Abraham se regocijó al ver mi día, lo vio y se alegró" (Jn 8,56). El patriarca se alegró al contemplar la imagen de la cruz, y ¿acaso Cristo la desaprueba? Así también Moisés prevaleció sobre Amalec cuando mostró la figura de la cruz: y uno puede observar innumerables cosas que suceden en el Antiguo Testamento descriptivas por anticipación de la cruz. ¿Por qué razón entonces fue este el caso si Aquel que iba a ser crucificado no quería que sucediera? Y la frase que sigue a esta es aún más desconcertante. En efecto, habiendo dicho Jesús al Padre "deja que esta copa pase de mí", añadió: "No como yo quiero, sino como tú quieras" (Mt 26,39). En esta expresión, el hereje dice que hay dos voluntades opuestas: la del Padre (que desea que sea crucificado) y la de Jesús (que no lo desea). Sin embargo, en todas partes vemos que Jesús desea y propone las mismas cosas que el Padre. Cuando Jesús dijo "como yo y tú somos uno, que también ellos sean uno en nosotros" (Jn 17,11), Jesús indicó que el propósito del Padre y del Hijo es uno. Cuando Jesús dijo "las palabras que hablo, no las hablo yo mismo, sino el Padre que mora en mí, pues él realiza estas obras" (Jn 14,10), nos está indicando lo mismo. Cuando Jesús dijo "no he venido por mi cuenta" (Jn 7,28) y "no puedo por mi propia cuenta hacer nada" (Jn 5,30), no lo dice porque él estuviera privado de autoridad, sino para mostrar la concordia de su propósito con el del Padre, tanto en palabras como en hechos, y en todo tipo de transacción. Es decir, para que se vea que él es uno y el mismo con el Padre, como ya he demostrado con frecuencia. Para terminar, la expresión "no hablo por mi propia cuenta" no es una abrogación de autoridad, sino una demostración de acuerdo, al igual que la expresión que ha malentendido el hereje ("no se haga mi voluntad, sino la tuya").

IX

Hermano hereje, quizás he despertado algún conflicto en tu mente, pero estate alerta, porque aunque he pronunciado muchas palabras, el discurso todavía no ha llegado a la solución. ¿Por qué, por ejemplo, he empleado esta forma de hablar? Presta atención, la doctrina de la encarnación fue muy difícil de recibir. Porque la sobreabundante medida de su amorosa bondad y la magnitud de su condescendencia llenaban de admiración, y requerían mucha preparación para ser aceptados. Pues consideren qué gran cosa fue oír y aprender que Dios, el inefable, el incorruptible, el ininteligible, el invisible, el incomprensible, en cuya mano están los confines de la tierra, que mira la tierra y la hace temblar, que toca las montañas y las hace humear, el peso de cuya condescendencia ni siquiera los querubines pudieron soportar, sino que velaron sus rostros con el refugio de sus alas, que este Dios que sobrepasa todo entendimiento y desconcierta todo cálculo, habiendo pasado por ángeles, arcángeles y todos los poderes espirituales de lo alto, se dignó hacerse hombre, y tomar carne formada de tierra y arcilla, y entrar en el vientre de una virgen, y nacer allí por espacio de nueve meses, y ser nutrido con leche, y sufrir todo lo que el hombre es susceptible. Puesto que lo que iba a suceder era tan extraño que muchos lo descreyeron incluso después de haber sucedido, Dios envió profetas de antemano, anunciando este mismo hecho. Por ejemplo, Jacob lo predijo, cuando dijo: "Surgiste de un retoño, hijo mío: te acostaste y dormiste como un león" (Gn 49,9). Por ejemplo, Isaías lo predijo, cuando dijo: "He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel" (Is 7,14), y: "Un niño nos ha nacido, un hijo senos ha dado" (Is 9,6), y: "Brotará una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz brotará una flor" (Is 11,1), y: "Lo vimos como un niño pequeño, como una raíz en tierra seca" (Is 53,2), refiriéndose por "tierra seca" al vientre de la virgen. También Baruc lo predijo, y en el libro de Jeremías se dice que "éste es nuestro Dios, y ningún otro será contado junto a él", y que "él descubrió todo camino de conocimiento, y se lo dio a Jacob su siervo, y a Israel su amado". Después de estas cosas, se profetiza de Jesús que "apareció en la tierra y conversó con los hombres". En cuanto al rey David, al querer éste significar su presencia encarnada, dijo que "descenderá como la lluvia en un vellón de lana, y como la gota que destila sobre la tierra". ¿Por qué? Porque silenciosa y suavemente entró en el vientre de la Virgen.

