COMODIANO DE
GAZA
Instrucciones
I
Prefacio inicial
Mi prefacio te presenta un camino, oh peregrino, para que alcances la meta de la vida y en esa meta te vuelvas eterno, algo que muchos corazones ignoran. De igual manera, yo mismo provengo de padres ignorantes, y he vagado por mucho tiempo atendiendo templos paganos. De ellos finalmente me retiré, cuando leí la ley de Dios. Doy testimonio del Señor, mas ¡ay! me aflijo por la multitud de mis ciudadanos, ignorantes de lo que pierden al ir en busca de dioses vanos. Instruido plenamente en estas cosas, ahora te instruyo yo, oh ignorante, en la verdad.
II
Sobre la idolatría
En la ley, el Señor del cielo, la tierra y el mar ordenó: "No adoréis a dioses vanos, hechos con vuestras manos de madera u oro, no sea que mi ira os destruya por tales cosas". El pueblo que precedió a Moisés, inexperto, sin ley e ignorante de Dios, oraba a dioses perecidos, a cuya imagen modelaban ídolos vanos. Tras sacar el Señor a los judíos de Egipto, les impuso una ley, y el Omnipotente les ordenó que le sirvieran sólo a él, y no a esos ídolos. En esa ley se enseña la resurrección final, y la esperanza de poder vivir felizmente en este mundo, y en el venidero, si se abandonan los ídolos vanos y no se les rinde culto.
III
Sobre el culto a los demonios
Cuando Dios todopoderoso, para embellecer la naturaleza del mundo, quiso que la tierra fuera visitada por ángeles. Al ser éstos enviados, los hombres despreciaron sus leyes, y tal era la belleza de las mujeres que se contaminaron con ellas, y no pudieron regresar al cielo. Rebeldes de Dios, profirieron palabras contra él. Entonces, el Altísimo pronunció un juicio contra ellas, y se dice que de su descendencia nacieron gigantes. Gracias a ellas, las artes se dieron a conocer en la tierra, y se aprendió a teñir la lana. A su vez, los hombres erigieron imágenes a sus muertos, cosa que el Todopoderoso. Como no pudieron volver al cielo, los ángeles caídos andan errantes por la tierra, trastornando muchos cuerpos. A éstos, precisamente, es a quienes muchos ignorantes hoy adoran y rezan como dioses.
IV
Sobre Saturno
Saturno el viejo, si es dios, ¿cómo envejece? O si lo era, ¿por qué sus terrores lo llevaron a devorar a sus hijos? No obstante, como no era un dios consumió las entrañas de sus hijos en una locura monstruosa. Él era tan sólo un rey terrenal, nacido en el monte Olimpo, y no era divino, sino tan sólo considerado un dios. Fue un hombre que cayó en la debilidad mental, y se tragó una piedra por su hijo. Así se convirtió en dios, según se dice, y últimamente se le llama Júpiter.
V
Sobre Júpiter
Júpiter nació de Saturno en la isla de Breta, y al crecer despojó a su padre del reino. Más tarde engañó a las esposas y hermanas de los nobles. Y Piracmón, un herrero, le hizo un cetro. ¿Por qué no es él Dios? Porque en el principio Dios creó el cielo, la tierra y el mar, y en cambio esa temible criatura, nacida en medio del tiempo, salió de una cueva siendo ya joven, y se alimentó a escondidas. He aquí, pues, que Dios es el autor de todas las cosas, y no Júpiter.
VI
Sobre el rayo de Júpiter
Dices, oh necio, que Júpiter truena. Bien, si es él quien lanza los rayos, y si fue la puerilidad la que pensó así, ¿por qué durante 200 años fue bebé? ¿Y por qué no siguió siendo así siempre? La infancia se convierte en madurez, la vejez no disfruta de nimiedades, la niñez ha pasado, y la mente de la juventud también se marcha. Sus pensamientos deberían corresponder al carácter de los hombres. Eres necio, entonces, al creer que es Júpiter quien truena. Él, nacido en la tierra, se nutrió de leche de cabra. Por lo tanto, si Saturno lo devoró, ¿quién fue en aquellos tiempos el que envió la lluvia? ¿Y cuando éste murió? Aparte de saber que un dios no puede nacer de un padre mortal, Saturno envejeció en la tierra, y en la tierra murió. Y si tronara, la ley la habría dado él. Las historias que inventan los poetas seducen a los ignorantes. Sin embargo, Júpiter reinó en Creta, y allí murió tras haber sido amante de Alcmena y haber estado enamorado de hombres vivos. Tú rezas, pues, a dioses impuros, y llamas celestiales a quienes nacen de la semilla mortal. Oyes y lees que Júpiter nació en la tierra, así que ¿de dónde ese corruptor mereció tanto ascender al cielo? Se dice que los cíclopes le forjaron un rayo, luego un inmortal recibió armas de los mortales. Los poetas han elevado al cielo, con toda autoridad, a un culpable de tantos crímenes, y a un parricida de sus propios parientes.
VII
Sobre el septinocio y el zodíaco
Tu falta de inteligencia te engaña respecto al círculo de la zona, y quizás por ello descubras que debes rezar a Júpiter. Allí se habla de Saturno, pero es como una estrella, pues fue impulsado por Júpiter. E incluso se cree que Júpiter está en la estrella. El que controlaba las constelaciones del polo y sembraba la tierra, y el que guerreó con los troyanos, amó a la bella Venus. Entre las estrellas mismas, Marte fue atrapado con ella por celos conyugales, y por eso se le llama el dios joven. ¡Oh, qué insensato pensar que quienes nacen de Maya gobiernan desde las estrellas, o que gobiernan toda la naturaleza del mundo! Sometidos a heridas, y viviendo ellos mismos bajo el dominio de los hados, son obscenos, inquisitivos y guerreros de una vida impía. Tuvieron hijos, igualmente mortales que ellos, y todos fueron terribles e insensatos en el cinturón séptuple. Si adoras a las estrellas, adora también a los doce signos del zodíaco, así como al carnero, al toro, a los gemelos, al feroz león y a los peces. Cocínalos y los probarás. Una ley sin ley es tu refugio, y prevalecen los deseos. La mujer desea ser libertina, y busca vivir sin restricciones. Vosotros mismos seréis lo que deseéis, y les rezaréis como dioses y diosas. Así adoré yo mismo, mientras me extraviaba, y ahora lo condeno.
VIII
Sobre el sol y la luna
En cuanto al sol y la luna, te equivocas, aunque estén en nuestra presencia inmediata. Y como yo antes, crees que debes rezarles. Es cierto que están entre las estrellas, pero no se mueven por sí solas. El Omnipotente, al establecer todas las cosas al principio, las colocó allí con las estrellas, en el cuarto día. Y de hecho, ordenó en la ley que nadie los adorara. Adoras a dioses que nada prometen sobre la vida, que no tienen ley y que no han sido predichos. Los sacerdotes te seducen, diciendo que cualquier deidad destinada a morir puede ser útil. Acércate ahora, lee y aprende la verdad.
IX
Sobre Mercurio
Que tu Mercurio sea representado con un sarabalum, con alas en su yelmo o gorra, y en otros aspectos desnudo. Yo, por mi parte, veo algo maravilloso: un dios volando con una pequeña cartera. Corre, pobre criatura, con el regazo abierto cuando vuele, para que vacíe su cartera. Prepárate desde allí, y mira al pintado, pues así te arrojará dinero desde lo alto. Entonces, bailarás con seguridad. Hombre vanidoso, ¿no estás loco al adorar un dios pintado en el cielo? Si no sabes vivir, sigue viviendo como las bestias.
X
Sobre Neptuno
Tú haces de Neptuno un dios descendiente de Saturno, que empuña un tridente para arponear a los peces. Esto es evidente, por su condición, pues es un dios del mar. ¿Acaso no erigió él mismo, junto con Apolo, murallas para los troyanos? ¿Y cómo se convirtió en dios ese pobre cantero? ¿No engendró al monstruo cíclope? ¿Y acaso, al morir, no pudo volver a vivir, aunque su estructura lo permitía? Así engendrado, engendró Neptuno a quien ya estaba muerto.
XI
Sobre Apolo
Tú haces de Apolo un tañedor de cítara y un dios. Nacido inicialmente de Maya, en la isla de Delos, posteriormente, a cambio de un salario, fue constructor, obedeciendo al rey Laomedonte y erigiendo las murallas de los troyanos. Él se estableció, y tú te dejas seducir por él, creyéndolo un dios. Sus huesos ardían de amor por Casandra, con quien la virgen jugueteaba astutamente, y aunque era divino se dejó engañar. Por su oficio de augur pudo conocer a la de doble corazón. Rechazado, él se apartó de allí. A la virgen, él debería haber quemado con su belleza. Ella, por su parte, debería haber amado antes al dios, antes que lujuriosamente comenzase a amar a Dafne, pues aún la persigue, deseando violar a la doncella. El necio ama en vano, y no puede obtenerla ni corriendo. Seguramente, si fuera un dios, la alcanzaría por los aires. Ella entró bajo techo, y el ser divino permaneció fuera. La raza humana lo engañó, y él llevó una vida triste. Además, se dice que alimentó el ganado de Admeto. Mientras practicaba deportes forzados, lanzó el tejo al aire, pero no pudo contenerlo al caer, y mató a su amigo. Ese fue el último día de su compañero Jacinto. Si hubiera sido divino, habría previsto Apolo la muerte de su amigo.
