JUAN CRISÓSTOMO
Juliano de Anazarba
I
Si tan grandes honores se tributan a los mártires en la tierra, cuando ya han salido de esta vida ¿cuan grandes no serán las coronas que ceñirán a sus sagradas cabezas allá en los cielos? Si antes de la resurrección tan grande es su gloria, ¿cuánto será su brillo después de la resurrección? Si los consiervos con tan distinguido culto los veneran ¿con qué inmensa caridad los abrazará Dios? Si nosotros, siendo malos, con todo bien sabemos honrar a los consiervos que procedieron santamente y sabemos tributarles tan magníficos honores porque lucharon por Cristo ¿cuánto mayores bienes les concederá nuestro Padre celestial a quienes sólo por El soportaron los trabajos? Porque El por su naturaleza es inclinado a hacer el bien.
II
Pero, no solamente por esto se les tienen preparadas magníficas honras, sino además porque Dios les es deudor. No murieron los mártires por nosotros, y con todo nosotros nos reunimos para honrarlos. Si pues, nosotros por quienes ellos no murieron, nos reunimos para glorificarlos, Cristo, por quien ellos ofrecieron sus cabezas ¿qué no les concederá? Y si Cristo a quienes nada debía tantos bienes ha concedido, a éstos, de quienes es deudor ¿qué no les dará en recompensa? ¡Nada debía anteriormente Cristo al orbe de la tierra! Porque dice Pablo que Todos pecaron y necesitan de la gloria de Dios. (1) Más aún, por el contrario: penas y castigos merecíamos; y siendo la verdad que merecíamos penas y castigos, El nos dio la vida eterna.
III
Si pues, a quienes merecían suplicios les dio el reino de los cielos ¿qué no dará a aquellos a quienes tiene como deuda la vida eterna? ¿de qué honores no los colmará? Si por quienes lo odiaban padeció la cruz y derramó su sangre ¿qué no llevará a cabo por aquellos que por confesarlo derramaron su sangre? Si tanto amó a quienes eran sus adversarios y se apartaban de El, que aún se entregó a la muerte, a quienes lo amaron con la máxima medida (puesto que nadie tiene mayor amor que aquel que entrega la vida por sus amigos) (2) ¿con cuánta benevolencia los recibirá? ¿con cuántos cuidados?
IV
Los atletas de los certámenes corporales, en la palestra misma luchan y vencen y son proclamados triunfadores y son coronados; pero no así los atletas de la piedad; sino que éstos luchan en el siglo presente y son coronados en el futuro. Aquí lucharon contra el demonio y vencieron, y allá son proclamados vencedores. Y a fin de que comprendas cómo lo dicho es la verdad, escucha a Pablo: ¡Luché, dice, una buena batalla; he terminado mi carrera, he guardado la fe! ¡Por lo demás, reservada me está la corona de justicia! (3) ¿Dónde y cuándo? La que me dará en aquel día el Señor, justo Juez. Aquí compitió en la carrera y allá es coronado! ¡aquí venció y allá es proclamado triunfador!
V
También le habéis oído decir: Todos éstos murieron en la fe sin haber recibido los premios, sino mirándolos y saludándolos de lejos. (4) Mas ¿por qué a los atletas corporales y profanos juntamente les llegan las victorias y las coronas; y en cambio a los atletas de la fe no les llegan juntamente, sino después de un intervalo de tiempo? ¡Sudaron, trabajaron aquí, sufrieron infinitas heridas, y en cambio no son al punto coronados! No, dice, porque no sufre la naturaleza de la vida presente la grandeza de aquel honor. ¡Breve y perecedero es el siglo presente, sin término e inmortal y eterno es aquel otro! Por este motivo hizo porción y herencia del siglo presente, breve y perecedero, los trabajos, y en cambio, reservó las coronas para el otro, que es inmortal y eterno, con el fin de acortar la molestia de los trabajos, y en cambio hacer permanente el disfrute de las coronas y perpetuo; puesto que han de durar cuanto dura aquella inmortalidad de siglos sin fin.
