JUAN CRISÓSTOMO
Sobre los Macabeos

HOMILÍA 1

I

Misterioso es realmente el olivo espiritual del Antiguo Testamento, que a pesar de ser ya muy antiguo sigue dando frutos muy maduros y deliciosos. Por supuesto, no son sus ramas como las ramas de la Iglesia, pues aquéllas, una vez que han llegado a la vejez, dejan caer la mayor parte de sus hojas, y el fruto que tal vez llevan no está sazonado y es escaso, mientras que éstas, "al llegar a la vejez, es cuando más cargados de frutos están".

II

Puede esto comprobarse por el que ayer os predicó. Y por eso me pareció a mí que yo debía callar, pues cuando se hallan presentes tantos ancianos capaces de la predicación, el joven ha de callar. Así nos lo enseñan las Sagradas Escrituras, cuando dicen: "Habla, oh joven, sólo cuando por dos o tres veces fueres interrogado, y di mucho en pocas palabras". En cambio, al anciano no le habla la Escritura con semejante restricción, sino que lo deja correr sin limitaciones. Admirando el placer de sus discursos, y sobre todo cuando van acompañados de prudencia, dice la Escritura: "Habla, oh anciano, como a tu edad conviene, con discreción cuidadosa. Así impedirás la música".

III

¿Qué significa eso de "impedirás la música"? Por aquí manifiesta la Escritura cómo la flauta, la cítara y la siringa no son tan agradables a los que las oyen, como la doctrina de un anciano, cuando la profiere con cuidadosa discreción. Efectivamente, la Escritura, comparando un placer con otro, dice que el segundo es más poderoso, y vence a aquél, y aquél cede a éste. Por eso dice "impedirás la música", a forma de decir: Impedirás que ésta brille, la oscurecerás, la cubrirás de sombras.

IV

Por lo mismo, convenía que yo callara y que el otro predicador nos hablara y enseñara. Con todo, repetiré lo que muchas veces he dicho: Me doblego ante vuestro mandato, y ante la necesidad de los que se hallan presentes. Este es el motivo de que me prepare para las acostumbradas carreras en el estadio, cosa en sí difícil (esto es, el hablaros) y de difícil manejo, que yo con prontitud acometo, no por mis capacidades sino por el deseo y prontitud de vosotros que me escucháis.

V

El discurso de ayer fue llevado a tan gran profundidad de doctrina, que no se ahogó, y tras de haber recorrido tan extenso mar no naufragó. La razón de ello fue no encontrar en parte alguna escollos ni rocas ocultas, sino por todos lados encontrar un mar más tranquilo que el puerto mismo. Así fue como llegamos al puerto sin olas, por vuestro empeño en escucharnos, como si un céfiro se hubiera levantado por el lado de popa. Al punto que las palabras salían de nuestra boca, las recibíais todos con las manos inclinadas hacia abajo, aunque se os pidieran cosas difíciles o fueran ellas profundas. Así lo pedía entonces la naturaleza de las sentencias que se explicaban. Mucho nos ayudáis vosotros en nuestro trabajo, y nos hacéis fácil lo que de suyo es difícil. Lo hacéis porque no dejáis caer entre piedras, ni entre espinas, ni en el borde del camino, la palabra, sino que la recibís como en un campo fértil y bueno para la siembra. Es decir, en lo más profundo de vuestro pensamiento. Esta es la razón de que veamos cada día las mieses alegres y nutridas, no por los céfiros sino por los soplos del Espíritu Santo, y así podemos tener cada día una espléndida reunión. 

VI

Quería yo continuar hoy lo que faltó a la materia de ayer. Pero ¿qué haré? Ante mis ojos se presenta el coro de los macabeos, que ilumina mi mente e invita a la lengua a declarar su hermosura. Que nadie vaya a tener mi discurso como algo intempestivo, ni como si ya antes de la batalla estuviéramos proclamando los trofeos. Si cuando se celebran las bodas, los que se reúnen preparan desde el día anterior los tálamos, y adornan las casas y los patios con las coronas, con mucha mayor razón haré yo esto mismo ante la fiesta de mañana, sobre todo porque estas bodas serán espirituales, y en ellas no tomaremos nosotros esposa, sino que es Dios quien desposará consigo a las almas.

VII

No se equivocará quien llame a las almas de los mártires esposas, o esposas espirituales, porque traen como dote nupcial su sangre, como dote que jamás se consumirá. No obstante, quédense para mañana estas alabanzas, y ocupémonos hoy en corregir el pensamiento de los hermanos más débiles. Porque hay muchos de entre los más sencillos que no tienen de los mártires macabeos, ni de su gran mentor Eleazar, la conveniente opinión, y no los ponen en el número y coro de los mártires; y afirman que no derramaron su sangre por Cristo, sino por la ley y los preceptos judios que ella contiene; y que sufrieron la muerte a causa de no comer las carnes de cerdo. ¡Ea pues, corrijamos ese pensamiento, porque sería una vergüenza celebrar la fiesta de los mártires ignorando el motivo de la reunión!

VIII

A fin de que los que padecen este error sean los únicos en dolerse entre la común alegría, y reciban benévolamente a los combatientes, y los vean con ojos purificado, voy a quitar hoy lo que oscurece su mente y a prepararles un pensamiento iluminado y un ánimo sincero, para que se acerquen a esta espiritual festividad. Por mi parte, tan lejos estoy de rechazar a los macabeos entre los demás mártires, que aún afirmo ser más preclaros que otros. ¿Por qué? Porque lucharon precisamente en los tiempos en que las puertas de bronce no habían sido quebrantadas, y no se había removido aún la cerradura de hierro. Es decir, cuando aún dominaba el pecado, y estaba en pie la maldición primera, y se levantaba el castillo y fortaleza del demonio, y no se había trillado el camino de tan grandes virtudes.

IX

Hoy en día, hasta los niños enteramente tiernos y jóvenes, y las delicadas vírgenes ignorantes del matrimonio, han luchado contra la tiranía de la muerte, en todas las partes del orbe. Mas entonces, antes de la venida de Cristo, aun los que eran justos la temían. Moisés huyó por temor de ella, Elías huyó por el mismo motivo durante 40 días, y el patriarca Abraham dijo que su esposa era su hermana por miedo a la persecución. ¿Para qué es necesario enumerar a otros? El mismo Pedro temía la muerte de tal manera que no soportó ni siquiera las amenazas de una porterilla. La muerte era, como se ve, una verdad terrible e inabordable, sobre todo cuando aún no le habían cortado sus nervios ni deshecho su poder. Y estos mártires macabeos, liderados por Eleazar, la combatieron y la dominaron.