XII
Sobre Liber y Baco
Tú dices que el padre Liber fue con seguridad engendrado dos veces. En efecto, primero nació en la India, de Proserpina y Júpiter. Más tarde, libró una guerra contra los titanes, y al derramarse su sangre expiró como uno de los mortales. Restaurado de su muerte, nació de nuevo en otro vientre. Sémele lo concibió de nuevo de Júpiter, a forma de segunda Maya cuyo vientre, al ser dividido, fue arrebatado de su madre muerta cerca del nacimiento, y como un lactante fue entregado a Niso para que lo alimentase. Por este doble nacimiento se le llama Dioniso, y en su honor se celebran orgías de tal manera que ahora él mismo parece el burlesco de Mimnermómero. Él conspira para el mal, y se prepara con antelación con fingido ardor, y engaña a otros haciéndoles creer que está presente. De ahí los hombres quieran llevar una vida como la suya, violentamente excitados con el vino que él mismo exprime. En definitiva, le han dado honores divinos, en medio de sus borracheras.
XIII
Sobre Mitra
Me dices que el invicto nació de una roca, y que se le considera un dios. Ahora bien, dime cuál es el primero de estos dos: la roca o el dios, porque si no habría que buscar al creador de la roca. Además, todavía lo representas como un ladrón; aunque si fuera un dios no necesitaría vivir del robo. Sin duda, Mitra era terrenal, y de naturaleza monstruosa. Él convirtió los bueyes ajenos en sus cuevas; tal como hizo Caco, el hijo de Vulcano.
XIV
Sobre Silvano
¿De dónde, de nuevo, me dices que surgió Silvano como un dios? Quizás sea agradable llamarlo así por esto: porque la flauta canta dulcemente porque él le concedió la madera, aunque quizás no sea así. Mira, ¡la madera se acaba! ¿Qué le corresponde? ¿No te avergüenzas, oh necio, de adorar tales imágenes? Busca a un solo Dios, y éste te permitirá vivir después de la muerte. Y sobre todo, apártate de quienes han muerto en vida.
XV
Sobre Hércules
Tú defiendes que Hércules, por haber destruido al monstruo del Aventino, que solía robar los rebaños de Evandro, es un dios. La mente rudimentaria de los hombres, también inculta, al querer agradecer en lugar de alabar al ausente tronador, juró insensatamente víctimas como a un dios al que implorar, y construyó altares lechosos en su memoria. De ahí que se le adorase a la antigua usanza. Pero no es un dios, aunque era fuerte en las armas.
XVI
Sobre el culto politeísta
Tú dices que todos estos son dioses claramente crueles, y que el génesis les asigna los hados. Ahora bien, di a quién se rinden primero los ritos sagrados. Entre los caminos, a ambos lados, la muerte prematura se desvía. Si los hados dan las generaciones, ¿por qué rezas al dios? Te engañas en vano si intentas suplicar a las melenas, y las nombras señoras sobre ti, porque son un invento. Además, no sé a qué mujeres rezas como diosas: a Belona y Némesis, o a la furia celestial, o a las vírgenes y a Venus, por quienes tus esposas son débiles de lomo. Además, hay en los senderos otros demonios que aún no están contados, y que llevan en el cuello a todos los que les tienen que rendir cuentas. Como se ve, las plagas deberían ser exportadas a los confines de la tierra.
XVII
Sobre los mitos politeístas
Unos cuantos poetas malvados y vanos te engañan, mientras buscan con dificultad ganarse la vida y adornan la falsedad para dar la apariencia de misterio. De ahí que, fingiendo ser heridos por alguna deidad, cantan a su majestad y se cansan bajo su apariencia. A menudo has visto a los dindymarii, y con qué estruendo entran en los lujos mientras intentan fingir furia, y cuándo se golpean la espalda con el hacha sucia, aunque con su enseñanza conservan lo que curan con su sangre. Mira en qué nombre no obligan a quienes primero se unen a ellos con una mente sana. No obstante, para poder llevarse un don buscan tales mentes. Desde ahí, observa cómo todo es fingido. Los poetas proyectan una sombra sobre un pueblo simple, para que no crean, mientras perecen, que algo procedió de una vez por todas desde la antigüedad, y no crean a los verdaderos profetas que pronuncian la verdad, aunque a su majestad no le guste.
XVIII
Sobre los amidates
Ya he dicho muchas cosas sobre las abominables supersticiones. Sin embargo, sigo un poco más con el tema, para que no se diga que he pasado algo por alto. Los adoradores adoraron a sus amidates a su manera. Él era grande para ellos cuando había oro en el templo. Pusieron sus cabezas bajo su poder, como si estuviera presente. Llegó al punto más alto que César se llevó el oro. La deidad falló, o huyó, o pasó al fuego. El autor de esta maldad es manifiesto que formó a este mismo dios, y profetizando falsamente sedujo a tantos y tan grandes hombres, y sólo guardó silencio acerca de Aquel que estaba acostumbrado a ser divino. ¿Por qué? Porque estallaron voces, como si hubieran cambiado de opinión, como si el dios de madera le estuviera hablando al oído. Di tú ahora mismo si no son falsas, o no, las deidades. De este prodigio, ¿a cuántos ha destruido ese profeta? Y eso que olvidó profetizar a quien antes estaba acostumbrado a profetizar;. Todos estos prodigios se fingen entre los ávidos de vino, cuya condenable audacia finge deidades, y las van llevando de un lado a otro, y retocando cuando sus imágenes se resecan. Ellos mismos guardan silencio para no arruinarse, y nadie profetiza sobre el asunto.
XIX
Sobre los nemesíacos
¿No es ignominia que un hombre prudente se deje seducir y adore a tal persona, o diga que un tronco es Diana? Pues bien, eso es lo que haces tú, cuando confías en un hombre que por la mañana está borracho, irritable y a punto de perecer, y que con astucia dice mentiras sobre lo que ve. De forma detestable, ese tal contamina a todos los ciudadanos; y se une (haciendo una reunión similar) a aquellos con quienes finge la historia, para poder adornar a un dios. Él ignora cómo profetizar para sí mismo, pero para otros se atreve a hacerlo. Se pone al dios al hombro cuando le place, y de nuevo lo deja. Girando, se da vuelta sólo con el árbol de dos horquillas, como si pensaras que estaba inspirado por la deidad del bosque. Él no adora a los dioses que él mismos anuncia falsamente, sino que adora a los sacerdotes mismos, temiéndolos vanamente. Si eres fuerte de corazón, huye de inmediato de los santuarios de la muerte.
XX
Sobre los titanes
Tú dices que los titanes son también tutanes, y pides que estos feroces guarden silencio bajo tu techo como lares (imágenes hechas a imagen de un titán). De esta manera, tú adoras neciamente a quienes han muerto de muerte atroz, sin leer su propia ley. Ellos mismos no hablan, y tú te atreves a llamarlos dioses, cuando ellos están fundidos en una vasija de bronce. Más bien, deberías fundirlos en pequeñas vasijas, para darles un mejor uso.
XXI
Sobre los montesiani
También llamas dioses a las montañas. Pues bien, pídeles esto: que nos gobiernen con oro, y no oscurecidas por el mal, ni ayudándonos con una mente desviada. Si aún conservas un espíritu puro y una mente serena, deberías examinarlas tú mismo. Te has vuelto insensible si crees que las montañas pueden salvarte, ya sea que gobiernen o que cesen de gobernar. Si buscas algo saludable, busca más bien la justicia de la ley, que te ayudará a salvarte y llevarte a la eternidad. Las vanidades te regocijarán por un tiempo, y te alegrarán por un breve espacio, pero luego te lamentarás en lo profundo. Apártate de estas cosas, si quieres resucitar con Cristo.
XXII
A los que no conocen al Dios verdadero
Me aflige, oh peregrino, que el mundo te ciegue de esta manera. Uno corre al campo, otro contempla a los pájaros, y otro, tras derramar la sangre de animales balantes, invoca las crines y crédulamente desea escuchar vanas respuestas. Cuando los líderes y reyes han deliberado sobre la vida, ¿de qué les ha servido conocer siquiera sus portentos? Te ruego, oh peregrino, que aprendas lo que es bueno. Ten cuidado con los ídolos, y busca la ley del Omnipotente. A él le ha placido que los demonios vaguen por el mundo para nuestra disciplina. Sin embargo, ha enviado sus mandatos, para que los que abandonan sus demoníacos altares se conviertan en habitantes del cielo. La ley enseña, y te llama a reflexión. Has encontrado dos caminos; elige el correcto.
XXIII
Sobre la vida mundana
Mientras obedeces al vientre, dices que eres inocente y, como por cortesía, te preparas para todo. ¡Ay de ti, hombre insensato! Tú mismo miras a la muerte a tu alrededor. Buscas de manera bárbara vivir sin ley. Tú mismo te alabas a ti mismo también para jugar con una palabra, quien finge ser simple. Vivo en la sencillez con tal persona. Crees que vives mientras deseas llenar tu vientre. Sentarte vergonzosamente sin importancia en tu casa, listo para el banquete, y huir de los preceptos. O porque no crees que Dios juzgará a los muertos, te haces neciamente gobernante del cielo en lugar de él. Consideras a tu vientre como si pudieras proveer para él. A veces pareces profano, a veces santo. Apareces como un suplicante de Dios, bajo el aspecto de un tirano. Sentirás en tus destinos qué ley te ayuda.
XXIV
Sobre la doble vida
Tú que crees que, al vivir dubitativamente entre ambos, estás en guardia, sigue tu camino desprovisto de ley, quebrantado por el lujo. Esperas vanamente tantas cosas, ¿por qué buscas cosas injustas? Y todo lo que has hecho te quedará cuando mueras. Considera, necio, que no existías, y he aquí, eres visto. No sabes de dónde has procedido ni de dónde te nutres. Evitas al excelente y benigno Dios de tu vida, quien preferiría que vivieras. Te vuelves hacia ti mismo y le das la espalda a Dios. Te ahogas en la oscuridad, mientras crees que moras en la luz. ¿Por qué corres a la sinagoga a los fariseos, para que Dios se apiade de ti, a quien tú mismo niegas? De allí te alejas de nuevo; buscas cosas saludables. Deseas vivir entre ambos caminos, pero de allí perecerás. Y además, dices: "¿Quién es el que nos ha redimido de la muerte para que creamos en él, ya que allí se imponen castigos?". ¡Ah! No será así, oh hombre maligno, como piensas, porque para quien ha vivido bien hay ventaja después de la muerte. Tú, sin embargo, cuando un día mueras, serás llevado a un lugar malo. Pero quienes creen en Cristo serán conducidos a un lugar bueno, y quienes reciben ese deleite serán acariciados; pero para ti, que eres de doble ánimo, contra ti hay un castigo extracorporal. La conducta del atormentador te incita a clamar contra tu hermano.
XXV
A los que no conocen a Cristo
¿Hasta cuándo, hombre insensato, no reconocerás a Cristo? Evitas el campo fértil y siembras en el estéril. Buscas morar en el bosque donde el ladrón se demora. Dices: "Yo también soy de Dios", y te alejas de la puerta. Ahora, tras tantas invitaciones, entras en el palacio. Ahora la cosecha está madura, y el tiempo está preparado. ¡Mira, ahora cosecha! ¿Qué? ¿No te arrepientes? Si no lo has hecho, recoge los vinos oportunos. El tiempo de creer para vivir está presente en el tiempo de la muerte. La primera ley de Dios es el fundamento de la ley subsiguiente. A ti, en efecto, se te asignó creer en la segunda ley. No son las amenazas de él, sino de ella, las que te dominan. Ahora, asombrado, jura que creerás en Cristo, pues el Antiguo Testamento proclama acerca de él, y sólo se necesita creer en Aquel que murió para poder resucitar y vivir eternamente. Por lo tanto, si no crees que estas cosas sucederán, al final serás vencido por tu culpa en la segunda muerte. En este breve tratado, declararé brevemente lo que vendrá. En él se puede saber cuándo es necesario preferir la esperanza. Aun así, te exhorto a creer en Cristo cuanto antes.
XXVI
A los que rechazan a Cristo
Rechazas, oh infeliz, la ventaja de la disciplina celestial y te aplastas hasta la muerte mientras deseas desviarte sin freno. El lujo y las efímeras alegrías del mundo te están arruinando, de donde serás atormentado en el infierno para siempre. Son vanas alegrías con las que te deleitas tontamente. ¿Acaso estas no te hacen ser un hombre muerto? ¿No pueden treinta años, al fin, hacerte sabio? Ignorando cómo te desviaste al principio, miras el tiempo antiguo, y ahora crees disfrutar aquí de una vida gozosa en medio de las injusticias. Estas son las ruinas de tus amigos: guerras o fraudes perversos, robos con derramamiento de sangre. El cuerpo está afligido por llagas, y se permiten gemidos y lamentos, ya sea que una enfermedad leve te invada, o estés agobiado por una larga enfermedad, o estés de luto por tus hijos, o llores por una esposa perdida. Todo es un desierto. Ay, las dignidades son derribadas de su altura por los vicios y la pobreza; Doblemente así, sin duda, languideces mucho tiempo. ¿Y acaso llamas vida cuando esta vida de cristal es mortal? Considera ahora detenidamente que este tiempo no sirve de nada, y en el futuro tienes esperanza sin el oficio de vivir. Ciertamente, los niños pequeños que han sido arrebatados deseaban vivir. Además, los jóvenes que han sido privados de la vida, tal vez se estaban preparando para envejecer, y ellos mismos se disponían a disfrutar días alegres; y sin embargo, de mala gana dejamos de lado todas las cosas del mundo. Me he demorado con una mente perversa, y he pensado que la vida de este mundo era verdadera; y juzgué que la muerte vendría de la misma manera que tú, que una vez que la vida había partido, el alma también estaba muerta y perecía. Estas cosas, sin embargo, no son así, pues el Fundador y Autor del mundo ciertamente ha requerido al hermano asesinado por otro hermano. Hombre impío, dime, ¿dónde está tu hermano? Porque la sangre de tu hermano ha clamado a mí al cielo. Veo que estás atormentado cuando creías no sentir nada, pero él vive y ocupa el lugar a la derecha. Disfruta de los placeres que tú, oh malvado, has perdido, y cuando hayas llamado de vuelta al mundo, él también se habrá adelantado y será inmortal, y tú gemirás en el infierno. Ciertamente, Dios vive, y da vida a los muertos, y da recompensas dignas a los inocentes y a los buenos, y a los fieros e impíos el cruel infierno. ¡Comienza, oh tú que estás extraviado, a percibir los juicios de Dios!
XXVII
Sobre la muerte
Oh necio, tú no mueres del todo, y ni muerto escapas del Altísimo. Aunque dispusieras que, muerto, no percibieras nada, serías vencido insensatamente. Dios, Creador del mundo, vive, y sus leyes proclaman que los muertos existen. Pero tú, mientras te esfuerzas por vivir sin Dios, juzgas que la muerte es la extinción y crees que es absoluta. Dios no ha ordenado las cosas como tú crees, y los muertos no olvidan lo que hicieron. El Gobernador nos ha creado receptáculos de la muerte, y después de nuestras cenizas le contemplaremos. Estás despojado, oh necio, que crees que por la muerte no existes, y ha hecho que tu Señor sea incapaz de hacer nada. La muerte no es una mera vacuidad, si reflexionas en tu corazón. Puedes saber que Dios es deseable, pues más tarde lo percibirás. Tú eras el gobernante de tu carne, mas ciertamente la carne te gobernó. Liberado de ella, ahora estás enterrado. Con razón el hombre mortal se separa de la carne. Por lo tanto, los ojos mortales no podrán ser igualados a las cosas divinas. Así, nuestra profundidad nos impide el secreto de Dios. Honra ahora, mientras mueres en debilidad, a Dios, y cree que Cristo resucitará vivos a los muertos.
XXVIII
Sobre el castigo eterno
La rectitud y la bondad, la paz, la verdadera paciencia y la preocupación por las propias obras nos permiten vivir después de la muerte. Pero una mente astuta, malvada, pérfida y malvada se autodestruye gradualmente y se demora en una muerte cruel. ¡Oh, hombre malvado! Escucha ahora lo que ganas con tus malas acciones. Observa a los jueces de la tierra, que ahora torturan en el cuerpo con terribles castigos; o se preparan castigos para los merecedores por la espada, o se llora en una larga prisión. ¿Acaso tú, por último, esperas reírte del Dios del cielo y del gobernante del firmamento, por quien todas las cosas fueron creadas? Te enfureces, estás loco, y ahora abjuras del nombre de Dios, de quien, además, no escaparás; y él castigará según tus obras. Ahora quiero que tengas cuidado de no llegar a la quema del fuego. Entrégate de inmediato a Cristo, para que la bondad te acompañe.
XXIX
A los ricos, I
Tú, oh hombre rico, por mirar insaciablemente demasiado a toda tu riqueza, desperdiciarás aquellas cosas a las que aún intentas aferrarte. Tú dices: "No espero cuando muera vivir después de tales cosas". Oh ingrato al gran Dios, que así te juzgas a ti mismo como un dios, y no a Aquel que, cuando no sabías nada de ello, te engendró y luego te alimentó. Él gobierna tus prados, y tus viñas, y tu rebaño, y todo lo que posees. Tú no prestas atención a estas cosas, pero Aquel que hizo el cielo, la tierra y los mares salados, decretó devolver a una edad de oro a los que viven en el secreto de Dios. Aprende de Dios, oh hombre insensato, que desea que seas inmortal, para que puedas darle gracias eternas en tu lucha. Su propia ley te enseña. No obstante, como tú buscas vagar, descrees de todo, y de ahí irás al infierno. Poco a poco, tendrás que ir entregando tu vida, y serás llevado adonde te duele estar. Allí sufrirás el castigo espiritual, que es eterno y en el que siempre hay lamentos. Allí, al final, siempre es demasiado tarde para proclamar al Dios omnipotente.
XXX
A los ricos, II
Aprende, oh tú que estás a punto de morir, a ser bueno con todos. ¿Por qué, en medio del pueblo, te haces pasar por alguien distinto de lo que eres? Vas a donde no sabes y de allí partes sin saberlo. Manejas mal tu propio cuerpo; siempre anhelas riquezas. Te exaltas demasiado; te llenas de orgullo y no miras con agrado a los pobres. Ahora ni siquiera alimentas a tus padres cuando están bajo tu cuidado. ¡Ah, hombre miserable! Que la gente común huya de ti. Él vivió, y yo lo destruí; el pobre clama justicia. Pronto serás arrastrado por las furias de Caribdis, cuando tú mismo perezcas. Tú, oh rico, eres indisciplinado, y das leyes sin estar preparado. Despójate, oh hombre rico y apartado de Dios, de tales males, si acaso lo que has visto puede ayudarte. Sé el servidor de Dios mientras tengas tiempo. Así como el olmo ama a la vid, así tú amas a la gente insignificante. Observa ahora, oh estéril, la ley que es terrible para los malvados e igualmente benigna para los buenos; sé humilde en la prosperidad. Quita, oh rico, tu corazón fraudulento, y adquiere un corazón de paz. Considera tu maldad. ¿Haces el bien? Estoy aquí.
XXXI
A los jueces
Oh juez, considera los dichos de Salomón, y cómo, con una sola palabra tuya, lo menosprecias. Considera cómo los regalos y los presentes te corrompe, y de ahí surge tu ley. Siempre amas a los dadores; y cuando hay una causa, la causa injusta se lleva la victoria. Yo, hombre inocente e insignificante, no te acuso porque blasfemes de Salomón, pero él si lo hará. Tu dios es el vientre, y tus recompensas son las leyes. El apóstol Pablo sugiere esto: "No seas engañoso".
XXXII
A los libertinos
Oh ignorante, tú blasfemas contra Aquel de cuya liberalidad vives. En tal debilidad nunca lo consideras. Con adelantos y ganancias, presumes codiciosamente de la fortuna. No hay ley para ti, ni te reconoces en la prosperidad. Aunque puedan contarse como oro, que los acordes de la flauta siempre sean delirantes. Si no has adorado la crucifixión del Señor, has perecido. Tanto el lugar como la ocasión, y la persona, se te dan ahora, si, sin embargo, crees. Y si no, temerás ante él. Obedece a Cristo y pon tu cuello bajo él. A él le corresponde el honor y toda la confianza de las cosas. Cuando el tiempo te adula, sé más cauteloso. Al no prever, como te corresponde, los premios finales del destino, no podrás volver a vivir sin Cristo.
XXXIII
A los gentiles
Oh, pueblo feroz, sin pastor, no te desvíes ahora. Yo te amonesto, porque también yo era ignorante y errante. Ahora, pues, imita a tu Señor. Eleva tus corazones salvajes y endurecidos. Entra con firmeza en el rebaño de tu Pastor silvestre, a salvo de los ladrones bajo el techo real. En el bosque hay lobos; por tanto, refúgiate en la cueva. Haces la guerra, estás locos; no miras dónde moras. Cree en el único Dios, para que cuando mueras, vivas y resucites en su reino, cuando haya resurrección para los justos.
XXXIV
A los ignorantes
El cuello indómito se niega a soportar el yugo del trabajo. Entonces se deleita en saciarse con hierbas en las ricas llanuras. Y aún así, de mala gana, se somete a la yegua útil, y se la vuelve menos feroz cuando se la somete por primera vez. Oh pueblo, oh hombre y hermano, no seas un rebaño brutal. Arráncate a ti mismo al fin, y retírate. Ciertamente no eres ganado, no eres una bestia, pero naciste hombre. Sométete tú mismo sabiamente y entra en armas. Tú que sigues ídolos, no eres más que la vanidad de la época. Tu corazón frívolo te destruyen cuando casi eres liberados. Allí el oro, las vestiduras, la plata se lleva hasta los codos; allí se hace la guerra; allí se canta al amor en lugar de salmos. ¿Crees que es vida, cuando juegas o anhelas tales cosas? Eliges, oh ignorante, cosas que están extintas; buscas cosas de oro. Allí no escaparás de la plaga, aunque tú mismo seas divino. No buscas la gracia que Dios envió para ser leída en la tierra, sino que vagas como una bestia. La edad de oro antes mencionada te llegará si crees, y de nuevo comenzarás a vivir para siempre una vida inmortal. A eso también se le permite conocer lo que eras antes. Entrégate como súbdito a Dios, quien gobierna todas las cosas.
XXXV
Sobre el árbol de la vida
Adán fue el primero en caer, y para evitar los preceptos de Dios, Belial lo tentó con la lujuria de la palmera. Y nos confirió también lo que hizo, ya fuera bueno o malo, como lo principal de todo lo que nació de él. Por ello morimos por su causa, como él mismo, alejándose de lo divino, se convirtió en un paria de la Palabra. Seremos inmortales cuando se cumplan 6.000 años. Al probar el árbol de la manzana, la muerte entró en el mundo, y por este árbol de la muerte nacemos a la vida venidera. Del árbol depende la vida que da frutos: preceptos. Ahora, pues, coge con fe los frutos de la vida. Del árbol se dio una ley para que el hombre primitivo la temiera, de donde viene la muerte por descuidar la ley del principio. Extiende tu mano y toma del árbol de la vida. La excelente ley del Señor que sigue ha emanado del árbol. La primera ley se ha perdido, y el hombre que adora a los dioses prohibidos, y las malas alegrías de la vida, come de donde puede. Rechaza esta participación, y te bastará con saber lo que debe ser. Si deseas vivir, entrégate a la segunda ley. Evita la adoración de templos, y los oráculos de los demonios. Vuelve a Cristo y serás compañero de Dios. Santa es la ley de Dios, que enseña a los muertos a vivir. Sólo Dios nos ha ordenado ofrecerle el himno de alabanza. Tú mismo, rechaza por completo la ley del diablo.
XXXVI
Sobre la sabiduría de la cruz
He hablado de la doble señal de la cual procedió la muerte, y he dicho nuevamente que de ella procede frecuentemente la vida; pero la cruz se ha vuelto locura para un pueblo adúltero. El terrible Rey de la eternidad prefigura estas cosas mediante la cruz, para que ahora creas en él. ¡Oh, necio, que vives en la muerte! Caín mató a su hermano menor inventando la maldad. De ahí se dice que los hijos de Enoc son la raza de Caín. Entonces, la gente malvada aumentó en el mundo, que nunca transfiere almas a Dios. Creer en la cruz se convirtió en un temor, y en vivir con rectitud. La primera ley estaba en el árbol; y de ahí, también, la segunda. La segunda ley venció a la terrible ley con paz, mas tu, enaltecido, te has precipitado en vanas prevaricaciones. No estás dispuestos a reconocer al Señor traspasado por clavos, mas cuando llegue tu juicio lo discernirás. La raza de Abel ya cree en un Cristo misericordioso.
XXXVII
A los judaizantes
¡Qué! ¿Eres mitad judío? ¿Serás mitad profano? ¿De dónde, cuando mueras, no escaparás del juicio de Cristo? Tú mismo vagas ciegamente y te metes neciamente entre los ciegos. Y así, el ciego lleva al ciego al hoyo. Vas adonde no sabes, y de allí te retiras ignorantemente. Que los que aprenden vayan a los sabios, y que éstos se vayan. Pero tú vas a aquellos de quienes no puedes aprender nada. Sales delante de las puertas, y de allí también vas a los ídolos. Pregunta primero qué manda la ley. Que te digan si se manda adorar a los dioses; pues se les ignora en lo que son especialmente capaces de hacer. Siendo culpable de ese mismo crimen, no relatas nada sobre los mandamientos de Dios, salvo lo maravilloso. Eso es lo que te lleva ciegamente al hoyo. Hay muertes demasiado conocidas como para relatarlas, como el arado amontonado cierra el campo. El Todopoderoso no quiso que comprendieras a su Rey. ¿Por qué tanta maldad? Él mismo se refugió de ti, hombres sanguinario. Se entregó a nosotros mediante una ley sobreañadida. Por eso ahora tú yaces oculto con nosotros, abandonado por tu Rey. Si creen que en ti hay esperanza, estás completamente equivocado, como los que adoran en los templos paganos.
XXXVIII
A los judíos, I
Siempre malvado y recalcitrante, con cerviz dura, tú no deseas ser vencido, y te crees el heredero. Isaías dijo que eras de corazón endurecido. Tú consideras la ley que Moisés, en su ira, destrozó, y el mismo Señor te dio una segunda ley. En ella puso su esperanza, mas tu, a medias curado, la rechazas, y por lo tanto no serás digno del reino de los cielos.
XXXIX
A los judíos, II
Considera a Lea, la figura de tu sinagoga, que Jacob recibió como señal, con ojos tan débiles, y aun así sirvió de nuevo para la menor amada. Considérala, pues ella es un verdadero misterio y figura de nuestra Iglesia. Considera lo que se dijo abundantemente de Rebeca desde el cielo, y cómo, imitando al extranjero, puedes creer en Cristo. De ahí vienen Tamar y la descendencia de gemelos. Considera a Caín, el primer labrador de la tierra, y a Abel, el pastor, quien fue un oferente sin mancha en la ruina de su hermano, y fue asesinado por este. Así, pues, percibe que los menores son aprobados por Cristo.
XL
A los judíos, III
No hay pueblo incrédulo como el tuyo, ¡oh, hombre malvado!, en tantos lugares, y tan a menudo reprendido por la ley de quienes claman a gritos. El Altísimo desprecia tus sábados y rechaza por completo tus fiestas mensuales universales según la ley, para que no le ofrezcas los sacrificios ordenados. ¿Quien te mandó tirar una piedra ante la ofensa? Si alguien no creyera que él pereció por una muerte injusta, y que aquellos a quienes amaba se salvaron por otras leyes, de ahí que esa vida estuviera suspendida en el madero, y tú no creyese en él. Dios mismo es la vida, y él mismo fue suspendido por nosotros. Pero tu, con un corazón endurecido, lo insultas.