X

Por lo visto, estas pruebas no bastan para que los herejes crean lo sucedido (la encarnación en un seno virginal) y dejen de cacarear que esto fue una mera ilusión. No obstante, esto no sólo lo confirma la profecía, sino también la duración de la creencia y el haber pasado ésta por todas las fases inherentes al ser humano. En efecto, Dios no entró de una vez por todas en un hombre maduro y completamente desarrollado, sino en el vientre de una virgen. Lo hizo así para experimentar el proceso de gestación, nacimiento, lactancia y crecimiento, y por la duración del tiempo y la variedad de las etapas de crecimiento, para dar seguridad de lo que había sucedido. No obstante, ni siquiera aquí concluyeron las pruebas, sino que incluso al llevar consigo el cuerpo de carne, permitió que experimentara las debilidades de la naturaleza humana, que tuviera hambre, sed, sueño y fatiga; finalmente, también cuando llegó a la cruz, permitió que sufriera los dolores de la carne. Por esta razón también manaron de él ríos de sudor y se descubrió un ángel que lo fortalecía, y Cristo estaba triste y abatido. En efecto, el propio Jesús dijo: "Mi alma está turbada y triste, hasta la muerte" (Mt 26,38). Sí, esto fue lo que Jesús dijo, pero no lo que explicaron al respecto los endemoniados Marción del Ponto, Valentín de Egipto, Mani de Persia y muchos más herejes, que con esa mal interpretada frase han intentado derribar la doctrina de la encarnación y han ventilado un movimiento diabólico contra Cristo. En efecto, estos herejes y sus secuaces no cesan de repetir, como los loros, que ni Cristo se hizo carne ni fue revestido de ella, sino que todo fue mera fantasía e ilusión, y una pieza de actuación y pretensión. Para que se vea su ceguera, o endemoniamiento, estos herejes niegan hasta la muerte de Jesús, y su entierro, y hasta que tuviera sed en la cruz. Y no sólo lo niegan, sino que se atreven a clamarlo en voz alta, suponiendo que ninguna de estas cosas sucedió. Reflexionando sobre esto, yo me pregunto: ¿Estaban ya locos estos herejes, antes de proferir esas cosas? Sobre todo, porque así le hubiese sido más fácil al diablo meterle esas locuras en la cabeza. Sí, hermanos herejes, Jesús tuvo hambre, y durmió, y sintió fatiga, y comió y bebió, así como también despreció la muerte pero nunca la cruz, y se sometió al dolor pero sin banalizarlo. Si el propio Cristo no hubiera dicho nada de esto, al respecto, aún así lo habríamos creído, dada su trayectoria y coherencia. Con todo, él mismo fue quien nos lo dijo, y con ello compartió sus sentimientos más humanos. Por eso nosotros no sólo lo creemos, sino que lo alabamos y adoramos. ¿Cuáles eran estos sentimientos? Éstos mismos: miedo, agonía y dolor, ante el momento de la cruz. ¿Y por qué los tuvo? Porque iba a ser arrancado de la vida presente, y la sensación del encanto que rodea las cosas presentes está implantada en la naturaleza humana. Por eso tuvo esos sentimientos y los manifestó: para probar a los herejes el realismo de su encarnación, y mostrar que sus sentimientos humanos eran reales.

XI

Esta es una consideración, pero hay otra no menos importante: que Cristo, habiendo venido a la tierra, quiso instruir a los hombres en toda virtud. Ahora bien, el instructor enseña no sólo con palabras, sino también con hechos, pues este es el mejor método de enseñanza del maestro. Un piloto, por ejemplo, cuando sienta a su aprendiz a su lado, le muestra cómo manejar el timón, pero también une el habla con la acción, y no depende solo de las palabras ni del ejemplo. De igual manera, un arquitecto, cuando coloca a su lado al hombre que debe aprender de él cómo se construye un muro, le muestra el camino tanto mediante la acción como mediante la enseñanza oral. Lo mismo ocurre con el tejedor, el bordador, el refinador de oro y el calderero; y todo arte tiene maestros que instruyen tanto oralmente como en la práctica. Así pues, puesto que Cristo mismo vino a instruirnos en toda virtud, nos dice lo que se debe hacer y lo hace, porque "quien lo hace y lo enseña será llamado grande en el reino de los cielos" (Mt 5,19). Ahora observad esto: que Cristo ordenó a los hombres que fueran humildes y mansos, y enseñó esto con sus palabras; pero vea cómo también lo enseña con sus hechos. Porque habiendo dicho "bienaventurados los pobres en espíritu, bienaventurados los mansos" (Mt 5,3-4), él muestra cómo se deben practicar estas virtudes. ¿Cómo deben practicarlas? Así mismo: "Tomó una toalla, se la ciñó y lavó los pies de los discípulos" (Jn 13,4-5). ¿Qué puede igualar esta humildad de mente? Cristo enseña esta virtud ya no sólo con sus palabras, sino también con sus hechos. Nuevamente, Jesús enseña mansedumbre y paciencia con sus actos. ¿Cómo? De esta manera: cuando fue golpeado en la cara por el siervo del sumo sacerdote, dijo: "Si he hablado mal, da testimonio del mal; pero si bien, ¿por qué me golpeas?" (Jn 18,23). Es decir, Cristo mandó a los hombres "orar por los enemigos", y lo demostró mediante sus actos. De hecho, al ascender a la cruz, dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Así como mandó a los hombres orar, así también ora él mismo, instruyéndolos a hacerlo mediante sus incansables oraciones. De nuevo, nos mandó "hacer el bien a quienes nos odian, y tratar con justicia a quienes nos tratan con desprecio" (Mt 5,44), y lo demostró mediante sus propios actos. En concreto, expulsó demonios de los judíos (quienes decían de él que "estaba poseído por un demonio"), y otorgó beneficios a sus perseguidores, y alimentó a los que estaban formando planes contra él, y condujo a su reino a los que deseaban crucificarlo. De nuevo, Jesús dijo a sus discípulos: "No os llevéis oro, ni plata, ni bronce en vuestros bolsos" (Mt 10,9), y así los entrenó para la pobreza, dando él mismo ejemplo cuando dijo: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza" (Mt 8,20). Cristo no tenía mesa propia, ni morada, ni ninguna otra cosa por el estilo, y no porque le costara conseguirlas, sino porque estaba instruyendo a los hombres a ir por ese camino.

