JUAN CRISÓSTOMO
Sobre los Mártires
HOMILÍA 1
I
Aún no se han cumplido siete días desde que celebramos la sagrada solemnidad de Pentecostés, y ya nos ha alcanzado el coro de los mártires. O mejor dicho el ejército o conjunto de ellos, en nada inferior al ejército de ángeles que vio Jacob el patriarca; sino más bien su émulo y aun igual. En efecto, los ángeles y los mártires se diferencian en el nombre, pero en las obras se identifican. Los ángeles habitan en el cielo, y lo mismo los mártires; ajenos están aquéllos a la ancianidad y son inmortales, cosa que también logran los mártires. Pero aquéllos, dirás, han obtenido una naturaleza incorpórea. Mas esto ¿qué importa? Porque aunque los mártires estén sujetos al cuerpo, su cuerpo es inmortal. Más aún, ya antes de la inmortalidad, la muerte de Cristo los embellece más que la misma inmortalidad. En efecto, no es tan bello el cielo adornado con los coros de las constelaciones, como lo son los cuerpos de los mártires adornados de sus heridas. De manera que precisamente, por haber muerto, por eso sobresalen, y antes que la inmortalidad gozan ya del premio que les adquirió la muerte.
II
"Lo hiciste un poco menor que los ángeles, lo coronaste de gloria y de honor", dice David hablando de la común naturaleza del hombre. Sí, pero ese poco se lo devolvió Cristo cuando vino y "con su muerte dio muerte a la muerte". No voy a haceros aquí una demostración de esto, sino demostraron que el defecto de la mortalidad se convirtió en lucro y en ventaja. Sí, porque los mártires, si no hubieran sido mortales, no habrían sido mártires, y de no existir la muerte tampoco hubieran existido las coronas. Si no hubiera habido muerte, no habría habido martirio, y si no hubiera existido la muerte Pablo no hubiera podido decir: "Cada día muero por vuestra gloria, que yo tengo en Cristo Jesús", ni: "Me gozo en mis padecimientos por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo".
III
Así pues, no nos quejemos de que se nos haya hecho mortales, sino demos gracias, porque la muerte nos abrió la palestra del martirio, y por la muerte hemos recibido toda una materia de premios, y de ella hemos obtenido la ocasión de los certámenes. ¿Ves la sabiduría de Dios, y cómo al mal supremo, y cabeza de todos los males, y calamidades nuestras que el diablo introdujo en el mundo (hablo de la muerte), a ése lo convirtió Cristo en gloria y honor nuestro, y por su medio llevó a sus atletas al premio del martirio? Entonces ¿qué? ¿Habremos de dar gracias por esto al demonio, causante de la muerte? De ningún modo, porque el beneficio no nació de su bondad, sino que es don de la divina sabiduría.
IV
El demonio introdujo la muerte para perdernos y quitarnos, una vez echados por tierra, toda esperanza de salvación. En cambio, Cristo, habiendo tomado ese mal, lo convirtió en bien, y por medio de él nos introdujo de nuevo en el cielo. Así pues, que ninguno de vosotros nos vaya a condenar por haber llamado al conjunto de mártires coro y ejército, y haber dado a una misma cosa dos nombres tan opuestos. Coro y ejército son cosas contrarias, pero en este caso se han juntado y unido. Los mártires, como si anduvieran celebrando danzas, así de alegres marcharon a los tormentos; y a la manera de luchadores desplegaron toda su fortaleza y paciencia, y vencieron a los enemigos.
V
Si atiendes a la naturaleza de las cosas que se llevan a cabo, en realidad todo son lucha y guerra y batallas. Si atiendes al pensamiento e intención de los que las efectúan, danzas son, y convites y fiestas, y delicia grande y suprema las cosas que se llevan a cabo. ¿Quieres que te demuestre cómo todas estas cosas, las hazañas de los mártires, son más terribles que cualquiera batalla? Por ambas partes están firmes los escuadrones, y bien defendidos, y resplandecientes por todos lados a causa de las armas, y llenan la tierra con su brillo. Por todas partes se lanzan nubes de dardos, con los que el aire se ensombrece. Torrentes de sangre corren por tierra. Por todas partes se advierte la caída de los soldados, que a la manera de las espigas en el tiempo de la cosecha, así mutuamente se derriban al suelo. Sí, no sólo estoy hablando de la batalla mundana, sino también de la celestial.
VI
En la batalla celestial también hay también dos escuadrones: uno de mártires, y otro de tiranos. Por cierto, los tiranos están armados, mientras los mártires luchan desnudos. Con todo, no son los armados sino los inermes quienes llevan la victoria. ¿Quién no quedará estupefacto al ver que, quien es azotado con varas, vence al que lo azota, y el atado al que está suelto, y el que está abrasado al que lo quema, y el que muere al que le mata? ¿Ves, pues, cómo estas batallas son más terribles que las otras? Aquéllas, aunque son temibles, al fin y al cabo se realizan conforme a las leyes de la naturaleza. Éstas, en cambio, superan a toda la naturaleza y a todo el modo de ser de las cosas; para que entiendas que deben tenerse como dones de la divina gracia.
VII
Con todo, yo pregunto: ¿Qué hay más inicuo que esta clase de luchas? ¿Qué hay más injusto que este género de certámenes? En las guerras, ambos combatientes se arman, pero en esta guerra no sucede así, puesto que uno está inerme y el otro cubierto de armas. Además, en los certámenes es lícito a cada cual levantar contra el otro sus manos, y aquí uno está atado y el otro hiere a mansalva y con plena libertad. Atribuyéndose a sí mismos, como por un poder legal, la facultad de infligir castigos los que presiden, y dejando a los santos mártires solamente el poder de sufrir los tormentos, así proceden al combate los tiranos, contra los bienaventurados. A pesar de todo, ni aun así vencen, sino que salen vencidos.
VIII
A los tiranos les sucede exactamente lo mismo que a un varón que provoca a otro, que en su tiempo fuera un gran luchador. Tras cortarle la punta de la lanza, despojarlo de la loriga, y dejarlo sin armas, lo obligara a combatir. Sin embargo, aquel otro, aunque golpeado y herido, y atravesado con infinitas heridas, a pesar de todo se lleva el trofeo. En efecto, los tiranos fueron y seguirán siendo vencidos por los mártires, estando éstos con las manos atadas a la espalda, inermes y cubiertos de heridas. ¿Por qué? Porque siempre han salido victoriosos, y saben vencer. Los mártires, tras haber soportado infinitas heridas, saben vencer al demonio. Así como el diamante, aun golpeado, en nada cede ni se ablanda, sino que destroza al hierro que lo golpea, del mismo modo los mártires, aunque se use en su contra tan gran cantidad de tormentos, nada grave padecen, mientras que el adversario aniquila sus fuerzas y energías sin resultado, y agotado se aparta de los certámenes vergonzosa e ignominiosamente vencido.
