EFRÉN DE NÍSIBE
Himno a Jesucristo

I

Que todas las bocas alaben a Aquel que ha apartado de ellas el lenguaje blasfemo. Gloria a ti, que abandonaste una morada para establecer tu morada en otra. Para que él pudiera venir y hacer de nosotros una morada para su enviador, el Unigénito abandonó el ser de la deidad y estableció su morada en la Virgen; para que por una forma común de nacimiento, aunque unigénito, pudiera convertirse en el hermano de muchos. Y abandonó el sheol y estableció su morada en el reino; para que pudiera buscar un camino desde el sheol que oprime a todos, hacia el reino que recompensa a todos. Porque nuestro Señor dio su resurrección como una garantía a los mortales, para que los sacara del sheol, que recibe a los muertos sin distinción, al reino que admite a los invitados con distinción; para que, desde el plan que hace iguales los cuerpos de todos los hombres dentro de él, podamos llegar al plan que distingue las obras de todos los hombres dentro de él. Éste es el que descendió al sheol y ascendió, para que desde el lugar que corrompe a sus moradores, él pudiera llevarnos al lugar que nutre con sus bendiciones a sus moradores (es decir, a aquellos moradores que, con las posesiones, los frutos y las flores de este mundo, que pasan, se han coronado y adornado allí, tabernáculos que no pasan). Ese primogénito que fue engendrado según su naturaleza, nació en otro nacimiento que era exterior a su naturaleza; para que supiéramos que después de nuestro nacimiento natural debemos tener otro nacimiento que está fuera de nuestra naturaleza. Porque él, siendo espiritual, hasta que vino al nacimiento corpóreo, no podía ser corpóreo; de la misma manera, también los corpóreos, a menos que nazcan en otro nacimiento, no pueden ser espirituales. Pero el Hijo cuya generación es inescrutable, nació en otra generación que puede ser buscada; para que por uno podamos aprender que su majestad es ilimitada, y por el otro podamos aprender que su gracia es ilimitada. Porque grande es su majestad sin medida, cuya primera generación no puede ser imaginada en ninguno de nuestros pensamientos. Y su gracia es abundante sin límite, cuyo segundo nacimiento es proclamado por todas las bocas.

II

Éste es el que fue engendrado de la divinidad según su naturaleza, y de la humanidad no según su naturaleza, y del bautismo no según su costumbre; para que nosotros fuésemos engendrados de la humanidad según nuestra naturaleza, y de la divinidad no según nuestra naturaleza, y por el Espíritu no según nuestra costumbre. Luego fue engendrado de la divinidad, el que vino a un segundo nacimiento; para llevarnos al nacimiento del que se habla (es decir, su generación del Padre, mas no para que se busque, sino para que se crea) y su nacimiento de la mujer, no para que se desprecie, sino para que se ensalce. Ahora bien, su muerte en la cruz da testimonio de su nacimiento de la mujer. Porque el que murió también nació. Y la anunciación de Gabriel declara su generación por el Padre, al decir que "el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35). Si, pues, fue el poder del Altísimo, es evidente que no fue la simiente del hombre mortal. Así, pues, su concepción en el vientre materno está ligada a su muerte en la cruz; y su primera generación está ligada a la declaración del ángel; para que quien niegue su nacimiento pueda ser refutado por su crucifixión, y quien suponga que su origen fue de María, pueda ser advertido de que su divinidad es anterior a todo; de modo que quien haya concluido que su origen fue corpóreo, puede probarse que se equivoca al decir que su salida del Padre se narra. El Padre lo engendró, y por medio de él creó las criaturas. La carne lo dio a luz y por medio de él mató las concupiscencias. El bautismo lo engendró, para que por medio de él pudiera lavar las manchas. El sheol lo engendró, para que por medio de él sus tesoros pudieran vaciarse. Él vino a nosotros desde junto a su Padre por el camino de los que nacen; y por el camino de los que mueren, salió para ir a su Padre; para que por su venida a través del nacimiento, su advenimiento pudiera ser visto; y por su regreso a través de la resurrección, su partida pudiera ser confirmada.

III

Nuestro Señor fue pisoteado por la muerte y, a su vez, abrió un camino sobre la muerte. Éste es el que se sometió a la muerte y la soportó por su propia voluntad, para poder derribar la muerte contra su voluntad. Porque nuestro Señor llevó su cruz y salió según la voluntad de la muerte, mas clamó en la cruz y sacó a los muertos del sheol (Mt 27,50-52) contra la voluntad de la muerte. Porque en aquello mismo por lo que la muerte lo había matado (es decir, el cuerpo), en esa armadura llevó la victoria sobre la muerte. Pero la divinidad se ocultó en la humanidad y luchó contra la muerte, la muerte mató y fue muerta. La muerte mató a la vida natural; y la vida sobrenatural lo mató a él. Y como la muerte no pudo devorarlo sin el cuerpo, ni el sheol tragarlo sin la carne, vino a la Virgen, para obtener de allí lo que lo llevaría al sheol. Así como de un lado del asno trajeron para él el pollino con el que entró en Jerusalén y proclamó que se ocultaría su caída y la destrucción de sus hijos. Con el cuerpo que era de la Virgen, entró en el sheol y saqueó sus almacenes y vació sus tesoros. Luego vino a Eva, la madre de todos los vivientes. Esta es la vid cuya cerca la muerte abrió con sus propias manos, y le hizo probar sus frutos. Así Eva, la madre de todos los vivientes, se convirtió en la fuente de la muerte para todos los vivientes. Pero María brotó, un nuevo brote de Eva, la vid antigua; y nueva vida habitó en ella, para que cuando la Muerte viniera confiadamente, según su costumbre, a alimentarse de frutos mortales, la vida que es matadora de la muerte pudiera almacenarse en ella contra él; para que cuando la muerte hubiera tragado los frutos sin temor, pudiera vomitarlos y con ellos muchos. Porque Aquel que es la medicina de la vida voló desde el cielo, y se mezcló con el cuerpo, el fruto mortal. Y cuando la muerte vino a comer según su costumbre, la vida devoró a la muerte. Este es el alimento que tenía hambre de comer a su devorador. Así que, por un solo fruto que la muerte tragó con avidez, vomitó muchas vidas que había devorado con avidez. Entonces el hambre que lo impulsó a atacar a uno, vació su avaricia que lo había impulsado a atacar a muchos. Así, la muerte se apresuró a devorar a uno, pero se apresuró a liberar a muchos. Porque mientras uno moría en la cruz, muchos que estaban sepultados en el sheol salían a su grito (Mt 27,50-53). Éste es el fruto que partió en dos a la muerte que lo había devorado, y sacó de dentro de él la vida en busca de la cual fue enviado. Porque el sheol escondió todo lo que había devorado. Pero a través de Uno que no fue devorado, todo lo que había devorado fue restaurado desde dentro de ella. Aquel, cuyo estómago está desordenado, vomita tanto lo que es dulce para él como lo que no lo es. Así que el estómago de la muerte estaba desordenado, y mientras vomitaba la medicina de vida que lo había enfermado, vomitó junto con ella también aquellas vidas que había sido tragadas por él con placer.

IV

Éste es el hijo del carpintero, que hábilmente hizo de su cruz un puente sobre el sheol que todo lo absorbe, y llevó a los hombres a la morada de la vida. Y como por el árbol los hombres habían caído en el sheol, por el árbol pasaron a la morada de la vida. Por el árbol, en el que se probó la amargura, se probó también la dulzura, para que supiéramos de él que entre las criaturas nada se le resiste. ¡Gloria a ti, que pusiste tu cruz como puente sobre la muerte, para que las almas pudieran pasar por ella de la morada de los muertos a la morada de la vida!

V

Los gentiles te alaban porque tu palabra se ha convertido en un espejo ante ellos, para que vean en ella la muerte, que secretamente devora sus vidas. Pero los artífices adornaban imágenes esculpidas y con sus adornos desfiguraban a quienes las adornaban. Pero tú los atrajiste a tu cruz, y mientras las bellezas del cuerpo se desfiguraban en ella, las bellezas del alma brillaban en ella. Entonces, en cuanto a los gentiles que solían ir tras dioses que no eran dioses, el que era Dios fue tras ellos y con sus palabras, como con un freno, los apartó de muchos dioses hacia el Uno. Éste es el Poderoso, cuya predicación se convirtió en un freno en las mandíbulas de los gentiles y los alejó de los ídolos hacia Aquel que lo envió. Pero los ídolos muertos, con sus bocas cerradas, solían alimentarse de la vida de sus adoradores. Por eso mezclaste en su carne tu sangre, por la cual la muerte fue debilitada y abatida; Para que las bocas de sus devoradores se apartaran de sus vidas. También porque Israel te mató y se contaminó con tu sangre, esa idolatría, que había sido injertada en él, fue alejada de él a causa de tu sangre. Porque él fue destetado de ese paganismo a través de tu sangre; porque de eso, nunca antes había sido destetado.

VI

Israel crucificó a nuestro Señor, alegando que, en verdad, él nos estaba alejando del Dios único. Pero ellos mismos solían alejarse constantemente del Dios único con sus muchos ídolos. Mientras entonces imaginan que crucifican a Aquel que los aleja del Dios único, se encuentran siendo alejados por él de todos los ídolos hacia el Dios único; con el fin de que, al no aprender voluntariamente de él que él es Dios, pudieran aprender por la fuerza de él que él es Dios; cuando el bien que habían obtenido a través de él los acusara por el mal que habían hecho con sus manos. Así, aunque la lengua de los opresores negara, sin embargo, la ayuda con la que fueron ayudados los convenció. Porque la gracia los cargó más allá de sus fuerzas, de modo que se avergonzaron de negar tu persona, mientras estaban cargados con tus bendiciones. Y también tuviste misericordia de aquellos cuyas vidas habían sido convertidas en alimento para los ídolos muertos (Ex 32,4). Porque el becerro que habían hecho en el desierto, como la hierba del desierto, pastaba sobre sus vidas. Porque aquella idolatría que habían robado y sacado de Egipto en sus corazones, cuando se manifestó, mató abiertamente a aquellos en quienes habitaba ocultamente. Porque era como fuego escondido en la madera, que cuando se genera desde dentro, la quema. Porque Moisés molió el becerro en polvo y se lo hizo beber en el agua de la ordalía (Ex 32,20), para que al beber del becerro murieran todos los que vivían para su culto. Porque los hijos de Leví corrieron sobre ellos, los que corrieron a ayudar a Moisés, y se ciñeron sus espadas. Porque los hijos de Leví no sabían a quién matar, porque los que adoraban se mezclaban con los que no adoraban. Pero Aquel para quien era fácil distinguir, distinguió a los que estaban contaminados de los que no lo estaban; para que los inocentes pudieran dar gracias de que su inocencia no había pasado desapercibida para el Justo, y los culpables pudieran ser convencidos de que su delito no había escapado a la mirada del Juez. Pero los hijos de Leví eran los vengadores manifiestos. Por eso Moisés puso una señal sobre los ofensores, para que fuera fácil para los vengadores vengarse. Porque la bebida del becerro entró en aquellos en quienes el amor. En el templo, el becerro estaba habitado y les mostró una señal manifiesta, para que la espada desenvainada pudiera precipitarse sobre ellos. Entonces hizo beber del agua de la ordalía a la congregación que había cometido fornicación en la adoración del becerro, para que apareciera en ella la señal de las adúlteras. De ahí se derivó esa ley acerca de las mujeres (Nm 5,17-27) que debían beber el agua de la ordalía, para que por la señal que aparecía en las adúlteras, la congregación pudiera recordar su fornicación que fue en la adoración del becerro, y estar en guardia con temor contra otra fornicación; y recordar la fornicación anterior con arrepentimiento de alma; y que cuando estuvieran juzgando a sus mujeres, si se prostituían contra ellas, se condenaran a sí mismos, quienes se prostituían contra su Dios.

