TERTULIANO DE CARTAGO
Sobre la Idolatría

I
Amplio significado del término idolatría

El principal crimen de la raza humana, y la mayor culpa que se le imputa al mundo, y la causa entera del juicio, es la idolatría. ¿Por qué? Porque aunque cada falta conserva su propio carácter, y está destinada a ser juzgada bajo su propio nombre, todas están delimitadas bajo la categoría general de idolatría. Dejad a un lado los nombres, examinad las obras, y veréis que el idólatra es también un homicida. ¿Que a quién ha matado? En primer lugar, a sí mismo, al convertirse en un ser extraño y hasta en su enemigo personal. ¿Con qué trampas? Con las de su error. ¿Con qué armas? Con la ofensa hecha a Dios. ¿Por cuántos golpes? Por tantos como sean sus idolatrías. El que no sabe que es idólatra, afirmará que el idólatra no ha cometido asesinato, y lo mismo en los casos del adulterio y la fornicación. Ciertamente, el que sirve a dioses falsos, o a sus ídolos, sin duda que es adúltero de la verdad (porque todo adulterio es falsedad) y también está hundido en la fornicación (pues ¿quién, colaborador de espíritus inmundos, no anda en general contaminada y fornicada?). Así es como las Sagradas Escrituras usan el término fornicación, cuando reprenden la idolatría. Considero que la esencia del fraude es que cualquiera se apodere de lo que es de otro, o rechace a otro lo que le corresponde, obviando que el fraude cometido hacia el hombre es un crimen. La idolatría defrauda a Dios, al negarle y conferir a otros sus honores; de modo que al fraude se une también la deshonra. Si el fraude, al igual que la fornicación y el adulterio, conlleva la muerte, ¡cuánto más la idolatría! Todos los crímenes, de alguna manera o de otra, y ordenados separadamente, encuentran su propia esencia en la idolatría. En la idolatría también están contenidas las concupiscencias del mundo, pues ¿qué solemnidad no idolatra el vestido o el ornamento? En ellas hay lascivias y borracheras, y el estómago y el apetito frecuentan estas solemnidades. En todo esto hay injusticia, pues ¿qué hay más injusto que desconocer lo que es justo? También hay en ello vanidad, pues todo su sistema banaliza a las personas. En ello está la mentira, porque toda su sustancia es falsa. Así pues, la idolatría es la raíz de todos los crímenes, y en todos los crímenes hay idolatría. Todas las faltas saben a oposición a Dios, y no hay nada que sepa más a oposición a Dios que los demonios y los espíritus inmundos, cuya propiedad son los ídolos. Sin duda, cualquiera que cometa una falta será acusado de idolatría, porque hace lo que es propio de los dueños de ídolos.

II
La idolatría en su sentido más limitado

Dejemos que los nombres universales de los crímenes se reduzcan a las especialidades de sus propias obras, y que la idolatría permanezca en lo que ella misma es, pues se basta a sí misma como enemiga de Dios. En efecto, la idolatría es tan copiosa que extiende infinitas ramas, y difunde infinitas venas, y extrae lo que quiere de infinitos modos, y de infinitas maneras subvierte a los siervos de Dios. Y esto no sólo cuando no se percibe, sino también cuando se encubre. La mayoría considera que la idolatría debe interpretarse únicamente en si uno quema incienso, o inmola una víctima, u ofrece un banquete de sacrificio, o está obligado a algunos sacerdocios. Eso es lo que piensan, como si uno considerara que el adulterio se contabiliza en besos y abrazos carnales, o como si el asesinato fuese contado sólo como el derramamiento de sangre. Nosotros estamos seguros de cuán amplia es la extensión que el Señor asigna a esos crímenes, cuando condena el adulterio de la concupiscencia (por las miradas lujuriosas) y el asesinato de la injuria, ira o abandono (por las riñas con el hermano). De lo contrario, tanto el ingenio del diablo en la malicia, como el del Señor en la disciplina (con la que nos fortalece contra las profundidades del diablo) tendrían un alcance limitado, y seríamos juzgados sólo por faltas que las leyes paganas han decretado como punibles. ¿Cómo, entonces, sería "nuestra justicia superior a la de los escribas y fariseos", como ha prescrito el Señor? El jefe de las injusticias es la idolatría, y por eso es el primer punto que debemos combatir, tanto a ella misma como a sus abundantes y palpables manifestaciones.

III
Origen de la idolatría

En la antigüedad no existían los ídolos. Antes de que surgieran los artífices de esta monstruosidad, los templos estaban solitarios y los santuarios vacíos de ídolos, como prueban los vestigios que hoy todavía quedan de aquella antigua práctica. Sin embargo, la idolatría era practicada fuera de los templos, y sin un ídolo concreto. En concreto, en todo desastre humano. Cuando el diablo introdujo en el mundo a los artífices de las estatuas, imágenes de ídolos, y leyendas mitológicas, todo aquel antiguo y rudo negocio de desastres humanos obtuvo en los ídolos un nombre y un desarrollo. A partir de entonces, el arte de producir ídolos se convirtió instantáneamente en fuente de idolatría. Da lo mismo que un sacerdote, o un tallista, o un poeta, tejan el ídolo, así como tampoco importa si un ídolo está hecho de yeso, o de colores, o de piedra, o de bronce, o de plata, o de hilo. Lo importante es que, mediante el ídolo, se comete idolatría. Sobre todo cuando el ídolo está allí presente, sin importar de qué clase sea, o de qué material o de qué forma. Para establecer este punto es necesaria la interpretación de la palabra eidos, que en griego significa forma, derivado diminutivamente de "tomar forma". Toda forma o formación, por lo tanto, pretende ser llamada ídolo. Así, la idolatría es toda asistencia y servicio a un ídolo, y todo artífice de un ídolo es culpable de un mismo delito, ya sea un artífice particular o un artífice colectivo (como puede ser el caso de un pueblo entero, que decide consagrarse para sí la imagen de un becerro, para darle culto).

IV
Ídolos y creadores de ídolos, en la misma categoría

Dios prohíbe tanto fabricar un ídolo como adorarlo. En la medida en que hacer lo que puede ser adorado es el acto anterior, en la misma medida la prohibición de hacerlo es una prohibición previa. Por esta causa (es decir, por la erradicación del material de la idolatría), la ley divina proclama: "No harás ningún ídolo", y: "Ni semejanza de las cosas que están en el cielo", prohibiendo a los siervos de Dios actos de esta clase en todo el universo ("en el cielo, en la tierra, o sobre el mar"). Enoc había predicho que "los demonios, y los espíritus de los ángeles apóstatas, convertirían en idolatría todos los elementos y adornos del universo, y todas las cosas contenidas en el cielo, en el mar y en la tierra, y todo lo que pudiera ser consagrado como Dios, en oposición a Dios". Todas estas cosas, pues, adoran el error humano, y no al mismo Fundador de todas las cosas. Las imágenes de esas cosas son ídolos, y la consagración de las imágenes es idolatría. Cualquier culpa en que incurra la idolatría debe necesariamente ser imputada a todo artífice de cada ídolo. Por ejemplo, el mismo Enoc amenaza tanto a los adoradores de ídolos como a los hacedores de ídolos, cuando dice: "Os juro, pecadores, que contra el día de la perdición de la sangre se está preparando el arrepentimiento. Vosotros que servís a las piedras, y vosotros que hacéis imágenes de oro, plata, madera, piedras y barro, y vosotros que servís a fantasmas, demonios y espíritus en los fanes, y vosotros que erráis en estos conocimientos, no encontraréis ayuda de ellos". Por su parte, Isaías dice: "Vosotros sois testigos de si hay Dios fuera de mí", y: "Los que moldean y tallan vanidades hacen lo que les gusta, pero no les aprovechará". Todo el discurso que sigue impone una prohibición tanto a los artífices como a los adoradores. El final de dicha prohibición es, aludiendo a los ídolos, la siguiente: "Su corazón es ceniza y tierra, y ninguno puede liberar tu propia alma". Por su parte, David incluye igualmente a los ídolos y creadores de ídolos, cuando dice: "Éstos son como quienes los hacen". ¿Debería sugerir algo más? ¿Y recordar algo más de las Escrituras? Como si la voz del Espíritu Santo no fuera suficiente con esto, haré alguna deliberación adicional, sobre todo porque el Señor maldijo y condenó prioritariamente a los artífices de aquellas cosas, a las cuales maldijo y condenó.

