GREGORIO TAUMATURGO
Discurso a los Mártires

Me gustaría callar y no hacer alarde de la rudeza de mi lengua, pues el silencio es de gran importancia cuando se habla mal. Abstenerse de hablar es, en verdad, una cosa admirable, sobre todo cuando se carece de educación, y hasta el filósofo más alto es aquel que sabe disimular su ignorancia absteniéndose de hablar en público.

Conociendo la debilidad de mi lengua, pues, hubiera preferido tal proceder. Sin embargo, el espectáculo que aguarda a los espectadores me impulsa a hablar, puesto que esta solemnidad de todos los mártires es una de las más gloriosas entre nuestras fiestas, y los espectadores forman una multitud, y nuestra asamblea es de un elevado fervor en la fe. Por tanto, afrontaré la tarea de acometer mi discurso con más audacia todavía, puesto que el Padre me lo pide, y la Iglesia está conmigo, y los santos mártires fortalecen lo que es débil en mí.

En efecto, estos hombres han animado a los ancianos a realizar con mucho amor una larga carrera, y los han obligado a sostener sus pasos vacilantes con el bastón de la palabra, y han estimulado a las mujeres a terminar su carrera como los jóvenes, y han llevado a esto también a los de tierna edad. Sí, incluso a los niños que gatean.

De esta manera han mostrado su poder los mártires, saltando de alegría en presencia de la muerte, riéndose de la espada, burlándose de la ira de los príncipes, aferrándose a la muerte como creadora de inmortalidad, haciendo suya la victoria por su caída, dando con el cuerpo su salto al cielo, permitiendo que sus miembros se dispersaran para poder sostener sus almas, y rompiendo los barrotes de la vida para poder abrir las puertas del cielo.

Si alguien no cree que la muerte haya sido abolida, o que el hades haya sido pisoteado, o que sus cadenas hayan sido rotas, o que el tirano esté atado, que mire a los mártires, que se divierten en presencia de la muerte y toman el jubiloso canto de la victoria de Cristo. ¡Oh, maravilla, que desde la hora en que Cristo despojó al hades, los hombres han danzado triunfantes sobre la muerte! Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón? Oh sepulcro, ¿dónde está tu victoria? (1Cor 15,55).

En efecto, el hades y el diablo han sido despojados, despojados de su antigua armadura y arrojados fuera de su poder peculiar. Y así como a Goliat le cortaron la cabeza con su propia espada, así también al diablo le cortaron la cabeza, al que fue padre de la muerte y se puso en fuga por la muerte, descubriendo que la misma cosa que solía usar como arma de engaño se ha convertido en el poderoso instrumento de su propia destrucción. Sí, lanzando su anzuelo a la deidad, y apoderándose del goce habitual del placer provocado, él mismo es atrapado por el captor, y descubre que en lugar del hombre ha tocado a Dios.

Por razón de esto, los mártires saltan sobre la cabeza del dragón, y desprecian toda especie de tormento. Porque como el segundo Adán sacó al primer Adán de las profundidades del hades, o como Jonás fue liberado de la ballena, se presentó el que fue engañado ante el engañador, cerrando las puertas del hades y abriendo las puertas del cielo, para ofrecer una entrada sin obstáculos a quienes se elevan allí con fe.

En la antigüedad, Jacob vio una escalera que llegaba hasta el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar por ella. Pero ahora, habiéndose hecho hombre por amor al hombre, el Amigo del hombre ha aplastado con el pie de su divinidad a su enemigo, y ha sostenido al hombre con la mano de su cristeidad, y ha hecho que el éter sin caminos sea hollado por los pies del hombre.

Entonces los ángeles subían y bajaban, mas ahora el ángel del gran consejo ni sube ni baja. ¿De dónde y a dónde cambiará su posición el que está presente en todas partes, y llena todas las cosas, y tiene en su mano los confines del mundo? Una vez, en verdad, descendió, y otra vez ascendió, pero no por un cambio de naturaleza, sino por la condescendencia de su cristeidad. Y está sentado como el Verbo con el Padre, morando en su seno y en todas partes, y nunca separado del Dios del universo.

En otro tiempo el diablo se burló de la naturaleza del hombre con gran risa, y tuvo sus días festivos en los tiempos de nuestra calamidad. Pero la risa es sólo un placer de tres días, mientras que el llanto es eterno. Y su gran risa le ha preparado un mayor llanto, y lágrimas incesantes, y un fracaso inconsolable, y una espada en su corazón.

Esta espada la forjó nuestro líder contra el enemigo, con fuego en el horno virgen, de la manera y del modo que quiso, con una punta que desbordaba su energía y divinidad invencible. Y la sumergió en el agua de un bautismo inmaculado, y la agudizó con sufrimientos sin pasión, y la hizo brillante por la resurrección mística. Con esta arma, y por sí mismo, Jesucristo dio muerte al vengativo adversario, junto con todo su ejército de mártires.

¿Qué clase de palabra, entonces, expresará nuestro gozo y la miseria del adversario? Porque el que una vez fue arcángel, ahora es un diablo, y el que una vez vivió en el cielo ahora se arrastra como una serpiente sobre la tierra, y el que una vez se jubiló con los querubines, ahora está encerrado en el calabozo de los cerdos. A él, en fin, lo derrotaremos, a través de las cosas que son contrarias a su elección y por la gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos.