TERTULIANO DE CARTAGO
Discurso a los Mártires

I

1. Bienaventurados mártires designados por Dios, junto con la provisión que nuestra madre la Iglesia, con sus generosos pechos, y cada hermano con sus medios privados, hace para vuestras necesidades corporales en la prisión, aceptad esta pequeña contribución que yo os tributo. Hacedlo para nuestro sustento espiritual, pues no es bueno que la carne sea saciada y el espíritu muera de hambre, o se cuide con atención lo que es débil y se descuide lo que es aún más débil.

2. No es que tenga derecho especial a exhortaros. Sin embargo, no sólo los entrenadores y capataces, sino también los inexpertos, e incluso los que eligen sin la menor necesidad, suelen animar con sus gritos a los gladiadores más consumados, y éstos reciben útiles sugerencias de la simple multitud de espectadores.

3. Oh bienaventurados, no entristezcáis al Espíritu Santo que ha entrado con vosotros en la cárcel. Si él no hubiera ido allí con vosotros, no habríais estado vosotros allí hoy. ¿Hacéis todo lo posible por retenerlo? Hacedlo, y dejad que él os lleve desde allí a vuestro Señor.

4. La prisión es la casa del diablo, donde él mantiene a su familia. No obstante, vosotros habéis entrado en sus muros con un único propósito: pisotear al malvado en su morada elegida. Vosotros ya lo habíais vencido por completo en la batalla campal exterior, y por eso mismo él os ha llevado a su morada, para decir: "Ahora están en mis dominios. Con viles odios los tentaré, creando deserciones o disensiones entre ellos".

5. Expulsad al diablo de vuestra presencia, y que él mismo se hunda en sus propios abismos, encogido o adormecido, como serpiente encantada o ahumada. No le deis el éxito en su propio reino, sino poneos de acuerdo entre vosotros, para que él os encuentre armados y fortificados en la concordia; y la paz entre vosotros sea el arma de batalla contra él.

6. Algunos del exterior, al no poder encontrar esta paz en la Iglesia exterior, se han acostumbrado a buscarla en los mártires encarcelados. Por eso debéis alimentar la paz interior, y cuidarla y guardarla, para que tal vez podáis otorgarla a otros.

II

1. Muchas cosas, e incluso obstáculos del alma, pueden haberos acompañado hasta la puerta de la prisión, e incluso puede que hasta vuestros familiares os hayan acompañado. Sabed bien esto: que desde entonces fuisteis separados del mundo, y del curso ordinario de la vida mundana, y de todos sus asuntos. No dejéis que esta separación del mundo os alarme, porque el mundo no es más que una prisión, y lo que vosotros habéis hecho es salir de una prisión, en lugar de haber entrado en ella.

2. El mundo tiene tanta oscuridad que ciega los corazones de los hombres. El mundo impone grilletes tan dolorosos que atan a las almas mismas de los hombres. El mundo exhala las peores impurezas: los deseos humanos. El mundo contiene un incontable número de criminales, de toda raza humana. No obstante, lo que le espera no es el juicio del procónsul, sino de Dios.

3. Por ello, oh bienaventurados, podéis consideraros trasladados de una prisión a un lugar seguro. Ese lugar está lleno de tinieblas, pero vosotros sois luz; tiene ataduras, pero Dios os ha hecho libres; contiene exhalaciones desagradables, pero sois un olor de dulzura. Los jueces os buscan a diario, pero vosotros juzgaréis a esos mismos jueces.

4. Puede que sintáis tristeza por aquellos cristianos que suspiran los goces del mundo, pero sabed esto: el cristiano del exterior ya ha renunciado al mundo, así como el que que está en la prisión también ha renunciado a la prisión. No tiene importancia dónde esté cada cristiano en el mundo, porque si de veras lo es ha renunciado a él.

5. Si habéis perdido algunos de los dulces de la vida, sabed esto: la forma de hacer negocios es sufrir pérdidas presentes, para que las ganancias postreras sean mayores, y ¡no digamos ya las recompensas a las que Dios invita a los mártires! Mientras tanto, comparemos la vida del mundo y la de la prisión, y veamos si el espíritu no gana en la prisión más de lo que la carne pierde. Es más, por el cuidado de la Iglesia, y el amor de los hermanos, ni siquiera la carne pierde en la cárcel lo que le conviene, mientras que el espíritu obtiene importantes ventajas. 

6. Vosotros no miráis a los dioses extraños, ni vais tras sus imágenes, ni tenéis parte en las fiestas paganas, ni os mezcláis físicamente con los paganos; ni asistís a los malos vapores de las solemnidades idólatras, ni escucháis el ruido de los espectáculos públicos, ni observáis la atrocidad o locura de sus celebrantes, ni posáis vuestros ojos en los guisos y prostíbulos. Por ello, quedaréis libres de las causas de ofensa, y de las tentaciones, y de las reminiscencias impías, y de las penas del Penalizador.