IX
Tras atar los tiranos a los mártires en los ecúleos, les abrían los costados en surcos profundos, como quien surca la tierra con el arado y no como quien está destrozando los cuerpos. Podían verse ahí los vientres rasgados, los costados descarnados, los pechos destrozados. A pesar de eso, ni con esos tormentos se saciaban aquellas bestias feroces, alimentadas en sus furores con sangre. Una vez quitados los mártires de los ecúleos, los extendían sobre las parrillas de hierro y les ponían debajo carbones encendidos. Entonces podían contemplarse espectáculos mucho más acerbos que los anteriores, en tanto que los mártires destilaban un doble género de gotas: unas de sangre (que corrían hasta la tierra) y otras de las carnes hechas agua. Y aquellos santos, como si estuvieran entre rosas, así yacían en las brasas, pues tal era el gozo con que miraban lo que sucedía.
X
Hermanos, cuando oigáis eso de las parrillas de hierro, acordaos de la escalera aquella que vio el patriarca Jacob, tendida desde la tierra al cielo. Por ésta bajaban los ángeles, por aquélla suben los mártires, y en ambas está apoyado el Señor. No habrían podido estos santos soportar los dolores si no se hubieran apoyado en esta escalera. A cualquiera le es manifiesto que por ésta subían y bajaban los ángeles, y que por aquélla suben los mártires. Y esto ¿por qué? Porque los ángeles han sido enviados a bajar para ministerio y servicio de los humanos, mientras que los mártires están destinados a subir, a la manera de atletas, una vez terminado el certamen, vencedores, caminando hacia el que lo preside.
XI
No escuchemos a la ligera lo que se dice de que fueron colocados carbones encendidos debajo de sus cuerpos ya desgarrados. No lo hagamos, sino consideremos la situación en que nosotros nos encontramos cuando nos asalta la fiebre. Juzgamos entonces la vida desagradable y acerba, gemimos, nos llenamos de impaciencia, nos ponemos coléricos a la manera de niños pequeños, y tenemos aquel ardor por no menor que el de la gehena. A éstos, en cambio, no por una fiebre que los acomete, sino rodeados por todas partes de llamas, mientras sobre sus llagas llueven las chispas y las heridas que les punzan cruelmente la bestia feroz cualquiera, como si estuvieran hechos de diamante y tuviesen sus cuerpos ajenos, así de generosamente y firmes perseveran en la confesión de la fe, demostrando su invicta fortaleza y la gracia de Dios.
XII
¿Habéis contemplado, hacia la aurora, cómo el sol naciente lanza rayos que parecen de azafrán? Pues bien, así era el cuerpo de los mártires cuando corría desde ellos, a la manera de rayos azafranados, la sangre a torrentes por todas partes. Como rayos resplandecientes parecían aquellos cuerpos, mucho más que al cielo los del sol. Al contemplar aquella sangre los ángeles se extasiaban, los demonios se horrorizaban y el diablo temblaba, porque lo que miraban no era una sangre cualquiera sino una sangre salvadora, santa, heroica y capaz de regar constantemente las bellas arboledas del empíreo. Vio esta sangre el diablo y se horrorizó, porque se acordó de otra sangre (la del Señor) y recordó que esta sangre brotaba de aquella. Desde que fue abierto el costado del Señor, tú mismo puedes contemplar infinitos otros costados abiertos.
XIII
¿Quién, puesto que ha de comunicar las pasiones de Cristo, y se ha de hacer conforme a Cristo en la muerte, no se dispondrá con gozo a semejantes certámenes? De por sí, participar en ellos es ya suficiente premio y merced, y mucho más que cualquier trabajo realizado, y galardón que hace entrar por la puerta grande en el reino de los cielos. En consecuencia, no nos llenemos de horror si oímos decir que éste o aquél ha padecido el martirio. Más bien, horroricémonos cuando oigamos decir que éste o el otro se ha acobardado y ha perdido el premio de tantos y tan grandes combates. Si acaso queréis oír qué es lo que se sigue después de esta vida, cierto es que no se puede declarar con discurso ninguno, porque según Pablo "ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el corazón del hombre ha comprendido jamás lo que Dios ha preparado para los que lo aman".
XIV
Por este motivo, de que "los bienes que nos aguardan exceden a todo pensamiento y discurso", no vamos a callar; y yo me esforzaré, en cuanto me sea posible decirlo y a vosotros escucharlo, declararos cuán grande es la felicidad que allí arriba reciben los mártires. Lo haré entre oscuridades, porque esto sólo lo conocen ellos con la evidencia que ya gozan. Por cierto, los mártires padecen durante un brevísimo espacio de tiempo (todas las cosas intolerables y pesadas), y gozan por toda la eternidad, nada más salir de este mundo. Cuando llegan, ni los mismos arcángeles se avergüenzan de servirlos, y están preparados para hacer cualquier cosa por ellos, puesto que ellos no dudaron en sufrir toda clase de tormentos por Cristo Señor.
XV
Una vez que los mártires han subido al cielo, todas las santas virtudes les salen al encuentro. Cuando se presentan los atletas extranjeros, el pueblo entero confluye de todas partes, y los rodea para contemplar la apta disposición de sus miembros. Pues bien, con mayor razón, cuando los atletas de la piedad suben al cielo, se reúnen todos los ángeles, y de todos lados se agrupan las virtudes superiores para observar sus heridas. Como a vencedores que de batallas y luchas regresan, tras de alcanzar infinitas victorias y trofeos, así los reciben con gozo y los abrazan los moradores del cielo. Y luego, rodeados de gran número de guardias, son presentados ante el Rey de los cielos, y llevados ante aquel trono redundante de inmensa gloria, donde están presentes los querubines y serafines.
XVI
Llegados ante el trono, y una vez que han adorado al que en él se asienta, su Señor los recibe con benevolencia mucho mayor que a los otros consiervos. No los recibe como a siervos (y eso que éste es ya un honor máximo, que no tiene parangón), sino como amigos, porque "vosotros sois mis amigos". Lo hace así con mucha razón, puesto que él mismo dijo que "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos". Siendo así, pues, que ellos demostraron tenerle el máximo amor, él los recibe honoríficamente y los permite gozar de semejante gloria, y los incorpora a los coros angélicos y a los cantares místicos. Cuando vivían en el cuerpo, y por la comunión de los misterios divinos, ya estaban admitidos entre los coros angélicos, a la hora de cantar el himno del Sanctus (como sabéis muy bien vosotros, que ya estáis iniciados en los sagrados misterios). Pero ahora lo hacen mucho mejor, cara a cara y con una gran fiesta llena de alabanzas.