VII

A ti sea la gloria, que por tu cruz quitaste el paganismo en el que tanto los circuncidados como los incircuncisos eran hechos tropezar. A ti sea la alabanza, medicina de vida, que has convertido a todos los que están en la cruz. Gozo a los ángeles que fueron hallados y no se habían perdido. Los incircuncisos te alaban, porque en tu paz ha sido deshecha la enemistad que había entre ellos; pues recibiste en tu carne la señal exterior de la circuncisión, por la cual los incircuncisos que eran tuyos eran considerados como no tuyos. Porque pusiste como señal tuya la circuncisión del corazón, por la cual se manifestó a los circuncidados que no eran tuyos. Porque a lo tuyo viniste, y lo tuyo no te recibió; y por esto se manifestó que no eran tuyos. Pero aquellos a quienes no fuiste, por tu misericordia claman a ti, para que los sacies de las migajas que caen de la mesa de los hijos.

VIII

Dios fue enviado desde la deidad para que viniera a convencer a las imágenes esculpidas de que no eran dioses. Y cuando les quitó el nombre de Dios que las adornaba, aparecieron las imperfecciones de sus personas. Y sus imperfecciones eran estas: tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. Tu predicación persuadió a sus numerosos adoradores a cambiar sus muchos dioses por el Único. Porque al quitarles el nombre de la divinidad a los ídolos, también se retiró la adoración junto con el nombre (es decir, lo que está ligado al nombre), porque la adoración también asiste al nombre de Dios. Entonces, porque también se rindió adoración al nombre, por todos los gentiles, al final el nombre venerable será reunido por completo en su Señor. Por lo tanto, en la última adoración, también será reunido por completo en su Señor, para que se cumpla que todas las cosas se sometan a él. Entonces, él a su vez se someterá a Aquel que sometió todas las cosas a él (1Cor 15,27-28). De modo que ese nombre, subiendo de grado en grado, estará ligado a su raíz. Porque cuando todas las criaturas estén unidas por su amor al Hijo por quien fueron creadas, y el Hijo esté unido por el amor de ese Padre por quien fue engendrado, todas las criaturas darán gracias al final al Hijo, por quien recibieron todas las bendiciones; y en él y con él darán gracias también a su Padre, de cuyo tesoro él nos distribuye todas las riquezas.

IX

Gloria a ti, que te revestiste del cuerpo mortal de Adán y lo convertiste en fuente de vida para todos los mortales. Tú eres el que vive, pues tus verdugos fueron como labradores de tu vida, pues la sembraron como trigo en lo profundo de la tierra, para que brotara y levantara a muchos con ella. Ven, hagamos de nuestro amor el gran incensario de la comunidad y ofrezcamos sobre él como incienso nuestros himnos y nuestras oraciones a Aquel que hizo de su cruz un incensario para la divinidad y de él ofreció por todos nosotros. El que estaba arriba se inclinó hacia los que estaban abajo, para distribuirles sus tesoros. En consecuencia, aunque los necesitados se acercaban a su humanidad, solían recibir el don de su divinidad. Por eso hizo del cuerpo que se vistió el tesoro de sus riquezas, para que él, oh Señor, pudiera sacarlas de tu almacén y distribuirlas a los necesitados, los hijos de su parentela.

X

Gloria a Aquel que recibió de nosotros para darnos, para que por medio de lo nuestro pudiéramos recibir más abundantemente de lo que es suyo. Sí, por medio de ese Mediador, la humanidad pudo recibir la vida de su ayudador, como por medio de un mediador había recibido en el principio la muerte de su matador. Tú eres Aquel que te hiciste el cuerpo como siervo, para que por medio de él pudieras dar a quienes te desean, todo lo que desean. Además, en ti se hicieron visibles los deseos ocultos de quienes te mataron y te sepultaron; por esto, te revestiste de un cuerpo. Porque tomando ocasión por ese cuerpo tuyo, tus matadores te mataron, y fueron muertos por ti; y tomando ocasión por tu cuerpo, Tus sepultureros te sepultaron, y resucitaron contigo. Ese poder que no puede ser tocado descendió y se revistió de miembros que pueden ser tocados, para que los necesitados puedan acercarse a él, para que al tocar su humanidad puedan discernir su divinidad. El mudo, a quien el Señor sanó, percibió con los dedos del cuerpo que Dios se había acercado a sus oídos y había tocado su lengua; y con sus dedos que se pueden tocar, tocó a la divinidad, que no se puede tocar, cuando ésta estaba soltando la cuerda de su lengua y abriendo las puertas obstruidas de sus oídos. El Arquitecto del cuerpo y Artífice de la carne vino a él y con su suave voz perforó sin dolor sus engrosados oídos. Y su boca, que estaba cerrada para que no pudiera dar a luz una palabra, dio a luz la alabanza a Aquel que hizo fructificar su esterilidad en el nacimiento de las palabras. Así pues, él, que dio a Adán que hablara de inmediato sin enseñanza, dio a los mudos que hablaran fácilmente, lenguas que se aprenden con dificultad.

XI

He aquí, pues, otra cuestión: ¿En qué lenguas dio el Señor el poder de hablar a los mudos, que de todas las lenguas acudieron a él? Y aunque esto sea fácil de saber, nuestra alma nos impulsa a un conocimiento que es mayor que éste. Ese conocimiento es, pues, saber que por medio del Hijo fue creado el primer hombre. Pues en el hecho de que por medio de él fue dada la palabra a los mudos, los hijos de Adán, podemos aprender que por medio de él fue dada la palabra a Adán, su primer padre. Y aquí también nuestro Señor suplió la naturaleza defectuosa. Por tanto, es evidente que por medio de él se estableció la suplencia de la naturaleza, pues no hay mayor defecto que éste, cuando un hombre nace sin habla. Pues, puesto que en esto, en el habla, superamos a todas las criaturas, el defecto de ésta es mayor que todos los demás defectos. Aquel, por quien se suplió todo este defecto, es evidente que por medio de él se establece toda la plenitud. Pero como por medio de él los miembros reciben en secreto toda la plenitud en el seno materno, por medio de él se suplió abiertamente su defecto, para que supiéramos que por medio de él, en el principio, se constituyó todo el cuerpo. Entonces escupió en sus dedos y los puso en los oídos de aquel sordo; y mezcló arcilla con su saliva y la esparció sobre los ojos del ciego, para que supiéramos que, como había defecto en los globos oculares de aquel hombre que era ciego desde el vientre de su madre, así también había defecto en los oídos de éste. Así pues, con la levadura del cuerpo de Aquel que completa, se suple el defecto de nuestra formación. Porque no era conveniente que nuestro Señor cortara algo de su cuerpo para suplir la deficiencia de otros cuerpos; sino que con lo que se le podía quitar, suplió la deficiencia de los que carecían, así como los mortales lo comen a él con lo que se puede comer. Él suplió entonces lo que faltaba y dio vida a lo mortal, para que sepamos que del cuerpo en el cual habitaba la plenitud, se suplió lo que faltaba a los que carecían de ella; y del cuerpo en el que habitaba la vida (Col 2,9), la vida fue dada a los mortales.

XII

Los profetas realizaron todos los demás milagros, pero en ningún caso suplieron la deficiencia de los miembros. Pero la deficiencia del cuerpo estaba reservada para que fuera suplida por nuestro Señor, a fin de que las almas pudieran percibir que es por medio de él que toda deficiencia debe ser suplida. Es conveniente, pues, que los prudentes perciban que Aquel que suple las deficiencias de las criaturas es dueño del poder formador del Creador. Pero cuando estuvo en la tierra, nuestro Señor dio a los sordos y mudos el poder de oír y de hablar en lenguas que no habían aprendido, para que después de haber ascendido, los hombres pudieran entender que él dio a sus discípulos el poder de hablar en todas las lenguas.

XIII

Los verdugos supusieron que, cuando murió nuestro Señor, sus signos habían muerto con él. Pero sus signos seguían vivos a través de sus discípulos, para que los asesinos supieran que el Señor de los signos vivía. Antes, sus asesinos causaron problemas, gritando que sus discípulos habían robado su cadáver. Pero después, sus signos realizados a través de sus discípulos, los llenaron de problemas. Porque sus discípulos, que supuestamente habían robado el cadáver, resucitaron los cadáveres de otros. Ante esto, los impíos se aterrorizaron y dijeron: "Sus discípulos han robado su cuerpo", para que se los despreciara cuando se descubriera. Pero los discípulos, que según ellos robaron el cadáver de los guardias vivos, atacaron a la muerte en nombre de Aquel que fue robado, para que la muerte no robara la vida de los vivos. Así que, antes de ser crucificado, dio a los sordos el poder de oír, para que después de ser crucificado, todos los oídos oyeran y creyeran en su resurrección. Porque de antemano confirmó nuestro oído por la palabra del mudo cuya boca fue abierta, para que no dudara acerca de la predicación de la palabra. Nuestro Redentor fue equipado en todo sentido, para que en todo sentido pudiera rescatarnos de nuestro captor. Porque nuestro Señor no sólo se vistió de un cuerpo, sino que también se vistió de miembros y de vestiduras; para que a través de sus miembros y sus vestiduras, los que estaban afligidos por las plagas pudieran ser animados a acercarse al tesoro de la curación, para que los que fueron animados por su misericordia pudieran acercarse a su cuerpo y los que estaban consternados por su terror pudieran acercarse a su vestidura. Porque con una mujer su miedo le permitió acercarse simplemente al borde de su manto (Mt 9,20); pero con otra, su amor la impulsó incluso a acercarse a su carne. Ahora bien, por aquella que recibió curación por sus vestiduras, fueron avergonzados los que no recibieron curación por sus palabras; y por la que le besaba los pies, fue reprendido quien no quiso besarle los labios.

XIV

Nuestro Señor concedió grandes dones con medios pequeños, para enseñarnos de qué se priva a quienes desprecian las grandes cosas. Si de la orla de su manto se sustraía secretamente una curación como ésta, ¿no podría sanar con seguridad cuando su palabra claramente concedía la curación? Y si los labios impuros se santificaban al besar sus pies, ¿cuánto más no se santificarían los labios puros al besar su boca? Pues la mujer pecadora recibió por sus besos la gracia de sus pies sagrados, que habían venido con trabajo para traerle la remisión de sus pecados. Ella estaba refrescando los pies de su Sanador con aceite gratuitamente, porque gratuitamente le había traído el tesoro de la curación de su enfermedad. Porque no fue por causa de su estómago que Aquel que satisface a los hambrientos fue un sanador; sino por causa del arrepentimiento de la mujer pecadora, Aquel que justifica a los pecadores se hizo hombre.

XV

No fue por los manjares de los fariseos por lo que nuestro Señor tuvo hambre, sino por las lágrimas de la mujer pecadora. Cuando se sintió satisfecho y refrescado por las lágrimas de las que tenía hambre, se volvió y reprendió a quien le había invitado a comer el alimento que pasa, para mostrar que no se había convertido en un hombre por causa del alimento para el cuerpo, sino por causa de la ayuda del alma. Porque no fue por placer por lo que nuestro Señor se mezcló con los glotones y los bebedores de vino, como suponía el fariseo, sino para mezclarles en su comida de mortales su enseñanza como medicina de vida. Porque así como en materia de comida el Maligno dio su consejo mortal a Adán y a su ayuda idónea, así también en materia de comida el buen Señor dio su consejo vivificante a los hijos de Adán. Porque él era el pescador que descendió a pescar las vidas de los perdidos. Él vio a los publicanos y a las rameras precipitarse en la prodigalidad y la embriaguez; y se apresuró a tender sus redes entre sus lugares de reunión, para poder capturarlos del alimento que engorda los cuerpos al ayuno que engorda las almas.

XVI

El fariseo hizo grandes preparativos para el banquete del Señor, mientras que la mujer pecadora hizo muy pocas cosas por él. Sin embargo, él, con sus grandes manjares, mostró la pequeñez de su amor hacia el Señor, mientras que ella, con sus lágrimas, mostró la grandeza de su amor hacia el Señor. Así, el que lo había invitado al gran banquete fue reprendido por la pequeñez de su amor, mientras que ella, con sus pocas lágrimas, expió las muchas locuras de sus ofensas. Simón el Fariseo recibió al Señor como profeta, por las señales, no por la fe. Porque él era un hijo de Israel, que cuando se acercaban las señales, él también se acercaba al Señor de las señales; y cuando las señales cesaron, él también se quedó desnudo sin fe. Este hombre también, cuando vio al Señor con señales, lo consideró un profeta; pero cuando el Señor dejó de hacer señales, la mente dudosa de los hijos de su pueblo entró en él. Este hombre, si hubiera sido profeta, habría sabido que esta mujer era pecadora. Pero nuestro Señor, para quien todo es fácil en todas partes, tampoco aquí cesó de hacer milagros. Porque vio que, por haber dejado un poco de hacer milagros, la mente ciega del fariseo se había apartado de él. Porque había dicho erróneamente: "Este hombre, si hubiera sido profeta, lo habría sabido". En esta reflexión, pues, el fariseo dudó acerca de nuestro Señor, si era profeta o no; pero por esta misma reflexión supo que él es el Señor de los profetas, de modo que de la fuente de donde le entró el error, de esa fuente nuestro Señor podría traerle ayuda.

