JUAN CRISÓSTOMO
Juliano de Anazarba
I
Los atletas de los certámenes luchan en una misma palestra, y cuando vencen son proclamados triunfadores y son coronados. Pues bien, no así sucede con nuestros atletas de la piedad, que luchan en el siglo presente pero son coronados en el futuro. Aquí lucharon contra el demonio y vencieron, y allá son proclamados vencedores. Y a fin de que comprendáis cómo lo dicho es la verdad, escuchad a Pablo: "Luché una buena batalla, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Por lo demás, reservada me está la corona de justicia". ¿Dónde y cuándo? La que me dará en aquel día el Señor, justo Juez. Aquí compitió Pablo en la carrera y allá es coronado, aquí venció y allá es proclamado triunfador.
II
Nuestro bienaventurado mártir Juliano fue originario de la nación de Cilicia, de donde también lo fue Pablo. Ambos fueron ciudadanos de esa región, y ambos vinieron hasta aquí desde ella, como ministros de la Iglesia. Una vez que estuvo patente la palestra de la piedad, y la ocasión misma llamaba al combate, nuestro bienaventurado Juliano vino a caer en manos de una bestia terrible, que en aquel entonces ejercía las funciones de juez. Poned atención a sus maquinaciones. Cuando el malvado juez vio al bienaventurado dotado de fortaleza de ánimo, y que su firmeza y vigor no podían ser doblegados mediante la fuerza de los suplicios, le puso delante dilaciones y retardos, y lo hizo entrar y salir con frecuencia del tribunal. No le cortó la cabeza el mismo día de la primera audiencia, a fin de que la brevedad del suplicio no le facilitara la consumación de la carrera, sino que cada día lo hacía introducir al tribunal, lo hacía salir, multiplicaba los interrogatorios, lo amenazaba con mil tormentos, lo halagaba con palabras de adulación, ponía en juego todas sus artes y se esforzaba por desmoronar aquel firme fundamento. Durante un año entero lo fue llevando a través de toda Cilicia, y lo fue cubriendo de ignominia. No obstante, lo que él no sospechaba es que con eso hacía más ilustre al mártir, que como Pablo clamaba: "Dios hace triunfar a Cristo en nosotros, y da a conocer el perfume de su conocimiento por medio nuestro en todas partes".
III
Así como el bálsamo, cuando está depositado en un sitio cerrado, solamente impregna con su aroma aquel aire ambiental, y cuando se esparce por muchos lugares a todos los llena de su olor, así exactamente sucedió con este mártir. En aquel tiempo, Juliano era llevado por todas partes, para que con eso quedara notado de ignominia. No obstante, sucedía todo lo contrario, porque con aquel paseo el atleta aparecía más glorioso, y a todos los habitantes de Cilicia los convertía en émulos de fortaleza. Era llevado por todas partes a fin de que conocieran sus batallas personalmente, y no sólo por lo que se decía de ellas, y todos lo presenciaran vencedor y coronado. Cuanto más largas le disponían las vueltas y marchas por el estadio, tanto más ilustres resultaban sus caminos. Cuanto mayores palestras le ponían delante, tanto más admirables eran sus batallas. Cuanto más se alargaba el tiempo de la aflicción, tanto más probada quedaba su paciencia.
IV
El oro, cuanto más tiempo está sujeto a la naturaleza del fuego, tanto sale más puro. Y así, el alma de este santo, puesta a prueba una vez y otra, salía cada vez más brillante, y acumulaba las victorias sobre sí mismo y sobre el demonio. A cada demostración de crueldad por parte de los gentiles, una nueva señal de piedad surgía por parte de los cristianos, y nuevos milagros de Cristo, y nuevos alicientes para los fieles perseveraran en los tormentos con ánimo alegre, y nuevos pregones de la gloria divina, y nuevas clases maestras ante semejantes batallas.
V
Juliano, lanzando con sus hechos una voz más penetrante que la de una trompeta, a todos persuadía a imitarle. Sin lanzar palabra alguna, a todos arrastraba a dar gloria de Dios, y a admirar al Creador, y a poner en el cielo sus miradas. En efecto, no hacen al cielo tan bello los coros de los astros, cuanto la sangre de las heridas y el cuerpo resplandeciente de los mártires. Para que veáis que las llagas del mártir eran más esplendorosas que el cielo punteado de estrellas, poned atención.
