EFRÉN DE NÍSIBE
Discurso a Hipatio
LIBRO I
Efrén a Hipatio, mi hermano en el Señor, saludos. Que la paz con todos los hombres aumente para nosotros, y que la paz que hay entre nosotros abunde, y en la paz de la verdad seamos establecidos. Hagamos uso especial del saludo transmitido en una carta. He aquí que escribo voluntariamente algo que no quería escribir. No quería que pasara entre nosotros una carta, ya que no puede hacer preguntas ni que le hagan preguntas; pero sí quería que pasara entre nosotros un discurso de boca a oído, haciendo y recibiendo preguntas. El documento escrito es la imagen del cuerpo compuesto, así como también la lengua libre es la semejanza del espíritu libre. Porque el cuerpo no puede añadir ni quitar nada a la medida de su estatura, ni un documento puede añadir ni quitar nada a la medida de su escritura. Pero un discurso de boca en boca puede estar dentro de la medida o fuera de la medida.
I
Grande es el don de la palabra
La divinidad nos ha dado la palabra libre como ella misma, para que la palabra libre sirva a nuestro libre albedrío independiente. Y por la palabra también somos imagen de su dador, pues por ella tenemos impulso y pensamiento para las cosas buenas; y no sólo para las cosas buenas, sino que también aprendemos de Dios, la fuente de las cosas buenas, por medio de la palabra que es un don de él. Porque por medio de esta facultad que es como Dios nos revestimos de la semejanza de Dios. En efecto, la enseñanza divina es el sello de las mentes, por medio del cual los hombres que aprenden son sellados para que puedan ser una imagen de Aquel que todo lo sabe. En efecto, si por el libre albedrío Adán fue imagen de Dios, es muy digno de alabanza que, por el conocimiento verdadero y por la conducta verdadera, un hombre se convierta en imagen de Dios. Porque esa independencia existe también en ellos, pues los animales no pueden formarse en sí mismos pensamientos puros acerca de Dios, porque no tienen la palabra, lo que forma en nosotros la imagen de la verdad. Hemos recibido el don de la palabra para que no seamos como animales mudos en nuestra conducta, sino para que seamos en nuestras acciones semejantes a Dios, el dador de la palabra. ¡Qué grande es la palabra, un don que vino para hacer a quienes la reciben semejantes a su Dador! Y como los animales no tienen palabra, no pueden ser la semejanza de nuestras mentes. Pero como la mente tiene palabra, es una gran desgracia para ella cuando no está revestida de la semejanza de Dios; es una vergüenza aún más grave cuando los animales se parecen a los hombres y los hombres no se parecen a Dios. Pero el tormento se duplica cuando este intermediario (parte entre Dios y los animales) abandona el bien que está por encima de él y se degrada de su rango natural para revestirse de la semejanza de los animales en su conducta.
II
Y una carta no puede hablar
La carta, por tanto, no puede demostrar todo lo que se le pregunta, porque la lengua de la carta está muy lejos de ella: su lengua es la pluma del escritor. Además, cuando la carta dice algo que está escrito en ella, toma para sí otra lengua para que la letra hable con ella, la letra que habla silenciosamente con dos lenguas mudas, una es la pluma y la otra, la vista del ojo del lector. Pero si nos alegramos así por una carta pobre en tesoros, ¡cuánto más nos alegraremos por una lengua que está cerca de nosotros, dueña y tesorera de los tesoros que hay dentro!
III
Te escribo porque me siento indigno de encontrar tu piedad
Hubiera deseado que, en lugar de que me vieras en los caracteres de un documento, me hubieras visto en los caracteres del rostro; y en lugar de que la escritura de mi carta te viera así, hubiera deseado que mis ojos en lugar de mis escritos te vieran. Pero como la vista de nuestro rostro no es digna de la mirada pura de tus ojos, he aquí que estás contemplando los caracteres de nuestra carta. Pero con justicia, escritos puros han encontrado tus ojos puros; no es que yo diga que lo puro sea profanado por lo impuro, sino que no es justo que ojos puros miren lo que no es puro. Porque aunque el pueblo había santificado sus cuerpos durante tres días, sin embargo porque no habían santificado sus corazones, él no les permitió acercarse a la montaña sagrada, no para que la santidad fuera profanada por aquellos que estaban impuros, sino que los que estaban impuros no eran dignos de acercarse a la santidad (Ex 19,10). Pero por medio de Moisés, el santo, que subió al monte santo, Dios dio un ejemplo para el consuelo de los puros y para la refutación de los impuros, mostrando que todos los que son santos como Moisés están cerca de la santidad como Moisés. Porque cuando uno de los miembros del cuerpo está satisfecho, todos los miembros reciben una garantía de satisfacción, de que también ellos serán satisfechos junto con él de la misma manera. Porque por medio de ese cuerpo, también, en el que nuestro Señor fue resucitado, todos los cuerpos han recibido una garantía de que serán resucitados con él de la misma manera.
IV
Un discreto temor me impidió visitarte
Hermano mío, en cuanto has incitado a nuestra pequeñez a acercarnos a ti, debes saber que si quisiera podría ir, pero debes saber también que si pudiera ir no querría que me privaran de esa oportunidad. Porque podría ir si no tuviera inteligencia, pero no he podido venir porque tenía inteligencia. En la dichosa inocencia podría haber venido por amor, pero mirando el asunto inteligentemente no pude venir por miedo.
V
No es que me intimidara la perspectiva de una discusión
Quien está inmerso en el amor como un niño está por encima del miedo; y quien se deja llevar por el miedo por el vano terror lo tortura siempre. También a los atletas en una competición les ayuda estar por encima del miedo mediante el estímulo de una buena esperanza, y no caer en los enfermizos temores que resultan de un hábito de pensamiento tímido. Los atletas tal vez podrían tener miedo porque el vencedor es coronado y el perdedor sufre la vergüenza, porque no dividen la victoria entre los dos.
VI
Habrían habido ganancias, independientemente de cómo hubiera
terminado
No debemos temer una lucha en la que el fracaso sea la victoria, ya que cuando el maestro gana, también el alumno se ve muy beneficiado, pues tanto el que ayuda como el que es ayudado participan de la ganancia. Si, pues, hubiéramos venido a enseñar, habría habido una victoria común, pues el error habría sido aplastado por nuestra verdad. Pero si no hubiéramos podido enseñar, pero hubiéramos podido aprender, habría habido una victoria común, pues con vuestro conocimiento se habría acabado la ignorancia. El tesoro de Aquel que enriquece a todos está abierto a todos, ya que la gracia lo administra, la gracia que nunca reprime a los investigadores inteligentes. Por tanto, si tuviéramos algo, podríamos haberlo dado como dadores, y si no tuviéramos nada, podríamos haberlo recibido como investigadores. Pero si no hubiéramos podido dar ni siquiera recibir, nuestra llegada no habría podido verse privada de todo bien. Porque, aunque no pudiéramos escudriñarte con nuestra mente, sin embargo, podríamos verte con nuestros ojos, ya que no tenemos mayor don que el de verte (Ex 33,18). Pero Moisés atestigua que, aunque se le concedió hacer todo como Dios, al final abandonó todo y oró para ver al Señor de todo. Pues si las criaturas del Creador son tan agradables a la vista, ¡cuánto más agradable es a la vista de su Creador! Pero como no tenemos ojos capaces de contemplar su esplendor, se nos dio una mente capaz de contemplar su belleza. Por tanto, el hombre es más que sus posesiones, así como Dios es más excelente y más hermoso que sus criaturas.