V
Excusas variadas de los idólatras

Me esforzaré en responder las principales excusas de los artífices de la idolatría, que nunca deberían ser admitidos en la casa de Dios (si es que alguno tiene conocimiento de esta disciplina). Para empezar, algunos dicen: No tengo otra cosa con qué vivir. Bien, entonces ¿tienes con qué vivir? Y si te riges por tus propias leyes, ¿qué tienes que ver con Dios? Algunos dicen que el mismo apóstol ha dicho que "según haya sido hallado, así persevere", y por eso preguntan: ¿No he de seguir perseverando en ello? Subnormal, ¿acaso podemos perseverar también en los pecados, como resultado de esa interpretación? Porque no hay ninguno de nosotros que no haya sido hallado pecador, ya que ninguna otra causa fue la fuente del descenso de Cristo que la de liberar a los pecadores. Algunos dicen que el apóstol ha dicho que "cada uno trabaje con sus propias manos para ganarse la vida", y preguntan: ¿No estoy yo también en ese caso? Bien, si este precepto se mantiene con respecto a todos, creo que incluso los ladrones de baños viven de sus manos, y los ladrones obtienen con sus robos los medios para vivir de sus manos. Los falsificadores, además, ejecutarían sus malas letras, y no con los pies sino con las manos. Los actores, sin embargo, se ganarían la vida no sólo con las manos, sino con todos sus miembros. Por tanto, ¿está la Iglesia abierta a todos los que se sostienen con sus manos y con su propio trabajo; sin excepción respecto de las artes ajenas a la disciplina de Dios? Algunos dicen, en oposición a nuestra proposición: La semejanza está prohibida. Pues bien, ¿por qué, entonces, Moisés hizo en el desierto una figura de serpiente de bronce? Lo hizo por esto: por la futura y secreta dispensación, y no con miras a la derogación de la ley sino como un tipo de su propia causa final. De lo contrario, si interpretamos estas cosas como hacen los adversarios de la ley, también nosotros, como los marcionitas, atribuimos inconsistencias al Todopoderoso, y con ello lo destruimos como mutable. Si alguno finge ignorar que aquella efigie de la serpiente de bronce, a modo de colgada, denotaba la forma de la cruz del Señor, y que había de librarnos de las serpientes (es decir, de los ángeles del diablo), que aprendan esto: que Cristo condenó al diablo asesino, y a cualquier otra exposición de esas figuras inútiles e idolátricas. Esto es lo que recordó el apóstol, cuando afirmó que "todas las cosas sucedieron en aquel tiempo al pueblo en sentido figurado". Basta que el mismo Dios, así como por ley prohibía hacer semejanzas, por precepto extraordinario en el caso de la serpiente, prohibiera la semejanza. Quienes reverencian a Dios, deben también reverenciar su ley, que dice: "No harás semejanza". Si te dedicas a miras atrás, imita también a Moisés y no hagas ninguna semejanza contra la ley, a menos que Dios te lo haya ordenado a ti.

VI
Hacer un ídolo es, de hecho, adorarlo

Si ninguna ley de Dios hubiera prohibido que hiciéramos ídolos, o si ninguna voz del Espíritu Santo hubiera pronunciado una amenaza general tanto contra los hacedores como contra los adoradores de ídolos, de nuestro mismo sacramento sacaríamos que las artes de ese tipo se oponen a la fe. En efecto, ¿cómo habremos dicho "renuncio al diablo y a sus ángeles", si los creamos? ¿Qué divorcio les hemos declarado, dependiendo de con quién vivimos? ¿En qué discordia hemos entrado con aquellos a quienes estamos obligados, por el bien de nuestro sustento? ¿Puede negar la lengua lo que la mano confiesa? ¿Deshaces con palabras lo que haces con hechos? ¿Predicaréis un solo Dios, vosotros que hacéis tantos? ¿Predicáis al Dios verdadero, vosotros que fabricáis los falsos? Algunos dicen: Hago ídolos, pero no los adoro. En efecto, ¡porque no te atreves, así como tampoco te atreves a adorar al Dios verdadero! Adoradlos, vosotros que los fabricáis, y no con el espíritu de perfumes inútiles, sino con el vuestro propio. Así, seréis condenados no a costa de una bestia, sino de vuestra propia alma. A ellos inmoláis vuestros ingenio, y a ellos libáis vuestro sudor, y a ellos encendéis vuestras luces. Si tú eres para ellos un sacerdote, ya que por ti tienen sacerdote, tu diligencia es su divinidad. ¿Afirmas que no adoras lo que haces? ¡Ah! pero no lo afirman aquellos a quienes tú matas la víctima más gorda, y más preciosa y mayor, que es tu salvación.

VII
Creadores de ídolos dentro la Iglesia

El celo de la fe dirige sus súplicas a este sector, lamentando que un cristiano pase de los ídolos a la Iglesia, y de un taller adversario a la casa de Dios. La fe lamenta que levanten las manos a Dios Padre las manos que han sido madres de ídolos, y oren a Dios al aire libre quienes han rezado en oposición a Dios, y apliquen al cuerpo del Señor aquellas manos que han conferido cuerpos a los demonios. No es suficiente con hacer este paso, porque esas manos reciben lo que contaminan, y entregan a otros lo que han contaminado. Los artífices de ídolos son elegidos, incluso, en el orden eclesiástico. ¡Oh maldad! Una vez los judíos pusieron tizones a Cristo, mas éstos destrozan su cuerpo diariamente. ¡Oh manos que serán cortadas! Respecto al dicho "si tu mano te hace hacer mal, córtala", mira si se pronuncia o no a modo de semejanza, pues ¿qué manos hay más para ser amputadas que aquellas en las que se hace escándalo al cuerpo del Señor?