VI
El cielo y sus estrellas es contemplado tanto por hombres como por demonios. En cambio, las heridas del mártir las ven sólo los ojos de la fe, mientras que los demonios no se atreven a mirarlas. Más aún, si acaso se atreven o se esfuerzan por poner en ellas los ojos, al punto quedan privados de luz y no pueden soportar el fulgor que de ellas se deriva. Esto es lo que lo voy a demostrar, y no sólo por lo que a Juliano le sucedió, sino por lo que actualmente sucede. Ea, tomad a alguno que esté poseído por el demonio, y llévalo al sepulcro en que se contienen las reliquias del mártir. ¿Qué es lo que sucede? Esto mismo: que el endemoniado, al instante, pega un brinco y sale huyendo de allí. Como si hubiera de caminar sobre brasas, así se echa hacia atrás el poseído, y ya desde el vestíbulo mismo no se atreve ni a lanzar sus miradas sobre aquella urna. ¿Por qué no puede ni mirarla, si ha pasado tanto tiempo, y el cuerpo está ya reducido a polvo y ceniza, y los huesos están ya descarnados? Por esto mismo: porque el poseído lo ve empurpurado de sangre, y brillando más que el sol por todas partes, quedaba herido, y por eso apartaba sus ojos, al quedar ¡cegado por la luz!
VII
¿Veis cómo las llagas de los mártires son más esplendorosas que los astros del cielo, y gozan de una mayor virtud? Así pues, fue Juliano sacado a la palestra, y fue rodeado de acerbos suplicios, de terribles amenazas, de dolores oprimentes. Los atormentadores, a la manera de bestias feroces, excavaban sus costados, le roían las carnes y le dejaban al descubierto los huesos, y se entrenaban con las mismas vísceras. Con todo, ni siquiera escrutando su interior lograron hacer presa al tesoro de su fe.
VIII
En los erarios de los reyes, donde se guardan el oro y las riquezas, con sólo que agujerees las paredes, o abras las puertas, al punto encontrarás delante el tesoro. En el caso de Juliano, su erario interior contenía a Cristo, y por eso le sucedía a los verdugos lo contrario de lo que buscaban. Los verdugos agujereaban los muros, destrozaban el pecho, y con todo no veían las riquezas ahí escondidas, ni podían arrebatarlas. Los malvados de Sodoma, a pesar de hallarse junto a la puerta misma de la casa de Lot, no encontraban la entrada. Pues bien, así les acontecía a estos verdugos, que ni siquiera registrando todo el cuerpo del mártir, por todos lados, pudieron arrebatar ni llevarse consigo el tesoro de su fe.
IX
Así son las buenas obras de los justos, que no pueden ser robadas ni vencidas, por estar escondidas en la fortaleza del alma como en un refugio inviolable y sagrado. Ni los ojos de los tiranos las ven, ni las manos de los verdugos las pueden arrebatar. Más aún, ni aunque destrocen el corazón mismo de su fortaleza, y lo hagan pedazos, ni aun así arrebatan las riquezas, sino que más bien las aumentan. La causa de esto está en Dios, que habita esas almas, y en esto otro: que hacer la guerra contra Dios es imposible, y de llevarse a cabo el vencedor necesario es indispensable es Dios, y el vencido aquel que se retira burlado y avergonzado.
X
En todas partes, y en todas las épocas, los hechos vencen a las palabras, mas en el caso de Juliano ocurrió al revés, pues las palabras vencieron a los hechos. ¿De qué manera? Le aplicaban al mártir el fuego, el hierro, los tormentos, los castigos, los suplicios y los azotes, le agujereaban por todas partes y en ambos costados, mas él ¡permanecía inexpugnable! Únicamente exhalaba unas palabras sencillas, y esas palabras vencían a las obras de aquéllos. Brotaba de su boca una sola voz, y tras ella se formaba una luz más brillante que los rayos del sol.
XI
Esa era la distancia entre los verdugos y las víctimas, más grande que el espacio que media entre la tierra y el cielo. Más aún, los verdugos ni siquiera pueden recorrer íntegro un breve intervalo de ese espacio, y no porque se les interponga una muralla, o las nubes, o algún otro cuerpo, sino por esto mismo: porque los cuerpos que persiguen obstruyen su luz, y se interponen, y le impiden que pase adelante. Por su parte, la voz del mártir, saliendo de aquella santa lengua, saltaba hasta el cielo, y allí en el cielo los ángeles le abrieron paso, y los arcángeles el camino, y los querubines y las demás virtudes la llevaron en sus alas a lo alto, y no la abandonaron hasta colocarla ante el trono del Rey.