VII
Podría haber prestado un poco de ayuda, pues todos dependemos
mutuamente
Ten presente, amado mío, que si hubiera ido, no habría sido posible que fuéramos verdaderos pobres, que lo recibiésemos todo, ni que vosotros fuerais dadores completos, que lo dieses todo. El que carece de algo no lo es en todo, para que no se humillé; ni el que es completo lo es en todo, para que no se ensalce. Pero esta carencia ha surgido para que por ella se produzca la completitud. Pues al tener necesidad de darnos unos a otros y recibir unos de otros, las necesidades de todos se suplen con la abundancia de todos. Pues, así como las necesidades de los miembros del cuerpo se suplen unos con otros, así también los habitantes del mundo suplen la necesidad común con la abundancia común. Alegrémonos, pues, de la necesidad de todos, pues de esta manera se produce la unidad para todos nosotros. En efecto, puesto que los hombres dependen unos de otros, los altos se inclinan hacia los humildes y no se avergüenzan, mientras que los bajos tienden la mano hacia los grandes y no se amedrentan. También en el caso de los animales, los cuidamos con gran cuidado a causa de nuestra dependencia de ellos, y es evidente que nuestra necesidad de todo nos une en el amor hacia todo. ¡Oh odiada necesidad!, pero de ella se produce la unidad tan amada. Puesto que los países dependen unos de otros, su dependencia los une como un cuerpo; y, como los miembros, se dan y reciben unos de otros. Pero estas disposiciones de interdependencia pertenecen a un Ser rico y completo, cuya necesidad es ésta: dar a todo aunque no tenga necesidad de recibir de ninguna parte. Porque incluso lo que se supone que recibe de nosotros, lo toma astutamente de nosotros en su amor para poder dárnoslo a su vez mucho más como recompensador. Esta es la astucia que administra los bienes, y nuestra astucia que administra los males debe asemejarse a ella.
VIII
Me abstuve de ir por miedo, como le ocurrió al mismo Pedro
En cuanto al temor del que hemos hablado antes, no sólo recae sobre nosotros, los débiles, la coacción del temor, sino también sobre los mismos héroes y valientes. Y no he dicho esto para consolar nuestra locura, sino para recordarte tu sabiduría. En efecto, cuando Pedro despreció el temor y quiso caminar sobre las aguas, aunque iba por el amor que lo hacía correr, estuvo a punto de hundirse por el temor que le invadió; y el temor, que era más débil que él en tierra firme, cuando llegó entre las olas a un lugar en el que se había fortalecido, se hizo poderoso contra él y lo venció. De esto es posible aprender que cuando uno de todos los deseos en nosotros está asociado con un mal hábito que lo ayuda, entonces ese deseo adquiere poder y nos vence. Porque el temor y el amor se pesaron en medio del mar como en una balanza, y el temor inclinó la balanza y ganó. Y aquel Simón, cuya fe era débil y se levantó en la balanza, estuvo a punto de hundirse en medio del mar. Y este tipo es para nosotros una enseñanza, es decir, una señal que inspira temor: todos aquellos cuyas cosas buenas fallan y son ligeras cuando se las pesa correctamente, están a punto de hundirse en el mal. Si alguien pregunta por qué es necesario inventar ejemplos de este tipo, que sepa que esto no puede ser perjudicial si de todo sacamos alguna lección útil para nuestra debilidad. Si, pues, Pedro tenía miedo de las olas, aunque el Señor de las olas le sostenía la mano, ¡cuánto más los débiles deben temer las olas de la controversia, que son mucho más fuertes que las olas del mar! Porque en las olas del mar sólo se ahogan los cuerpos, pero en las olas de la investigación se hunden o se salvan las mentes.
IX
El publicano de la parábola era consciente de este temor
Aquel publicano que estaba rezando en el templo insistía mucho en pedir perdón, porque temía mucho el castigo. Estaba en un estado de temor y de amor; amaba al Misericordioso por su perdón y temía al Juez por su venganza. Y aunque por una parte rezaba con amor por su afecto, por otra parte, por su miedo no se atrevía a alzar los ojos al cielo. Y aunque la gracia lo impulsaba a hacerlo, su miedo no podía cruzar con valentía el límite de la justicia.
X
Tal miedo puede ser una ganancia
Si el temor del publicano, que fue justificado, conocía su medida y no se exaltó hasta sobrepasar el límite, ¿cómo puede la debilidad atreverse a descuidar la medida y sobrepasar el límite de lo apropiado? Porque esto también se dice para que el hombre conozca el grado de su debilidad y no se exalte a un grado por encima de su poder. Creo que un hombre así no puede resbalar, porque no corre a un grado demasiado duro para él y así recibe una caída. Porque sin conocimiento los hombres corren a grados demasiado duros para ellos; y antes de subir los impulsa el orgullo, y después de caer los tortura la penitencia del alma.
XI
El mismo Señor dio una parábola de importunidad
descarada
Aquella importunidad de que habló nuestro Señor fue alabada y enriquecida, porque su naturaleza importuna se atrevió a cruzar el límite de la propiedad; porque si se hubiera avergonzado y observado la propiedad, se habría ido con las manos vacías, pero como fue presuntuosa y pisoteó la nociva modestia como con sus talones, recibió más de lo que había pedido. ¡Oh necesidad, cuyas palabras importunas enriquecieron su miseria! Porque no ayuda a la necesidad el estar sujeta a la nociva modestia, sino que la ayuda su importunidad es un buen instrumento para asegurar bienes.
XII
Mejor es una saludable importunidad que una estéril escrupulosidad
Si todas estas alabanzas se han dado a la importunidad, que abrió las puertas cerradas, despertó a los que dormían en la cama y recibió más de lo que le correspondía, ¿cómo se debe censurar a la indigencia que no se acercó a las puertas abiertas ni recibió ayuda de los tesoros del Rico? Mejor, pues, es el que es importuno en cuanto a su ayuda que el que se avergüenza y la pierde. Pues quien observa la debida modestia mientras pierde su ayuda, incluso la propiedad que ha observado en ese caso está sujeta a censura, y la propiedad se convierte en impropiedad. Y quien busca siempre la propiedad exacta descuida la propiedad sana. Porque del mejor trigo, si no suelta mucho salvado, no se puede hacer harina fina; porque el fruto verde no es agradable al paladar, y el que está demasiado maduro pierde sabor, o bien su sabor es picante o malo.
XIII
Los límites adecuados del conocimiento
Si se refinan las cosas mucho más allá de lo que es apropiado, incluso lo fino y lo puro son rechazados. En efecto, no es correcto que cultivemos la ignorancia o la investigación profunda, sino la inteligencia entre estos dos extremos, el sano y el verdadero. Porque mediante los dos primeros, el hombre seguramente pierde su ventaja. En efecto, mediante la ignorancia, el hombre no puede comprender el conocimiento, y mediante la investigación profunda, no puede construir sobre una base sólida. En efecto, la ignorancia es un velo que no permite ver, y la investigación, que continuamente construye y destruye, es una rueda cambiante que no sabe cómo detenerse y permanecer en reposo; y cuando pasa en su investigación sobre cosas verdaderas, no puede permanecer en ellas, porque tiene movimientos inestables. Por eso, cuando encuentra algo que busca, no se queda con lo que ha descubierto ni se alegra del fruto de su trabajo. Pero si investigamos mucho sobre todo, descuidamos al Señor de todo, ya que deseamos conocer todas las cosas como él. Y como nuestro conocimiento no puede conocerlo todo, mostramos nuestra mala voluntad ante Aquel que todo lo sabe. Y mientras que él es superior a todos en su conocimiento, los ignorantes se atreven a asaltar la altura de su conocimiento. Porque si nos esforzamos continuamente por comprender las cosas, con nuestra lucha queremos rodear el camino de la verdad y confundir con nuestra controversia las cosas que son hermosas; no porque las cosas hermosas sean confusas en su propia naturaleza, sino que nuestra debilidad es confundida a causa de las cosas grandes. Porque no somos capaces de aprehender completamente su grandeza. Porque hay Uno que es perfecto en todo respecto, cuyo conocimiento penetra completamente a través de todo.