XLI
Sobre la venida del Anticristo
Isaías dijo: "Este es el hombre que mueve el mundo y a tantos reyes, y bajo cuyo mando la tierra se volverá desierta". Escucha, pues, cómo el profeta predijo el Anticristo. Cuando eso ocurra, y él aparezca, el mundo estará acabado. Él mismo dividirá la tierra en tres poderes gobernantes. Entonces Nerón será resucitado del infierno, y Elías vendrá a sellar a los amados. Ante ello, la región de África y la nación del norte, y toda la tierra por todos lados, temblará durante 7 años. Elías ocupará la mitad del tiempo, y Nerón la otra mitad. Entonces la ramera Babilonia, reducida a cenizas, llevará sus brasas hacia Jerusalén; y el conquistador latino dirá entonces: "Yo soy Cristo, a quien siempre rezáis". De hecho, los ignorantes que fueron engañados se unirán para alabarlo. Él hará muchas maravillas, y será el falso profeta. Especialmente para que le crean, su imagen hablará. El Todopoderoso le ha dado poder para aparecer así. Los judíos, recapitulando las Escrituras acerca de él, exclamarán al mismo tiempo al Altísimo, y reconocerán que han sido engañados.
XLII
Sobre la venida de Cristo
Cuando llegue el Anticristo, el pueblo santo se ocultará, y nadie sabrá donde residen sus 9 tribus y media, y ordenará vivir según la ley anterior. Quedarán en pie dos de las tribus, y una media. ¿Por qué la mitad de una tribu? Porque entre ella habrá muchos mártires, cuando el Anticristo traiga la guerra al mundo contra sus elegidos. Cuando eso ocurra, la tribu de los profetas y la tribu de los santos se alzarán para imponer un freno a los obscenos. Las demás tribus se retirarán, y todos los misterios de Cristo se cumplirán a lo largo de toda esa era. Entonces surgirá el crimen de los dos hermanos, y los sanguinarios se dispersarán. Todas las cosas contenidas en la ley se apresurarán a su cumplimiento. El Cristo todopoderoso descenderá hacia sus elegidos, que hasta entonces habían estado ocultos a la vista, y se convirtieron en miles y miles. Se les ordenará pasar a la diestra de su Señor; y cuando hayan pasado el mismo Señor caminará delante de ellos. Las montañas se hundirán ante ellos, y las fuentes brotarán. La creación se regocijará al ver al pueblo celestial. Entonces el malvado rey, que posee cautiva a la matrona, al enterarse huirá a las regiones del norte, y allí reunirá a todos sus seguidores. El tirano se lanzará contra el ejército de Dios, pero sus soldados serán derrotados por el terror celestial. Tanto el Maligno como el falso profeta serán apresado por decreto del Señor, y ambos serán entregados vivos a la gehena. La anciana madre será liberada, y en ella encontrarán consuelo todos los que hayan sido vejados por el mal. Con diversos castigos atormentará el Señor a quienes confiaron en el Anticristo, y todas las ofensas serán juzgadas por el fuego, y borradas del mundo.
XLIII
Sobre el día del juicio
La trompeta dará la señal en el cielo, y el león será arrebatado, y de repente habrá oscuridad y estruendo del cielo. Entonces gemirán los que se encaminan hacia el fin último, y todos los incrédulos. El Señor bajará la mirada, y la tierra temblará. Él clamará, para que todos puedan oírlo en todo el mundo, y dirá: "Mirad, largo tiempo he guardado silencio, mientras soportaba vuestras acciones". Clamarán todos juntos, quejándose y gimiendo demasiado tarde. Aullarán y se lamentan, pero no habrá lugar para los malvados. ¿Qué hará la madre por el niño de pecho, cuando ella misma se queme? En una llama del fuego, el Señor juzgará a los malvados. El fuego no tocará a los justos, pero a los demás los devorará por todos los medios, y aquellos que promovieron la obscenidad serán quemados. Tal será el calor, que las piedras mismas se derretirán. Los vientos se reunirán en relámpagos, la ira celestial rugirá; y dondequiera que huya el malvado, será atrapado por el fuego. No habrá socorro ni barco en el mar, sino llamas sobre las naciones. Los medos y partos durarán sufriendo 1.000 años más, como declaran las palabras de Juan. Luego, después de 1.000 años, quienes lo merezcan serán enviados a una segunda muerte, y quienes lo merezcan al infierno, mientras los santos se van colocando en las moradas interiores.
XLIV
Sobre el fin del mundo
Tras el día del juicio, el fuego del Señor seguirá vivo, y la tierra gemirá con fuerza. La naturaleza entera se convertirá en llamas, evitando los campamentos de los santos. La tierra será quemada desde sus cimientos, y las montañas se derretirán. Del mar no quedará nada, pues será vencido por el fuego poderoso. Este cielo perecerá, y las estrellas que vemos cambiarán. Surgirá una nueva era del cielo y de la tierra, que ya será definitiva.
XLV
Sobre la nueva tierra
Del cielo descenderá la ciudad celestial, en la primera resurrección. Esto es lo que podemos decir de tal estructura celestial. Quienes le fueron consagrados resucitarán ante él y serán ya incorruptibles, viviendo sin muerte. No habrá dolor ni gemido en esa ciudad. Vendrán también quienes superaron el cruel martirio bajo el Anticristo, y recibirán bendiciones por haber sufrido tantos males. Ellos mismos, casándose, engendrarán por 1.000 años. Allí estarán todos los ingresados de la tierra, y la tierra renovada sin fin se vertirá abundantemente. Allí no habrá lluvias, ni el frío llegará al campamento dorado. No habrá asedios ni rapiñas, ni esa ciudad anhelará la luz de una lámpara, porque brillará desde su fundador. Medirá 12.000 estadios, de ancho, largo y profundidad, y ante sus puertas brillará el sol y la luna. Nivelará sus cimientos en la tierra, pero levantará su cabeza al cielo.
XLVI
A los catecúmenos
En pocas palabras, amonesto a todos los creyentes en Cristo que han abandonado los ídolos, por su salvación. Si al principio caéis en algún error, aun así, cuando se os ruegue, dejad todo por Cristo; y ya que habéis conocido a Dios, sed buenos y probados, y que la modestia virginal os acompañe en la pureza. Que vuestra mente esté atenta a las cosas buenas. Cuidaos de no caer en pecados pasados. En el bautismo se lava la tosca vestimenta de su nacimiento. Si algún catecúmeno pecador es marcado con un castigo, que viva según las señales del cristianismo, que no serán para él una pérdida. El asunto es este: evitad siempre los grandes pecados.
XLVII
A los fieles, I
Advierto a los fieles que no odien a sus hermanos. Los mártires consideran impíos los odios, y tampoco se extirpa el mal se expía con derramamiento de sangre. Al injusto hay que darle una ley para que se contenga. Por lo tanto, si él debe estar libre de astucia, también vosotros debéis estarlo. Pecáis dos veces contra Dios si extendéis contiendas a vuestros hermanos, y con ello no evitáis seguir pecando y seguir vuestros antiguos caminos. Habéis sido lavados una vez, y ¿podréis ser sumergidos de nuevo?
XLVIII
A los fieles, II
Las aves son engañadas por las bestias, en el bosque, por esos mismos encantos que siempre llevan a su ruina, y son llevadas a las cuevas como comida. Ellas son engañan mientras las bestias las persiguen, y no saben cómo evitar el mal, y no están protegidas por la ley. La ley se ha dado al hombre como una doctrina de vida que hay que saber elegir, para vivir con cuidado y deshacer lo que pertenece a la muerte. Quien abandona este gobierno se condena severamente, ya sea atado con hierro, o derribado de su rango, o perdiendo lo que debería disfrutar. Advertidos por el ejemplo, hermanos, no pequéis gravemente, sino dejaos llevar por el lavatorio. Tened caridad y huid lejos del cebo de la ratonera, porque muchos son los martirios que se realizan sin derramamiento de sangre. No codiciéis los bienes ajenos, sino desead el beneficio del martirio. Refrenad vuestra lengua, haceos humildes, no uséis la fuerza. No devolváis la fuerza utilizada contra vosotros, sino tened un espíritu paciente y comprended que sois mártires.
XLIX
A los penitentes
Si os habéis convertido en penitentes, rezad día y noche, pero sin alejaros mucho de vuestra madre la Iglesia. El Altísimo tendrá misericordia de vosotros, y la confesión de vuestra culpa no será en vano. Igualmente, en vuestro estado de acusación, aprended a llorar abiertamente. Si tenéis una herida, buscad hierbas y un médico. Aun así, en vuestros castigos podréis mitigar vuestros sufrimientos. He de confesaros que yo pasé por lo mismo, y que aquí estoy y el terror pasó. Yo mismo sentí la destrucción, y por eso advierto a los heridos que caminen con más cautela, que escondan su cabello bajo tierra, que se vistan de cilicio y supliquen al Rey altísimo que los ayude, para que no perezcan entre el pueblo.
L
A los apóstatas
Cuando se libra una guerra, si uno se ofrece a la lucha consigue un gran trofeo, aunque ¡qué infeliz será si cae en manos del enemigo! Quien no ha estado dispuesto a luchar dignamente por su patria y por los suyos, pierde su patria y su rey. Quien cae en manos del enemigo, sabe que ha de morir antes que someterse a un rey bárbaro, o buscar antes la esclavitud que estar dispuesto a entregarse a los enemigos sin ley. Si en la guerra muere por su rey, ha conquistado la gloria, y si cae en manos enemigas sabe que sale ileso ante la ley. Cuando el enemigo cruza el río, y la guerra está perdida, lo mejor es que esa persona deje de luchar y se esconda en los escondites, para no caer en manos enemigas. Con ello, el enemigo no lo habrá conquistado. En cambio, si no lucha, y corre a entregarse, ha renunciado débilmente a su propio bien y al de su país. De ser así, quedará probado que no estaba dispuesto a vivir por su patria, y por eso perecerá. Si alguien renuncia a Dios, o se hace profano como el enemigo, se ha vuelto como metal que resuena, o sordo como las víboras.
LI
A los cautivos
El enemigo nos ha inundado repentinamente con la guerra, y se ha apoderado de los más indefensos. A éstos nada se les puede reprochar, pues no han podido evitar caer cautivos. Sin embargo, exhorto a los adultos a que salgan al campo de batalla y busquen a esos niños, e intenten hacer renacer a su madre, por así decirlo, desde el vientre materno. Que intenten rescatar por las armas a esos niños, y evitarles una ley terrible, sangrienta, impía e intratable, y una vida de bestias. Si por casualidad se desatara otra guerra, esos niños ya serían mayores, y la plaza no volvería a estar desprotegida, y ellos se habrían preparado para vencer.
LII
A los desertores
No todos los desertores son iguales, pues uno no quiso luchar y otro se retiró parcialmente. Aun así, se decretan juicios severos para ambos. Pues bien, así como se obedece al césar, así hay que combatir por Cristo. De no haberlo hecho, el desertor implora el refugio del rey, y ante él confiesa su delincuencia, y promete no hacerlo más. Una vez que el campamento se ha rehecho, ese desertor tiene cuidado de no pecar más, y no deambula más como un soldado entre las cuevas.
LIII
A los soldados
Cuando uno ha dedicado su nombre a la guerra, se encuentra bajo su control. Por lo tanto, comienza a abandonar sus acciones pasadas. Evita los lujos y, con toda virtud, obedece la orden del rey, poniendo en ello su felicidad. Él es un buen soldado, que siempre busca que las cosas salgan bien. No está dispuesto a los halagos, abandona por completo la pereza, y está listo cada día para lo que se le presente. Es precavido de antemano, y por la mañana revisa las normas. Cuando ve la guerra, participa en la contienda más cercana. Esta es la gloria del rey: ver a la soldadesca preparada. El rey está presente, y desea que sus soldados luchen más allá de sus esperanzas. Él prepara regalos, y con alegría espera la victoria, y los designa aptos para ser sus seguidores. El soldado no escatima en sus servicios, es diligente y si puede mata a Belial.
LIV
A los fugitivos
Las almas de quienes se pierden, merecidamente se separan de ellos. Engendradas por ellos, ellas recurren de nuevo a lo que les pertenecía. La raíz de Caín, la semilla maldita, brota y se refugia en la nación servil bajo un rey bárbaro, y allí la llama eterna atormentará en el día decretado. El fugitivo vagará vagamente sin disciplina, libre de la ley, para vagar por los desfiladeros de los caminos. Estos son aquellos a quienes ningún castigo ha retenido, y por eso acaban devorados por los ídolos.
LV
A los cizañeros
La semilla de la cizaña se encuentra mezclada en la Iglesia. Cuando se cumplen los tiempos de la cosecha, la cizaña que ha brotado se separa del fruto, o bien el labrador la separa. La ley es nuestro campo. A quien haga el bien en ella, sin duda el Gobernante mismo le proporcionará un verdadero descanso, y no lo quemará (como a la cizaña) con fuego. Quines piensan que bajo una sola ley se demora el Legislador, se equivocan. Yo designo a éstos como cristianos estériles, o esa maldita higuera sin fruto de la palabra del Señor, que al instante se secó. No realizan obras; no preparan ofrendas para el tesoro y, sin embargo, creen merecer el bien del Señor.
LVI
A los simuladores
¿Disimuláis la ley que fue dada con anuncio público, y declamada en la palabra celestial de tantos profetas? Si un profeta hubiera clamado tan sólo a las nubes, su palabra seguramente bastaría. No obstante, la ley del Señor se proclama en muchos volúmenes de profetas, y ninguno de ellos excusa la maldad. Así, si deseáis de corazón ver cosas buenas, y al mismo tiempo seguís viviendo de engaños, ¿por qué la ley se ha promulgado con tanto esfuerzo? Abusáis de los mandamientos del Señor, y queréis llamaros hijos. Y yo os digo: el Todopoderoso busca a los mansos, y a los rectos de corazón, y a los devotos de la ley divina. Además, ya sabéis dónde han acabado, hundidos, los malvados.
LVII
A los relajados
Si ciertos maestros, mientras buscan vuestros dones, os relajan en cosas individuales, no sólo no me aflijo, sino que me veo obligado a decir la verdad. Vais a espectáculos vanos con la multitud del Maligno, donde Satanás está trabajando en el circo con estruendo. Os persuadís a vosotros mismos de que todo lo que os agradará es lícito. Sois la descendencia del Altísimo, pero mezclada con los hijos del diablo. ¿Deseáis ver las cosas a las que habéis renunciado? ¿Estáis de nuevo familiarizado con ellas? ¿Qué os beneficiará, entonces, el Ungido? Debido a la debilidad, profanaréis nuevamente. "No améis al mundo ni lo que contiene", dice la palabra de Dios, y os parece bien. Observáis el mandato del hombre y evitáis el de Dios. Alabáis que los maestros callaran sus bocas, para que pudieran estar en silencio y no os dijeran los mandatos divinos. Os digo la verdad, porque estoy obligado a hacerlo, mirando al Altísimo. Si buscáis vivir como creyentes, y como los gentiles, las alegrías del mundo os apartarán de la gracia de Cristo. Buscáis lo que presumís ser fácilmente lícito, y no os importa que la descendencia de alguien así balbucee disparates a vuestros oídos. Mientras creéis disfrutar de la vida, herráis imprudentemente. El Altísimo manda, y vosotros rehuís sus justos preceptos.
LVIII
A los cristianos
Cuando el Señor dice que "el hombre debe comer pan con gemido", ¿qué hacéis vosotros ahora, deseando vivir con alegría? Buscáis rescindir el juicio pronunciado por el Dios altísimo cuando formó al hombre; deseáis abandonar el freno de la ley. Si el Dios todopoderoso os ha ordenado vivir con sudor, vosotros vivís en el placer, y sois extraños para él. La Escritura dice que el Señor estaba enojado con los judíos. Sus hijos, refrescados con la comida, se levantaron para jugar. Ahora bien, ¿por qué seguimos a estos hombres circuncidados? Debéis tener cuidado de en qué aspecto perecieron, para que no os pase a vosotros lo mismo. Vosotros obedecéis, pero entregados a los lujos. De esa forma, trasgredís la ley, al teñiros con tintes. Contra vosotros clama el apóstol. Sí, y Dios clama por medio de él. Vuestro libertinaje, dice él, será vuestra arruina. Sed, pues, como Cristo quiere que seáis, mansos y en él alegres, aunque en el mundo estéis tristes. Corred, trabajad, sudad, luchad con tristeza. La esperanza llega con el trabajo, y la victoria recibe la palma. Si deseáis ser renovados, brindad ayuda y ánimo al mártir. Esperad que llegue el reposo en el camino de la muerte.
LIX
A las cristianas, I
Deseas, oh mujer cristiana, que las matronas sean como las damas del mundo. Te rodeas de oro o de modestas vestiduras de seda. Entregas el terror de la ley de tus oídos al viento. Afinas vanidad con toda la pompa del diablo. Te adornas ante el espejo con tu cabello rizado apartado de tu frente. Y además, con malos propósitos, te aplicas medicamentos falsos, sobre tus ojos puros el estibio, con belleza pintada, o te tiñes el cabello para que siempre esté negro. Dios es el observador, que se sumerge en cada corazón y que te dice que estas cosas no son necesarias para las mujeres modestas. Perfora tu pecho con un sentimiento casto y modesto. La ley de Dios da testimonio de que tales leyes fallan en el corazón que cree. A una esposa aprobada por su esposo, que le baste con serlo, y no por su vestimenta sino por su buena disposición. Poneos la ropa que el frío o el calor imponen, aunque sea tan sólo para ser consideradas modestas y mostrar los dones de vuestra capacidad ante el pueblo de Dios. Vosotras, que antes erais las más ilustres, os presentáis como alguien despreciable. La que yacía sin vida fue resucitada por las oraciones de las viudas. Merecía ser resucitada de la muerte, mas no por su costoso vestido sino por sus dones. Oh buenas matronas, huid del adorno de la vanidad, porque tal atuendo es propio de las mujeres que frecuentan los burdeles. Venced al Maligno, modestas mujeres de Cristo. Demostrad toda vuestra riqueza al dar.