XVII
¿No es verdad que antes os horrorizaba el martirio? ¿No es verdad que ahora, en cambio, estáis deseosos de él? ¿No es verdad que os da pena que ya no sea tiempo de martirios? Pues bien, ¡ejercitémonos! Sobre todo para que, cuando llegue ese tiempo de los martirios, sepamos despreciar la vida, despreciando desde ya mismo los deleites. Ellos echaron sus cuerpos a las llamas, así que arroja tú ahora tus dineros en manos de los pobres. Ellos pisotearon las brasas, así que apaga tú la llama de la concupiscencia. Cosas son éstas laboriosas y difíciles, pero también son ¡muy útiles! No claves tu mirada en las cosas presentes, que son amargas, sino en las futuras, que son agradables. No te quedes en los males que tienes a la mano, sino en los bienes que te esperan. No te quedes en los dolores, sino en los premios. No te quedes en los trabajos, sino en las coronas. No te quedes en los sudores, sino en la paga. No te quedes en el fuego abrasador, sino en el reino prometido. No te quedes en los verdugos que están presentes, sino en Cristo, que es quien corona.
XVIII
¿Queréis conocer el método más expédito y la vía más fácil para la virtud? Aquí lo tenéis: no miréis solamente los trabajos, sino juntamente los premios, y no separéis a unos de otros. Así pues, cuando vayas a dar una limosna, no atiendas al dinero que en eso gastas, sino a la justicia que vas adquiriendo y a lo que dice la Escritura: "Derrochó, dio a los pobres, y su justicia permanece por los siglos". No mires las riquezas que se disminuyen, sino el tesoro que se te aumenta. Si acaso ayunas, no atiendas al sufrimiento de la carne por el ayuno, sino al descanso que mediante esa maceración consigues. Si pasas la noche en oración, atiende y pesa no la molestia que de la vigilia se sigue, sino la confianza ante Dios que con la oración adquieres. Así lo hacen los soldados, que no miran las heridas sino los premios, no las muertes sino la victoria, no los cadáveres que caen sino los vencedores que son coronados. Los marineros miran los timoneles, y antes que las tempestades atienden al puerto, y antes que los naufragios miran las mercancías y ganancias, y antes que las incomodidades miran el lucro. ¡Haz tú lo mismo!, y sobre todo considera cuán gran cosa es que, mientras los mortales todos, las fieras, las bestias domésticas, duermen en profundo sueño durante toda la noche, tú solo entras en pláticas directas con el común Señor de todos.
XIX
¿Es dulce el sueño? Pues bien, no hay cosa más dulce que la oración nocturna. En ella puedes hablar largamente a solas con el Señor, sin que nadie te interrumpa con el ruido, sin que nadie te llame, sin que nadie te quite el tiempo para obtener lo que deseas. Más aún, si acostado en un suave lecho, estás dando vueltas a un lado y a otro, ¿por qué dudas en levantarte? Trae a tu pensamiento a los mártires tendidos en las parrillas de hierro, y no precisamente en un aliñado lecho suave, sino puesto sobre las brasas.
XX
Quiero terminar aquí mi discurso, a fin de que salgáis de este sitio con la memoria fresca y reciente de las parrillas, y os acordéis de ellas durante la noche. Aunque nos retuvieran infinitos lazos en la cama, fácilmente podríamos deshacerlos y levantarnos para la oración, con tal de que tuviéramos constantemente presentes estas parrillas. Y no solamente las parrillas, sino también todos los demás tormentos de los mártires. Escribamos todos esos tormentos en nuestro corazón. Así como los que tratan de hacer sus mansiones más elegantes, las adornan por todos lados con floridas pinturas, así nosotros pintemos, en las paredes de nuestra mente, los tormentos de los mártires. Aquellas pinturas de las mansiones son inútiles para el cielo, pero éstas están llenas de utilidad. No necesitas para ello dineros ni gasto alguno, ni el arte de la pintura, sino aplicar una voluntad pronta y una mente despierta. Con éstas, como con manos diligentísimas, puedes dibujar los tormentos de los mártires.
XXI
Pintemos en nuestra alma, pues, a los que yacen en las sartenes, a los que están tendidos sobre brasas, a los que fueron arrojados en los calderos hirvientes, a los que fueron ahogados en el mar, a los destrozados bajo carretas, a los que les sacaron los ojos, a los se quedaron sin cabeza, a los echados a las bestias feroces, a los despeñados por los abismos y a los otros que tuvieron que sufrir todo género de muerte, cada cual la que le tocó. Pintemos todo esto, para que hagamos así nuestra morada más elegante y preparemos un digno hospedaje al Rey de los cielos.
XXII
Si Cristo viere en nuestra mente tales pinturas, "vendrá con el Padre y morará en nosotros", y hará en nosotros su mansión, junto con el Espíritu Santo. Será entonces nuestra mente una regia mansión; y no podrá deslizarse en ella ningún pensamiento torpe, puesto que la memoria de los mártires, como una florida pintura, permanecerá constantemente en nosotros y brillará grandemente. Así el Rey de todos habitará en nosotros, sin intermisión. Si así recibimos a Cristo en esta vida, podremos después, cuando de ella salgamos, ser recibidos en los eternos tabernáculos, por la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
HOMILÍA 2
I
Fue ayer el día de los mártires, pero también hoy es día de los mártires; y ojalá que constantemente celebremos la fiesta de los mártires. Porque si los que andan locos por el teatro, y los que admiran hasta embobarse las carreras de caballos, nunca se sacian de semejantes espectáculos inoportunos, mucho más conviene que nosotros nos mostremos insaciables respecto de las fiestas de los santos. Allá se celebra una pompa diabólica; acá una fiesta cristiana. Allá saltan y danzan los demonios; acá celebran coro los ángeles. Allá está la perdición de las almas; acá está la salvación de todos los que concurren. Me dirás que aquéllas producen placer. Sí, pero en verdad que no producen tanto como éstas. En efecto, ¿cuál es el placer que hay en ver correr a los caballos a la ventura y como se les antoja? En cambio, aquí no contemplas yuntas ni tiros de brutos animales, sino las mil carrozas de los mártires, y a Dios que las preside y va guiando por el camino hacia el cielo.
II
Para que entendáis que las almas de los justos son carrozas de Dios, oíd al profeta que dice: "Los carros de Dios son millares y millares, y viene entre ellos Yahveh del Sinaí a su santuario". Porque el don que dio a las potestades de lo alto, también lo concedió a nuestra naturaleza. Se asienta sobre los querubines, como dice el salmo: "Subió sobre los querubines y voló", y: "Tú que te asientas sobre los querubines y escrutas los abismos". Y habita entre nosotros, como dice él mismo: "Habitaré y andaré entre vosotros". Ellos, pues, han sido hechos carrozas, mas seamos nosotros templos. ¿Ves el parentesco de honor? ¿Ves cómo puso paz entre los cielos y la tierra? Así pues, si queremos, en nada nos diferenciaremos de los ángeles.
III
Como decía en el exordio de mi discurso, ayer fue la fiesta de los mártires y hoy también es la fiesta de los mártires; aunque no de los que están con nosotros, sino de los que están allá en el campo. Pero ¿qué digo? ¡También aquéllos están con nosotros! Sí, porque aunque en los negocios seculares están separados la ciudad y el campo, en las cosas tocantes a la piedad se comunican entre sí y permanecen unidos. Como dice el dicho, "no atiendas a lo bárbaro del lenguaje de los campesinos", sino a su ánimo cultivado con la cristiana sabiduría. En efecto, ¿de qué aprovecha la comunidad del lenguaje si los ánimos están divididos? ¿En qué daña la diversidad del lenguaje si nos unimos mediante la fe? En este sentido, no es inferior la campiña a la ciudad, puesto que en aquello que es lo principal para el honor, de igual honor participan.
IV
Por este motivo nuestro Señor Jesús no solía permanecer en las ciudades; y a su paso se despoblaban las villas y quedaban desiertas, mientras él, predicando el evangelio, recorría las ciudades y los castillos, sanando a muchos de todo malestar y de todas enfermedades. Pues imitando este ejemplo, nuestro común pastor y doctor nos abandonó hoy y se marchó a los campesinos. Pero, más bien, no se apartó de nosotros al ir a ellos, puesto que fue a nuestros hermanos.
V
Así como cuando se celebró la festividad de los macabeos toda la campiña se vació hacia la ciudad, así ahora que se celebra la festividad de los mártires que allá descansan, fue conveniente que toda la ciudad saliera a la campiña. Porque por esto Dios no colocó a los mártires en solas las ciudades, sino también en las campiñas, a fin de que los días de sus festividades nos proporcionaran una ocasión necesaria de contacto y de conversación. Y aun por eso mismo puso mayor número en la campiña que en la ciudad. Porque de esta manera al inferior le concedió mayores honores, a causa de su mayor debilidad, y por lo mismo, le dispensó mayores cuidados.
VI
Los que habitan en las ciudades tienen una enseñanza continua, mas los que habitan en la campiña no la tienen con tan gran abundancia. Por esto Dios los ha consolado de la penuria de Doctores con la abundancia de mártires, y por este motivo dispuso que fueran en la campiña colocados los mártires en mayor cantidad. No oyen aquellos habitantes continuamente la lengua de los maestros, pero en cambio escuchan la voz de los mártires que resuena desde los sepulcros y les habla, y tiene mayor virtud que los maestros. Y para que entendáis que los mártires, aun callando, tienen mayor virtud que nosotros los que hablamos, considerad cómo hay muchos que después de haber disertado delante de las multitudes acerca de la virtud en nada se aprovecharon, mientras que otros, a causa de la rectitud de su vida que resplandecía, aun callando llevaron a cabo muchas y excelentes obras.
VII
Así sucede a los mártires y con mayor amplitud, y no con la lengua que emite la voz ornada, sino con aquella otra que resuena mucho más altamente: las obras. Por lo que respecta a su boca, ellos hablan a todo el género humano con estas expresiones: Vednos, ved que no hemos padecido males, pues ¿qué mal hemos padecido al ser condenados a muerte cuando de ese modo obtuvimos la vida eterna? Fuimos hallados dignos de entregar nuestros cuerpos por Cristo. Y si en esta ocasión no nos hubiéramos despojado de ellos, de todos modos después de poco tiempo teníamos que perder esa vida temporal. Si no hubiera venido el martirio para quitárnosla, de todos modos la común muerte, propia de nuestra naturaleza, nos habría acometido y en absoluto la hubiera destruido. Por esto, no cesamos de dar gracias a Dios de que, por beneficio suyo, nos aconteciera que la muerte, que de cualquier manera teníamos que soportar, nos viniera en esta forma para salvación de nuestras almas; y que aquello que necesariamente le habíamos de dar, lo haya aceptado como un don de parte nuestra y un sumo honor.
VIII
Me dirás que los tormentos son molestos y amargos. Sí, pero pasan en un breve tiempo; mientras que la delicia que con ellos se adquiere dura igualada a los siglos sempiternos. Más aún, ni siquiera por un instante son amargos los tormentos, para quienes miran a las cosas futuras y al que preside el certamen y es el remunerador y al que desean ir. Así el bienaventurado Esteban, que con los ojos de la fe miraba a Cristo, no atendía a la lluvia de piedras, sino que, en vez de eso, contaba los premios y las coronas. Así pues, también tú vuelve tus ojos desde las cosas presentes a las futuras, y con esto no percibirás ni siquiera un pequeño dolor por los males. Estas y muchas otras cosas dicen los mártires, y las persuaden mejor que nosotros los predicadores. Porque si fuera yo quien os dijera que los tormentos no producen ni la menor molestia, no se me creería en modo alguno al expresarme de esa manera, puesto que ninguna dificultad presenta el afirmar eso y discurrirlo con solas las palabras. En cambio, el mártir, al emitir con sus obras mismas esas voces, no encuentra a nadie que lo contradiga.
IX
Así como suele suceder dentro de los baños, en donde está la piscina de agua caliente y a donde nadie se atreve a descender, que mientras unos a otros se exhortan con palabras los que están sentados al borde del baño, sin embargo a nadie persuaden; pero en cuanto alguno o introduce su mano o aun avanzando su pie echa al agua todo su cuerpo confiadamente, éste tal, aunque no diga una sola palabra, persuade mucho mejor a los demás la inmersión, a los demás que quedan sentados al borde y lo han exhortado con abundantes palabras, del mismo modo sucede con los mártires, aunque en este caso en vez de la piscina se propone la pira. De manera que quienes están afuera y en torno, aunque con muchas palabras exhorten, no logran conmover a nadie. Pero en cuanto un mártir mete allá no una mano ni un pie solamente sino todo el cuerpo, empuja mejor con su experiencia personal que con cualquiera exhortación o consejo, y quita el temor a los circunstantes.
