ATANASIO DE ALEJANDRÍA
Verbo eterno y Verbo encarnado
I
Lc 10,22 y Mt 11,27 no se refiere al Verbo eterno, sino al Verbo encarnado
"Todo me fue entregado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar".
Por no haber comprendido esto, los de la secta de Arrio cometen todo tipo de impiedad contra el Señor, diciendo que, si todas las cosas le fueron entregadas (es decir, el señorío de la creación), eso significa que hubo un tiempo en que él no las tenía. Obvian así los arrianos que, si no las tuviera, no sería del Padre, porque si lo fuera las habría tenido siempre y no habría tenido necesidad de recibirlas.La expresión en cuestión ("le fueron entregadas") hay que saber entenderla, porque no se refiere al señorío sobre la creación, ni a presidir las obras de Dios, sino que está destinada a revelar la intención de la encarnación. En efecto, si "le fueron entregadas" consistiera en que él no las tenía y las recibió, la creación estaría vacía de la Palabra, y ¿qué pasaría entonces con el texto "en él consisten todas las cosas" (Col 1,17)? Por otro lado, si fue en el origen de la creación cuando todo le fue entregado, tal entrega sería superflua, porque "todas las cosas fueron hechas por él" (Jn 1,3), y sería innecesario que aquellas cosas de las que el Señor mismo fue artífice le fueran entregadas. Si fue el Hijo quien hizo todas las cosas, por tanto, también fue el Hijo el que señoreaba sobre todas las cosas que estaba originando. Pero incluso suponiendo que le fueran entregadas después de que se originaron, veamos la monstruosidad. Porque si "fueron entregadas", y al recibirlas él el Padre se retiró, entonces corremos el peligro de caer en los cuentos fabulosos que algunos cuentan, de que él entregó sus obras al Hijo, y él mismo se fue. O si, mientras el Hijo las tiene, el Padre también las tiene, deberíamos decir, no "fueron entregadas", sino que él lo tomó como compañero, como Pablo hizo con Silvano.
Dios no es imperfecto, ni llamó al Hijo para que le ayudara en su necesidad. Sino que, siendo Padre del Verbo, hace todas las cosas por su medio, y sin entregarle la creación, por su medio y en él ejerce sobre ella la Providencia, de modo que ni siquiera un gorrión cae a tierra sin que el Padre lo permita (Mt 10,29), ni la hierba se viste sin Dios (Mt 6,30), sino que a la vez el Padre obra y el Hijo obra (Jn 5,17). Vana es, pues, la opinión de los impíos, y la expresión a que ellos aluden no es lo que ellos piensan, sino que designa la encarnación.
II
Todas las cosas fueron entregadas al Hijo encarnado
Desde que el hombre cayó y pecó, por su caída todas las cosas están en confusión, la muerte prevaleció desde Adán hasta Moisés (Rm 5,14), la tierra fue maldecida, el hades fue abierto, el paraíso cerrado, el cielo ofendido, el hombre, por último, corrompido y brutalizado (Sal 49,12), mientras el diablo se regocijaba contra nosotros. Entonces Dios, en su amorosa bondad, no queriendo que el hombre hecho a su propia imagen pereciera, dijo: "¿A quién enviaré, y quién irá?" (Is 6,8). Pero mientras todos callaban, el Hijo dijo: "Heme aquí, envíame a mí". Y entonces fue que, diciendo ve, él le entregó al hombre, para que el Verbo mismo pudiera hacerse carne, y al tomar la carne, restaurarla completamente. Porque a él, como a un médico, el hombre "le fue entregado" para curar la mordedura de la serpiente; en cuanto a la vida, para resucitar lo que estaba muerto; en cuanto a la luz, para iluminar las tinieblas; y en cuanto Palabra, para renovar la naturaleza racional.
Desde entonces todas las cosas "le fueron entregadas", y él se hizo hombre, inmediatamente todas las cosas fueron puestas en orden y perfeccionadas. La tierra recibe bendición en lugar de una maldición, el paraíso se abrió al ladrón, el hades se acobardó, las tumbas se abrieron y los muertos resucitaron, las puertas del cielo se levantaron para esperar a Aquel que "viene de Edom" (Sal 24,7; Is 63,1). Pues bien, el Salvador mismo indica expresamente en qué sentido "todas las cosas le fueron entregadas", cuando continúa, como nos dice Mateo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt 11,28). Sí, fuisteis entregados a mí para dar descanso a los que habían trabajado, y vida a los muertos. Y lo que está escrito en el evangelio de Juan armoniza con esto: "El Padre ama al Hijo, y ha entregado todas las cosas en su mano" (Jn 3,35).
Dadas, para que, así como todas las cosas fueron hechas por él, así también en él todas las cosas pudieran ser renovadas. Porque no le fueron entregadas para que siendo pobre, se hiciera rico, ni recibió todas las cosas para recibir poder que antes le faltaba: lejos de esto, sino para que como Salvador pudiera más bien arreglar todas las cosas. Porque era conveniente que mientras "por medio de él" todas las cosas fueron hechas al principio, "en él" (nótese el cambio de frase) todas las cosas fueran arregladas (Jn 1,3; Ef 1,10). Al principio llegaron a existir "por él", mas después, habiendo caído todos, el Verbo se hizo carne y se revistió de ella, para que "en él" todo fuera corregido. Sufriendo él mismo, nos dio descanso. Hambriento él mismo, nos alimentó, y bajando al hades nos trajo de vuelta de allí. En el tiempo de la creación, él creó todas las cosas en un fiat (como "que la tierra produzca", o "que haya luz"; Gn 1,3), pero en la restauración fue conveniente que todas las cosas fueran entregadas a él, para que él pudiera hacerse hombre y todas las cosas fueran renovadas en él.
El hombre, estando en él, fue vivificado, y para esto fue que el Verbo se unió al hombre (es decir, para que contra el hombre ya no prevaleciera la maldición). Esta es la razón por la que registran la petición hecha en nombre de la humanidad en el Salmo 72: "Da al rey tu juicio, oh Dios" (Sal 72,1), pidiendo que tanto el juicio de muerte que se cernía sobre nosotros sea entregado al Hijo, y que él, muriendo por nosotros, lo aboliera en sí mismo. Esto fue lo que él quiso decir, diciendo él mismo, en el Salmo 88: "Tu indignación pesa sobre mí" (Sal 88,7). Porque él soportó la indignación que pesaba sobre nosotros, como también dice en el Salmo 137: "Señor, tú me vengarás" (Sal 137,8).
III
Por "todas las cosas" se entiende los atributos redentores y el poder de Cristo
Así pues, podemos entender que todas las cosas han sido entregadas al Salvador, y le ha sido entregado lo que no poseía anteriormente. Porque no era hombre anteriormente, sino que se hizo hombre para salvar al hombre. Y el Verbo no estaba en la carne del principio, sino que se ha hecho carne después (Jn 1,1), en cuya carne, como dice el apóstol, reconcilió la enemistad que había contra nosotros (Col 1,20; 2,14; Ef 2,15-16) y abolió la ley de los mandamientos en ordenanzas, para hacer de los dos un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar a ambos en un solo cuerpo con el Padre.
Lo que tiene el Padre, eso pertenece también al Hijo, como bien dice en el evangelio: "Todo lo que tiene el Padre es mío" (Jn 16,15), expresiones que no podrían mejorarse. En efecto, cuando se hizo lo que no era, le fueron entregadas todas las cosas. Pero cuando quiere declarar su unidad con el Padre, lo enseña sin reservas, diciendo: "Todo lo que el Padre tiene es mío". Y no se puede dejar de admirar la exactitud del lenguaje. Porque no ha dicho que todo lo que el Padre tiene, me lo ha dado, para que no pareciera en algún momento que no lo poseía, sino: "Son míos". Porque estas cosas, estando en el poder del Padre, están igualmente en el del Hijo.
