JUAN CRISÓSTOMO
Comentario de Mateo

Prólogo

Bastaba que un solo evangelista lo hubiera dicho todo. Sin embargo, hablando todos por una misma boca, aunque no en los mismos tiempos ni en los mismos lugares, y sin haberse antes puesto de acuerdo, su testimonio adquiere la fuerza máxima de la verdad. Aun aquello mismo en lo que parecen discrepar sobre puntos insustanciales es la mejor prueba de su veracidad, ya que, si en todo estuviesen acordes, pensarían los adversarios que se habían entendido para escribir lo que escribieron, como obedeciendo a una consigna. En todo lo principal, esto es, en todo lo concerniente a la moral o a la fe, ni en lo más leve discrepan. Si sobre los milagros el uno ha mencionado éstos y el otro aquéllos, no hay razón para desconcertarse, pues si uno solo lo hubiera dicho todo, ¿cuál sería el objeto de la narración de los demás? Y si todos hubieran narrado hechos diversos, mal podría manifestarse su conformidad. En cuanto a las variantes del tiempo y del modo de realizarse los sucesos, no destruye esto la verdad de los mismos, como se demostrará más adelante.

I
Comentario de Mateo 1

Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham

1. Llama a este libro el libro de la generación, porque toda la economía de la gracia y la raíz de todos los bienes está en que Dios se ha hecho hombre; una vez verificado esto, lo demás se sigue como consecuencia racional. No pienses que oyes cosa de poca importancia al oír hablar de esta generación, porque es en gran manera inefable que Dios se haya dignado nacer de una mujer y tener por progenitores a David y a Abraham.

Abraham engendró a Isaac. Isaac engendró a Jacob. Jacob engendró a Judas y a sus hermanos

2. También menciona los doce patriarcas para desvanecer el orgullo por la nobleza de los progenitores, pues muchos de éstos nacieron de esclavas, pero todos eran igualmente patriarcas y jefes de tribu.

Judas engendró de Tamar a Fares y a Zara. Fares engendró a Esrom. Y Esrom engendró a Aram. Aram engendró a Aminadab. Aminadab engendró a Naassón. Naassón engendró a Salmón. Salmón engendró de Rahab a Booz. Booz engendró de Rut a Obed. Obed engendró a Jesé. Jesé engendró a David el rey

3. Después de esto se ve que todos fueron reos de pecado, pues tenemos a Tamar acusando a Judá de fornicario y David engendró a Salomón de una mujer adúltera. Mas si la ley no fue cumplida por los principales, menos lo hubiera sido por los menores. Así, la presencia de Jesucristo se hizo necesaria.

David, el rey, engendró a Salomón, de la que fue de Urías. Salomón engendró a Roboam. Roboam engendró a Abiá. Abiá engendró a Asá. Asá engendró a Josafat. Josafat engendró a Joram. Joram engendró a Ozías. Ozías engendró a Joatam. Joatam engendró a Acaz. Acaz engendró a Ezequías. Ezequías engendró a Manasés. Manasés engendró a Amón. Amón engendró a Josías. Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos en la transmigración de Babilonia. Después de la transmigración de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel. Salatiel engendró a Zorobabel. Zorobabel engendró a Abiud. Abiud engendró a Eliakim. Eliakim engendró a Azor. Azor engendró a Sadoc. Sadoc engendró a Aquim. Aquim engendró a Eliud. Eliud engendró a Eleazar. Eleazar engendró a Matán. Matán engendró a Jacob. Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado el Cristo

4. Después de consignar todos los antepasados de Cristo terminando por José, dice el evangelista "Esposo de María", indicando que por María ha puesto en la genealogía también a José.

De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David, catorce generaciones: y desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones: y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones

5. O dividió tal vez en tres partes las generaciones para demostrarnos que no por cambiar de régimen político se enmendaron los judíos. Antes bien, tanto bajo los jueces, como bajo los reyes, los pontífices y los sacerdotes, persistieron en los mismos pecados. Por eso menciona la cautividad de Babilonia, indicando que ni aun después de ésta se corrigieron. Y no menciona el destierro a Egipto, porque no temían a los egipcios como a los asirios y partos, porque el destierro a Egipto era de fecha más antigua y el de Babilonia era reciente, y porque a Egipto no fueron llevados en castigo por sus pecados como a Babilonia.

La generación de Jesucristo fue de esta manera. Estando María su madre desposada con José, antes que viviesen juntos, se halló haber concebido en el vientre de Espíritu Santo

6. Como quien va a decir una cosa nueva promete narrar la manera de realizarse esta generación; no fuera a suceder que al oír las palabras "esposo de María" cualquiera pensase que Cristo había nacido según la ley general de la naturaleza. Sigue luego: "Antes que viviesen juntos". No dice "antes de que fuese llevada a casa del esposo", pues ya estaba en ella por ser costumbre frecuente entre los antiguos tener en su casa a las desposadas, como vemos que sucede también ahora, y los yernos de Lot habitaban con él en vida común. Con propiedad dice se halló, expresión que solemos emplear hablando de cosas en que no habíamos pensado. Y para que no importunara al evangelista preguntándole cómo se verificó el nacer de una Virgen, en pocas palabras él mismo da la salida, "de Espíritu Santo", como si dijera: "El Espíritu Santo es el que ha obrado este milagro", pues que ni Gabriel ni San Mateo pudieron decir más.

José, su esposo, como era justo y no quisiese infamarla, quiso dejarla secretamente

7. Habiendo dicho el evangelista que María halló que había concebido en el vientre, del Espíritu Santo, sin obra de varón, para que nadie sospechase que un discípulo de Cristo haya inventado estas maravillas en honor de su Maestro, aduce el testimonio de José confirmando la historia por su propia participación en ella: "Y José, su Esposo, como era justo". Es de notar que llama aquí justo al que en todo es virtuoso. Porque "justicia" no es sólo no querer más de lo debido, sino también la virtud en general y es en este sentido que principalmente emplea la Escritura la palabra "justicia". Siendo, pues, justo, es decir, benigno y moderado, quiso dejar en secreto a la que veía expuesta a la infamia y a la máxima pena de la Ley. Como quien se coloca por encima de la Ley, José la salvó de ambos peligros. Pues a la manera que el sol antes de ostentar sus rayos ya alumbra la tierra, así Cristo, antes de nacer, hizo que apareciesen en el mundo muchas señales de perfecta virtud.

Estando él pensando en esto, el ángel del Señor le apareció en sueños, diciendo: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer: porque lo que en ella ha nacido, de Espíritu Santo es"

8. Al decirle "no temas", indica que José ya entonces temía ofender a Dios, como quien tiene en su compañía una adúltera, pues de otra manera no hubiera pensado dejarla. Pero dice "No temas recibir", esto es, mantenerla en tu casa, porque en su mente ya la había dejado. O también en medio de su turbación se apareció el ángel a José, para que se manifestase la sabiduría de este justo, y que en esto mismo encontrase una demostración de lo que se le anunciaba, pues al oír de boca del ángel lo mismo que él pensaba en su interior, era señal indudable de que era enviado de Dios el que le hablaba, pues sólo Dios sabe los secretos del corazón. La narración del evangelista no admite sospecha al decirnos que José sufrió lo que es natural que sufra un esposo. Tampoco pudo ser sospechosa la Virgen, dado que su esposo, a pesar de sus celos, la tomó bajo su custodia y continuó en su compañía después de haber concebido. Y si la Virgen no reveló a José lo que el ángel le había anunciado, fue porque no pensaba que su esposo le creyese, principalmente después de haber entrado en sospecha. Y el ángel anunció el misterio a la Virgen antes de concebir, para que no estuviese en continua ansiedad, diciéndoselo después, pues era muy conveniente que se hallase libre de toda turbación aquella Madre que iba a recibir en su seno al Creador de todas las cosas. El ángel no sólo defiende a la Virgen de toda cohabitación carnal, sino que le hace ver a José que su Esposa ha concebido por obra sobrenatural. Con lo cual, además de hacerle deponer todo temor, le infunde alegría diciéndole: "Porque lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo".

"Parirás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados"

9. Como lo que el ángel había dicho a José era palabra maravillosa que sobrepasa todo pensamiento humano y está por encima de las leyes físicas, ¿cómo lo creerá un hombre que nada haya oído de estas cosas? Demuestra entonces la verdad de sus palabras por la revelación de lo que a él le había pasado, pues para ello le reveló el ángel cuanto había experimentado en sí: lo que había sufrido, lo que había temido y lo que se inclinó a hacer. Y no sólo lo pasado, sino también lo futuro. "Y parirá un hijo y llamarás su nombre Jesús". O tal vez lo dijo indeterminadamente para manifestar que lo dio a luz para todo el orbe. Le explica luego lo admirable de este nacimiento, porque Dios es quien envía desde el cielo, por ministerio de un ángel, el nombre que había de ponerse al niño. Y éste no es un nombre cualquiera, sino un nombre tesoro de bienes infinitos. Y así lo interpreta el ángel y funda en él las mejores esperanzas, induciéndole con esto a la fe de lo que le decía, pues para creer otras cosas solemos ser más dóciles.

Todo esto fue hecho para que se cumpliese lo que habló el Señor por el profeta, que dice: "La virgen concebirá, y parirá hijo, y llamarán su nombre Enmanuel, que quiere decir Dios con nosotros"

10. O que el ángel contempló la profundidad de la misericordia divina, traspasadas las leyes de la naturaleza, y contempló a Aquel que era superior a todos, haber descendido hasta el hombre, que era inferior a todos. Y muestra este prodigio en una sola expresión: "Mas todo esto fue hecho", como si dijera: "No creas que todo esto es del agrado de Dios ahora solamente", hace tiempo que está de antemano ordenado. Y con mucha razón, el ángel aduce la profecía no a la Virgen y sí a José, como a hombre que meditaba en los profetas, y versado en su lectura. Porque es de notar que primero había llamado cónyuge a la Virgen, mientras que ahora la llama Virgen con el profeta, para que oyesen esto mismo del profeta, porque hacía mucho tiempo que estaba pensado. Por eso, en prueba de lo que estaba diciendo, aduce las palabras de Isaías o más bien de Dios: porque no dice: "Para que se cumpliese lo que habló Isaías", sino "lo que habló el Señor por Isaías". En realidad, aquí se pone nombre a un hecho. Acostumbra la Escritura poner por nombre los hechos mismos que se verifican. Así, al decir "Llamarán su nombre Emmanuel", es como si dijera: "Verán a Dios entre los hombres". Por eso no dice "lo llamarás", sino "lo llamarán", es decir, así lo llamarán las gentes y así lo confirmarán los hechos.

II
Comentario de Mateo 2

Cuando hubo nacido Jesús en Belén de Judá en tiempo del rey Herodes, unos magos vinieron del Oriente a Jerusalén diciendo: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente, y venimos a adorarle"

1. Dijo "de Herodes el rey" marcando la dignidad, porque hubo otro Herodes, el que mandó dar muerte a Juan. Es preciso saber que los herejes priscilianistas que creen que las diferentes constelaciones presiden los destinos de los hombres, se han servido de este pasaje para apoyar su error, y han hablado de esta estrella que aparece al nacer el Salvador, como si fuera la estrella de su destino. No es propio de la astrología averiguar mediante los astros quienes son los que nacen, sino conjeturar el destino del hombre por la hora de su nacimiento. Ahora bien, los magos no conocieron el tiempo del nacimiento para adivinar por la posición de las estrellas el porvenir del recién nacido, sino al contrario, puesto que dijeron: "Hemos visto su estrella". Es evidente que aquélla no debió ser una estrella ordinaria, dado el camino que recorría, que nunca fue el de una estrella ordinaria, del norte al sur, que tal es la posición de Palestina con respecto a Persia. En segundo lugar, esto se puede deducir también del tiempo en que apareció, porque no era visible solamente de noche, sino en la mitad del día, lo cual no acontece con ninguna estrella, ni aun con la misma luna. En tercer lugar, porque unas veces aparecía y otras desaparecía, ocultándose cuando los magos entraron en Jerusalén y apareciendo de nuevo cuando dejaron a Herodes, no teniendo tampoco un andar fijo ni marcha determinada, sino que cuando a los magos convenía caminar, ella caminaba, y cuando les convenía detenerse, ella se detenía, de la misma manera que acontecía con la columna de nube en el desierto. Y no anunciaba el parto de la Virgen permaneciendo en las alturas, sino descendiendo de ellas, lo cual no es propio de una estrella ordinaria, sino de una voluntad inteligente, de donde podemos deducir que no era simplemente una estrella, sino más bien una virtud invisible que había tomado esta forma.

El rey Herodes, cuando lo oyó, se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocando todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntaba dónde había de nacer Cristo. Ellos le dijeron: "En Belén de Judá: porque así está escrito por el profeta. Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales de Judá; porque de ti saldrá el caudillo que gobernará a mi pueblo Israel"

2. Notad la exactitud de la profecía que no dice "en Belén estará" sino "de Belén saldrá", manifestando así que allí solamente nacería. ¿Cómo han de referirse estas palabras a Zorobabel, según algunos creen? Su nacimiento no fue desde el principio de los siglos: no nació en Belén, sino en Babilonia, y no en la Judea. Otro nuevo testimonio nos lo dan las palabras "No eres la menor, porque de ti saldrá", porque entre los judíos ninguno ha dado tanta celebridad a la aldea en que naciera, como Cristo, cuyo pesebre y cuya choza son continuamente visitados por peregrinos de todas partes del mundo después de su nacimiento. Y si el profeta no dijo "De ti saldrá el hijo de Dios", sino "De ti saldrá un soberano que regirá mi pueblo de Israel", fue porque convenía condescender al principio con los judíos a fin de que no se escandalizasen y predicar lo que era concerniente a la salvación del linaje humano para conducirlos mejor a este fin. Las palabras "Que rija mi pueblo de Israel" tienen aquí un sentido figurado, porque Israel quiere decir todos aquellos judíos que creyeron. Si a todos no rigió Cristo, fue culpa de ellos. Si no dijo nada de los gentiles, fue para no escandalizar a los judíos. ¡Ved cuán admirable providencia! Los judíos y los magos se instruyen los unos a los otros. Los judíos oyen decir a los magos que una estrella ha anunciado a Cristo en oriente, y los magos oyen decir a los judíos que las antiguas profecías lo habían anunciado para que, apoyados en este doble testimonio, buscasen con fe más ardiente a aquél que habían anunciado la aparición de una nueva estrella y la autoridad de los profetas.

Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, se informó de ellos cuidadosamente del tiempo en que les apareció la estrella: y encaminándolos a Belén, les dijo: "Id, e informaos bien del niño, y cuando le hubiereis hallado, hacédmelo saber, para que yo también vaya a adorarle". Ellos, luego que esto oyeron del rey, se fueron

3. O tal vez esta estrella se les había aparecido mucho tiempo antes a fin de que, a pesar del tiempo que habían de emplear en el camino, pudieran llegar inmediatamente después del nacimiento y adorasen al niño envuelto en pañales, para que apareciese más admirable. No les dice "Informaos del rey", sino "del niño", porque ni siquiera podía soportar que se le diese el nombre de príncipe.

La estrella que habían visto en el Oriente, iba delante de ellos hasta que, llegando, se paró donde estaba el niño. Y cuando vieron la estrella se regocijaron en gran manera. Y entrando en la casa hallaron al niño con María su madre, y postrándose, le adoraron; y abiertos sus tesoros, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra

4. Avergüéncense Marción y Pablo de Samosata, que no quieren ver lo que vieron los magos progenitores de la Iglesia, que adoraron a Dios hecho hombre. Que era hombre lo dicen aquellos pañales y aquel pesebre. Que lo adoraron no como a un simple mortal, sino como a Dios, lo testifican esas ofrendas que no convienen más que a Dios. Llénense también de confusión los judíos, que fueron prevenidos por los magos y rehusaron ir en pos de ellos.

Habida respuesta en sueños, DE que no volviesen a Herodes, los magos se volvieron a su tierra por otro camino

5. Mirad la fe de los magos: ellos no se escandalizan diciendo: "Si este niño es un gran rey, ¿por qué huir y ocultarse?" La fe no consiste en averiguar las causas de las cosas que se nos manda que hagamos, sino en obedecerlas por ellas mismas.

Después que los magos se fueron, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José, y le dijo: "Levántate y toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y estáte allí hasta que yo te lo diga. Porque ha de acontecer que Herodes busque al niño para matarle". Levantándose José, tomó al niño y a su madre de noche, y se retiró a Egipto. Y permaneció allí hasta la muerte de Herodes: para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta, que dice: "De Egipto llamé a mi hijo"

6. Ved al tirano llenarse de furor apenas nace este niño, y ved también a la Madre huir con el hijo a tierra extranjera, y sirva esto de ejemplo para que cuando comencéis alguna obra espiritual y os sintáis afligidos por la tribulación, no os turbéis ni dejéis llevar del abatimiento sino soportéis con valor y heroísmo todas las contradicciones. Es una ley de la profecía, que lo que ella repite muchas veces de unos, se vea cumplido en otros. Esto se ve cumplido en las siguientes palabras dichas de Leví y de Simeón (Gén 49,7): "Los dividiré en Jacob y los esparciré en Israel". Esto no se cumplió en ellos, sino en sus descendientes. Todo esto es evidente en este pasaje, porque siendo Cristo por naturaleza el Hijo de Dios, en él es en quien se ha cumplido esta profecía.

Herodes, cuando vio que había sido burlado por los magos, se irritó mucho, y enviando hizo matar todos los niños que había en Belén y en toda su comarca de dos años y abajo, conforme al tiempo, que había averiguado de los magos. Entonces fue cumplido lo que se había dicho por Jeremías el Profeta, que dice: "Voz fue oída en Ramá, lloro y mucho lamento. Raquel llorando sus hijos, y no quiso ser consolada, porque no son"

7. Después de habernos llenado de horror con la narración de tan sangriento martirio, el evangelista, para calmar un tanto esta desagradable impresión, nos manifiesta que todas estas cosas no sucedieron porque Dios no pudiera impedirlo o porque las ignorase, sino según lo había anunciado por boca de su profeta. Por ello dice: "Entonces fue cumplido".

Habiendo muerto Herodes, el ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto diciendo: "Levántate y toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque muertos son los que querían matar al niño". Levantándose José tomó al niño y a su madre, y se vino para tierra de Israel. Mas oyendo que Arquelao reinaba en la Judea en lugar de su padre Herodes, temió de ir allá: y avisado en sueños, se retiró a las tierras de Galilea. Y vino a morar en una ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que habían dicho los profetas: que sería llamado nazareno

8. Cambiando de morada y abandonando el lugar del nacimiento, era fácil ocultarse. Todo el peligro estaba en Belén y en sus alrededores. Viniendo José a Nazaret, volvía a su patria y escapaba del peligro. Y eso significan las palabras "vino a morar en una ciudad que se llama Nazaret".

III
Comentario de Mateo 3

En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de la Judea, y diciendo: "Haced penitencia, porque se ha acercado el reino de los cielos". Éste es de quien habló el profeta Isaías diciendo: "Voz del que clama en el desierto: Aparejad el camino del Señor, haced derechas sus veredas"

1. Y ¿por qué fue necesario que Juan predicase a Jesucristo y apoyase con sus propias obras la misión del Redentor? En primer lugar, para enseñarnos la dignidad de Cristo, que como su Padre eterno, también él tiene sus profetas, según aquellas palabras dichas a Juan por Zacarías: "Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo" (Lc 1). En segundo lugar, para que no quede a los judíos ninguna causa de falsa vergüenza, lo cual el mismo evangelista da a entender cuando dice (Mt 11): "Vino Juan sin comer y sin beber y dijeron: Tiene el demonio. Vino el hijo del hombre, come y bebe, y dijeron: He ahí un hombre glotón". Por otra parte, era también necesario que fuese anunciado por otro, y no por el mismo Jesucristo, lo que de él había de decirse, para que los judíos no pudiesen alegar lo que en cierta ocasión expresaban (Jn 8): "Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero". De este modo anuncia a los judíos lo que ellos no habían escuchado ni siquiera de boca de los mismos profetas, y sin hablarles de la tierra hace que sus miradas se levanten a las alturas del cielo, alentándolos por la novedad de la predicación, a buscar a Aquél a quien predican. El mismo San Juan tenía vestido de pelos de camello, y un ceñidor de piel rodeaba su cintura. Su alimento era de langostas y de miel silvestre.