VIII
Artes subordinadas a la idolatría, para obtener beneficios

Hay también otras especies de artes que, aunque no se extienden a la fabricación de ídolos, con la misma criminalidad proporcionan los complementos sin los cuales los ídolos no tienen poder. En efecto, no importa si eriges o equipas, o si has embellecido su templo o nicho, o si les has prensado pan de oro, o si has labrado su insignia, porque cualquier tipo de ese trabajo le confiere forma o autoridad, y eso es igualmente grave. Si tanto insisten estos fabricantes de ídolos en la necesidad de manutención, han de saber que tienen otros medios para proporcionar medios de subsistencia, sin salirse del camino de la disciplina (es decir, sin la convicción de un ídolo). El yesero de ídolos también sabe reparar tejados, y aplicar estucos, y pulir una cisterna, y trazar ojivas, y dibujar en relieve en las medianeras muchos otros adornos, aparte de los idolátricos. También el pintor de ídolos, o el marmolista, o el bronceador, o cualquier tallista, conoce ampliaciones de su propio arte, incluso mucho más fáciles de ejecutar. ¡Cuánto más fácilmente quien dibuja una estatua cubre un aparador! ¡Cuánto más el que talla a Marte en un tilo, es capaz de armar un cofre! Ningún arte es independiente de su arte prójimo, y las venas de las artes son tantas como las concupiscencias de los hombres. También hay diferencias en los salarios y en las recompensas de la artesanía. Los salarios más bajos se compensan con ingresos más frecuentes. ¿Cuántas son las medianeras que requieren estatuas? ¿Cuántos templos y santuarios se construyen para los ídolos? Pues bien, muchas más casas, y residencias oficiales, y baños y viviendas hay. Dorar zapatos y zapatillas sí es un trabajo diario, y no el dorado de Mercurio y Serapis. Que eso sea suficiente para ganar artesanías. El lujo y la ostentación tienen más adeptos que todas las supersticiones. Esta ostentación requerirá platos y tazas más fácilmente que la superstición, y habrá más ofertas de lujo en coronas que en ceremonias. Por tanto, instamos a los hombres a realizar tales tipos de artesanías, sin necesidad de entrar en contacto con los ídolos y las cosas propias o comunes de los ídolos. Debemos cuidar que ninguna persona, con nuestro conocimiento, exija nada del servicio de los ídolos. Si hiciésemos tal concesión, obviando los remedios ya citados, no estaríamos libres del contagio de la idolatría, y nuestras manos (no inadvertidas) se encontrarán ocupadas en la tendencia, honor y servicio de los demonios.

IX
Profesiones afines a la idolatría, comenzando por la astrología

Algunas profesiones están sujetas a la acusación de idolatría. De los astrólogos ni siquiera debería hablarse, mas como hay quienes nos desafían, defendiendo la perseverancia en esa profesión, usaré algunas palabras. Lo que digo de los astrólogos es esto: que no atribuyen todo el poder de Dios, sino al arbitraje de las estrellas, y que por eso piensan que no es necesario buscar a Dios. Una proposición hago: que aquellos ángeles que fueron desertores de Dios, y amantes de las mujeres, fueron también los descubridores de este curioso arte, también condenado por Dios. ¡Oh sentencia divina, que llega hasta la tierra con su vigor, y de la que dan testimonio los involuntarios! ¿Por qué? Porque los astrólogos son expulsados al igual que sus ángeles, y Roma e Italia prohíbe su entrada, e imponen la misma pena de expulsión para sus discípulos y maestros llegados desde el este. ¿Y por qué los expulsan? Por esto mismo: por la alianza mutua de la magia con la astrología. Los intérpretes de las estrellas fueron, a decir verdad, los primeros en anunciar el nacimiento de Cristo, y los primeros en presentarle sus dones. Entonces ¿que? ¿Acaso la religión de aquellos magos servirá ahora también de patrona a los astrólogos? La astrología debería tratar de Cristo, pues es la ciencia de las estrellas de Cristo, y no de Saturno, de Marte, o de cualquier otra persona de la misma clase de muertos a quien presta observancia y predica? De hecho, esta ciencia ha sido permitida hasta el evangelio. Sí, pero lo ha sido para que después del nacimiento de Cristo nadie interprete en adelante el nacimiento de nadie por el cielo. Por tanto, los magos ofrecieron al Señor incienso, mirra y oro, a forma de cerrar el sacrificio, la gloria y la riqueza del mundo (que Cristo, por otra parte, estaba a punto de eliminar). El sueño enviado a los magos (sin duda, por voluntad de Dios) les sugirió "volver a su casa por otro camino", y no por el camino que habían venido de la astrología. En primer lugar, ese sueño les indicó que no debían caminar en adelante por su antiguo camino (de la astrología). Herodes, de hecho, no los persiguió, sin saber siquiera que habían partido por otro camino. Así es como debemos entender el verdadero camino y la disciplina correcta. En segundo lugar, ese sueño les indicó que no debían andar en adelante de la misma manera (de la magia). La magia trata de operar milagros, incluso en oposición a Moisés y poniendo a prueba la paciencia de Dios (hasta el evangelio). Una vez consumado el evangelio, Simón el Mago, recién convertido en creyente, y proveniente de una secta de malabaristas, podía comprar incluso el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos, y con ello obrar milagros. Por eso fue maldecido por los apóstoles, y expulsado de la fe. Tanto él como el otro mago que estaba con Sergio Paulo fueron castigados por los apóstoles con la pérdida de los ojos. Creo que el mismo destino habrían corrido también el resto de astrólogos, de haber caído en manos de los apóstoles. El evangelio, pues, castiga la magia, y a la astrología como una de sus fuentes. Después del evangelio, no encontraréis en ninguna parte ni sofistas, ni caldeos, ni encantadores, ni adivinos, ni magos, salvo porque son claramente castigados. Esto es lo que recuerda el apóstol, cuando dice: "¿Dónde está el sabio, dónde el gramático, dónde el disputador de este siglo? ¿No ha hecho Dios necia la sabiduría de este siglo?". Nada sabes, astrólogo, si no sabes que debes ser cristiano. Si lo supieras, también deberías haber sabido esto: que tu profesión presagia los climatéricos de otros, en vez de instruirte a ti sobre tu propio peligro. No hay parte ni suerte para un astrólogo en la Iglesia, ni para su sistema. No puede esperar el reino de los cielos aquel cuyo dedo o vara utiliza el cielo para su beneficio.

X
Los maestros paganos, propagadores de la idolatría

Debemos preguntarnos también acerca de los maestros de escuela. Y no sólo de ellos, sino también de todos los demás profesores de literatura, por su afinidad con las múltiples idolatrías. En primer lugar, a ellos les es necesario predicar los dioses de las naciones, y expresar sus nombres y genealogías, y distinciones honorables y cosas singulares. En segundo lugar, a ellos les es necesario observar las solemnidades y fiestas de los dioses, así como de aquellos por cuyos medios computan sus rentas. ¿Qué maestro de escuela, sin una mesa de los siete ídolos, frecuentará todavía la quinquatria? De hecho, el primer pago de cada alumno lo consagra al honor y al nombre de Minerva. De este modo, aunque los literatos no coman de lo sacrificado a los ídolos, o no estén dedicados a ningún ídolo en particular, no evitan la idolatría. ¿Qué contaminación no produce la que produce un negocio que, tanto nominal como virtualmente, está consagrado públicamente a un ídolo? Las Minervalia son tanto de Minerva como las Saturnalia de Saturno. La fiesta de Saturno, incluso, ha de ser necesariamente celebrada incluso por los pequeños esclavos, en la época de las Saturnales. También hay que recoger los regalos de Año Nuevo y conservar el Septimontium, y todos los regalos del pleno invierno y de la Fiesta del Parentesco deben ser exigidos. Las escuelas deben estar coronadas de flores, así como las esposas de los flamens y el sacrificio de los ediles. La escuela es honrada en los días festivos señalados, y lo mismo ocurre en el cumpleaños de un ídolo, multiplicándose con ello toda la pompa del diablo. ¿Quién pensará que estas cosas son propias de un maestro cristiano, a menos que sea él quien las considere adecuadas también a uno que no es maestro? A este respecto, algunos dicen: Si enseñar literatura no es lícito a los siervos de Dios, tampoco lo será aprender. Y yo les digo: ¿Y cómo podría uno ser entrenado para la inteligencia humana ordinaria, o para cualquier sentido o acción, sin la literatura ordinaria, que es el medio de formación para toda la vida? ¿Cómo vamos a repudiar los estudios seculares, sin los cuales no se pueden realizar los estudios divinos? Veamos, entonces, la necesidad de la erudición literaria, y reflexionemos qué sí se puede y qué no se puede admitir en ella, o qué parte sí se puede o no se puede obviar. A los creyentes se les permite aprender literatura, pero no tanto enseñarla. ¿Por qué? Porque los principios de aprender y de enseñar son diferentes. Si un creyente enseña literatura, mientras enseña elogia, y mientras entrega afirma, y mientras recuerda da testimonio de todas las alabanzas intercaladas en ellas (que no todas son viables, como las politeístas). Considerando que la ley, como hemos dicho, prohíbe "pronunciar los nombres de los dioses", enseñar estas cosas de la literatura sería una vanidad. De ahí que el diablo construya la fe temprana de los hombres desde el comienzo de su erudición. Y si no, preguntad si el que catequiza sobre ídolos comete idolatría. Cuando un creyente aprende estas cosas, si ya es capaz de entender lo que es idolatría, ni las recibe ni las permite, y mucho más si aún no es capaz. Cuando comienza a aprender, le conviene primero comprender lo que ya ha aprendido (es decir, lo que toca a Dios y la fe). De ser así, rechazará esas cosas y no las recibirá, y estará tan seguro como aquel que acepta a sabiendas el veneno pero no lo bebe. Se le atribuye la necesidad como excusa, porque no tiene otra forma de aprender. Además, no enseñar literatura es mucho más fácil que no aprender, como también es más fácil para el alumno no asistir que para el maestro no frecuentar. ¿El qué? Esto mismo: las impurezas que afectan a las escuelas públicas y a las solemnidades públicas.