X
Por este motivo, por tanto, Dios nos dejó los cuerpos de los mártires. Por esto, aunque ha ya tiempo que vencieron, sin embargo no han resucitado. Combatieron su certamen hace mucho, y con todo aún no han alcanzado la resurrección. Y no la han alcanzado para utilidad tuya; a fin de que cuando te pongas delante de los ojos aquel atleta, te excites a seguirlo en su carrera. Ellos, con esa dilación, no sufren mal alguno; pero ella con esta ocasión te trae grandes utilidades. Ellos después tendrán la resurrección aunque ahora no la tengan. En cambio, si ya Dios nos los hubiera quitado de en medio, nos habría privado del gran consuelo y exhortación que para todos los hombres se obtiene del sepulcro de los santos.
XI
Lo que yo digo, vosotros lo podéis comprobar con vuestro testimonio. Pues aunque mucho y muchas veces os hemos amenazado, halagado, aterrorizado y exhortado, con todo no os sentíais tan dispuestos para la oración y tan prontos. En cambio ahora que habéis venido a la iglesia para la festividad de los mártires, sin que nadie os lo aconsejara, sino solamente con la vista de los sepulcros de los santos, habéis derramado copiosas fuentes de lágrimas, y puestos en oración os encendisteis en un fervor no mediocre. Y con todo el mártir ¡yace ahí mudo y en sumo silencio!
XII
¿Qué es, pues, lo que os punza en la conciencia, y hace que broten, como de una fuente, los torrentes de lágrimas? Que con la mente consideráis a los mártires y traéis a la memoria las hazañas que llevaron a cabo. Porque del mismo modo que los pobres, cuando ven a otros ricos y puestos en dignidades y que el emperador los colma de honores y andan rodeados de guardias y en toda prosperidad, y por ahí conocen mejor su pobreza, entonces es cuando la lloran, así nosotros, cuando recordamos cuánta confianza tienen los mártires delante de Dios, rey del universo, y con cuánto esplendor y gloria fulguran, y luego vienen a nuestra memoria nuestros propios pecados, porque penetramos mejor por las riquezas de ellos lo que es la penuria nuestra, nos dolemos, nos angustiamos, comprendemos en cuán grande manera nos superan, y esto es lo que finalmente nos hace derramar lágrimas.
XIII
Por esto nos dejó Dios aquí sus cuerpos. Para que si alguna vez la multitud de los negocios y la turba de los pensamientos seculares, arrojan sobre nuestra mente una densa oscuridad, tal como suele brotar y ponernos excesivos impedimentos, ya por los domésticos asuntos, ya por los públicos, entonces, habiendo abandonado la ciudad y despedido semejantes alborotos, nos recojamos a la iglesia de los mártires y gocemos ahí de aquellas auras tibias espirituales, y nos olvidemos de la multitud de ocupaciones y nos deleitemos en paz y nos entretengamos con los santos y roguemos por nuestra salvación al que preside y premia a los mártires en sus combates; y así, tras de echar a un lado el peso de nuestra conciencia mediante el auxilio de todos ellos, regresemos a nuestros hogares con el ánimo colmado de deleites, ya que los sepulcros de los mártires no son otra cosa que puertos seguros, fuentes de aguas espirituales, tesoros de invioladas riquezas que jamás se agotan.
XIV
Así como los puertos reciben inmensa cantidad de naves acometidas por las olas y a todas les dan seguridad, del mismo modo las urnas de los mártires, cuando reciben nuestras almas acometidas por las olas de los negocios seculares, les ofrecen grande seguridad y tranquilidad. Y como las frescas fuentes con sus aguas recrean los cuerpos fatigados y deshechos por los trabajos y por el calor, así estos sepulcros, a las almas inflamadas en afectos depravados les dan refrigerio, y con sólo su aspecto apagan y extinguen la vergonzosa concupiscencia, la envidia que derrite, la ira que inflama y cualquiera otra pasión que nos cause una semejante molestia.
XV
Si las penas de los mártires son muchas, los tesoros son aún mayores, con mucho. Porque los tesoros que consisten en riquezas crean a quienes los poseen innumerables peligros; y si se dividen en porciones, se aminoran con la división. En cambio aquí nada de eso sucede; sino que al contrario, el tesoro no tiene peligros y dividido no se disminuye, sino que es del todo diverso de las riquezas sensibles. Porque éstas, como antes dije, si se dividen en partes, se aminoran; mientras que las otras, cuando se reparten entre muchos entonces es cuando mejor muestran su abundancia. No así deleitan los prados con sus violetas y sus rosas a los que los miran, como los sepulcros de los mártires al ofrecer un gozo que jamás se marchita ni se acaba, a las almas de quienes los contemplan.
XVI
Abracemos con fe, pues, aquellos sepulcros; inflamemos nuestra mente; lancemos nuestros gemidos. Muchos delitos hemos cometido y grandes son nuestros pecados; por esto necesitamos de abundante medicina y de confesión diligente. Los mártires derramaron su sangre, tú derrama las lágrimas de tus ojos. Pueden también las lágrimas apagar el fuego del horno de los pecados. Los costados de aquéllos fueron desgarrados y ellos veían en torno a sus verdugos que los rodeaban; haz tú lo mismo enfrente de tu conciencia y coloca a la razón como juez incorruptible en el solio de tu pensamiento y trae ahí al medio todo cuanto has cometido. Lanza sobre tus pecados severas y terribles consideraciones, castiga los movimientos obscenos de los que han nacido tus pecados, atorméntalos con diligencia y acerbamente. Si de esta manera cuidamos de juzgarnos a nosotros mismos, evitaremos aquel tremendo tribunal.
XVII
El que ahora se constituye juez de sí mismo, y con diligencia pide cuenta de sus propios pecados, no tendrá que sufrir el juicio futuro. En efecto, nos dice Pablo que "si nos juzgáramos a nosotros mismos, dice, no seríamos juzgados por Dios". Y reprendiendo a quienes indignamente participan de los misterios divinos, decía: "El que come y bebe indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor". Y el sentido de sus palabras es éste: así como aquellos que crucificaron al Señor, así serán castigados los que indignamente participan de los misterios. Y nadie vaya a condenar de severo mi discurso. Porque púrpura regia es el cuerpo del Señor. Pero tanto el que dilacerare la púrpura regia como el que la manchare con sus manos inmundas, igualmente la habrán injuriado; por lo cual, con igual suplicio serán castigados. Y del mismo modo sucederá con el cuerpo del Señor.