7. La prisión presta al cristiano el mismo servicio que el desierto al profeta. Nuestro Señor mismo pasó gran parte de su tiempo en reclusión, para tener mayor libertad para orar y salir del mundo. También fue en la soledad de una montaña donde mostró su gloria a los discípulos. Dejemos de lado, por tanto, el nombre de prisión, y llamémoslo "lugar de retiro".

8. Aunque el cuerpo esté encerrado, y aunque la carne esté confinada, todas las cosas están abiertas al espíritu. En espíritu, pues, deambulad hacia el exterior, e id a lugares lejanos. Caminad en espíritu, no poniendo ante vosotros senderos sombreados ni largas columnatas, sino el camino que conduce a Dios. Tan a menudo como en espíritu vuestros pasos estén allí, tantas veces no estaréis atados.

9. La pierna no siente la cadena cuando la mente está en los cielos. La mente rodea al hombre en su totalidad y lo lleva a donde quiere. De hecho, "donde esté tu corazón, allí está tu tesoro". Esté allí, pues, nuestro corazón, donde queremos tener nuestro tesoro.

III

1. Os concedemos, oh bienaventurados, que incluso para los cristianos la prisión es desagradable. Sin embargo, fuimos llamados a la guerra del Dios vivo, en nuestra misma respuesta a las palabras sacramentales. Pues bien, ningún soldado sale a la campaña cargado de lujos, ni entra a la acción desde su cómoda cámara, sino desde la ligera y estrecha tienda, donde debe soportar todo tipo de durezas, asperezas y disgustos.

2. Incluso en tiempos de paz, los soldados se acostumbran a la guerra mediante trabajos e inconvenientes, ya sea marchando con las armas, o corriendo por la llanura, o trabajando en la zanja, o haciendo el testudo y realizando muchos trabajos arduos. El sudor de la frente está siempre presente, para que los cuerpos y las mentes no se acobarden al tener que pasar de la sombra al sol, o del sol al frío glacial, o del manto de la paz a la cota de malla, o del silencio al clamor, o de la quietud del silencio al tumulto.

3. De la misma manera, oh bienaventurados, considerad todo lo que sea difícil en esta prueba que estáis pasando, como una disciplina de vuestras facultades mentales y corporales. Estáis a punto de pasar por una noble lucha, en la que el Dios vivo actuará como superintendente, y en la que el Espíritu Santo será vuestro entrenador, y en la que el premio es una corona eterna de esencia angelical, ciudadanía en los cielos, gloria eterna.

4. Vuestro maestro Jesucristo, que os ungió con su Espíritu y os condujo a la arena, ha considerado bueno, antes del día del conflicto, sacaros de una condición más agradable, y os ha impuesto un tratamiento más duro para que vuestra fuerza sea mayor. También los atletas son apartados para una disciplina más estricta, para que puedan desarrollar sus capacidades físicas. A ellos se les aleja del lujo, de las carnes delicadas y de las bebidas agradables, y se les recluta mediante la presión, tormento y desgaste. Así, cuanto más duros sean sus trabajos en el entrenamiento preparatorio, más fuerte será la esperanza de victoria.

5. Esos atletas hacen todo eso, como dice el apóstol, "para obtener una corona corruptible". Nosotros, con la corona eterna ante nuestros ojos, consideramos la prisión como nuestro campo de entrenamiento, para que a la meta del juicio final podamos llegar bien disciplinados a través de las pruebas. En efecto, la virtud se construye con las dificultades, mientras que acaba sucumbiendo con la indulgencia voluptuosa.

IV

1. Por la palabra de nuestro Señor sabemos que "la carne es débil, pero el espíritu está dispuesto". Sin embargo, no nos consuele engañosamente este reconocimiento por parte del Señor, respecto de la debilidad de la carne. Precisamente por eso declaró que "el espíritu está dispuesto", para mostrar cuál de los dos debe estar sujeto al otro, para que la carne rinda obediencia al espíritu, y el más débil al más fuerte, y el primero obtenga así fuerza del segundo.

2. Vuestro espíritu ha de estar pendiente de su salvación, sin pensar ya en los problemas de la prisión, sino en la lucha y el conflicto para los cuales os estáis preparando. La carne, tal vez, temerá la espada despiadada, y la cruz altiva, y la furia de las fieras, y el castigo de las llamas, y todas las más terribles torturas que sea capaz de hacer la habilidad del verdugo.