XII
Al advertir el juez de turno que nada aprovechaba con sus maquinaciones, y que eran en vano, y que daba coces contra el aguijón y golpeaba contra diamante, ¿qué hizo? Procedió a algo que significaba quedar ya vencido: arrancar de esta vida al mártir. En efecto, la sentencia a muerte de los mártires es la manifiesta ruina de los que dictan dicha sentencia, y dejan a las claras la preclara victoria de los que mueren. Considerad ahora, oh oyentes, el género de muerte que decidió dar a Juliano el tirano juez, porque eso os demostrará la crueldad del tirano y la fortaleza del mártir. ¿Qué género de muerte fue aquella? El tirano mandó traer un saco, lo rellenó de arena, puso dentro cuatro víboras, en él metió al santo (tras cortarle los pies), selló el saco y lo mandó arrojar a las olas del mar.
XIII
Iba Juliano, pues, entre aquellas bestias, y de nuevo un justo varón se encontraba encerrado junto con las bestias. He dicho "de nuevo" para traeros a la memoria la antigua narración acerca de Daniel. A Daniel lo echaron a un foso de leones, a éste en un saco de víboras; el lago lo cerraron con una piedra, el saco lo cerraron con una costura. En ambos casos, las bestias guardaron reverencia a los cuerpos de los santos, para vergüenza y condenación de aquellos que, dotados de razón y sido tenidos como merecedores de la dignidad humana, superaron en ferocidad a las mismas bestias feroces. ¡Exactamente lo que se puede esperar del tirano!
XIV
Era digno de ver aquel estupendo milagro de Juliano, en nada menor al que aconteció a Daniel. Así como los babilonios se admiraron al ver a éste subir del foso de los leones tras muchos días, así también se admiraron los ángeles al ver a Juliano subir al cielo desde el saco y las olas. Daniel venció y sujetó a los leones sensibles, y éste dominó a la víbora espiritual, y la venció, como bien recordaba San Pedro ("nuestro enemigo, a la manera de un león rugiente, nos rodea en busca de alguno a quien devorar"). El diablo quedó superado por la fortaleza del mártir, porque éste depuso el veneno del pecado. El demonio no pudo devorar a Justino, porque éste no temió a las bestias salvajes.
XV
¿Queréis que os narre otra historia antigua en la que también intervienen las bestias feroces y un justo? Acordaos del diluvio, de Noé y del arca, porque también entonces estuvieron juntos el justo y las bestias. En este caso, Noé entró en el arca siendo hombre y salió siendo hombre. En cambio, Juliano entró siendo hombre y salió siendo ángel. Aquél entró desde la tierra en el arca, y de nuevo volvió a tierra, y Justino entró desde la tierra en el saco, y desde el saco salió para el cielo. A Justino lo recibió el mar, pero no para darle muerte sino para coronarlo, y tras coronarlo, depositarlo en el arca santa del martirio. Esta arca es la que conservamos hasta el día de hoy, como un tesoro de donde dimanan infinitos bienes. Dios ha repartido para nosotros a los mártires, quedándose él con sus almas y dejándonos a nosotros sus cuerpos, a fin de que sus huesos permanezcan como memorias perpetuas de sus virtudes.
XVI
Cuando una persona ve las armas ensangrentadas de un batallador, y su escudo, y la lanza y la loriga, al punto salta, se enardece y se presta al combate para acometer iguales empresas. Pues bien, nosotros no sólo vemos las armas, sino también el mismo cuerpo del batallador, y cómo quedó tras cubrirse de sangre por la confesión de Cristo. Por ello, ¿cómo podremos no estar con el ánimo pronto, al modo de una llama de fuego, y saltar en nuestro interior a un parecido certamen? Por este motivo, Dios dejó entre nosotros los cuerpos de los santos hasta el día de la resurrección, a fin de que tuviéramos materia de consideración.
XVII
Que no se aminoren las alabanzas del bienaventurado Juliano a causa de la ineptitud de mi lengua, sino que esperen a ser pronunciadas por el que preside el certamen, que es Dios. El que los corona lo alabará, pues su alabanza no proviene de los hombres sino de Dios. Las cosas que he dicho no las he dicho para hacer más ilustre al santo mártir, sino para haceros a vosotros más prontos a la virtud. Carísimos, no sólo hemos de acercarnos a los mártires, sino que hemos de imitarlos. El honor de los mártires no consiste en que a ellos nos acerquemos, sino en que imitemos su fortaleza.
XVIII
Comencemos por exponer cuál es la costumbre inveterada y depravada, puesto que no es fácil de medicinar una enfermedad que no se conoce. Por lo mismo, en primer lugar descubriré la enfermedad, y en segundo lugar propondré el remedio. ¿Cuál es, pues, la costumbre depravada? Que algunos de los que aquí presentes (porque lejos de mí el condenar de semejante crimen a toda la Iglesia), llevados de cierta simplicidad y descuido, mañana nos abandonarán y se apresurarán hacia el barrio de Dafne, a derrochar al viento lo que ahora hemos amontonado, y a destruir lo que ahora hemos edificado.