VI
Así pues, retardó el premio porque quería embellecerlos con dones más grandes. Ni solamente por esto, sino además para que en adelante tuvieran un placer del todo puro. Porque así como el que primeramente ha de gozar de deleites y placeres y luego ha de sufrir castigos, en manera alguna disfruta de los placeres que están presentes a causa del temor de los males futuros, así también aquel que primeramente se entrega a la lucha y a los certámenes, y tolera males infinitos y después de ellos es coronado, no siente el peso de los males presentes, porque al mismo tiempo se recrea con la esperanza de los bienes futuros. Ni sólo hace más ligero el peso presente de los males con la esperanza de los bienes futuros, sino también porque ha logrado anteponer el trabajo al deleite; y así los mártires no son demasiado oprimidos con los males actuales, porque están con la vista puesta en aquellos otros bienes.
VII
Del mismo modo, quien se ejercita en el pugilato, lleva con gozo las heridas, no mirando al dolor sino a la corona; y los navegantes, al acometer los innumerables peligros, las tempestades y una especie de peligrosa guerra, ya que se exponen a terribles bestias marinas y a piratas malvados, ninguna cosa de ésas tienen en la mente, sino que miran al puerto y a las riquezas que del comercio van a obtener. Pues de ese modo los mártires, mientras estaban sufriendo males infinitos, con el cuerpo destrozado por la variedad de tormentos, a nada de eso atendían sino que anhelaban ardientemente el cielo y los bienes que allá los esperan. Y para que comprendáis cómo las cosas que por su naturaleza misma son pesadas e intolerables, con la esperanza de los bienes futuros se hacen leves y fáciles de llevar, escuchad al que en asunto de estos bienes marcha en primera fila: Porque lo que es leve y momentáneo de nuestra tribulación en el tiempo presente, en la altura causa un peso eterno de gloria en nosotros. (5) Pero yo pregunto: ¿cómo es eso? ¡No contemplando nosotros las cosas visibles sino las invisibles!
VIII
Y no sin una finalidad particular he dicho estas cosas que preceden sino por utilidad vuestra; a fin de que cuando veáis a alguno gozando de deleites y placeres en esta vida, pero para ser después castigado, no lo llaméis feliz por las presentes delicias, sino miserable por los futuros castigos. Y al contrario: cuando observéis a alguno de aquellos que en la otra vida van a ser coronados con grandes honores, y veáis corno se encuentra, como sitiado por la tribulación, las aflicciones y males infinitos, no lo deploréis a causa de los males presentes, sino más bien lo tengáis por feliz y bienaventurado a causa de las coronas que le están reservadas en aquellos otros siglos que no tienen acabamiento.
IX
Originario fue este bienaventurado mártir de la nación de Cilicia, de donde también lo fue Pablo, porque era ciudadano de esa región; y ambos vinieron acá desde ella como ministros de la Iglesia. Pero, una vez que estuvo patente la palestra de la piedad, y la ocasión misma llamaba al combate, vino este bienaventurado a caer en manos de una bestia terrible, que en aquel entonces ejercía las funciones de juez. Poned atención a sus maquinaciones. Porque como viera al bienaventurado dotado de fortaleza de ánimo, y que su firmeza y vigor no podían ser doblegados mediante la fuerza de los suplicios, le puso delante dilaciones y retardos y lo hizo entrar y salir con frecuencia del tribunal. Porque no le cortó la cabeza el mismo día de la primera audiencia, a fin de que la brevedad del suplicio no le facilitara la consumación de la carrera; sino que cada día lo hacía introducir al tribunal, lo hacía salir, multiplicaba los interrogatorios, lo amenazaba con mil tormentos, lo halagaba con palabras de adulación, ponía en juego todas sus artes y se esforzaba por desmoronar aquel firme fundamento: ¡durante un año íntegro lo fue llevando a través de Cilicia toda y lo fue cubriendo de ignominia! Pero, lo que él menos sospechaba, con eso hacía más ilustre al mártir, quien, como Pablo, clamaba a su vez: ¡Gracias a Dios que hace triunfar en nosotros a Cristo, y da a conocer el perfume de su conocimiento por medio nuestro en todas partes! (6)