X

Como iba a nacer el Sol de Justicia, sucedió lo que suele suceder cuando se acerca el día. Cuando aún no aparece el sol, pero está a punto de hacerlo, todo se nos muestra con una sonriente aurora. Aunque los rayos solares todavía no se nos manifiesten, iluminan ya el orbe desde lejos, y así sucedió entonces. Como había de llegar el Sol de Justicia, se deshacían ya las sombras de la cobardía, y la aurora ya casi iluminaba las cosas. Es manifiesto, pues, que tales fueron los tiempos en que estos mártires macabeos pelearon y demostraron su fortaleza. Paso a demostraros, pues, que estos macabeos también padecieron sus heridas por Cristo.

XI

¿Por qué motivo padecieron? Me dirás que fue por motivo de la ley y de los mandatos de la Escritura. Muy bien, pero si yo llego a demostrar que esa ley había sido dada Cristo, ¿acaso no quedará demostrado que estos mártires, al padecer por la ley, fue por su Legislador por quien manifestaron tan grande fortaleza? ¡Ea pues, probemos que fue Cristo quien dio aquella ley! ¿Quién lo asegura? Sobre todo, quien sabía muy bien estas cosas, antiguas y nuevas, y era el doctor del orbe: San Pablo. En concreto, escribiendo a los corintios, dice el apóstol así: "No quiero que ignoréis, hermanos, cómo nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y todos comieron el mismo pan espiritual (lo decía del maná), y todos bebieron de la misma bebida espiritual (se refiere al agua que brotó de la roca)".

XII

Una vez que Pablo demostró que todas estas maravillas las obraba Cristo, añadió: "Ellos bebieron de la roca espiritual que los seguía, y esa roca era Cristo". ¿Por qué razón lo dijo? Porque no era conforme a la naturaleza de la piedra brotar aquella agua y aquellos raudales, sino a la operación de Cristo, que fue quien hirió la piedra e hizo brotar las fuentes. Por eso lo llamó "roca espiritual", y añadió "que los seguía". Una piedra material no sigue a nadie, sino que se está quiete en un mismo sitio. En cambio, Aquel que está en todas partes, y todo lo crea, ese fue el que abrió la roca. Si acaso algún judío no soporta este lenguaje, ¡venzámoslo con sus mismas armas, disputando con él no por medio de Pedro y de Pablo, sino mediante los profetas, para que así conozca que él posee las Escrituras pero nosotros poseemos el sentido de ellas!

XIII

¿Qué profeta es el dice que fue Cristo quien dio el Antiguo Testamento a los judíos? Este mismo: Jeremías, que fue santificado desde el vientre de su madre y que brilló ya desde su juventud. ¿Dónde y cuándo lo dijo? Atiende a sus palabras, y por lo que dijo quedarás instruido claramente. ¿Cuáles? Estas mismas: "He aquí que vienen días, dice el Señor". De este modo nos significa que va a hablarnos de cosas futuras. En efecto, si habla de cosas futuras ¿cómo dice el judío que fue él quien dio el Antiguo Testamento? Espera y no te conturbes, y verás pronto resplandecer pura la luz de la verdad. En efecto, cuando se decían esas cosas la ley ya había sido dada, y también había sido violada. En cambio, el Nuevo Testamento aún no se había dado ni había sido violado. Teniendo asentado esto en vuestras mentes, oíd la solución de las dificultades en que muchos tropiezan.

XIV

"He aquí que vienen días", dice el Señor (y con esto significa el tiempo presente), y "yo haré yo una nueva alianza con vosotros, no como la alianza que hice con vuestros padres". Pues bien, yo pregunto al judío, a nuestro hermano enfermo: ¿Quién dio el Nuevo Testamento? Sin duda, que Cristo. En consecuencia, también él dio el Antiguo Testamento, porque quien dijo "yo haré una alianza nueva con vosotros, no como la alianza que hice con vuestros padres", manifiesta haber sido él quien dio el Antiguo Testamento, y ser él quien dará el Nuevo Testamento. De manera que, para ambos testamentos, hay un solo y mismo Legislador. ¿Y cuándo dispuso el Antiguo Testamento? Lo dice el propio Antiguo Testamento: "El día que los tomé de la mano y los saqué de Egipto". Advierte cómo manifiesta Dios el cariño que les tuvo (por una parte), y la facilidad en hacerlo (por otra parte), aunque eso supusiese obrar prodigios en Egipto y dañar a sus primogénitos. Al decir "los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto", por tanto, se indica tanto la iniciativa divina como la imposibilidad humana, y los milagros verificadores.

XV

"Ellos quebrantaron mi alianza y yo los rechacé", dice el Señor. De esto se deduce, pues, que fue uno solo el legislador del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Si alguno considera cuidadosamente lo dicho, encontrará que rebosa de no pequeñas dificultades. Porque al dar el motivo para otro testamento, al antiguo lo está llamando quebrado y al otro nuevo, a forma de distinguirlos. Por eso dice "haré una nueva alianza", y "no como la alianza que hice con vuestros padres", porque "ellos quebrantaron mi alianza y yo los rechacé". Lo consecuente era castigarlos y aplicarles las peores penas y los suplicios extremos, pero he aquí que Dios no los castiga, sino que les promete un Nuevo Testamento.

XVI

Conviene que dejemos solventada hoy mismo esta dificultad, hermanos. Mas como el discurso se apresura a otras cosas, y yo quiero que lo aprendáis por vosotros mismos, y que vosotros mismos lo examinéis y discurráis, por esto dejo la dificultad aquí, para que vosotros la resolváis. Si no la pudiereis resolver, entonces ya os ayudaría yo, y os daría la mano. Para que más fácilmente podáis encontrar la solución, os indicaré de antemano los escritos apostólicos en los que podéis encontrar la solución. Son la Carta a los Romanos, la Carta a los Gálatas y la Carta a los Hebreos. En ellas Pablo, tratando este asunto, lo resuelve. Cualquiera que se aplique podrá, a través de estas cartas, encontrar la solución. Eso sí, si no se entrega a las inoportunas reuniones o a las conversaciones inútiles, sino meditando lo dicho. Sólo así desenterréis el tesoro.

XVII

Dejándoos a vosotros resolver la dificultad, paso adelante. Y ¿qué es lo que sigue? Esto mismo: "Esta es la alianza que yo haré con vosotros. Yo pondré mi ley en vuestra mente, y la escribiré en vuestro corazón. No tendrá que enseñarse un ciudadano al otro, ni cada hermano a su hermano, diciendo conoce al Señor, porque todos me conocerán, desde los pequeños hasta los grandes; y yo les perdonaré todas sus maldades y no me acordaré más de sus pecados ni de sus iniquidades". Una vez que ha mencionado Dios el Testamento Antiguo (que ya les ha dado), y ha mencionado también el Testamento Nuevo (que les habrá de dar), ahora se pone a describir su hermosura, aclarando y apuntando sus caracteres y sus contrapuestas cualidades, con el objeto de que veamos la diferencia tan grande que hay entre el Nuevo Testamento y el Antiguo Testamento (diferencia, no oposición), y cuánta es la excelencia del nuevo, y cuánto su esplendor, y cuánto el brillo de sus dones y gracias.