XVII

Nuestro Señor le contó entonces la parábola de los dos deudores y le hizo juez para que con su lengua pudiera atrapar a aquel en cuyo corazón no había verdad. Dicha parábola comenzaba así: "Un hombre debía quinientos denarios". Es decir, nuestro Señor comenzó mostrando al fariseo la multitud de ofensas de la mujer pecadora. Entonces, aquel que se imaginaba que Jesús no sabía que ella era pecadora, al final escuchó de él cuán grande era la deuda de sus pecados. Entonces, el fariseo, que se imaginaba que nuestro Señor no sabía quién era ella y cuál era la reputación de la mujer pecadora, se encontró a sí mismo ignorando quién era nuestro Señor y cuál era su reputación. Así fue reprendido en su error, quien ni siquiera percibió su error. Porque el conocimiento de que estaba seguramente errando lo eludió en su error. Pero recibió un recordatorio de Aquel que vino a recordarles que erraban. El fariseo había visto grandes señales hechas por nuestro Señor, como Israel por Moisés. Pero como no había fe en él, para que esos prodigios que vio pudieran unirse con esa fe, una pequeña causa los impidió y los anuló. Si este hombre hubiera sido un profeta, habría sabido que esta mujer es una pecadora. Porque dejó pasar las maravillas que había visto, y la ceguera entró fácilmente en él. Porque él era de los hijos de Israel, a quienes terribles señales acompañaron hasta el mar, para que temieran; y benditos milagros rodeados en el desierto desolado, para que se reconciliaran; pero por falta de fe, por una causa menor, los rechazaron diciendo: "En cuanto a este Moisés que nos hizo subir, no sabemos qué le haya sucedido" (Ex 32,1). Porque dejaron de considerar las obras poderosas que los rodeaban. Percibieron que Moisés no estaba cerca de ellos; de modo que por esta causa que se había acercado, se acercaron a la paganidad de Egipto. Porque Moisés fue apartado un poco de delante de ellos, para que apareciera el becerro que estaba delante de ellos, para que también lo adorasen abiertamente, porque en secreto lo habían adorado en sus corazones.

XVIII

Cuando el paganismo de Israel se hizo manifiesto, Moisés también se manifestó, dejando de estar oculto, para castigar abiertamente a aquellos cuyo paganismo se había deleitado bajo la santa nube que los había cubierto con su sombra. Pero Dios apartó al pastor del rebaño durante cuarenta días, para que el rebaño demostrara que su confianza estaba puesta en el becerro. Mientras Dios alimentaba al rebaño con todos los deleites, éste eligió para sí como su pastor al becerro, que ni siquiera podía comer. Moisés, que los mantenía en temor, fue apartado de ellos, para que la idolatría clamara en sus bocas, lo que la restricción de Moisés había reprimido en sus corazones. Porque clamaron: "Haznos dioses que vayan delante de nosotros" (Ex 32,1).

XIX

Cuando Moisés descendió, vio a su paganismo deleitándose en la amplia llanura con tambores y címbalos. Rápidamente, puso en evidencia su locura por medio de los levitas y espadas desenvainadas. Así también aquí, nuestro Señor ocultó su conocimiento por un momento cuando la mujer pecadora se acercó a él, para que el fariseo pudiera dar forma a su pensamiento, como sus padres habían dado forma al becerro pernicioso. Pero cuando el error del fariseo llegó a un punto crítico dentro de él, entonces el conocimiento de nuestro Señor se manifestó en contra de él, y lo disipó al decirle: "Entré en tu casa, no me diste agua para mis pies: Pero ella los ha mojado con sus lágrimas. Por lo tanto, sus muchos pecados le son perdonados" (Lc 7,44-47). El fariseo, cuando oyó a nuestro Señor nombrar los pecados de la mujer (sus "muchos pecados"), se avergonzó mucho porque había errado mucho. Porque había supuesto que nuestro Señor ni siquiera sabía que ella era pecadora. El Señor se había mostrado antes como si no la conociera como pecadora, pues permitió que aquel que había visto sus signos manifestara la duda de su mente, para que se manifestara que su mente estaba atada a la impiedad de sus padres. Pero el médico, que con sus medicinas saca a la luz la enfermedad oculta, no es el que ayuda a la enfermedad, sino su destructor. Porque mientras la enfermedad está oculta, reina en los miembros, pero cuando se manifiesta por medio de las medicinas, se la erradica. Así, pues, el fariseo veía grandes cosas y dudaba de las cosas pequeñas. Pero cuando nuestro Señor vio que su pequeñez hacía que las cosas grandes fueran pequeñas en su mente, rápidamente le mostró no sólo que ella era pecadora, sino incluso la multitud de sus pecados, para que se avergonzara por las cosas pequeñas, él que no había creído en los milagros.

XX

Dios dio lugar a Israel para que extendiera su paganismo en el ancho desierto; a quien Dios cortó con espada afilada, para que su idolatría no se extendiera entre los gentiles. Así, nuestro Señor permitió al fariseo imaginar cosas perversas, para que a su vez pudiera reprender debidamente su orgullo. Y acerca de las cosas que la mujer pecadora estaba haciendo correctamente, y que el fariseo pensaba equivocadamente, nuestro Señor lo reprendió, diciéndole: "Entré en tu casa, y tú no me diste agua para mis pies". ¡He aquí la retención de lo que era debido! Pero ella los ha humedecido con sus lágrimas. ¡He aquí el pago de lo que era debido! No me ungiste con aceite. ¡He aquí la señal de la negligencia! Pero ella ha ungido mis pies con ungüento suave. ¡He aquí la señal del celo! No me besaste. ¡He aquí el testimonio de la enemistad! Pero ella no ha dejado de besar mis pies. ¡He aquí la señal del amor! Así pues, con esta enumeración nuestro Señor mostró que el fariseo le debía todas esas cosas y se las había negado; pero que la mujer pecadora había venido y le había devuelto todas las cosas que él le había negado. Como ella había pagado las deudas de aquel que las había negado injustamente, el Justo le perdonó su propia deuda, incluso sus pecados.

XXI

El fariseo, que dudaba de que nuestro Señor no fuera profeta, se comprometió sin saberlo a la verdad, pensando: "Si este hombre hubiera sido profeta, habría sabido que esta mujer es pecadora". Por tanto, si se descubriera que nuestro Señor sabía que ella era pecadora, es, según tu palabra, fariseo, un profeta. Nuestro Señor, por tanto, se apresuró a demostrar que ella era pecadora y que sus pecados eran muchos, para que el testimonio de su propia boca lo refutara como mentiroso. Porque era compañero de los que decían: "¿Quién es capaz de perdonar pecados, sino sólo Dios?" (Mc 2,7). Porque de ellos recibió nuestro Señor testimonio de que el que puede perdonar pecados es Dios. De ahí en adelante, pues, la discusión fue ésta: que nuestro Señor les mostrara si era capaz o no de perdonar pecados (Mt 9,2). Y mientras se apresuraban a atraparlo bajo la acusación de blasfemia, se comprometieron sin saberlo a la verdad, porque ¿quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? En consecuencia, nuestro Señor los refutó como si dijera: Si he demostrado que soy capaz de perdonar pecados, aunque no creáis en mí que soy Dios, mantened sin embargo vuestra palabra, que determinó que quien perdona pecados es Dios. Por tanto, para que nuestro Señor pudiera enseñarles que él perdona pecados, perdonó a aquel hombre su pecado oculto, y le hizo llevar su lecho abiertamente; para que al llevar el lecho que lleva a los que yacen en él, creyeran en la muerte del pecado que mata.

Esto es algo maravilloso, que mientras nuestro Señor se llamaba a sí mismo el Hijo del hombre, sus adversarios, sin darse cuenta, lo hicieron ser Dios como perdonador de pecados. En consecuencia, mientras ellos pensaban que lo habían atrapado con su astucia, él los enredó en su astucia; lo hizo un testimonio de su verdad. Así que sus malos pensamientos se convirtieron para ellos en amargas ataduras; y para que no pudieran liberarse de sus ataduras, nuestro Señor los fortaleció dándole fuerza a aquel a quien le dijo: "Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa" (Mt 9,6). Porque el testimonio no podía deshacerse, como si él no fuera Dios; ya que perdonaba pecados. Ni tampoco podía afirmarse falsamente que él no había perdonado pecados; porque ¡he aquí! Él había sanado los miembros de los hombres. Porque nuestro Señor ató sus testimonios ocultos en aquellos que eran manifiestos; para que su propio testimonio pudiera ahogar a los infieles. En consecuencia, nuestro Señor hizo que sus pensamientos guerrearan contra ellos, porque habían guerreado contra el Bueno, quien con su poder curativo luchó contra sus enfermedades. Porque lo que imaginaba Simón el Fariseo y lo que imaginaban los escribas, sus compañeros, lo imaginaban ellos en secreto; pero nuestro Señor lo expuso abiertamente. Nuestro Señor les mostró sus imaginaciones ocultas, para que supieran que su conocimiento revela y muestra sus cosas secretas; de modo que, aunque no lo habían reconocido por sus signos abiertos, lo reconocieran cuando él representara sus imaginaciones secretas; y que si tan sólo por esto (que él escudriñara sus corazones) sus corazones percibieran que él era Dios, al menos cuando vieran que sus imaginaciones no podían ocultarse de él, dejaran de imaginar el mal contra él. Porque habían imaginado el mal en su corazón; pero él lo expuso abiertamente con esta palabra: ¿Por qué imaginan el mal en su corazón? Para que por esto, que nuestro Señor percibiera su imaginación oculta, reconocieran su divinidad oculta. Porque la divinidad, por lo mismo que ellos en su error la injuriaban, les fue revelada por esa injuria. Porque injuriaron a nuestro Señor en el cuerpo, y pensaron que no era Dios, y lo arrojaron de lo alto a las alturas; pero por el cuerpo les fue revelado como Dios, por medio de aquel cuerpo que se encontraba pasando de un lado a otro entre ellos. Pues, al arrojarlo a las profundidades, intentaron demostrar que Dios, que está arriba, no puede nacer corporalmente abajo. Pero él, al subir a las alturas, les enseñó que tampoco es propio del cuerpo que es enviado abajo subir a las alturas en lugar de bajar a las profundidades; de modo que, por medio del cuerpo que desde abajo pasó a lo alto en el aire, pudieran aprender de Dios que por su gracia descendió de lo alto a lo bajo.

XXII

¿Por qué, en vez de reprender severamente a aquel fariseo, el Señor le dirigió una parábola de persuasión? Le dirigió la parábola con ternura, para que, aunque era perverso, se sintiera tentado a corregir sus perversidades. Porque las aguas que se congelan con la fuerza de un viento frío, el calor del sol las disuelve suavemente. Así pues, el Señor no se opuso inmediatamente a él con dureza, para no dar ocasión a los rebeldes de rebelarse de nuevo, sino que lo sometió al yugo con halagos, para que, una vez que se hubiera unido, pudiera obrar con él, aunque fuera rebelde, según su voluntad. Ahora bien, como Simón era de espíritu soberbio, el Señor comenzó con humildad con él, para no ser para él un maestro según su necedad. Porque si aquel fariseo conservaba el orgullo de los fariseos, ¿cómo podría el Señor hacerle adquirir humildad, cuando el tesoro de la humildad no estaba bajo su mano? Pero como nuestro Señor estaba enseñando humildad a todos los hombres, mostró que su tesoro estaba libre de toda forma de orgullo. Pero esto fue por amor a nosotros, para enseñarnos que todo lo que la soberbia entierra, es por medio de la jactancia como obtiene acceso a ellos. Por tanto, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha (Mt 2,3). Así que el Señor no usó de reprensión dura, porque su venida fue de gracia; no se abstuvo de reprensión, porque su última venida sería de retribución. Porque hizo temer a los hombres en su venida de humildad; porque es cosa horrenda caer en sus manos (Hb 10,31) cuando venga en llama de fuego (2Ts 1,7-8). Pero nuestro Señor otorgó la mayor parte de sus ayudas más bien por persuasión que por reprensión. Porque la lluvia suave ablanda la tierra y la penetra por completo; pero la lluvia impetuosa ata y endurece la faz de la tierra, de modo que no la recibe. Porque la palabra áspera provoca la ira, y con ella se encadenan las injusticias. Y cuando la palabra áspera ha abierto la puerta, entra la ira, y tras la ira, entran con ella las injusticias.