X
Porque así como el bálsamo, cuando está depositado en un sitio, solamente impregna con su aroma aquel aire ambiente; pero, cuando se ha esparcido por muchos lugares, todos los llena de su olor, así exactamente sucedió con este mártir. En aquel tiempo, era llevado en torno y por todas partes, como para que con esto quedara notado de ignominia; pero sucedía todo lo contrario: porque con aquel paseo el atleta aparecía más glorioso, y a todos los habitantes de Cilicia los convertía en émulos de su fortaleza. Era llevado por todas partes, a fin de que conocieran sus batallas no solamente por la fama de ellas, sino que a él mismo lo presenciaran vencedor y coronado. Y cuanto más largas le disponían las vueltas y marchas por el estadio, tanto más ilustres resultaban sus caminos. Cuanto mayores palestras le ponían delante, tanto más admirables hacían sus batallas; cuanto más se alargaba el tiempo de la aflicción, tanto más probada se hacía su paciencia.
XI
El oro, cuanto más tiempo está sujeto a la naturaleza del fuego, tanto sale más puro. Y así, el alma de este santo, puesta a prueba del tiempo, salía más brillante; de manera que el mártir no llevaba en torno consigo, sino un trofeo de victoria sobre sí mismo y sobre el demonio, una demostración de la crueldad de los gentiles, una señal de la piedad de los cristianos, un milagro del poder de Cristo, y un aliciente y consejo vivo para los fieles a fin de que perseveraran en los tormentos con ánimo alegre, y finalmente un pregón de la gloria divina y un maestro en la escuela de semejantes batallas.
XII
Porque él, lanzando una voz más penetrante que la de una trompeta mediante sus propios hechos, persuadía a todos a imitarlo, y no únicamente con la palabra. Y a la manera que los cielos, sin lanzar palabra alguna, cantan la gloria de Dios, cuando por su mismo esplendor arrastran al que los contempla a la admiración del Creador, de ese modo entonces aquel mártir cantaba la gloria de Dios, puesto que lucía mucho más que ese cielo que vemos. Porque no hacen al cielo tan bello los coros de los astros, cuanto la sangre de las heridas volvió resplandeciente el cuerpo del mártir. Y para que veáis que las llagas del mártir eran más esplendorosas que el cielo punteado de estrellas, poned atención.
XIII
Al cielo y sus estrellas los contemplan lo mismo los hombres que los demonios. En cambio a las heridas de este mártir las ven los hombres con los ojos de la fe, mientras que los demonios no se atreven a mirarlas. Más aún: si acaso se atreven o se esfuerzan por poner en ellas los ojos, al punto quedan privados de luz y no pueden soportar el fulgor que de ellas se deriva. Y esto lo voy a demostrar no solamente por lo que entonces sucedía, sino con lo que actualmente sucede. ¡Ea! ¡toma alguno que esté poseído del demonio y de su furia, y llévalo al santo sepulcro en que se contienen las reliquias del mártir, y lo verás cómo claramente salta y huye y se aparta! Porque como si hubiera de caminar sobre brasas, así se echa hacia atrás ya desde el vestíbulo mismo y al punto, y no se atreve ni siquiera a lanzar sus miradas sobre aquella urna. Pues, si ahora después de tanto tiempo y cuando ya está reducido a polvo y ceniza el mártir, no se atreve el demonio a mirar a la urna y a los huesos descarnados del mártir, de ningún modo puede dudarse de que en aquel entonces, cuando lo veía empurpurado con su sangre y brillando más que el sol a causa de las heridas que tenía por todas partes, quedaba herido y apartaba sus ojos cegados por la luz!