XI
Relación entre codicia e idolatría, con fines lucrativos

Si analizamos el resto de las faltas, investigándolas en su origen, hemos de comenzar por la codicia, "raíz de todos los males" en la que algunos, habiendo quedado atrapados, "naufragaron en la fe". De hecho, la codicia es llamada por el mismo apóstol idolatría. En segundo lugar, pasando a la mentira, el ministro de la avaricia (de los falsos juramentos guardo silencio, ya que ni siquiera jurar es lícito), ¿es adecuado el comercio para un siervo de Dios? Y aparte de la codicia, ¿cuál es el motivo para adquirir? Cuando cese el motivo de la adquisición, no habrá necesidad de comerciar. Concede ahora que haya algo de rectitud en los negocios, a salvo del deber de vigilancia contra la codicia y la mentira. Entiendo que ese comercio que pertenece al alma y al espíritu mismo de los ídolos, que mima a todo demonio, cae bajo el cargo de idolatría. Más bien, ¿no es ésa la principal idolatría? Si las mismas mercancías (el incienso, y todas las demás producciones extranjeras) utilizadas como sacrificio a los ídolos, sirven igualmente a los hombres para ungüentos medicinales, y a nosotros los cristianos también para los consuelos de sepultura, que se encarguen de él. En todo caso, mientras las pompas, los sacerdocios y los sacrificios de los ídolos estén provistos de peligros, de pérdidas, de inconvenientes, de reflexiones, de idas y vueltas o de intercambios, ¿qué otra cosa se te demuestra que eres, sino un agente de ídolos? Que nadie sostenga que se pueden hacer excepciones en todos los oficios, porque hay oficios en los que no se pueden hacer excepciones. Todas las faltas más graves extienden el ámbito de la diligencia en la vigilancia proporcionalmente a la magnitud del peligro, para que podamos sustraernos no sólo de las faltas, sino también de los medios por los que existen. Aunque la culpa sea de otros, también es culpa mía. Por eso, en ningún caso debo ser necesario a otro, mientras él hace lo que a mí me es ilícito. Por eso debo tener cuidado de que, lo que me está prohibido, no se haga por mis medios. Por ejemplo, al estar prohibida la fornicación, yo no proporciono nada de ayuda o connivencia a otros para ese propósito. Si yo separo mi propia carne de los guisos idolátricos, estoy reconociendo que no puedo ejercer el oficio de proxeneta, ni guardar esa clase de lugares para beneficio de mi prójimo. Así también, la prohibición del asesinato me muestra que un entrenador de gladiadores está excluido de la Iglesia, pues ordena a otro que haga lo ilícito. Si un proveedor de víctimas públicas se pasa a la fe, ¿le permitiremos permanecer permanentemente en ese oficio? Y si algún creyente hubiera emprendido ese negocio, ¿lo vamos a mantener en la Iglesia? No, como tampoco a un cristiano que oculte que es vendedor de incienso. En verdad, la acción de la sangre pertenece a unos, la de los olores a otros. Antes de que existieran los ídolos, la idolatría no se perpetraba con el ídolo, pero sí mediante la quemas de olores (lo cual también es útil para los demonios, porque la idolatría se lleva a cabo más fácilmente. Interroguemos a fondo la conciencia de la fe misma. ¿Escupirá un cristiano, que es vendedor de incienso, al pasar por los altares humeantes que él mismo ha preparado? ¿Con qué coherencia exorcizará a sus propios hijos adoptivos, a quienes les ofrece su propia casa como almacén? Ningún arte, profesión u oficio, que se dedique a equipar o formar ídolos, puede estar libre del título de idolatría; a menos que interpretemos la idolatría como algo completamente distinto al servicio y tendencia a los ídolos.

XII
Vivir sin idolatrías

En vano nos jactamos de las necesidades del sustento humano si, después del sello de fe, algunos dicen: ¿No tengo medios yo para vivir? Nuestro Señor nos habló de un prudentísimo constructor que, calculando los costos de la obra, y analizando sus propios medios, antes de comenzarla deliberó cómo no tener que avergonzarse después de verse agotado, y no terminar la obra. Así pues, esos tales no tienen excusa. Otros dicen: ¿Estaré yo en necesidad? Pues bien, el Señor llama felices a los necesitados, y les recuerda: "No penséis qué voy a comer o con qué me voy a vestir", y pone como ejemplo de vestimenta a los lirios. Otros dicen: Mi trabajo es mi subsistencia. Pues bien, entre cristianos esto no es así, pues los apóstoles "vendían todas sus posesiones y las distribuían entre los necesitados". Otros dicen: Hay que tomar medidas para los niños y la posteridad. Y esto les dice el Señor: "Nadie que pone la mano en el arado, y mira hacia atrás, vale para el reino de los cielos". Otros dicen: Yo estoy bajo contrato. Y esto les dice el Señor: "Nadie puede servir a dos señores". Si quieres ser discípulo del Señor, es necesario que "tomes tu cruz y me sigas", dice el Señor. Es decir, que le entregues tus propias angustias y tormentos, y hasta tu cuerpo. Para ello, habrá que dejar atrás a padres, esposas e hijos, por amor de Dios. ¿Dudas en las artes y en los oficios y también en las profesiones, por amor a los hijos y a los padres? Incluso allí se nos demostró que, tanto las queridas prendas, como las artesanías y los oficios, deben quedar completamente atrás por amor del Señor. Santiago y Juan, llamados por el Señor, dejan atrás tanto al padre como al barco. Y lo mismo hace Mateo, cuando es levantado del peaje. Ninguno de los que el Señor escogió dijo: No tengo medios para vivir. La fe no teme al hambre, sino que que, por amor de Dios, el hambre no le debe menos despreciar que cualquier clase de muerte. Ha aprendido a no respetar la vida; ¿cuánta comida más? ¿Cuántos han cumplido estas condiciones? Pero lo que con los hombres es difícil, con Dios es fácil. Sin embargo, consolémonos con la mansedumbre y la clemencia de Dios de tal manera, que no nos satisfagamos nuestras necesidades hasta el punto de afinidades con la idolatría, sino que evitemos incluso de lejos cada soplo de ella, como de una pestilencia. Y esto no sólo en los casos antes mencionados, sino en la serie universal de supersticiones humanas, ya sea apropiado a sus dioses, o a los difuntos, o a los reyes, o a los mismos espíritus inmundos, o a los sacrificios y sacerdotes, o a los espectáculos y días festivos.