XXIII

Como todas las ayudas se dan con palabras humildes, el que vino a ayudarlas las empleó. Observa cuán poderoso es el poder de una palabra humilde; pues ¡he aquí! Con ella se aplaca la ira vehemente y se calman las olas de un ánimo hinchado. Pero escucha de dónde vino esto. El fariseo pensó: "Si este hombre hubiera sido profeta, lo habría sabido". Aquí se puede discernir tanto el desprecio como la blasfemia. Escucha cómo nuestro Señor respondió a esto: "Simón, tengo algo que decirte". Aquí se puede discernir el amor y la reprensión. Porque esta es una palabra de amor como la que usan los amigos con sus amigos. Porque cuando un adversario reprocha a su adversario, no le habla así; porque la locura de la ira no permite que los enemigos hablen razonablemente entre sí. Pero Aquel que oró por los que le crucificaron, para demostrar que el furor de la ira no tenía poder sobre él, estaba a punto de interrogar a los que le crucificaron, para demostrar que él estaba gobernado por la razón y no por la ira.

XXIV

Por eso, el Señor puso una palabra de conciliación al principio de su discurso, para que por medio de la conciliación pudiera apaciguar al fariseo, en cuya mente habían entrado la discordia y la división. Él era el médico que ordenaba sus curas contra las cosas nocivas para los hombres. Entonces el Señor lanzó esta palabra como una flecha, y puso en la punta de ella la conciliación como la púa. Y la ungió con amor, que apacigua los miembros; de modo que cuando voló hacia él, que estaba lleno de discordia, de inmediato pasó de la discordia a la armonía. Porque inmediatamente después de oír esa humilde voz de nuestro Señor, que decía "Simón, tengo algo que decirte", ese despreciador secreto respondió: "Di, Señor". Porque la dulce voz entró en su amarga mente, y engendró de ella un fruto agradable. Porque quien antes de esta voz era uno que despreciaba en secreto, después de esta voz se convirtió en uno que honraba abiertamente. La humildad, con su dulce expresión, somete incluso a sus adversarios para que le rindan honor. Porque no es sobre sus amigos sobre los que la humildad pone a prueba su poder, sino sobre sus enemigos sobre los que exhibe sus victorias.

XXV

Así, el Rey celestial se vistió con la armadura de la humildad, y así venció al amargo, y obtuvo de él una buena respuesta como una garantía segura de victoria. Ésta es la armadura de la que Pablo dijo que con ella humillamos la altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2Cor 10,5). Porque Pablo había recibido la prueba de ello en sí mismo. Porque así como había estado luchando en soberbia, pero fue vencido en humildad, así también debe ser vencida toda altivez que se levanta contra esta humildad. Porque Saulo estaba viajando para someter a los discípulos con palabras duras, pero el Maestro de los discípulos lo sometió con una palabra humilde. Porque cuando Aquel para quien todas las cosas son posibles se le manifestó, renunciando a todo lo demás, le habló solo con humildad, para poder enseñarnos que una lengua suave es más eficaz que todas las demás cosas contra los pensamientos duros (Hch 9,4). Pero las palabras que se creían que ni siquiera eran capaces de vengarse, resultaron ser venganza, alejándolo de los judíos y convirtiéndolo en un buen vaso. El que estaba lleno de la amargura de los judíos, se llenó entonces de la dulce predicación de la cruz. Cuando se llenó de la amargura de los crucificadores, en su amargura hizo estragos en las iglesias. Pero cuando se llenó de la dulzura del Crucificado, amargó las sinagogas de los crucificadores. Nuestro Señor entonces luchó con voz humilde con él, que había estado luchando contra sus iglesias con duras cadenas. Así Saulo, que había estado atando a los discípulos con amargas cadenas, fue atado con suaves persuasiones; para que no volviera a poner a los discípulos en cadenas; porque estaba atado por el Crucificado, que hace callar las voces del mal, a quien todos los que se oponían a él no podían atar ni herir. Pero cuando Pablo dejó de atar a los discípulos, él mismo fue atado con cadenas por los perseguidores. Pero cuando fue atado con cadenas, desató los lazos de la idolatría con sus ataduras.

XXVI

"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". El que había vencido a sus perseguidores en el mundo de abajo y reinado sobre los ángeles en el mundo de arriba, habló desde arriba con voz humilde. Y el que mientras estaba en la tierra había denunciado diez ayes contra sus crucificadores, cuando estaba en el cielo no denunció ni un solo ay contra Saulo, su perseguidor. Ahora bien, nuestro Señor denunció ayes a sus crucificadores, para enseñar a sus discípulos a no desanimarse por sus asesinos. Pero nuestro Señor habló con humildad desde el cielo, para que con humildad pudieran hablar los jefes de su Iglesia. Y si alguien dijera: ¿En qué habló nuestro Señor con humildad a Pablo? Pues he aquí que los ojos de Pablo estaban gravemente heridos; que sepa que este castigo no procedía de nuestro misericordioso Señor, que habló esas palabras con humildad, sino de la vehemente luz que brillaba allí con vehemencia. Y esta luz no hirió a Pablo como castigo por sus obras, sino que le hirió por la vehemencia de sus rayos, como él también dijo: "Cuando me levanté, no podía discernir nada a causa de la gloria de la luz" (Hch 22,11). Pero si esa luz era gloriosa, oh Pablo, ¿cómo se convirtió la luz gloriosa en una luz cegadora para ti mismo? La luz era la que, según su naturaleza, ilumina arriba, pero contrariamente a su naturaleza, brillaba abajo. Cuando iluminaba arriba, era deleitosa; pero cuando brillaba abajo, era cegadora. Porque la luz era a la vez dolorosa y agradable. Era dolorosa y violenta para los ojos de la carne; y era agradable y luminosa para aquellos que son fuego y espíritu (Mt 4,11).

XXVII

"Vi una luz del cielo que sobrepasaba al sol, y su luz me iluminó" (Hch 26,13). Entonces salieron poderosos rayos sin moderación, y se derramaron sobre los ojos débiles, los cuales rayos moderados refrescan. Porque también el sol en cierta medida ayuda a los ojos, pero más allá de toda medida, y sin medida, daña los ojos. Y no es a modo de venganza en ira como los hiere. Porque él es el amigo de los ojos y amado de los globos oculares. Y esto es una maravilla; mientras que con su suave brillo hace amistad y ayuda a los ojos, sin embargo con sus rayos vehementes es hostil a los globos oculares y los daña. Pero si el sol que está aquí abajo, y de naturaleza afín a los ojos que están aquí abajo, sin embargo los daña, con vehemencia y no con ira, con su propia fuerza y no con ira; ¿Cuánto más la luz que viene de arriba, semejante a las cosas de arriba, con su vehemencia dañaría a un hombre aquí abajo que de repente ha contemplado lo que no es afín a su naturaleza? Pues si Pablo podría haber sido herido por la vehemencia de este sol al que estaba acostumbrado, si lo miraba de manera no acostumbrada, ¿cuánto más lo dañaría la gloria de esa luz a la que sus ojos nunca habían estado acostumbrados? Porque he aquí que Daniel también fue derretido y derramado por todos lados ante la gloria del ángel, cuyo vehemente resplandor repentinamente brilló sobre él (Dn 10,5-6). Y no fue a causa de la ira del ángel que su debilidad humana se derritió, así como no es a causa de la ira o la hostilidad del fuego que la cera se derrite ante él; sino a causa de la debilidad de la cera no puede mantenerse firme y permanecer en presencia del fuego. Entonces, cuando los dos se acercan, el poder del fuego por su calidad prevalece. Pero la debilidad de la cera, por otra parte, se reduce aún más que su debilidad anterior.

XXVIII

La majestad del ángel se manifestó en sí misma; la debilidad de la carne en sí no podía soportarlo. Porque mis entrañas se transformaron en corrupción (Dn 10,8). Sin embargo, los hombres ven a los hombres, a sus semejantes, y desmayan ante ellos; pero no es por su brillante esplendor que se conmueven, sino por su voluntad dura. Porque los siervos se asustan por la ira de sus amos, y los que son juzgados tiemblan de temor a sus jueces. Pero esto no le sucedió a Daniel a causa de las amenazas o la ira del ángel, sino a causa de su naturaleza terrible y su brillo predominante. Porque no fue con amenazas que el ángel vino a él. Porque si hubiera venido con amenazas, ¿cómo podría una boca llena de amenazas volverse llena de paz, cuando vino diciendo: "Paz a ti, hombre de deseos" (Dn 10,6)? Así, aquella boca que era una fuente de truenos (porque la voz de sus palabras era como la voz de muchos ejércitos), aquella voz se convirtió para él en una fuente que rebosaba de paz. Y cuando la voz llegó a los oídos aterrorizados que estaban sedientos del saludo alentador de paz, se abrió y se derramó para Daniel un trago de paz. Y por la palabra de paz posterior del ángel, aquellos oídos que habían sido aterrorizados por su voz anterior fueron alentados, cuando dijo: "Deja que mi Señor hable porque he sido fortalecido" (Dn 10,19). Mas debido a que en esa visión conmovedora el ángel de fuego no estaba a punto de anunciar nada acerca de él, el Señor, por eso esa majestad del ángel se adelantó para dar el saludo de paz a la humildad del profeta; para que por el saludo alegre que dio esa terrible majestad, se quitara el temor que yacía en la mente de la humildad y que estaba aterrorizada.

XXIX

¿Qué diremos del Señor del ángel que dijo a Moisés: "Nadie me verá y vivirá" (Ex 33,20)? ¿Acaso es por el furor de su ira que quien lo vea morirá? ¿O por el esplendor de su ser? Porque ese ser no fue hecho ni creado, de modo que los ojos que han sido hechos y creados no pueden verlo. Pues si es por su furor que quien lo mire no vivirá, he aquí que él hubiera concedido a Moisés verlo a causa de su gran amor por él. En consecuencia, el Ser autoexistente con su visión mata a quienes lo miran; pero él mata, no a causa de la cruel furia, sino a causa de su potente esplendor. Por eso, él en su gran amor concedió a Moisés ver su gloria; sin embargo, en el mismo gran amor le impidió ver su gloria. Pero no fue que la gloria de su majestad se hubiera disminuido en absoluto, sino que los ojos débiles no podían soportar las abrumadoras olas de su gloria. Por eso Dios, que en su amor quiso que la visión de Moisés se dirigiera hacia el hermoso resplandor de su gloria, en su amor no quiso que la visión de Moisés fuera cegada en medio de los potentes rayos de su gloria. Por eso Moisés vio y no vio. Veía para ser exaltado; no veía para no ser dañado. Porque por lo que vio, su humildad fue exaltada; y por lo que no vio, su debilidad no fue cegada. Así también nuestros ojos miran al sol y no lo miran; y por lo que ven son ayudados; y por lo que no ven, son ilesos. Así el ojo ve para ser beneficiado; pero no se atreve a mirar para no ser dañado. Así pues, Dios, por amor, impidió a Moisés ver aquella gloria que era demasiado dura para sus ojos: así como Moisés, por su amor, impidió a los hijos de su pueblo ver el resplandor que era demasiado fuerte para sus ojos. Pues aprendió de Aquel que lo cubrió, extendió su mano y le ocultó el esplendor de la gloria, para que no lo dañara; de modo que también él extendió el velo y ocultó a los débiles el esplendor abrumador, para que no los dañara. Ahora bien, cuando Moisés vio que los hijos de carne perecedera no podían contemplar la carne prestada, Moisés se puso de pie y se sentó a su lado. La gloria que había en su rostro le desfalleció el corazón, pues había intentado atreverse a contemplar la gloria del Ser eterno, en cuyas aguas se sumergen y brotan los de arriba y los de abajo; profundidades que nadie puede sondear; orillas a las que nadie puede llegar; a las que no se puede encontrar fin ni límite.