XIV
¿Ves cómo las llagas de los mártires son más esplendorosas que los astros del cielo, y gozan de una mayor virtud? Así pues, fue este santo sacado al medio, y de todos lados lo rodeaban acerbos suplicios, y el miedo de los que luego iban a sucederse, y el trabajo de los que ya estaban presentes; el dolor de los que ya lo oprimían y el terror de los que lo amenazaban. Porque los atormentadores, a la manera de bestias feroces, excavaban sus costados y rodeándolo por todas partes, le raían las carnes y le dejaban al descubierto los huesos, y se entraban hasta las visceras mismas. Pero, aunque escrutaron todo su interior, no lograron hacer presa en el tesoro de su fe.
XV
En los erarios de los reyes, donde se guardan el oro y otras abundantes riquezas, con sólo que agujeres las paredes o abras las puertas, al punto encuentras delante el tesoro. Pero en este santo templo que contenía a Cristo, sucedía todo lo contrario. Los verdugos agujereaban los muros, destrozaban el pecho, y con todo, no veían las riquezas ahí escondidas, ni podían arrebatarlas. Sino que, como sucedió a los de Sodoma, (7) que a pesar de hallarse junto a la puerta misma de la casa de Lot no encontraban la entrada, así les acontecía a éstos: que habiendo registrado todo el cuerpo del mártir por todos lados, no pudieron arrebatar ni llevar consigo el tesoro de su fe y sus riquezas.
XVI
¡Así son las buenas obras en las almas de los justos, que no pueden ni ser robadas ni vencidas, por estar escondidas en la fortaleza del alma como en un sitio de refugio inviolable y sagrado; de manera que ni los ojos de los tiranos las ven, ni las manos de los verdugos las pueden arrebatar! Más aún: ni aunque destrocen el corazón mismo en donde principalmente está arraigada la fortaleza del alma, y lo hagan menudos pedazos, ni aun así arrebatan las riquezas, sino que más bien las aumentan. Y la causa es Dios que en esas almas habita; y quien mueve guerra contra Dios es imposible que llegue alguna vez a ser vencedor; sino que necesariamente es indispensable que se aparte burlado Yavérgonzado.
XVII
Por esto mismo entonces acontecía, contra lo que suele suceder, que en todas partes los hechos vencen a las palabras, mientras que ahí las palabras vencían a los hechos. ¿De qué manera? Le aplicaban al mártir el fuego, el hierro y los tormentos; le aplicaban los castigos, los suplicios, los azotes; le agujereaban por todas partes sus costados: ¡y el que lo padecía permanecía inexpugnable! ¡Únicamente exhalaba unas palabras sencillas y esas palabras vencían a las obras de aquéllos! ¡Brotaba de la boca del mártir una voz santa, y tras de ella se formaba una luz más brillante que los rayos del sol!
XVIII
¡Tanto distaban éstos de aquélla cuanto es el espacio que hay de la tierra hasta el cielo! Más aún: éstos ni siquiera pueden recorrer íntegro ese intervalo de espacio si es que se les interpone el techo o una muralla o las nubes o algún otro cuerpo; porque estos cuerpos obstruyen su luz, e interponiéndose le impiden que pase adelante. Mientras que la voz del mártir, saliendo de aquella santa lengua, saltaba hasta el cielo. ¡Subió hasta el cielo de los cielos! ¡la vieron los ángeles y le dieron paso! ¡los arcángeles y le abrieron camino! ¡los Querubines y las demás Virtudes y la llevaron en sus alas a lo alto, y no la abandonaron hasta colocarla ante el trono del Rey!
