JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Jesucristo
I
Convenía que vosotros, oh amantes de Cristo, una vez que según la costumbre ha fluido hacia vosotros tan gran río de elocuencia, de parte de los sacerdotes y predicadores que me precedieron, reprimáis ahora las pobres gotillas de mi discurso. Sobre todo porque la continua enfermedad corporal, y la debilidad de mi voz, me van poniendo el impedimento. No obstante, ya que me habéis invitado, arrastrados por el insaciable deseo de escuchar la palabra sagrada, os ofreceré algunas cosas que digan con la ocasión y se le acomoden. Yo pienso que esto es lo mejor para todos, tanto para el que habla como para vosotros que escucháis. Procurad vosotros, mediante el discurso, proveeros de lo mejor y más útil.
II
Por lo que mira al célebre mártir y obispo Basos, quien hoy aquí nos ha congregado en esta reunión, él ya goza de los premios que mereció con su batalla, y no necesita en estos momentos de ninguna alabanza que yo le añada, pues él derrama sus preces sobre nosotros delante del Señor, como quien mucho puede a causa de su certamen y de su martirio, y está ya agraciado con la corona de la inmortalidad que Cristo ha preparado para todos los fieles. Como atestigua el apóstol, copiosos son los dones que Dios da a quienes se los piden con sinceridad, como se los concedió a los mártires. Además, mucho más los dará ahora, cuando tenemos que conmemorar el recuerdo anual de aquel gran temor pasado, y la benigna y misericordiosa ira de Dios, que a causa de aquellas terribles amenazas nos incita a alabarlo.
III
Su furor despedía relámpagos de bondad, en efecto, cuando por todas partes nos rodeaba el terremoto, y cuando veíamos a todas las criaturas sacudirse y a todo el suelo estremecerse con tan gran ímpetu, mientras el Salvador no se olvidaba en modo alguno de sus misericordias. En efecto, hace un año temíamos todos una muerte amarga, y hasta utilizamos la rarísima expresión de llamarnos unos a otros: los apirogioroi. Generalmente se llama ayanexoi a las mansiones de nuestros sepulcros, mas en aquella ocasión, paralizados por el temor, y cuando no encontrábamos lugar ni modo alguno de escape, y cuando a mediodía no esperábamos ya llegar a la tarde, y estaba suspendida sobre nuestras cabezas la espada, aquí abajo se alzaban las preces con todo rendimiento al par de la beneficencia, y los pueblos gritaban a una voz "Señor, compadécete", y el Señor se dejaba vencer por los gemidos.
IV
Aquel que con sólo mirarlas conmueve a las criaturas, aquietó con su mano a la tierra que temblaba. Mas ¿por qué no encierro todo en una breve palabra? Era aquel tiempo tal que, si en él no nos hubiera auxiliado Dios, por poco nuestra alma habría ido a habitar en los infiernos. En efecto, ¿quién no se paraliza de estupor ante la grandeza de las misericordias del Señor? ¿Quién no se vio movido, tras las cosas que entonces sucedieron, a dar gracias a Dios? Y no solamente las que entonces sucedieron, sino también las que después se nos echaron encima. Conmovió el terremoto los fundamentos de la tierra, golpeó los cimientos de las habitaciones y las casas parecían naves de transporte entre las olas del mar, que no paraban de oscilar. Todos andábamos agitados, como si estuviéramos en medio de las aguas. Grande era el temor, pero la misericordia fue todavía más abundante que el temor. En efecto, el terremoto agitó la criatura, mas no la destruyó; la golpeó, pero no la echó por tierra, ni desnudó a ésta de todas sus bellezas. Solamente derribó los techos, para que de este modo quedáramos amonestados, y al final no nos dio a probar la muerte, pues tan grande es el piélago de misericordia de Dios para con nosotros.