Salía hacia Juan toda Jerusalén y toda la Judea, y toda la región cercana a las márgenes del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados

2. Era admirable ver tanta paciencia en un ser humano; y esto es lo que más atraía a los judíos, que veían en él al gran Elías. Hubo también de contribuir a su admiración el que apareciera un profeta después de tanto tiempo. El modo singular de predicar contribuía a ello. No oían de Juan nada de lo que acostumbraban oír a otros profetas, como eran las batallas y las victorias de acá abajo, sobre Babilonia y Persia, sino que hablaba de los cielos, de cuanto conduce a ellos y de los castigos del infierno. Dice, pues: "Entonces salía a él Jerusalén, y eran bautizados por él en el Jordán".

Viendo a muchos fariseos y saduceos que venían a bautizarse, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la justicia que sobre vosotros venía? Haced frutos dignos de penitencia. Y no queráis decir dentro de vosotros mismos: Tenemos por padre a Abraham, porque en verdad os digo, que Dios puede suscitar hijos de Abraham de estas piedras. Ya la segur está puesta a la raíz del árbol. Todo árbol que no dé frutos buenos, será cortado y arrojado al fuego"

3. Dijo esto, no prohibiéndoles que dijesen que descendían de él, sino que se confiasen de esto, no aplicándose a la virtud de su espíritu. Sacar hombres de las piedras, es lo mismo que hacer que naciera Isaac de Sara. De aquí que el profeta dice: Mirad a la piedra, de la que habéis salido. Recordándoles esta profecía, les demuestra que ahora es posible que pueda hacer una cosa semejante. Cuando dice todo, excluye al primero, como por excepción. Como si dijese: Aunque fueses descendiente de Abraham, sufrirás la pena si permaneces sin fruto.

"Yo en verdad os bautizo aquí en agua para que hagáis penitencia, pero el que ha de venir después de mí, es más fuerte que yo, y su calzado yo no soy digno de desatar. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Ya tiene el bieldo aventador en su mano, y limpiará muy bien su era, y reunirá el trigo en su granero; pero quemará las pajas en el fuego inextinguible"

4. Como no había sido ofrecida aún la hostia, ni se había perdonado el pecado, ni el Espíritu Santo había bajado sobre el agua, ¿cuál debería ser el perdón de los pecados? Pero como los judíos no conocían sus propios pecados y esto era para ellos la causa de todos sus males, vino San Juan invitándolos al conocimiento de sus propios pecados, y recordándoles la necesidad de hacer penitencia. Cuando oigas que es más fuerte que yo, no juzgues que digo esto por comparación, porque no soy digno ni siquiera de contarme entre sus servidores para tomar la menor parte, aunque fuese la más vil de su ministerio. Por ello añade: "Cuyo calzado yo no soy digno de llevar". No dice, pues, "os dará el Espíritu Santo", sino "os bautizará en el Espíritu Santo". La misma argumentación metafórica de que se vale hace resaltar la abundancia de la efusión de la gracia. En el fuego demuestra la vehemencia de la gracia, que no puede contrariarse, y para que se conozca que, a semejanza de los antiguos y grandes profetas, puede transformar a los suyos. Por ello, pues, hace mención del fuego, porque muchas de las visiones de los profetas se verificaron por medio del fuego.

Entonces vino Jesús de Galilea al Jordán a donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Juan lo disuadía, diciendo: "Yo debo ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?". Respondiendo Jesús, le dijo: "Déjame ahora. Así conviene que nosotros cumplamos la justicia", y Juan se lo consintió

5. Puesto que después de este bautismo quería Jesús derogar la ley, espera hasta esta edad, en que caben todos los pecados, y la cumple íntegramente, no fuera que dijera alguno que la derogaba por no ser capaz de cumplirla. Porque el bautismo de Juan era de arrepentimiento, y llevaba consigo la confesión de las culpas, para que no hubiese alguien que creyese que Cristo había venido a bautizarse por esta causa, el Bautista dijo al que venía: "Yo debo ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?".

Habiendo sido bautizado Jesús, en seguida salió del agua. Y los cielos se le abrieron, y vio que el Espíritu Santo descendía en forma de paloma y se posaba sobre él

6. Si tú no ves, no seas incrédulo, porque en los principios de los ejercicios del espíritu aparecen visiones sensibles, en favor de aquellos que no pueden tener inteligencia de la naturaleza incorpórea. De este modo, si más adelante dichas visiones desaparecen, reciban la fe de aquellas que una vez acontecieron. Se hace mención de cierta historia antigua: cuando nuestro linaje en el diluvio, apareció también la paloma para señalar el final de la tormenta y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de paz sobre la tierra. Todo lo cual era figura de lo que después había de suceder. Pues ahora aparece la paloma para señalarnos al que venía a librarnos de todos nuestros males y trae, en vez del ramo de olivo, la filiación divina para todo el género humano.

IV
Comentario de Mateo 4

Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, para que fuese tentado por el diablo, y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre

1. Cualquiera que seas, por grandes que sean las tentaciones que sufras después del bautismo, no te turbes por ello, más bien permanece firme. Pues has recibido las armas para combatir, no para estar ocioso. Y esa es la razón por la que Dios no te exceptúa de las tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres mucho más fuerte. Segundo, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la grandeza de los dones recibidos. Tercero, para que el demonio que acaso duda si realmente lo has abandonado, por la prueba de las tentaciones, puede tener seguridad de que te has apartado de él. Cuarto, la resistencia te hace más fuerte que el hierro mejor templado. Quinto, las tentaciones te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Pues, si no hubiera visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor y altura, no te tentaría. Cuanto mayor es la soledad más tienta el diablo. Por ello tentó a la primera mujer cuando estuvo sola, sin su marido. De donde se le dio ocasión al demonio para que tentase. Por ello fue conducido al desierto. Para que conozcas cuán útil y bueno es el ayuno y qué clase de escudo es contra el diablo y por qué después del bautismo conviene ayunar y no vivir sujetos a apetitos inmoderados, quiso ayunar Jesús, no porque él lo necesitase, sino para enseñarnos. No ayunó más de lo que habían ayunado Moisés y Elías, para que no se creyese imposible que había tomado carne.

Acercándose el tentador le dijo: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan". Jesús respondió: "Está escrito, no de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios". Entonces el diablo lo llevó a la santa ciudad, y lo colocó en lo más alto del templo, diciéndole: "Si eres Hijo de Dios, arrójate desde lo alto: está escrito, que mandará los ángeles en tu defensa, y te llevarán en sus manos para que la piedra no ofenda tu pie". Jesús le contesta: "También está escrito que no tentarás al Señor tu Dios"

2. Observad que los testimonios son citados por el Señor de una manera conveniente, pero el diablo cita de una manera inconveniente. No porque está escrito "enviará sus ángeles", etc., persuade a Jesús a arrojarse.

Otra vez el demonio lo llevó a la cumbre de un monte elevado, y le manifestó todos los reinos del mundo, y su gloria, y le dijo: "Todas estas cosas te daré, si postrándote me adoras". Entonces le dijo Jesús: "Retírate, Satanás, está escrito, pues, que adorarás al Señor tu Dios, y sólo a él servirás". Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles se aproximaron prestándole auxilios

3. texto perdido.

Habiendo sabido Jesús que Juan había sido preso, se retiró a Galilea. Y habiendo dejado la ciudad de Nazaret, vino y habitó en Cafarnaum, ciudad marítima colocada en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliese lo que se había dicho por el profeta Isaías: "Tierra Zabulón y tierra Neftalí, camino del mar a la espalda del Jordán, de Galilea de los gentiles, pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz muy grande, y una luz apareció a aquellos que estaban sentados en las tinieblas y sombras de la muerte"

4. No es deshonroso el no arrojarse al peligro, pero sí lo es no mantenerse firme cuando se es asolado por él. Se separó de la Judea para calmar la envidia de los judíos y para cumplir a la vez la profecía, deseando convencer a los maestros de todo el mundo que habitaban en Galilea. También es ésta la causa que lo indujo a separarse de los judíos e ir a los gentiles, porque habiendo sido preso el Bautista por los judíos, obligaron al Salvador a marcharse a la Galilea de los gentiles. Para que sepas que ni la luz ni las tinieblas son sensibles, llamó "Luz grande" a la que, en otro lugar, se llama "Luz verdadera" y hablando de las tinieblas, las llama "sombra de muerte". Después, mostrando que no la encontraron porque la buscaban, sino que Dios se les apareció, dijo: "Que la luz les había nacido y brillaba". No acudieron antes ellos a ver la luz, porque los hombres habían llegado a los últimos extremos de la maldad antes de presentarse Cristo; y no andaban en las tinieblas, sino que estaban sentados, lo cual indicaba que no esperaban ser librados; así como los que no saben hacia dónde conviene marchar, una vez cogidos por las tinieblas, se sientan sin poder estar en pie; llama aquí tinieblas al error y a la impiedad.

Desde entonces empezó Jesús a predicar y decir: "Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos"

5. Por ello no predicó hasta que San Juan fue hecho prisionero: porque temió que se dividiese el auditorio. No habiendo hecho ningún milagro el Bautista, toda la gente se hubiese marchado con el Salvador. Véase que en esta predicación nada dice de sí mismo. Esto, en verdad, era muy conveniente, porque aún no se habían podido formar una opinión de él. Empezando, pues, no dijo nada grave como lo había hecho el Bautista: que el hacha estaba preparada para cortar el árbol y otras cosas por el estilo, sino que en el principio habló de cosas agradables evangelizando el reino de los cielos.

Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio dos hermanos, a Simón (que después se llamó Pedro) y a Andrés, que arrojaban las redes al mar, pues eran pescadores: Jesús les dijo: "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres". Ellos inmediatamente dejaron las redes y le siguieron. Marchando de allí, vio otros dos hermanos, Jacob el del Zebedeo y a su hermano Juan, que estaban con su padre en el barco remendando sus redes, y los llamó. Ellos, abandonando en seguida a su padre y a las redes, le siguieron

6. Jesucristo llama a los apóstoles antes de decir ni hacer nada, para que nada se les oculte, ni de las palabras, ni de las obras de Jesucristo; para que después puedan decir con toda seguridad: no podemos menos de decir lo que hemos visto y oído. De aquí que se dice: Andando Jesús junto al mar de Galilea. Los llamó cuando estaban en sus ocupaciones, manifestando que conviene anteponer la obligación de seguir a Jesucristo a todas las ocupaciones. De donde prosigue: arrojando las redes al mar, lo que incumbía al oficio de aquéllos, por lo que sigue: "eran pescadores". Creyeron en una promesa tan grande y comprendieron por los sermones que oyeron, que ellos podrían convocar a otros hombres. No es pequeña esta demostración de piedad, soportar con gusto la pobreza, alimentarse con su justo trabajo, vivir juntos por la virtud del amor, tener consigo y cuidar a su padre. Llamándolos, nada les ofreció, como a los primeros. La obediencia de aquéllos que inmediatamente le siguieron, les preparaba el camino; pero habían oído muchas cosas del Salvador, como unidos familiarmente y por medio de consanguinidad. Prosigue. "Ellos, habiendo dejado a su padre y sus redes, le siguieron".

Andaba Jesús rodeando toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Corrió su fama por toda la tierra, y le trajeron todos los que lo pasaban mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos, y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de la Galilea, de la decápolis, de Jerusalén, de Judea, y de la otra ribera del Jordán

7. Entra en la Sinagoga de los judíos y en esto también les enseñaba que no era enemigo de Dios, ni predicador de errores, sino que había venido en todo conforme con su Padre. Debe considerarse que Dios acostumbra a hacer milagros en aquellos pueblos en donde predica su ley, dando pruebas de su virtud a los que han de recibir su ley. Antes de hacer al hombre creó el mundo; y entonces impuso al hombre su ley en el Paraíso. Y cuando había de dar su ley a Noé, hizo cosas admirables. Y del mismo modo hizo grandes milagros cuando había de dar a los judíos su ley y no se la dio hasta que no se habían verificado estos milagros. Así sucede aquí. Cuando había de introducir esta ley sublime, fortifica lo que dice por medio de milagros. Como no podía verse el reino que predicaba, lo manifestaba por medio de señales exteriores. Observa la moderación del evangelista, porque no nombra a ninguno de los curados, sino que en pocas palabras manifiesta la abundancia de los milagros. Y sigue: "Y le presentaron a todos los que lo pasaban mal". No exigió la fe de alguno de los que había curado puesto que todavía no había hecho demostración alguna de su poder. Además, no habían mostrado poca fe viniendo o siendo traídos desde lejos. Prosigue: "Y muchas turbas le siguieron".

V
Comentario de Mateo 5

Viendo Jesús a las turbas subió a un monte, y después de haberse sentado, se llegaron sus discípulos. Abriendo su boca, los enseñaba, diciendo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos"

1. En esto de predicar sobre un monte y en la soledad, y no en la ciudad ni en el foro, nos enseñó a no hacer nada por ostentación y a separarnos del tumulto, principalmente cuando conviene dialogar de cosas importantes. Dice esto el evangelista para que sepas que enseñaba su verdad, unas veces abriendo su boca, y otras con la voz de sus obras. Aquí llama espíritu a la altivez y el orgullo. Cuando uno se humilla obligado por la necesidad no tiene mérito, por lo cual llama bienaventurados a aquellos que se humillan voluntariamente. Empieza cortando de raíz la soberbia y empieza así porque la soberbia fue la raíz y la fuente del mal en el mundo. Contra ella pone la humildad como un firme cimiento, porque una vez colocada ésta debajo, todas las demás virtudes se edificarán con solidez; pero si ésta no sirve de base, se destruye cuanto se levante por bueno que sea. O pobres de espíritu se pueden llamar también a los temerosos, a quienes tiemblan ante los juicios de Dios, como el mismo Dios lo dice por boca de Isaías. ¿Qué más hay que simplemente humildes? Pues humilde, aquí es ciertamente el sencillo, pero también el muy rico.

"Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra"

2. O de otro modo, Jesucristo mezcló aquí las cosas sensibles con las promesas espirituales. Puesto que se considera que quien es manso pierde todas sus cosas, le promete lo contrario diciendo: "Que poseerá sus cosas con perseverancia todo aquel que no sea soberbio; el que es de otro modo, pierde muchas veces su alma y la herencia paternal". Por lo que el profeta había dicho: "Los mansos heredarán la tierra" (Sal 36) y formó su sermón con las palabras acostumbradas.

"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados"

3. Y aun cuando sea suficiente disfrutar de su perdón, no termina la retribución en el perdón de los pecados, sino que los hace partícipes de muchos consuelos tanto para la vida presente como para la futura. El Señor da siempre retribuciones mayores que los trabajos. Obsérvese que propuso esta bienaventuranza con cierta intención. Y por ello no dijo: "Los que se entristecen" sino "los que lloran". Nos enseñó así la sabiduría más perfecta. Pues si los que lloran a los hijos u otros individuos que han perdido, por todo el tiempo de su dolor no desean la riqueza ni la gloria, ni se consumen por la envidia, ni se conmueven por las ofensas, ni son presas de alguna otra pasión, mucho más deben observar estas cosas los que lloran sus pecados, pues llorarlos cosa digna es.

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos"

4. Llama a la justicia, ya universal ya particular, contraria a la avaricia. Como más adelante hablará de la misericordia, nos dice antes cómo debemos compadecernos, no del robo ni de la avaricia. En esto, atribuye también a la justicia lo que es propio de la avaricia, a saber, el tener hambre y el tener sed. Nuevamente instituyó un premio sensible: mientras que conseguir muchas riquezas es considerado avaricia, dice en este caso lo contrario, y más bien se vale de ello para la justicia: pues quien ama la justicia, posee todo con la mayor seguridad.

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia"

5. Parece que la recompensa es igual, pero en realidad es mucho mayor. La misericordia humana no puede compararse con la misericordia divina.

"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"

6. Aquí llama limpios a aquellos que poseen una virtud universal y desconocen la malicia alguna, o a aquellos que viven en la templanza o moderación, tan necesaria para poder ver a Dios, según aquella sentencia del Apóstol: "Estad en paz con todos, y tened santidad, sin la cual ninguno verá a Dios" (Heb 12,14). Dado que muchos se compadecen en verdad, pero haciendo cosas impropias, mostrando que no es suficiente lo primero, a saber, compadecerse, añadió esto de la limpieza.

"Bienaventurados los pacíficos, porque se llamarán hijos de Dios"

7. Se llaman pacíficos los que no pelean ni se aborrecen mutuamente, sino que reúnen a los litigantes, éstos se llaman con propiedad hijos de Dios. Esta es la misión del Unigénito: reunir las cosas separadas y establecer la paz entre los que pelean contra sí mismos.

"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos"

8. Una vez explicada la bienaventuranza de los pacíficos, para que alguno no crea que es bueno buscar siempre la paz para sí, añade: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia". Esto es, por los valores, por la defensa de otro o por la religiosidad. Acostumbra ponerse la palabra justicia cuando se trata de cualquier virtud del alma. No te admires, pues, si en cada una de estas bienaventuranzas no oyes la palabra reino, porque cuando dice "serán consolados", "alcanzarán misericordia" y otras cosas por el estilo, está insinuando de una manera oculta, el Reino de los Cielos. Esto es para que ya no esperes cosa alguna sensible, ni tampoco se considere como bienaventurado aquel que es coronado con las cosas que proceden de esta vida.

"Bienaventurados sois cuando os maldijeren y os persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros, mintiendo por mi causa. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón será muy grande es en los cielos, pues así también persiguieron a los profetas anteriores a vosotros"

9. Del mismo modo manifiesta la igualdad de su dignidad con la del Padre, como si dijese: "Así como persiguieron a aquéllos por mi Padre, así también os perseguirán a vosotros por mí". Cuando dice "los Profetas que fueron antes que vosotros", en esto indica que los Apóstoles han sido hechos profetas.

"Vosotros sois la sal de la tierra, mas si la sal se desvaneciere, ¿con qué se salará? No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres"

10. Cuando Jesús había dado a sus discípulos preceptos sublimes, para que no dijesen "¿cómo podremos cumplirlos?" los calma con alabanzas, diciéndoles: "Vosotros sois la sal de la tierra". Demuestra así que les añade esto por necesidad, como si les dijese: "No os envío por vuestra vida, ni por una nación, sino por todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria, alegraos". Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza laxo y lo reduce. Por ello, la maldición de otros no os dañará, sino que será testigo de vuestra virtud.

"Vosotros sois la luz del mundo. No obstante, una ciudad que está puesta sobre un monte no se puede esconder, ni se enciende una antorcha y se ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. De este modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo"

11. Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos. Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida, como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero. O por esto que dijo: "No puede esconderse una ciudad", demostró su virtud. En esto que añade: "No encienden la luz", nos induce a la libre predicación, como si dijese: "Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también por la gloria de Dios".

"No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas. No he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. En verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual, quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos"

12. Jesucristo llevó a su plenitud a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de él. Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo, justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la letra. No dijo, pues, esto refiriéndose a las leyes antiguas, sino a las que él había de dar, a las cuales llama pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había hablado de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos. Dicho de otro modo: uando oigas pequeño en el Reino de los Cielos, debes creer que en ello no se significa otra cosa que el suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad del Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.

"Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, pues el que matare reo será en el juicio. Mas yo os digo: Todo aquél que se enoja con su hermano, reo será en el juicio. Y quien dijere a su hermano raca, reo será en el concilio. Y quien dijere insensato, reo será en el infierno"

13. Llama justicia aquí a la virtud universal. Entiéndase en esto el aumento de la gracia. A sus discípulos los consideraba todavía como ignorantes, pero quiere que sean mejores que los maestros en el Antiguo Testamento. No llamó inicuos a los escribas y a los fariseos porque no negó que tenían justicia. Considera también que con estas cosas confirma el Antiguo Testamento delante de sus Apóstoles, comparándolo con el Nuevo, resultando el más y el menos dentro del mismo género. La justicia de los escribas y los fariseos son los mandamientos de Moisés. Los cumplimientos de aquellos mandatos son los preceptos de Jesucristo. Esto es, pues, lo que dice: Si alguno, además de los preceptos de la ley, no cumple estos preceptos míos, que ellos consideraban como pequeños, no entrará en el Reino de los Cielos; puesto que aquellos preceptos libran de la pena (debida a los transgresores de la ley), mas no llevan al Reino de los Cielos, pero éstos libran de la pena y llevan al cielo. Siendo una misma cosa quebrantar los preceptos pequeños y no cumplirlos, ¿por qué dice arriba, del que los quebranta, que se llamará pequeño en el reino de Dios, y ahora dice del que no los cumple, que no entrará en el Reino de los Cielos? Pero entiende que ser pequeño en el Reino, es lo mismo que no entrar en él y que estar en el Reino no es reinar con Cristo, sino vivir en el pueblo de Cristo. Como si dijese del que no cumple que estará entre los cristianos, pero que será un cristiano pequeño, y que el que entra en el Reino, participa del Reino con Jesucristo. Por lo tanto, éste que no entra en el Reino de los Cielos, no tendrá gloria con Jesucristo. Sin embargo, estará en el Reino de los Cielos, esto es, en el número de aquéllos sobre quienes reina Jesucristo, que es el rey de los cielos. Por esto que dice: "Se ha dicho a los antiguos", manifiesta que hacía ya mucho tiempo que conocían este precepto. Dice esto, pues, para mover a los oyentes tardos a preceptos más altos. Así como si un maestro dice a su alumno perezoso animándolo al estudio: "has pasado mucho tiempo en deletrear". Por eso añade: "Mas yo os digo, que todo aquel que se enoje con su hermano, obligado será a juicio". En lo que debemos comprender la potestad del legislador. Ninguno de los antiguos había hablado así, sino de esta manera: "Esto dice el Señor". Porque aquéllos, como siervos, anunciaban las cosas que eran del Señor, pero éste, como Hijo, anuncia las cosas que son de su Padre y suyas a la vez; aquéllos predicaban a sus compañeros de servidumbre y éste dictaba leyes a sus subordinados. También la palabra raca puede ser una palabra de desprecio o de ultraje, como cuando nosotros decimos, o a los criados, o a los que son más jóvenes que nosotros: "Marcha tú, dile tú". Y así, los que conocen la lengua siríaca, ponen la palabra raca en lugar de tú. El Señor, pues, quiso arrancar hasta los defectos más pequeños, y por ello nos manda que nos respetemos mutuamente. Es la primera vez que pronuncia el nombre de infierno después que antes había hablado del Reino de los Cielos, manifestando que él nos da éste por su amor, el otro por nuestra desidia. A muchos les parece demasiado fuerte eso de padecer por una sola palabra una pena tan grande, por lo que algunos dicen: "Que esto se expresa de una manera hiperbólica". Pero me temo que, interpretando mal estas palabras, suframos allí el último suplicio. No creas que esto es duro, porque la mayor parte de las penas y de los pecados proceden de las palabras. Las palabras insignificantes inducen muchas veces al homicidio y han destruido ciudades enteras. No consideres como cosa pequeña el llamar a tu hermano necio, puesto que le quitas la prudencia y el entendimiento, por los cuales somos hombres y nos diferenciamos de los animales. El juicio y el Sanedrín son penas que se padecen en esta vida, y el fuego del infierno es la pena que se padece en la otra; por ello pone el juicio de la ira, para manifestar que no es posible que el hombre viva absolutamente sin pasiones, y que sí le es posible enfrentarlas. Por lo tanto, no la fijó una pena determinada, para que no apareciese que la prohibía totalmente. El Sanedrín lo cita ahora como juicio de los judíos, para que no se crea que innova en todo.

"Si fueses a ofrecer tu ofrenda al altar y allí te acordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven a ofrecer tu ofrenda"

14. Pero si alguno no procura reconciliarse con él por amor al prójimo, lo induce a esto para que sus buenos oficios no queden incompletos, especialmente si se verifican en un lugar sagrado. Por esto añade: "Deja allí tu ofrenda delante del altar y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano".

"Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez y el juez te entregue al ministro, y seas echado en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante"

15. O se trata aquí de los jueces de este mundo, del camino que conduce a este juicio y de esta cárcel. Esto para fijarnos en las cosas de la eternidad por medio de las temporales que tenemos a la vista y que de ordinario nos mueven más. En este sentido dice San Pablo: "Si obrares mal, teme la potestad; pues no sin causa lleva ceñida la espada" (Rom 13,4).

"Oísteis que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Y yo os digo: Todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella"

16. Después que el Señor terminó el primer mandamiento a saber: "No matarás", procede con orden a hablar del segundo. Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No adulterarás". Si quieres con frecuencia fijar los ojos en las caras hermosas, serás atrapado por completo, aunque acaso puedas contenerte por dos o tres veces, porque esto no está fuera de la humana naturaleza. Pero el que una vez enciende la llama en su corazón (después de vista una mujer), aun cuando no vea sus formas, retiene en sí el recuerdo de las acciones torpes, de cuya representación muchas veces pasa a la obra. Pero si alguna, adornándose demasiado, atrae los ojos de los hombres hacia sí, aun cuando no haga pecar a ninguno, ella padecerá el fuego eterno, porque forma el veneno, aun cuando no encuentre ninguno que lo beba. Lo que dice a los hombres, esto mismo dice a las mujeres, lo que se dice a la cabeza, también se dice al cuerpo.

"También fue dicho: Cualquiera que repudiare su mujer, déle carta de repudio. Mas yo os digo: El que repudiare a su mujer, a no ser por causa de fornicación, la hace ser adúltera. Y el que tomare la repudiada, adultera"

17. Y no puede decirse que su propio marido la ha repudiado, puesto que ésta, aun después de repudiada, continúa siendo mujer del que la repudió.

"Oísteis que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: De ningún modo juréis, ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es la peana de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey; ni jures por tu cabeza, porque no puedes hacer un cabello blanco o negro. Al contrario, que vuestro hablar sea, sí, sí, no, no, porque lo que excede de esto, de mal procede"

18. Observad que ensalza Cristo los elementos de este mundo, no por su propia naturaleza, sino por la relación que tienen con Dios, para quitar toda ocasión de idolatría. Proviene de lo malo, esto es, de la debilidad de aquellos a quienes la ley permite jurar. Así Jesucristo no dice que la antigua ley es del demonio, sino que de la imperfección antigua conduce a la nueva, más abundante.

"Habéis oído que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo: No resistáis al mal, sino que, si alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra; y a aquel que quiera ponerte pleito y tomarte la túnica, déjale también la capa; y al que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él dos mil más: da al que te pidiere; y al que quiera pedirte prestado, no le vuelvas la espalda"

19. Angariar, pues, significa traer injustamente hacia sí y maltratar sin razón.

"Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, rogad por los que os persiguen y os calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos. El cual hace nacer su sol sobre buenos y malos: y llueve sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludarais solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? Sed, pues, perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto"

20. Considerad cuántos grados sube, y en qué estado de virtud nos coloca. El primer grado consiste en no empezar injuriando; el segundo, no vengarse en una cosa igual; el tercero, no hacer al que ultraja daño alguno; el cuarto, exponerse asimismo a tolerar las malas acciones; el quinto, conceder más (o al menos prestarse a cosas peores) lo que apetece a aquel que hizo el mal; el sexto, no tener odio a aquel que no obra bien; el séptimo, amarlo; el octavo, hacerle bien; y el noveno, orar por él. Y como este precepto es grande, añade un gran premio, esto es, ser semejantes al mismo Dios. Y por ello dice: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos".

VI
Comentario de Mateo 6

"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos de ellos. De otra manera, no tendréis galardón de vuestro Padre, que está en los cielos"

1. Pero debe tenerse en cuenta que el deseo de la gloria está cerca de los virtuosos. Es necesario fijarse mucho en su entrada, como si hubiéramos de tenernos en guardia contra una fiera, presta a arrebatar a aquel que no la vigila. Entra con silencio y destruye por medio de los sentidos todas las cosas que encuentra en el interior.

"Cuando hagas limosna, no hagas tocar la trompeta delante de ti, como los hipócritas hacen en la sinagoga y en las calles para ser honrados por los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su galardón. Cuando tú hagas limosna, que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede oculta, y tu Padre que ve lo oculto te premie"

2. Esto se dice por sobreabundancia, como si dijese: Si es posible, que tú mismo lo ignores y que tus mismas manos desconozcan lo que haces, así debes practicarlo cuidadosamente. Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, helos aquí: no sólo los ángeles y arcángeles, sino también el mismo Dios del universo.

"Cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los hipócritas. Desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que recibieron su galardón. Mas tú, cuando ayunas, unge tu cabeza y lava tu cara para no parecer a los hombres que ayunas, sino solamente a tu Padre, que está en lo escondido: y tu Padre, que ve en lo escondido, te galardonará"

3. Hablando de la limosna no dijo sencillamente esto, sino que dijo que la limosna no debe hacerse en presencia de los hombres, añadiendo: "Para ser vistos por ellos". Pero en el ayuno y en la oración no añadió esto, porque la limosna es imposible que esté oculta en absoluto, pero la oración y el ayuno sí. No es pequeño fruto el menosprecio de la gloria humana. Es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres. Y obrando no por ellos sino por la virtud, se ama realmente esta última y se obra por ella misma. Así como nosotros estimamos la afrenta cuando la sufrimos, no por nosotros sino por otros a quienes amamos, así no conviene practicar la virtud para que otros lo vean, ni obedecer a Dios por los hombres, sino por el mismo Dios. Y por ello sigue: "Sino solamente a tu Padre que está en lo escondido".

"Cuando oréis, no seáis como los hipócritas que aman el orar en pie en la sinagoga, y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su galardón. Cuando tú ores, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, en lo secreto. Tu Padre ve lo secreto y te lo recompensará"

4. Llama hipócritas a todos aquellos que, fingiendo orar delante de Dios, atienden sólo a los hombres, y por ello añade: "Que aman orar en las sinagogas". Siempre es bueno separarse de la vanagloria, especialmente cuando se está en oración. Si aparte de este defecto tenemos el de dejarnos llevar de pensamientos y entramos a orar en la iglesia con tal enfermedad, ¿cómo entenderemos lo que se nos dice? Dice, pues, el Señor: "Recibieron su galardón", aun cuando Dios quisiera darles la recompensa que parte de él, pero ellos han preferido usurpar la que procede de los hombres. Añade la manera con que debemos orar, diciendo: "Mas tú, cuando orares, entra en tu aposento, y, cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto". Podemos también entender por puerta de la casa la boca del cuerpo, para que no oremos al Señor con una voz clamorosa sino en el secreto de nuestro corazón, por tres causas: primero, porque Dios, oyente del corazón, no debe llamarse a gritos sino aplacarse por medio de una conciencia recta; segundo, porque no conviene que otro conozca tus oraciones secretas, sino sólo tú y Dios; tercero, porque cuando rezas fuerte, no permites que ore al que está junto a ti. No dijo "Dará gratis", sino "Te recompensará", porque él se constituye a sí mismo tu deudor.

"Cuando oréis, no habléis mucho como los gentiles, que piensan que por mucho hablar serán oídos. No queráis, pues, asemejaros a ellos, porque vuestro Padre sabe lo que habéis menester antes que lo pidáis"

5. El Señor nos disuade con esto de la mucha conversación cuando oramos, como sucede cuando no le pedimos cosas convenientes, como son la adquisición del poder, la gloria, vencer a los enemigos y la abundancia de dinero. Aquí nos manda también no hacer oraciones largas. Digo largas no por el tiempo, sino por la multitud de aquellas cosas que se piden. Sin embargo, conviene que perseveren en la oración, según estas palabras del Apóstol: "Insistentes en la oración" (Col 4,2). No porque el Apóstol haya querido que compusiésemos las oraciones de diez mil versos, sino que las anunciásemos con el corazón. Lo cual indica en secreto, cuando dice: "No habléis mucho". No oras para enseñar, sino que te arrodillas para hacerte amigo de Dios por la continuación de tu súplica, para que te humilles en su presencia y para que te acuerdes de tu pecado.

"Vosotros, pues, así habéis de orar: Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu nombre"

6. ¿Qué daño puede venir del parentesco con un inferior, cuando con el superior todos estamos unidos? Por ese solo nombre de Padre confesamos el perdón de los pecados, y la adopción, y la herencia, y la fraternidad respecto de su Unigénito, y el don del Espíritu Santo, porque ninguno puede dirigir ese nombre a Dios sino el que ha gozado a la vez de todos esos bienes. Dos cosas suscita en nosotros el sentido de la oración: el pensamiento de la dignidad de Aquel a quien invocamos, y la grandeza de los dones que en nosotros supone esta oración. Cuando dice "En los cielos", no limita la presencia de Dios a este lugar, sino que eleva de la tierra al que ora, fijando su imaginación en las cosas del cielo. Manda rogar al que ora, para que Dios sea glorificado durante nuestra vida, como si dijese: Haz que vivamos de tal modo, que todas las cosas te glorifiquen por medio de nosotros. "Sea santificado" es lo mismo que decir "sea glorificado". Luego la oración del que se dirige a Dios debe ser tal, que nada anteponga a la gloria divina, sino que lo posponga todo a su alabanza.

"Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo"

7. He aquí una consecuencia muy buena. Después de habernos enseñado a desear las cosas del cielo por estas palabras: "Venga a nosotros tu reino", antes de llegar al cielo nos enseña a hacer de la tierra cielo con estas palabras: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". La virtud no es solamente propia de nuestro deseo, sino también de una gracia superior. Por esto se nos manda aquí a cada uno de nosotros que oremos por todo el orbe, y no dijo "Hágase tu voluntad en mí o en nosotros", sino "En toda la tierra", para que desaparezca el error y se siembre la verdad, y se destierre la malicia, y vuelva la virtud, y para que ya no se diferencie el cielo de la tierra.

"El pan que excede toda sustancia, dánoslo hoy"

8. Debe considerarse, pues, que, después de decir "Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo" (como hablaba a hombres que vivían en la tierra, vestidos de carne y como no pudiesen tener la misma impasibilidad que los ángeles) condesciende con nuestra debilidad, que indispensablemente necesita de alimento, y nos mandó hacer oración para obtener el pan, no para obtener dinero ni las cosas propias de la malicia, sino solamente el pan cotidiano y ni aun esto es suficiente, sino que añadió "Dánosle hoy", con el objeto de que no nos mortifiquemos a nosotros mismos con la solicitud del día que ha de venir.

"Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores"

9. Que conviene a los fieles esta oración nos lo enseñan las leyes de la Iglesia y el principio de la oración, que nos enseña a llamar Padre a Dios. Luego el que manda a los fieles pedir el perdón de sus pecados demuestra -contra los novacianos- que después del bautismo se perdonan los pecados.

"No nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal"

10. Aquí se llama mal al demonio por su excesiva malicia, que no proviene de su naturaleza sino de su elección y por la guerra implacable que nos tiene declarada. Por esto se dice "Líbranos de mal". Como nos había hecho solícitos el recuerdo de nuestro enemigo el demonio, cuando el Señor nos enseñó a decir "Líbranos de mal", otra vez nos da a conocer su atrevimiento en estas palabras que se encuentran en algunos libros griegos: "Puesto que suyo es el reino, y la virtud, y la gloria". Si el reino es suyo, nada tenemos que temer, porque quien pelea contra nosotros también le está subordinado. Siendo, pues, suya la virtud y la gloria infinita, no solamente puede librarnos de todo mal, sino también concedernos su gloria.

"Si perdonáis a los hombres sus pecados, vuestro Padre os perdonará también los vuestros. Mas si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados"

11. Por lo tanto, hace mención de los cielos y del Padre, para llamar la atención del que oye. Ninguna cosa se asemeja tanto a Dios, como perdonar a los que hacen alguna injuria. No es oportuno que sea feroz un hijo que procede de tal Padre. Y como está llamado a poseer el cielo, debe tener cierta propiedad en sus acciones, que se conforme con esta clase de vida.

"No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen: y en donde los ladrones los desentierran y roban. Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde ni los consume orín ni polilla, y en donde los ladrones no los desentierran ni roban. Porque en donde está tu tesoro, allí también está tu corazón"

12. Después de que manifestó la malicia de la vanagloria, creyó el Salvador muy oportuno hablar del menosprecio de las riquezas. Ninguna otra cosa hace desear tanto las riquezas como el deseo de la gloria. Por esto los hombres presentan gran número de criados, caballos cubiertos de oro y mesas adornadas con plata. No para reportar de ello alguna utilidad sino para hacer ostentación delante de muchos. Y esto es lo que dice el Señor cuando continúa: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra". Habiendo dicho "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra", añade: "En donde los consume orín y polilla", para demostrar que los tesoros de la tierra, tanto por el lugar como por las personas los dañan, perjudican, mientras que los del cielo producen gran utilidad. Por esto decía: "¿Por qué temes que se te acabe el dinero si das limosna? Da, pues, limosna y ella te traerá el aumento de las riquezas, porque se añadirán las que están en el cielo, las cuales perderás si no das limosna". Y no dijo "Las dejarás a otro", porque esto es agradable a los hombres. Como no todo tesoro de la tierra se destruye por el orín y la polilla ni se roba por los ladrones, añade aquello diciendo: "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Como si dijese: "Aun cuando no suceda lo primero, no sufrirás pequeña pérdida, apegado a las cosas inferiores, hecho su esclavo, caído del cielo e incapaz de pensar en las cosas sublimes".

"La antorcha de tu cuerpo es tu ojo. Si tu ojo fuere simple, todo tu cuerpo será luminoso. Mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. En efecto, si la lumbre que hay en ti, son tinieblas, ¿cuán grandes serán las mismas tinieblas?"

13. Después que hizo mención del entendimiento reducido a esclavitud y cautivado, como esto no podía conocerse fácilmente por muchos, pasa a enseñar sobre cosas exteriores, diciendo: "La antorcha de tu cuerpo". Como diciendo: "Si no has conocido aún qué se entiende por detrimento del entendimiento, conócelo ahora en las cosas temporales". Lo que es el ojo para tu cuerpo, eso es el entendimiento para tu alma. Así como una vez perdidos los ojos se pierde el poder para obrar en los demás miembros, porque se les apaga la luz, así, una vez oscurecida la inteligencia, la vida es abrumada por muchos males.

"Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará. No podéis servir a Dios y a las riquezas"

14. Ya había el Señor refrenado la tiranía de la avaricia con muchas y grandes razones, pero ahora añade otras más amplias. Las riquezas no nos dañan precisamente porque arman a los ladrones contra nosotros y porque oscurecen nuestra inteligencia, sino porque también nos separan de Dios. Y esto lo prueba con una razón muy fácil de comprender: "Ninguno puede servir a dos señores". Dice dos, porque mandan cosas contrarias. Si se entendiesen no serían dos sino uno, y manifiesta esto por lo que añade en seguida: "Porque aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará". Pone dos para demostrar que es fácil el tránsito a otra cosa mejor, diciendo: "Me he hecho esclavo del dinero" (amando las riquezas). Y demuestra que es posible llegar a otro estado, a saber, no sufriendo la esclavitud, sino despreciándola.

"No andéis afanados para vuestra alma qué comeréis, ni para vuestro cuerpo qué vestiréis. ¿No es más el alma que la comida y el cuerpo más que el vestido?"

15. No dijo esto porque el alma necesite de comida (pues es incorpórea), sino que habló según era común costumbre. Por lo demás, el alma no puede permanecer en el cuerpo si éste no se alimenta. Puede continuarse de otro modo. Habiendo dicho el Señor que debe despreciarse el dinero para que algunos no dijesen "¿Cómo podremos vivir si abandonamos todo?", añade: "Y por lo tanto os digo: No andéis solícitos".

"Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni amontonan en hórreos, y vuestro padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros, discurriendo, puede añadir un codo a su estatura? ¿Por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad los lirios del campo y cómo crecen. No trabajan ni hilan, pero ni Salomón con toda su gloria fue cubierto como uno de éstos. Pues bien, si al heno del campo, que hoy es, y mañana es echado en el horno, Dios viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?"

16. Después que demostró a sus discípulos que no era conveniente andar solícitos con el alimento, pasó a otra cosa más sencilla. No es tan necesario el vestido como el alimento, y por ello dice: "¿Y por qué andáis acongojados por los vestidos?" No usa aquí del ejemplo de las aves, para citar como ejemplo el pavo real o el cisne, de quienes se podrían tomar ejemplos parecidos, sino que usa del ejemplo de los lirios, diciendo: "Considerad cómo crecen los lirios del campo". Quiere demostrar con estas dos cosas la sobreabundancia de sus dones, a saber, con el derroche de hermosura y la vileza de los que participan de tanto decoro. Diciendo esto no prohibió el trabajo, sino la preocupación, como antes lo había hecho, hablando de la siembra. Tanta diferencia hay entre la verdad y el error, cuanta entre el vestido y las flores. Si Salomón fue superado por las flores, siendo así que fue el más rico de los reyes, ¿cuánto más tú puedes ser superado por las flores? Salomón fue superado por las flores en hermosura, no una sola vez, ni dos, sino tanto tiempo cuanto duró su reinado. Y esto es lo que significan aquellas palabras: "En toda su gloria", porque ni un solo día pudo aparecer tan hermoso como las flores. No los llama ya lirios del campo, sin heno, manifestando así su vileza. Y opone otra vileza, diciendo "Que son hoy", y no "Mañana no serán", sino algo que es mucho más lamentable: "Que serán arrojados al horno". Cuando dice "Cuánto mejor vosotros", se da a entender, aunque de una manera indirecta, la alta honra del género humano, como si dijese: "Vosotros, a quienes mi Padre dio un alma, formó un cuerpo, envió profetas y entregó su Hijo Unigénito".

"No os acongojéis diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Los gentiles se afanan por estas cosas. Vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura"

17. No dijo sabe Dios, sino sabe vuestro Padre, para inspirarles más confianza. Si es padre, no podrá despreciar a sus hijos. Esto ni aun los hombres que son padres podrían soportarlo. Dice, en efecto: "Puesto que necesitáis de todo esto", para que esforcéis vuestra solicitud, porque os son necesarias. ¿Qué padre sostiene que no deben darse a sus hijos aun las cosas necesarias? Si fuesen superfluas, no convendría confiar así. Y no dijo "Se os concederán" sino "Se os darán por añadidura", para que comprendamos que las cosas presentes nada valen en comparación con las futuras.

"No andéis cuidadosos por el día de mañana, porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado. Le basta al día su propia malicia"

18. Ninguna cosa hace tanto daño al alma, como la preocupación y los cuidados. Cuando dice que el día de mañana tendrá bastante con su propia preocupación quiere decir con más claridad lo que ya ha enseñado, y por ello habla, como muchos acostumbran, al pueblo sencillo. Para animarlos mejor, les cita los días en vez de los cuidados superfluos. ¿Acaso el día no tiene su carga, esto es, su propio cuidado? ¿Por qué lo gravas más, imponiéndole también el cuidado del otro día?

VII
Comentario de Mateo 7

"No queráis juzgar, para que no seáis juzgados, pues con el juicio con que juzgareis, seréis juzgados, y con la medida con que midiereis se os medirá"

1. Por eso no dijo "No dejes descansar el pecado", sino más bien "No juzgaréis", esto es, no seas amargo juez. Corrige, sí, pero no como enemigo que busca la venganza, sino como médico que brinda la medicina. O de otro modo, no manda simplemente que no se juzguen todos los pecados, sino que hizo esta prohibición a aquellos que han cometido muchas culpas, y juzgan a los demás por defectos ligeros. Así como San Pablo no prohíbe juzgar sencillamente a los que pecan, sino que reprende a los discípulos que se permiten juzgar a sus maestros, enseñándoles que no debemos juzgar a los que sean más que nosotros.

"¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano, y no ves la viga en tu ojo? ¿Cómo dices a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la paja de tu ojo, si estás viendo una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás de sacar la paja del ojo de tu hermano"

2. Hay muchos que, si viesen a un monje con un vestido de lujo o comiendo con abundancia, lo acusarían amargamente, siendo así que ellos roban todos los días y viven en continua crápula. Y debe advertirse que cuando el Señor quiere mostrar algún gran pecado, empieza por la injuria, como cuando dice: "Siervo malo, te he perdonado toda tu deuda". Por lo mismo dice aquí "Hipócrita, saca primero". Porque las cosas que son propias de uno, se conocen mejor que las que son propias de los demás, y se ven mejor las que son mayores que las que son menores, y uno se ama a sí mismo más que a su prójimo. Por esto manda el Señor que aquel que sea capaz de cometer muchos pecados, no sea juez severo de los pecados de otro (y especialmente si son pequeños). Lo que el Señor nos prohíbe no es la reprensión y corrección de las faltas de nuestros enemigos, sino el menosprecio u olvido de los propios pecados, cuando se reprenden los ajenos. Primero conviene que con sumo cuidado inspeccionemos nuestros defectos, y entonces pasemos a reprender los de los demás. Por ello sigue: "Y entonces verás de sacar la mota del ojo de tu hermano".

"No deis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las huellen con sus pies y, volviéndose contra vosotros, los os despedacen"

3. Para aquellos que son de buena intención y tienen entendimiento, las verdades reveladas aparecen con su propia dignidad, mientras que a aquellos que son incapaces les parecen más respetables cuando las ignoran. Y dijo con toda propiedad "Volviéndose", porque fingen mansedumbre para aprender, y luego que han aprendido, se apartan.

"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Todo el que pide, recibe; el que busca, halla; al que llama, se le abrirá"

4. En esto que añade: "Buscad y llamad", dio a entender que debe pedirse con mucha insistencia y con fuerza. El que busca separa de su imaginación todo lo demás y se fija sólo en aquello que busca. El que llama viene con ánimo vehemente y fervoroso.

"¿Quién de vosotros es el hombre a quien si su hijo le pidiere pan le dará una piedra, o si le pidiere un pez le dará una serpiente? Pues si vosotros siendo malos sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará bienes a los que se los pidan?"

5. Dos cosas son necesarias al que ora: pedir con fervor y pedir lo que conviene, esto es, cosas espirituales. Por eso Salomón obtuvo bien pronto lo que pedía, porque pidió lo que era conveniente. Dijo esto, no humillando la naturaleza humana ni declarando malo a todo el género humano, sino, llamando malicia al amor de los padres de la tierra, a diferencia de su bondad, tal es la sobreabundancia de su amor hacia los hombres.

"Todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también con ellos. Ésta es la ley y los profetas"

6. Quiere demostrar que conviene a los hombres impetrar de lo alto el divino auxilio, y que el que de ellos depende se lo concedan mutuamente. Por eso, después de haber dicho "Pedid, buscad, llamad", enseña claramente que los hombres deben ser solícitos para el bien de sus hermanos, y por lo mismo añade: "Todo lo que queráis". No dijo simplemente todas las cosas, sino que añadió: pues, como si dijese: "Si queréis ser oídos haced con aquellos, de quienes os he hablado, esto mismo". No dijo, pues: "Haz con tu prójimo todo lo que quieras que Dios haga contigo", para que no digas: "¿Cómo es posible esto?", sino que dice: "Todo lo que quieras que haga contigo tu compañero de esclavitud, esto mismo debes hacer con tu prójimo". En lo que se demuestra también que conocemos perfectamente lo que es digno de todos los hombres y que no es posible excusarnos con la ignorancia.

"Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho es el camino que lleva a la vida, y pocos son los que atinan con ella!"

7. Mas como diga después "Mi yugo es suave y mi carga ligera", ya indica cómo debe entenderse que el camino es estrecho y difícil, pero aquí se demuestra que ese camino es fácil y suave, puesto que es camino y puerta. Así como el otro, que es ancho y espacioso, también es camino y puerta, lo cual significa que no son lugares de mansión definitiva, sino de tránsito. El pensamiento de que han de pasar los trabajos y los sudores y que han de conducir a buen fin, esto es, a la vida eterna, es suficiente para consolar a aquellos que combaten. Si las tempestades son llevaderas para los navegantes y las heridas son dulces para los militares, por la esperanza de premios transitorios, con mucha más razón, cuando se sufre por el premio celestial y por la eterna recompensa, no habrá quien sienta la inminencia de los peligros. Y esto mismo, a saber, el llamar estrecho el camino, contribuye mucho a hacerlo suave, porque así nos prepara a la vigilancia y dirige nuestro deseo. Por otra parte, el que pelea en la brecha, al ver que el príncipe admira los trabajos de sus combates, se hace más intrépido. Para que no estemos tristes cuando nos acometen grandes aflicciones, se nos dice que, si bien el camino es estrecho, la ciudad es muy grande. No es aquí donde debemos esperar el reposo ni allí temer la tristeza. Al decir "Porque son pocos los que la encuentran", manifiesta la desidia de muchos, y por eso advirtió a los que lo escuchaban que no atendiesen a las prosperidades de muchos, sino a los trabajos de los pocos.

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura se cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno lleva buenos frutos, y el mal árbol lleva malos frutos. No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar buenos frutos. Todo árbol que no lleva buen fruto, será cortado y metido en el fuego. Así, pues, por los frutos los conoceréis"

8. Como se había dicho que la puerta es estrecha, y que son muchos los que pervierten la vía que a ella conduce, por eso inculcó: "Guardaos de los falsos profetas". Para despertar más su atención, les recordó con ese nombre a los que introdujeron el error entre sus padres, lo cual había sucedido también en medio de ellos. Por lo que parece, muchas veces no sólo son llamados falsos profetas los herejes, sino también aquéllos cuya vida es corrupta, pero que la ocultan con el antifaz de la virtud, por lo cual dijo: "Los conoceréis por sus frutos". Entre los herejes puede muchas veces hallarse la vida, pero de ningún modo entre los que he dicho. Fácilmente se descubre a los hipócritas. El camino por el que quieren andar es difícil. El hipócrita no es amigo del trabajo. Además, para que no se diga que es imposible conocer a estos tales, pone otro ejemplo el Salvador, tomado de las mismas cosas humanas, diciendo: "¿Por ventura cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?". Para que alguno no diga que el árbol malo produce malos frutos, pero que también los produce buenos, y que por ello será difícil conocerlo a no ser gustando los dos frutos, añade: "No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar buenos frutos". Como no había mandado castigar a los malos profetas, los amenaza con las penas que Dios suele aplicar, diciendo: "Todo árbol que no lleve buen fruto, será cortado y metido en el fuego". En estas palabras parece que designa a los judíos y por ello recuerda las palabras del Bautista, manifestándoles por medio de ellas la pena que les está preparada. Pues aquél había dicho esto mismo a los judíos cuando les hablaba del árbol cortado, recordándoles que sería arrojado al fuego eterno. Si alguno considera esto con atención, encontrará dos penas: una en el ser cortado y otra en el ser quemado. El que es quemado es también separado del reino, y por ello su pena es doble. Algunos sólo temen el infierno, pero yo digo que la pérdida de aquella gloria es mucho más dolorosa que la pena del infierno. ¿Qué mal (grande o pequeño) no experimentaría un padre por ver y tener consigo a su hijo amado? Consideremos esto respecto de aquella gloria. No hay hijo alguno tan grato para su padre como la adquisición de aquellos bienes, y el renunciarse para poder estar con Cristo. La pena del infierno es insufrible, es verdad, pero aun considerando diez mil infiernos, nada se podrá decir respecto a la pena que produce la pérdida del cielo y el ser aborrecido por Cristo.

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Ése entrará en el reino de los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, ¿pues no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces yo les diré claramente: Nunca os conocí. Apartaos de mí los que obráis la iniquidad"

9. En estas palabras parece que se dirige especialmente a los judíos, que ponen toda su atención en los dogmas. Por ello San Pablo los denuncia, diciéndoles en la segunda carta a los Romanos 2,17: "Si, pues, te llamas judío y descansas en la ley". No dijo "El que hace mi voluntad", sino "la del Padre", porque, entre tanto, era conveniente decir esto para acomodarse a la ignorancia de aquéllos. No obstante, ya por esto les insinuó ocultamente aquello: "No es otra la voluntad del Hijo que la del Padre". Ves cómo se introduce de una manera discreta; cuando ya hubo terminado su sermón, se presenta a sí mismo como juez. Que la pena afecta a los que pecan ya lo demostró antes, quién es el que castiga ya lo revela, diciendo: "Muchos me dirán en aquel día". Pero hay algunos que dicen que éstos lo dijeron mintiendo y que por eso no se han salvado, pero que no se atreverían a decir lo mismo en presencia del juez. Mas la misma pregunta y su misma respuesta manifiestan que ellos hicieron estas cosas. Como aquí eran admirables haciendo milagros en presencia de todos y allí se ven castigados, admirados dicen: "Señor, ¿pues no practicamos muchas virtudes en tu nombre?". Algunos dicen que cuando hacían milagros no obraban mal, sino después. Pero no consta que esto sea lo que el Señor quería demostrar, a saber, que ni los milagros ni la fe valen algo cuando la vida no es buena, como dice San Pablo: "Si tuviese una fe tan firme que traspasase los montes de un lado a otro, pero no tuviese caridad, nada soy" (1Cor 13,2). Como no todos eran aptos para todo, y mientras unos tenían una vida pura y no tan grande fe, en otros sucedía lo contrario, el Señor convertía a los primeros por los últimos para que mostrasen mucho la fe. Evocaba a éstos por el inefable don de los milagros, para hacerlos mejores, y como les concedía esta gracia con gran abundancia, dicen, pues: "Hemos hecho muchos milagros". Mas como fueron ingratos con Aquel que así los honró, con razón siguen las siguientes palabras: "Y entonces yo les diré claramente nunca os conocí". Dice, pues, el Señor a éstos: "¿Acaso os conocí?" Como si, no solo no los conozca en el día del juicio, sino que tampoco los conocía cuando hacían milagros: a muchos tienen ya odio aquí y los separa antes de castigarlos.

"Todo aquél que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio que edificó su casa sobre la peña. Descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente en aquella casa, y no cayó porque estaba cimentada sobre piedra. Todo el que oye estas mis palabras y no las cumple, semejante será a un hombre loco que edificó su casa sobre arena. Descendió lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente sobre aquella casa, y cayó y fue su ruina grande"

10. Como había de haber algunos que admirarían lo que había dicho Jesús, pero que no harían ostensible con obras esa admiración, previniéndoles, los aterra, diciendo: "Pues todo aquel que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio".

Cuando Jesús hubo terminado estos discursos, se maravillaban las gentes de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas y los fariseos

11. Indica la causa de esta admiración diciendo: "Estaba, pues, enseñando". Si los escribas, viendo este poder por medio de los milagros, lo separaban de sí, ¿cuánto más se hubiesen escandalizado oyendo esas palabras, que por sí solas manifestaban ese poder? Pero la muchedumbre no sintió esta impresión. Cuando el alma es benévola fácilmente la persuaden los discursos de la verdad. Era tal el poder del que enseñaba, que convencía a muchos y llenaba de admiración a los demás. El placer que experimentaban oyéndole hacía que no lo dejasen, aun cuando callaba, y por eso lo siguieron bajando del monte. Lo que más los admiraba, era que en lo que decía no se apoyase en la autoridad de otro (como habían hecho Moisés y los profetas), sino que se mostraba siempre como quien tiene poder, apoyando en su palabra las leyes que daba: "Yo, pues, os digo" (Mt 5,25).

VIII
Comentario de Mateo 8

Habiendo bajado Jesús del monte, le siguieron muchas turbas. Y he aquí que, viniendo a él un leproso, le adoraba y decía: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Extendiendo la mano, Jesús le tocó y dijo: "Quiero, queda limpio". Al punto, su lepra fue limpiada. Jesús le dijo: "Mira, no se lo digas a nadie, sino muéstrate al sacerdote y ofrece la ofrenda que mandó Moisés, en testimonio a ellos"

1. No dijo "Si lo pides a Dios", ni "si oras", sino: "Si quieres puedes limpiarme". Y no dijo tampoco "Señor, límpiame", sino que todo lo deja a su arbitrio, y le reconoce como Dios, y le atribuye la potestad de hacerlo todo. Aunque podía limpiarlo con la palabra y con la voluntad, le aplicó la mano y el tacto, como sigue: "Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó", para manifestar que no estaba sujeto a ley alguna y que, estando limpio, nada había inmundo para él. Eliseo, observando lo que dice la ley, no salió y tocó a Naamán, sino que lo envió al Jordán para que allí se lavase. El Señor demuestra aquí que no obra como siervo, sino que, como Dios, cura y toca. La mano no se vuelve inmunda por haber tocado la lepra, sino que, por el contrario, el cuerpo leproso se vuelve limpio al simple contacto de la mano santa. El Señor no había venido sólo a curar los cuerpos, sino también a guiar las almas por el camino de la verdadera sabiduría. Así como ya no prohibía comer antes de lavarse las manos, así enseña aquí que conviene temer sólo la lepra del alma (que es el pecado), porque la lepra del cuerpo no sirve de impedimento a la práctica de la virtud. Cuando toca al leproso ninguno le acusa todavía, porque los que lo escuchaban aún no se habían contaminado con la envidia. Nunca antes de ahora había dicho esta palabra, aunque había hecho cosas admirables. Pero aquí dijo "Quiero", para confirmar la opinión de la muchedumbre y del leproso acerca de su poder. La naturaleza obedeció con prontitud al poder de quien mandaba y por ello sigue: "Y luego su lepra fue limpiada". Pero en cuanto a la palabra luego no expresa bien la prontitud con que el leproso quedó limpiado. Cuando Jesús hubo curado el cuerpo del leproso, le ordena que no lo diga a nadie, y por ello sigue: "Y le dijo Jesús: Mira, que no lo digas a nadie". Algunos dicen que le mandó esto para que no hablasen en mal sentido de su curación, lo cual se dice sin fundamento. No lo curó de tal manera que quedase duda acerca de su curación. Pero lo manda que no lo diga a nadie, enseñando a no amar la ostentación ni el honor (Mc 5,20). A otro que curó lo mandó que lo dijese, enseñándonos también a interpretar en buen sentido sus palabras, que no era que se divulgase el milagro sino que se diese gloria a Dios. Por medio de este leproso nos enseñó a no ser vanagloriosos, y por medio del otro a no ser desagradecidos, sino referirlo todo a la alabanza de Dios. Y en verdad que ni la violaba en todo ni en todo la guardaba, sino unas veces hacía esto, otras aquello. En lo uno, preparando el camino a la futura sabiduría, en lo otro, cohibiendo la lengua desvergonzada de los judíos y condescendiendo con la imbecilidad de ellos. De ahí el que los apóstoles aparezcan algunas veces observando la ley, y otras prescindiendo de ella. Previendo Jesucristo que nada adelantarían con esto, no dijo: "Para enmienda de ellos", sino: "Para testimonio", esto es, para acusación y atestación, puesto que todo cuanto yo debía hacer ya lo he hecho. Y aun cuando previó que no habían de enmendarse, no dejó de hacer lo que convenía. No obstante, ellos permanecieron en su propia malicia. No dijo "La ofrenda que yo mando", sino "la que mandó Moisés", para relacionarlos con la ley, cerrar la boca a los malvados, y para que no dijesen que había usurpado la gloria de los sacerdotes, puesto que El hizo su obra, concediéndoles la prueba de ello al mismo tiempo.

