BASILIO DE CESAREA
Discurso a los Jóvenes
I
Los jóvenes, necesitados de
instrucción, tanto profana como sagrada
Muchas consideraciones, queridos jóvenes, me impulsan a recomendaros los principios que considero más deseables y que creo os serán útiles si los adoptáis. Mi tiempo de vida, y mi formación multifacética, y mi adecuada experiencia en las vicisitudes de la vida, me han familiarizado tanto con los asuntos humanos, que puedo trazar el camino más seguro para quienes están comenzando sus carreras. Por el vínculo común de la naturaleza, tengo con vosotros la misma relación que con vuestros padres, de modo que no estoy ni un ápice por detrás de ellos en mi preocupación por vosotros. De hecho, si no malinterpreto vuestros sentimientos, ya no anheláis a vuestros padres, cuando acudís a mí. Si recibís mis palabras con alegría, estaríais en la segunda clase de aquellos que, según Hesíodo, merecen alabanza; Si no, no diría nada despectivo, pero sin duda que vosotros mismos recordaríais el pasaje en que dice aquel poeta: "Es mejor quien, por sí mismo, reconoce cuál es su deber. También es bueno quien sigue el camino marcado por los otros. Mas quien no hace ninguna de estas cosas no sirve para nada bajo el sol". No os sorprendáis si a vosotros, que asistís a la escuela a diario y que, a través de sus escritos, os relacionáis con los eruditos de la antigüedad, os digo que, por experiencia propia, he desarrollado algo más útil. Este es mi consejo: no entreguéis vuestras mentes incondicionalmente a estos hombres, como se entrega un barco al timón, para que lo sigan a su antojo. Antes bien, recibid todo lo valioso que os ofrezcan, mas reconoced también todo lo que es prudente ignorar. Por consiguiente, a partir de ahora abordaré y analizaré los escritos paganos, y cómo distinguirlos. Para el cristiano, la vida eterna es la meta suprema, y la guía para esta vida son las Sagradas Escrituras. Mas como los jóvenes no podéis apreciar los profundos pensamientos que éstas contienen, debéis estudiar primero los escritos profanos, en los que la verdad aparece como en un espejo.
II
El fin de la vida, conseguir la vida eterna
Nosotros, jóvenes cristianos, no sostenemos que esta vida humana es lo sumamente precioso, ni una bendición incondicional la que nos beneficia tan sólo en esta vida. Nosotros no consideramos el orgullo de la ascendencia, ni la fuerza física, ni la belleza, ni la grandeza, ni la estima de todos, ni la autoridad real, ni ningún asunto humano grande, digno de deseo. Tampoco consideramos a sus poseedores como objeto de envidia, sino que depositamos nuestras esperanzas en las cosas del más allá, y como preparación para la vida eterna hacemos todo lo que hacemos. En consecuencia, decimos que debemos amar y perseguir con todas nuestras fuerzas todo aquello que nos ayude a lograr este fin, y aquello que no tiene relación con ello lo consideramos como nada. No obstante, explicar qué es esta vida, y cómo hemos de vivirla, requiere más tiempo del que disponemos, y oyentes más maduros que vosotros. Al decir esto, quizás os he dejado suficientemente claro que si uno estimara y reuniera toda la riqueza terrenal desde la creación del mundo, no la encontraría comparable ni con la más mínima parte de las posesiones celestiales. Más bien, todas las cosas preciosas de esta vida son tan inferiores al menor bien de la otra vida, como la sombra o el sueño con la realidad. Para valerme de una comparación más natural, en la medida en que el alma es superior al cuerpo en todo, en la misma medida es la otra vida superior a esta.