V
Más aún, que las columnas de la tierra sacudieran nuestra ciudad mostró lo misericordioso y solícito que fue Dios con nosotros. Sí, él vio que éramos pecadores, y que solemos irritarlo, y que amamos las rapiñas, y que avaramente unimos las casas con las casas y los campos con los campos, para quitarle algo a nuestro prójimo. Vio que no había compasión de los huérfanos, ni se hacía justicia a las viudas. Vio que los maestros hacían todo lo contrario de lo que enseñaban. Vio a los discípulos entregados a los feos espectáculos de los teatros, y que ponían en vergüenza la decencia y el decoro sacerdotales. Vio que vivíamos en maldad y en envidia, y que con la envidia se juntaba el fraude. Vio que las tempestades de la simulación ahogaban a los sencillos, como a pequeñas navecillas. Vio que se asesinaba con premeditación, y a cuánto podemos alargarnos en las injurias. Vio que la caridad padecía naufragio, mientras el fraude iba viento en popa, en esta navegación del mar de la vida presente. Vio que nos apartábamos de la verdad y caíamos en la mentira. para decirlo todo en una palabra, vio que servíamos más a las riquezas que a Dios, y por eso nos puso delante, como un maestro ante sus alumnos, el terremoto. Junto a la amenaza, nos mostró las entrañas indulgentes de una madre, y lo que ésta hace con su niño que pende de sus senos y llora, mientras ella lo quiere apartar de semejante costumbre. Para eso lo echa de su lecho, y no para aterrorizarlo sino únicamente para ponerle un poco de temor. Del mismo modo el Señor del universo, que lleva la tierra en su mano, la sacude, mas pero no para destruirla sino para construir su camino de salvación.
VI
Que nadie me reprenda por comparar al Señor con una madre indulgente; puesto que el mismo Señor se comparó con una gallina cuando dijo: "Jerusalén, Jerusalén, que das muerte a los profetas y lapidas a los que te han sido enviados. Cuántas veces quise congregar a tus hijos como la gallina congrega a sus polluelos, pero no quisiste". Dios benigno conmovió nuestra tierra con un terremoto con el fin de retraer a quienes tienen los afectos desordenados, para que se aparten de la ruina espiritual. ¿Veis cuánta fue la misericordia del Creador para con nosotros? ¿Veis cómo en las mismas amenazas brilla la benignidad? ¿Veis cómo su misericordia se adelanta a su indignación? ¿Veis cómo el castigo es superado por la bondad?
VII
Esto es lo maravilloso, que él mismo es el manso y benigno Señor nuestro, y solícito, como lo acostumbra, de nuestra salvación, que nos da claramente voces en el evangelio, como hace poco se nos leía: "Venid y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". ¡Cuánto se abaja el Creador, y sin embargo, la criatura no lo reverencia! "Venid y aprended de mí", dice el Señor cuando vino a sus siervos para consolarlos en sus caídas. Así se conduce con nosotros Cristo, y así nos da muestras de su misericordia. Cuando convenía castigar a los pecadores, y acabar su irritante especie, entonces precisamente se dirigió a los reos con blandas palabras, y les dijo: "Venid y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". Dios se humilla y el hombre se ensoberbece, manso es el Juez y soberbio el reo, humilde voz lanza el artífice y el lodo, como si fuera algún rey, así habla: "Venid y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón".
VIII
No nos doblegaron los acontecimientos del año pasado, ni nos amansaron los que luego se siguieron, ni los que hace poco sobrevinieron. Pero Dios, así como hizo temblar a sus criaturas, también las pacificó con su misericordia. Él no vino con látigo para azotar, sino con naturaleza nuestra para curar. Venid y ved su inefable bondad. ¿Quién no ama al amo que no azota? ¿Quién no se admira del juez que suplica al reo? ¿Te llena de admiración la humildad de sus palabras? Pues bien, aquí tendrías otras, más o menos: Artífice soy y amo mi obra, obrero soy y perdono al que yo mismo he fabricado. Si yo uso del supremo derecho que me da mi dignidad, no levantaré a la humanidad caída; y como ella padece de una enfermedad incurable, si no uso de medicinas suaves, no podrá ella sanar. Si no la trato con benignidad y a lo humano, perece. Si solamente uso de amenazas, se pierde. Por eso le aplico, como a quien está caído, medicamentos de suavidad. Me abajo hasta lo sumo en la conmiseración, para levantarla de su caída.