XVIII

¿Cuáles son, pues, los caracteres del Nuevo Testamento? Estos mismos: "Yo pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón". En efecto, la ley antigua estaba escrita en tablas de piedra, y una vez que se quebraron las primeras, otras nuevas fueron esculpidas, y de nuevo talló Moisés en ellas las letras, cuya naturaleza pétrea armonizaba bien con la insensatez de los destinatarios. En cuanto a la nueva ley, las cosas no van por ahí, porque no se esculpieron en ninguna tabla y menos de piedra. ¿Cuándo y cómo se dio? Escucha a Lucas cómo lo cuenta: "Estaban todos juntos en un lugar, y se produjo de repente un ruido como de un viento impetuoso, y aparecieron, como divididas, lenguas de fuego que se posó sobre cada uno de ellos y quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en lenguas extrañas según que el Espíritu les daba".

XIX

¿Ves cómo ya antiguamente el profeta había claramente predicho Pentecostés, cuando dijo "pondré en ellos mi ley, y la inscribiré en su corazón"? En efecto, la gracia del Espíritu Santo fue dada por Dios, y esa gracia entró en aquel momento en los apóstoles, y los hizo columnas vivientes, y en sus corazones puso su sombra y su gloria. Por esto decía Pablo haber sido enviado a predicar "no en sabiduría de palabras", y explicó el motivo: "Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo, y éste crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados, ya judíos ya griegos". En efecto, "la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la flaqueza de Dios es más poderosa que los hombres".

XX

Pablo llamó a la cruz "locura de Dios y flaqueza de Dios", pero no porque fuera locura, pues ¿qué cosa hay más sabia?, ni porque fuera flaqueza, pues ¿qué cosa hay más fuerte? Lo hizo para hacer referencia a la opinión que de ella tuvieron los incrédulos. Por esto mismo decía un poco antes: "La doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan". Con esto queda claro que el juicio acerca de las cosas no se ha de tomar de los enfermos (es decir, los judíos), pues para ellos aun a la miel es amarga, y la culpa no la tiene la miel sino su enfermedad. Así, a los extraños toda cruz les parece estulticia, aunque no lo sea. Más tarde, una vez que Pablo demuestra que la cruz no es sólo estulticia (sino también de suma sabiduría) ni mera causa de flaqueza (sino de suma fortaleza), compara su virtud con la creación, con el Antiguo Testamento y con la sabiduría de los incrédulos. Aquí demuestra Pablo que, aquello que no logró encontrar ni la sabiduría de los extraños ni la de los de dentro, ni pudieron muchos hombres conocer mediante la creación, ni lo alcanzaron con el Antiguo Testamento, sí lo pudo encontrar lo que parecía estulticia y flaqueza, a causa de que parece lo que en realidad no es.

XXI

Una vez demostrado lo dicho con hechos, acomete Pablo la batalla contra la sabiduría de los extraños, y dice: "¿Dónde está ahora el sabio?". Pero ¿qué significa eso de "dónde está el sabio"? Significa esto, más o menos: ¿Dónde están los inventos de los filósofos, dónde los de los retóricos, dónde los de los sofistas, dónde los de los oradores? Porque todo eso pasó, pereció y se desvaneció, y tan fulgurantemente brilló que ya tales cosas ni siquiera sobreviven. Por eso, una vez disipadas todas ellas como el polvo, pregunta Pablo y dice: "¿Dónde está el sabio? Apareció la cruz, y todas aquellas cosas se disiparon; resonó la predicación, y se deshicieron con mayor facilidad que una tela de araña. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el fausto de las palabras, dónde la belleza de la facundia, dónde el peso de los sofismas, dónde la fuerza de las voces, dónde la lengua sutil, dónde las reuniones y los coros de los oyentes?". En efecto, todas esas cosas fueron arrancadas, perecieron, se perdieron, se fueron y volvieron sus espaldas.

XXII

"¿Dónde está el escriba?", dice Pablo, como si dijera: ¿Dónde están las cosas de los judíos? También a éstas las venció la predicación, y las envolvió como el sol a la sombra. ¿Por qué? Porque lo que la ley judía no había podido, durante tanto tiempo y en sola una nación, eso lo llevó a cabo la cruz cristiana, con mayor poderío y en todas partes, deshaciendo el pecado, impartiendo justicia, santificando a los hombres, enseñando el conocimiento de Dios, conduciendo al cielo. Más adelante, y dejando a un lado a los judíos, nuevamente se dirige Pablo a los helenos diciendo: "¿Dónde está el disputador de las cosas de este mundo?". Deja entender aquí a los herejes, esos que aparentan ser más agudos que las espadas, pero que cuando aparece la cruz quedan hechos trizas con mayor facilidad que el barro.

XXIII

"¿Acaso no ha hecho Dios necedad a la sabiduría de este mundo?", dice Pablo, arremetiendo de nuevo contra la sabiduría de los gentiles. Pero ¿qué quiere decir que "la hizo necedad"? Esto mismo: que la mostró necia, como en verdad lo era, y esto otro: "De ellos, y de sus pecados, y de sus iniquidades, no me acordaré más". Respecto a esto, el profeta del Antiguo Testamento nos presenta una bella descripción. En cambio el apóstol, puesto que luchaba contra los judíos, pone en oposición ambas cosas. Así, si más arriba dijo "no en tablas de piedra, sino en tablas de carne" (que son los corazones), ahora nos dice: "No de la letra sino del espíritu, porque la letra mata mientras que el espíritu vivifica".

XXIV

Por lo visto, y según la Escritura, algún judío recogió unos leños en sábado y fue por ello lapidado. ¿Ves cómo la letra mata, y la letra da muerte? Aprended ahora esto, y cómo el espíritu da vida: Entra al templo uno lleno de millares de pecados (fornicario, ladrón, avaro, adúltero), cargado con todo género de maldades y como muerto ya por el pecado. Pues bien, si el Espíritu Santo decide agraciarlo, y lo trae a la piscina bautismal, y lo hace hijo de Dios, ¿no ha otorgado nueva vida a ese muerto por los pecados? Esto es lo que significa aquello de "el Espíritu vivifica". ¿Y cómo da la vida? Así mismo: perdonando a los pecadores, según el dicho del profeta: "Les perdonaré sus pecados, y no me acordaré más de sus maldades".

XXV

Preguntad a los judíos cuándo aconteció esto en la ley, y no podrán mostrároslo. En la antigua ley, el que recogía leña en sábado era lapidado, y la fornicaria era quemada, y Moisés perdió la tierra de promisión por una duda albergada. En el nuevo tiempo de gracia, los que cometen miles de pecados reciben una nueva vida por la gracia del bautismo, y no se les impone castigo alguno por sus crímenes. Por esto decía Pablo: "Los fornicarios, idólatras, adúlteros, afeminados, sodomitas, ladrones, avaros, borrachos, maldicientes y raptores no poseerán el reino de Dios. Algunos erais esto, pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo".