XIX
Tras de esa voz, como advirtiera el juez que entonces ejercía el juicio, que nada aprovechaba con sus maquinaciones, y que eran en vano, y que daba coces contra el aguijón y golpeaba contra diamante ¿qué hace? Procede a algo que significaba quedar ya vencido: ¡arranca de esta vida al mártir! Porque la muerte de los mártires es la manifiesta ruina de los que los matan y es también preclara victoria de los que mueren. Pero considera tú, oyente, cómo se eligió un género de muerte cruel y acerbo, y tal que demostrará la crueldad del tirano y la fortaleza del mártir. Y ¿cuál fue ese género de muerte? ¡Como hubiera el tirano mandado traer un saco, y éste fuera rellenado de arena, y dentro se hubieran puesto víboras y dragones, juntamente con ellos metió al santo, y así lo arrojó a las olas del mar!
XX
Iba, pues, el mártir, entre aquellas bestias: ¡de nuevo un varón justo se encontraba encerrado juntamente con las bestias! Y he dicho de nuevo para traeros a la memoria la antigua narración acerca de Daniel. A éste lo echaron en un lago, a aquél en un saco; al lago lo cerraron con una piedra, al saco lo cerraron con una costura, haciendo con esto aún más estrecha la cárcel de aquel justo. Sólo que en todas partes, las bestias guardan reverencia a los cuerpos de los santos, para vergüenza y condenación de aquellos que, estando dotados de razón y habiendo sido tenidos como merecedores de la dignidad humana, con todo, superan en ferocidad a las mismas bestias feroces. ¡Exactamente como podemos suponerlo en este tirano!
XXI
Y era cosa de ver aquel estupendo milagro, en nada menor al que aconteció a Daniel. Porque así como los Babilonios se admiraron de ver a éste subir del lago de los leones tras de muchos días, así también se admiraron los ángeles del cielo cuando vieron el alma de Juliano subir al cielo desde el saco y las olas. Daniel venció y sujetó a los leones que eran sensibles y materiales; éste en cambio dominó a un león espiritual y lo venció. Porque el enemigo nuestro, que es el demonio, a la manera de un león rugiente nos rodea en busca de alguno a quien devorar. (8) Pero quedó superado por la fortaleza del mártir, porque éste había depuesto el veneno del pecado; y por lo mismo el demonio a éste no lo devoró; y por lo mismo éste no temió ni al león ni la furia de las bestias salvajes.
XXII
¿Queréis que os narre otra historia antigua en la que también intervienen las bestias feroces y un justo? Acordaos del diluvio, de Noé y del arca. Porque también entonces estuvieron juntos el justo y las bestias. Sólo que Noé entró en el arca hombre y salió hombre; en cambio Juliano entró hombre y salió ángel. Aquél desde la tierra entró en el arca, y de nuevo salió a tierra; éste desde la tierra entró en el saco y desde el saco salió para el cielo. Lo recibió el mar pero no para darle muerte, sino para coronarlo, y tras de coronarlo, luego nos devolvió el arca santa del cuerpo de este mártir. Y la conservamos hasta el día de hoy, como un tesoro de donde dimanan infinitos bienes. Porque Dios se ha repartido con nosotros a los mártires: tomó para sí las almas y en cierto modo nos dejó a nosotros los cuerpos, a fin de que sus huesos permanecieran como memorias perpetuas de sus virtudes.
XXIII
Porque si alguno, aun siendo cobardísimo, cuando ve las armas ensangrentadas de un batallador y el escudo y la lanza y la loriga, al punto salta, se enardece y con presteza sale al combate, y de la vista de las armas toma alientos para acometer iguales empresas, nosotros, que no vemos precisamente las armas sino el cuerpo mismo del santo que fue digno de cubrirse de sangre por la confesión de Cristo, aun cuando seamos los más cobardes de todos ¿cómo podremos no estar con ánimo pronto cuando tal vista salte a nuestro interior, al modo de una llama de fuego, y nos empuje a un parecido certamen? Por este motivo dejó Dios entre nosotros los cuerpos de los santos hasta el día de la resurrección, a fin de que tuviéramos materia de consideración y de sabiduría.