XVIII
Los judíos rompieron el cuerpo del Señor con clavos en la cruz, y tú lo desgarras cuando lo recibes viviendo en pecado y con lengua inmunda y pensamiento impuro. Por lo cual dijo Pablo que les amenazaba igual suplicio; y así añadió: "Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y duermen muchos". Y luego, para demostrar que quienes se exigen a sí mismos razón de sus pecados en esta vida y ejercen juicio contra sus propios delitos y ya no reinciden en ellos, fácilmente pueden evadir la futura sentencia, terrible e ineludible, añadió: "Si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados de Dios. En cambio, al ser juzgados por el Señor somos corregidos para no ser condenados con este mundo".
XIX
Atormentemos, pues, nuestras mentes, castiguemos los pensamientos lascivos, limpiemos con nuestras lágrimas nuestras manchas. Grande es el fruto de este llanto, grande su auxilio y su consuelo. Porque así como a risas y deleites les amenaza un grave suplicio, así el llanto perpetuo acusa un grande consuelo. Puesto que "bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados", y "ay de aquellos que ríen, porque habrán de llorar", por esto Pablo, aunque no tenía conciencia de ningún pecado, pasaba su tiempo entre lágrimas y llantos. ¿Quién afirma esto? El mismo bienaventurado varón que dice: "Por todo un trienio, día y noche no cesé amonestando con lágrimas a cada uno de vosotros".
XX
Lloró Pablo durante un trienio, y nosotros no lloremos ni siquiera un mes; él noche y día y esto por los pecados ajenos, nosotros lloremos por los propios; él sin tener conciencia de nada malo, nosotros a lo menos para aliviar el peso que nos oprime de la conciencia. Mas ¿por qué llora? ¿por qué no se ciñe a enseñar y amonestar sino que añade las lágrimas? A la manera de un padre amante que tiene a un hijo único enfermo y que no admite las medicinas sino que las rechaza, pero él, sentado junto al lecho lo acaricia, lo besa, lo abraza y con todo género de dulzuras intenta doblegarlo y persuadirlo a que quiera apartar de sí la enfermedad mediante los remedios que la medicina le ofrece, así Pablo a todos los fieles dispersos por todo el orbe de la tierra los abraza como a un hijo único con amor; y como viera a muchos caídos en pecado y atacados por la enfermedad incurable del alma, y que no admitían la medicina de la reprensión y del castigo, sino que la rechazaban y se apartaban violentamente de ella, con lágrimas los detenía; a fin de que al verlo así llorando y gimiendo, conmovidos con sola su presencia, recibieran la medicina, y habiendo echado fuera la enfermedad recobraran su antigua salud. Por esto amonestaba siempre con lágrimas.
XXI
Si pone Pablo tanto cuidado en los pecados ajenos ¿con cuánta aplicación del alma es razonable que nosotros nos ocupemos de enmendar los nuestros? Es muy grande la fuerza de la tristeza cuando es según Dios, y mucho aprovecha. Isaías, como quisiera exponernos esto, decía: "Por su iniquidad yo un poco lo herí en mi ira". No dice yo lo castigué conforme a lo que pedían sus delitos. Porque Dios en premiar las buenas obras ciertamente se excede en la medida; pero cuando ha de castigar los pecados, a causa de su inmensa benignidad, castiga con suplicio pequeño. Y en ese sitio de Isaías, para indicar esto, añadió: "Por su iniquidad un poco yo lo herí en mi ira, y vi que se había contristado y anduvo pesaroso y yo enderecé sus caminos".
XXII
¿Ves cómo es grande y prontísima la utilidad de la penitencia? Como poco antes lo castigara por sus pecados, pero luego lo viera triste y pesaroso, aun aquella pequeña pena se la perdonó. ¡Tan pronto y preparado se halla Dios a reconciliarse con nosotros, y anda en busca de siquiera una pequeña ocasión! Démosle, pues, ocasión de amarnos y esforcémonos en conservarnos libres de pecado. Pero, si en alguna ocasión fuéremos vencidos, levantémonos pronto y lloremos con vehemencia nuestro pecado a fin de que alcancemos el gozo que es según Dios. Puesto que si Dios, al otro, porque andaba triste y pesaroso, le reconcilió enseguida consigo, a quien añade lágrimas y le invoca con grande esfuerzo de su alma ¿qué no le concederá?
XXIII
Veo que, al presente, vuestro corazón se ha inflamado. Pero, a fin de que una vez fuera de este recinto ese fervor no se enfríe, sino más bien lo guardemos dentro de nosotros, hagamos lo siguiente. Fértil es el campo de vuestra mente, apenas recibió la semilla y ya produjo frutos y espigas, sin necesitar de lo que dilatan las estaciones del año. Pero yo temo a vuestro enemigo. Ahí fuera de la iglesia está el demonio, porque ciertamente al interior de esta reunión no se atreve a entrar, ya que en donde se encuentra la grey de Cristo ahí el lobo no se presenta; sino que permanece allá fuera, porque teme al Pastor.
XXIV
Así pues, una vez salidos de aquí, no nos entreguemos a reuniones intempestivas, ni a ociosas conversaciones, ni a ocupaciones inútiles. Sino que, mientras aún está en vigor y fresca la memoria de las cosas que aquí se han dicho, apresurémonos a nuestros hogares; y cada uno, sentado al lado de su mujer y de sus hijos, medite cuidadosamente lo que oyó. Y si acaso no queréis volver al hogar, reunid a vuestros amigos, y sentaos en privado con ellos, y hacedlos participantes de las cosas que oísteis. Y cada cual, declarando lo que pudo retener de memoria, instituya una lección de sacra doctrina, a fin de que no parezca que inútilmente habéis participado de esta reunión.
XXV
Lámparas son los mandatos de Dios, puesto que dice la Escritura: "Antorcha es el mandamiento, y luz la disciplina y camino de vida la corrección". Pero quien enciende su lámpara no va a sentarse en la plaza, sino que se apresura a entrar en su hogar a fin de que el fuego no se le apague con el soplo de los vientos, ni por el largo tardar se le consuma la llama. Pues hagamos así nosotros. El Espíritu Santo enciende para nosotros la luz de su doctrina. Salidos de aquí, y llenos de las cosas que hemos oído, si acaso vemos que nos sale al paso algún amigo o pariente o doméstico u otro cualquiera, pasémoslo de largo; no sea que si nos ponemos a platicar con él de cosas inútiles y superfluas, entre tanto se nos extinga el fuego de la doctrina. Procuremos más bien que esté en todo su esplendor en el hogar, y encendido en lo más alto de la mente, como en un candil, para que ilumine todo lo que en la casa hay.