XII

De la misma manera, Jesús enseñó también a orar, cuando los discípulos le dijeron: "Enséñanos a orar" (Lc 11,1). Por eso también ora él, para que aprendamos nosotros a orar como es debido. Por eso les entregó una oración en esta forma: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra. Danos hoy nuestro pan de cada día, y perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación" (Lc 11,2-4). Como les ordenó orar para no caer en la tentación (es decir, en peligro, en trampas), Jesús mismo dio ejemplo de ello, al decir: "Padre, si es posible, que esta copa pase de mí", enseñando así a todos los santos a no sumergirse en los peligros, o a no arrojarse a ellos, sino a esperar su llegada y a exhibir todo el coraje posible, sin precipitarse ni ser los primeros en avanzar contra los terrores. ¿Por qué oró Jesús así? Tanto para enseñarnos humildad mental como para librarnos de la acusación de vanagloria. Por eso también se dice en este pasaje que, tras decir estas palabras, se fue y oró, y después de orar les dijo así a sus discípulos: "¿No habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación" (Mt 26,39-41). ¿Ves, oh hereje, que Cristo no sólo ora, sino que también amonesta? Sí, porque "el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mt 26,41). Ahora bien, esto lo dijo a modo de vaciar su alma de vanidad y librarlos del orgullo, enseñándoles autocontrol, entrenándolos a practicar la moderación. Por lo tanto, la oración que él quería enseñarles, él mismo también la ofreció, hablando a la manera de los hombres, no según su deidad (porque la naturaleza divina es impasible), sino según su humanidad. Y oró como instruyéndonos a orar, e incluso a buscar liberación de la angustia. Y si esto no se permite, entonces a consentir en lo que parezca bien a Dios. Por tanto, fue por eso por lo que dijo: "Que no sea como yo quiero, sino como quieras tú". Lo dijo no porque él tuviera una voluntad y el Padre otra, sino para instruir a los hombres en sus angustias y temblores, o por si el peligro les sobrevenía y no estaban dispuestos a ser arrancados de la vida presente. Por eso les enseñó a posponer su propia voluntad a la voluntad del Padre. Esto fue lo que hizo también Pablo, cuando rogó que las tentaciones le fueran quitadas, y por tres veces rogó al Señor que se las quitara (2Cor 12,8). Sin embargo, como a Dios no le agradó quitárselas, Pablo dijo: "Con todo, me gozo en las debilidades, en las afrentas y en las persecuciones" (2Cor 12,10). Pablo incurrió en muchos peligros, y oró para no ser expuesto a ellos, pero los aceptó cuando escuchó a Cristo decir: " Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad" ( 2Cor 12,9). Tan pronto como comprendió cuál era la voluntad de Dios, en adelante sometió Pablo su voluntad a la de Dios.

XIII

Puede ser que lo que he dicho no esté del todo claro. Por tanto, lo aclararé más en otra ocasión. Mediante la oración del Padrenuestro, Cristo enseñó ambas verdades: que no debemos precipitarnos en los peligros, sino más bien orar para no caer en ellos. Y si nos sobrevienen, debemos soportarlos con valentía y someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Sabiendo esto, oremos. Oremos para que nunca caigamos en la tentación. Si caemos en ella, roguemos a Dios que nos dé paciencia y valor, y que honremos su voluntad antes que la nuestra. De hacerlo, pasaremos por esta vida con seguridad, y alcanzaremos las bendiciones venideras por el favor y la bondad amorosa de nuestro Señor Jesucristo.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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