Habiendo entrado Jesús en Cafarnaum, se llegó a él un centurión rogándole y diciendo: "Señor, mi siervo está postrado en casa paralítico y es reciamente atormentado". Jesús le dijo: "Yo iré y lo sanaré". El centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, sino tan solamente dilo con la palabra, y será sano mi siervo. Pues también yo soy hombre sujeto a otro, que tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace"

2. Dicen algunos que se expresó así para excusarse de no haberlo llevado consigo. No era posible traer al que sufría, porque se encontraba con las últimas angustias para expirar y yo digo que ésta es señal de una gran fe, porque, como sabía que una sola orden bastaba para curar al enfermo, estimaba superfluo conducirle hasta allí. Lo que nunca había hecho Jesús lo hizo ahora. En todas partes sigue la voluntad de los que suplican, aquí la excede. No sólo ofreció curarlo, sino también ir a su casa. Hizo esto para que conozcamos la virtud del centurión. Algunos dicen que este caso y aquél no son uno mismo, lo cual no carece de probabilidad, porque del uno se ha dicho: "Construyó nuestra sinagoga y ama a la gente" (Lc 7,5), y de éste dice el mismo Jesús: "Ni en Israel hallé tanta fe". En lo que parece que aquél era judío. A mí me parece que aquél y éste son uno mismo, y que cuando San Lucas dice que envió para que viniera, insinuó el espíritu de adulación de los judíos. Es conveniente, pues, creer que el centurión, queriendo ir, fue retraído por las instancias oficiosas de los judíos, diciéndole que irían y le traerían con ellos. Mas cuando se vio libre de la importunidad de aquéllos, entonces envió a decirle: "No creas que no he venido a buscarte por pereza, sino porque me he creído indigno de recibirte en mi casa". En cuanto a lo que dice San Mateo de que no le mandó a decir esto por medio de sus amigos, sino que se lo dijo por sí mismo, ninguna contradicción hay. En uno y otro caso se expresa el deseo de aquel hombre, y se manifiesta que tenía concebida una buena opinión respecto del Salvador. Es muy conveniente creer aquí que el centurión, después que mandó a sus amigos, se lo dijo por sí mismo cuando venía. Si San Lucas no dijo esto ni San Mateo dijo aquello, no se contradicen, sino que completan lo que habían dejado por decir uno y otro. Ni tampoco hay contradicción entre lo que dice San Lucas de que fabricó una sinagoga, y que no era israelita, porque es posible que, sin ser judío, hubiese fabricado una sinagoga y que amase la gente.

Cuando esto oyó Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo, no he hallado una fe tan grande en Israel. Os digo, pues, que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se recostarán con Abraham, e Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Mas los hijos del reino serán echados en las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes". Y a continuación, dijo al centurión: "Ve y, como creíste, que así te sea hecho". En aquel momento quedo sano su siervo

3. Así como lo que había dicho el leproso, hablando de la potestad de Jesucristo: "Si quieres, puedes curarme", se confirma con la palabra del Salvador que dice: "Quiero, sé limpio", así también aquí, no sólo no inculpó al centurión por lo que dijo de su potestad, sino que le elogió. Hizo más todavía, y el evangelista, significando la intensidad de la alabanza, dice: "Oyéndolo Jesús". Por lo que se dice que se admiró en presencia de todo el pueblo, para dar ejemplo a los demás, a fin de que admirasen también. Sigue, pues: Y a los que le seguían les dijo: "En verdad os digo". No era igual que creyese un judío o que creyese un gentil. O llama hijos del reino a aquellos para quienes estaba el reino preparado, lo cual los estimulaba más. A fin de que nadie pensase que lo que el Salvador había dicho al centurión, no era sino una vana adulación, hace milagros como sigue: "Y dijo Jesús al centurión: ve, y como creíste, así se haga". Debe admirarse la prontitud. No solamente el curar, sino también el modo impensado y el momento de tiempo en que Jesucristo hace esto, manifiesta su gran poder.

Habiendo llegado Jesús a la casa de Pedro, vio a su suegra que yacía en cama, y con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó, y ella se levantó y se puso a servirles

4. Pero, ¿por qué entró en la casa de Pedro? Me parece que para comer, porque se añade: "Y se levantó y los servía". Se detenía en casa de sus discípulos para honrarlos y hacerlos con esto más ansiosos. Considera el respeto de San Pedro para con Jesucristo. Teniendo a su suegra en casa con calentura, no le hizo venir a ella, sino que esperó que terminase la predicación de la doctrina y que se curasen otros. Había aprendido desde el principio a dar la preferencia sobre sí a todos los demás. Así es que ni siquiera le hace una indicación, sino que el Señor fue espontáneamente, después que dijo el centurión: "No soy digno de que entres en mi casa", manifestando cuánto distinguía a su discípulo. No se creyó rebajado al entrar bajo el techo de un pobre pescador, para enseñarnos a conculcar en todo el orgullo humano. Unas veces cura con su sola palabra, y otras extiende la mano como en esta ocasión dice el sagrado texto: "Y tocó su mano". No siempre quería hacer milagros sobreabundantes, le convenía ocultarse alguna vez. Tocando el cuerpo, no sólo curó la fiebre, sino que también le concedió una salud completa. Cuando la enfermedad era curable, en el modo de curar manifestaba su poder, haciendo lo que no puede hacer la medicina, esto es, restituyendo al mismo tiempo la salud completa, por lo que el evangelista, entendiendo esto así, dice: "Y se levantó, y los servía". En esto que se dice, de que se levantó y los servía, se manifiesta el poder de Dios y la disposición que aquella mujer mostraba hacia Jesucristo.

Siendo ya tarde, le presentaron a Jesús muchos endemoniados. Con la palabra, él expulsaba a los demonios, y sanaba a todos los enfermos, para que se cumpliera lo que fue dicho por el profeta Isaías: "Él mismo tomó nuestras enfermedades, y cargó con nuestras dolencias"

5. Como el número de creyentes ya había aumentado, y no querían separarse de Jesucristo en ningún tiempo, le traen por la tarde los enfermos. Y por ello se dice: "Y siendo ya tarde, le presentaron muchos que estaban poseídos del demonio". Fijémonos en las muchas curaciones que omiten los evangelistas, no refiriendo a cada uno de los curados, sino manifestando con una sola palabra una inmensidad inefable de milagros. Mas para que por la grandeza del prodigio no se ponga en tela de juicio, si curó tanta gente y varias enfermedades en un solo momento, trae en su apoyo al profeta, que da testimonio de todas estas cosas que se hacían, diciendo: "Para que se cumpliese lo que se ha dicho por el profeta Isaías, que dice: El mismo tomó nuestras enfermedades". Parece que el profeta más bien dijo esto, refiriéndose a los pecados. ¿Cómo, pues, el evangelista lo ha entendido de las enfermedades? Porque o quiso adaptar ese testimonio a la historia, o hacer ver que muchas enfermedades reconocen como causa los pecados de las almas, y que la misma muerte reconoce como principio el pecado.

Como viese Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó a sus discípulos pasar a la otra parte del lago. Llegándose a él un escriba, le dijo: "Maestro, te seguiré a donde quiera que fueres". Jesús le dijo: "Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza". Otro de sus discípulos le dijo: "Señor déjame ir primero, y enterrar a mi padre". Mas Jesús le dice: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos"

6. Como Jesús no solamente curaba los cuerpos, sino que también enmendaba el alma y enseñaba la verdadera sabiduría, quiso mostrarse a sí mismo, no sólo curando las enfermedades, sino también no haciendo nada por ostentación, y por eso se dice: "Mas como viese Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó pasar a la otra parte del lago". Hacía esto, educándonos en la moderación, calmando la envidia de los judíos y enseñándonos a no hacer nada por ostentación. Observemos que, para no ofender a la muchedumbre, no las despide directamente, no le dice: Retiraos, sino que mandó a sus discípulos ir al otro lado, dando esperanza a la muchedumbre de ir también allá. Veamos también cuánto es su orgullo. Vino y habló de tal modo, que parecía desdeñarse de ser contado con la muchedumbre, manifestando que era superior a muchos. Jesucristo le responde, no a la pregunta, que hace por medio de palabras, sino al fin que se propone, como sigue: "Y Jesús le dijo: Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" Esta respuesta no era para rechazarle, sino para reprenderle. Hubiérale aceptado, a haber querido seguirle en la pobreza. Y para que se comprenda su malicia, oyendo esto, no dijo: "Estoy preparado a seguirte". Dijo esto, no mandando despreciar el honor que se debe a los padres, sino demostrando que ninguna cosa es tan necesaria para nosotros como el ocuparnos en los negocios del cielo. A ese fin debemos unirnos a ellos con todo nuestro ardor, y no tardar un momento por inevitables e incitantes que sean las cosas que nos atraen. ¿Qué cosa era más necesaria que enterrar a su padre? ¿Y qué otra cosa más fácil? El tiempo que se podía tardar no era mucho. Por ese medio el Señor le libró de muchos males, como son los llantos y las tristezas, y las demás cosas que de aquí se desprenden. Después de la sepultura era necesario examinar el testamento, hacer las particiones y otras cosas por el estilo. Y así, sucediéndose en él las fluctuaciones unas a otras, pudieron alejarle mucho de la verdad. Mas si aún se subleva tu corazón, piensa que muchos no permiten que los enfermos sepan la muerte de su padre, de su madre o de su hijo, ni les permiten acompañar su cadáver al sepulcro, y lejos de ser esto una crueldad, lo sería lo contrario. Y mucho más malo es separar a un hombre de los tratos espirituales, sobre todo cuando hay otros para cumplir esos tristes deberes de sepultura, como acontecía en esta ocasión. Por eso contesta el Señor: "Deja a los muertos que entierren a sus muertos". En lo que manifiesta que este muerto no le pertenecía, porque el difunto, según yo creo, era del número de los infieles. Si admiras a este joven porque preguntó al Salvador acerca de un asunto tan necesario y no se marchó espontáneamente, admira mucho más que, habiéndose prohibido marchar, se quedó, sin que esto pueda llamarse ingratitud, puesto que no lo hizo por desidia, sino por dar la preferencia a un asunto de más interés.

Entrando Jesús en una barca, le siguieron sus discípulos. Sobrevino luego un grande alboroto en la mar, de modo que las ondas cubrían la barca. Mas él dormía. Se llegaron a él sus discípulos y le despertaron, diciéndole: "Señor, sálvanos, que perecemos". Jesús les dijo: "¿Qué teméis, hombres de poca fe?" Y levantándose al punto, mandó a los vientos y a la mar, y se siguió una grande calma. Los hombres se maravillaron, y decían: "¿Quién es éste, a quien los vientos y la mar obedecen?"

7. Tomó a sus discípulos consigo, y en la barca, para enseñarles estas dos cosas: no asustarse ante los peligros, ni envanecerse con los honores. Permite que las olas los atormenten, a fin de que no formen de sí mismos un juicio muy ventajoso, a causa de la elección que había hecho de ellos, dejando a los demás. Cuando se trata de manifestación de milagros, permite que asista el pueblo, mas cuando es cuestión de tentaciones y temores, toma solamente a los atletas que se proponía formar para la conquista del mundo. Habían visto a otros recibir beneficios de manos de Jesús, pero como no juzgamos igualmente lo que se hace en los otros cuerpos con lo que se hace en el nuestro, fue conveniente que, por el sentido familiar, disfrutasen de los beneficios de Jesucristo. Y por eso quiso que se verificase esta tempestad, para que, por su liberación, les hiciese más claro el sentido del beneficio. Esta turbación era la figura de las tentaciones que habían de venir, de las cuales dice San Pablo: "No quiero que ignoréis, hermanos, que estamos gravados sobre nuestras fuerzas" (2Cor 1,8). Para dar tiempo al miedo, se dice: "Mas él dormía". Si se hubiese verificado la tempestad estando El despierto, o no hubiesen temido, o no le hubiesen rogado, y acaso no hubiesen creído que él podía hacer tal cosa. Mas si alguno dijese que no fue señal de poca fe el aproximarse a despertar a Jesús, habrá de admitir que esto fue señal de que todavía no tenían formada de él una opinión decorosa, porque habían conocido que podía increpar a la mar estando despierto, y aún no habían conocido que podía hacer lo mismo estando dormido. No hace este milagro en presencia de la muchedumbre, para que no sean acusados de poca fe. Pero, hallándose solo con ellos, los reprende ante todo, y calma la turbación de las aguas, como sigue: "Entonces, levantándose, mandó a los vientos y a la mar, y se siguió una grande calma". Vemos aquí también que toda la tempestad se disipó en el acto sin quedar huella de la turbación, lo cual era ciertamente extraño, pues cuando la fluctuación se termina naturalmente, las aguas se agitan después por mucho tiempo, mientras que aquí todo se volvió a la vez. Así realiza aquí Jesucristo lo que ha dicho del Padre: "Dijo, y se detuvo el espíritu de la tempestad" (Sal 106). Con su sola palabra y mandato apacigua y refrena el mar. Por el aspecto, el sueño y el uso de la barca, los allí presentes le consideraban como hombre. De ahí la admiración en que cayeron, como sigue: "Y los hombres se maravillaron".

Cuando Jesús hubo pasado de la otra parte del lago a la tierra de los gerasenos, le vinieron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan fieros que ninguno podía pasar por el camino. Al verle, empezaron luego a decir a gritos: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?". No lejos de ellos andaba una piara de muchos puercos, paciendo. Y los demonios le rogaban, diciendo: "Si nos echas de aquí envíanos a la piara de los puercos". Jesús les dijo: "Id". Ellos, saliendo, se fueron a los puercos, y he aquí que con gran ímpetu se fue todo el rebaño por un precipicio al mar, y murieron en las aguas. Los pastores huyeron y, viniendo a la ciudad, contaron todo esto y el suceso de los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro a Jesús, y cuando le vieron le rogaron que saliese de sus términos

8. Los hombres decían que Cristo era hombre, pero vinieron los demonios publicando su divinidad, para que, los que no habían oído hablar del mar alborotado y encalmado después, oyesen a los demonios clamando. Por ello prosigue el evangelista: "Y cuando hubo venido Jesús de la otra parte del lago a la región". San Lucas y San Marcos eligieron uno de ellos, el que estaba más malo, y por ello expusieron su desgracia. San Lucas dice que, rotas las ligaduras con que se le sujetaba, se había ido al desierto. San Marcos, que se daba golpes contra las piedras, pero no dicen si fue uno solo. "Que salían de los sepulcros" quería insinuar un error pernicioso, a saber: que las almas de los que mueren se convierten en demonios. Por eso muchos desgraciados matan a los niños, para tener como cooperadora el alma de ellos. No es el alma de un difunto quien clama, sino que el demonio finge esto, para engañar a los que le oyen. Pues si fuese dado al alma de un difunto entrar en el cuerpo de otro, mucho más preferiría entrar en el suyo. Pero no tiene razón de ser que el alma que padece cosas inicuas coopere con el que la hace inicuamente sufrir; ni que el hombre pueda cambiar una sustancia incorporal en otra, esto es, el alma en sustancia de demonio; ni aun en los cuerpos puede ninguno hacer esto, o sea que el cuerpo de un hombre se convierta en cuerpo de un asno. Por otra parte, tampoco es racional que el alma, separada del cuerpo, ande ya errante por la tierra. Las almas de los justos están en manos de Dios (Sab 3,1), luego que las almas de los pecadores son sacadas inmediatamente de este mundo es manifiesto por el hecho de Lázaro y el rico Epulón. Como ninguno se atrevía a traer a Jesucristo los endemoniados, por temor de ser maltratados, va Jesucristo hacia ellos. Cuál sería la furia de éstos, nos lo dicen las palabras siguientes: "Fieros en demasía, de tal suerte, que ninguno se atrevía a pasar". Mas los que prohibían pasar a otros hallaron quien les obstruyese el camino, pues eran invisiblemente flagelados, padeciendo intolerables tormentos con la presencia de Jesucristo; por eso se añade: "Y he aquí que clamaron, diciendo". Para que no apareciese que decían esto por adulación, basados en la experiencia, exclamaban: "Has venido antes de tiempo a atormentarnos". No podían decir que no habían pecado, porque Jesucristo los había encontrado obrando mal y mortificando la obra de Dios. Por esto creían que, por la abundancia de males que habían hecho, no se les esperaría al día del juicio para aplicarles el castigo merecido. No hizo esto Jesús como persuadido por los demonios, sino para dispensar de aquí muchas cosas: primero, para demostrar la magnitud del daño que causaban los demonios a aquellos hombres que asediaban; segundo, para que sepan todos que, sin su permiso, ni aun contra los puercos se atreven; tercero, para hacer ver que hubieran operado cosas más graves en aquellos hombres que en los puercos, si aquellos hombres, en medio de las calamidades, no fuesen ayudados de la divina Providencia, porque más odio tienen a los hombres que a los seres irracionales. En esto se manifiesta que ninguno hay que no reciba socorro de la divina Providencia, y si no todos de la misma manera, ni aun según el mismo modo, la bondad de la Providencia no brilla menos, porque se manifiesta para cada uno de nosotros según conviene. Infiérese también de lo que precede que la Providencia, no sólo provee a todo en general, sino también a cada uno en particular, lo cual manifiestamente podrá ver cualquiera en este acontecimiento de los endemoniados, que sin duda hubiesen sido ahogados en otro tiempo a no mediar la protección de la divina Providencia. También por esta razón permitió a los demonios invadir el rebaño de puercos, a fin de que los que habitaban en aquellas comarcas conociesen su gran poder. Y allí donde no había quien lo conociese, hacía brillar sus milagros, para traerlos al conocimiento de su divinidad. Los demonios mataron a los puercos, porque por todos los medios y en todas partes procuran entristecer a los hombres, alegrándose de su perdición. La magnitud del daño aumenta la fama del que lo había causado. Por muchos se divulgaba el hecho: por aquellos que habían sido curados, por los dueños de los puercos y por los pastores. Así, continúa el evangelista: "Los pastores huyeron, y, viniendo a la ciudad, lo contaron todo, y lo que había pasado con los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad sale al encuentro de Jesús". Mas entonces que debieron adorarlo y admirar su poder, lo despedían de sí. Y prosigue: "Y cuando le hubieron visto, le rogaban que saliese de sus términos". Admiremos, pues, la mansedumbre de Jesucristo después de la obra de su poder. No resiste a aquellos que, después de haber recibido el beneficio, lo despiden de sí, sino que retrocedió y abandonó a los que se declararon indignos de recibir su doctrina, dejándolos, para enseñarlos, a los que había librado de la posesión de los demonios y a los pastores de los puercos.