XIX
Decidme, pues: ¿Por qué os apresuráis a ir a ese suburbio de la ciudad? ¡Aquí está el suburbio de la celestial Jerusalén! ¡Aquí está la Dafne espiritual! En esa otra Dafne hay fuentes de aguas, pero aquí están las fuentes de los mártires; allá hay cipreses infructuosos, y aquí están las reliquias de los santos, como raíces plantadas en tierra se extienden hasta el cielo. ¿Queréis ver los frutos de estas raíces? Abrid los ojos de la fe, y yo os mostraré la naturaleza de esos frutos admirables. Las manzanas, y las nueces, son frutos que se corrompen y perecen. La sanación de los corazones destrozados, y la remisión de las culpas, son frutos imperecederos. Los frutos de la tierra dañan los cuerpos y acaban en la letrina, mientras que los frutos del cielo sanan las almas y se abren al mundo entero.
XX
Los frutos espirituales son de tal naturaleza que, siempre cortados, continuamente brotan y germinan, y jamás faltan los cultivadores. Los frutos de la tierra salen una vez al año, y muchos mueren en invierno, y muchos se corrompen en verano, y muchos caen al suelo y pierden su propia hermosura. Los frutos espirituales, en cambio, no saben de inviernos ni de veranos, ni están sujetos a mudanzas del tiempo, ni se ven nunca privados de frutos propios, ni pierden jamás su hermosura, ni se corrompen por la variedad de las estaciones del año.
XXI
¡Cuan numerosos son los que, desde que fue plantado en tierra el cuerpo de Juliano, cosecharon de su santo sepulcro infinitas curaciones! El fruto del mártir, por tanto, no se ha agotado. Cosecharon la mies, pero no se han agotado las espigas; sacaron de las fuentes, pero los raudales no se han extinguido, sino que hay un minero siempre manante y nunca deficiente, que produce cada vez un milagro mayor del que se le ha sacado. Ni solamente obra milagros, sino que además persuade a reflexionar. Aunque ya seas rico, oh hermano, y te ensoberbezcas y eleves en tu ánimo, una vez que vengas aquí, y hayas contemplado al mártir, y hayas reflexionado sobre la disparidad que hay entre tus riquezas y la opulencia de éste, al punto abatirás la hinchazón de tu ánimo. Tras haber echado a un lado el fausto y la hinchazón, regresarás a tu hogar con muy gran salud en tu alma. Si acaso te parece que eres pobre y despreciado, una vez que te hayas acercado aquí, y hayas visto las riquezas del mártir, te apartarás lleno de recta sabiduría tras haber despreciado y burlado las riquezas de este siglo. Aunque te acontezcan contumelias y daños, y se te apliquen azotes, con sólo ver lo que padeció este mártir recibirás gran consolación.
XXII
¿Veis qué clase de frutos producen estas raíces? ¿Veis cómo no pueden agotarse? ¿Veis cómo son espirituales y tocan al alma misma? Yo no prohíbo que nadie acuda al suburbio de Dafne, pero sí que acuda mañana. ¿Por qué motivo? Para que el placer no merezca un castigo, para que la delectación sea pura y no se ponga de por medio la condenación. Puedes entregarte al placer otro día, y quedar libre de este pecado. Si lo que quieres es deleitarte precisamente mañana, ¿qué cosa hay más agradable que esta reunión? ¿Qué hay más agradable que la reunión espiritual con los miembros tuyos, y la compañía de tus hermanos? ¿Es que además quieres tú participar de la mesa material? Lo puedes hacer aquí mismo, una vez terminada la reunión, junto a la iglesia de los mártires, deteniéndote bajo una vid o una higuera. El mártir, visto de cerca y estando vecino, no permite que te entregues a un placer pecaminoso precisamente mañana, sino que, como un pedagogo o padre excelente, aparta de ti los asaltos lascivos de la carne, ésos que en Dafne no es posible eludir.
XXIII
Mañana ocuparán el suburbio de Dafne los coros de los bailarines; y la vista de semejantes hombres muchas veces empuja insensiblemente a la imitación de sus torpezas. El demonio se mezcla con ellos, y atrae a través de los cantos de las meretrices, las palabras obscenas y toda la pompa y acompañamiento. Vosotros ya os habéis entregado al culto de Cristo, y os habéis considerado dignos de participar de los sagrados misterios. Acordaos de aquellas palabras, recordad el pacto que hicisteis, y ¡no lo violéis!