XIV
Las cosas profundas son incognoscibles, así que hay que observar con sencillez
No es justo que miremos todas las cosas minuciosamente, sino más bien con sencillez; no es que nuestro conocimiento deba ser ignorancia, pues incluso en el caso de algo que un hombre no hace hábilmente, si lo hace con discernimiento hábil, entonces su falta de inteligencia es inteligencia. Y si, por su conocimiento, se vuelve un hombre ignorante de modo que ignora las cosas que no puede saber, incluso su ignorancia es un gran conocimiento. Porque, como sabe que no se saben, su conocimiento no puede ser ignorancia, pues sabe bien todo lo que sabe. Pero el espíritu en el que surgen muchas dudas que se destruyen unas a otras no puede hacer nada fácilmente, pues produce pensamientos que vencen y vencen, y las olas que lo golpean desde todos lados lo fijan en la duda y la inacción. Pero es una ventaja que la balanza de la simplicidad supere en nosotros a la balanza de la lógica de las disputas. ¡Cuántas veces, por los pensamientos ingeniosos y sutiles que tenemos sobre una cosa, esa misma cosa se demora hasta el punto de no poder ser realizada! Y pensad que en el caso de aquellas cosas que mantienen viva al mundo, la Simplicidad las realiza sin muchos pensamientos. Pues esas cosas tienen éxito cuando un solo pensamiento las controla, y se detienen cuando muchos pensamientos se precipitan. Porque hay un solo pensamiento en la agricultura, el pensamiento de esparcir la semilla de una manera sencilla en la tierra. Pero si se le ocurrieran otros pensamientos de modo que reflexionara y razonara sobre si la semilla brotaría o no, o si la tierra no la produciría o la restauraría de nuevo, entonces la agricultura no podría sembrar. Porque los pensamientos mórbidos surgen contra un solo pensamiento sano y lo debilitan. Y porque una cosa está debilitada, no puede trabajar como una cosa sana. Porque la solidez de un pensamiento, como la solidez de un cuerpo, realiza todo. Y el labrador que no puede arar con un buey, no puede arar con dos pensamientos. Así como es útil arar con dos bueyes, también es correcto emplear un solo pensamiento saludable.
XV
Los riesgos de la investigación profunda
Si los mártires y confesores que han sido coronados hubieran actuado con dobles pensamientos, no habrían podido ser coronados. Porque cuando nuestro libre albedrío se encuentra en un aprieto entre el cumplimiento del mandamiento y su infracción, suele ocurrir que busca dos razonamientos que se destruyen mutuamente, para mediante la interpretación de uno de ellos huir del dolor del otro. Es decir, argumenta para poder deshacerse del peso del mandamiento con una excusa falsa. Ahora bien, sin desviarnos en pos de cosas innecesarias ni omitir nada de lo que es necesario, digamos en breve y no extensamente que si algo se logra mediante un solo pensamiento sano, su solidez se debilita con muchos pensamientos. Porque si abordamos con artimañas refinadas cualquier asunto que deberíamos abordar de manera sencilla, entonces nuestra inteligencia se vuelve no inteligencia. En efecto, en cualquier deber, cuando el hombre va más allá de lo que le corresponde, todas las artimañas que pueda inventar al respecto son tontas. Así también, en cualquier investigación en la que el investigador se desvíe de la verdad, todos los descubrimientos que haga, aunque sean ingeniosos, son falsos. Pues todo lo que es ingenioso no es verdad, pero todo lo que es verdad es ingenioso. Y todo lo que se debate no es profundo, pero todo lo que dice Dios es sutil cuando se lo cree. Pero no hay sutileza igual a ésta: que todo se haga debidamente a su manera, y si sucede que lo que se debe hacer puede hacerse con sencillez, su sencillez es sutileza. Pues es tanto más apropiado llamar a esta sencillez sutileza cuanto que realiza cosas útiles sin muchas combinaciones y razonamientos. Pues en cuanto hace las cosas fácilmente se asemeja a la divinidad, que crea todo fácilmente.
XVI
La ventaja del conocimiento simple
Es justo que investiguemos bien la utilidad de las cosas mediante un examen de ellas. Si los investigadores juzgan que son simples, hay muchas cosas que se consideran evidentemente fallidas, pero sus cualidades invisibles logran una gran victoria. Porque no hay nada que parezca más simple que esto: que el labrador tome y esparza en la tierra las semillas recogidas que tiene en sus manos. Pero, después de un tiempo, cuando se ve que la semilla esparcida ha sido recogida y ha llegado con una multitud como un general con su ejército, y que la semilla que se había considerado perdida se encuentra y también encuentra otras semillas con ella, entonces uno se maravilla de la sencillez del labrador, que se ha convertido en una fuente de inteligencia. Por lo tanto, con respecto a esto mismo, escucha por otro lado lo opuesto: si un hombre preserva la semilla recogida para no esparcirla, se piensa que actúa con prudencia al abstenerse de esparcirla. Pero cuando vemos que el labrador ha acumulado una gran cantidad de dinero en capital e intereses, y que la tierra lo recompensa, entonces la inteligencia que se abstuvo de dispersar se convierte en ciega, porque está privada de la posibilidad de acumular. Por lo tanto, no nos conviene que siempre nos dejemos engañar por los nombres, ni que nos dejemos engañar por las apariencias externas.
XVII
Consideré el asunto cuidadosamente, antes de decidir no visitarte
Si, por haberme percatado sabiamente de que no me convenía venir, no lo hice por esa razón, quizá me hubiera convenido más no haberlo hecho. Quizás mi venida a ti de manera infantil y sencilla hubiera tenido éxito. Pero debes saber que, si hubiera venido sin pensar, no habría querido venir, porque nuestra venida habría sido indiscreta, pues no habríamos obtenido fruto de inteligencia. Porque todo lo que se hace sin pensar pertenece a la costumbre temeraria o a la casualidad ciega, y no tiene raíz en el ánimo de quienes lo hacen.
XVIII
Al decidir, fui consciente de mi libre poder de elección.
Sobre la naturaleza del libre albedrío
Si estas dos conclusiones sabias (a saber, que yo debía ir y que no debía ir), ambas pertenecen a mi voluntad, ésta es una sola voluntad, de la cual una mitad lucha con la otra mitad, y cuando vence y es vencida, es coronada en ambos casos. Es asombroso que, aunque la voluntad sea una, se encuentren en su homogeneidad dos opiniones que no son homogéneas. Y sé que lo que he dicho es así, pero por qué es así no soy capaz de demostrarlo. Porque me pregunto cómo esa cosa única la esclaviza y es esclavizada por ella. Pero sabed que si esto no fuera así, la humanidad no tendría libre poder de elección. Porque si la necesidad nos hace desear, no tenemos poder de elección. A su vez, si nuestra voluntad está atada y no tiene el poder de querer y no querer, no tenemos libre albedrío. La voluntad es "a la vez una y múltiple". Por eso, la necesidad exige que haya una sola cosa, y aunque sea una sola, cuando esa sola cosa quiere ser dos, le resulta fácil, y cuando quiere ser una o muchas, le resulta sencillo. Porque en un solo día se producen en nosotros gran número de voluntades que se destruyen entre sí. Esta voluntad es raíz y padre; es una y múltiple. Esta voluntad produce frutos dulces y amargos. ¡Oh raíz libre que tienes poder sobre sus frutos! Porque si quiere, hace amargos sus frutos, y si quiere, hace dulces sus productos. Pues Dios, para quien nada es difícil, ha creado en nosotros algo que es difícil de explicar, es decir, el libre albedrío. Y aunque esta voluntad es una, sin embargo hay en ella dos opiniones, la de querer y la de no querer; de modo que cuando la mitad de ella lucha con la otra mitad y la vence, entonces toda ella es coronada por toda ella. Pues es una maravilla inefable que, a pesar de ser una sola la voluntad, la mitad de ella se rebele contra la ley y la otra mitad se someta a ella. En efecto, en ella hay dos opiniones que luchan entre sí: una parte de la voluntad desea que se haga el mal y otra parte se reprime y se guarda de que se haga el mal. ¿Y cómo, por una parte, la voluntad no ha sido transformada por la parte que desea el mal, de modo que se vuelva como la parte que desea el mal? ¿Y cómo, por otra parte, la voluntad no ha sido convertida por la parte que ama el bien, de modo que toda ella se vuelva buena como la parte que ama el bien? Pero si ambas partes pueden convertirse en el bien o en el mal, ¿cómo las llamaremos? Que las llamemos malas es imposible, porque pueden ser buenas; y que las llamemos buenas es imposible, porque pueden ser malas. Y aunque estos dos pueden ser una sola cosa, sin embargo, a menos que se dividan y sean dos, no puede haber lucha entre ellos. Esto es un prodigio del que no podemos hablar, y sin embargo no podemos callarnos. Porque sabemos que en nosotros existe una sola voluntad, con muchas conclusiones. Mas como la raíz es una, no entendemos cómo una parte del pensamiento es dulce y otra amarga, aunque no se nos escape del todo. ¿Y cómo, por una parte, esa amargura es absorbida por la cosa dulce, de modo que se vuelve agradable como ella? ¿Y cómo, una vez absorbida, se mezcla con la cosa amarga, de modo que se vuelve amarga como ella? ¿Y cómo, una vez absorbidas estas dos actitudes mentales, una por la otra, y se convierten en una sola cosa, se separan de nuevo y se oponen como enemigas? ¿Dónde estaba, en efecto, antes de que pecáramos, esa mentalidad que nos lleva a la penitencia después de los pecados? ¿Y cómo se convierte en penitencia después del adulterio esa mentalidad que antes del adulterio estaba furiosa? Éstas son actitudes mentales que son como levadura entre sí, de modo que se transforman mutuamente y son transformadas una por la otra. Pero aquí nuestra verdad ha conquistado las enseñanzas falsas y las ha atado de tal manera que ninguna de ellas puede soportar la investigación.