III
El conocimiento profano, necesario para la mente
Como vuestra inmadurez os impide comprender el profundo pensamiento de las divinas Escrituras, queridos jóvenes, ejercitaré vuestra percepción espiritual en los escritos profanos, porque también en ellos percibimos la verdad entre sombras y espejos. Así, imitaremos a quienes realizan ejercicios militares, y adquieren destreza en la gimnasia para luego cosechar en la batalla la recompensa de su entrenamiento. La mayor de todas las batallas nos espera, y por eso hemos de prepararnos para ella, sufriendo algo para obtenerlo todo. En definitiva, os voy a familiarizar con los poetas, historiadores, oradores y todos los hombres que puedan contribuir a la salvación de vuestra alma. Así como los tintoreros preparan la tela antes de aplicar el tinte, ya sea púrpura o de cualquier otro color, así también vosotros, si queréis preservar indelebles en la idea de la verdadera virtud, debéis iniciarnos primero en la tradición pagana, para luego prestar especial atención a las enseñanzas sagradas y divinas. Por poner un ejemplo, primero nos acostumbramos al reflejo del sol en el agua, y luego nos volvemos capaces de volver nuestros ojos hacia el mismísimo sol. Si existe alguna afinidad entre las dos literaturas, la profana y la bíblica, conocerlas nos sería útil en nuestra búsqueda de la verdad. La comparación, al enfatizar el contraste, será de gran utilidad para fortalecer nuestra estima por la mejor. ¿Con qué podré comparar estos dos tipos de educación, para obtener un símil? Lo haré con un árbol, cuya misión principal es dar su fruto en su estación. De igual manera que el árbol produce como adorno las hojas que se agitan en sus ramas, así también el verdadero fruto del alma es la verdad. Sin embargo, no deja de ser ventajoso para ella abrazar la sabiduría pagana, pues también las hojas ofrecen refugio al fruto, y una aparición oportuna. Moisés, cuyo nombre es sinónimo de sabiduría, se dedicó rigurosamente a la erudición de los egipcios, y así llegó a ser capaz de apreciar a Dios. De manera similar, en días posteriores, el sabio Daniel estudió la tradición de los caldeos mientras estaba en Babilonia, y después de eso adoptó las enseñanzas sagradas. Con esto, está demostrado que la erudición pagana no es, para nada, infructuosa para el alma.
IV
Los conocimientos profanos, necesitados de discernimiento
Analizo a continuación hasta qué punto se puede profundizar en la sabiduría pagana. Para empezar, los poemas de los poetas albergan todos los grados de excelencia, y por eso no se pueden leer sin omitir una sola palabra. Cuando los poetas relatan las palabras y hechos de hombres buenos, se les debe alabar, emulando con ahínco su conducta. Mas cuando retratan una conducta vil, hay que huir de ellos y taparse los oídos, de igual manera que Odiseo huyó del canto de las sirenas. ¿Por qué? Porque la familiaridad con los escritos malignos allana el camino para las malas acciones. Por tanto, el alma debe ser custodiada con gran cuidado, no sea que por nuestro amor a las letras se contamine inadvertidamente, de igual manera que muchos beben veneno con miel. No elogiaremos tampoco a los poetas cuando se mofen y despotriquen, o cuando presenten a los fornicadores y bebedores de vino, o cuando definan la dicha existente en las mesas quejumbrosas y canciones lascivas. Menos aún les escucharemos cuando nos hablen de sus dioses, y especialmente cuando los representen como muchos, y no como uno solo Dios entre ellos. Entre esos dioses, el hermano está en desacuerdo con el hermano, o el padre con sus hijos. Los hijos libran una guerra sin tregua contra sus padres, y los adulterios y amoríos se suceden sin parar, especialmente en aquel a quien llaman Zeus, jefe de todos y cuyas acciones son son siquiera mencionables, porque son perores que las de las bestias. Sin sonrojarnos, queridos jóvenes, dejaremos al punto el escenario. Digo lo mismo para los historiadores, especialmente cuando inventan historias para el entretenimiento de sus oyentes. Ciertamente, tampoco seguiremos el ejemplo de los retóricos en el arte de la mentira. Ni en los tribunales, ni en otros asuntos comerciales, la falsedad os servirá de nada, queridos jóvenes, sobre todo si decidís elegir el camino recto y verdadero de la vida. Además, el evangelio prohíbe recurrir a los tribunales. Por otro lado, recibiremos con gusto aquellos pasajes en los que se alaba la virtud o se condena el vicio. Así como las abejas saben extraer miel de las flores, que a los hombres sólo les agradan por su fragancia y color, así también aquí quienes buscan algo más que placer y disfrute en tales escritores, y pueden obtener beneficios para sus almas. Ahora bien, debemos usar estos escritos a la manera de las abejas, pues las abejas no visitan todas las flores sin discernimiento, ni buscan llevarse enteras las que toman, sino que, tras tomar sólo lo que se adapta a sus necesidades, dejan ir el resto. Así pues, nosotros, si somos sabios, tomaremos de los libros paganos lo que nos convenga y acerque a la verdad, y pasaremos por alto el resto. Así como al seleccionar rosas evitamos las espinas, de estos escritos recogeremos todo lo útil y nos protegeremos de lo nocivo. Así pues, desde el principio, debemos examinar cada una de sus enseñanzas, para armonizarla con nuestro propósito final, según el proverbio dórico que dice "probar cada piedra con el cordel".