3. En ese momento, que el espíritu muestre claramente, ante sí mismo y ante la carne, cómo estas cosas dolorosas son soportadas con calma por muchos, e incluso han sido ansiosamente deseadas por causa de la gloria final. Y esto no sólo en el caso de los hombres, sino también en el de las mujeres, para que vosotras, oh santas mujeres, seáis dignas de vuestro sexo.

4. Me llevaría demasiado tiempo enumerar uno por uno a los hombres que por iniciativa propia se mataron a sí mismos. En cuanto a las mujeres, nos encontramos ante un caso famoso: la violada Lucrecia, que en presencia de sus parientes se hundió el cuchillo en sí misma para tener la gloria de su castidad. Mucio se quemó la mano derecha sobre un altar, para que su hazaña permaneciera en la fama.

5. Respecto a los filósofos, Heráclito se quemó untado con estiércol de vaca, Empédocles saltó a los fuegos del Etna, y Peregrino no hace mucho que se arrojó sobre la pira funeraria. Muchas mujeres, incluso, despreciaron las llamas. Dido lo hizo para que, después de la muerte de un marido muy querido, no se viera obligada a casarse de nuevo. Y lo mismo hizo la esposa de Asdrúbal, cuando al ver en llamas a Cartago, y no querer ver a su marido suplicante bajo los pies de Escipión, se precipitó con sus hijos al incendio, en el que fue destruida su ciudad natal.

6. Régulo, un general romano que había sido hecho prisionero por los cartagineses, se negó a ser intercambiado por un gran número de cautivos cartagineses, prefiriendo ser devuelto al enemigo. Estaba metido en una especie de cofre y, atravesado por todas partes por clavos lanzados desde fuera, soportó tantas crucifixiones. Muchas mujeres han buscado voluntariamente las fieras, y hasta los áspides, esas serpientes peores que el oso o el toro, que Cleopatra se aplicó a sí misma para suicidarse y no caer en manos del enemigo.

7. Pero el miedo a la muerte no es tan grande como el miedo a la tortura. Así, la cortesana ateniense sucumbió al verdugo cuando, sometida a torturas por el tirano (por haber participado en una conspiración, para no traicionar a sus cómplices), finalmente se mordió la lengua y la escupió en la cara del tirano.

8. Todo el mundo sabe cuál es hasta el día de hoy la gran solemnidad de los lacedemonios: el diamastu o flagelación, en cuyo rito sagrado los jóvenes espartanos son azotados con azotes ante el altar, mientras sus padres y parientes están allí y los exhortan a resistir con valentía. Como se ve, en Esparta siempre es tenido por más honorable y glorioso el que, tanto en cuerpo o alma, se haya entregado a los azotes.

9. En definitiva, tan alto es el valor de la gloria terrenal, ganada con el vigor mental y corporal, que los hombres desprecian la espada, el fuego, la cruz, las fieras y las torturas, con tal de agradar a sus semejantes. Éstos no son para ellos más que sufrimientos insignificantes, con tal de obtener una gloria celestial y una recompensa divina. Si el trozo de vidrio es tan precioso, ¿cuánto debe valer la verdadera perla? ¿No estamos llamados entonces, con gran alegría, a ofrecer tanto por lo verdadero, como otros lo hacen por lo falso?

V

1. Dejo fuera de cuenta ahora el motivo de la gloria, y prefiero seguir insistiendo en esos conflictos crueles y dolorosos que la vanidad humana (o enfermedad mental humana) os tiene preparados, para pisotearos. De hecho, ellos mismos bajarán al encuentro de las mismas fieras con vana ambición, y se creerán más atractivos por los mordiscos y cicatrices de la contienda, o por veros vendidos al fuego, o por salir corriendo con una túnica ardiendo, o por caminar bajo los látigos de los cazadores.

2. El Señor ha dado a estas cosas un lugar en el mundo, oh bienaventurados. Y no sin alguna razón. Os lo digo para animarnos, y para que en aquel día no sucumbáis ni temáis sufrir por la verdad, y os podáis salvar mientras otros están cavando su propia ruina.

VI

1. Pasando de los ejemplos de constancia duradera a una simple contemplación del estado del hombre en sus condiciones ordinarias, ¡cuántas veces los incendios han consumido a los vivos! ¡Cuán a menudo las fieras han despedazado a los hombres, ya sea en sus propios bosques, ya en el corazón de las ciudades, cuando tuvieron la oportunidad de escapar de sus guaridas! ¡Cuántos han caído bajo la espada del ladrón! ¡Cuántos han sufrido a manos de enemigos la muerte de cruz, después de haber sido primero torturados, sí, y tratados con toda clase de injurias!

2. Se puede sufrir por la causa de un hombre, como está demostrado, mas lo que hay que demostrar ahora es que se puede sufrir por la causa de Dios. ¡Que el momento actual dé testimonio!