Es necesario examinar a su vez, por tanto, qué cosas tiene el Padre. Porque si se refiere a la creación, el Padre no tenía nada antes de la creación, y resulta que recibió algo adicional de la creación; pero lejos de pensar esto, pues así como existía antes de la creación, también antes de la creación tenía lo que tenía, lo que también creemos que pertenece al Hijo (Jn 16,15). Porque si el Hijo está en el Padre, entonces todo lo que el Padre tiene pertenece al Hijo. Así que esta expresión es subversiva de la perversidad de los heterodoxos al decir que si todas las cosas han sido entregadas al Hijo, entonces el Padre ha dejado de tener poder sobre lo entregado, habiendo puesto al Hijo en su lugar. De hecho, el Padre no juzga a nadie, sino que "ha dado todo el juicio al Hijo" (Jn 5,22).
Así pues, que "se calle la boca de los que hablan iniquidad" (Sal 63,11), pues aunque ha dado todo el juicio al Hijo, no por eso queda despojado de su señorío. Ni porque se dice que todas las cosas son entregadas por el Padre al Hijo, es él menos sobre todas, separando como lo hacen claramente al Unigénito de Dios, que por naturaleza es inseparable de él, aunque en su locura lo separen con sus palabras, sin percibir los hombres impíos que la luz nunca puede separarse del sol, en el que reside por naturaleza. Pues hay que recurrir a un pobre símil sacado de objetos tangibles y familiares para expresar nuestra idea en palabras, ya que es demasiado atrevido entrometerse en la naturaleza incomprensible de Dios.
IV
Jn 16,15 muestra la relación esencial del Hijo con el Padre
Así como la luz del sol, que ilumina el mundo, jamás podría ser supuesta, por los hombres de mente sana, sin el sol, ya que la luz del sol está unida al sol por naturaleza; y, como si la luz dijera: He recibido del sol el poder de iluminar todas las cosas y de darles crecimiento y fuerza por el calor que hay en mí, nadie sería tan loco como para pensar que la mención del sol significa separarlo de lo que es su naturaleza (es decir, la luz). Así también, la piedad nos haría ver que la esencia divina del Verbo está unida por naturaleza a su propio Padre.
El texto de que "todo lo que tiene el Padre es mío" demuestra que el Hijo está siempre con el Padre. "Todo lo que tiene" muestra que el Padre ejerce el señorío, mientras que "son míos" muestra la unión inseparable. Es necesario, pues, que percibamos que en el Padre residen la eternidad, la perpetuidad y la inmortalidad. Estas cosas no residen en él como atributos accidentales, sino que, por así decirlo, residen en él y en el Hijo. Cuando, pues, queráis percibir lo que se refiere al Hijo, aprended lo que hay en el Padre, pues esto es lo que debéis creer que hay en el Hijo. Si, pues, el Padre es algo creado o hecho, estas cualidades pertenecen también al Hijo. Y si es lícito decir del Padre que hubo un tiempo en que no existía, o que fue hecho de la nada, que estas palabras se apliquen también al Hijo. Pero si es impío atribuir estos atributos al Padre, conceded que también sea impío atribuírselos al Hijo, pues lo que es del Padre es del Hijo.
Quien honra al Hijo, honra al Padre que lo envió, y quien recibe al Hijo, recibe al Padre con él, porque quien ha visto al Hijo ha visto al Padre (Mt 10,40; Jn 14,9). Y así como el Padre no es una criatura, tampoco lo es el Hijo. Y como no es posible decir de él que hubo un tiempo en que no existía, ni fue hecho de la nada, tampoco es apropiado decir algo parecido al Hijo. Más bien, como los atributos del Padre son la eternidad, la inmortalidad, la eternidad y el no ser una criatura, se sigue que también así debemos pensar del Hijo. Porque, como está escrito, "como el Padre tiene vida en sí mismo, así también dio al Hijo el tener vida en sí mismo" (Jn 5,26). Pero usa la palabra dio para señalar al Padre que da. Así como, a su vez, la vida está en el Padre, también está en el Hijo, para demostrar que es inseparable y eterno. Por eso dice con exactitud: "Todo lo que el Padre tiene", es decir, para que al mencionar al Padre no se le considere como el Padre mismo. Porque no dice yo soy el Padre, sino: "Todo lo que el Padre tiene es mío".
V
Explicación y detalles de Jn 16,15.