V
La virtud filosófica, digna de ser aprendida
Puesto que debemos alcanzar la vida venidera mediante la virtud, nuestra atención no debe centrarse sólo en los numerosos pasajes de los poetas e historiadores, sino de forma especial en los filósofos, en los que se alaba la virtud misma. Con esto, no será nimio que la virtud se convierta en un hábito en la juventud, cuando el alma es todavía plástica e indeleble. De hecho, si no era para incitar a la juventud a la virtud, ¿qué significado podría tener Hesíodo, cuando dice que "áspero y duro es el comienzo, y empinado, y lleno de trabajo y dolor, el camino que conduce a la virtud"? Por lo tanto, debido a la pendiente, y como sigue diciendo Hesíodo, "no a todo hombre le es concedido emprender el camino, ni a quien lo ha emprendido le es fácil alcanzar la cima". Cuando se llega a la cima, concluye diciendo el filósofo heleno, "se ve que el camino de la virtud es llano y hermoso, y fácil y ligero, y más agradable que el otro que conducía a la maldad", de la cual el mismo poeta dijo que uno podía encontrarla a su alrededor en gran abundancia. A mí me parece que no tenía otro propósito Hesíodo, al decir estas cosas, que exhortarnos a la virtud e incitarnos a la valentía, para que no desfallezcamos en nuestros esfuerzos antes de alcanzar la meta. Ciertamente, si alguien alaba la virtud de forma similar, recibiremos sus palabras con agrado, ya que nuestro objetivo es común. Hay otro ejemplo notable de esto: Homero. Este filósofo hizo que la princesa reverenciara al líder de los cefalenios (desnudo, náufrago y solitario), y luego hizo que Odiseo careciera por completo de vergüenza al verse desnudo y solitario, ya que "la virtud le servía de vestidura". Más adelante, hizo que Odiseo fuera estimado por los feacios, y que abandonaran el lujo en que vivían, y que le emularan hasta el punto de querer soportar el naufragio. El intérprete de la mente poética argumentó que, en este episodio, Homero vino a decir con toda claridad que "la virtud nada a la orilla con el náufrago, y cuando éste llega desnudo a la playa, lo hace más honrado que los prósperos feacios". En efecto, esto es cierto, pues las posesiones no pertenecen a un dueño más que a otro, y como cuando los hombres juegan a los dados, ahora le toca a esto a uno, y aquello a otro. La virtud es la única posesión segura, y la que permanecerá con nosotros, vivos o muertos. Por tanto, me parece que Solón tenía en mente a los ricos cuando dijo: "No cambiaremos nuestra virtud por su oro, pues la virtud es una posesión eterna, mientras que las riquezas cambian constantemente de dueño". De igual modo, Teognis dijo que Dios (sea cual sea su significado) inclina la balanza a favor de los hombres, ahora de una manera, ahora de otra, dando a unos riquezas y a otros pobreza. También Pródico, el sofista de Ceos, cuya opinión no ha de ser menospreciada, expresó ideas similares sobre la virtud y el vicio. No recuerdo las palabras exactas en prosa sencilla, pero su pensamiento decía más o menos así: Siendo Hércules aún joven, y mientras debatía qué camino elegir (el que conducía a la virtud mediante el trabajo, o su alternativa más fácil), dos mujeres aparecieron ante él, la virtud y el vicio. Aunque no dijeron una palabra, la diferencia entre ellas se hizo evidente en su semblante. La una se había arreglado para agradar a la vista, mientras exhalaba encantos y una multitud de deleites pululaba en su séquito. Con tal despliegue, y prometiendo aún más, intentó atraer a Hércules a su lado. La otra, demacrada y escuálida, lo miró fijamente y dijo algo muy distinto. No prometió nada fácil ni atractivo, sino infinitos trabajos y peligros en cada tierra y en cada mar. Como recompensa por estas pruebas, la virtud se convertiría en un dios, según nuestro autor, y por esto último optó finalmente Hércules.