XIX
Este discurso está destinado a los amigos
Si alguien desea investigar algunas de las enseñanzas en cuestión, que sepa que no hemos sido llamados en este momento a luchar con enemigos, sino a hablar con amigos. Pero cuando la exposición destinada a los amigos haya terminado, entonces nuestra creencia mostrará una prueba de su poder también en una contienda. Pero es fácil para cualquier hombre percibir lo que he dicho, porque hay en cada uno dos mentes que están comprometidas en una lucha una contra la otra, y entre ellas se encuentra la ley de Dios, sosteniendo la corona y el castigo, de modo que cuando hay victoria puede ofrecer la corona, y cuando aparece el fracaso puede infligir el castigo.
XX
Las opiniones falsas sobre el origen del mal llevan a lo absurdo de la ley,
o a que el bien sea parecido al mal
Si el mal que hay en nosotros es malo y no puede convertirse en bien, y si también el bien que hay en nosotros es bueno y no puede convertirse en malo, entonces, las promesas buenas y malas que hace la ley son superfluas. ¿A quién coronará el recompensador, a aquel que es victorioso por su naturaleza y no puede fallar? ¿O a quién, a su vez, culpará el vengador, a aquella naturaleza que falla y no puede vencer? Pero si ese bien que hay en nosotros obedece a algo malo, ¿cómo podemos llamarlo bueno, ya que tiene una relación íntima con el mal? Porque por medio de aquello por lo que se vuelve obediente al mal se percibe su parentesco con el mal, pues ese mal no podría atraerlo hacia sí si no fuera porque su masa tuviera afinidad con la levadura del mal. Observa también, pues, que lo que llaman naturaleza buena, en virtud de lo que es, es convicto de ser naturaleza mala, en cuanto tiene una voluntad mala que es arrastrada hacia el mal. Pero como tiene una voluntad mala, todas las cosas malas tenían una tendencia hacia ella. La voluntad mala es la raíz del mal. Porque no hay nada más malo que una voluntad mala. Porque esa es la raíz de las cosas malas. Porque cuando no hay libre voluntad mala, entonces las cosas malas llegan a su fin. Porque la espada mortal no puede matar sin la voluntad mala de su portador. Pero mira, incluso cuando no hemos avanzado a la contienda incluso antes de la contienda, los enemigos de la Verdad han sido vencidos de antemano.
XXI
La voluntad es su propia explicación
Si alguien pregunta qué es esta voluntad, debemos decirle la verdad: que es el poder de la libre elección. Y como no es justo despreciar a un buen discípulo, arrojémosle ahora, como los que se apresuran y pasan de largo, una de las palabras de la verdad. Porque, incluso de una sola palabra de verdad, nace una gran fe en un oyente sano y sabio, lo mismo que una gran llama se produce de un pequeño carbón. Porque si una sola de varias brasas de fuego es suficiente para hacer cicatrices en el cuerpo, una sola palabra de la verdad, tampoco es demasiado débil para limpiar las manchas de la plaga del error del alma. Si alguien pregunta qué es esta voluntad, porque aunque es una cosa, parte de ella es buena y parte de ella mala, le diremos que lo es porque es una voluntad. Y si vuelve a preguntar, le diremos que es una cosa dotada de independencia. Y si sigue cometiendo locuras, le diremos que es el libre albedrío. Y si no está convencido de que su ineducabilidad le enseña que, puesto que existe el libre albedrío, no quiere que le enseñen. Pero si está convencido cuando le dicen que no existe el libre albedrío, es verdaderamente maravilloso que, al anular su libre albedrío, se pruebe su libre albedrío, es decir, al encontrarse en un estado de desesperación. La negación misma del libre albedrío prueba su existencia. Y es como si una persona elocuente quisiera arengar y demostrar que los hombres no tienen poder de palabra. Y eso es una gran locura; porque dice que no hay poder de palabra cuando usa el poder de palabra. Pues su poder de palabra lo refuta, pues por medio de la palabra intenta demostrar que no hay poder de palabra. Cuando el libre albedrío se esconde en una discusión y demuestra con argumentos que no existe, entonces se lo capta y se lo ve con mayor certeza. Porque si no hubiera libre albedrío, no habría controversia ni persuasión. Pero si el libre albedrío se hace más evidente cuando se esconde y cuando niega su propia existencia es más refutado, entonces, cuando se muestra, se hace tan claro como el sol.
XXII
La voluntad no está esclavizada, sino que es imagen de Dios
¿Por qué el libre albedrío quiere negar su poder y profesar ser esclavo cuando no está bajo el yugo del señorío? Pues no es de la raza de los reptiles esclavizados, ni de la familia del ganado esclavizado, sino de la raza de un rey y de los hijos de reyes que, entre todas las criaturas, fueron creados a imagen de Dios. Pues todos se avergüenzan del nombre de esclavitud y lo niegan. Y si un esclavo va a un país donde los hombres no lo conocen y allí se enriquece, puede ser que, aunque sea esclavo y de origen servil, se vea obligado a decir allí que proviene de una raza libre y de la estirpe de los reyes. Y es maravilloso que, mientras los esclavos niegan su esclavitud, el libre albedrío de los necios se niegue a sí mismo. Mira, si los hombres llaman esclavo a quien dice que no hay libre albedrío, se disgusta y se enoja, y comienza a declarar la libertad de su familia. Ahora bien, ¿cómo puede una persona así negar por un lado el libre albedrío y por otro reconocerlo? ¿Y por un lado odia la esclavitud literal y por el otro reconoce la esclavitud espiritual? Si elige con inteligencia y sopesa el asunto con seriedad, sería correcto que reconociera ese principio para no verse privado del libre poder de elección de la mente. Y aquí queda expuesto quien blasfema muy malvadamente contra el Bueno, el dador del libre albedrío, Quien sometió la tierra y todo lo que hay en ella a su dominio.
XXIII
El libre albedrío es negado por aquellos que culpan a Dios de sus
fracasos
No hay nadie que haya descendido y haya levantado una corona con gran esfuerzo de la dura lucha, y luego diga que no hay libre albedrío, para que no se pierda la recompensa de su trabajo y la gloria de su corona. El hombre que ha fracasado dice que no hay libre albedrío para ocultar el grave fracaso de su débil voluntad. Si ves a un hombre que dice que no hay libre albedrío, sabe que su libre albedrío no se ha comportado correctamente. El pecador que confiesa que hay libre albedrío tal vez encuentre misericordia, porque ha confesado que sus locuras son suyas. Mas quien niega que hay libre albedrío profiere una gran blasfemia al apresurarse a atribuir sus vicios a Dios y tratar de liberarse a sí mismo de la culpa y a Satanás del reproche, para que toda la culpa recaiga sobre Dios. ¡Dios no permita que esto suceda! Pero si es inteligente, no debe pensar que un ser dotado de poder sobre sí mismo sea similar a una cosa que está atada por su naturaleza. El misterio de la voluntad es parte de un misterio más amplio. Además, no sería justo que alguien, después de haber oído lo que es la voluntad, preguntara de nuevo qué es la voluntad, ni si lo sabe todo o si algo se le escapa a su conocimiento, o si no sabe nada en absoluto (ya que ni siquiera esto puede saber). Si sabe lo que es una naturaleza limitada, puede saber lo que es una voluntad libre, pero lo que es libre no puede serlo, porque no está sujeto a ninguna restricción. Pero ¿en qué es libre, sino en que tiene el poder de querer y no querer?