Al Hijo unigénito, vosotros los arrianos podríais llamarlo Padre por su Padre, pero no en el sentido en que vosotros, en vuestro error, quizás lo entendáis, sino (en el sentido del Hijo del Padre que lo engendró) en el de Padre del siglo venidero (Is 9,6). Pues es necesario que no dejéis ninguna de vuestras suposiciones abiertas. Pues bien, dice por el profeta: "Nos ha nacido y se nos ha dado un Hijo, cuyo gobierno está sobre sus hombros, y su nombre será ángel del gran consejo, Dios fuerte, gobernante, Padre del siglo venidero" (Is 9,6).
El Hijo unigénito de Dios, pues, es a la vez Padre del siglo venidero, Dios fuerte y gobernante. Y se muestra claramente que todo lo que el Padre tiene es suyo, y que así como el Padre da vida, el Hijo también puede dar vida a quien él quiera. Porque los muertos oirán la voz del Hijo y vivirán (Jn 5,25), y la voluntad y el deseo del Padre y del Hijo son uno, pues también su naturaleza es una e indivisible. Y los arrianos se atormentan en vano por no entender lo que dijo nuestro Salvador: "Todo lo que tiene el Padre es mío".
Con este pasaje se puede desbaratar inmediatamente el engaño de Sabelio, y queda patente la necedad de nuestros judíos modernos. Por eso el Unigénito, teniendo vida en sí mismo como la tiene el Padre, también sabe solo quién es el Padre (es decir, porque él está en el Padre y el Padre en él). Porque él es su imagen y, en consecuencia, porque él es su imagen, todo lo que pertenece al Padre está en él. Él es un sello exacto, que muestra en sí mismo al Padre. Él es palabra viva y verdadera, poder, sabiduría, santificación y redención nuestra (1Cor 1,30), y "en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28), y "nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo, y quién es el Hijo, sino el Padre" (Lc 10,22).
VI
El trisagio mal explicado de los arrianos
¿Cómo se atreven los impíos a decir tonterías, como no deben, siendo hombres e incapaces de descubrir cómo describir ni siquiera lo que hay en la tierra? Pero ¿por qué digo "lo que hay en la tierra"? Que nos digan su propia naturaleza, si pueden descubrir cómo investigar su propia naturaleza. Son, en verdad, temerarios y voluntariosos, y no temen formarse opiniones sobre cosas que los ángeles desean examinar (1Pe 1,12), que están muy por encima de ellos, tanto en naturaleza como en rango. Porque ¿qué hay más cercano a Dios que los querubines o los serafines? Ellos, sin embargo, y sin siquiera verlo, ni de pie, ni con el rostro desnudo (sino como con un velo), ofrecen sus alabanzas, con labios incansables que no hacen otra cosa que glorificar la naturaleza divina e inefable con el trisagio.
En ninguna parte, ninguno de los profetas que hablan divinamente, como hombres especialmente elegidos para tal visión, nos ha informado que en la primera expresión de la palabra Santo la voz se eleva en voz alta, mientras que en la segunda es más baja, pero en la tercera, completamente baja. En consecuencia, la primera expresión denota señorío, la segunda subordinación, y la tercera marca un grado aún más bajo. Pero fuera con la locura de estos odiadores de Dios y hombres insensatos. Porque la tríada, alabada, reverenciada y adorada, es una e indivisible y sin grados. Está unida sin confusión, así como la mónada también se distingue sin separación. Porque el hecho de esas venerables criaturas vivientes (Is 6; Ap 4,8). Al ofrecer sus alabanzas tres veces, diciendo "Santo, Santo, Santo", se demuestra que las tres subsistencias son perfectas, así como al decir Señor, declaran la esencia única.
Por ello, quienes menosprecian al Hijo unigénito de Dios blasfeman también contra Dios, difaman su perfección y lo acusan de imperfección, y se hacen responsables del castigo más severo. Porque quien blasfeme sobre cualquiera de las subsistencias, no tendrá remisión ni en este mundo ni en el venidero. Pero Dios es capaz de abrir los ojos de sus corazones para que contemplen al Sol de Justicia, a fin de que, al conocer a Aquel a quien antes despreciaban, puedan con inquebrantable piedad de mente junto con nosotros glorificarlo, porque a él pertenece el reino.