XXIV
Pero ¡no se aminoren las alabanzas del bienaventurado a causa de la ineptitud de nuestra lengua; sino esperen a ser pronunciadas por el que preside el certamen, que es Dios! ¡El que los corona los alabará! ¡Su alabanza no proviene de los hombres sino de Dios! Las cosas que hemos dicho no las dijimos para hacer más ilustre al santo mártir, sino para haceros a vosotros más prontos a la virtud. Así pues, omitiendo las alabanzas, volveremos nuestro discurso a vosotros; aunque a decir las cosas con exactitud, mientras en nuestras reuniones se trate de cosas útiles, nadie puede omitir las alabanzas de los mártires.
XXV
Pero atended. Porque he determinado el día de hoy romper con una costumbre mala e inveterada. No solamente hemos de acercarnos a los mártires, sino que debemos imitarlos. Puesto que el honor de los mártires no consiste en que a ellos nos acerquemos, sino mucho más en que imitemos su fortaleza. Comencemos, pues, por exponer cuál sea la costumbre inveterada y depravada, puesto que no es fácil de medicinar una enfermedad que no se conoce. Por lo mismo en primer lugar descubriré la enfermedad, y en segundo lugar propondré el remedio. ¿Cuál es, pues, la costumbre depravada? ¡Que algunos de los que hoy aquí se han congregado (¡porque lejos de mí el condenar de semejante crimen a toda la iglesia!), llevados de cierta simplicidad y descuido, mañana, tras de abandonarnos, se apresurarán hacia Dafne, a derrochar al viento lo que ahora hemos amontonado, y a destruir lo que ahora hemos edificado! A fin, pues, de que no asistan sin fruto a nuestra predicación, terminaremos nuestro discurso una vez que hayamos discurrido un poco acerca de ellos.
XXVI
Dime: ¿a qué te apresuras hacia ese suburbio de la ciudad? ¡Aquí es el suburbio de la celestial Jerusalén! ¡aquí está el Dafne espiritual! En ese otro hay fuentes de aguas, pero aquí están las fuentes de los mártires; allá hay cipreses que son árboles infructuosos, aquí en cambio están las reliquias de los santos, como raíces plantadas en la tierra y que extienden sus ramas hasta el cielo. ¿Quieres además ver los frutos de estos ramos? ¡Abre los ojos de la fe y entonces yo te mostraré de pronto la naturaleza de esos frutos admirables! ¡Porque el fruto de estos ramos no son manzanas, ni nueces, ni otros algunos de los que se corrompen y perecen, sino el sanar los cuerpos destrozados, la remisión de las culpas, la desaparición de los vicios, la curación de las enfermedades del alma, la oración continua y la confianza en Dios: ¡cosas todas espirituales y llenas de bienes celestes!
XXVII
Frutos son éstos de tal naturaleza que siempre cortados, continuamente brotan y germinan, y jamás faltan los cultivadores. Y por cierto, los árboles que en la tierra nacen, dan fruto una vez al año; y si no lo cosechan en cuanto se llega el invierno, corrompido y caído el fruto, pierden ellos su hermosura propia. En cambio, estos otros no saben de inviernos ni de veranos, ni están sujetos a mudanzas del tiempo ni se ven alguna vez privados de sus frutos propios, sino que mantienen perpetuamente su característica hermosura, y jamás los tocan ni la corrupción ni la variedad de las estaciones del año.
XXVIII
¡Cuan numerosos son los que, desde que fue plantado en tierra este cuerpo, cosecharon de su santo sepulcro infinitas curaciones y el fruto no se ha agotado; cosecharon la mies, pero no se han agotado las espigas; sacaron de las fuentes, pero los raudales no se han extinguido, sino que hay un minero siempre manante y nunca deficiente, y que precisamente produce cada vez un milagro mayor del que se le ha sacado! Ni solamente obra milagros, sino que además persuade a reflexionar. Pues aunque ya seas rico y te ensoberbezcas y eleves en tu ánimo, una vez que acá vengas y hayas contemplado al mártir, y hayas reflexionado en la disparidad que hay entre tus riquezas y la opulencia de éste, al punto abatirás la hinchazón de tu ánimo; y tras de haber hecho a un lado el fausto y la hinchazón, regresarás a tu hogar con muy grande salud en tu alma; y si acaso te parece que eres pobre y despreciado, una vez que te hayas acercado acá y hayas visto las riquezas del mártir, te apartarás lleno de recta sabiduría tras de haber despreciado y aun burlado las riquezas de este siglo, aunque te acontezcan contumelias y daños, y se te apliquen azotes; y al ver que aún no has padecido todo lo que padeció el mártir, recibirás en eso grande consolación.