XIII
Sobre los días conmemorativos de idolatrías

Sobre los espectáculos y placeres de esa especie, ya he llenado un volumen propio. En este caso, analizaré el tema de las fiestas y otras solemnidades extraordinarias, que concedemos unas veces a nuestro desenfreno y otras a nuestra timidez, en oposición a la fe y a la disciplina comunes. El primer punto sobre el cual me uniré a la discusión es este: si un siervo de Dios debe compartir con los paganos la vestimenta, la comida o cualquier otro tipo de alegría. "Gozarse con los que se alegran, y entristecerse con los afligidos", dice el apóstol. Sí, pero lo dice sobre los hermanos, y no respecto a los paganos. Para estos propósitos, por tanto, "no hay comunión entre la luz y las tinieblas", entre la vida y la muerte. De lo contrario, dejaremos por embustero al mismo Señor, que dijo: "El mundo se regocijará, mientras vosotros estaréis tristes". Si nos regocijamos con el mundo, hay motivos para temer que con el mundo también nos lamentemos. Las alegrías del mundo, por tanto, son para nosotros motivo de tristeza. Y si no, pensemos en Lázaro (alcanzando refrigerio en el seno de Abraham) y el hombre rico (puesto en el tormento del fuego), que recibieron una retribución justa respecto a las vicisitudes alternas del mal y del bien. Hay ciertos días de donación que, en algunos, ajustan el derecho al honor, y en otros la deuda de salario. Algunos dicen: Recibiré lo que es mío y devolveré lo que es ajeno. Pues bien, si los hombres se han consagrado esta costumbre por superstición, ¿por qué vosotros, alejados como estáis de toda su vanidad, participáis en solemnidades consagradas a los ídolos? ¿Como si también a vosotros hubiera alguna prescripción sobre un día, sin observar un día determinado, para impediros pagar o recibir lo que debéis a un hombre, o lo que un hombre os debe? Dame el formulario según el cual deseas que te atendamos. ¿Y por qué deberías esconderte cuando contaminas tu propia conciencia con la ignorancia de tu prójimo? Si sabes que eres cristiano, y actúas como si no fueras cristiano, dañas la conciencia del prójimo. Si te disfrazas en la tentación, te haces esclavo de la tentación. En cualquier caso, ya sea en el segundo o en el primero, eres culpable de estar avergonzando a Dios. Ya lo dijo el Señor: "Cualquiera que se avergüence de mí ante los hombres, yo también me avergonzaré de él ante mi Padre del cielo".

XIV
Sobre la blasfemia y las fiestas idolátricas

Algunos cristianos, a estas alturas, creen que es perdonable hacer lo que hacen los paganos, y dicen: Lo hago por temor a que el nombre de Dios sea blasfemado. Bien, supongo que la blasfemia que debemos evitar es esta: que alguno de nosotros induzca a un pagano a la blasfemia, o que "por vuestro medio sea blasfemado mi nombre". De ser esto así, todos perecemos a la vez, pues todo el circo atacaría el nombre de Dios con perversos sufragios. No obstante, ¿dejaremos de ser cristianos, para que Dios no sea blasfemado? Y en caso de hacerlo, ¿dejaría de ser blasfemado, o todavía lo sería más? Ojalá Dios no sea blasfemado, pero si lo es, que lo sea mientras nosotros observamos la disciplina, para que los blasfemadores tengan un ejemplo a seguir, y dejen de blasfemar y no sean reprobados por el propio Dios. ¡Oh blasfemia, rayana en el martirio, que ahora me atestigua ser cristiano, mientras por eso mismo me pone a prueba! La maldición de una disciplina bien mantenida es una bendición del nombre de Dios. Dice es apóstol que "si quisiera agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo". Respecto a lo que Pablo dice ("trataré de agradar a todos"), él ¡nunca agradó la celebración de las Saturnales, o el día de Año Nuevo! ¿Fue esto por moderación y paciencia, o por gravedad e integridad? De la misma manera, cuando dice "para ganarlos a todos", ¿incluyó a los idólatras, o a los paganos, o a los mundanos? De hecho, aunque no prohíbe conversar con idólatras, adúlteros y otros malhechores (diciendo "de hacerlo, tendríais que salir del mundo"), sí recomienda no vivir como ellos, por el peligro de acabar pecando como ellos. Donde hay relaciones de vida (que el apóstol concede) hay pecado (que nadie permite), así que vivir con paganos es lícito, pero vivir como ellos no lo es. Vivamos con todos, por tanto, por comunidad de naturaleza, y no por comunión de superstición. Somos iguales en alma, pero no en disciplina; somos compañeros poseedores del mundo, pero no del error. Si no tenemos derecho a la comunión en asuntos de este tipo con extraños, ¡cuánto más malvado es celebrarlos entre hermanos! ¿Quién puede mantener o defender esto? El mismo Espíritu Santo reprende a los judíos por sus días santos, cuando les dice: "Vuestros sábados, lunas nuevas y ceremonias, mi alma aborrece". Para nosotros, los sábados son extraños, así como las lunas nuevas y las fiestas del Antiguo Testamento. No obstante, sí son frecuentadas las Saturnales, y las fiestas de Año Nuevo, y las Matronalia. Los regalos van y vienen en Año Nuevo, y los juegos se unen a su ruido, y los banquetes se unen a su estruendo. ¡Oh mejor fidelidad de las naciones a su propia secta, que no reclama para sí ninguna solemnidad de los cristianos! En efecto, el mundo no reclama de nosotros ni el día del Señor, ni Pentecostés, y ¡nosotros sí reclamamos los suyos! ¿No nos da vergüenza parecer paganos? ¿O es que lo buscamos, al disfrazarnos de paganismo? Si se debe conceder alguna indulgencia a la carne, la tenéis. Pero no diré lo mismo respecto a las festividades, porque las fiestas paganas ocurren una vez al año, y no cada ocho días. Convocad las solemnidades de las naciones y ponedlas en fila, y que no puedan reproducir un Pentecostés.