XXX

Alguno se preguntará: ¿No fue posible que Moisés viera aquella gloria y no resultara herido, y que Pablo también viera la luz y no resultara herido? Quien diga esto, que entienda que, si bien es posible que el poder y la fuerza suprema de Dios hagan que los ojos cambien de naturaleza, es incompatible con la sabiduría y la naturaleza de Dios que se confunda el orden de la naturaleza. Pues también es fácil que el brazo del artífice destruya sus obras, pero es incompatible con el buen sentido del artífice arruinar los bellos adornos. Y si alguien dijere "sería conveniente que Dios hiciera esto", que sepa que le conviene no hablar así acerca de Dios. Porque lo más conveniente de todo es esto: que el hombre no enseñe a Dios lo que es conveniente, pues no es propio del hombre convertirse en instructor de Dios. Porque es una gran maldad que nos convirtamos en maestros de aquel de quien nuestras bocas creadas no pueden hablar, en la formación de su obra. Porque es una iniquidad imperdonable que la boca, con su osadía, enseñe lo que es propio de aquel Dios por cuya gracia aprendió a hablar. Si alguno, pues, dijere que "hubiera sido conveniente que Dios hiciera esto", yo también, que tengo boca y lengua, puedo decir: Hubiera sido conveniente que Dios no diera al hombre la libertad con la que así reprende a Aquel que no debe ser reprendido. Pero no me atrevo a decir que no le convenía dársela, para no convertirme yo también en instructor de Aquel que no debe ser reprendido. Porque, siendo justo, él mismo habría sido reprendido si no hubiera dado la libertad a los hombres, como si por mala gana hubiera negado al hombre humilde el don que hace grande. Por eso, por su gracia, se lo dio a tiempo, para que no fuera justamente vituperado por sí mismo, aunque por la libertad, su propio don, los blasfemos lo vituperen impíamente.

XXXI

¿Por qué, pues, los ojos de Moisés brillaron por la gloria que vio, mientras que los de Pablo, en lugar de brillar, se quedaron ciegos? Sin embargo, podemos estar seguros de que los ojos de Moisés no eran más fuertes que los de Pablo, pues eran hermanos de sangre y carne. Pero otro poder por gracia sostuvo los ojos de Moisés, mientras que a los de Pablo no se les añadió ningún poder por misericordia, más allá de su poder natural, que en la ira les fue quitado. Pero si decimos que les fue quitado su poder natural, y que por eso fue derrotado y vencido por la luz abrumadora, pues si su poder natural hubiera permanecido, habrían sido capaces de soportar esa luz sobrenatural. Pero estemos seguros de esto: que siempre que se revela algo trascendente, que sobrepasa y trasciende nuestra naturaleza, nuestro poder natural no es capaz de resistirlo. Si, por otra parte, se nos añade otro poder además de nuestro poder natural, entonces por ese poder recibido por nosotros en exceso y más allá de la naturaleza, seremos capaces de hacer frente a cualquier cosa extraña que nos sobrevenga sobrenaturalmente.

XXXII

La potencia de nuestros oídos y ojos está en nosotros y se forma en nosotros de manera natural; y sin embargo, nuestra vista y nuestro oído no pueden resistir ante los poderosos truenos y relámpagos; primero, porque vienen con vehemencia; y segundo, porque su potencia sorprende y asombra de repente nuestra debilidad. Esto es lo que le sucedió a Pablo. Porque la potencia de la luz sorprendió de repente sus débiles ojos y los hirió. Pero la grandeza de la voz abatió su fuerza y entró en sus oídos y los abrió. Porque habían estado cerrados por las contiendas judías como por cera. Porque la voz no horadó los oídos, como la luz hirió los globos oculares. ¿Por qué? Sino porque era conveniente que oyera, pero no que viera. Por lo tanto, las puertas del oído se abrieron por la voz como por una llave, pero las puertas de la vista se cerraron por la luz que debía abrirlas. ¿Por qué, entonces, era conveniente que oyera? Claramente, porque por esa voz nuestro Señor pudo revelarse como perseguido por Saulo. En efecto, no podía mostrarse perseguido por la vista, pues no había forma de que el hijo de David fuera visto huyendo y Saúl persiguiéndolo. Esto sucedió en realidad con aquel primer Saúl y con aquel primer David: uno perseguía y el otro era perseguido, mas ambos veían y eran vistos por el otro. Pero aquí sólo el oído podía oír la persecución del Hijo de David; el ojo no podía ver que era perseguido, pues era perseguido en la persona de otros, mientras que él mismo estaba en el cielo, él mismo había sido perseguido en su propia persona mientras estaba en la tierra. Por eso los oídos de Saúl estaban abiertos y sus ojos cerrados. Y él, que con la vista no podía presentarse ante Saúl como perseguido, se presentó con palabras ante él como perseguido, cuando gritó y dijo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". En consecuencia, sus ojos estaban cerrados, porque no podían ver la persecución de Cristo; pero sus oídos estaban abiertos, porque podían oír acerca de su persecución. Así que, aunque los ojos de Moisés eran ojos corporales, como los de Pablo, sin embargo, sus ojos internos eran cristianos, porque "Moisés escribió de mí" (Jn 5,46). Así, los ojos externos de Pablo estaban abiertos, mientras que los internos estaban cerrados. Entonces, debido a que los ojos internos de Moisés brillaban con claridad, sus ojos externos también brillaron con claridad. Pero los ojos externos de Pablo estaban cerradas, para que por el cierre de las que eran exteriores, se pudiera producir la apertura de las que eran interiores. Porque el que con los ojos exteriores no podía ver al Señor en sus señales, cuando esos ojos corporales estaban cerrados, veía con los interiores. Y porque había recibido la prueba en su propia persona, escribió a los que tenían los ojos corporales llenos de luz: "Que él ilumine los ojos de vuestros corazones" (Ef 1,18). Por lo cual, las señales manifestadas a los ojos externos de los judíos, de nada les aprovecharon; pero la fe del corazón abrió los ojos del corazón de los gentiles. Si Moisés hubiera descendido del monte con su aspecto acostumbrado, sin ese resplandor de semblante, y hubiera dicho "vi allí la gloria de Dios", los padres infieles no le habrían creído. Así también, si Pablo, sin sufrir ceguera de los ojos, hubiera dicho "oí la voz de Cristo", los hijos que crucificaron a Cristo no lo habrían recibido como verdad. Por eso puso en Moisés, como en el amor, una señal excelente de esplendor, para que los engañadores creyeran que había visto la gloria divina; pero en Saúl, como en un perseguidor, puso la señal odiosa de la ceguera, para que los mentirosos creyeran que había oído las palabras de Cristo; para que así no volvierais a hablar contra Moisés, y para que estos no dudaran acerca de Pablo. Porque Dios puso señales en los cuerpos de los ciegos, y las envió a los que estaban en el error, que solían hacer señales en los bordes de sus vestiduras. Pero no se acordaron de las señales en sus vestiduras, y en las señales del cuerpo erraron mucho. Los padres que vieron la gloria de Moisés, no obedecieron a Moisés; ni los hijos que vieron la ceguera de Pablo creyeron a Pablo. Pero tres veces en el desierto amenazaron con apedrear a Moisés y su casa como perros, e incluso toda la congregación ordenó apedrearlos (Nm 14,10). Y tres veces azotaron a Pablo con varas (2Cor 11,25), como a un perro sobre su cuerpo. Estos son los leones que por su amor porque sus señores fueron azotados como perros y desgarrados como rebaños de ovejas, rebaños que apedreaban a sus pastores para que los lobos rapaces se enseñorearan de ellos.

XXXIII

Los que habían crucificado al Señor con sobornos, tal vez dijeron de Pablo: Los discípulos lo han sobornado con sobornos, y por eso se asocia con los discípulos. Porque los que con sobornos luchaban para que no se predicase la resurrección de nuestro Señor, calumniaron a Pablo con el nombre de soborno, para que no se creyera su revelación. Por eso la voz lo asombró y la luz lo cegó, para que su asombro apaciguara su violencia y su ceguera avergonzara a sus calumniadores. La voz asombró su oído, pues le decía mansamente: "Saulo, ¿por qué me persigues?". Y la luz cegó su vista, para que cuando los calumniadores dijeran que había recibido un soborno y que por ello había sido inducido a mentir, su ceguera, producida por la luz, los refutara, mostrando que fue por ella que se había visto obligado a decir la verdad. De modo que los que suponían que sus manos habían recibido un soborno y que por ello sus labios mentían, supieran que sus ojos habían perdido la luz y por eso sus labios proclamaban la verdad. Pero también por otra razón la voz mansa acompañó a la luz abrumadora, a saber: para que nuestro Señor pudiera producir ayuda para el perseguidor, como si fuera de la mansedumbre a la exaltación. De la misma manera, también se produjeron todas sus ayudas, de la humildad a la grandeza, porque la mansedumbre de nuestro Señor continuó desde el vientre hasta la tumba. Y si no, observad que la grandeza se acerca a su humildad, y la exaltación a su mansedumbre. Pues mientras que su grandeza se observaba en diversas cosas, su divinidad se revelaba por signos gloriosos; para que se supiera que Aquel que estaba entre ellos no era uno sino dos. Pues su naturaleza no es sólo naturaleza humilde, ni es sólo naturaleza exaltada; sino que hay dos naturalezas que se mezclan, la una con la otra: la exaltada y la humilde. Por eso, estas dos naturalezas manifiestan sus cualidades, de modo que, por la cualidad de cada una de ellas, la humanidad pudiera distinguir entre las dos, para que no se supusiera que él era simplemente uno, el que era dos por mezclarse, sino para que se supiera que él era dos en cuanto a la mezcla, aunque era uno en cuanto a su ser. Estas cosas nuestro Señor, por su humildad y exaltación, enseñó también a Pablo en el camino de Damasco.

XXXIV

Nuestro Señor se le apareció a Saulo con mansedumbre, pues la mansedumbre era semejante a su grandeza, para que por su grandeza se supiera quién era aquel que hablaba con mansedumbre. Porque así como sus discípulos predicaron en la tierra acerca de nuestro Señor con mansedumbre y exaltación, en la mansedumbre de su persecución y en la exaltación de sus signos, así también nuestro Señor predicó de sí mismo con mansedumbre y exaltación en presencia de Pablo, en la exaltación de la potencia de la luz que destelló y en la mansedumbre de esa voz mansa que dijo "Saulo, ¿por qué me persigues?", de modo que la predicación que sus discípulos predicaron acerca de él en presencia de muchos, fuera semejante a la predicación que él predicó acerca de sí mismo. Pero así como, si él no hubiera hablado mansamente, no se habría manifestado allí que él era manso, así también, si él no hubiera aparecido allí como una luz imponente, no se habría manifestado allí que él era exaltado.