XXVI
El absurdo que no podamos soportar que en la tarde no haya en toda la casa una lámpara ni una lumbre; y en cambio veamos tranquilos el alma sin doctrina. De aquí provienen muchos pecados: de que no encendemos velozmente la lámpara del alma. De aquí nace el que cada día caigamos. De aquí se origina el que recojamos con la mente muchas cosas, pero al acaso y de pasada; de modo que una vez oída la lectura de la palabra divina, antes de que pongamos los pies fuera del vestíbulo de la iglesia, al punto la echamos de nosotros; y así, apagada la luz, caminamos en tinieblas. Si acaso esto nos ha acontecido anteriormente, que ya no nos suceda en adelante; sino que tengamos constantemente encendida en la mente la lámpara; y más bien procuremos adornar el alma que no el hogar. Porque éste aquí se queda, pero el alma va con nosotros a la otra vida. Por eso debemos poner más cuidado en ella.
XXVII
Hay algunos tan necios que adornan sus casas con dorados artesones, y en el piso ponen variados mosaicos, y añaden pinturas de flores y el esplendor de las columnas y otras muchas cosas; y en cambio al alma la abandonan en un estado peor que el de una hospedería deshabitada y llena de lodo, humo y mucho mal olor, y en fin totalmente abandonada. Y todo esto sucede porque la lámpara de la doctrina no permanece constantemente encendida. Por esto mismo desechamos lo que es fructuoso y en cambio nos ocupamos diligentemente de lo que no es de ningún valor. Y lo digo no únicamente para los ricos, sino también para los pobres. Porque éstos muchas veces adornan según sus posibilidades sus casas y en cambio dejan su alma abandonada y descuidada. Por esto, dirijo mi enseñanza a unos y a otros, y los exhorto a que, habiendo hecho a un lado los negocios de este mundo, pongamos todo nuestro empeño en el cuidado fructuoso de las cosas espirituales.
XXVIII
Observe el pobre a la viuda que depositó sus dos óbolos, y no crea que la pobreza es un impedimento para negociar con la limosna y la bondad. Y el rico piense en Job, y así como Job poseía todos sus bienes no para sí sino para los pobres, así hágalo él también. Porque por esto Job llevó en paciencia el verse privado de ellos; pues antes de que en la realidad fuera despojado por el demonio, había meditado ya el enajenamiento de ellos. Tú, pues, desprecia las riquezas presentes con el fin de que cuando quizá te fueren quitadas, no te dejes vencer por el dolor. Mientras las tienes ocúpalas en cosas útiles, para que cuando te fueren arrebatadas, obtengas de ellas un doble fruto: el del premio que te está preparado por haberlas empleado útilmente y el de la paciencia y moderación cristianas, conseguidas mediante el desprecio de ellas. Estas virtudes te serán muy necesarias, cuando esos bienes te fueren quitados.
XXIX
Por este motivo las riquezas han recibido el nombre de cosas usuales, para que las empleemos como conviene y no las enterremos. Se llaman también posesiones para que nosotros las poseamos y no ellas nos posean a nosotros. ¿Señor eres de muchas riquezas? No te coloques bajo el dominio de lo que el Señor puso bajo tu señorío, y no estarás tú al servicio de ellas si las empleas como se debe y no las entierras. Nada hay tan deslizable como las riquezas, nada tan mudable como los bienes. Siendo pues tan inestable su posesión, y volando de nuestras manos con mayor velocidad que una ave cualquiera, y huyendo de nosotros más desagradecidamente que cualquier esclavo fugitivo, empleémoslas como conviene, mientras somos sus dueños, para poder obtener mediante esos dineros inestables, los bienes permanentes. Poseeremos así acá un tesoro que está depositado en el cielo. Tesoro que a todos ojalá nos acontezca gozar por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
HOMILÍA 3
I
Las festividades de los mártires tienen su valor, y no únicamente por el día del año en que recurren sino también por la disposición de ánimo de quienes las celebran. Por ejemplo, ¿imitaste al mártir? ¿Has emulado su virtud? ¿Has seguido las huellas de su moderación? Entonces, aunque no sea el día de la fiesta del mártir, tú has celebrado la fiesta del mártir. Porque el honor de los mártires consiste en que los imitemos.
II
Así como los que cometen crímenes aun en el día de la festividad están sin fiesta y son profanos, así los que ejercitan la virtud celebran fiesta aunque no haya solemnidad ninguna, porque la fiesta se significa con la pureza del alma. Indicando esto mismo decía Pablo: Así pues, celebremos la festividad "no en el fermento antiguo de malicia y maldad, sino en ázimos de sinceridad y verdad". De manera que hay panes ázimos así entre los judíos como entre nosotros. Sólo que entre ellos el ázimo está hecho de harina, y en cambio entre nosotros consiste en la pureza de vida, en vivir ajenos a la maldad. Así pues, el que conserva su vida limpia de toda impureza y mancha, ése celebra diariamente fiesta y solemnidad, aunque no sea el día de la fiesta de los mártires, y él se esté en su casa y no vaya al templo. Porque ciertamente puede cada cual celebrar en su casa la fiesta de los mártires.
III
No digo esto para que no nos acerquemos al sepulcro de los mártires, sino para que, si nos acercamos, vengamos con la debida prontitud de ánimo; y esto no solamente en el día de su fiesta; sino que en otro cualquier tiempo mostremos la misma piedad. Porque ¿quién no admirará hoy nuestra reunión, este espectáculo espléndido, esta fervorosa caridad, este ardiente afecto, este invencible cariño? Hasta tal punto se ha reunido aquí la ciudad toda, que ni el temor del amo ha retenido al siervo, ni la pobreza y necesidad al pobre, ni al anciano la debilidad de sus años, ni a la mujer lo delicado de su sexo, ni al rico el brillo de sus riquezas, ni al magistrado la excelencia de su potestad. Nada de eso, sino que, habiendo quitado el amor a los mártires todas las desigualdades nacidas de la pobreza y de las debilidades de la naturaleza, ha arrastrado a toda la multitud, como atada con una cadena, a este sitio; y valiéndose del afecto hacia los mártires como de unas alas para elevarla, la ha incitado a llevar una vida cual si ya estuviera en el cielo. Porque vosotros habéis vencido toda perturbación causada por la lascivia y la lujuria y estáis encendidos en el amor a los mártires.