LX
A las cristianas, II
Escucha mi voz, tú que deseas seguir siendo una mujer cristiana, de la manera en que el bendito Pablo te ordena que estés adornada. Isaías, el maestro y autor que habló desde el cielo, detesta a los que siguen la maldad del mundo, y dice: "Las hijas de Sión que son levantadas serán humilladas". No es correcto en Dios que una mujer cristiana fiel esté adornada. ¿Buscas salir a la moda de los gentiles, tú que estás consagrada a Dios? Los heraldos de Dios, clamando en voz alta en la ley, condenan a tales como mujeres injustas, que de tal manera se adornan. Te tiñes el cabello, te pintas la abertura de tus ojos con negro, levantas tu hermoso cabello uno por uno en tu frente pintada, unges tus mejillas con algún tipo de color rojizo aplicado y, además, tus aretes cuelgan con un peso muy pesado. Entierras tu cuello con collares, y con gemas y oro atas tus manos con un mal presagio. ¿Por qué debería hablar de vuestros vestidos o de toda la pompa del diablo? Rechazáis la ley cuando queréis complacer al mundo. Bailáis en vuestras casas, y en lugar de salmos cantáis canciones de amor. Vosotras, aunque seáis castas, no lo demostráis siguiendo las malas costumbres. Por lo tanto, Cristo os hace, tal como sois, iguales a los gentiles. Agradad al coro de himnos, y a un Cristo apaciguado con amor ardiente. Ofreced fervientemente vuestro aroma a Cristo.
LXI
A los tacaños
Yo, hermanos, no soy justo, ni me exalto de la inmundicia. Pero me aflijo por vosotros, pues veo que de un pueblo tan grande, nadie se corona en la contienda si no lucha ni inspira ánimo a otros. Reprendéis la calamidad, así que ¡oh, vientre!, atibórrate de lujo. El hermano lucha en las armas con un mundo que se le opone, y vosotros, repletos de riquezas, ¿no lucháis ni os ponéis de su lado cuando él lucha? ¡Oh, necios! ¿No percibes que uno lucha por muchos? Toda la Iglesia depende de si él vence. Veis que vuestro hermano es retenido y lucha contra el enemigo, y vosotros no hacéis nada. Deseáis paz en el campamento, pero él la rechaza. Sed compasivos, para que seáis salvos ante todo. Tampoco teméis al Señor, que clama con tanta fuerza y manda dar alimento incluso a nuestros enemigos. Esperáis con ansias vuestras comidas, mientras aquel Tobías las compartía enteramente con el pobre. ¿Qué desearíais que él preparara para vosotros? Porque le presentaríais su entierro. El hermano agobiado por la necesidad, casi desfalleciente, clama a los espléndidamente alimentados y con el vientre hinchado, y ¿qué dices tú? Si no se ha presentado, llamad vosotros a un pobre de la multitud, a quien podáis invitar a tu cena. En las tablas está la esperanza de un Cristo renovado.
LXII
A los mártires
Ya que deseáis el martirio, hijos míos, escuchad. Sed como Abel, como el mismo Isaac o como Esteban, que eligió para sí mismo la vida recta. Deseáis lo que conviene a los bienaventurados, pero antes que nada venced al Maligno con vuestras buenas obras. Así, cuando vuestro Rey os vea, podréis estar seguros. Es vuestro tiempo, y vivimos para eso, así que, si la guerra fracasa, vosotros iréis en paz. Muchos yerran al decir: "Con nuestra sangre hemos vencido al Maligno", pero no están dispuestos a vencer. Si queréis vencer al Maligno, aplicaos castigos, golpeaos el pecho y haced buenas obras. Así estaréis preparados para ser buenos mártires, y ya lo habréis sido en las obras.
LXIII
A los concupiscentes, I
Si la lujuria os precipita, hay guerra, y luchad contra ella. Si el lujo os persuade, descuidadlo, y habréis evitado la guerra. Sed parco en la abundancia de vino, para que por medio de él no os equivoquéis. Refrenad vuestra lengua de la maldición, porque con ella adoráis al Señor. Reprimid la ira, sed pacíficos con todos, no pisoteéis a vuestros inferiores cuando estéis agobiados por las miserias. Prestaos sólo como protectores, y no hagáis daño. Guiaos por un camino recto, sin mancha de celos. En vuestras riquezas sed amables con los que son de poca importancia. Dad de vuestro trabajo, vestid al desnudo, no tended trampas a nadie. Mirad a los principios, no sea que aparezca en vosotros un enemigo envidioso. Yo no soy un maestro, pero la ley misma enseña con su proclamación. En vano lleváis palabras tan grandes, si en un momento dado os ausentáis de los trabajos de Cristo.
LXIV
A los concupiscentes, II
En el deseo perecéis, mientras ardéis de envidia de vuestro prójimo. Os extinguís, cuando os inflamáis por dentro. Estáis celosos, oh hombres envidiosos, de otro que lucha con el mal, y deseáis poder llegar a ser igualmente poseedores de tanta riqueza. La ley no lo contempla así cuando intentáis caer sobre él. Dependiendo de todas las cosas, vivís en la lujuria de la ganancia. Aunque sois culpable de vosotros mismos, os condenáis por vuestro propio juicio. El examen codicioso de los ojos nunca está satisfecho. Así pues, si podéis volver y considerar que la lujuria es vana, escuchad lo que Dios clama: "Necio, esta noche estás llamado". La muerte corre tras de ti, así que ¿de quién serán esos talentos? Escondiendo las ganancias injustas en un tesoro oculto, vosotros buscáis vivir bien. No obstante, sólo cuando vuestro corazón sea consciente de Dios, seréis victoriosos sobre todas las cosas. No digo que debáis jactaros en público, pero sí que os esforcéis en vivir sin engaños. El pájaro perece en medio de la comida, o se pega descuidadamente a la pajarera. Pensad que, en vuestra sencillez, tenéis mucho que ganar. Dejad que otros trasgredan los límites, y vosotros siempre mirad hacia adelante.
LXV
A los avaros
¿Por qué fingís insensatamente ser buenos ante la herida de otros? Cuando vosotros otorgáis, otro llora a diario. ¿No creéis que el Señor ve esas cosas desde el cielo? El Altísimo "no juzga las dádivas de los malvados". Así pues, ¿prorrumpiréis contra los desdichados cuando hayáis alcanzado un lugar? Uno da dádivas para que otro no tenga importancia, o si ha prestado con usura, tomando el 24 por ciento, desea dar caridad para purificarse, como malvado que es con lo que es malo. Si esto hace el avaro mundano, y el Todopoderoso rechaza categóricamente tales obras, ¿no vais a hacer vosotros ni siquiera eso? Habéis dado lo que ha sido arrancado de lágrimas, habéis dado eso que el oprimido por vuestras usuras ingratas, y convertido en necesitado, deplora. Además de haber obtenido una oportunidad para los recaudadores, vuestro enemigo es ahora el pueblo. Primero os consagrasteis, y ahora os habéis vuelto malvados por la recompensa. Deseáis expiaros, pero con la ganancia de un salario. Oh malvados, os engañáis a vosotros mismos, pero a nadie más.
LXVI
A los cismáticos
El tiempo acordado llega a nuestro pueblo, y hay paz en el mundo. No obstante, por la seducción del mundo hay muchos imprudentes que dividen el pueblo en cisma. Por ello, escuchadme bien: u obedecéis la ley de la ciudad, u os alejáis de ella. Vosotros veis la paja clavada en nuestros ojos, y no veis la viga en los vuestros. Una paz nos llega, pero la persecución abunda. Las heridas no se manifiestan, pero sin matanza somos destruidos. La guerra se libra en secreto, y en medio de la paz apenas hay uno de vosotros se comporta con cautela. Oh mal fortificados y predichos para la matanza, vosotros alabáis la paz, pero la paz os es dañina. Habiéndoos convertido en soldados de otro que no es Cristo, habéis perecido.
LXVIII
A los diáconos
Ejercitad el misterio de Cristo con pureza, oh diáconos. Oh ministros, obedeced los mandatos de vuestro Maestro, y no os hagáis pasar por jueces justos. Fortaleced vuestro oficio como hombres eruditos, con la mirada puesta en lo alto y siempre consagrados al Dios supremo. Dedicad a Dios los fieles y sagrados ministerios del altar, preparados en asuntos divinos para dar ejemplo. Inclinad vuestra cabeza ante los pastores, y así seréis aprobados por Cristo.
LXIX
A los sacerdotes, I
Un pastor, si ha confesado, ha redoblado su conflicto. No obstante, el apóstol exhorta, a quienes así lo deseen, a ser maestros. Sed gobernantes pacientes, y sabed cuándo aflojar las riendas. Aterrorizad, sí, pero luego ungid con miel, y antes que nada esforzaos vosotros primero en hacer lo que decís. El pastor que se preocupa por las cosas mundanas será considerado culpable, y por su cara sería capaz de atreverse a decir cualquier cosa. El infierno bulle con rumores, y ¡ay del pueblo miserable que duda con el ceño fruncido! Si un pastor se presenta así, está casi arruinado, sobre todo si un hombre devoto no lo refrena y lo lleva a la rectitud. Las multitudes se regocijan bajo reyes adecuados. En ellos hay esperanza, y toda la Iglesia vive.
LXX
A los ancianos
A menudo se amonesta a quienes se rechaza. Así pues, volved vuestro odio sólo contra mí, para que los corazones de todos tiemblen ante el tentador. Prestad atención al dicho que verdaderamente engendra odio, y considerad cuántas cosas he predicho últimamente sobre una paz engañosa. A vosotros, el seductor os ha sorprendido, y por no haber sabido que vuestras artimañas eran inminentes habéis perecido. Obráis cosas absolutamente amargas, siguiendo la característica del mundo, pero nadie por quien intercedéis actúa en vano. Quien se refugia de vuestro fuego, se sumerge en el remolino. Entonces el miserable, desnudo, busca tu ayuda. Los propios jueces se estremecen ante vuestros fraudes. Vosotros que enseñáis, pues, mirad a quienes atendéis. ¿Por qué? Porque sólo atendéis de buena gana cuando para vosotros mismo recibís banquetes, u os alimentáis de ellos.