XXXV

Alguno se preguntará: ¿Qué necesidad había de que hablase humildemente? ¿No podría haberlo convencido también por la grandeza de la luz? Pues bien, aquí está la respuesta: porque era necesario que hablase humildemente, y porque por Aquel que es sabio en todas las cosas, no hizo nada que no fuese conveniente. En efecto, Aquel que ha dado conocimiento a los artífices para que hagan cada cosa individualmente con el instrumento adecuado para ello, ¿no sabe él mismo lo que da a otros el poder de saber? Por tanto, todo lo que ha sido obrado o está siendo obrado por la divinidad, lo mismo que está siendo obrado por él en ese momento, es para el avance de la obra de Dios en ese momento, aunque a los ciegos las órdenes divinas parezcan contrarias. Pero para que no reprimamos con la fuerza de las palabras a un investigador sabio, a uno que desea crecer por la verdadera persuasión como la semilla por las gotas de lluvia. Sabe, oh hombre de Dios, que como Saulo era perseguidor, pero nuestro Señor se esforzaba por hacerlo perseguido en lugar de perseguidor, por eso, en su sabiduría, se apresuró a gritar "Saulo, ¿por qué me persigues?" para que, cuando Saulo, que estaba siendo hecho discípulo, oyera a Aquel que lo estaba haciendo discípulo, que le decía "¿por qué me persigues?", supiera que el Maestro de quien se estaba haciendo siervo era un maestro perseguido, y así pudiera desechar rápidamente la persecución de sus antiguos maestros y revestirse del estado perseguido de su Maestro perseguido. Ahora bien, cualquier maestro que quiera enseñar algo a un hombre, lo hace con hechos o con palabras. Pero si no le enseña ni con palabras ni con hechos, el hombre no puede ser instruido en su oficio. De modo que, aunque nuestro Señor no enseñó a Pablo la humildad con hechos, sin embargo, con la voz le enseñó a soportar la persecución, lo que no podía enseñarle con hechos. Porque antes de que nuestro Señor fuera crucificado, enseñó a sus discípulos a soportar humildemente la persecución con hechos. Pero después de haber terminado su persecución por crucifixión, como dijo "todo está consumado" (Jn 19,30), no podía en vano volver y comenzar de nuevo algo que una vez por todas había sido sabiamente terminado. ¿O por qué buscáis de nuevo la crucifixión y la vergüenza del Hijo de Dios?

XXXVI

Aunque nuestro Señor, en su gracia, había humillado antes la majestad de su divinidad, sin embargo, después, en su justicia, no quiso volver a humillar la pequeñez de la humanidad que había sido engrandecida. Pero como era necesario que el discípulo perseguidor aprendiera a soportar la persecución, mientras que todavía era imposible que el Maestro volviera a descender y fuera perseguido de nuevo, le enseñó con la palabra lo que no podía enseñarse con los hechos. La explicación de esta expresión ("Saulo, ¿por qué me persigues?"), por tanto, es esta: Saulo, ¿por qué no eres perseguido en mí? Pero para que Saulo no pensara que era a causa de su debilidad que nuestro Señor era perseguido, la fuerza de la luz abrumadora que brilló sobre él lo convenció. Porque si los ojos de Saulo no podían soportar el resplandor de esa luz, ¿cómo podrían las manos de Saulo atar y encadenar a los discípulos del Señor de esa luz? Pero sus manos habían atado a los discípulos, para que conociera su poder en las cadenas; mientras que sus ojos no podían soportar las vigas, para que con su fuerza pudiera conocer su propia debilidad. Pero si el poder de esa luz no hubiera brillado sobre él, cuando el Señor le dijo: "Saulo, ¿por qué me persigues?". Entonces, a causa de la locura del orgullo en que se encontraba Pablo en ese momento, tal vez le hubiera dicho esto: Te persigo por esta razón, porque ¿quién hay que no te persiga, cuando con tanta fuerza molestas a tu perseguidor con estos débiles gritos? Pero la humildad de nuestro Señor se escuchó en la voz, y el poder de la luz brilló en los rayos. Así que Pablo no pudo despreciar la humildad de la voz, a causa de la gloria de la luz.

XXXVII

Los oídos de Pablo fueron llevados, pues, a la escucha de la voz que oía, porque sus ojos no eran capaces de soportar los rayos que veían. Aquella maravilla del amanecer de la luz se derramó sobre sus ojos y los lastimó; y la voz del Señor de la luz entró en sus oídos, pero no los lastimó. Pero entre la luz y el Señor de la luz, ¿cuál debía haber sido más fuerte? Porque si la luz que fue creada por él era tan poderosa, ¡cuánto más poderoso será Aquel por quien esta misma luz fue creada! Pero si el Señor de la luz era poderoso, como en verdad lo es, ¿cómo su voz entró en el oído y no lo lastimó? ¿Incluso aquella luz que lastimaba la vista? Mas escuchad la maravilla y el prodigio que nuestro Señor realizó por su gracia: que no quiso humillar esa luz que es suya, sino que siendo Señor de la luz se humilló a sí mismo. Es decir, que como el Señor de la luz es mayor que la luz que es suya, tan grande es la gloria, que el Señor de la luz debería humillarse a sí mismo antes que humillar la luz.

XXXVIII

En la noche, mientras Jesús oraba, "se le apareció un ángel que lo fortalecía" (Lc 22,43). Pero aquí todas las bocas, celestiales y terrestres, son insuficientes para dar gracias a Aquel por cuya mano fueron creados los ángeles; que él fue fortalecido por el bien de los pecadores por ese ángel que fue creado por su mano. Así como entonces el ángel de arriba estaba en gloria y en resplandor, mientras que el Señor del ángel, para poder exaltar al hombre que estaba degradado, estaba en degradación y humildad; así también aquí esa luz brilló en manifestación; pero el Señor de la luz, con el fin de ayudar a un perseguidor, habló con voz humilde y palabras humildes.

XXXIX

La luz, que era poderosa, al no haber disminuido, entró en los ojos con una manifestación poderosa y los hirió. Pero el Señor de la luz, al haberse humillado para ayudar, su voz humilde entró en los oídos necesitados y los ayudó. Pero para que la ayuda de esa voz que se había vuelto humilde no le faltara, la fuerza de esa luz no disminuyó, para que, a causa de esa luz que no disminuyó, se pudiera creer en la ayuda de esa voz que se había vuelto humilde. Pero es una maravilla que hasta que nuestro Señor se hizo humilde en la voz, Pablo no se hizo humilde en los hechos; porque, así como nuestro Señor, antes de descender y revestirse de un cuerpo, estaba en exaltación con su Padre, sin embargo, en su exaltación los hombres no aprendieron la humildad; pero cuando se humilló y descendió de su exaltación, entonces, por su humildad, la humildad estuvo pronto entre los hombres. Así también, después de su resurrección y ascensión, estaba en gloria a la diestra de Dios su Padre, pero por esa exaltación, Pablo no aprendió humildad. Por eso, el que fue exaltado y se sentó a la diestra de su Padre, cesó de hablar gloriosamente y con palabras altivas, y clamó como un agraviado y oprimido, con palabras débiles y mansas, diciendo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Así, las palabras humildes prevalecieron sobre las bridas duras. Porque con palabras humildes, como con bridas, el perseguido condujo al perseguidor del camino ancho de los perseguidores al camino angosto de los perseguidos. Y como todas las señales que se hicieron en el nombre de nuestro Señor no convencieron a Pablo, nuestro Señor se apresuró a encontrarse con humildad con aquel que se apresuraba en el camino de Damasco en la vehemencia del orgullo. Así, con sus palabras humildes, la dura vehemencia del orgullo fue frenada.

XL

El que habló con humildad a Pablo, su perseguidor, habló también con humildad al fariseo. Porque es tan grande el poder de la humildad, que ni siquiera Dios, que todo lo vence, pudo vencer sin ella. La humildad pudo también en el desierto soportar la carga del pueblo de dura cerviz. Porque contra el pueblo, que era más terco que todos los hombres, se puso a Moisés, que era más manso que todos los hombres. Porque Dios, que no necesita de nada, cuando liberó al pueblo, tuvo necesidad después de la humildad de Moisés, para que esta humildad pudiera soportar la ira y la murmuración del pueblo que lo provocaba. Porque sólo la humildad podía soportar las contradicciones de ese pueblo, que los signos de Egipto y los prodigios obrados en el desierto no pudieron dominar. Porque cuando el orgullo había producido divisiones entre el pueblo, la humildad solía cerrarlas con su oración. Si la humildad del tartamudo soportó seiscientos mil, ¿cuánto más la humildad de aquel que dio la palabra al tartamudo? Porque la humildad de Moisés es una sombra de la humildad de nuestro Señor.

XLI

Vio nuestro Señor que Simón el Fariseo no creía en las señales y prodigios que había visto. Se acercó a él para persuadirlo con palabras humildes; y las palabras humildes lo vencieron, a quien los grandes prodigios no habían vencido. ¿Cuáles son, pues, las maravillas que había visto aquel fariseo? Había visto a los muertos resucitados, a los leprosos purificados, a los ciegos con los ojos abiertos. Estas señales obligaron a aquel fariseo a acoger a nuestro Señor como a un profeta. Pero el que lo acogió como profeta cambió de actitud hasta despreciarlo por ser alguien que no tenía conocimiento, diciendo: Si este hombre hubiera sido un profeta, habría sabido que esta mujer que se había acercado a él era una pecadora. Pero podemos despreciar al fariseo y decir: Si hubiera sido un hombre de discernimiento, habría aprendido de aquella mujer pecadora que se acercó a nuestro Señor, no que él era un profeta, sino el Señor de los profetas. Las lágrimas de la pecadora daban testimonio de que no se estaba propiciando a un profeta, sino a aquel que, como Dios, estaba enojado por sus pecados. Porque, como los profetas no bastaban para resucitar a los pecadores, el Señor de los profetas descendió para sanar a los que estaban en mal estado. Pero ¿qué médico hay que impida que los heridos acudan a él, oh fariseo ciego, como sucedió que ella acudió a nuestro Médico? ¿Por qué, pues, se acercó a él la mujer herida, cuyas heridas fueron curadas por sus lágrimas? Él, que había descendido para ser una fuente de curación entre los enfermos, estaba proclamando esto: "Todo el que tenga sed, venga y beba" (Jn 7,37). Pero cuando los fariseos, compañeros de este hombre, murmuraban de la curación de los pecadores, el Médico enseñó acerca de su arte, que la puerta se abre para los enfermos y no para los sanos, porque "los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos" (Mt 9,12). Así que la alabanza del médico es la curación del enfermo, para que sea mayor la vergüenza del fariseo que reprendió la alabanza de nuestro médico. Pero nuestro Señor solía hacer señales en las calles; y también cuando entraba en la casa del fariseo, mostró señales que eran mayores que las que había mostrado afuera. Porque en la calle sanó los cuerpos que estaban enfermos, pero por dentro curó las almas que estaban enfermas. Por fuera, resucitó a la mortalidad de Lázaro; pero por dentro, resucitó a la mortalidad de la mujer pecadora. Devolvió el alma viviente al cadáver del que había salido; y expulsó de la mujer pecadora el pecado mortal que habitaba en ella. Pero el ciego fariseo, que no era suficiente para las grandes cosas, a causa de las grandes cosas que no veía, desmintió las pequeñas cosas que había visto. Porque era un hijo de Israel que atribuyó la debilidad a su Dios, y no a sí mismo. Porque Israel dijo: Aunque golpeó la roca y las aguas fluyeron, ¿puede también darnos pan? Pero cuando nuestro Señor vio su debilidad, que le faltaban las cosas grandes y, por causa de ellas, también las cosas pequeñas, se apresuró a proponer una palabra sencilla, como para un niño que estaba siendo criado con leche y no era capaz de comer alimento sólido.