XXIV
El poder del libre albedrío es obvio, pero indescriptiblemente difícil de
explicar
Si no quiere dejarse convencer de esta manera, es porque el poder de su libre albedrío es tan grande, que nuestra boca no puede hacerle justicia plena; nuestra débil boca ha confesado que no es capaz de expresar su voluntad libre. Porque es un libre albedrío que somete incluso a Dios a investigación y reproche, a causa de su naturaleza libre. Se atrevió a plantear todo esto porque deseaba hablar de lo que es inefable. Pero el libre albedrío que se ha atrevido a hacer declaraciones sobre Dios, él mismo no es capaz de expresar su propia naturaleza perfectamente. Pero acerca de esto, también, decimos a cualquiera que pregunta que esto es una maravilla que es muy fácil para nosotros percibir, pero es muy difícil dar una prueba de ello. Pero es imposible explicar algo completamente. Pero esto no es así sólo en esta materia, sino lo mismo sucede con todo. Porque todo lo que existe puede discutirse sin ser investigado. Se puede saber que algo existe, pero no es posible averiguar cómo existe. Pues, fíjate, podemos percibir todo, pero no podemos averiguar absolutamente nada; percibimos cosas grandes, pero no podemos averiguar perfectamente ni siquiera las cosas sin valor. Demos gracias a Dios porque nuestro conocimiento de las cosas es limitado. Pero gracias a Aquel que nos ha permitido conocer el lado externo de las cosas para que podamos saber en qué sobresalimos, pero no nos ha permitido conocer su secreto interior para que podamos entender en qué nos falta. Nos ha permitido, por tanto, saber y no saber para que por medio de lo que se puede saber, nuestra naturaleza infantil pueda ser educada, y para que nuestra audacia pueda ser restringida por lo que no se puede saber. Por tanto, no nos ha permitido saber, no para que seamos ignorantes, sino para que nuestra Ignorancia sea un seto para nuestro conocimiento. Sabiendo que nuestros poderes de conocimiento son tan limitados, podemos evitar la búsqueda vana y fatigosa. Ved, en efecto, cómo queremos saber hasta la altura del cielo y la anchura de la tierra, pero no podemos saberlo. Como no podemos saberlo, nos vemos impedidos de trabajar. Por eso, nuestra ignorancia se convierte en un límite para nuestro conocimiento, y nuestra falta de conocimiento controla continuamente la impetuosidad de nuestra audacia. Pues cuando un hombre sabe que no puede medir una fuente de agua, por el mismo hecho de que no puede, se ve impedido de extraer lo que es inagotable. Y por esta experiencia se ve que nuestra debilidad es un muro frente a nuestra audacia. Así también, cuando sabemos que no podemos saber, dejamos de investigar. Pues si, cuando sabemos poco, la impetuosidad de la audacia nos lleva adelante y procede a cosas que no pueden ser conocidas, ¿quién hay que no le dé gracias? ¿Quién nos ha librado de esta fatiga, aunque no queramos permanecer dentro del justo límite en el que él nos ha puesto? Nuestra ignorancia, por tanto, es un freno para nuestro conocimiento. Pero no debemos ser ignorantes, sino buscar el conocimiento práctico. De estos ejemplos no se sigue que el Omnisciente haya querido hacernos ignorantes, sino que ha puesto nuestro conocimiento bajo un guardián servicial. Y que es mejor el pequeño conocimiento que conoce el pequeño alcance de la ignorancia que el gran conocimiento que no ha reconocido sus límites. Y que es mejor el hombre débil que lleva consigo algo que es necesario para su vida que el hombre fuerte y arrogante que se carga con grandes piedras que causan su destrucción. Nuestro principal conocimiento es saber lo que nunca se puede saber. Pero nuestro principal conocimiento es justamente esto: saber que no sabemos nada. Porque si sabemos que no sabemos, entonces vencemos el error por nuestro conocimiento. Porque cuando sabemos que todo lo que existe es conocido o no conocido, adquirimos así el verdadero conocimiento. Quien cree que puede saberlo todo, se queda corto en el conocimiento de todo, pues por medio de su conocimiento ha adquirido la ignorancia. Pero quien sabe que no puede saber, por ignorancia le llega el conocimiento. Pues en virtud del hecho de que sabe que no puede saber, es capaz de saber (es decir, sabe algo que le aprovecha).
XXV
Ninguna fuerza externa obliga a la voluntad
Como dije antes, aunque la voluntad es una, una parte de ella obliga y otra parte es obligada, así que ¿quién me ha obligado a no venir, sino mi propia voluntad? ¡Ojalá se me hubiera opuesto alguna fuerza exterior desconocida! Pues quizá con todo mi ser hubiera luchado contra toda esa fuerza y hubiera salido victorioso. ¡Ojalá hubiera sido así y no se me hubiera opuesto una fuerza interior de la que no sé cómo dar razón! Pues no puedo decir cómo lucha una parte de mí con otra parte; en virtud de ser lo que soy, venzo y soy vencido continuamente.
XXVI
La enseñanza herética dice que la voluntad es una mezcla
No estoy planteando el caso como lo plantean las herejías, pues éstas dicen que los componentes del bien y del mal están mezclados en nosotros y que "estos componentes se conquistan entre sí y son conquistados entre sí". Pero aunque el error es capaz de engalanar lo que es falso, el horno de la verdad es capaz de exponerlo. Pues decimos que las voliciones libres se conquistan entre sí y son conquistadas entre sí; pues éste es el libre albedrío que la voz de la ley puede transformar.
XXVII
Consecuencias de la negación del libre albedrío
Si los maniqueos dicen que el libre albedrío viene de Dios, entonces los buenos y malos impulsos que le pertenecen son de Dios. Mas con esto, ¿qué quieren decir? ¿Quieren afirmar que no hay libre albedrío? Y si niegan el libre albedrío, ¿qué pueden creer? Porque si niegan el libre albedrío, la ley y la enseñanza no sirven de nada. Por lo tanto, que se enrollen los libros y las leyes, que los jueces se levanten de sus tronos, que los maestros dejen de enseñar, que los profetas y los apóstoles renuncien a sus funciones. ¿Por qué se han esforzado en vano por predicar? ¿O cuál fue la razón de la venida del Señor de todos ellos al mundo?
XXVIII
El libre albedrío y la doctrina de los constituyentes son
incompatibles
Si los maniqueos profesan la creencia en el libre albedrío, que es lo que en realidad profesan, ese libre albedrío en el que profesan creer los obliga a negar el mal en el que creen. Porque ambos no pueden subsistir. Porque o nuestra voluntad peca, y en otras ocasiones se demuestra que es justa, y por esta razón tenemos libre albedrío. O si los componentes del bien y del mal se mueven en la voluntad, entonces es un componente el que vence y es vencido, y no la voluntad.
XXIX
Libre albedrío significa libre albedrío, no una naturaleza
limitada
Si alguien dice que todo lo que se mueve en nuestro libre albedrío no pertenece al libre albedrío, con su libre albedrío está haciendo declaraciones absurdas sobre el libre albedrío. Porque ¿cómo llama libre albedrío a ese libre albedrío cuando lo ata de modo que no sea libre albedrío? Pues el nombre de libre albedrío se representa a sí mismo, pues es libre y no esclavo, es independiente y no está esclavizado, suelto, no atado, voluntad, no naturaleza. Y así como cuando alguien habla del fuego, su calor se declara con la palabra, y con la palabra nieve se recuerda su frescura, así también con el término libre albedrío se percibe su independencia. Mas si alguien dice que los impulsos que se mueven en él no pertenecen al libre albedrío, está queriendo llamar al libre albedrío "naturaleza atada", cuando la palabra no se ajusta a una naturaleza. Y resulta que no percibe lo que es el libre albedrío, y usa su nombre temerariamente y tontamente sin conocer su fuerza. Porque, o bien lo niega (y entonces es refutado por su acción), o bien, si lo confiesa, sus órganos luchan uno contra el otro (pues niega con su boca lo que confiesa con su lengua).