XXVI

¿Veis cómo resplandece el dicho del profeta que dice "no me acordaré más de sus maldades"? ¿Y cómo brilla el dicho apostólico que afirma que "el Espíritu vivifica"? ¿Quieres oír otra cosa, y cómo Pablo nos cuenta cómo en breve tiempo recorrió casi todo el orbe de la tierra? Sí, "desde Jerusalén hasta Iliria, y en todas direcciones, he predicado cumplidamente el evangelio de Cristo", y: "Ahora, no teniendo ya campo en estas regiones y deseando ir a veros desde hace ya bastantes años, espero visitaros, cuando vaya hacia España, tras de haber gozado un poco de vuestra conversación". Hermanos, si un solo apóstol, en tan breve tiempo, recorrió la mayor parte de las tierras del orbe, considerad cómo el resto de apóstoles debieron pescar a todo el orbe en una misma red. Por esto dice Pablo que "el evangelio ha sido predicado a toda criatura que hay bajo del cielo", interpretando con eso la palabra del profeta que dijo: "Me conocerán todos, desde el menor hasta el mayor".

XXVII

De todo esto se deduce que fue Cristo quien también dio la ley del Antiguo Testamento, y que los mártires macabeos fueron sacrificados por la ley y dieron su sangre por Cristo, el Legislador de todo lo divino. Por lo demás, ruego a vuestra caridad que asistáis con gran alegría a la festividad. Salid, como salen las abejas del panal, hacia las llagas de estos mártires. Abrazad sus padecimientos, sin tener en cuenta lo largo del camino. Si Eleazar, ya anciano, tuvo audacia para acometer el fuego, y si la madre de los jóvenes macabeos, también en avanzada ancianidad, sufrió tantos dolores, ¿qué excusa o perdón tendréis vosotros, si ni siquiera recorréis los primeros estadios de la batalla?

HOMILÍA 2

I

¡Cuan resplandeciente y alegre se nos muestra hoy la ciudad! En efecto, este día se nos muestra más luminoso que todo el resto del año, y no porque el sol lance hoy sobre la tierra sus rayos de un modo más refulgente que de costumbre, sino porque la ciudad toda se encuentra iluminada por la luz de los santos mártires, luz más deslumbrante que la luz del relámpago. Sí, más refulgentes que muchos soles son estos mártires, y más claros que los grandes luminares del cielo, de manera que por ellos hoy la tierra se encuentra mucho más adornada que los cielos.

II

No me hables en este día de la ceniza, ni del polvo, ni de los huesos consumidos por el tiempo. No lo hagas, sino abre los ojos de la fe y contempla cómo junto a esas reliquias está la virtud de Dios, y cómo las rodea la gracia del Espíritu Santo, y las envuelve difundido en torno el resplandor de la gloria celeste. No salen del círculo del sol hacia la tierra rayos semejantes a los fulgores que, brotando de los santos cuerpos, van a cegar los ojos del demonio. Sí, así como los jefes de salteadores y los taladradores de sepulcros, en cuanto ven expuestas las armas reales, la loriga, y el escudo, y el morrión (que brillan todas en oro), al punto se apartan, y sospechando correr algún grave peligro no se atreven a acercarse ni a tocarlas, del mismo modo los demonios, verdaderos jefes de ladrones, en donde quiera que ven tendidos los cuerpos de los mártires, al punto huyen y se alejan.

III

Los demonios no miran a la naturaleza mortal de los mártires, sino a la indecible dignidad de Cristo, que fue el que primero la portó. Tales armas, ni los ángeles ni los arcángeles, ni otra cualquiera naturaleza criada las revistió, sino el Señor de los ángeles en persona. Y así como Pablo exclamaba "¿queréis acaso hacer experimento de Cristo, que es el que habla en mí?", así éstos pueden exclamar: ¿Acaso queréis hacer experimento de Aquel que en nosotros luchó, Cristo? Sus cuerpos son preciosos a causa de las heridas que por el Señor recibieron, puesto que por Cristo llevan esas llagas. Así como la corona imperial, adornada por todas partes de piedras preciosas, lanza de sí variados cambiantes, del mismo modo los cuerpos de los santos mártires, adornados como con piedras preciosas con las llagas por Cristo recibidas, aparecen de mayor precio y más venerables que la diadema imperial. En los certámenes corporales, quienes establecen los juegos piensan ser cosa digna de admiración presentar en las plataformas a jóvenes atletas robustos y sanos, de manera que, aun antes de que comiencen a luchar, muevan a maravilla a los espectadores con la sola macicez de sus miembros. En nuestro caso, la maravilla de los mártires no es ésta, sino todo lo contrario.

IV

Al proponernos Cristo el certamen, que no es como aquel corporal, sino otro horrendo y temible (puesto que no es de un hombre contra otro, sino de los hombres contra los demonios), no presenta para la lucha a robustos atletas, sino a siete adolescentes macabeos, y con ellos a un anciano (Eleazar) y a una mujer anciana (madre de aquellos jóvenes). Pero ¿qué es esto, Señor? ¿Juzgas que no importa la edad para los certámenes y la palestra? ¿Quién oyó jamás que entrara en la lucha una mujer de edad avanzada? Nadie lo ha oído, salvo el Señor que dice: Yo lo haré creíble con los hechos, para que se vea que es algo increíble, nuevo y nunca oído. Porque no soy yo tal establecedor de certámenes que lo fíe todo del esfuerzo de los luchadores, sino que estoy presente y les ayudo, y extiendo mi mano en favor de mis luchadores, y la mayor parte de su fortaleza les nace de mi patrocinio. Así pues, cuando veas a una mujer ya temblorosa, viejecita, necesitada de bastón, que entra al certamen y abate los furores del tirano, y vence a las potestades incorpóreas, y fácilmente supera al demonio, y muy valientemente le quebranta su poder, admira la gracia del que instituye el certamen, y llénate de estupor ante la virtud de Cristo.

V

No son robustos los atletas de Cristo, por tanto, según la carne, sino según la fe. Débil es su naturaleza, pero poderosa es la gracia que los unge para la lucha. Débiles son los cuerpos a causa de la edad, pero los ánimos son fuertes por el amor a la piedad. No se trata de una lucha corporal, y por lo mismo no debes considerar el exterior de los atletas, sino atender y ponderar el raciocinio de la inteligencia y la interior firmeza de sus almas. Advierte la fortaleza de su fe, a fin de que aprendas que no necesita quien lucha contra el demonio un cuerpo lleno de robustez, ni una edad florida, sino un ánimo robusto y generoso, que es lo que mejor bien le hará para el combate.