XLII

Por lo que tú sabías, oh fariseo, que nuestro Señor no era profeta, por eso mismo se demostró que no conocías a los profetas. Pues con lo que dijiste: Si este hombre hubiera sido profeta, habría sabido, demuestras con esto que quien es profeta sabe todas las cosas. Pero mira, algunas cosas fueron ocultadas a los profetas; ¿cómo entonces atribuyes la revelación de todas las cosas ocultas a los profetas? Pero este maestro necio que pervirtió las escrituras de los profetas, ni siquiera entendió lo que leyó en las Escrituras. Porque no sólo la grandeza del Señor no fue discernida por ese fariseo, sino que ni siquiera discernió la debilidad de los profetas. Porque nuestro Señor, como sabiendo todas las cosas, permitió que esa mujer pecadora entrara y recibiera su paz. Pero Eliseo, como un ignorante, dijo a la sunamita: "Paz a ti y paz al niño" (2Re 4,26). Por consiguiente, el que suponía que nuestro Señor no era profeta, demostró no conocer a los profetas. Cuando la mente contiene malicia y no puede contenerse, entonces esa malicia que está en ella es astuta al encontrar un pretexto para abrir una puerta;. Y en el caso de que ese pretexto en el que se refugia el engañador sea refutado, él sabe que dentro de él hay otro oculto que puede emplear (Ex 32,1). Y si Dios, que no puede morir, os sacó de Egipto, ¿por qué buscáis a un hombre que algún día ha de morir? Pero no quisieron a Moisés para que fuera su dios, porque Moisés podía oír, ver y reprender; pero ellos buscaban un dios que no podía oír, ver y reprender. Pero cuando muera Moisés, ¿ qué quedará de él? Porque he aquí que vuestro Dios es un Dios vivo, y se ha manifestado a vosotros con testimonios vivos. En aquel tiempo, la nube luminosa los cubría con su sombra, y tenían la columna de luz durante la noche. De la roca manaba para ellos agua, y bebían sus corrientes. Todos los días se deleitaban saboreando aquel maná, cuya fama hemos oído. ¿Cómo estuvo Moisés lejos de vosotros? Mirad que las señales de Moisés os rodean. ¿O de qué os aprovecha la persona de Moisés, si tenéis un guía como éste? Si vuestras vestiduras no se desgastan, y un aire templado os refresca, si el calor y el frío no os hacen daño, y tenéis descanso de la guerra, y estáis lejos del temor de Egipto, ¿qué le faltaba a Israel para que buscara a Moisés? Le faltaba el paganismo manifiesto. Porque no era a Moisés a quien buscaba, sino que, con el pretexto de la ausencia de Moisés, siguió al becerro. Así hemos demostrado brevemente que cuando el ánimo está lleno de algo, pero una razón opuesta le sale al encuentro, entonces lo obliga por la violencia a abrirle una puerta a lo que desea.

XLIII

Y tú, fariseo, sediento de blasfemias, ¿qué has visto en nuestro Señor para que no sea profeta? Pues he aquí que en él se veían las cosas propias del Señor de los profetas. Las lágrimas que brotaban se apresuraban a proclamar que eran derramadas como ante Dios. Los besos de dolor testificaban que buscaban convencer al acreedor para que rompiera los bonos de la deuda. El ungüento agradable de la mujer pecadora proclamaba que era un soborno de penitencia. La mujer pecadora ofreció estas medicinas a su médico para que con sus lágrimas lavara sus manchas, con sus besos curara sus heridas, con su ungüento suave hiciera que su mala fama fuera dulce como el olor de su ungüento. Este es el médico que cura a los hombres con las medicinas que le traen. Estas maravillas se mostraron en aquel momento; pero al fariseo, en lugar de ellas, le apareció la blasfemia. ¿Qué puede probarse en el llanto de la pecadora, sino que él puede justificar a los pecadores? De lo contrario, juzga en tu mente, oh maestro ciego, ¿por qué ese llanto triste en la alegre fiesta, de modo que, mientras ellos se divertían con la comida, ella estaba amargada por sus lágrimas? Porque era pecadora, sus acciones eran impúdicas, y eso es lo que solía hacer. Pero si en ese momento, por la lascivia de los pecadores se convirtió a la castidad, entonces reconoce, tú que dijiste que él no es un profeta, que él es Quien hace castos a los que han sido lascivos. Pues por esto, que sabes que ella es pecadora, y por esto, que la ves ahora arrepentida, busca dónde está el poder que la cambió. Porque él debería haberse postrado y adorado a Aquel que, mientras estaba en silencio, en su silencio convirtió a la castidad a aquellos pecadores a quienes los profetas con sus palabras vehementes no pudieron convertir a la castidad. Una cosa maravillosa y admirable fue vista en la casa del fariseo: una mujer pecadora que estaba sentada y lloraba, y la que lloraba no dijo por qué lloraba; ni tampoco Aquel a cuyos pies estaba sentada le preguntó: ¿Por qué lloras? La pecadora no necesitó con sus labios pedir a nuestro Señor, porque creía que él conocía, como Dios, las peticiones que se escondían en sus lágrimas. Ni tampoco nuestro Señor le preguntó: ¿Qué has hecho? Porque sabía que con sus besos puros estaba expiando sus trasgresiones. Entonces ella, porque creía que él. La mujer que conocía las cosas ocultas, le ofrecía sus oraciones en su corazón, pues, al conocer las cosas secretas, no necesitaba de los labios. Si, pues, la pecadora, sabiendo que nuestro Señor era Dios, no intentó persuadirle con sus labios, y nuestro Señor, porque como Dios, discernía sus pensamientos, no la interrogó, ¿no entiendes tú, oh fariseo tirano, por el silencio de ambos la posición de ambos: que ella estaba orando como a Dios en su corazón, y que él, como Dios, estaba en silencio escudriñando sus pensamientos? Pero el fariseo no podía ver ni entender estas cosas, porque era un hijo de Israel que, aunque percibía, no veía, y aunque oía, no entendía. Aunque nuestro Señor sabía que ese fariseo tenía malos pensamientos acerca de él, lo refutó con suavidad y no con dureza, pues la dulzura descendió de lo alto para romper la amargura con la que el Maligno nos había marcado. Por eso nuestro Señor enseñó a aquel fariseo por sí mismo y en sí mismo, como diciendo: Así como yo, aunque conocía las cosas malas de tu corazón, te persuadí tiernamente, así también, aunque conocía las cosas malas de esta mujer, la recibí misericordiosamente.

Pero escuchemos ahora cómo la paciencia se aplicó después del pensamiento apresurado, para pasar de la prisa al entendimiento: "Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Al final, como ninguno de los dos tenía con qué pagar, perdonó a ambos. ¿Cuál de ellos crees que lo amaría más?". Simón le dijo: "Supongo que aquel a quien se le perdonó más". Nuestro Señor le dijo: "Has juzgado correctamente". Nuestro Señor, en su justicia, elogió al perverso fariseo, por el juicio recto que había juzgado, aunque él en su maldad había respondido al buen Señor acerca de la misericordia que había realizado. Ahora bien, muchas cosas están contenidas en esta parábola, así que ¿por qué, pues, exigió el Señor que el fariseo juzgase por él entre los dos deudores? ¿No fue para que la grandeza, viniendo después de la pequeñez, demostrase que nada de lo pequeño se había extraído después de la grandeza? Porque el Señor, sabiendo las cosas secretas, fue paciente e interrogó a Simón, para que se avergonzaran los que, sin saberlo, se apresuraban a reprender, pero no a indagar. Pues si, oh hombre, antes de oír tu sentencia, no juzgué sobre ella, ¿por qué, antes de oír de mí, te apresuraste a reprender el caso de la pecadora? Esto se hizo para nuestra instrucción, para que fuéramos rápidos para indagar, pero lentos para dictar sentencia. Pues si aquel fariseo hubiera sido paciente, he aquí que el perdón que el Señor dio finalmente a la pecadora le habría enseñado todo. La paciencia suele conseguir todas las cosas para los que la consiguen.

XLIV

Mediante el perdón de los dos deudores, nuestro Señor condujo al perdón a aquel que necesitaba perdón, pero a cuyos ojos el perdón de las deudas era odioso. Porque aunque las deudas del fariseo necesitaban perdón, sin embargo, el perdón de las deudas de la mujer pecadora era odioso a sus ojos. Porque si hubiera habido este perdón de deudas en la mente del fariseo, no habría sido a sus ojos vergonzoso que esa mujer pecadora hubiera venido a pedir perdón de sus deudas a Dios y no a los sacerdotes; porque los sacerdotes no podían perdonar pecados como esos. Pero esta mujer pecadora, a partir de las obras gloriosas que nuestro Señor hizo, creyó que él también podía perdonar pecados. Porque sabía que quien es capaz de restaurar los miembros del cuerpo, también es capaz de limpiar las manchas del alma. Pero el fariseo, aunque era un maestro, no sabía esto. Porque los maestros de Israel solían ser necios, avergonzados por los despreciados y viles. Porque estaban avergonzados por aquel ciego al cual le decían: "Sabemos que este hombre es pecador" (Jn 9,24-31). Pero él les dijo: "¿Cómo me abrió los ojos? No los sé, sino que él me abrió los ojos" (Jn 9,24-31). Éstos son los maestros ciegos que fueron hechos guías para otros; y su perverso camino fue enderezado por un hombre ciego.

XLV

Mas escuchad ahora otra de las maravillas que hizo nuestro Señor. Porque aquel fariseo supuso que nuestro Señor no sabía que la mujer que le tocaba era pecadora; nuestro Señor hizo que los labios del fariseo fueran como las cuerdas de un arpa; y con sus mismos labios cantó cómo ella pisoteaba sus pecados, aunque él no lo sabía. Y aquel que, como si supiera, había reprendido, se convirtió en un arpa, con la que otro podía cantar lo que él sabía. Porque nuestro Señor comparó los pecados de la mujer pecadora con quinientos denarios, y los hizo llegar a oídos del fariseo mediante la parábola que había oído; y los volvió a sacar de su boca en el juicio que dictó; aunque Simón no sabía, cuando estaba juzgando, que esos quinientos denarios denotaban los pecados de la mujer pecadora. Y el fariseo que pensaba que nuestro Señor no tenía conocimiento de sus pecados, se encontró que él mismo no los tenía, cuando oyó hablar de esas deudas en la parábola, y dictó sentencia sobre ellas con su voz. Pero cuando nuestro Señor finalmente le explicó esto, entonces el fariseo supo que tanto sus oídos como sus labios eran, por así decirlo, instrumentos para nuestro Señor, a través de los cuales podía cantar las glorias de su conocimiento. Porque este fariseo era compañero de aquellos escribas, cuya sentencia el Señor por sus propias bocas dictó contra ellos: "¿Qué hará, pues, el Señor de la viña a aquellos labradores?" (Mt 21,40-44). Ellos le dijeron, contra sí mismos: "Los destruirá terriblemente, y alquilará la viña a labradores que le paguen el fruto a su tiempo". Ésta es la deidad a la que todas las cosas son fáciles, que por las bocas, las mismas bocas que la blasfemaron, pronunció la sentencia de esas mismas bocas contra ellos.

XLVI

Gloria sea, pues, a Aquel que es invisible y se vistió de invisibilidad para que los pecadores pudieran acercarse a él. Porque nuestro Señor no rechazó a la mujer pecadora como esperaba el fariseo, sino que descendió de una altura a la que nadie puede llegar, para que los humildes publicanos, como Zaqueo, pudieran llegar hasta él. Y la Naturaleza que nadie puede manejar se vistió de cuerpo (Is 6,7) para que todos los labios pudieran besarle los pies como lo hizo la mujer pecadora. Porque el alma sagrada estaba escondida dentro del velo de la carne, y así tocaba todos los labios inmundos y los santificaba. Así, Aquel a quien su apetito debía invitar a un banquete, sus pies invitaban a las lágrimas; él era el buen médico que salió para ir a la mujer pecadora que lo buscaba en su alma. Ella ungió los pies de nuestro Señor, pero no la cabeza, sino que fue pisoteada por todos. Los fariseos, que se justificaban a sí mismos y despreciaban a todo el mundo, la pisotearon. Pero él, el misericordioso, cuyo cuerpo puro santificó su impureza, tuvo compasión de ella.

XLVII

María ungió la cabeza del cuerpo de nuestro Señor (Mt 26,7) como señal de la mejor parte que había elegido. Y Cristo profetizó acerca de lo que su alma había elegido. Mientras Marta estaba abrumada con sus servicios, María anhelaba ser satisfecha con las cosas espirituales por Aquel que también nos satisface con las cosas corporales. Así, María lo refrescó con un ungüento precioso, como él la había refrescado a ella con su exaltada enseñanza. María, por medio del aceite, manifestó el misterio de su mortalidad, quien, por medio de su enseñanza, mortificó la concupiscencia de su carne. Así, la mujer pecadora, por el torrente de sus lágrimas, en plena seguridad fue recompensada con la remisión de los pecados a los pies de Jesús; y la que tenía el flujo de sangre, robó la curación del borde de su manto. Pero María recibió la bendición abiertamente de su boca, como recompensa por el servicio de sus manos sobre su cabeza, pues derramó sobre su cabeza el ungüento precioso y recibió de su boca una maravillosa promesa. Éste es el ungüento que fue sembrado arriba y dio fruto abajo. Porque ella lo sembró sobre su cabeza y recogió su fruto de entre sus labios: "Ella tendrá un nombre y este memorial en todo lugar donde se predique mi evangelio" (Mt 26,13). Por consiguiente, lo que ella recibió de él, él puede hacerlo pasar a todas las generaciones; y ninguna generación puede impedirlo. Porque el ungüento que ella derramó sobre su cabeza, dio su olor en presencia de todos los invitados y lo refrescó; así también el buen nombre que él le dio, pasa a través de todas las generaciones y le trae honor. Así como todos los que estaban en la fiesta eran conscientes de su ungüento, era necesario que todos los que vienen al mundo sean conscientes de su triunfo. Éste es un préstamo cuyo aumento se exige en todas las generaciones.