XXX
La ley de Dios presupone el libre albedrío
El Dador del libre albedrío no está tan confundido como este hombre dividido en partes, como para que se vea envuelto en una lucha con su naturaleza. En efecto, nos dio el libre albedrío, que, con su permiso, recibe impulsos buenos y malos, y además le ordenó una ley para que no hiciera abiertamente los males que, con su permiso, se agitan invisiblemente en él. Indaguemos un poco, pues: o bien, aunque tuviera los medios para darnos el libre albedrío, no quiso dárnoslo (aunque pudiera haberlo hecho), o bien no tuvo los medios para dárnoslo, y por eso no pudo dárnoslo. ¿Y cómo pudo darnos libre albedrío, quien no podía hacerlo, dar una ley cuando no había libre albedrío? Pero si dio la ley, la justicia que está en su ley reprende nuestro libre albedrío, pues lo recompensa según sus obras.
XXXI
La diversidad entre los hombres demuestra que existe el libre albedrío
Si no hay libre albedrío, ¿no da testimonio esta controversia en la que estamos envueltos acerca del libre albedrío de que tenemos libre albedrío? Pues una "naturaleza atada" no podría expresar todas estas diversas cuestiones de manera controvertida. Pues si toda la humanidad dijera o hiciera una misma cosa por igual, tal vez habría una oportunidad de cometer el error de pensar que no hay libre albedrío. Pero si incluso el libre albedrío de un solo hombre sufre muchas variaciones en un solo día, de modo que es bueno o malo, odioso o agradable, misericordioso o despiadado, amargo o agradable, bendito o maldecido, agradecido o ingrato de modo que se parece tanto a Dios como a Satanás, ¿no está establecido por miles de testigos que tenemos libre albedrío? Y he aquí que, por boca de dos o tres testigos, se establece toda palabra (Dt 19,15; Mt 18,16).
XXXII
Sólo el hombre tiene libre albedrío, y no el resto de criaturas
Examina ahora, oh HIpatio, todas las variaciones que he mencionado antes, y date cuenta que no existen en ninguna naturaleza limitada, ni en el mar ni en la tierra firme, ni en las luminarias ni en las estrellas, ni en los árboles ni en las raíces, ni siquiera en los animales (y sin embargo, en los animales hay sensación), ni siquiera en los pájaros, aunque tengan vista y oído. Pero si los halcones son aves de rapiña, todos son aves de rapiña; si los lobos son destructores, todos son devastadores. Y si los corderos son inofensivos, todos son inocentes, y si las serpientes son astutas, esa sutileza pertenece a todos; pero el hombre, debido a su libre albedrío, puede ser como todos ellos, mientras que ellos no pueden llegar a ser como él. Por eso ellos tienen una naturaleza fija, mientras que nosotros tenemos libre albedrío.
XXXIII
El término libre albedrío representa una realidad
Tú empleas el término libre albedrío, oh Hipatio, y aprendes de la palabra su independencia; empleas la palabra esclavitud y aprendes de la palabra la esclavitud; empleas la palabra naturaleza y reconoces su inmutable fijeza por la palabra; y hablas de Dios y reconoces su existencia real por la palabra. Pues todas estas son palabras que no están en desacuerdo con sus realidades subyacentes. Si nombras estas cosas cuando quieres, necesariamente debes reconocerlas para ti mismo aunque no las quieras. Habla contra el libre albedrío y en virtud de lo que es podemos saber cuán poderoso es el libre albedrío, ya que ha luchado con su poder contra su poder. Porque incluso cuando un hombre dice que no hay libre albedrío, puede decir que no hay libre albedrío porque tiene libre albedrío. Por lo tanto, en la medida en que ese libre albedrío se cambia hábilmente de diversas maneras, esos cambios nos dicen que el libre albedrío existe. En efecto, la naturaleza ligada no puede cambiarse. ¿Por qué, entonces, es necesario que busquemos otro testimonio para saber si el libre albedrío existe o no? En efecto, en virtud de ser lo que es, se proclama su prueba, pues cuando se niega a sí misma, diciendo que no es independiente, se convence de que no está en esclavitud. Cuando alguien reconoce que existe el libre albedrío, no es justo que la necesidad se le acerque.
XXXIV
La doctrina de los constituyentes inutiliza toda enseñanza
Si, como dicen los maniqueos, los componentes del bien y del mal prevalecen y son vencidos, pueden creer en una mezcla del bien y del mal, lo mismo que si negaran que existe una mezcla, entonces pueden creer que existe el libre albedrío.Mas si dicen que, cuando el componente malo es grande, el libre albedrío está sujeto a la compulsión, ¿qué es, entonces, lo que enseñan los herejes en sus congregaciones sino el error que les han enseñado? Pues si enseñan es porque existe el libre albedrío; suponiendo que no haya libre albedrío, que cierren la boca y no enseñen.
XXXV
La voluntad no puede afectar la naturaleza de los venenos físicos
Así pues, esos maniqueos, ¿son maestros del libre albedrío, o transformadores de nuestra naturaleza? Si un hombre come por error una raíz mortal, la voluntad del que la come no puede cambiar esa cosa mortal, ya que no es una voluntad libre la que debe cambiarla, sino un constituyente malo, cuya naturaleza no puede cambiarse con palabras. ¿Cómo puede entonces el juez justo condenar a la humanidad preguntándoles por qué no han cambiado por la voluntad la naturaleza mala que no puede cambiarse por la voluntad? Por lo tanto, que admitan o que las voluntades libres se transforman en bien o mal o que admitan que si son "naturalezas ligadas" del bien y del mal, son naturalezas que no pueden ser conquistadas por palabras. Porque deberían proporcionar un antídoto como una medicina para contrarrestar un veneno mortal. Porque es justo que con ilustraciones naturales se refute esa enseñanza que fue compuesta engañosamente a partir de fenómenos análogos en la naturaleza. Pero la verdad es lo suficientemente fuerte como para destruir con la única respuesta que da las numerosas fabricaciones de la falsedad.
XXXVI
La gran diversidad de pensamientos demuestra que tenemos libre albedrío
De lo que digo se desprende claramente que no hay pesos de bien y de mal que se venzan mutuamente y sean vencidos por el otro. Pues, he aquí que en una sola hora se pueden pensar hasta cien buenos pensamientos. Si porque en aquel momento había mucho bien en un hombre, sus buenos pensamientos eran numerosos en su interior, he aquí que el hombre puede hacer lo contrario en la misma hora. Pues inmediatamente después de estos buenos pensamientos un hombre puede pensar una multitud de malos pensamientos. ¿Cuál de éstos, pues, afirman que es más que el otro? Si dicen que el mal era el más en cantidad, ¿cómo entonces, puesto que todo ese mal estaría en el hombre, le permitió pensar todos esos buenos pensamientos? Y si ese mal hizo lugar a su propia voluntad, ese mal es el bien, que tiene esta buena voluntad. Pues ¿cómo ese mal que, cuando quiso, finalmente venció al bien, consintió en ceder ante él al principio? Mas si dicen que el bien es superior, ¿en cuál de los miembros del hombre se escondió todo el bien y dejó lugar para que la pequeña cantidad del mal subiera y mostrara una gran victoria? Si, por tanto, el mal se sometió a ceder ante el bien, el mal es mejor que el bien, ya que tomó la corona y se la dio a su oponente. Pero si el bien consintió en ceder el lugar al mal para que el mal pudiera vencer, el bien es más malo que el mal, ya que dio lugar al mal para que obrara corruptamente.
XXXVII
El alma no es una mezcla, sino que tiene libre elección
Es evidente para quien tiene conocimiento que los pesos y los componentes del bien y del mal no se superan entre sí ni se superan entre sí, sino que, por el contrario, hay verdaderas elecciones libres que se vencen entre sí y son vencidas entre sí, puesto que todas las elecciones pueden convertirse en una sola elección. En efecto, si las buenas elecciones surgen en nosotros de la raíz buena que está en nosotros, y las malas elecciones se producen en nosotros de esa raíz mala que está en nosotros, entonces estas potencias en nosotros no son elecciones libres independientes, sino naturalezas fijadas por la necesidad.