VI

Pero ¿qué digo anciano ni joven, cuando las mujeres mismas emprendieron este certamen y están ahora ceñidas de esplendorosas coronas? Sí, los certámenes corporales exigen cierta edad, robustez y dignidad, y por ello están cerrados a los siervos, a las mujeres, a los ancianos y a los demasiado jóvenes. En cambio, la palestra de Dios se abre con gran liberalidad a todas las condiciones sociales, a toda edad y a ambos sexos, con el objeto de que conozcas la virtud indecible y la generosidad del que establece el certamen, y veas confirmado con los hechos el dicho aquel del apóstol: "Su virtud se demuestra precisamente en la debilidad". Cuando los niños y los ancianos proceden con fuerza sobrenatural, entonces se demuestra en ellos la gracia de Dios, que obra de manera espléndida. Para que veas cómo la exterior debilidad de los atletas los hace más resplandecientes, una vez que obtienen la corona, dejemos a un lado al anciano y a los adolescentes, y traigamos al medio a la mujer anciana, más débil que ellos, madre de los siete jóvenes y cuyos dolores del parto son un no pequeño impedimento en esta clase de certámenes.

VII

¿Qué será lo que en ella admiraremos primero? ¿La debilidad de su naturaleza? ¿Lo avanzado de su edad? ¿El tierno sentimiento de la conmiseración materna? Como era madre, fácilmente hubiera podido ser vencida por los tormentos de sus entrañas y la piedad de madre, si una virtud superior, nacida de la divina piedad, no la hubiera armado con una fe varonil. Realmente, grandes impedimentos son éstos, para un certamen de tan grande paciencia. Con todo, hay un impedimento mayor que ése, que muestra mejor la fortaleza de esta mujer y la maldad del demonio. ¿Cuál es? Observa la perversidad del maldito demonio, que no la echó por delante a la palestra, sino que la arrastró a la lucha después de sus hijos. ¿Por qué? Con el objeto de que, una vez destrozado su ánimo con los tormentos de sus siete hijos, y debilitada la firmeza de su determinación, y quitado su esfuerzo con el espectáculo previo de sus hijos puestos al suplicio, y perdida su fuerza, más fácilmente fuera vencida. En efecto, cada vez que uno de sus hijos recibían el tormento, ella lo iba sufriendo con dolores de parto, y en cada uno quedaba traspasada.

VIII

Bien conocen todo esto las mujeres que han experimentado los dolores del parto, y son ya madres. Muchas veces la madre, si su hijo se ve consumido por la fiebre, no hay dolor que no acepte, con tal de librar aquel cuerpo de sus padecimientos y pasarlos a sí misma. Sí, hasta ese punto las madres estiman los sufrimientos de sus hijos como menos tolerables que los propios. Si esto es así, como en verdad lo es, aquella madre macabea era atormentada más cruelmente por los suplicios de sus hijos que por los propios propios. Sí, mayor era el martirio en la madre que en los hijos. Si la enfermedad de uno solo de los hijos conturba el corazón de una madre, cuando se la anuncian, ¿qué no habrá sufrido ésta cuando se daba cuenta de los padecimientos de no sólo uno de sus hijos, sino de la muerte de todos en conjunto, y no de oídas sino viéndolos? ¿Cómo no perdió la razón al contemplar a cada uno destrozado poco a poco y con variados y horrendos suplicios? ¿Cómo aquella alma no abandonó su propio cuerpo? ¿Cómo no se arrojó a la pira a la primera vista, para librarse del resto del espectáculo?

IX

La macabea razonaba sabiamente, pero era madre, y aunque ardía en amor de Dios, también estaba revestida de carne. Aunque era fervorosa, era mujer. Aunque era piadosísima, también estaba ligada por el vínculo engendrado. Si los varones, al ver un reo conducido por la plaza con la soga al cuello, nos sentimos quebrantados por aquel espectáculo, aunque no nos ligue a ellos ni la amistad y él sea delincuente, ¿cuánto sería el sufrimiento de aquella madre que veía arrebatar a sus siete hijos en un solo día, y al mismo tiempo no acabados con una muerte rápida sino tras prolongados tormentos? Aunque hubiera sido de piedra, y hubiera tenido entrañas de diamante, ¿no se habría conturbado? ¿No habría sufrido lo que la naturaleza le pedía, como mujer y madre?

X

Reflexiona tú cuánto admiramos al patriarca Abraham, quien para ofrecer como víctima a su hijo, él personalmente lo ató y lo puso sobre el altar. Si lo haces, podrás comprender mejor cuán grande fue la fortaleza de esta mujer macabea. ¡Oh espectáculo a la vez acerbísimo y suavísimo, acerbísimo por la naturaleza de los hechos que se llevaban a cabo, suavísimo por la piedad de la que lo presenciaba! En efecto, ella no ponía los ojos en los torrentes de sangre, sino en las entretejidas coronas de justicia. Ella no atendía a los costados agujereados, sino a los eternos tabernáculos ya preparados. Ella no miraba la corona de verdugos, sino las de los ángeles que estaban en torno. Ella se olvidaba de los dolores del parto, despreciaba la naturaleza, tenía en menos la edad. Despreció la naturaleza del yugo tiránico y venció aun a las mismas fieras, pues no hay animal tan débil que no se lance a defender su prole, ni ninguno tan domesticado que, si se le priva de sus hijos, no se irrite.

XI

La macabea venció la tiranía impuesta por la naturaleza, tanto de los hombres como de los irracionales, y no sólo no saltó sobre la cabeza del tirano, y le destrozó la cara al contemplar destrozados sus cachorrillos, sino que manifestó tan gran sabiduría y moderación, que aún le preparó manjares no dignos de hombre. De manera que, mientras unos morían, ella ungía con sus oraciones el óleo para la lucha.

XII

Óiganlo bien las madres, imiten la fortaleza de esta mujer y su amor para con la prole, eduquen así a sus hijos. Lo propio de la mujer no es dar a luz, puesto que eso es obra de la naturaleza; sino que lo propio de una madre es educar, porque esto es lo que depende de su voluntad. Para que veas que no es el parto lo que constituye a una madre, sino la buena educación de la prole, escucha a Pablo conceder el triunfo a la viuda no por razón del parto sino de la educación de sus hijos: "Elíjase la viuda que no sea menor de sesenta años, y tenga testimonio de buenas obras". Y ¿cuáles son esas obras? Estas mismas: "Si ha educado a sus hijos", a forma de decir: No si los dio a luz, sino si los educó.