XLVIII

El sacerdote Simeón, al tomar en sus brazos a Jesús para presentarlo ante Dios, entendió al verlo que no lo presentaba, sino que él mismo se presentaba. Porque el Hijo no fue presentado por el siervo a su Padre, sino que el siervo fue presentado por el Hijo a su Señor. Porque no es posible que aquel por quien se presenta toda oblación sea presentado por otro. Porque la oblación no presenta al que la ofrece, sino que por los que la ofrecen se presentan las oblaciones. Así pues, el que recibe las oblaciones se dio a sí mismo para ser ofrecido por otro, para que los que lo presentaban, al ofrecerlo, fueran ellos mismos presentados por él. Porque así como dio su cuerpo para ser comido, para que al ser comido, diese vida a los que lo comían, así también se dio a sí mismo para ser ofrecido, para que por su cruz las manos de los que lo ofrecían fueran santificadas. Así pues, aunque los brazos de Simeón parecían presentar al Hijo, sin embargo, las palabras de Simeón testificaban que él era presentado por el Hijo. Por lo tanto, no podemos tener disputa acerca de esto, porque lo que se dijo puso fin a la disputa: "Ahora deja que tu siervo se vaya en paz" (Lc 2,29). Así que, el que es dejado partir para ir en paz a Dios, es presentado como ofrenda a Dios. Y para dar a conocer por quién fue presentado, dijo: "Mis ojos han visto tu misericordia" (Lc 2,30). Si no hubo gracia obrada en él, ¿por qué, pues, dio gracias? Pero con razón dio gracias, porque fue tenido por digno de recibir en sus brazos a Aquel a quien los ángeles y los profetas deseaban ver. Porque he aquí, mis ojos han visto tu misericordia. Entendamos, pues, y veamos. ¿Es misericordia lo que muestra misericordia a otro, o es lo que recibe misericordia de otro? Pero si la misericordia es lo que muestra misericordia a todos, bien llamó Simeón a nuestro Señor por el nombre de la misericordia que le mostró misericordia a él: Aquel que lo libró del mundo que está lleno de trampas, para que pudiera ir al Edén que está lleno de placeres. En efecto, el sacerdote dijo y testificó que había sido ofrecido como ofrenda para que, de en medio del mundo que perece, saliera y fuera guardado en el tesoro que está guardado. A aquel a quien le pueda suceder que lo que ha encontrado se pierda, le corresponde ser diligente para que se guarde. Pero para nuestro Señor no podía ser que se perdiera, sino que por él se encontró lo perdido. Así pues, por medio del Hijo que no podía perderse, fue presentado el siervo que deseaba mucho no perderse.¡Mirad! Mis ojos han visto tu misericordia. Es evidente que Simeón recibió gracia de aquel niño que llevaba en brazos. Porque interiormente recibió gracia de aquel Niño, a quien abiertamente recibió en sus brazos. Porque por medio de Aquel que era glorioso, aun cuando era llevado, siendo pequeño y débil, el que lo llevaba se hizo grande.

XLIX

Como Simeón soportó llevar en sus débiles brazos aquella majestad que las criaturas no podían soportar, es evidente que su debilidad se fortaleció con la fuerza que llevaba. Porque también Simeón, junto con todas las criaturas, fue secretamente sostenido por la fuerza omnipotente del Hijo. Ahora bien, es una maravilla que, exteriormente, fue él quien fue fortalecido al llevar a Aquel que lo fortaleció, pero interiormente fue la fuerza la que llevó a su portador. Porque la majestad se estrechó para que quienes la llevaban pudieran soportarla, a fin de que, en la medida en que esa majestad se rebajó a nuestra pequeñez, tanto más se elevara nuestro amor de todos los deseos de alcanzar esa majestad.

L

Así pues, la nave que transportaba a nuestro Señor, él fue quien la llevó, al impedir que el viento la hundiera. Paz, porque estás encerrada. Mientras estaba en el mar, su brazo se extendió hasta la fuente del viento (Mc 4,39), para encerrarla. La nave llevaba su humanidad, pero el poder de su divinidad llevaba la nave y todo lo que había en ella. Pero para mostrar que incluso su humanidad no necesitaba la nave, en lugar de las tablas que un carpintero junta y sujeta, él, como el arquitecto de la creación, hizo sólidas las aguas, las unió y las puso bajo sus pies. Así el Señor fortaleció las manos de Simeón el Sacerdote, para que sus brazos pudieran sostener en el templo la fuerza que lo sostenía todo; así como fortaleció los pies de Simeón el Apóstol, para que pudieran sostenerse sobre el agua. Y así el nombre que llevó el Primogénito en el templo fue llevado después por el Primogénito en el mar, para mostrar que, así como en el mar el que se ahogaba fue sostenido por él, no tuvo necesidad de ser sostenido por Simeón en tierra firme. Pero nuestro Señor levantó a Simeón abiertamente en medio del mar para enseñar que también en tierra firme lo sostuvo en secreto.

LI

El Hijo vino al siervo, mas no para que el siervo presentara al Hijo, sino para que el siervo, por medio del Hijo, presentara a su Señor el sacerdocio y la profecía, y los depositase junto a él. Pues la profecía y el sacerdocio, que fueron dados por medio de Moisés, fueron transmitidos, ambos, y llegaron a Simeón. Porque él era un vaso puro, que se santificó para ser como Moisés, capaz de ambos. Hay vasos pequeños que son capaces de grandes dones. Hay dones para los cuales uno es capaz, por razón de su gracia, pero muchos no son capaces de ellos, por razón de su grandeza. Así pues, Simeón presentó a nuestro Señor, y en él ofreció estas dos cosas; de modo que lo que fue dado a Moisés en el desierto, fue recibido de Simeón en el templo. Pero viendo que nuestro Señor es el vaso en el que habita toda plenitud, cuando Simeón lo estaba ofreciendo ante Dios, derramó sobre él como una ofrenda líquida esos dos dones: el sacerdocio de sus manos y la profecía de sus labios. El sacerdocio continuó en las manos de Simeón, a causa de sus purificaciones; y la profecía habitó en operación en sus labios, a causa de las revelaciones. Cuando entonces estos dos poderes vieron a Aquel que era Señor de ambos, los dos se unieron y se vertieron en el vaso que era capaz de ambos; que podía contener el sacerdocio, el reino y la profecía. Entonces ese niño, que fue envuelto en pañales, a causa de su gracia, se vistió a sí mismo con el sacerdocio y la profecía a causa de su majestad. Porque Simeón lo vistió con estos, y lo dio a la que lo había envuelto en pañales. Porque cuando lo dio a su madre, le dio junto con él el sacerdocio; y cuando le profetizó acerca de él que "éste está puesto para caída y para levantamiento" (Lc 2,34), también profetizó junto con él.

LII

María recibió a su primogénito y "lo envolvió". Estaba "envuelto en pañales", pero en secreto estaba revestido de profecía y sacerdocio. Todo lo que había sido transmitido de Moisés, lo recibió de Simeón, pero permaneció y fue poseído por el Señor de ambos. Así que el mayordomo primero, y el tesorero por último, entregaron las llaves del sacerdocio y de la profecía a Aquel que tiene autoridad sobre el tesorero de ambos. Por lo tanto, su Padre le dio el espíritu sin medida (Jn 3,34), porque todas las medidas del espíritu están bajo su mano. Y para que nuestro Señor pudiera mostrar que recibió las llaves de los mayordomos anteriores, dijo a Simón: "A ti te daré las llaves del reino de los cielos" (Mt 16,19). Pero ¿cómo habría podido dárselas a otro, si no las hubiera recibido de otro? Así pues, las llaves que había recibido de Simeón el Sacerdote, las dio a otro Simón el Apóstol; para que aunque el pueblo no hubiera escuchado al primer Simeón, los gentiles escucharan al segundo Simón.

LIII

Como Juan era el tesorero del bautismo, el Señor de la administración vino a él para recibir de él las llaves de la casa de la reconciliación. Porque Juan solía lavar con agua común las manchas de los pecados, para que los cuerpos pudieran llegar a ser dignos de la vestidura del Espíritu, dada por nuestro Señor. Por lo tanto, como el Espíritu estaba con el Hijo, vino a Juan para recibir de él el bautismo, para que pudiera mezclar con las aguas visibles el Espíritu invisible; para que aquellos cuyos cuerpos sintieran la humectación del agua, sus almas sintieran el don del Espíritu; para que así como los cuerpos sienten exteriormente el derramamiento del agua sobre ellos, así las almas puedan sentir interiormente el derramamiento del Espíritu sobre ellas. Así como el bautismo y el bautismo lo llevó consigo, así también cuando fue presentado en el templo, se revistió de profecía y sacerdocio, y salió llevando la pureza del sacerdocio sobre sus miembros puros, y llevando las palabras de la profecía en sus oídos maravillosos. Porque cuando Simeón estaba santificando el cuerpo del niño que santifica a todos, ese cuerpo recibió el sacerdocio en su santificación. Y de nuevo, cuando Simeón estaba profetizando sobre él, la profecía entró rápidamente en los oídos del niño. Porque si Juan saltó en el vientre y percibió la voz de la madre de nuestro Señor (Lc 1,41), ¿cuánto más nuestro Señor habría oído en el templo? Porque he aquí que fue por él que Juan supo oír en el vientre.

LIV

Cada uno de los dones que estaban guardados para el Hijo, él los tomó de su verdadero árbol. Porque recibió el bautismo del Jordán, aunque Juan todavía después de él solía. El sacerdocio del templo, aunque lo ejercía el sumo sacerdote Anás. También recibió la profecía que había sido transmitida entre los justos, aunque por ella Caifás, en son de burla, tejió una corona para nuestro Señor. Recibió el reino de la casa de David, aunque Herodes lo ocupaba y lo ejercía. Éste es el que voló y descendió de lo alto. Cuando todos los dones que había dado a los antiguos lo vieron, volaron de todas partes y se posaron en él, su dador. Porque se reunieron de todas partes para venir y ser injertados en su árbol natural. Porque habían sido injertados en árboles amargos (es decir, en reyes y sacerdotes malvados). Por eso se apresuraron a venir a su dulce estirpe paterna (es decir, a la deidad que en suficiencia descendió al pueblo de Israel), para que las partes de él pudieran ser reunidas en él. Y cuando recibió de ellos lo que era suyo, lo que no era suyo fue rechazado, ya que por amor a lo suyo había soportado también lo que no era suyo. Porque soportó la idolatría de Israel, por amor a su sacerdocio; y soportó a sus adivinos, por amor a sus profetas; y soportó su dominio malvado, por amor a su santa corona.

LV

Cuando nuestro Señor tomó para sí el sacerdocio de entre ellos, santificó con él a todos los gentiles. Y de nuevo, cuando tomó para sí la profecía, reveló por ella sus consejos a todas las naciones. Y cuando tejió su corona, ató al Fuerte que lleva cautivos a todos los hombres y reparte sus despojos. Estos dones eran estériles, como la higuera, que mientras era estéril de fruto, hizo estériles poderes tan gloriosos como estos. Por lo tanto, como estaba sin fruto, fue cortada, para que estos dones pudieran salir de ella y dar fruto abundante entre todos los gentiles. Así pues, Aquel que vino a hacer de nuestros cuerpos una morada para su morada, pasó por alto todas esas moradas. Que cada uno de nosotros sea, pues, una morada para Aquel que me ama. Vayamos a él y hagamos nuestra morada con él. Ésta es la deidad, a quien, aunque toda la creación no puede contener, un alma humilde y humilde basta para recibirlo.