XV
Sobre el culto a los gobernantes

"Que vuestras obras brillen", dice Jesús. No obstante, lo que ahora brillan son ¡todas nuestras tiendas y puertas! Hoy en día encontraréis más puertas de paganos sin lámparas y sin coronas de laurel que de cristianos. ¿Cuál parece ser el caso también con respecto a esa especie de ceremonia? Si es el honor de un ídolo, sin duda el honor de un ídolo es idolatría. Si es por amor al hombre, consideremos nuevamente que toda idolatría es por amor al hombre. Consideremos también que toda idolatría es un culto hecho a los hombres, ya que los dioses mismos de las naciones antiguas eran hombres, y por eso se rinde homenaje a hombres de épocas anteriores. La idolatría se condena, pero no por las personas (que están destinadas al culto) sino por sus observancias (que pertenecen a los demonios). Las cosas que son del césar deben ser entregadas al césar, y debe darse a Dios lo que es de Dios. ¿Qué cosas son del césar? Estas mismas: los impuestos. Por eso también el Señor exigió que le mostraran el dinero, y preguntó de quién era la imagen; y cuando oyó que era del césar, dijo: "Dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios". Es decir, la imagen del césar que está en la moneda, al césar, y la imagen de Dios, que es sobre el hombre, a Dios; para dar dinero al césar, a Dios mismo. De lo contrario, ¿qué será de Dios, si todas las cosas son del césar? Algunos dicen: Las lámparas de mis puertas, y los laureles en mis postes, son para Dios. Y yo les digo: Ahí están, pero no porque sean un honor para Dios, sino para aquel que os gestiona a través de los impuestos, y el mismo Jesús respetó (salvo que flagrantemente pertenezca a los demonios). De lo que sí estamos seguros, y a nadie se le escapa aunque sea ignorante de la literatura, es que entre los romanos hay multitud de ídolos, e incluso dioses de las entradas, como Cardea (diosa bisagra), Forculo (dios de las puertas) y Limentino (dios de los umbrales). Por supuesto, sabemos que, aunque los nombres estén vacíos, tales ídolos arrastran a la superstición, y a través de ellos los demonios y espíritus inmundos se apoderan de las almas (a las que se ganan a través de algún vínculo de consagración). De hecho, los mismos demonios no tienen nombres individuales, pero sí sus ídolos. Entre los griegos, por ejemplo, tenemos al ídolo Apolo Thyraeo (lit. Apolo de la Puerta) y a los anthelii (lit. demonios, como presidentes de las entradas). Éstas son las cosas que el Espíritu Santo previene desde el principio, y predijo a través del profeta más antiguo Enoc (al que reveló que incluso las entradas llegarían a ser de uso supersticioso). Veamos ahora también que otras entradas son adoradas en los baños públicos. ¿Por qué? Porque si hay seres a los que se adora en las entradas, a ellos pertenecerán tanto las lámparas como los laureles. A un ídolo le habrás hecho lo que le hayas hecho a una entrada. En este lugar invoco la autoridad de Dios, y recurro a un ejemplo sucedido no hace mucho. En efecto, sé que un hermano fue severamente castigado, esa misma noche, cuando sus servidores rodearon sus puertas. Por lo visto, él mismo no los había coronado, ni había dejado ordenado que esto se hiciera, antes de salir de su casa: A su regreso, sus servidores le reprendieron de lo lindo, por lo que no había hecho. Así de estrictamente somos evaluados ante Dios en asuntos de este tipo, incluso con respecto a la disciplina de nuestra familia. Por lo tanto, en cuanto a los honores debidos a reyes o emperadores, tenemos prescripción suficiente, que nos dice que conviene estar en toda obediencia o, según el precepto del apóstol, "sujetos a magistrados, y príncipes, y potestades". Eso sí, dentro de los límites de la disciplina, y siempre y cuando nos mantengamos alejados de la idolatría. También en esto nos ha precedido el ejemplo de los tres jóvenes que, obedientes en otros aspectos al rey Nabucodonosor, rechazaron con toda constancia el honor a su imagen, demostrando que todo lo que se ensalza más allá de la medida humana el honor, a semejanza de la sublimidad divina, es idolatría. También Daniel, sumiso en todos los demás puntos a Darío, permaneció en su deber mientras estuvo libre de peligro para su religión. Para evitar ese peligro, Daniel encendía diariamente sus lámparas sobre aquellos para quienes los fuegos del infierno eran inminentes, y a los magistrados persas daba testimonio de las tinieblas y presagiaba sus penas. Eres "luz del mundo", querido hermano, y "árbol siempre frondoso". Si has renunciado a los templos, no hagas de tu puerta un templo pagano. Si has renunciado a los guisos, no revistas tu propia casa con la apariencia de un nuevo burdel.

XVI
Sobre los festivales privados

En lo que respecta a las ceremonias de solemnidades privadas y sociales, como las de la toga blanca, los esponsales, las nupcias, o la entrega de nombres, no creo que sea necesario protegerse contra ningún peligro que aliente la idolatría, o que ésta esté mezclada con ellos. De hecho, lo que aquí se considera es las causas a las que se debe la ceremonia. Los antes mencionados los tengo por limpios en sí mismos, porque ni la vestidura varonil, ni el anillo conyugal de la unión, descienden de los honores hechos a ningún ídolo. En resumen, no encuentro ningún vestido maldito por Dios, excepto el vestido de mujer en un hombre, como recuerda la Escritura: "Maldito todo hombre que se viste con ropa de mujer". La toga es una vestimenta de nombre varonil, así como de uso varonil . Dios no prohíbe celebrar las nupcias, ni dar un nombre a los nacidos. Algunos dicen: Hay sacrificios apropiados para ciertas ocasiones. Otros dicen: Dejadme ir a los sacrificios, y verán como el título de la ceremonia no es "asistencia a un sacrificio", y enseño mis buenos oficios a mis amigos. ¡Ojalá estuviera realmente "a su servicio" el oficio divino, y pudiéramos escapar de lo que nos es ilícito hacer! No obstante, como el Maligno ha rodeado al mundo de idolatría, no nos es lícito estar presentes en las ceremonias en las que prestamos servicio a un demonio, o a un ídolo o a un hombre. En definitiva, si nos invitan a funciones y sacrificios sacerdotales, no iremos a ellos, porque ése es un servicio peculiar de un ídolo. Tampoco es ése el lugar adecuado para dar consejos, ni gastar dinero, ni adquirir ni ofrecer oficios de ninguna especie. Si a causa del sacrificio yo soy invitado, y estoy presente, soy partícipe de la idolatría. Si cualquier otra causa me une al sacrificador, también eso me hace un espectador del sacrificio.

XVII
Sobre los trabajos al servicio de la idolatría

Sobre los trabajos al servicio de la idolatría, ¿qué harán los esclavos o niños creyentes, respecto de sus padres paganos? ¿Y los funcionarios, cuando asisten a sus superiores? Si alguien ha entregado el vino a un sacrificador, o con una sola palabra sacrificial lo ha ayudado, será considerado ministro de idolatría. Conscientes de esta regla, podemos prestar servicio "a los magistrados y potestades", a ejemplo de los patriarcas y de los demás antepasados (que obedecieron a los reyes idólatras). Otra cosa distinta es si un siervo de Dios puede asumir o no la administración de alguna dignidad o poder, o si es capaz o no de mantenerse intacto de toda idolatría (siguiendo el ejemplo de José y Daniel, que se mantuvieron limpios de idolatría mientras administraban la prefectura de Egipto y Babilonia). Por estos ejemplos, admito que es posible que cualquiera logre moverse en la administración pública sin sacrificar ni prestar su autoridad a los sacrificios, ni subcontratar a las víctimas, ni asignar a otros el cuidado de los templos, ni cuidar de sus tributos, ni dar espectáculos de carga propia o pública, ni presidir su celebración. También admito que puede hacerlo proclamando edictos sin solemnidad ni juramentos, sin juzgar la vida o el carácter de nadie, sin juzgar sobre el dinero, sin condenar ni precondenar, sin obligar a nadie, sin encarcelar ni torturar a nadie. Si todo esto es posible para alguien, creo que ese tal puede trabajar en la administración pública.