XIII

Consideremos, pues, cuánto habrá sufrido aquella mujer macabea, si es que le hemos de dar el nombre de mujer, al contemplar aquellos dedos sacudiéndose sobre las brasas, la cabeza dando saltos, y ya echada la férrea mano sobre la cabeza de otro de sus hijos para arrancarle la piel, y que quien con tales cosas sufría estaba aún de pie y hablaba. ¿Cómo pudo abrir ella su boca? ¿Cómo movió su lengua? ¿Cómo su alma no abandonó la carne? ¿Cómo? Lo voy a decir: No miraba a la tierra, sino que en todo lo preparaba ya para la vida futura. Una sola cosa temía: que el tirano se arrepintiera, y desistiera del combate, y dejara incompleto el coro de sus hijos, y alguno de ellos quedara sin corona. Que esto era lo que ella temía se ve claro, porque al último, y con sus propias manos (como quien dice, o con sus exhortaciones) lo metió en el caldero hirviente. Los hombres no podemos oír contar sin pena los males ajenos, y ella sin dolor ver los propios.

XIV

Para que no escuchemos en vano estas cosas, sino que cada uno de los oyentes aplique a sus propios hijos esta tragedia, procuremos representar la escena en nuestra propia casa. Imaginemos a cada uno de los que más amamos (padres, hermanos), e imaginemos que es a ellos a quienes se dan estos tormentos. De hacerlo, ¿alcanzaríamos la fortaleza de aquella cananea? Yo creo que no, porque este tipo de padecimientos hay que conocerlos por experiencia, y eso es algo que nosotros desconocemos. Ahora bien, con toda oportunidad podemos decir a esta mujer, una vez que sus hijos han alcanzado la corona, aquello del profeta: "Y tú, a la manera de un olivo fructífero, en la casa del Señor". En los juegos olímpicos, aunque se hayan presentado al certamen miles de atletas, solamente uno recibe la corona. En este certamen, de siete atletas siete salieron coronados. ¿Dónde me podrás tú mostrar un campo tan fértil? ¿Y un seno así de fecundo? ¿Y semejantes partos?

XV

La mujer de Zebedeo fue madre de dos apóstoles, mas la cananea produjo siete mártires, y después su compañera en el martirio. Los cuerpos de los mártires eran siete eran, y el de la madre valió por siete y hasta por dos veces siete, pues cuando cada uno de ellos padecía el martirio, ella lo padecía y por duplicado. Maravillosamente, ésta fue la mujer que nos dio a luz a todo un conjunto de mártires. Siete eran los hijos que dio a luz, y a ninguno engendró para la tierra sino para el cielo. O más bien, para el Rey de los cielos, pues los dio a luz para la vida venidera.

XVI

El demonio condujo a la macabea al certamen, por el motivo que ya indiqué. Es decir, a fin de consumir su virtud con el espectáculo de los tormentos, y para que fuera más fácil de vencer al presentarse la última. Si muchas veces los varones, con sólo ver correr la sangre sufrimos desmayos, y nos espantamos cuando la vida se nos acaba y el espíritu expira, ¿hasta qué grado no se conturbaría el ánimo de aquella mujer? Al contemplar tan grandes ríos de sangre que manaban, y no de carne ajena sino de la de sus propios hijos, ¿qué no padecería?

XVII

Así pues, el demonio la llevó a la lucha, y después de sus hijos, para volverla más débil. Pero sucedió lo contrario: que se presentó al certamen con mayor confianza. ¿Por qué razón? Porque ya no temía dejar a ninguno de sus hijos abandonado, ni que fuera vencido, ni que quedara sin corona. Habiéndolos colocado a todos en el seguro asilo del cielo, y habiéndolos coronado con las eternas coronas y bienes inmutables, con gran confianza y gozo entró al certamen. Como si su cuerpo se engarzara a la corona de sus hijos, así marchó ella hacia su deseado Jesús, dejándonos un gran consuelo y un consejo: que afrontemos todas las penas con fortaleza de alma y con pensamientos del cielo.

XVIII

¿Qué varón o qué mujer, qué anciano o qué adolescente, alcanzará perdón o podrá excusarse si teme los peligros que se le ofrecen en el servicio de Cristo, cuando una mujer anciana y madre ha entrado en el combate del reino de los cielos? La cananea abrió las puertas de la muerte, aun cuando todavía no se había extinguido el pecado, ni la muerte había sido vencida, ni la gracia se había encarnado. Lo hizo, sí, soportando por Dios tan graves suplicios.

XIX

Mujeres y varones, adolescentes y ancianos, dibujad en vuestro corazón todas estas batallas, y eso os ayudará a despreciar todos los males. Llevemos depositada en nuestra alma estos ejemplos de paciencia, imitemos las virtudes de estos santos, seamos compañeros de sus coronas. Igualemos la moderación que ellos mostraron en los peligros, sobre todo ante las intemperancias de la concupiscencia, la ira, la avaricia de riquezas, las pasiones del cuerpo, la vanagloria y todas las otras semejantes. Si dominamos su llama, como aquéllos dominaron el fuego, podremos estar cerca de ellos y ser participes de sus coronas. Ojalá nos acontezca a nosotros todo esto, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

HOMILÍA 3

I

Es imposible que todos, con una misma lengua, alabemos a estos mártires macabeos. En efecto, aunque tuviéramos infinitas bocas, y otras tantas lenguas, con todo no podríamos pronunciar un discurso digno de sus alabanzas. A mí me sucede, cuando considero las preclaras hazañas de estos siete mártires, lo que a un hombre avaro que se sienta junto a una fuente que mana oro, y tiene siete canales. ¿De cuál de ellos quisiera beber? ¿No sería de los siete, y hasta agotarlos todos? Sin lugar a dudas, ese avaro pondría en ello todo su esfuerzo, y un grandísimo trabajo, y no cejaría hasta que tuviera que apartarse a la fuerza, o haber sacado de allí todo el oro. De hecho, si la fuente no se secara, él de ella no se separaría.

II

¿Qué haré, pues, en este asunto? ¿Acaso no hablaré en absoluto, porque no puedo abarcarlo? ¿Habré de callar, dada la dignidad y magnitud de la cuestión? De ningún modo, pues son los mártires quienes reciben esta ofrenda, y en eso imitaron a su Señor. Sí, ellos ofrecieron a Dios sus dones, sin atender a la magnitud de lo ofrecido. La viuda del evangelio echó dos óbolos en la alcancía, y con todo fue antepuesta a los demás que habían echado grandes sumas. Dios no atendió a lo poco del dinero, sino a lo magnífico del deseo. El dinero eran dos óbolos, pero el ánimo era de infinitos talentos. Atrevámonos, pues, a alabar a los mártires macabeos, y lo que ya ayer hicimos repitámoslo ahora, si os parece.