XXIX
¿Ves qué clase de frutos producen estas raíces? ¿ves cómo no pueden agotarse? ¿ves cómo son espirituales y tocan al alma misma? ¡Yo no prohibo que alguno acuda al suburbio, pero sí que acuda mañana! ¿Por qué motivo? ¡Para que el placer no merezca un castigo! ¡para que la delectación sea pura y no se ponga de por medio la condenación! ¡Puedes entregarte al placer en otro día y quedar libre de pecado! Y si acaso prefieres deleitarte precisamente en este día ¿qué cosa hay más agradable que esta reunión? ¿qué hay más agradable que la reunión espiritual con los miembros tuyos y la compañía de tus hermanos? Pero ¿es que además quieres tú participar de la mesa material? ¡Lo puedes hacer aquí mismo, una vez terminada la reunión, junto a la iglesia de los mártires, deteniéndote debajo de una vid o de una higuera; y aquí entregarte al recreo corporal; y librar tu conciencia de la condenación. Porque el mártir, visto de cerca y estando vecino, no permite que te entregues a un placer pecaminoso; sino que él, a la manera de un pedagogo, o de un padre excelente, visto con los ojos de la fe, reprime las risotadas, corta los placeres indecorosos, aparta todos los asaltos lascivos de la carne, ésos que allá en Dafne no es posible eludir.
XXX
Y esto ¿por qué? Porque el día de mañana ocuparán el suburbio los coros de los bailarines; y la vista de semejantes hombres muchas veces aun al que ha determinado portarse moderadamente, lo empuja insensiblemente a la imitación de sus torpezas; especialmente una vez que el demonio se mezcle en medio de ellos, atraído por los cantos de las meretrices, las palabras obscenas y la diabólica pompa y acompañamiento. Pero tú esas pompas ya las despediste y te entregaste al culto de Cristo, aquel día en que fuiste tenido como digno de participar de los sagrados misterios. ¡Acuérdate de aquellas tus palabras y del pacto que hiciste, y cuida de no violarlo!
XXXI
Quiero también referirme a quienes están aquí presentes, y que no han acudido a Dafne, y poner en sus manos la salud de los otros. Porque el médico, cuando visita a un enfermo, pocas cosas dice al que está postrado; mientras que todo lo referente a los medicamentos y a los alimentos lo ordena a los parientes, después de haberlos reunido. ¿Por qué lo hace así? Porque el enfermo no acepta de pronto la admonición, mientras que el sano con todo empeño cuida de lo que se le dice. Por esto, he querido hablaros a vosotros juntamente con éstos. Mañana ocupemos de antemano las puertas, cerquemos los caminos, bajemos de sus cabalgaduras los hombres a los hombres y las mujeres a las mujeres: ¡traigámoslos acá y no nos avergoncemos de esto! Donde va de por medio la salvación del hermano la vergüenza no tiene lugar. Si ellos no se avergüenzan de correr hacia las fiestas indecentes, mucho más conviene que nosotros no nos avergoncemos de atraerlos a estas sagradas reuniones. Tratándose de la salvación del hermano nada rehusemos.