IX
"Venid y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón", dijo el Señor, a forma de decir: No hablo por hacer ostentación, sino que por los hechos os he dado experiencia. Que yo sea manso y humilde de corazón, dedúcelo del estado en que me ves a que he venido. Considera mi forma y cuál sea mi dignidad, medítalo y adórame, pues por causa tuya me abajé. Piensa de qué lugar descendí y en qué lugar hablo contigo. Siendo el cielo mi trono, ahora hablo contigo en la tierra. En las alturas soy glorificado, pero, como magnánimo, no me irrito, porque soy manso y humilde de corazón. Si no fuera un manso hijo del rey, no habría escogido como madre a una sierva. Si no fuera manso yo, el Artífice de las sustancias visibles e invisibles no me hubiera desterrado aquí con vosotros. Si no fuera manso, no hubiera estado yo, el padre del siglo futuro, envuelto en pañales. Si no fuera manso no habría soportado la pobreza del pesebre, yo que poseo todas las riquezas de todas las criaturas. Si no fuera manso, no me hubiera encontrado entre animales, yo a quien los querubines no osan mirar. Si no fuera manso yo, que con mi saliva doy vista a los ciegos, jamás habría sido escupido por la boca de hombres malvados. Si no fuera manso, nunca habría tolerado la bofetada de un siervo, yo que soy quien da libertad a los siervos. Si no fuera manso, jamás hubiera presentado mis espaldas a los azotes en beneficio de los esclavos.
X
Es decir, a forma de decir: Si yo no fuera manso nunca habría cargado la deuda de muerte, yo que nada debía, en lugar de aquellos que debían padecerla. Pero la pagué yo con el fin de borrar la pena de aquellos que estaban detenidos en los infiernos. Porque no soy rey de los vivos únicamente, sino además rey de los muertos. Por esto recorrí el camino de ambas economías: me hice hombre, y también por un poco de tiempo estuve muerto, a fin de comunicar con todos, aun los que estaban bajo tierra, el don de mi incorruptibilidad. Mi bajeza no procede de mi naturaleza sino de mi propósito. Dotado estoy de una sustancia inaccesible, pero al mismo tiempo de un pensamiento que se extiende a todos. Yo no soy pequeño en la dignidad. Soy pequeño si miras al propósito de mi mente, pero no si miras a mi poder. Por el poder soy terrible para los ángeles, pero para los hombres soy humilde por la determinación de mi ánimo.
XI
Es decir, a forma de decir: No hablo así por la condición de mi naturaleza, sino conforme a mi misericordia. Más amable me es la mansedumbre que el poder. Rey soy, yo el que te hablo; grande poder poseo, pero no quiero aterrorizar tu pequeñez con el poder que tengo. Yo no digo "venid porque yo soy el Señor, yo soy el que domino en la creación, el que mira a la tierra y la hace temblar, el que mide los cielos con la palma de su mano y tiene en su puño el orbe", sino que lo que digo es esto: Ved y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
XII
Es decir, a forma de decir: Tan manso soy que tú pecaste y yo fui azotado: tan así de voluntariamente soy humilde. Vine con el fin de poner en libertad a los que estaban oprimidos por la servidumbre. Y ellos a mí, su libertador, me dieron de bofetadas y además me pusieron en la cruz (ellos, los oprimidos por la servidumbre). Y luego yo, rogando por ellos, decía a mi Padre: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Venid, os lo suplico, os lo ruego, no me avergüenzo de suplicar, estoy contento de rogar a mis siervos para no verme obligado a castigarlos. Venid y aprended de mí la mansedumbre, antes de que veáis mi terrible poder. Venid ahora que soy médico, pero que poco después os pediré cuentas. Ahora perdono, pero después apareceré como justo juez. O bien honrad mi mansedumbre, o bien temed mi poder. Acercaos y preveníos en mi presencia mediante la confesión, porque el tiempo de esta mansedumbre está medido.