III

Ayer, por cierto, consumí todo el discurso de alabanza en la madre de los macabeos. Y no lo hice porque quisiera separarla del coro de sus hijos, sino para mejor asegurar sus riquezas. Hagamos hoy lo mismo, tomando por separado a cada uno de sus hijos, que contienen no pocas alabanzas. Temo que las alabanzas de los siete macabeos, a la manera de siete caudalosos ríos que confluyen, acaben por inundar mi discurso y oprimirlo. Tomaré, pues, a uno de los jóvenes, pero no para separarlo del coro de sus hermanos sino para hacer más ligera la carga. La alabanza de uno, por tanto, será corona común de los otros, puesto que todos fueron compañeros en el mismo certamen. Con todo, aviso ya que al discurso se entrometerá también la madre, aunque de forma discreta, pues no podrá ella abandonar a su prole.

IV

¿Cuál de los atletas, por tanto, queréis que tome? ¿El primero, el segundo, el postrero? No obstante, ninguno de entre ellos es postrero, porque todos forman un solo coro, y en los coros no hay comienzo ni fin. Además, en este certamen familiar las costumbres y buenas obras están muy emparentadas entre sí, y donde hay parentesco de obras tampoco hay primero ni segundo. Tomemos, pues, al postrero en edad, por asumir el ánimo acérrimo de sus hermanos y haber sido el nacido de una anciana madre. Por lo dicho, comencemos por el más joven en edad:

V

El menor de ellos fue conducido a los tormentos sin ataduras. ¿Por qué? Porque él no esperó a que los verdugos le echaran mano, sino que se adelantó con presteza de ánimo y, sin ligaduras, él mismo se condujo al tormento. A ninguno de sus hermanos tuvo como espectador, porque todos habían ya acabado con la muerte. No obstante, tuvo en lugar de público los ojos de su madre, público más preclaro que el de sus hermanos. ¿No os decía yo que, aunque nosotros no lo pretendiéramos, la madre se entrometería? Volviendo a la ejecución del menor, el espectáculo fue de tal magnitud, y tan excelso, que hasta los mismos coros de los ángeles se hicieron presentes, con sus coronas en las manos y a la manera de los jueces en los juegos olímpicos. Los ángeles tomaron asiento, mas no como jueces para presidir el certamen, sino como incitadores de los combatientes a ganar la corona.

VI

Estaba de pie el pequeño, lanzando palabras llenas de sabiduría y ansiando atraer al tirano a la piedad que él poseía. Como no lo podía lograr, y el tirano le mostraba compasión a causa de su edad, el joven se dolía todavía más, al ver que la impiedad no cedía ni agrietaba. No atendían a una misma cosa, pues, el mártir y el tirano. Ambos tenían los mismos ojos de carne, sí, pero no con los mismos ojos de la fe. El tirano atendía a la vida presente, y el mártir a la que iba a volar. El tirano veía los calderos del pequeño, y el mártir la gehena adonde iría el tirano. Si alabamos a Isaac por no apartarse del altar, ni escaparse cuando vio la espada cercana, ¿cómo no debe ser alabado éste, que no estaba atado ni necesitaba ataduras, que no esperó las manos del verdugos sino que se constituyó él mismo en víctima, sacerdote y altar?

VII

¿Por qué esa actitud? Posiblemente, porque el pequeño miraba en torno y no veía ya a ninguno de sus hermanos, y eso le conturbó y excitó a apresurarse y alcanzarlos, para no quedar él separado de aquel bello coro. Por eso no esperó las manos de los verdugos, y temió la clemencia del tiranos. Por eso, él mismo retó a la bestia feroz, para que no se conmoviese y viniese abajo al ver su tierna edad, o el suplicio ya consumado de numerosos hermanos, o haber quedado ya saciado de tanta sangre derramada, o desanimarse al ver que no había conseguido nada con los precedentes tormentos.

VIII

Pensando en todo esto, el adolescente se lanzó él mismo al suplicio y se precipitó en los calderos hirvientes, como a una fuente de frescos raudales, juzgando que eran un bautismo y lavatorio divino. Así como los hombres que sufren quemaduras, por sí mismos se lanzan a los lagos de agua fría, así él, encendido en el deseo de unirse a sus hermanos, se lanzó a los suplicios. La madre añadía sus exhortaciones, mas no porque éste necesitara ya de exhortaciones, sino por otros motivos que ahora veremos.

IX

En ninguno de los siete hermanos se conmovió su afecto de madre. O mejor dicho, en cada uno se conmovió su afecto de madre, pero no exclamando nada a forma de: ¿Qué es esto? Se me ha privado del coro de mis hijos, y solamente me ha quedado éste. Con éste estoy en peligro de quedar en orfandad. Si éste desaparece ¿quién cuidará de mi vejez? ¿Acaso no hubiera sido suficiente con la mitad de ellos? ¿O con dos de ellos? ¿También al único que me restaba lo he de presentar? Nada de esto dijo la madre, nada de esto pensó, sino que con sus exhortaciones (sus propias manos) los arrojaba a los calderos; y alababa a Dios por recibir el fruto íntegro de sus entrañas y no rechazar a ninguno, sino tomar para sí el árbol completo.

X

En todos los hermanos macabeos, la mayor parte del dolor quedó suprimida por el desmayo corporal. La madre, en cambio, con su juicio entero, y su mente clara e íntegra, captaba un sentido más verdadero de las cosas que estaban sucediendo. Podía verse así, en ella, un triple fuego: el que tenía encendido el tirano, el que la naturaleza suscitaba en las entrañas de madre, el que el Espíritu Santo le insuflaba. No encendió nunca un horno semejante el tirano de Babilonia, como el que este tirano encendió para aquella madre. En aquel horno, el fómite era la nafta, la pez, la estopa y los sarmientos. En este horno, el fómite era la naturaleza, los dolores del parto, el amor materno y la concordia fraternal.

XI

No se quemaban tanto, ni se derretían aquéllos tendidos en el fuego, como se inflamaba ésta por el amor de sus hijos. La piedad vencía a la naturaleza. Luchaba la naturaleza con la gracia, pero la gracia obtenía la victoria. La piedad vencía a los dolores. El dócil fuego espiritual vencía al cruel fuego natural. A la manera de una roca que en el mar recibe las acometidas de las olas, pero permanece inmóvil (mientras al oleaje fácilmente lo levanta disuelto en espumas), así el corazón de aquella mujer, como la roca en mitad de los mares, recibía el empuje de las olas de dolores, pero permanecía inmóvil, mientras que a semejantes acometidas las deshacía con su firme razonamiento, rebosante de sabiduría.