XXXII
Una vez que Jesucristo murió por nosotros, nosotros conviene que suframos cualquier cosa por el bien de nosotros mismos. Aunque os propinen bofetadas u os persigan con maldiciones, no los soltéis ni desistáis hasta que los traigáis ante este santo mártir. Y aunque sea necesario estar a juicio llevados por los transeúntes, que oigan los que quieran oír: ¡Quiero salvar a mi hermano! ¡veo un alma que perece y no puedo desentenderme de quienes están unidos conmigo en parentesco! ¡repréndame el que quisiere! ¡acúseme el que lo desee! Pero nadie os reprenderá, sino que todos os alabarán y os estrecharán la mano. Porque yo no lucho ni batallo por causa de riquezas, ni por venganza de odios privados, ni por otra cosa alguna de las de este siglo, sino por la salvación de mis hermanos. ¿Quién habrá que esto no apruebe? ¿quién no lo alabará? ¡El espiritual parentesco nos ha hecho mucho más amantes que los padres respecto de los parientes según la carne!
XXXIII
Si os parece, tomemos con nosotros al mártir mismo; porque él no se avergüenza de correr a la salvación de sus hermanos. Pongámoslo delante de los ojos de aquéllos; témanlo presente; reveréncienlo cuando les ruega y suplica, pues no se avergüenza de suplicar. Porque si el Señor ruega por nuestra humana naturaleza: Por Cristo, dice Pabló, desempeñamos la legación, como que El ruega por nosotros a Dios, reconciliaos con Dios, (9) con mayor razón hará esto su siervo. Porque una sola cosa hay que lo contriste, que es nuestra perdición; y una sola que lo alegre, que es nuestra salud; y por lo mismo, nada hay que por ella no acepte. Así pues, tampoco nosotros nos avergoncemos ni lo tengamos por cosa superflua.
XXXIV
Si los cazadores atraviesan los precipicios, los montes, los abismos, los sitios descaminados, cuando quieren cazar una liebre o una cabra silvestre o algún otro animal de esa especie, y aun por solas las aves que generalmente son espantadizas, tú, que vas en pos, no de una bestia vil sino de tu hermano en el espíritu, por quien Cristo dio su vida para salvarlo de la perdición ¿te avergonzarás y rehusarás salir siquiera a las puertas de la ciudad, no digo ya a ir por los montes y los bosques? Pero ¿cómo obtendrás perdón? ¿no has escuchado a cierto sabio que clama: ¡Hay una vergüenza que conduce al pecado!? (10) Pero ¡es que temes que alguno te reprenda! ¡Échame la culpa! ¡di que así lo ordenó el sacerdote! ¡yo estoy preparado a entrar en discusión y dar mis razones a quienes te reprendan! Pero ¡no! ¡nadie nos reprenderá ni a mí ni a ti, ni aun cuando sea excesivamente impudente! ¡Nos alabarán todos, nos encomiarán todos a causa de nuestro cuidado; y esto no solamente en nuestra patria, sino también en las ciudades vecinas a la nuestra, al ver que hay entre nosotros tan grande caridad y tan crecido amor a nuestros hermanos!
XXXV
Pero ¿qué digo yo los hombres? ¡El Señor mismo de los ángeles nos alabará juntamente! Conocida, pues, la merced, no descuidemos la caza; y no volvamos aquí mañana solos, sino trayendo cada uno la caza consigo. Si te presentas aunque sólo sea en la hora aquella en que cada cual sale de su casa y emprende el camino, y logras traerlo a que visite este lugar, ya luego no habrá dificultad alguna; sino que una vez pasada la ocasión te lo agradecerá en gran manera, y todos los demás te alabarán y exaltarán. Y lo que es lo supremo, el Dios de los cielos os premiará por esto y aumentará la ganancia y la alabanza. Considerando, pues, el lucro que se nos sigue de lo dicho, salgamos a las afueras de la ciudad; y tomemos a nuestros hermanos, y traigámoslos acá, a fin de que también mañana tengamos una reunión plena y un auditorio completo. Y esto para que, con motivo de nuestro celo y diligencia que aquí ponemos, el santo mártir nos reciba confiadísimos en los tabernáculos eternos; confianza que ojalá obtengamos todos por gracia y benevolencia del Señor nuestro Jesucristo.
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