VI
La virtud humana, digna de ser aceptada
Casi todos los que han escrito sobre la sabiduría han ensalzado la virtud en mayor o menor medida, en proporción a sus diversas capacidades. A estos hombres se les debe obedecer, y se debe procurar que sus palabras se hagan realidad en la vida. En efecto, quien con sus obras ejemplifica la sabiduría que para otros es sólo cuestión de teoría, "respira, mientras que todos los demás revolotean como sombras". Creo que es como si un pintor representara alguna maravilla de belleza masculina, y el sujeto fuera en realidad el hombre que el artista retrata en el lienzo. En cambio, es propio de los escenarios teatrales alabar la virtud en público (con palabras brillantes y discursos largos), mientras que en privado se prefieren los placeres a la templanza y el interés propio a la justicia. Además, los actores a menudo aparecen como reyes y gobernantes, aunque no son ni hombres ni mujeres, ni siquiera genuinamente libres. En cambio, un músico difícilmente toleraría una lira desafinada, ni un coreógrafo un coro que no canta en perfecta armonía. ¿Por qué? Porque todo aquel que no conforma su vida con sus palabras, sino que dice con Eurípides "la boca ha jurado, mas el corazón no conoce juramento", lo que está buscando es la apariencia de virtud, más que la realidad. Aparentar ser bueno cuando no se es, si respetamos la opinión de Platón, el colmo de la injusticia.
VII
Los actos virtuosos, dignos de ser imitados
Debéis recibir sabiamente, oh jóvenes, aquellas palabras de los autores paganos que contienen sugerencias sobre las virtudes. No obstante, dado que también las hazañas renombradas de los héroes de la antigüedad son conservadas, tanto por la tradición como en las páginas de los poetas o historiadores, no debemos dejar de aprovecharlas. Un hombre de la calle se burlaba en cierta ocasión de Pericles, pero él, mientras tanto, no le hacía caso. Durante todo el día, aquel hombre le inundaba de reproches, pero él, por su parte, no se importunaba. Cuando ya era de noche, y aquel hombre aún se aferraba a él, Pericles lo escoltó con una luz, para que no fallara en la práctica de la filosofía. En otro caso, un hombre furioso amenazó y juró la muerte de Euclides de Megara, pero éste juró que el hombre se apaciguaría y cesaría su hostilidad hacia él. ¡Qué valioso es tener estos ejemplos en mente, cuando uno se deja llevar por la ira! Por otro lado, hay que ignorar por completo la tragedia palabrera que dice que "la ira arma la mano contra el enemigo"; pues es mucho mejor no ceder a la ira que ceder. En otro caso, cierto hombre golpeaba a Sócrates, hijo de Sofronisco, en la cara. Sin embargo, Sócrates no se resintió, sino que dio rienda suelta a la ira del rufián, de modo que su rostro quedó hinchado y amoratado por los golpes. Cuando dejó de ser golpeado, Sócrates se limitó a escribir en su frente, como un artesano en una estatua, quien lo hizo, y así se vengó. Dado que estos ejemplos casi coinciden con nuestras enseñanzas, sostengo que tales hombres son dignos de emulación. Esta conducta de Sócrates es similar al precepto de que "a quien te golpea en una mejilla, le ofrecerás también la otra". La conducta de Pericles y de Euclides también se ajusta al precepto que dice: "Someteos a quienes os persiguen y soportad su ira con mansedumbre", y a este otro: "Reza por tus enemigos y no los maldigas". Quien haya sido instruido en los ejemplos paganos, por tanto, ya no considerará impracticables los preceptos cristianos. Pero no pasaré por alto la conducta de Alejandro Magno, que al tomar cautivas a las hijas de Darío (consideradas de una belleza excepcional) ni siquiera las miró, pues consideraba indigno de quien conquistaba hombres ser esclavo de mujeres. Esto concuerda con la afirmación de que "quien mira a una mujer para codiciarla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón". Es difícil creer que la acción de Clinias, uno de los discípulos de Pitágoras, fuera de conformidad accidental con nuestras enseñanzas, y no una imitación intencionada de ellas. ¿En qué consistió, en concreto, su acción? Al prestar juramento, podría haber evitado una multa de tres talentos. Sin embargo, en lugar de hacerlo, la pagó, aunque podría haber jurado con sinceridad. Me inclino a pensar que había oído hablar del precepto bíblico que nos prohíbe jurar.