IX
Comentario de Mateo 9

Subió Jesús en una barquilla, atravesó el lago y llegó a la ciudad. Presentáronle aquí a un hombre paralítico postrado en cama. Al verle, Jesús le dijo: "Confía, hijo, tus pecados te son perdonados". Algunos de los fariseos allí presentes dijeron en su interior: "Este hombre blasfema". Como viese Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: "¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué cosa es más fácil decir, te son perdonados tus pecados, o levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo entonces al paralítico: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa". El paralítico se levantó y se fue a su casa. Las turbas, al ver este prodigio, se llenaron de temor y dieron gracias a Dios, que dio tal poder a los hombres

1. Cristo manifestó su poder a través de la enseñanza. El dejó consignado que tenía poder de muchas maneras. Mediante el leproso, cuando le dijo "quiero, sé sano". Por medio del Centurión, cuando le dijo a Jesús "di una sola palabra y mi siervo quedará sano". Por medio del mar, que con sólo una palabra calmó. Por medio de los demonios que lo confesaron. Finalmente, de un modo más grande, cuando obligó a sus enemigos a confesar que Jesús era igual al Padre en dignidad. Y para demostrar más aún su poder, continúa: "Y subiendo Jesús en la navecilla, atravesó el lago y llegó a la ciudad". Podía Jesús atravesar el mar a pie y sin embargo lo atraviesa en una navecilla, a fin de que sus milagros continuos no pusieran en duda la verdad de su Encarnación. Llama aquí el evangelista a Cafarnaúm la ciudad propia de Jesús. Porque Belén fue la ciudad de su nacimiento, Nazaret aquella donde se crió, y Cafarnaúm su residencia habitual. El paralítico de que se trata aquí, no es el paralítico de que habla San Juan (cap. 5). Este, en efecto, estaba en la piscina y el primero en Cafarnaúm; el paralítico del que habla San Juan no tenía criados y el paralítico del que aquí hablamos tenía personas que le cuidaban y le condujeron a Jesús. O también era grande la fe de este enfermo, porque si él no hubiera creído no se hubiera dejado bajar por el boquete del techo, según expresión de otro evangelista (Mc 2,1-11; Lc 5,17-18). Jesús hizo brillar su gran poder, perdonando los pecados ante una gran fe. Por eso dijo al paralítico: "Confía, hijo, tus pecados están perdonados". Los escribas, al tratar de difamar a Jesús, contribuyeron, a pesar suyo, a hacer brillar con su envidia el prodigio de Jesús, que se valió de la misma hipocresía de los escribas para hacer resaltar más el milagro del paralítico. Propio es de la infinita sabiduría de Cristo valerse de sus mismos enemigos para hacer patente su poder. Por eso dice: "He aquí que algunos de los escribas dijeron en su interior: Este blasfema". Jesús no destruyó las sospechas de los fariseos que pensaban que sus palabras las había dicho realmente como Dios. Si él no fuera igual al Padre hubiera dicho "estoy muy lejos de tener poder para perdonar los pecados". Pero no es así, sino que afirma todo lo contrario con sus palabras y sus milagros. Por eso añade: "¿qué es más fácil decir: te son perdonados tus pecados o levántate y anda?" Así como el espíritu es más importante que el cuerpo, así también es más importante perdonar los pecados que sanar el cuerpo. Y arguye más poder a la salud del espíritu que a la del cuerpo puesto que este último es más visible y más reducido el círculo de sus operaciones y el espíritu es menos visible y sus operaciones más elevadas. Jesús no dijo al paralítico: te perdono los pecados, sino tus pecados te son perdonados. Pero, al resistirse los fariseos a creer en El, Jesús les presentó su gran poder, diciéndoles que el Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados y, por consiguiente, que era igual al Padre. Puesto que el Hijo del hombre no necesitaba del poder de otro para perdonar los pecados, los perdonaba con el suyo propio. Le da este mandato para que no se tenga por una simple ilusión lo que con él acababa de acontecer. Por eso añade: Y se levantó y se marchó a su casa, cuyas palabras demuestran la verdad del milagro. Sin embargo, los hombres que presenciaron este hecho no le daban la verdadera interpretación. Por eso dice "y al ver esto las turbas". Porque si la idea que tenían de Jesús hubiera sido la verdadera, hubieran comprendido que era Hijo de Dios. Ellos no quisieron creer que Jesús era superior a todos los hombres y que era Hijo de Dios. Jesús vio al partir de este lugar a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco, y le dijo: "sígueme": y levantándose le siguió.

Estando sentado Jesús a la mesa en la casa de Mateo, vinieron a ella muchos publicanos y gentes de mal vivir, y se sentaron a comer con él y con sus discípulos. Viendo esto los fariseos, dijeron a sus discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con los publicanos y pecadores?" Jesús, al oír esto, les dijo: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que padecen alguna enfermedad. Aprended, pues, lo que significan aquellas palabras; Amo más la misericordia que el sacrificio. En efecto, yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"

2. Cristo, después de haber hecho el milagro, partió de aquel lugar a fin de no encender más la envidia de los judíos. Esta es la conducta que nosotros debemos observar. Jamás debemos tener empeño en continuar al lado de aquellos que nos tienden lazos y ponen trampas. Por eso se dice: "Y saliendo Jesús de aquel lugar (es decir, de donde había hecho el milagro), vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado en la recaudación de alcabalas". Brilla aquí el poder del que llama porque no lo hace cuando el llamado trata de abandonar un oficio peligroso, sino que lo arrancó de esos mismos medios malos, como a Pablo de en medio de su locura. Por eso continúa: "Y le dijo: sígueme". Así como admiráis la virtud del que llama, admirad también la obediencia del que es llamado. El no opone resistencia, no suplica volver a su casa ni manifestar su resolución a su familia. Pero, ¿por qué no llamó a Mateo al mismo tiempo que a Pedro y a Juan? Porque aún no estaba bien dispuesto y Aquel que conoce el fondo de los corazones, sólo llama a quien comprende que por sus milagros y la fama de su nombre está en aptitud de obedecer. ¿Por qué no se nos dice el modo y el tiempo en que fueron llamados los otros apóstoles y sí solamente de Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo? Precisamente porque todos éstos procedían de oficios bajos y de condiciones humildes. Nada hay, en efecto, más bajo que el oficio de recaudador, ni más humilde que la condición de pescador. Mateo, al verse tan honrado con la venida de Jesús a su casa, convida a todos los publicanos de su misma profesión. Y esto es lo que quieren decir las palabras: "He aquí que muchos publicanos". Los publicanos se aproximaron a nuestro Redentor, no sólo para hablarle, sino para comer con él. Porque no solamente corregía muchas veces Jesús a los que estaban mal dispuestos, con sus argumentos, con sus obras o con sus reprensiones a sus enemigos, sino también asistiendo a las comidas; enseñándonos con este proceder que en cualquier tiempo y de cualquier obra podemos sacar utilidad. Los fariseos, al ver esto, se indignaron, y por eso se dice de ellos: "Y viéndolo los fariseos decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué con los publicanos?". Debe notarse aquí que los fariseos, cuando se figuraban haber sorprendido a los discípulos de Cristo en algún pecado, se dirigían a Cristo, como se ve por aquellas palabras: "He aquí que tus discípulos ejecutan obras prohibidas en el día del sábado" (Mt 12,2). De esta manera trataban de deshonrar a Cristo delante de sus discípulos. Todo esto lo hacían con malicia y con el deseo de separar del Maestro los corazones de sus discípulos. Después de haberles hablado en el lenguaje sencillo del sentido común, les cita aquel pasaje de la Escritura: "Id y aprended lo que significa: Quiero la misericordia y no el sacrificio", que es como si dijera: "¿Por qué me acusáis de que llamo a los pecadores a la penitencia? Por la misma razón debéis acusar a Dios Padre, porque él desea, como yo, la enmienda de los pecadores" y de esta manera les demostraba que, no sólo no era prohibido lo que ellos reprendían, sino que, según la ley, era una cosa superior al sacrificio; porque no dice la ley: "Quiero la misericordia y el sacrificio, sino que mando aquella y excluyo éste". Parece que Jesús habla aquí a los fariseos con la misma ironía que cuando se dice: He aquí que el hombre ha sido hecho como uno de nosotros (Gén 3,22), porque en la tierra no había justo alguno, que es lo que da a entender San Pablo en las palabras: "Todos pecaron y necesitan de la gloria de Dios" (Rom 3,23), palabras que moderaron la pretensión de aquellos que habían sido llamados; porque ellas vienen a decir: "Estoy tan lejos de aborrecer a los pecadores, que sólo por ellos he venido".

Entonces se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, y le dijeron: "¿Por qué ayunamos con frecuencia nosotros y los fariseos, y tus discípulos no ayunan?". Jesús les respondió: "¿Por ventura pueden llorar los hijos de un esposo mientras el esposo está con ellos? Mas vendrán días en que será quitado el esposo, y entonces ayunarán. Nadie cose en un vestido viejo una pieza de paño recio, porque se rompe entonces el vestido y aparece peor la abertura. Nadie echa vino nuevo en vasijas viejas, porque se rompen las vasijas, se derrama el vino y se quedan sin vasijas, sino que echan el vino nuevo en vasijas nuevas, y de este modo se conserva lo uno y lo otro"

3. Lo que dicen es de esta manera: "Sea. Tú como médico lo haces así; pero ¿por qué tus discípulos reprobando el ayuno buscan semejantes mesas?" Ellos, para excusarse mejor que los fariseos, se ponen los primeros y dejan en segundo término a los fariseos, siendo así que estos últimos ayunaban por obedecer a la ley, como lo dijo el fariseo en el templo: "Ayuno dos veces el sábado" (Lc 18,12) y por obedecer a Juan. San Lucas dijo que fueron los fariseos quienes dijeron esas palabras y aquí se dice que fueron los discípulos de Juan, porque los fariseos llevaron a éstos, a fin de que promovieran la cuestión, como hicieron después con los herodianos. Pero debe tenerse presente que cuando hablaba de los extraños y de los publicanos, a fin de moderar sus ánimos exaltados, contesta con más fuerza a las acusaciones a las que ellos mismo dan lugar y les responde con suavidad cuando ultrajaban a sus discípulos, como se ve por las palabras: "¿Por ventura pueden llorar los hijos del esposo mientras el esposo está con ellos?" Primero se llama médico y aquí esposo; de esta manera nos recuerda las palabras de Juan: el que tiene esposa es esposo (Jn 3,29). Y lo que él dice es así: el tiempo presente es el tiempo del gozo y de la alegría; no debe mezclarse con él la tristeza. Porque el ayuno es triste, no en sí, sino para aquellos que aun son endebles, esto es, para aquellos que no han llegado a la fuerza de la perfección espiritual. Pero es suave para los que desean entregarse a la contemplación de la sabiduría o al trabajo de la perfección. De los primeros es de quienes habla aquí. En lo que dice, como se ve claramente, no hace concesión alguna a la gula- De nuevo apoya Jesús su palabra en comparaciones sencillas, cuando dice: "Nadie cose una pieza de paño burdo en un vestido viejo", etc. Como si dijera: "Aun mis discípulos no son bastante fuertes y por eso necesitan aún de condescendencia; aun no están renovados por el Espíritu y no conviene imponer todo el peso de los preceptos a espíritus así dispuestos". De esta manera enseña a los Apóstoles a recibir con cariño a sus discípulos, sea cualquiera la región a la que pertenezcan. De esta manera se explica la causa de hablarles Jesús muchas veces en términos familiares, para acomodarse a su flaqueza.

Diciéndoles Jesús estas cosas, se le aproximó un príncipe de la sinagoga, y le adoró diciendo: "Señor, mi hija es ahora un cadáver, mas ven, pon tu mano sobre ella y vivirá". Jesús le hizo levantar, y lo siguió en compañía de sus discípulos. Y he aquí una mujer, que padecía hacía doce años flujos de sangre, se le acercó por detrás y tocó la orla de su vestido, diciendo en su interior: "Si llegare a tocar tan sólo su vestido, quedaré sana". Volviéndose Jesús, y viéndola, le dijo: "Confía, hija, tu fe te ha sanado". Desde aquella hora, la mujer quedó completamente sana

4. Después de las palabras, siguió la acción, que debía cerrar por completo la boca a los fariseos, puesto que el mismo jefe de la sinagoga se había acercado a Jesús para pedirle un milagro. Grande era su tristeza, porque era hija única la difunta, tenía doce años y estaba en los primeros albores de la vida y por eso dice: "Mientras él les hablaba estas cosas: He aquí que se le aproximó uno de los principales". Lo que el príncipe dijo de la muerte de su hija, no es más que una exageración propia del que anuncia una desgracia. Porque es natural en todos los que piden algo presentar sus males como mayores y decir más de lo que realmente es, con el objeto de interesar más a aquellos a quienes suplican. De aquí aquellas palabras: "Pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá". Ve aquí su confianza. Exige dos cosas de Cristo: el que vaya a su casa y el que ponga su mano, precisamente lo que el sirio Naaman exigió del profeta (2Re 5), porque necesitan ver y apreciar las cosas de una manera sensible los que sólo tienen disposiciones vulgares. San Marcos y San Lucas dicen, que llevó consigo tres de sus discípulos, esto es, a Pedro, Santiago y Juan. A Mateo no le llevó para estimular más su deseo y a causa de la imperfección de sus disposiciones. Honra con esta distinción a aquellos, a fin de que los otros se hagan iguales a ellos y en cuanto a San Mateo, le era suficiente el haber visto la curación de la mujer que padecía el flujo de sangre, de la cual se dice: He aquí que una mujer, que padecía un flujo de sangre, se acercó por detrás y tocó la orla del vestido del Señor. Por eso no se acerca en público al Señor, porque tenía vergüenza a causa de la enfermedad que padecía y por la que ella, apoyada en la ley, se tenía por muy impura; por eso se esconde y se oculta. Aun no tenía ella un conocimiento exacto acerca de Cristo, pues creía que podía permanecer oculta a sus miradas. Pero no le permitió Cristo que se escondiese, no porque El ambicionase gloria alguna, sino por varios motivos: Primeramente, calma su temor para que no le remordiera la conciencia de haber arrebatado un don; en segundo lugar, la reprende de haber querido permanecer oculta; en tercer lugar, pone su fe a la vista de todos, para que a todos sirva de estímulo. Mostrando, en fin, que sabe todas las cosas, nos da una señal de su divinidad, no menor que la que nos dio con el derramamiento de su sangre: "Y esta mujer fue curada en aquel instante".

Cuando llegó Jesús a la casa del príncipe, y vio a los flautistas, y a las turbas que se agolpaban, les dijo: "Retiraos, porque no está muerta la niña, sino dormida". Ellos se burlaban de él. Después que hubo sido echada fuera la muchedumbre, Jesús entró y cogió la mano de la niña, y dijo:"Niña, levántate". La niña resucitó, y se extendió el rumor de este prodigio por toda aquella tierra

5. Debemos considerar en este pasaje, lo mucho que se detiene Jesús hablando con la mujer curada, con el objeto de dar tiempo a que muriera la niña y resaltara más la señal de su resurrección. Lo mismo hizo con Lázaro, que permaneció muerto hasta el tercer día. Sigue: Y cuando vio a los flautistas y a la muchedumbre que se agolpaba, prueba evidente de la muerte. Pero Cristo arrojó a todos los flautistas, e hizo entrar a los parientes de la niña, a fin de que no pudieran atribuir a causas diferentes la resurrección de la niña. Antes de la resurrección, los anima a que tengan esperanza con estas palabras: "Retiraos; porque no está muerta la niña, sino dormida". Estas palabras, que levantaron una gran agitación en los que se hallaban presentes, demuestran lo fácil que es para Cristo el resucitar a los muertos: como sucedió con Lázaro: "Nuestro amigo Lázaro duerme" (Jn 11,11). Nos enseñan, además, que no debemos tener miedo a la muerte. Él mismo había de morir también y valiéndose de la muerte de otros hombres inspira confianza a sus discípulos y les enseña a sufrir con valor la muerte. Porque desde su venida, la muerte no es ya más que un sueño. Al oír los que se hallaban presentes este lenguaje del Señor se burlaban de él. Pero Jesús despreció esta burla, a fin de que la misma burla de los flautistas y los demás circunstantes fuera una prueba evidente de la realidad de la muerte. Muchas veces no creen los hombres en los milagros y se les convence con sus mismas contestaciones: como aconteció con Lázaro cuando dijo Jesús: "¿Dónde le pusisteis?" (Jn 11,34), a lo que contestaron ellos: "Ven y ve cómo ya huele (porque ya han pasado cuatro días)" (Jn 11,39). Ante esta confesión, no podían menos de creer que efectivamente estaba muerto y que resucitó a un muerto. Él no le da una nueva vida, sino que le devuelve la misma que había perdido y la saca como de un sueño, para de este modo prepararla a que creyera (como si lo viera) en su resurrección. Y no sólo resucita a la niña, sino que, como dicen otros evangelistas, mandó que le dieran de comer, con el objeto de que vieran no era una ilusión lo que acababa de hacer. Y sigue: "Y se extendió su fama por todo el país".

Al salir Jesús de aquel lugar, le siguieron dos ciegos que clamaban y decían: "Compadeceos de nosotros, hijo de David". Cuando hubo llegado a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: "¿Creéis que yo pueda haceros esto?" . Ellos contestaron: "¡Sí, Señor!". Entonces tocó Jesús los ojos de los ciegos, diciendo: "Según vuestra fe os sea hecho". Sus ojos quedaron abiertos al instante, y Jesús les intimó a que nadie lo supiera. No obstante, apenas estos salieron de allí, comenzaron a extender su reputación por todo aquel país

6. No es pequeña la acusación que aquí hace a los judíos. Mientras los que carecen de vista reciben la fe por el oído, ellos que tenían vista y presenciaban los milagros se declaraban contra la fe. Ve aquí el deseo de los ciegos, porque no se acercan simplemente a Jesús, sino que le suplican y le piden una sola cosa: que tenga misericordia de ellos. Y le llaman hijo de David; porque les parecía que con este nombre lo honraban. Es necesario advertir, que Jesús hizo muchas veces milagros después de habérselo suplicado, a fin de que nadie creyera que se valía de los milagros como de un medio para adquirir una fama brillante. De nuevo nos enseña Jesús en este lugar a despreciar la gloria que dan los hombres y estando próxima la casa, conduce a ella a los ciegos, para darles la salud en particular. Y no solamente por esto, sino para hacerles ver que eran dignos de ser curados y y para reprender a aquellos que pretendían que puesto que sólo la misericordia salva, todos debíamos salvarnos. Y por eso les exige la fe, para elevarlos a cosas más sublimes y puesto que le llamaron hijo de David, debían pensar de él otras cosas más elevadas, de ahí es que no dijo: ¿Creéis que yo puedo suplicar al Padre?, sino: ¿creéis que yo puedo hacer esto? y su respuesta fue: ¡Ciertamente, Señor! No le llaman otra vez hijo de David, sino que se elevan a mayor altura y confiesan su dominio y entonces El mismo les impone sus manos y les toca los ojos diciéndoles: "Hágase en vosotros según vuestra fe". Les dijo esto para confirmarlos más en su fe y para contestar a aquellos que decían que no eran más que una adulación las palabras que dijeron al Señor. Después de esto sigue la curación: "y fueron abiertos sus ojos". Después que fueron curados, les manda un silencio absoluto sobre este acto. No lo manda sencillamente, sino con gran energía. Jesús les dirigió con fuerza estas palabras: "Cuidad que nadie lo sepa. Pero ellos salieron de allí y lo publicaron por todo el país". No está en oposición con esto lo que se dice en otro lugar: "Ve y anuncia la gloria de Dios" (Lc 8,39). Él nos enseña que lo que debemos impedir, es el que nos alaben a nosotros, a causa de nosotros mismos, pero no debemos impedir, sino todo lo contrario, mandar el que todas las obras tengan por objeto la gloria de Dios y se hagan por El.

Después que los ciegos salieron, presentaron a Jesús un hombre mudo poseído del demonio. Arrojado éste, el mudo se puso a hablar. Admiráronse las turbas, y decían: "Jamás ha acontecido en Israel una cosa parecida". Los fariseos, por el contrario, decían: "Arroja al demonio en nombre del príncipe de los demonios"

7. No era mudo de naturaleza, sino por obra del demonio. De ahí la necesidad que tuvo de que lo llevaran a Jesús y la imposibilidad en que se encontraba de pedir por sí mismo o de suplicar a otros que lo hicieran. No tenía voz por habérsela paralizado el demonio: por esta razón no le exige Jesús la fe y le cura en seguida, por eso se dice: "y arrojado el demonio habló el mudo". El pueblo estimaba a Jesús más que a todos los demás, no sólo porque curaba, sino porque curaba con facilidad y prontitud todas las enfermedades, aunque fueran incurables. Esto era lo que más irritaba a los fariseos. Porque no sólo era preferido antes que todos los que vivían en Israel, sino incluso a todos los nacidos antes que El en Israel. Por esto los fariseos, movidos por malos sentimientos, procuraran infamarle, según aquellas palabras: "Mas los fariseos decían, arroja a los demonios en virtud del príncipe de los demonios". ¿Se puede decir locura mayor que la que ellos dijeron? Porque nadie puede formarse la idea de que un demonio arroje a otro demonio, pues un demonio aplaude siempre y no destruye nunca lo que otro hace. Y Cristo no sólo arrojaba a los demonios, sino que también limpiaba a los leprosos, resucitaba a los muertos, perdonaba los pecados, predicaba el reino de Dios y conducía a los hombres al Padre; cosas todas que ni podía ni quería hacer el demonio.