XII

La madre de los macabeos se esforzaba en demostrar al tirano que verdaderamente era madre, y que aquéllos eran sus hijos genuinos, y no precisamente por el parentesco de la naturaleza cuanto por la participación del espíritu. No pensaba tener delante el fuego de los tormentos, sino las antorchas nupciales. No se alegra tanto una madre cuando prepara a sus hijos para el matrimonio, cuanto ella se alegraba viéndolos atormentados. Como si a uno lo revistiera del traje nupcial, y tejiera para el otro las coronas, y a un tercero lo instalara en el tálamo del himeneo, así se alegraba ella al ver a uno corriendo hacia los calderos, al otro hacia las sartenes hirvientes, al tercero con la cabeza cortada. El humo y el olor de la grasa quemada lo llenaban todo, de manera que ella, por todos sus sentidos, reconocía a sus hijos por la experiencia, viéndoles sus caras, oyendo sus palabras, recibiendo el olor de sus carnes. El humo infestaba todo el ambiente, pero nada de eso conturbaba su corazón. La macabea permanecía de pie, llena de constancia, inmóvil y llevando pacientemente todo lo que allí se hacía. 

XIII

Es tiempo de que termine ya, para que con mayores alabanzas sean encomiados estos mártires por nuestro común padre y doctor. Imiten a esta mujer los padres, emúlenla las madres y las mujeres, alábenla las vírgenes y quienes visten el saco de la penitencia, aprendan quienes andan adornadas de collares. Por más que hayamos abrazado una vida austera y llena de moderación, la sabiduría de esta mujer se adelanta a nuestro esfuerzo.

XIV

Así pues, que ninguno de los que ha llegado al culmen de la fortaleza, o de la paciencia, crea ser indigno de tomar como maestra a esta mujer agotada por la edad. Más bien, oremos todos, los que vivimos en la ciudad y los que habitáis en el desierto, los que vivís en virginidad y los que resplandecéis en matrimonio, los que habéis despreciado todas las cosas y los habéis crucificado vuestro cuerpo. Tras recorrer el camino que recorrieron la madre y sus hijos macabeos, tengamos la misma confianza que ellos, y en aquel día estaremos a su lado, junto a aquel Eleazar anciano que también completó el coro con su magnanimidad y nobleza, y demostró un ánimo diamantino en aquella adversidad.

XV

Podremos conseguir todo esto, junto con la intercesión de estos santos, si ponemos lo que está de nuestra parte, y antes de que lleguen las guerras y las desgracias venzamos las pasiones que tenemos dentro. Hagámoslo mientras es tiempo de paz. Reprimamos las acometidas desordenadas de la carne, sujetemos y reduzcamos a esclavitud nuestros cuerpos. Con esto obtendremos, aún pasemos nuestros días en paz, los premios debidos al ejercicio de la virtud. Si acaso pareciere a nuestro benignísimo Señor que llevemos a cabo el mismo certamen que los macabeos, bajemos preparados al combate y alcanzaremos los bienes eternos. Hagan que todos nosotros los obtengamos la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

HOMILÍA 4

I

Teniendo que ocuparme en la debida alabanza de las empresas de los mártires, y contemplando delante la apretujada multitud vuestra, me encuentro perplejo. Por lo mismo, si os parece, omitiré por el momento la instrucción y procuraré con empeño centrarme en mostrar la fortaleza de los mártires macabeos.

II

Venga ante nosotros, por tanto, el anciano Eleazar, como comienzo del certamen, fundamento del martirio, puerta del estadio, príncipe en su fortaleza, precursor en su tolerancia, protomártir del Antiguo Testamento, imagen del primero entre los apóstoles, Pedro. Se cansó el adversario de tratar blandamente y de herir con sus varas, pero el que era destrozado con los suplicios no se cansó de perorar. Permanecía de pie aquel anciano, tembloroso ya por la edad excesiva, mientras estaba sentado el tirano y respiraba amenazas y muertes. El que estaba tembloroso se retiró lleno de juventud, y el que estaba floreciente en sus fuerzas quedó vencido. Estaba de pie la canicie atormentada, y ejercía el juicio la juventud desenfrenada y llena de autoridad. Con todo, fue la canicie la que se llevó la victoria.

III

¡Oh nuevo género de triunfos, en que un anciano solo y herido pone en fuga a todo un ejército que lanza una lluvia de flechas desde su arco! Este milagro de fortaleza en el anciano me invita a pasar a la fortaleza de los jóvenes macabeos. Los trofeos reportados por el tirano a los jóvenes fueron también brillantes, y la juventud no fue menos atrevida que la ancianidad. Aquellos siete jóvenes pelearon ardorosamente, y fueron coronados, y nacieron de un mismo seno, y afrontaron un mismo combate. Los siete estaban exonerados con un mismo género de fraternidad, así por el nacimiento como por sus costumbres, y uno en pos de otro fueron irrumpiendo en la palestra. Oh generosos mártires, debo yo recordar, acerca de vosotros, aquella palabra del evangelio: "Bienaventurado el seno que os llevó, y los pechos que exprimisteis".

IV

Como he hecho memoria ya del vientre y de los pechos, tiempo es ya de ocuparme de la madre de estos excelentes mártires. Memoria de ella, la que "murió muchas veces en un solo cuerpo". Más aún, la muchas veces degollada, y que ni una sola vez se dolió; la que no fue herida, y con todo recibió muchas heridas. No la perturbaba todavía el primero de sus hijos, arrastrado a la muerte, cuando surgía la preocupación por el segundo, cuando aún éste no afrontaba la lucha. No la contristaba tanto la muerte del segundo, como le daba temor el tercero, que aún vivía y cuyo final le era desconocido. Mucho le importaban el tercero y el cuarto ya muertos, mientras no veía aun al quinto muerto también. Tampoco venció a su virtud la muerte del sexto, cuando aún faltaba el séptimo y último en el combate, para que fuera a completar aquella cítara de siete cuerdas, hecha de tiras de carne de mártires.

V

Y ¿qué? ¿Acaso la doblegó lo tierno de la edad de su hijo? ¿Acaso se dolió al contemplar cómo la despojaban de estos restos últimos de su naturaleza? Ciertamente, si ella misma no empujaba al joven a la muerte con sus propias manos, sí lo hacía con sus consejos, sobre todo cuando le dijo: "Oh, hijo mío, no disminuyas el número de las coronas. Sé verdadero consocio de tus hermanos, así en las virtudes como lo fuiste en el parto. Imita la comunidad de naturaleza con la comunidad de procederes. Muéstrate también en la palestra hermano de los que ya murieron. La naturaleza te me dio como séptimo hijo; hazte tú, por medio de tu determinación, el séptimo mártir. No vayas, hijo mío, a hacer que yo sea madre de siete hijos y de solos seis mártires".

VI

¿Dónde están ahora los que ni siquiera hacen a Dios el sacrificio de su dinero? Allí hubo una macabea que ofreció al Señor a sus siete hijos amados, y no se desvaneció al ofrecer la víctima de sus entrañas. Aquí, en cambio, hay quienes apenas entregan la oblación de unos pocos óbolos! Hermanos, ofrezcamos a Dios la oblación de nuestra alma y de nuestro cuerpo, y también nuestros haberes, y alabaremos a Jesucristo sobre todas las cosas.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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