XIII
Es decir, a forma de decir: Solamente toca a la vida presente el que yo me muestre longánima: vendrá el tiempo en que se cerrarán las puertas a esta longanimidad. Vendrá un tiempo en que las lágrimas que corran del pecador, no aprovecharán. Vendrá un tiempo en que las trompetas, sonando por todos lados, anunciarán mi segunda venida; tiempo en que los ángeles recorrerán toda la tierra y traerán a juicio a muchos miles de muertos. Entonces será colocado el tribunal y yo me acercaré llevado sobre las virtudes del cielo, y estarán a mi lado los principados y las potestades, y las luces de mi reino iluminarán al universo. Entonces se abrirán los libros acerca de todo aquello que cada cual hizo durante su vida y se tomará razón de la observancia de la ley y se declarará el verdadero raciocinio y propósito de los demonios, y el reo estará delante, no patrocinado por alguno sino únicamente por sus obras; y sus propios pensamientos lo acusarán, y su conciencia lo convencerá, y los espíritus malignos estarán a la mira de la sentencia del juez, y el horno eterno lo esperará. Entonces aquella exclamación de ¡compadécete! de nada aprovechará al suplicante.
XIV
Es decir, a forma de decir: Venid, pues, antes de que cierre las puertas de mi misericordia; antes de que termine la feria de este mundo y haya pasado el espectáculo de esta vida; porque ya está a las puertas el tiempo señalado para el fin de este siglo. Venid antes de que yo comience a juzgar, porque una vez que me asiente para juzgar ya no perdonare. Por esto puse el ejemplo de las vírgenes necias, cuyas lámparas de la vida, por no tener el aceite de la justicia, se apagaron. Por eso yo declaré de qué manera las puertas de aquel tálamo del esposo se cerraron, y de qué manera, cuando las vírgenes llamaban, les respondí desde la parte interior del tálamo: No os conozco, y con esas palabras declaré la sentencia con que el Juez hablará a los pecadores".
XV
Hermanos, si hemos aprendido la mansedumbre del Salvador por sus propias palabras, no lo despreciemos como Juez. Él nos habla con dulces voces antes del tiempo del juicio, así que no perdamos la oportunidad de la penitencia. Revistamos ahora nuestras almas con el vestido de la limosna y de las buenas obras, y prepare cada uno las cosas necesarias para entrar en la vida sempiterna, absteniéndose de toda iniquidad. Si conservamos inconmovible nuestra fe en las buenas obras, también las criaturas permanecerán inconmovibles con nosotros. Adornemos nuestras almas con la temperancia, adquiramos de manera segura la piedra preciosa de la pureza de la fe. Hagámoslo antes de que se termine el tiempo de nuestra vida, antes de que desaparezcan las figuras de este mundo. Despreciemos la flor de la gloria mundana, apartemos las falsas delicias terrenas, hagámonos amigos del Juez incorruptible.
XVI
Quien dice "no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" es el propio Señor. Si deseara castigar al pecador, se callaría. Pero quiere compadecerlo, y por esto lo amonesta. Porque perdona, lo exhorta, y le habla de antemano de los terrores para que no vaya a caer en los peligros. Cuando Dios amenaza es porque quiere salvar, cuando calla es porque ha determinado castigar. Esto lo podemos aprender por ajenas experiencias. Amenazó a los ninivitas, y los perdonó; calló ante los sodomitas, y los castigó. Preparadas tiene las coronas, si no es que nosotros nos lanzamos a los tormentos. Él desea que la gehena quede vacía, desea cerrar la cárcel tenebrosa, desea reservar para el demonio toda la ira, desea sentarse como Juez, mas no para castigar sino para coronar. Teniendo tal Señor, pues, acojámonos a aquella palabra dulce, y obedezcamos al que nos dice: "Venid y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón", a fin de que merezcamos oír aquella otra palabra, feliz y deseable: "Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os está preparado", del cual acontézcanos a todos gozar por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
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