LXXI
A los visitadores
Si vuestro hermano está débil, no visitéis con las manos vacías a quien yace enfermo. Haced el bien ante Dios, pagad vuestra obediencia con vuestro dinero. Restaurad al desanimado, y haced que un pobre se recupere aunque no tenga con qué pagaros. Os pagará el Fundador y Autor del mundo en su nombre. Si os desagrada ir a ver al pobre, o a alguien odioso, enviadle dinero y algo para que se recupere. De igual manera, si vuestra pobre hermana yace en cama, haced que vuestras matronas comiencen a llevarle víveres. Dios mismo clama: "Parte tu pan con el necesitado". No hay necesidad de visitarlo con palabras, sino con beneficios. Es malo que vuestro hermano enferme por falta de alimento. No lo satisfagáis sólo con palabras, pues él necesita comida y bebida. Mirad ciertamente a los debilitados, que no son capaces de actuar por sí mismos, y dadles de inmediato. Prometo, por mi palabra, que Dios os dará el cuádruplo.
LXXII
A los enfermos
¿Qué puede hacer la pobreza saludable, si no hay riqueza presente? Ciertamente, si tenéis los medios, comunicadlos también a vuestro hermano. Sed responsables con vosotros mismos, para que no se diga que sois orgullosos. Prometo que viviréis más seguros que el hombre rico. Recibid en vuestros oídos la enseñanza del gran Salomón: "Dios odia que el pobre sea un abogado en lo alto". Por lo tanto, someteos y dad honor a Aquel que es poderoso. El habla suave se derrite, como dice el proverbio. Uno es conquistado por el servicio, incluso aunque haya una antigua ira. Si la lengua se calla, no habéis encontrado nada mejor. Si no hubiera un arte saludable por el cual se pueda gobernar la vida, dad ayuda o dirección por orden de Aquel que es poderoso. Que no os avergüence ni os aflija que un hombre sano tenga fe. En el tesoro, además, debéis dar de vuestro trabajo, como aquella viuda a quien el Ungido prefirió.
LXXIII
Sobre la muerte inesperada
Aunque la muerte de los hijos deja dolor en el corazón, no es correcto salir con ropas negras ni llorarlos. El Señor, con prudencia, dice que debéis llorar con la mente, y no con apariencias (la cual termina en la semana). En el libro de Salomón, las promesas del Señor sobre la resurrección se olvidan si convertís a vuestros hijos en mártires y con vuestra voz los lloráis. ¿No os avergüenza llorar sin control a vuestros hijos, como los gentiles? Os rasgáis el rostro, os golpeáis el pecho, os quitáis las vestiduras; ¿y no teméis al Señor, cuyo reino deseáis contemplar? Llorad como es debido, pero no hagáis mal por ellos. ¿Es que acaso sois menos que los gentiles? Si actáis como las multitudes que descienden del linaje diabólico, clamáis que los muertos están extintos. ¡Con qué ventaja, oh falsos, pereceréis! El padre no condujo con dolor a su hijo a ser inmolado en el altar, ni el profeta lloró con dolor a su hijo fallecido, ni siquiera cuando un devoto de Dios moría apresuradamente.
LXXIV
Sobre la pompa fúnebre
Vosotros que buscáis ser cuidadosos con la pompa de la muerte, estáis en un error. Como siervos de Dios, incluso en la muerte debéis agradarle. ¡Ay, que el cuerpo sin vida sea adornado en la muerte! ¡Oh verdadera vanidad, desear honor para los muertos! ¡Una mente encadenada al mundo, y ni siquiera en la muerte consagrada a Cristo! Conocéis los proverbios, y cómo el pagano quiso ser llevado a través del foro. Si eso es lo que queréis vosotros, sois él, y vivís con una mente inexperta, deseando tener un día feliz y ser bendecidos en la muerte, para que la gente se reúna y vosotros saquéis alabanzas del luto. No prevéis adónde podréis merecer ir cuando mueras, si al castigo ardiendo o si a la gloria del Padre. Así pues, ¿de qué os beneficiará la pompa al muerto? Desear eso es desear vivir bajo los ídolos.
LXXV
A los sacerdotes, II
Os reuniréis en Pascua, nuestro día más bendito, y os regocijaréis por quienes piden auxilios divinos. Que se os dé lo suficiente: vino y comida. Recurrid a la fuente de donde se puedan decir estas cosas en vuestro nombre: "Les falta una ofrenda a Cristo, con un gasto moderado". Si vosotros mismos no lo hacéis, ¿cómo podéis persuadir a las personas a hacerlo, bajo la justicia de la ley? Así suele surgir la blasfemia en muchos, respecto a vosotros.
LXXVI
A los chismosos
Cuando algo parece insignificante para alguien, y no se evita, surge con facilidad mientras se abusa de él. Las fábulas lo asisten cuando se trata de rezar o de golpearse el pecho por el pecado diario. La trompeta de los heraldos resuena mientras el lector lee, para que los oídos estén abiertos. Sin embargo, vosotros más bien lo impedís. Sois lujuriosos con vuestros labios, con los que deberías gemir, así que cerrad vuestro pecho a los males. Cuando las mujeres se reúnen, parece como si fueran a entrar en el baño, apiñándose y haciendo de la casa de Dios una feria. Ciertamente, el Señor atemorizó la casa de oración, y el sacerdote ordena con sursum corda que se haga oración en silencio. Vosotros, en cambio, respondéis con fluidez, y no os abstenéis ni con promesas. El sacerdote implora al Altísimo un pueblo devoto, para que nadie perezca, y vosotros os dedicáis a las fábulas. Os burláis de él y empañáis la reputación de vuestro prójimo. Habláis con indisciplina, como si Dios estuviera ausente, ni Aquel que creó todas las cosas no oyera ni viera.
LXXVII
A los borrachos
No pongo límites a un borracho; pero prefiero una bestia. De aquellos que se enorgullecen de beber, por tanto, debéis retiraros en vuestro interior, y no ostentar el poder del gobernante entre los cíclopes. Desde allí, en las historias, gritas: "Mientras esté muerto, no bebo". Muy bien, pero también sé sabio de corazón y ayuda al pobre, y ambos os sentiréis aliviados. Si hacéis tales cosas, extinguiréis la gehena para vosotros mismos.
LXXVIII
A los sacerdotes, III
Si buscáis alimentar a otros, y habéis preparado lo que pudisteis, alimentándolos asiduamente, habréis obrado bien. Aún así, cuidad del pobre que no puede alimentarte de nuevo, pues así tu mesa será aprobada por el único Dios. El Todopoderoso ha ordenado que tales personas sean alimentadas especialmente. Considerad también que, al alimentar a los enfermos, también le estáis prestando al Altísimo. En esto, el Señor ha querido que os presentéis como irreprensibles.
LXXIX
A los orantes
Si al orar deseáis ser escuchados desde el cielo, romped las cadenas de los escondites de la maldad. Si, compadeciéndoos de los pobres, rezáis por sus beneficios, no dudéis que lo que habéis pedido os será concedido al instante. Si, careciendo de beneficios, adoráis a Dios, no hagáis que vuestras oraciones sean en vano.
LXXX
Sobre el cielo, purgatorio e infierno
Vosotros, que seréis habitantes de los cielos con Dios Cristo, aferraos al principio y mirad todo desde el cielo. Que la sencillez y la mansedumbre moren en vuestro cuerpo. No os enojéis con vuestro hermano devoto sin motivo, pues recibiréis de él lo que hayáis hecho. Esto agradará a Cristo: que los muertos resuciten con sus cuerpos, y también aquellos a quienes el fuego ha de quemar en este mundo, cuando se cumplan 6.000 años y el mundo llegue a su fin. Cuando ese día llegue, el cielo cambiará de rumbo, y los malvados serán quemados con el fuego divino. La criatura, con gemidos, arderá con la ira del Dios altísimo. Aquellos que sean considerados dignos, bajo el dominio del Anticristo conquistado, según el mandato de Dios vivirán en el mundo durante 1.000 años más, para que puedan servir a los santos y al Altísimo bajo un yugo servil, y puedan llevar víveres sobre sus cuellos. Así podrán ser juzgados de nuevo, cuando el reinado termine. Quienes menosprecien a Dios bajo el Anticristo, sin embargo, perecerán en el fuego. Toda carne será restaurada en su monumento y tumba, según sus obras. Unos serán sumergidos en el infierno, y sufrirán sus castigos eternamente. La recompensa a sus obras será una tiranía perpetua.
Te advierto, oh peregrino, que consideres y des ejemplo a otros con tu vida, que evites las disputas, que reprimas el terror y que nunca seas orgulloso. Te imploro que denuncies la justa obediencia a los malvados. Hazte semejante a Cristo, tu verdadero Maestro, oh pequeño. Sé como el lirio del campo, por tus beneficios. Has sido bendecido para llevar los edictos, eres flor en la congregación, eres la linterna de Cristo. Conserva lo que eres, y podrás expresarlo.