IV
Así como a los primeros rayos del sol huyen las fieras y se esconden en sus madrigueras, así, una vez que ha brillado en nuestras mentes la luz de los mártires, se han ocultado todos los vicios y todas las enfermedades del espíritu, y se ha encendido la llama brillante de la sabiduría. Mas, a fin de que no solamente durante este tiempo, sino también después de terminada la reunión, conservemos esa llama, regresemos a nuestras moradas con la misma devoción y no nos entreguemos en las cantinas y en los prostíbulos a la embriaguez y a los excesos de la gula. Habéis hecho de la noche día mediante las sagradas vigilias, así que no hagáis ahora del día noche por la embriaguez y los cantos obscenos y la crápula. Habéis honrado a los mártires acudiendo, oyendo y mostrando un amor diligente, así que honradlos también con el orden en vuestro modo de regresar a la ciudad, no sea que alguno, al veros desordenados en la taberna, vaya a decir que habéis venido aquí para crecer en vicios y alimentar los malos deseos.
V
No digo esto tratando de estorbar tu placer y descanso, sino para impedir que se cometan pecados; no para vedarte el que bebas, sino para impedir que te embriagues. Porque no es malo el vino: lo malo es su uso inmoderado. El vino don es de Dios; pero su uso inmoderado invento es del demonio. Servid al Señor, pues, "con temor y temblor". ¿Quieres gustar de las delicias? Gózalas en tu casa, donde muchos habrán cubrir tus vergüenzas, y no en la cantina, donde serás espectáculo de muchos y escándalo para todos. Y no digo esto para que te embriagues en tu casa, sino para que no lo hagas en las tabernas. Advierte cuan digno de burla es que, tras de esta reunión, tras de esta vigilia, tras de escuchar las Sagradas Escrituras y participar de los divinos misterios y recibir la refección espiritual, se vea a hombres y mujeres que pasen todo el día en la cantina.
VI
¿No conocéis cuan graves castigos amenazan a los ebrios? Ellos son arrojados del reino de Dios y pierden bienes indecibles y son destinados al fuego eterno. ¿Quién asegura esto? El bienaventurado Pablo, cuando dice: "Ni los avaros, dice, ni los dados al vino, ni los maldicientes, ni los raptores, poseerán el reino de los cielos". Pues ¿qué cosa hay más miserable que el hombre dado al vino, quien por un gustillo de nada, pierde los grandes deleites de aquel reino? Más aún, ni siquiera goza el ebrio de algún deleite. Porque el placer se encuentra en el uso moderado, mientras que en la inmoderación se encuentra el embotamiento y la pérdida del sentido. Pero el que no sabe ni en dónde se asienta ni en dónde se cae, ¿cómo podrá tener el gusto de la bebida? Y no pudiendo ni aun ver la luz del sol a causa de la tupida nube de la bebida, ¿cómo podrá experimentar algún deleite y alegría? Realmente, lo rodean tan densas tinieblas, que no bastan los rayos del sol a disiparlas. Siempre es mala la embriaguez, oh carísimos, pero mucho más mala es en el día de los mártires.
VII
Aparte de pecado, la embriaguez es un insulto supremo y un desprecio sumo de la palabra sagrada; por lo cual sin duda que el castigo será doble. De manera que, una vez que viniste a honrar a los mártires, al apartarte de aquí no te has de entregar a la embriaguez. Si lo haces, es preferible que te quedes en tu casa y que no te presentes aquí indecorosamente, ni insultes así la fiesta de los mártires, ni escandalices al prójimo, ni llenes de sombras tu mente, ni acumules pecados. Viniste a ver a hombres destrozados por los tormentos, que destilan sangre, adornados con un enjambre de llagas y que, despojados de la vida presente, volaron a la futura: procura pues hacerte digno de semejantes atletas. Ellos despreciaron la vida, desprecia tú los placeres. Ellos renunciaron a la vida presente, abandona tú el apego a la embriaguez.
VIII
¿Es que quieres gozar de los deleites? Ven y siéntate al lado de los sepulcros de los mártires, derrama ahí fuentes de lágrimas, duélete en tu corazón, logra las bendiciones de las urnas. Apoyado en las oraciones de ellos, ejercítate frecuentemente en leer las batallas suyas. Abrázate a sus lóculos, apégate a sus urnas que guardan las reliquias. Porque no solamente los huesos de los mártires abundan en bendiciones, sino también sus urnas y sus sepulcros. Toma el santo óleo y unge todo tu cuerpo (la lengua, los labios, la cerviz, los ojos), y así no caerás nunca en el abismo de la embriaguez. Porque el óleo con la suavidad de su aroma te trae a la memoria el combate de los mártires, refrena toda lascivia, te arma de mucha paciencia y cura las enfermedades del alma. ¿O es que deseas permanecer en los huertos y prados? No hagas eso cuando está presente gran cantidad de pueblo, sino otro día. Ahora es tiempo de combates, ahora se presenta el espectáculo de las luchas, ya no es tiempo de delicias ni voluptuosidades.
IX
No viniste aquí para entregarte a la pereza, sino para "aprender a luchar en la palestra y vencer". Y siendo, como eres, hombre mortal, viniste a quebrantar las fuerzas del demonio invisible. Porque nadie baja a la palestra para entregarse a los deleites; ni se pone a procurar amorosas pláticas cuando es venido el tiempo de los combates; ni anda buscando las mesas opíparas cuando lo necesario es ponerse en orden de batalla. Por consiguiente, tampoco tú, cuando has venido a presenciar la fortaleza de alma y el vigor de la mente y a contemplar un trofeo admirable y nuevo y un combate desusado y heridas y golpes y la lucha completa en el pancracio de estos varones, no introduzcas acá al demonio y sus obras; no te entregues, tras de este espectáculo magnífico y tremendo, a las delicias; sino que, una vez recogidas las ganancias espirituales, vuelve con ellas a tu casa; y con sola tu presencia testifica a todos que regresas del espectáculo de los mártires.
X
Así como los que regresan del teatro, fácilmente aparecen, delante de todos, perturbados, confusos, enervados y cargados de las imágenes de todo aquello que se representó en el teatro, así al que vuelve del espectáculo de los mártires, es necesario que todos lo conozcan por su modo de presentarse, de andar, por su compunción y recogimiento de su mente; y porque respira fuego y va modesto, contrito, sobrio, atento, y declarando con sus mismas posturas corporales la interior moderación y templanza. ¡Volvamos de esta manera a la ciudad: con la debida modestia, el andar mesurado, llenos de prudencia y continencia, y con el rostro sereno y tranquilo, porque "el vestido del hombre y la risa de sus dientes y su modo de caminar denuncian al hombre".
XI
¡Volvamos siempre así de la visita de los mártires, y de estos óleos espirituales, y de estos prados celestes, y de estos nuevos y miríficos espectáculos. Volvamos así, a fin de que también nosotros experimentemos mayor facilidad en la virtud, y demos también a los otros libertad en ejercitarla; y finalmente consigamos los bienes futuros por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
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