VIII
Concentrar todas las energías en lo que uno busca
Volviendo a la idea inicial, no debemos aceptar todo sin distinción, sino sólo lo útil. Sería vergonzoso rechazar alimentos beneficiosos, pero aceptar tal cual todos los estudios sobre el alma sería como meterse en un torrente que arrastra todo lo que se le acerca a su camino, y se lo apropia. Si el timonel no abandona ciegamente su barco a los vientos, sino que lo guía hacia el fondeadero, o si el arquero dispara a su blanco, o si el metalúrgico o el carpintero buscan producir los objetos para los que existe su oficio, ¿habría razón en que nos viéramos superados por estos hombres, meros artesanos como son, en la rápida apreciación de nuestros intereses? ¿Acaso no hay un fin en el trabajo del artesano, o una meta en la vida humana, para quien no quiera parecerse por completo a los animales irracionales? Si llevásemos sin inteligencia el timón de nuestras almas, como barcos sin lastre, seríamos llevados de aquí para allá a través de la vida, sin plan ni propósito. Se puede encontrar una analogía en las competiciones atléticas, pues los contendientes se preparan mediante un entrenamiento preliminar para aquellos eventos en los que se ofrecen coronas de victoria, y nadie, entrenado para la lucha libre o para el pancracio, se prepararía para tocar la lira o la flauta. Al menos Polidamante no lo haría, pues antes de los Juegos Olímpicos solía detener el carro en marcha, endureciéndose a asistir. Tampoco Milón podría ser empujado de su escudo manchado, pues empujado como estaba, se aferró a él con la firmeza de estatuas soldadas con plomo. En una palabra, con su entrenamiento se preparaban los atletas para las competiciones. Si se hubieran entretenido con los aires de Marsias o del Olimpo, o los frigios hubieran abandonando el polvo y el ejercicio, ¿habrían ganado laureles y coronas, o habrían evitado ser ridiculizados por su incapacidad física? Por otra parte, el músico Timoteo no dedicó su tiempo a las escuelas de lucha libre, pues entonces no habría sobresalido en la música, ni hubiera sido tan diestro en despertar las pasiones con sus melodías ásperas y vehementes, o en calmarlos y apaciguarlos con sus melodías suaves. Por este arte, cuando una vez interpretó aires frigios en la flauta para Alejandro, se dice que incitó al general a las armas en medio de un festín, y luego, con música más suave, lo devolvió a sus amigos juerguistas. Tal capacidad para alcanzar el objetivo, ya sea en la música o en las competiciones atléticas, se desarrolla con la práctica. He recordado las coronas y a los luchadores. Estos hombres soportan incontables penurias, emplean todos los medios para aumentar su fuerza, sudan incesantemente en su entrenamiento, reciben muchos golpes del maestro, adoptan el modo de vida que él prescribe, aunque sea de lo más desagradable. En una palabra, rigen toda su conducta de tal manera que toda su vida es una preparación para la contienda. También se desnudan para la arena, y lo soportan todo y lo arriesgan todo. Lo hacen para recibir una corona de olivo, de perejil o de alguna otra rama, y ser anunciados por el heraldo como vencedores. ¿Será posible entonces para vosotros, jóvenes cristianos, a quienes se os ofrecen recompensas más maravillosas en número y en esplendor, dormiros profundamente y llevar vidas despreocupadas, esforzándoos tan sólo tibiamente? Sin duda, si una vida ociosa fuera algo loable, Sardanápalo se llevaría el primer premio, o incluso Margitas, a quien Homero no catalogó como agricultor ni viñador, ni nada más útil. ¿No hay más bien verdad en la máxima de Pítaco que dice "es difícil ser bueno"? Sobre todo porque, después de haber soportado muchas