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando a las muchedumbres, compadecido de ellas por lo maltratadas y agobiadas de males en que estaban, como las ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "Ciertamente, la mies es mucha, y los operarios son pocos. Rogad al Señor de la mies, para que envíe operarios a su mies"

8. El Señor quiso refutar con sus acciones la acusación de los fariseos cuando decían: "En nombre del príncipe de los demonios, arroja a los demonios", pues el demonio no se venga haciendo bien a los que le ultrajan, sino haciéndoles daño. Y el Señor hace lo contrario; puesto que no castiga, ni aun increpa a los que le afrentan y ultrajan, sino que los colma de beneficios, por eso se dice: "Y recorría Jesús todas las ciudades y castillos": en cuyo proceder nos enseña, no a devolver a una acusación otra acusación, sino a responder con beneficios. Aquel que después de ser acusado, deja de hacer el bien, da a entender que hace el bien por el aplauso de los hombres, pero si hiciéremos constantemente el bien a nuestros semejantes, sean quienes quieran, tendremos una grandísima recompensa. No consiste en esto solamente la bondad de Cristo, sino que abriendo las entrañas de su misericordia para con aquel pueblo, les manifiesta la solicitud que tiene para con ellos, según aquellas palabras: "Y al ver las turbas se compadeció de ellas". Esta es la condenación de los príncipes de los judíos, pues siendo ellos pastores se portaban como lobos, porque no sólo no corregían al pueblo, sino además le perjudicaban cuanto podían para utilidad propia, por eso el pueblo decía con admiración: "Jamás ha sucedido en Israel una cosa parecida" y los fariseos, por el contrario: "arroja al demonio en nombre del príncipe de los demonios". Jesús se declara abiertamente Señor de la mies. Si bien es cierto que manda a los apóstoles a segar la mies que ellos no sembraron, no los manda, sin embargo, a segar mieses ajenas, sino a aquellas cuyas semillas sembró él mismo por medio de los profetas. Pero no siendo más que doce los Apóstoles, exclamó: "Rogad al Señor de la mies, que mande operarios a su mies". Y aun cuando él no aumentó el personal, lo multiplicó, sin embargo, no en cuanto al número, sino en cuanto al poder que les dio. Él nos manifiesta cuán grande es la gracia, esto es, la de ser llamado a predicar convenientemente la palabra de Dios, diciéndonos que a este fin debemos dirigir nuestras súplicas. Nos hace mención en este pasaje de las palabras de Juan sobre el arca, el bieldo, la paja y el grano.

X
Comentario de Mateo 10

Llamados sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos, para que los arrojasen y curasen todo decaimiento y toda enfermedad. Estos son los nombres de los doce Apóstoles: el primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón Cananeo y Judas Iscariote, que fue el que entregó a Jesús

1. No es pequeña la alabanza de que Pedro haya sido designado por su virtud y Andrés por su nobleza, es decir, por el parentesco que tenía con su hermano. San Marcos pone a Andrés en tercer lugar, esto es, después de Pedro y de Juan, San Mateo no los coloca en ese orden. Esto se entiende porque San Marcos los puso en el orden que cada uno tiene según su dignidad. Ve aquí la razón de por qué no los coloca en orden según su dignidad. En mi concepto no es más que porque Juan, no sólo es de más edad que los otros, sino también más que su hermano.

Envió Jesús a estos doce, dándoles las instrucciones siguientes: "No vayáis a donde están los gentiles, no entréis en las casas de los samaritanos; id principalmente a las ovejas perdidas de la casa de Israel; id y predicadles que el reino de Dios está próximo; curad los enfermos; resucitad los muertos; limpiad los leprosos, y arrojad los demonios; dad gratuitamente lo que gratuitamente recibisteis"

2. Mirad la oportunidad de la misión: los envía precisamente después que vieron resucitar a un muerto, increpar al mar y otras obras parecidas y después que recibieron de palabra y de obra una demostración suficiente de la divinidad de Jesús. Los envía el Señor primeramente a la Judea, como a una escuela, para que, ejercitados en ella, aprendieran a luchar contra todas las naciones y por eso los trata como a débiles pajarillos a quienes excita la madre al vuelo. Para que no creyeran los judíos que Jesús les tenía odio por haberle ellos ultrajado y haberle llamado poseído del demonio, tuvo El particular empeño en corregirles, prohibiendo a sus discípulos cualquier otro ministerio y enviándoles médicos y doctores. No sólo prohibió a sus discípulos el que anunciaran el evangelio a otros, antes que a los judíos, sino que ni les permitió el que viajaran por los caminos que van a donde estaban los gentiles, por las palabras: "No vayáis por los caminos de los gentiles". Y aunque los samaritanos eran más fáciles de convertir al Evangelio, sin embargo, porque eran enemigos de los judíos no quiso que se predicase el Evangelio a los samaritanos antes que a los judíos. "Y no entraréis, dice, en las ciudades de los samaritanos". Separando él a sus discípulos de los samaritanos, y mandándoles a los hijos de Israel, a quienes llama ovejas que perecen y no ovejas que se separan, nos significa el Señor cómo él puso en juego todos los medios para perdonarles y atraerlos. Vosotros veis la grandeza del ministerio; veis la dignidad de los apóstoles; no les manda, como a Moisés y a los profetas que nos anuncien cosas sensibles, sino cosas nuevas y fuera de la opinión de los hombres. Porque aquellos anunciaron los bienes de la tierra y éstos el reino del cielo y cuantos bienes se encierran en él. Pero después que el respeto a la fe se extendió por todas partes, fueron, si efectivamente los hubo también después, menos y más raros. Dios suele hacer esos prodigios cuando los males han adquirido toda su manifestación, porque entonces es cuando hace ver su poder. Ved aquí, cómo el Señor atiende a las costumbres no menos que a los milagros, para darnos a entender que, sin las costumbres, de nada valen los milagros y cómo abate el orgullo de sus discípulos con las palabras: "Recibisteis gratuitamente y os mando que estéis limpios de toda afición al dinero". O también para demostrarles que ellos nada dan de sí mismos, les dice: "Recibisteis gratuitamente", que es como si dijera: "Nada dais vosotros de lo vuestro en aquello que distribuís, porque no lo habéis recibido ni por vuestro trabajo, ni como por salario vuestro y puesto que es una gracia mía, dadla como tal a los otros, porque no es justo recibáis por ella precio alguno".

"No queráis poseer en vuestros cintos oro, ni plata, ni dinero: no llevéis en vuestros viajes alforja, ni dos túnicas, ni calzado, ni báculo, porque el operario merece que se le alimente"

3. El Señor después de prohibir el comerciar con las cosas divinas, arranca la raíz de todos los males con las palabras: "No queráis poseer oro, ni plata". Este precepto tiene por objeto, primero elevar a sus discípulos sobre toda sospecha; segundo, dejarles libres de todo cuidado, a fin de que puedan emplear todo el tiempo en la predicación; tercero el manifestarles su poder, por lo que después les dijo: "¿Por ventura cuando os mandé sin saco y sin bolsillo os faltó cosa alguna?" (Lc 22,35). ¡Dichoso cambio! en lugar del oro, de la plata y de otras cosas parecidas, recibieron el poder de dar la salud a los enfermos, de resucitar a los muertos y de otras cosas semejantes: por eso no les dice desde el principio: "No poseáis oro ni plata"; sino después de haberles dicho: "Limpiad los leprosos, arrojad los demonios". Por donde se ve que, de hombres, por decirlo así, hizo ángeles, dejándoles libres de toda solicitud por las cosas de esta vida, a fin de que no tuvieran más cuidado que el de la predicación y aun quitándoles este cuidado con aquellas palabras: "No estéis inquietos por lo que habéis de hablar", porque lo que os parece pesado y difícil, os será muy ligero y fácil. Nada hay más dulce, que el no tener cuidado de ningún género y sobre todo si se puede tener la confianza de que lo podemos poseer todo sin desear nada, con la presencia de Dios que siempre está atento a todas nuestras necesidades. Era conveniente que los discípulos alimentasen a los apóstoles, de quienes recibían la enseñanza, para que no despreciasen a estos últimos, con el pretexto de que ellos nada recibían y lo daban todo y para que no los abandonasen como cosa despreciable. Y para que los Apóstoles no dijeran que se les manda a vivir mendigando y de esta manera no se avergüencen, los llama operarios y les dice que el operario es digno de un salario. Y para que no se formasen ellos la idea de que, porque su ministerio era verbal, carecía de importancia, les dice: "El operario es digno de su alimento". No determinan estas palabras la clase de recompensa de que es digno el trabajo apostólico, sino que dan una regla de conducta a los apóstoles, a fin de que puedan convencer a los que atienden a sus necesidades, que todo lo que dan lo dan por un derecho de justicia.

"En cualquier ciudad o villa en que entrareis, preguntad qué persona digna se encuentra en ella, y permaneced en ella hasta vuestra marcha. Saludad, al entrar en la casa, con las palabras: La paz sea en esta casa. Y si efectivamente fuere digna aquella casa, vuestra paz vendrá sobre ella, y si no lo fuera, vuestra paz se volverá a vosotros. Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, sacudid el polvo de vuestros pies, y marchaos de la casa o de la ciudad. Os digo en verdad, que Sodoma y Gomorra serán tratadas en el día del juicio con menos rigor que esta ciudad"

4. No debe creerse que, por las anteriores palabras del Señor: "Digno es el operario de su sustento", ya todas las puertas quedaban abiertas a los discípulos. Les manda, por el contrario, que tengan mucha prudencia en la elección de la hospitalidad, por las palabras: "En cualquier ciudad o aldea en que entrareis, informaos primero de quién habita en ella". ¿Por qué razón, pues, permaneció el Señor en casa de un publicano? Sin duda, porque lo merecía el publicano por su conversión. Y no sólo cedió en utilidad de los Apóstoles esta determinación del Señor, sino que contribuyó hasta en el modo de ser tratados. Porque si es digno del Evangelio el dueño de la casa, indudablemente dará a los Apóstoles cuanto necesiten, especialmente si éstos no exigen más que lo puramente necesario. Observemos, pues, cómo al mismo tiempo que Jesús despoja a sus discípulos de todas las cosas se las da todas, permitiéndoles la estancia en la casa de aquellos a quienes enseñaban. De esta manera quedaban los Apóstoles libres de todo cuidado y persuadían a los demás de que el objeto de su venida a sus casas era su salvación, puesto que, si ellos nada llevaban consigo, tampoco exigían más que lo necesario, ni entraban indistintamente en todas las casas: quería el Señor que se distinguiesen sus discípulos más bien por la virtud, que por el poder de hacer milagros y no hay cosa en que más brille la virtud, que en no usar de lo superfluo. Es digno de observación el no haber dado Jesús todas las cosas a sus discípulos, puesto que no les dio el conocimiento de las personas dignas, sino que les manda las examinen. Y no sólo les manda que las examinen, sino que, una vez hecha la elección, les prohíbe el cambiar de casa, por aquellas palabras: "Y permaneced allí hasta vuestra marcha", a fin de no entristecer al que os recibe y de que no os tengan por ligeros y aficionados a la gula. Les enseña el Señor que no esperen, fundados en que son los predicadores, que se adelanten otros a saludarlos, sino que ellos para honrarlos deben adelantarse. Les hace ver en seguida que su saludo es una verdadera bendición, según aquellas palabras: "Y si no fuere digna".

"Mirad, yo os envío como a ovejas en medio de los lobos; sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os harán comparecer en sus asambleas, y os azotarán en sus sinagogas: os conducirán a los gobernadores y a los reyes por causa mía, y para que sirváis de testimonio a ellos y a las naciones"

5. Cristo, después de haber alejado de los Apóstoles todo género de preocupaciones y de haberlos armado con el brillo de sus milagros, les anunció con anticipación los males que les amenazaban. Lo hace así. Primero, para que aprendieran la virtud de su presciencia. En segundo lugar, para que no sospecharan que los males que experimentaban eran resultado de la incapacidad del maestro; tercero, para que no quedasen ellos al sufrir esos males, admirados, como si dichos tormentos les acontecieran inopinadamente y fuera de lo que esperaban y finalmente, para que oyéndolo ahora no tuvieran miedo en los días de los tormentos. Les da en seguida las reglas para este combate, enviándolos desprovistos de todo y mandándoles exijan su alimento de aquellos a quienes evangelizan y no se para en esto, sino que pasa más adelante y les hace ver su poder con las palabras: "He aquí que yo os mando como a ovejas en medio de los lobos". En estas palabras debemos considerar, que no los manda simplemente a donde están los lobos, sino en medio de los lobos. De esta manera, venciendo las ovejas a los lobos y existiendo en medio de ellos y no pereciendo a pesar de sus mordeduras, sino atrayéndolos a sí mismos, hace ver de un modo más claro su poder. Y ciertamente causa más admiración la transformación de sus mentes, que el hacerlas perecer. La dulzura, les dice, es lo que debéis desplegar en medio de los lobos. El consuelo de todos los males lo tenían ellos en el poder de aquel que los enviaba, por eso les dijo lo primero de todo: "Mirad, yo os envío" que equivale a si dijera: No os asustéis porque os envíe en medio de los lobos; porque puedo yo hacer que no sufráis daño alguno y no sólo el que vosotros os mostréis superiores a los lobos, sino el que seáis más terribles que los leones. Y conviene que así suceda, porque de esta manera os haréis más ilustres y se extenderá más mi poder. En seguida, a fin de que ellos pusieran algo de su parte y no creyesen que serían coronados sin mérito alguno, añade: "Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas". Así como para no ser heridos en cosas de importancia, conviene tener la astucia de la serpiente, así también cuando nos vemos precisados a sufrir cosas injustas, no debemos abrigar el deseo de la venganza, sino desplegar la sencillez de la paloma. ¿Qué puede haber más duro que estos mandatos? Porque no basta sufrir los males, sino que es preciso no alterarse por ellos como hace la paloma. No se quita la ira con la ira sino con la dulzura. Causa admiración el que unos hombres, que jamás se habían separado del lago donde se ocupaban en pescar, no se marcharan inmediatamente que oyeron semejantes cosas. Pero esto no era efecto sólo de su valor, sino resultado de la sabiduría del Doctor, que puso el remedio a cada uno de los males. Por eso dice: "A causa mía"; porque no es pequeño el consuelo de sufrir por Cristo y el de no ser perseguidos como hombres malvados y perjudiciales. También les dice el motivo de sus persecuciones con aquellas palabras: "Para que les sirva de testimonio". Esto les servía de consuelo, no porque desearan ellos el castigo de otros, sino porque tenían la convicción de que Cristo estaba con ellos y lo presenciaba todo.

"Cuando os entregaren, no penséis en el modo y en lo que habéis de hablar; porque os será dado en aquella hora lo que habéis de hablar: porque no sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre habla en vosotros"

6. A los consuelos anteriores añade el Señor otro nuevo y no pequeño. Por si los Apóstoles decían: ¿Cómo es posible que nosotros podamos persuadir en medio de tales persecuciones?, les manda que no se preocupen con las respuestas y les dice: "No penséis, cuando os entregaren, en el modo de hablar y en lo que habéis de decir". Cuando el Señor dice aquí: "No os preocupéis con lo que habéis de hablar", estas palabras no están en oposición con las que dice en otro lugar: "Estad siempre preparados a satisfacer a los que os pregunten y a exponerles los motivos de vuestra esperanza" (1Pe 3,15). Porque cuando la lucha es entre amigos, debemos preocuparnos de lo que debemos decir; pero delante de un tribunal terrible y de una turba exaltada y cuando nos vemos rodeados de peligros por todas partes, Cristo nos da un auxilio, para que hablemos con confianza y para que no cedamos al miedo.

"El hermano entregará a su hermano, y el padre a su hijo, y los hijos se insurreccionarán contra sus padres, y los harán morir; y os tendrán odio todos los hombres, a causa de mi nombre. En todo caso, el que perseverare hasta el fin, ése será salvo"

7. Añade en seguida lo más horrible de todo, diciendo: "Y a vosotros os tendrán odio todos los hombres"; porque se empeñarán en arrojaros de todas partes, como si fuerais enemigos del género humano. Pero en seguida los consuela con las palabras "a causa de mi nombre" y con aquellas otras: "El que perseverare hasta el fin, será salvo". Dice hasta el fin, porque acostumbran muchos a tener mucho fervor al principio y luego decaen completamente; porque ¿qué utilidad se saca de las semillas que dan flores al principio y después se secan? Por esta razón les exige una perseverancia suficiente. A fin de que nadie pueda decir que todo lo hizo Cristo en los Apóstoles, y que nada tiene de particular que ellos hicieran tales cosas, puesto que ninguna incomodidad sufrieron, salvo la de perseverar. Porque, si bien es cierto que habían salido bien de los primeros peligros, aun tenían reservados otros mayores y después vendrían otros nuevos y no tendrían durante su vida momento alguno sin estar rodeados de emboscadas: y esto es lo que les da a entender, aunque de una manera oculta, por las palabras "El que perseverare hasta el fin, será salvo".

"Cuando os persiguieren en una ciudad, huid a otra. Porque os digo, en verdad, que no habréis acabado de instruir todas las ciudades, antes de que llegue el Hijo del hombre"

8. Después de haberles hecho las terribles profecías de lo que había de acontecer después de su crucifixión, de su resurrección y de su ascensión, les conduce a otros pensamientos más dulces; porque no les mandó el que fueran con arrogancia a la persecución, sino que huyeran de ella. Por eso les dice: "Y cuando os persiguieren, huid"; usa este lenguaje condescendiente porque estaban ellos aún al principio de su conversión. A fin de que no se pueda decir: ¿A qué viene esto, si cuando nos persiguen nos vamos a otro país y de éste nos arrojan también?, el Señor desvanece esta creencia, diciéndoles: "En verdad os digo, que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel, hasta que llegue el Hijo del hombre". Es decir, no llegaréis antes que yo cuando venga por vosotros, aun cuando recorráis toda la Palestina.

"No está el discípulo sobre el maestro; ni el siervo sobre su señor: le basta al discípulo el ser como su maestro, y al siervo como su Señor: Si al Padre de familia llamaron Beelzebú, ¿con cuánta más razón darán ese nombre a sus domésticos?"

9. Como era natural que por las persecuciones ya anunciadas quedaran los discípulos en mal concepto (cosa sumamente bochornosa para muchos) él los consuela con su propio ejemplo y con lo mucho que de él dijeron, que es el mayor consuelo que podían tener. Deben entenderse estas palabras: mientras fuere discípulo y siervo, no está sobre el maestro y sobre el amo, al menos en cuanto a la posición y no sirve oponer a esto algunas excepciones raras, sino que estas palabras deben aplicarse a lo que generalmente sucede. No dijo siervos, sino domésticos, a fin de manifestar la familiaridad que tenía con ellos, según se lee en otro lugar: "No os diré siervos, sino amigos" (Jn 15,15). Y no solamente dice: ellos han ultrajado al Maestro, sino que, diciendo que le llamaron Belzebú, marca hasta la misma clase de ultraje.

"No les temáis, pues; porque nada hay oculto que no sea revelado, ni secreto que no sea sabido. Decid a la luz lo que os he dicho en la oscuridad, y predicad sobre los más alto de la casa lo que vuestros oídos han oído. Y no temáis a aquéllos que matan al cuerpo, mas no pueden matar al alma, sino antes bien, temed a aquél que puede arrojar al infierno al cuerpo y al alma"

10. Parece, a primera vista, que tiene un sentido general lo que acaba de decir; sin embargo, no lo dijo de todos, sino solamente de aquellos de que habló antes. Es como si dijera: Si vosotros sufrís oyendo los ultrajes, tened presente que bien pronto quedaréis libres de toda sospecha: Os llamarán adivinos y magos y seductores; pero esperad un poco y veréis como, cuando la misma realidad de las cosas os declare bienhechores y atiendan ellos a la verdad de las cosas y no a las habladurías de los hombres, os proclaman ellos mismos salvadores de todo el género humano. Después que les quitó el miedo y les hizo superiores a los oprobios, les habla en tiempo oportuno de la libertad de la predicación, diciéndoles: "Lo que os digo en las tinieblas". Así como cuando decía: "El que cree en Mí hará las obras que Yo hago y las hará mayores que éstas" (Jn 14,12), también aquí muestra él de qué manera todo es obrado a través de ellos más que por sí mismos, como dice: "Yo di el principio; pero más aun, quiero culminarlo a través de vosotros"; pues esto no sólo concierne al que manda, sino también a los que enseñen y prediquen, porque triunfarán sobre todo. Mirad el modo de que se valió para hacerlos superiores a todos: aconsejándoles a despreciar por temor a Dios, no solamente las preocupaciones y las calumnias y los peligros, sino lo que es aun más terrible que todo esto, hasta a la misma muerte; por eso añade: "Sino temed más bien a aquel que puede arrojar al infierno vuestro cuerpo y vuestra alma". Observad además que no les promete librarlos de la muerte, sino que les aconseja el despreciarla, que es mucho más que el librarlos de la muerte y que les insinúa el dogma de la inmortalidad.