XVIII
Sobre la vestimenta relacionada con la idolatría

Trataré ahora la vestimenta y el aparato del cargo. Hay una vestimenta propia de cada uno, tanto para el uso diario como para el cargo y la dignidad. La famosa púrpura, y el oro como adorno del cuello, eran entre los egipcios y babilonios insignias de dignidad, lo mismo que las togas ribeteadas, rayadas o bordadas con palmas, y las coronas de oro de las provincias. No obstante, ahora no lo son en los mismos términos. Antes sólo se conferían, como mérito al honor, a aquellos que merecían la amistad familiar de los reyes (por lo que también se les llamaba purpurados u "hombres de púrpura" de los reyes, como algunos de entre nosotros también son llamados candidatos, por su toga blanca). No obstante, nunca en la antigüedad ese atuendo estaba vinculado a los sacerdocios ni a cualquier ceremonia de ídolos. Si ese fuera el caso, por supuesto, hombres de tal santidad y constancia habrían rechazado instantáneamente los vestidos contaminados, y al instante habría parecido que Daniel no adoraba a Bel ni al dragón (que mucho después apareció). Aquella púrpura, por tanto, era sencilla, y no solía ser en aquella época señal de dignidad entre los bárbaros, sino de nobleza. De hecho, tanto José (que había sido esclavo) como Daniel (que a través del cautiverio había cambiado su estado) alcanzaron la libertad en los estados de Babilonia y Egipto a través del vestido de nobleza bárbara. Entre nosotros, los creyentes, si es necesario será propio conceder la toga orlada a los niños, y la estola a las niñas, como insignias de nacimiento (no de poder), de raza (no de cargo) o de rango (no de superstición). En cuanto a la púrpura, o las demás insignias de dignidades y poderes, dedicadas desde el principio a la dignidad y a los poderes, éstas llevan la mancha de la profanación. De hecho, hoy en día las togas bordadas y rayadas, y de anchas barras, se ponen incluso sobre los ídolos mismos, y llevan fasces y varas delante de ellas (y con razón, porque los demonios son los magistrados de este mundo). ¿Qué fin, entonces, avanzarás, si usas el atuendo pero no administras sus funciones? En las cosas inmundas nadie puede parecer limpio. Si te pones una túnica contaminada, tal vez no te contamine a ti, pero otros quedarán manchados por medio de ella. Las cosas viejas y nuevas, toscas y pulidas, comenzadas y desarrolladas, serviles y libres, no siempre son comparables. Hoy en día, hasta los esclavos libertos se las ponen, entrando así en una nueva esclavitud: la esclavitud de la apariencia. Vosotros, cristianos, no sois esclavos de nadie, en cuanto que Cristo os ha liberado del cautiverio del mundo. Así pues, no vistáis como los esclavos de este mundo, sino según el modelo liberador de vuestro Señor. Ese Señor caminó sin un hogar definido, pues "el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza". Vivió sin adornos en sus vestidos, pues de lo contrario no hubiera dicho que "los que visten vestiduras púrpuras habitan las casas de los reyes". En resumen, Cristo vistió sin gloria en semblante y aspecto (tal como Isaías anunció de antemano), y no ejerció ningún derecho de poder, y rehusó ser hecho rey. Con todo eso, y de la manera más completa, dio Jesús a los suyos un ejemplo de apartarse fríamente de todo el orgullo y vestimenta, tanto de dignidad como de fuerza. Si Cristo hubiera querido que se usasen esos atuendos, ¿no los hubiera vestido él mismo? ¿Y no lo habría prescrito a los suyos? Y si no, ¿qué clase de púrpura brotó de sus hombros? ¿Qué clase de oro brillaba en su cabeza? Por tanto, lo que él no quiso aceptar, lo rechazó. Lo rechazó porque era condenable, y era condenable porque formaba parte de las pompas del diablo. Dios no condena las cosas, excepto las que les atañen a él y a su ley. Y si las condena, es porque son contrarias a él. Y si son contrarias a él, es porque provienen del diablo. Si has renunciado a "las pompas del diablo", debes saber que todo lo que toques del diablo es idolatría. Recuerda que todos los poderes y dignidades de este mundo no son ajenas a Dios, y son sus enemigas cuando propagan la impiedad o determinan castigos contra los siervos de Dios. Si tu nacimiento u oficio te son problemáticos para resistir la vestimenta idolátrica, aquí tienes un remedio: serás un magistrado feliz en el cielo, y no en la tierra.

XIX
Sobre el servicio militar

El servicio militar se sitúa entre la dignidad y el poder. No obstante, cabe preguntarse si un creyente puede dedicarse al servicio militar, y si los militares pueden ser admitidos a la fe, incluidos los soldados rasos o de grado inferior (para quienes no hay necesidad de tomar medidas, participar en sacrificios o ejecutar penas capitales). No hay acuerdo posible entre el estandarte de Cristo y el estandarte del diablo, el ejército de la luz y el ejército de las tinieblas. Por tanto, un soldado no puede deberse a dos amos, a Dios y el césar. Moisés llevaba una vara, Aarón llevaba una hebilla, Josué encabeza una línea de marcha. Y el pueblo peleó, si os place divertiros con el tema. No obstante, ¿cómo guerreará un cristiano, si sirve al Príncipe de la Paz, y éste dijo "envaina la espada"? Los soldados acudieron a Juan el Bautista, y de él recibieron la fórmula de su gobierno ("no extorsionéis"). Igualmente, un centurión creyó en Jesús, y después desató a cada soldado. No todas las vestimentas son lícitas entre nosotros, y menos las que están destinadas a las acciones ilícitas.

XX
La idolatría en las palabras

Puesto que la conducta está en peligro, y no sólo por los hechos sino también por las palabras (pues, así como está escrito "he aquí el hombre y sus obras", así también está escrito que "de tu propia boca serás justificado"), debemos recordar que, incluso en las palabras, también se debe prevenir el avance de la idolatría, ya sea por defecto de costumbre o de timidez. La ley prohíbe nombrar a los dioses de las naciones, y no porque no podamos pronunciar sus nombres (pues eso nos arrebataría el trato común y diario). De hecho, con mucha frecuencia hay que decir: Lo encontraréis en el templo de Esculapio, y: Vivo en la calle Isis, y: Ha sido hecho sacerdote de Júpiter. Como se ve, entre los hombres se otorgan nombres de este tipo. De otro lado, yo no honro a Saturno si llamo así a un hombre que se llama Saturno, ni honro a Marte si llamo a un hombre Marte. En cuanto a lo que también dice la Escritura ("no menciones el nombre de otros dioses, ni se oigan de tu boca"), el precepto que da es este: que no los llamemos dioses. De hecho, también en la primera parte de la ley se dice: "No usarás el nombre del Señor tu Dios en vano" (es decir, en un ídolo). Quien honra un ídolo con el nombre de Dios, por tanto, ha caído en idolatría. Y si hablo de ellos como si fuesen dioses, caigo en la idolatría. Por supuesto, las Escrituras hablan de los dioses, pero añaden sus, a saber: los dioses de las naciones. Es lo que hizo David, cuando los nombró dioses y dijo que "los dioses de las naciones son demonios". Bien, es costumbre adquirida decir: Por Hércules, ayúdame. A esta costumbre se añade la ignorancia de algunos, que ignoran que esta frase consiste en un juramento a Hércules. De hacerse esto costumbre entre los cristianos, dicho juramento no sólo sería volver a recurrir a los dioses del pasado, sino una connivencia de la fe con la idolatría. De hecho, ¿quién no honra a aquel en cuyo nombre jura?

XXI
La aquiescencia silenciosa, en los formularios paganos

Es señal de tibieza cristiana dejarse atar por otra persona en nombre de sus dioses (mediante un juramento o cualquier otra forma de testimonio), así como permaneces callado. ¿Por qué permanecer callado? Porque permaneciendo en silencio reafirmas su majestad, por cuya majestad parecerás obligado. ¿Qué importa si afirmas a los dioses de las naciones, bien llamándolos dioses, bien asintiendo en oírlos llamar así? Si alguien jura por los ídolos, o lo invoca, tú consientes, y con ello lo reconoces. Entre las sutilezas de Satanás, tiene como objetivo esto: que lo que no puede lograr con nuestra boca, lo pueda lograr con la boca de otros, introduciendo en nosotros la idolatría a través de nuestros oídos. Cualquiera que sea el conjuro realizado, éste une a él en conjunción amistosa o enemiga. Si eres su enemigo, él te está desafiando a la batalla, y ya sabes cómo debes luchar. Si eres su amigo, ¡únete ya al Maligno, y a todos sus ídolos e idolatrías! Así honrarás a aquellos a quienes siempre has rendido respeto. Sé de un cristiano (¡a quien el Señor perdone!) al que en público le dijeron, durante un pleito: Júpiter se enoje contigo. Cuando le dijeron esto, él respondió: Al contrario, contigo. ¿Qué más habría hecho un pagano, que creer que Júpiter era un dios? Si no hubiera respondido a la maldición de Júpiter, no habría confirmado su divinidad. De hecho, hasta podría haberse mostrado irritado por tal maldición, en nombre de Júpiter. Alguno me dirá: ¿Por qué hay que indignarse por alguien que sabes que no existe? Por esto mismo: porque si no deliras, inmediatamente reafirmas su existencia. Así pues, si devuelves la maldición en nombre de Júpiter, honras a Júpiter del mismo modo que a aquel que te provocó. Un creyente debe reírse en tales casos, y no desvariar. Es más, no debe devolver la maldición ni siquiera en nombre del verdadero Dios, sino bendecir profundamente en nombre de Dios. Con ello derribará los ídolos, predicará al verdadero Dios y cumplirá la disciplina.

XXII
La bendición en nombre de los ídolos

Quien ha sido iniciado en Cristo no ha de soportar ser bendecido en nombre de los dioses paganos, sino rechazarla por inmunda, limpiarla y convertirla hacia Dios. Ser bendecido en nombre de los dioses implica maldecir a Dios. Si he dado una limosna, y el destinatario ruega que sus dioses, o el genio de la colonia, me sean propicios, mi acto será inmediatamente un honor a los ídolos, si no lo corrijo en su forma de bendecir. Además, ¿por qué le privo de saber que lo he hecho por amor de Dios? ¿Es que van a ser los demonios honrados por mi limosna, y no Dios? ¿O es que yo quiero ocultar mi pertenencia a Dios? Muchos dicen: Nadie debería revelarse a sí mismo. Por mi parte, yo creo esto: que tampoco debería negarse a sí mismo. En efecto, quien disimula ser cristiano sigue siendo tenido por pagano, y algo peor: un apóstata de Dios. Lo primero reafirmaría a los dioses falsos, y lo segundo estaría robando a Dios su divinidad.

XXIII
El juramento en nombre de los ídolos

Hay cierta costumbre, doblemente aguda en obra y en palabra, que te lisonjea como si estuvieras libre de peligro en ambas (pues no parece ser un hecho, y no se capta de palabra). Consiste en la costumbre de recibir dinero prestado de los paganos. ¿Por qué es peligrosa esta costumbre? Porque aunque se haga bajo garantías amistosas, los cristianos comprometen sus garantías a un juramento, y esto es ponerse en manos de un tribunal, de un juez y de una posible acusación, todos ellos paganos. Además, Cristo prescribe "no jurar en absoluto". Hace tiempo, dijo un cristiano ante un tribunal: Escribí, pero no dije nada. Supongo que lo dijo aludiendo a que es la lengua, y no la letra escrita, la que mata. Aquí pongo por testigos a la naturaleza y a la conciencia. La naturaleza, porque aunque la lengua permanezca inmóvil, la mano no puede escribir nada que la lengua no le haya dictado. La conciencia, porque la lengua ha dictado lo que ya antes ha concebido en su alma. Hay cristianos que dicen: Fue otro el que dictó. Bien, apelo aquí a la conciencia, porque si fue otro el que cometió el fraude, también fuiste tú el que consintió con él. En definitiva, el Señor ha dicho que las faltas se cometen en la mente y en la conciencia. Si la concupiscencia o la malicia han subido al corazón de un hombre, Jesús lo considera hecho. Por tanto, con esta práctica dais garantías que claramente albergáis en vuestro corazón. Alguno dice: No he negado a Cristo, lo juro. Sí, pero ha jurado, y en el caso de que no haya negado a Cristo ha jurado ante un tribunal pagano, y prestado juramento al paganismo, poniéndose de su parte y dispuesto a consentir con él. El silencio de la voz es un alegato inútil en un caso de escritura, como lo es el mutismo del sonido en el caso de las letras. Zacarías, castigado con una privación temporal de la voz, coloquió con su mente y, desechando su lengua inútil, con ayuda de sus manos dictó desde su corazón, y sin abrir la boca pronunció el nombre de su hijo. En su pluma hablaba una mano más clara que cada sonido, y en su tablilla de cera se oyó una letra más vocal que cada boca. Y si no, preguntad a los presentes si habló o no un hombre que entendía lo que decía. Roguemos al Señor que nunca nos abarque la necesidad de esta clase de contrato. Si así fuera, que sean nuestros hermanos cristianos los que nos ayuden, no sea que entreguemos a esas cartas cegadoras nuestras bocas y con ellas la desgracia. ¡Sellemos nuestros juicios con sellos, pero no de testigos sino de ángeles!

XXIV
Conclusión general

En medio de estos arrecifes y ensenadas, y de estos bajíos y estrechos de la idolatría, la fe navega con sus velas llenas del Espíritu de Dios. Navega segura, si es cautelosa, y cautelosa si vigila atentamente. Para los que son arrastrados por la borda, hay un abismo que no podrán nadar. Para los que encallan, un naufragio inextricable les espera. Para los que se ven sumergidos por un remolino, no habrá aliento. Las olas de la idolatría, sean cuales sean, no dejan escapatoria, y cada uno de sus remolinos succiona hacia el hades. Algunos, aludiendo a vivir seguros, y a todo lo que he dicho, exclaman: ¡Tendremos que salir del mundo! Sí, esto es lo que exclaman, ¡como si valiera la pena estar en el mundo, como un idólatra! Nada puede ser más útil que advertir contra la idolatría. El miedo a ella es nuestro principal temor, y cualquier necesidad es demasiado insignificante comparada con tal peligro. La razón por la cual el Espíritu Santo, cuando los apóstoles le consultaban, aflojó el vínculo y el yugo por nosotros, fue ésta: que pudiéramos ser libres, a la hora de decidir si dedicarnos a Dios o a los ídolos. Ésta es nuestra ley, nuestra peculiar ley de los cristianos, por la cual somos reconocidos y examinados por los paganos. Esta ley debe ser expuesta ante quienes se acercan a la fe, e inculcada a quienes entran en ella. A los que se acercan hay que dejarlos deliberar. Si les damos ejemplo, ellos podrán animarse y perseverar. Si no se lo damos, hasta renunciarán a nuestro nombre. En el arca de la Iglesia cabe todo tipo de animales (el cuervo, el milano, el perro, la serpiente), pero no ningún idólatra, pues ningún animal ha sido creado para idolatrizar lo que no es Dios. Que no haya en la Iglesia lo que no cabía en el arca.