XXIV
Quiero también referirme a quienes están aquí presentes, y no han acudido a Dafne ni piensan hacerlo. El médico, cuando visita a un enfermo, pocas cosas dice al que está postrado, mientras que todo lo referente a los medicamentos lo ordena a los parientes, después de haberlos reunido. ¿Por qué lo hace así? Porque el enfermo no acepta de pronto la admonición, mientras que el sano cuida con todo empeño lo que se le dice. Por eso os hablo a vosotros, parientes de los que mañana irán a Dafne. Ocupemos de antemano las puertas, cerquemos los caminos, bajemos de sus cabalgaduras a los hombres y mujeres que vienen a infectar a nuestros seres queridos, y no nos avergoncemos de esto. Donde va de por medio la salvación del hermano, la vergüenza no tiene lugar. Si ellos no se avergüenzan de correr hacia las fiestas indecentes, mucho más conviene que nosotros no nos avergoncemos de retraerles. Tratándose de la salvación del hermano, no rehusemos nada.
XXV
Una vez que Jesucristo murió por nosotros, conviene que nosotros suframos cualquier cosa por el bien de nuestros semejantes. Aunque os propinen bofetadas, u os persigan con maldiciones, no los soltéis ni desistáis, hasta que los traigáis ante este santo mártir. Aunque sea necesario ir a juicio, llevados por los transeúntes, que oigan esto: Quiero salvar a mi hermano, su alma perece y yo no puedo desentenderme por parentesco. ¡Repréndame el que quisiere, acúseme el que lo desee! Yo no lucho ni batallo movido por riquezas, ni por venganza de odios privados, ni por cosa alguna de este siglo, sino por la salvación de mis hermanos. ¿Quién habrá que esto no apruebe? ¿Quién no lo alabará?
XXVI
Si os parece, llevemos con nosotros a Dafne al mismo mártir Juliano, porque él no se avergüenza de correr a la salvación de sus hermanos. Pongámoslo delante de sus ojos, témanlo presente, reveréncienlo cuando éste les ruega y suplica, pues él no se avergüenza de suplicar. Si el Señor ruega por nuestra humana naturaleza, y por Cristo (dice Pabló) nosotros "desempeñamos la legación, como que él ruega por nosotros a Dios", con mayor razón hará esto su siervo Juliano. Una sola cosa hay que lo contriste: nuestra perdición, Una sola cosa hay que lo alegre: nuestra salud. Por lo mismo, nada hay que por ella no acepte.
XXVII
Los cazadores atraviesan precipicios, montes, abismos, ríos, bosques y despoblados, cuando quieren cazar una liebre o una cabra silvestre. Nosotros, en cambio, no vamos en pos de una bestia vil, sino de un hermano por quien Cristo dio su vida para salvarlo de la perdición. Así pues, ¿nos avergonzaremos, y rehusaremos salir siquiera a las puertas de la ciudad? ¿Cómo obtendremos perdón? ¿No hemos escuchado a cierto sabio que dice que "la vergüenza conduce al pecado"? ¿Es que tememos que alguno nos reprenda? ¡Echadme a mí la culpa, y decid que esto fue lo que ordenó el sacerdote! Yo estoy preparado para la discusión, y daré mis razones a quienes os reprendan! Al final, veréis como todos nos alabarán, y nos encomiarán a causa de nuestro cuidado, y esto no sólo en Antioquía sino también en las ciudades vecinas a la nuestra, al ver que hay entre nosotros una gran caridad y tan crecido amor a nuestros hermanos. Pero ¿qué digo yo de los hombres? El mismo Señor de los ángeles nos alabará juntamente.
XXVIII
Conocida, pues, la merced, no descuidemos la caza, y no volvamos aquí mañana solos, sino trayendo cada uno la caza consigo. Si os presentáis a la hora en que cada cual sale de su casa y emprende el camino, lograréis traerlo a este lugar, y ya luego no habrá dificultad alguna. En efecto, una vez pasada la hora de la prueba, él mismo os lo agradecerá en gran manera Y lo que es supremo, el Dios de los cielos os premiará por esto. Considerando el lucro que se nos sigue de lo dicho, salgamos a las afueras de la ciudad, tomemos a nuestros hermanos y traigámoslos aquí, a fin de que también mañana tengamos una reunión plena y un auditorio completo. Hagámoslo con motivo de nuestro celo y diligencia por el santo mártir, y para que también nos reciban a nosotros en los tabernáculos eternos, por ls gracia y benevolencia de nuestro Señor Jesucristo.
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