dificultades, apenas alcanzaremos esas bendiciones a las que, como se dijo antes, nada en la experiencia humana es comparable. Por lo tanto, no debemos ser frívolos ni cambiar nuestras esperanzas inmortales por una ociosidad momentánea, no sea que nos sobrevengan reproches y nos sobrevenga el juicio. Y no precisamente aquí entre los hombres, sino ante el tribunal de la justicia divina. Quien involuntariamente viola sus obligaciones, quizás recibirá algún perdón de Dios, mas quien deliberadamente elige una vida de maldad, sin duda que tendrá que soportar un castigo mucho mayor.
IX
La corona celestial, conseguida mediante el autocontrol y el desprecio de
riqueza y fama
¿Qué debemos hacer entonces?, podría preguntarse alguno. ¿Y qué otra cosa sino cuidar el alma, sin dejar un momento de ocio para otras cosas? Sobre todo, no debemos servir al cuerpo más de lo absolutamente necesario, sino hacer todo lo posible por el alma, liberándola de la esclavitud de la comunión con los apetitos corporales. Al mismo tiempo, debemos hacer que el cuerpo sea superior a la pasión. Debemos proveerle del alimento necesario, sin duda, pero no con exquisiteces, como hacen quienes buscan camareros y cocineros por todas partes, y recorren tierra y mar, o como quienes pagan tributo a un tirano severo. Este es un oficio despreciable, en el que se soportan cosas tan insoportables como los tormentos del infierno, donde se peina la lana en el fuego, o se extrae agua en un colador y se vierte en una tinaja perforada, y donde el trabajo nunca se termina. Dedicar más tiempo del necesario al peinado y la ropa es, en palabras de Diógenes, propio de los desafortunados. En efecto, ¿qué diferencia hay para un hombre sensato si viste una túnica de gala o una prenda barata, siempre que esté protegido del calor y del frío? Del mismo modo, en otros asuntos debemos regirnos por la necesidad, y sólo cuidar el cuerpo en la medida en que sea beneficioso para el alma. Para quien es realmente hombre, no es menos vergonzoso ser un petimetre o un consentidor del cuerpo que ser víctima de cualquier otra pasión vil. De hecho, ser muy celoso en embellecer el cuerpo no es señal de un hombre que se conoce a sí mismo, ni que siente la fuerza de la sabia máxima que dice: "No lo que se ve es el hombre". Es decir, que se requiere una facultad superior para que cualquiera de nosotros, sea quien sea, se conozca a sí mismo. Más difícil es para un hombre impuro, que para uno puro, estos principios generales. ¿Por qué? Porque la pureza de alma desdeña los placeres sensuales, se niega a deleitarse con las payasadas insensatas de los bufones, rehuye los cuerpos que incitan a la pasión y cierra los oídos a las canciones que corrompen la mente (pues las pasiones, hijas del servilismo y la bajeza, son producidas por este tipo de música). Respecto a esto último, debemos emplear la clase de música que sea la mejor en sí misma, y que conduzca a cosas mejores, como la compuesta por David, el salmista sagrado que usó la música para apaciguar la locura del rey. También cuenta la tradición que, cuando Pitágoras se topó con unos juerguistas ebrios, ordenó al flautista (que dirigía la fiesta) que cambiara la melodía e interpretara una melodía dórica, y que el canto los tranquilizó tanto que arrojaron sus coronas y regresaron a casa avergonzados. Otros, al son de la flauta, deliran como coribantes y bacantes. Tan grande es la diferencia entre prestar oído a música sana o música viciosa. Por lo tanto, queridos jóvenes, deberíais tener menos que ver con la música de tal influencia que con otras cosas infames. Me avergüenza prohibiros que llenéis el aire con toda clase de perfumes fragantes, o que os untéis con ungüentos. Además, ¿qué otro argumento se necesita contra la búsqueda de la satisfacción del apetito, que el de que obliga a quienes la persiguen, como animales, a convertir sus vientres en un dios? En una palabra, quien no quiera hundirse en el fango de la sensualidad, debe considerar el cuerpo entero de poco valor. O debe, como dice Platón, "prestarle sólo la atención que le permita alcanzar la sabiduría". Como dice San Pablo, en un pasaje similar, "que nadie se afane por la carne para satisfacer sus concupiscencias". ¿Dónde está la diferencia entre quienes se esfuerzan por la perfección del cuerpo, pero ignoran el alma (para cuyo uso está diseñada), y quienes son escrupulosos con sus herramientas, pero descuidan su oficio? Por el contrario, uno debe disciplinar la carne y dominarla, como se controla a un animal feroz, y calmar, con el látigo de la razón, la inquietud que engendra en el alma, y no, dando rienda suelta al placer, descuidar la mente, como un auriga es arrebatado por caballos indomables y frenéticos. Así pues, recordemos la observación de Pitágoras, quien, al enterarse de que uno de sus seguidores estaba engordando mucho por la gimnasia y la comida copiosa, le dijo: "¿No dejarás de hacerte más dura tu prisión?". Se dice que, como Platón previó la peligrosa influencia del cuerpo, eligió una zona insalubre de Atenas para su Academia, con el fin de eliminar el exceso de bienestar corporal, como se podan los sarmientos de la vid. De hecho, incluso he oído a médicos decir que la excesiva salud es peligrosa. Puesto que, pues, este cuidado exagerado del cuerpo es perjudicial para el propio cuerpo y un obstáculo para el alma, es una auténtica locura ser esclavo del cuerpo y servirle. Si descuidáramos la atención al cuerpo, correríamos poco peligro de apreciar cualquier otra cosa indebidamente. Pues ¿de qué sirven ahora las riquezas si uno desprecia los placeres de la carne? Ciertamente no veo ninguna, a menos que, como en el caso de los dragones mitológicos, haya alguna satisfacción en guardar un tesoro escondido. En verdad, quien hubiera aprendido a ser independiente de este tipo de cosas se resistiría a intentar algo ruin o bajo, ni de palabra ni de obra. Porque lo superfluo, ya sea el polvo de oro de Lidia, o el trabajo de las hormigas recolectoras de oro, lo desdeñaría en proporción a su inutilidad y haría de las necesidades de la vida, no de sus placeres, la medida de la necesidad. En verdad, quienes exceden los límites de la necesidad, como hombres que se deslizan por un plano inclinado, no pueden encontrar un punto de apoyo para frenar su precipitada caída, pues cuanto más logran reunir, tanto o incluso más necesitan para satisfacer sus deseos. Como dice Solón, hijo de Execestides, "no hay límite definido para la riqueza de un hombre". Además, conviene escuchar a Teognis, el maestro que, sobre este punto, dice: "No anhelo ser rico, ni pido riquezas, sino que se me conceda vivir con poco, sin sufrir ningún mal". También admiro el desprecio absoluto por todas las posesiones humanas que expresó Diógenes, quien se mostró más rico que el gran rey persa, pues necesitaba menos para vivir. Por nuestra parte, solemos conformarnos con nada, salvo con los talentos del misio Pitio, que poseía acres de tierra ilimitados y más rebaños de ganado que los que se pueden contar. Si las riquezas os faltan, queridos jóvenes, no os lamentéis por ellas. Y si las tenéis, no penséis tanto en ellas, sino usarlas correctamente. Sócrates expresó una idea admirable, cuando dijo que un hombre rico y orgulloso de su fortuna nunca fue objeto de admiración hasta que aprendió que sabía cómo usar su riqueza. Si Fidias y Policleto se hubieran enorgullecido del oro y el