XXXVIII
El libre albedrío no puede separar los constituyentes
Si, como dice uno de los herejes, se mezclaran la pureza y la impureza, no se requeriría el libre albedrío para separar la buena voluntad de la mala, sino un colador para separar lo puro de lo impuro. En efecto, en el caso de las cosas que están literalmente mezcladas, se requiere una mano que las separe, como la mano hábil que separa con el fuego la escoria de la plata y con un colador lo puro de lo impuro.
XXXIX
El libre albedrío no puede alterar el mal, ni el visible ni el espiritual
Si los maniqueos dicen que estas naturalezas en las que hay mezcla de excrementos tienen libre albedrío para separar de ellas la inmundicia, dejémoslas un poco. Aunque nos desviemos un poco de nuestro tema, vayamos con ellos adonde nos llaman. Porque la verdad, por su fuerza, va a donde sea conducida como vencedora, y donde es empujada hacia una derrota, allí obtiene la mejor corona. Dejemos, pues, las "naturalezas ligadas" y vayamos a los "espíritus independientes"; veamos si las voluntades de estos hombres en los que hay libertad pueden separar y expulsar de sí mismos el ingrediente malo, para que el ejemplo de la mezcla visible del mal visible podamos creer que también la mezcla invisible del mal invisible puede separarse. Si hay una cantidad de veneno dañino o flema mortal en cualquiera de estos hombres, que no pregunten si separará este mal la "conducta intachable de la libertad", o si lo harán las drogas y las raíces medicinales. ¿No los refuta este hecho y los convence de que la nocividad que he mencionado no puede separarse con la "rectitud de la libertad", sino con la habilidad medicinal? Si este pequeño mal que se mezcla con nosotros no se expulsa de nosotros con la "conducta intachable", sino con la virtud de las drogas, ¿cómo pueden los mandamientos y las leyes separar ese poderoso y poderoso mal que se mezcla en las almas? Porque, he aquí, como nos enseña la experiencia, la virtud medicinal puede separar de nosotros incluso el mal que hemos mencionado por medio de métodos médicos hábiles, y no por la "conducta de la libertad". Porque si dicen tales tonterías, que nadie escuche a los que relatan cuentos vacíos a mentes tontas. Porque las alegorías vacías sólo las cree aquel cuya mente está vacía en lo que respecta a la verdad.
XL
La cura adecuada para el mal es un veneno
Si ese mal mortal se mezcla en la humanidad como un veneno nocivo, que escuchen el razonamiento verdadero con un oído sano. Así como cuando se llena un recipiente de veneno, es necesario vaciarlo por medio de drogas para que ese veneno no se desborde y produzca en nosotros dolores y heridas, así también cuando el mal es excesivo en el alma es necesario que se le dé de baja, ya sea de mes en mes o de año en año. Pues así como el veneno se vuelve excesivo en nosotros a causa de los alimentos, así también dicen que "el mal se acumula y aumenta en nosotros a causa de los alimentos". Por tanto, si la medida del mal de ambas clases se vuelve excesiva en nosotros, es claro que debe haber una descarga y un vaciado de la plenitud. También es necesario que, cuando aumenta la sangre o la flema en nosotros, es necesario que se dé de baja.
XLI
El perdón no cura el excesivo mal, ni el perdón
vicario
Así pues, quienes deberían expulsar el mal de los hombres con una acción visible, purifican los pecados de los hombres con un perdón invisible. Mas, aunque los pecados de los hombres no se apartan de ellos, se añaden a quienes dicen que los purgan siete veces. Porque alrededor de sus cuellos está colgada la deuda de los pecados por cuyo perdón se han hecho falsamente fiadores. Porque también la locura, aunque no se aparta de un perro que se ha vuelto loco, entra siete veces en aquellos que son mordidos por el perro (Mt 10,14). Pero a los discípulos se les ordenó que sacudieran el polvo de sus pies contra aquellos que no los recibieran. Sacudimos el polvo de nuestras palabras contra aquellos que no reciben la verdad de nuestras palabras. Porque si la venganza estaba lista para venir por el polvo de los pies, ¡cuánto más pronto estará la venganza por la verdad de una palabra que es tratada con desprecio por quien la escucha!
XLII
Si el libre albedrío no puede alterar las fiebres, ¿cómo podrá dominar el
gran mal?
Quisiera saber esto: ¿Es el libre albedrío la causa de los pecados, o es el mal la fuente de los pecados? Pero si es el mal, como dicen, las libres voliciones no pueden obstruir las fuentes del mal. ¿Por qué método, entonces, se somete el mal a nuestra voluntad? Pues, he aquí, cuando queremos, lo avivamos en nosotros para que nos haga daño, y cuando queremos, lo mantenemos tranquilo dentro de nosotros para que no nos haga daño. Una demostración clara refuta su oscura doctrina, pues ni siquiera una fiebre dentro de nosotros está sujeta a nuestra voluntad, de modo que cuando queremos puede rugir y calmarse. Si, por tanto, esta ligera fiebre no está sujeta a nuestro libre albedrío, ¿quién puede someter a nuestro libre albedrío ese gran mal del que hablan? Si ese mal se sometió a nosotros, no hay nada más amable que él, porque ha sometido su gran poder a nuestra débil voluntad. Pero si el poder del bien nos somete el mal, es evidente que siempre que nos daña, ese mismo bien lo agita para dañarnos. Por lo tanto, aunque ese mal es malo porque nos hace daño, sin embargo, aquello que permite que el mal nos destruya es más malo que él.
XLIII
La voluntad es incapaz de alterar la naturaleza de las
cosas
No nos atrevamos a blasfemar contra el Bien, sino para que, por medio de lo que se considera blasfemo, aunque no lo sea, se pueda refutar por casualidad la blasfemia de los locos. Pues no se puede introducir en el camino a un hombre que se desvía del camino, a no ser que se desvíe un poco del camino tras él y se adentre en el desierto. Observa, pues, que la naturaleza de las cosas no sigue nuestra voluntad, sino que nuestra voluntad va tras la naturaleza de la creación, en el sentido de que las utilizamos según sus adaptaciones naturales. Pero si ni siquiera el fuego es frío o caliente según nuestra voluntad, ¿cómo se somete el poder feroz de ese Mal que posee una existencia propia a la voluntad de los que son creados? Pero el mal no posee una existencia propia, porque el libre albedrío posee imperio sobre sí mismo. El fuego conserva siempre su naturaleza caliente, pero el mal no conserva la naturaleza de su ser tanto como el fuego, que es una cosa creada. Y aunque no queramos quemarnos, el fuego actúa según su propia naturaleza y, cuando nos acercamos a él, nos quema. ¿Cómo, pues, puede el mal, que está mezclado en nosotros, si también tiene una naturaleza nociva, dañarnos cuando nuestra voluntad quiere ser dañada? Si nuestra voluntad le da poder, entonces la maldad de nuestra voluntad es más fuerte que la maldad del mal. Según su absurda doctrina, se encuentra que el mal es, por tanto, acusado por nuestro libre albedrío porque, como el libre albedrío quiere y en la medida en que lo quiere, el mal se le opone. Y en vano culpan a Satanás, ya que su voluntad es más odiosa que Satanás. Pero si el mal puede dañar nuestro libre albedrío siempre que nuestro libre albedrío quiere ser dañado, es claro que están llamando al libre albedrío mal, aunque no lo sepan. Porque el fuego que quema no espera a que el libre albedrío quiera o no quiera, sino que daña por igual a quien quiere y a quien no quiere, a ambos, si se acercan a él.