marfil con que uno construyó la estatua de Júpiter de Élide, y el otro la de Juno de Argos, habrían sido objeto de burla, pues se enorgullecían de un tesoro producido sin mérito propio y descuidaban su arte (del cual el oro cobraba mayor belleza y valor). ¿Acaso pensaremos que somos menos susceptibles de reproche si sostenemos que la virtud no es, en sí misma, un adorno suficiente? ¿Acaso, mientras ignoramos las riquezas y desdeñamos los placeres sensuales, cortejaremos la adulación y los elogios efusivos, rivalizando con el zorro de Arquíloco en astucia y habilidad? En verdad, no hay nada de lo que el sabio deba cuidarse más que de la tentación de vivir para la alabanza y estudiar lo que agrada a la multitud. Más bien, la verdad debería ser la guía de la vida, de modo que si uno debe hablar en contra de todos los demás, y estar en desgracia y en peligro por causa de la virtud, no se debería desviar en absoluto de lo que considera correcto. De lo contrario, ¿cómo diríamos que difiere del sofista egipcio, que a su antojo se convertía en árbol, en animal, fuego, agua o cualquier otra cosa? Tal hombre, tanto ahora alaba la justicia (a quienes la estiman), como expresa sentimientos opuestos (cuando ve que el mal tiene buena reputación). Ésta es la artimaña del adulador. Así como se dice que el pólipo adopta el color del suelo sobre el que yace, así conforma sus opiniones dicho adulador a las de sus compañeros.
X
El conocimiento profano, necesario para el
futuro
Sin duda, nosotros nos familiarizamos más íntimamente con los preceptos en las Sagradas Escrituras. No obstante, también es necesario trazar la silueta de la virtud en los autores paganos. Quienes recopilan cuidadosamente lo útil de cada libro suelen, como ríos caudalosos, obtener accesos por doquier a las diversas ramas del saber. En consonancia con esto, y cuando su hijo estaba a punto de partir hacia Egipto, y le preguntaba qué camino podía seguir, Bias le respondió: "Acumula recursos para el viaje de la vejez". Por recursos se refería a la virtud, pero le imponía demasiadas restricciones, ya que limitaba su utilidad a la vida terrenal. Si alguien menciona la vejez de Titono, o de Argantonio, o de aquel Matusalén (de quien se dice que solo le faltaban treinta años para ser milenario), o incluso si calcula todo el período desde la creación, me reiré como un niño, pues yo también anhelo esa larga edad eterna, cuya extensión no tiene límites para la mente humana, como tampoco los hay para la vida inmortal. Para el viaje de esta vida eterna, os aconsejo, queridos jóvenes, que administréis vuestros recursos, sin dejar piedra sin remover (como dice el proverbio) de donde podáis obtener alguna ayuda. No os acobardéis ante esta tarea, por muy dura y laboriosa que sea, sino recordad el precepto de que "todo hombre debe elegir la vida mejor". Sería vergonzoso desperdiciar el presente, y luego evocar con angustia el pasado, cuando ya no queda tiempo futuro.
XI
Los preceptos inferiores, tan importantes como los superiores
Os he explicado ya, queridos jóvenes, algunas cosas que considero deseables. Otras las seguiré aconsejando mientras me sea posible. Ahora bien, como los enfermos se dividen en tres clases, según el grado de su enfermedad, ¡que vosotros no parezcáis pertenecer a la tercera clase incurable, ni presentéis una dolencia espiritual como la de vuestros cuerpos! Quienes están ligeramente indispuestos visitan a los médicos en persona, y quienes sufren una enfermedad violenta llaman a los médicos. En cambio, quienes sufren una melancolía irremediable del alma, ni siquiera admiten que la padecen. ¡Que no sea ésta vuestra situación, como sería el caso si rehuís estos consejos acertados!