XLIV
La voluntad no puede vencer al elemento maligno
Si piensan los maniqueos que nuestra voluntad es capaz de vencer al mal, dejemos de lado la controversia y vayamos a la experiencia real. Si uno de ellos introduce la punta de su dedo meñique en el fuego, y si su voluntad puede vencer el poder del fuego para que no le haga daño, será posible creer que la naturaleza nociva del mal puede ser vencida. Pero si el fuego causa irritación y dolor en todo el cuerpo cuando ha tocado sólo nuestro dedo, ¿cómo ese mal nocivo, ya que está todo mezclado con nosotros, no nos daña también como el fuego débil? Si dicen que Dios no nos ha permitido vencer el fuego por nuestro libre albedrío, ¿quién les ha concedido entonces el poder sobre el mal para vencerlo por medio de su libre albedrío? Pero si otro Bien le ha concedido al libre albedrío el poder de vencer al mal, toda su blasfemia se aplica a Aquel a quien alaban (pues toda la censura se aplica al Bien. Si él cambió el mal para que no nos hiciera daño como el fuego, es evidente que también puede cambiar cualquier mal que nos haga daño en el presente para que no nos haga daño. Pero si no pudo, ¿es segura nuestra victoria? Y que nos convenzan y nos muestren cómo su libre albedrío vence al mal cuando no puede vencer al fuego. Pero cualquiera que sea la prueba que elijan, están atados a la que elijan. Si dicen que porque el fuego por su naturaleza posee calor, por eso nuestro libre albedrío no puede vencerlo, es evidente que el mal no posee libre albedrío por naturaleza; y por eso nuestra voluntad puede vencerlo.
XLV
La voluntad sí puede disminuir el elemento maligno
Si la naturaleza nociva y ardiente del fuego, aunque ha sido creado y hecho, no puede ser mitigada, ¿cómo, siendo el mal una existencia actual, como dicen, puede ser mitigada la verdadera naturaleza de la existencia, ya que incluso las simples cosas no pueden mitigarse entre sí o mezclarse entre sí a menos que tengan una afinidad para recibirse mutuamente? Y si una cosa no puede amar a su opuesto, ¿cómo, como dicen, concibió el mal una pasión por el bien, y lo atacó y se mezcló con él? Y también, ¿cómo se mezcló el bien con el mal y lo amó? Y aunque los maestros y legisladores lo convocan, desprecia sus consejos y anula sus leyes, ni las espadas desenvainadas de los jueces justos lo asustan para abstenerse del odioso amor que tiene por el cuerpo que ellos llaman mortal, y odia y niega la fuente buena de su naturaleza, y ama producir el fruto malo de la raíz amarga (Rm 11,13) en el que ha sido injertado durante algún tiempo.
XLVI
El cuerpo sí puede producir una conducta buena, y frutos buenos
¿Y cómo los convence la palabra del Verdadero, que dice: "No hay árbol bueno que dé frutos malos" (Mt 7,18)? Si el alma es una cosa buena que proviene de una naturaleza buena, ¿cómo puede producir el fruto malo del "cuerpo mortal"? ¿Y cómo puede el cuerpo, que dicen que proviene de un elemento malo, producir una conducta buena como un fruto bueno?
XLVII
La voluntad no tiene poderes increíbles
Es posible que tú, oh oyente, oigas algo mayor que esto. Pues, si queremos, el mal que hay en nosotros puede reducirse y no dañarnos, y en un abrir y cerrar de ojos, si queremos, puede volverse real, feroz y mortal en nosotros. ¡Oh, qué gran maravilla es ésta, es decir, qué gran ceguera en la falsa doctrina! Mira, cuando reducimos el mal que hay en nosotros, no mezclamos en él nada más que la buena voluntad para que se reduzca; y cuando revive y se enfurece, no mezclamos en él nada más que la mala voluntad para que se enfurezca. Pero si nuestra voluntad lo reduce o lo empeora, ¿no es evidente, incluso para los necios, que nuestra voluntad es buena y mala? Por eso, cuando emplean todos esos términos perversos, se refieren al libre albedrío y blasfeman contra esta voluntad, aunque no se den cuenta de ello. Si un hombre bebe vino diluido y mezcla en él su buena voluntad, ¿puede éste adquirir fuerza y volverse abrumador aunque no le añada más vino? Si, por el contrario, el vino no está mezclado y es fuerte, ¿puede él disminuir su fuerza con su sola voluntad, aunque no le añada agua? Por lo tanto, que se posicionen o bien en la mezcla o bien en la voluntad.
XLVIII
La voluntad no es refinada, ni enviada desde arriba
Si nuestra voluntad disminuye el mal, se vence la afirmación de que el mal se mezcla con el bien, y he aquí que el bien se va refinando poco a poco. En efecto, nuestra voluntad está siempre en nosotros y no se refina en absoluto ni sale de nosotros. Si nuestra voluntad se refinara y saliera, ya habría llegado a su fin y no sería posible que queramos rectamente. Y si nuestra voluntad no llega a su fin, tampoco lo hagamos el bien ni el mal. ¿Cuándo, pues, se produce la refinación y la separación de ambos? Y si hay una refinación del bien por medio del bien, de modo que sube de las profundidades a las alturas, ¿por qué no hay también una eliminación del mal por medio del mal, de modo que pueda descender a sus profundidades?
XLIX
Las fórmulas maniqueas no pueden eliminar el poder del mal
Si los maniqueos persisten en sostener esta teoría de una mezcla, esa explicación falla, ya que por nuestra voluntad conquistamos el mal y, por lo tanto, en lugar de las buenas palabras que enseñan, deberían distribuir partes buenas para que la humanidad pueda comerlas o beberlas para que esas partes buenas entren y disminuyan la ferocidad del mal. Porque las palabras no disminuyen la amargura de las raíces; pero la acritud natural que hay en una naturaleza se reduce por la dulzura natural que hay en otro elemento. Porque los hechos no se vencen con palabras, ni las naturalezas se cambian con expresiones. Porque ese mal que existe independientemente, como dicen, puede ser expulsado por medio de algún bien que también exista independientemente. Porque el poder expulsa al poder y la sustancia es expulsada por la sustancia y la fuerza es vencida por la fuerza. Sin embargo, nuestra mera palabra no puede mover una piedra sin la mano, ni nuestra voluntad puede mover nada sin nuestros brazos. Si nuestra voluntad no es capaz de mover cosas tan insensibles e indefensas, ¿cómo podrá vencer al gran mal, puesto que se requiere un poder y no una voluntad? Pues la luz no expulsa a las tinieblas por la voluntad, ni lo dulce vence a lo amargo por la libre elección. Si estas naturalezas, pues, por ser naturalezas, requieren una fuerza poderosa y no una simple voluntad, ¿cómo es que la cualidad del poder, no la libre elección, no se requiere en el caso del mal y del bien, si tienen naturalezas ligadas?
L
El mal moral y físico no proviene de una sola esencia
Si la voluntad no disminuye el mal que está mezclado con raíces amargas y mortales, mientras que el libre albedrío vence este mal de la humanidad, ¿cómo puede ser que, si es el mismo mal que está en la humanidad y en las raíces, una parte de él sea vencido por la fuerza y otra parte por la voluntad? O bien el mal está dividido contra sí mismo, o hay dos males que son diferentes entre sí en su esencia. Y si una parte del veneno que existe en las frutas y raíces está "acumulado y recogido en nosotros" y, si el mal es todo uno, ¿cómo es que una parte de él en nosotros es vencido por "una ley y un mandamiento", y otra parte es vencida sólo por mezclas y drogas? Pues el consejo y la enseñanza no sirven para contrarrestar el veneno en nuestros cuerpos, ni las drogas y mezclas sirven para nada para el mal que está en nuestras almas. Aquí se ve que el veneno que está en nosotros es una "naturaleza atada", y una ley no puede cambiarla, y el mal que está en nuestras almas pertenece al libre albedrío y las raíces medicinales no pueden disminuirlo. Aunque, por lo tanto, hay muchas cosas que es posible decir sobre estos temas, no deseo aumentar su número, para que no parezca que hemos vencido por medio de muchas palabras, y no por palabras verdaderas. Porque no vencemos con las armas de los oradores y filósofos, cuyas armas son su enseñanza lógica. Gracias sean dadas a Aquel cuya enseñanza obtiene una victoria por nuestra semejanza infantil y Su Verdad por nuestra simplicidad sin la enseñanza de la filosofía.