"¿Por ventura no se venden dos pájaros en un cuarto, y sin embargo, no cae ninguno de ellos sobre la tierra sin el consentimiento de vuestro Padre? También todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, porque vosotros sois mejores que muchos pájaros"

11. Después de haberles quitado el miedo a la muerte, a fin de que no creyeran los Apóstoles, si morían, que Dios les había abandonado, insiste de nuevo en su sermón sobre la providencia de Dios, diciendo: "¿Por ventura no son vendidos dos pájaros en un cuarto y ninguno de ellos cae sin el consentimiento de vuestro Padre?". Dijo esto, no porque él hubiese contado los cabellos, sino para expresar su exquisito conocimiento y su mucha providencia sobre todas las cosas.

"A todo el que me confesare, pues, delante de los hombres, también le confesaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos; y al que me negare delante de los hombres, también le negaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos"

12. Después de disipar el Señor el temor que tanto angustiaba el alma de sus discípulos, vuelve de nuevo a darles fuerzas con las cosas que han de conseguir; no solamente les desvanece todo temor, sino que los eleva, con la seguridad de mayores recompensas, en la libertad de predicar la verdad, diciendo: "A todo el que me confesare delante de los hombres, confesaré Yo también delante de mi Padre, que está en los cielos". Debe considerarse aquí que la pena sobreabunda en el castigo y el bien en la recompensa, que es como si dijera: "¿Sobreabundasteis primero confesándome o negándome aquí?" También Yo sobreabundo infaliblemente dándoos mayores bienes, porque Yo os confesaré o negaré allí. Por esta razón no os debéis preocupar si hiciéreis algún bien y no recibiéreis la recompensa, porque esta recompensa os espera con creces en el tiempo venidero y no despreciéis el castigo si hiciéreis alguna cosa mala y no fuéreis castigados aquí, porque os espera allí el castigo, a no ser que mudéis de conducta y os hagáis mejores. Y no solamente exige la confesión mental, sino también la oral, a fin de que nos anime a una intrépida predicación y a un amor más grande, haciéndonos superiores a nosotros mismos. Y no solamente se dirigen estas palabras a los Apóstoles, sino a todos los hombres en general, porque, no sólo a los Apóstoles, sino también a sus discípulos les da la fortaleza. Y el que observa esto ahora, no sólo tendrá la gracia de hablar en público, sino que tendrá también la de convencer con facilidad a un gran número, porque por la obediencia a su palabra ha hecho de muchos hombres apóstoles.

"No creáis que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada, porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y la nuera de su suegra, y serán enemigos del hombre sus mismos domésticos"

13. ¿Pues cómo les mandó que diesen la paz a las casas donde entrasen? (Mt 10,12; Lc 10,5) ¿Pues cómo los ángeles dijeron: "Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres en la tierra" (Lc 2,14)? Aquí se manda la paz como el supremo remedio para evitar todo lo malo y alejarse de todo lo que produce la división, pues con sólo la paz se une la tierra con el cielo. Por eso el médico, a fin de conservar el cuerpo, corta lo que tiene por incurable. Y una horrorosa división fue causa de que terminara en la torre de Babel la paz infernal que allí había (Gén 11). Y San Pablo dividió a todos los que se habían unido contra él (Hch 23), porque no siempre la concordia es buena y los ladrones también se unen. No es del propósito de Cristo este combate, sino de sus enemigos. Dijo esto como consolando a los discípulos, lo cual es como si les hubiera dicho: "No os turbéis", como si estas cosas sucedieran fuera de lo que esperabais, porque yo he venido a dar principio al combate. Y no dijo el combate, sino lo que es más difícil, "la espada". Porque quiso El, por la aspereza de las palabras, excitar más su atención, a fin de que no desmayasen después en las dificultades que se les presentarían y para que nadie pudiera decir que había ocultado con expresiones suaves las cosas difíciles. Porque vale más la dulzura en las cosas que en las palabras. No se detuvo El en estas amenazas, sino que les expuso desde luego la clase de combate que habían de sostener y les manifestó que el combate era más terrible que toda una guerra civil, diciendo: "Porque he venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre"; en cuyas palabras hace ver que, no solamente será el combate en el hogar de la familia, sino hasta entre aquellos que estén más estrechamente unidos por los lazos del corazón o la naturaleza de las cosas: la prueba más evidente del poder de Cristo consiste en que los Apóstoles que escuchaban estas palabras las tomaran para sí y las inculcaran a otros. Aunque no hizo Cristo esta separación, sino la malicia de los hombres, se la atribuye sin embargo a él, siguiendo la manera ordinaria de expresarse la Escritura; así, por ejemplo, cuando dice: "Dios les dio ojos para que no vieran" (Rom 11; Is 6,10), da a entender el parentesco que el Antiguo Testamento tiene con el Nuevo. Porque cualquiera entre los judíos, cuando hicieron el becerro (Ex 32) y después cuando ofrecieron sacrificios a Beelphegor (Núm 25), podía asesinar a su prójimo. De aquí es que para demostrar que le parecían iguales los del Antiguo y los del Nuevo Testamento, les hace mención de la profecía de Miqueas (Miq 7), diciendo: "Serán enemigos del hombre sus mismos domésticos". Y así sucedió entre los judíos: porque había bandos en el pueblo y las casas estaban divididas, había profetas verdaderos y profetas falsos. Los unos creían a unos y otros a otros.

"El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí: y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí; el que halla a su alma, la perderá; y el que perdiere su alma por mí, la hallará"

14. No nos debe admirar el que mande San Pablo (Col 3) obedecer a los padres sobre todas las cosas, porque este mandato no se extiende a las cosas contrarias a la piedad. Es, en efecto, cosa santa el que les honremos sobremanera. Pero no debemos seguir su consejo cuando exigen de nosotros más de lo debido. Esta doctrina está conforme con el Antiguo Testamento: porque no solamente manda Dios (Lev 20) abandonar, sino apedrear a los que adoraban a los ídolos y. En el Deuteronomio se lee: "El que dijere a su padre y a su madre: No os conozco y a sus hermanos: os ignoro, todos éstos guardarán tu palabra" (Dt 33,9). En seguida, con el objeto de que no tuvieran pena alguna aquellos a quienes debe ser preferido el amor de Dios, los eleva él a pensamientos más sublimes. Nada verdaderamente hay más querido en el hombre que su vida. Sin embargo, si no la abandonáis, tendréis adversidades. Y no sólo mandó simplemente el abandonarla, sino hasta entregarla a la muerte y a los tormentos sangrientos, enseñándonos que no sólo debemos estar preparados a morir, esto es, a sufrir cualquier clase de muerte, sino hasta la muerte más violenta y deshonrosa, es decir, hasta la muerte de cruz. Por eso dice: "Y el que no toma su cruz". Aun no les había hablado acerca de su pasión, pero los va preparando entretanto, a fin de que acepten mejor sus palabras cuando trate de ella. Y puesto que a algunos podrían parecer demasiado duros estos preceptos, él expone su enorme utilidad mediante las siguientes palabras: "El que haya hallado su alma la perderá y el que la haya perdido por Mí la hallará", que equivale a decir: No sólo no es perjudicial lo que os he mandado, sino sumamente útil; lo contrario es lo perjudicial. Siempre el Señor toma sus argumentos de aquellas cosas que más desean los hombres: como si El dijera: ¿Por qué no quieres postergar tu alma? ¿Por qué la amas? Pues por lo mismo debes humillarla y entonces te será muy útil.

"El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a aquél que me envió. El que recibe al profeta en nombre de profeta, recibirá la recompensa de profeta; y el que recibe al justo en el nombre de justo, recibirá la recompensa de justo. Y cualquiera que diere a beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeñitos, tan sólo en nombre de discípulo, os digo en verdad, no perderá su recompensa"

15. Verdaderamente son suficientes estas promesas para persuadir a todos los que recibieran a los apóstoles. Porque ¿quién no recibiría con el mejor deseo a unos hombres que de esta manera estaban fortalecidos, que despreciaban todas las cosas y no tenían más objeto que la salvación de otros? Ya más arriba amenazó castigar a todos los que no los quisieran recibir y ahora promete recompensar a los que los reciben y. Primero les promete tener la gran honra de recibir a Cristo y aun al Padre. Por eso dice: "Y el que me recibe, recibe a Aquel que me envió". ¿Y qué cosa puede igualarse a este grande honor de recibir al Padre y al Hijo? Después de esta promesa les promete otra en los siguientes términos: "El que recibe al profeta en nombre del profeta, recibirá la recompensa del profeta y el que recibe al justo". No dijo simplemente el que recibe al profeta o el que recibe al justo, sino que añadió en nombre del profeta y en nombre del justo: es decir, no por su dignidad o por otro motivo temporal, sino porque es profeta o porque es justo. Recibirá recompensa de profeta y recompensa de justo, esto es, la que corresponde a aquel que acoge al profeta o al justo, o la que ha de recibir el profeta o el justo.

XI
Comentario de Mateo 11

Jesús, después de haber dado estas instrucciones a sus doce discípulos, pasó de allí a enseñar y a predicar a las ciudades de ellos

1. Dice: "Pasó de allí a", etc. Porque se apartó él mismo cuando envió a sus discípulos, a fin de que tuvieran ocasión y tiempo de poner en práctica cuanto les había ordenado, pues si él estaba presente y obraba personalmente, nadie hubiera querido aproximarse a los Apóstoles.

Habiendo oído Juan en la cárcel las obras de Cristo, envió a dos de sus discípulos, y le dijo: "¿Eres tú el que has de venir o esperamos a otro?" Y respondiendo Jesús, les dijo: "Id y anunciad a Juan lo que habéis oído y lo que habéis visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados, y bienaventurado el que no fuere escandalizado en mí"

2. Pero no era esto posible, porque no ignoraba Juan esta circunstancia que él mismo había profetizado, cuando dijo: "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo": llamándole Cordero publica su muerte, porque él ha hecho desaparecer el pecado mediante su Cruz. ¿Cómo, pues, había de ser un gran Profeta el que ignora las cosas propias de los Profetas? Porque dice Isaías: "Fue llevado a la pasión como una oveja" (Is 53,7). ¿Y cómo puede sostenerse esto? Porque no dijo él: "¿Eres Tú por ventura el que ha de venir a los infiernos?", sino simplemente el que has de venir. Es ridículo que él hubiera mandado preguntar lo que él debía anunciar en otro lugar, porque el tiempo de la gracia es la vida presente y después de la muerte viene el juicio y el castigo: ¿qué necesidad había de precursor en este lugar? O de otra manera. Si los infieles se pueden salvar por la fe después de la muerte, no perecería nadie, porque entonces todos se arrepentirían y adorarían y toda rodilla se doblará, en el cielo, en la tierra y en los infiernos (Fil 2). Mientras Juan estuvo con los suyos les hablaba continuamente de todo lo relativo a Cristo, esto es, les recomendaba la fe en Cristo y cuando estuvo próximo a la muerte aumentaba su celo, porque no quería dejar a sus discípulos ni el más insignificante error y ni que estuvieran separados de Cristo, a quien procuró desde el principio llevar a los suyos. Y si les hubiese dicho: marchaos a él porque es mejor que yo, ciertamente no los hubiera convencido, porque hubieran creído que lo decía por un sentimiento propio de su humildad y de esta manera se hubiesen adherido más a él. ¿Qué hizo, pues? Espera oír de ellos mismos los milagros que hizo Jesús. No manda a todos, sino solamente a los dos, que él creía eran los más a propósito para convencer a los demás, para evitar toda sospecha y para juzgar con los datos positivos la diferencia inmensa entre él y Jesús. Pero Cristo, conociendo las intenciones de Juan no dijo: "Yo soy", porque esto hubiera sido oponer una nueva dificultad a los que le oían; hubieran pensado, aun cuando no lo hubieran dicho, lo que dijeron los judíos de El mismo: "Tú das testimonio de Ti mismo por Ti mismo" (Jn 8,13). Por esa razón los instruye con los milagros y con una doctrina incontestable y muy clara, porque el testimonio de las realidades tiene más fuerza que el de las palabras; por eso él curó enseguida a los ciegos, a los cojos y a otros muchos, no para enseñar a Juan, que no lo ignoraba, sino a aquellos que le ponían en duda. Respondiendo Jesús, les dice: "Id y decir a Juan lo que habéis oído y lo que habéis visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados". Y lo que añade: "Bienaventurado el que no ss escandalizare en mí", hiere a los enviados que se escandalizaban en él porque, ocultando su duda y dejándolos el Señor al tribunal de su conciencia, los amenaza con remordimientos secretos.

Después que se marcharon ellos comenzó Jesús a hablar a las turbas acerca de Juan. "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿A una caña agitada por el viento? ¿A un hombre vestido de ropas delicadas? Mirad, los que visten ropas delicadas están en las casas de los reyes; pero ¿qué fuisteis a ver? ¿A un profeta? Aun os digo y más que a un Profeta, porque éste es de quien está escrito: Mira: Yo envío a un ángel mío ante tu rostro, y éste preparará tu camino delante de ti"

3. Había hecho lo suficiente con respecto a los discípulos de Juan, quienes se marcharon completamente convencidos acerca de Cristo por los milagros que habían visto. Pero convenía instruir a las turbas que, desconociendo las intenciones de Juan, podrían tener algunas dificultades sobre las preguntas de los discípulos de Juan. Podían efectivamente decir: Quien tanto ha testimoniado sobre Cristo, ¿piensa de otra manera y duda que el mismo sea otro? ¿A qué vienen tantos testimonios en favor de Cristo? ¿Ahora piensa de una manera diferente y duda si realmente es el mismo? ¿Es por espíritu de oposición por lo que él hace estas preguntas a Jesús mediante sus discípulos? ¿Es que la prisión había causado tanta debilidad en su alma? ¿Es que lo que dijo antes no tenía solidez ni razón de ser? En seguida que se marcharon, para que no se creyera que adulaba al hombre, corrige al pueblo, pero no de manera que pudiera abrirle el camino de la sospecha, sino conduciéndolo por el de la solución de todas sus dudas. Al manifestar Jesús que conocía hasta los secretos, comenzaron a dudar, por eso no les dijo como a los judíos: "¿Por qué pensáis mal?" (Mt 9,4). Porque si pensaban alguna cosa mala, era esto resultado de su ignorancia y no de su malicia, por eso no les habla con dureza, sino que les responde en favor de Juan, haciéndoles ver que éste no se separó de su primera opinión. Y les enseña esto, no sólo con su palabra, sino con el testimonio de ellos mismos y no sólo por lo que ellos dijeron, sino por lo que practicaron y. Por eso dice: "¿Qué fuisteis a ver en el desierto?" Como si dijera: ¿Por qué os reunisteis en el desierto abandonando las ciudades? Porque no se hubiera reunido con tan gran deseo en el desierto una multitud tan numerosa si no hubiera juzgado que iba a ver a un hombre grande, maravilloso y más fuerte que una roca. Y ved aquí, cómo pasando en silencio toda otra mala intención, quita de Juan la nota de ligereza, de que empezaban a dudar las turbas, diciendo: "¿Una caña agitada al viento?". O de otra manera. Vosotros mismos, con ir al desierto, dais a entender que no era Juan semejante a una caña movible. No puede ninguno decir que Juan era constante, pero que después, bajo el influjo de las pasiones, se hizo inconstante. En efecto, así como algunos son iracundos por naturaleza y otros por una enfermedad larga, así también unos son inconstantes por naturaleza y otros por la esclavitud a las pasiones. Pero Juan no era inconstante por naturaleza y por eso dice el Señor: "¿Por ventura fuisteis a ver una caña agitada por el viento?" Ni tampoco perdió su dignidad entregándose a las pasiones. Que no fue esclavo de las pasiones lo demuestra su soledad y su prisión, porque si él hubiera querido vestir con comodidad, no hubiera habitado un desierto, sino los palacios de los reyes. Por eso sigue: "Ved aquí cómo están en los palacios de los reyes los que visten con molicie". Por el lugar y los vestidos y sus marcadas costumbres y la reunión de los hombres, concluye presentándole como Profeta, cuando dice: "Pero ¿qué fuisteis a ver? ¿A un profeta? Yo os digo y más que a un profeta". Demuestra en seguida en qué es mayor a los otros profetas, diciendo: "Este es de quien está escrito: mirad, yo os envío a un ángel mío delante de tu rostro". Demuestra en qué es Juan mayor que los otros profetas, a saber: en que está junto a Cristo y por eso dice: "Lo envío delante de tu rostro", esto es, cerca de ti. Así como los que marchan junto a la carroza del rey son los más distinguidos, de esta manera Juan estaba cerca de Cristo.

"Os digo, en verdad, no nació entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan Bautista; pero el que es menor en el reino de los cielos, es mayor que él"

4. No se contentó con la recomendación que anteriormente hizo de Juan, diciendo, según el testimonio del profeta, sino que expone la propia opinión que de él tiene en las palabras: "En verdad os digo no nació uno mayor". A fin de que el exceso de las alabanzas no dé lugar a que los judíos prefieran más a Juan más que a Cristo, rechaza él esta preferencia, diciendo: "Pero el que es menor en el reino de los cielos, es mayor que él". Dice "en el reino de los cielos", es decir, en las cosas espirituales y en todo lo que está conforme con las cosas del cielo. Opinan algunos que Cristo habló aquí de los Apóstoles.

"Desde el tiempo de Juan Bautista hasta el presente se consigue el reino de los cielos por la violencia, y aquéllos que se violentan lo arrebatan: así lo profetizaron todos los Profetas y la Ley hasta Juan: y si lo queréis comprender, él es aquel Elías que ha de venir; el que tenga oídos para entender, que entienda"

5. O de otro modo, todos aquellos que se apresuran a venir a Cristo, arrebatan el reino de Dios por la fe de Cristo. Por eso dice: "Desde el tiempo de Juan hasta ahora". Y de esta manera empuja y hace correr hacia su fe y confirma al mismo tiempo todo lo que había dicho antes Juan; porque si se han cumplido todas las cosas hasta Juan, él es el que debe venir. Por eso añade: "Todos los profetas hasta Juan". Pone otra conjetura sobre su venida, diciendo: Y si queréis comprender lo que os digo, él es Elías que ha de venir. Dice el Señor por Malaquías: "Os enviaré a Elías el Tesbita" (Mal 4,5), de quien se dice: "Mirad, yo envío mi ángel delante de tu rostro". Y dijo bien, si se le quiere comprender, demostrando de esta manera libertad y exigiendo una inteligencia voluntaria, porque aquel es éste y éste es aquel, puesto que los dos han sido precursores.

"¿A quién diré que se parece esta generación? Es parecida a los niños que, sentándose en la plaza, y gritando dicen a sus compañeros: hemos cantado por vosotros, y no bailasteis; nos hemos lamentado y no llorasteis; vino, pues, Juan, y no come ni bebe, y dicen: tiene el demonio: vino el Hijo del hombre, come y bebe, y dicen: ved aquí al hombre voraz y bebedor, al amigo de los publicanos y de los pecadores. Mas la sabiduría ha sido justificada por sus hijos"

6. Es decir, os demostré la vida licenciosa y no os quisisteis convencer. Nos hemos lamentado y no llorasteis. Esto es que Juan tuvo una vida dura y no le hicisteis caso. No dice: "Aquel ha hecho aquellas cosas y éste ha hecho éstas", sino que nos habla de los dos igualmente, porque los dos tenían la misma intención. En este sentido añade, "vino Juan y no come ni bebe y decís, tiene el demonio; viene el Hijo del hombre, come y bebe". Viene el Señor. Esto equivale a decir: "Juan y yo hemos venido por caminos diferentes y hemos hecho lo mismo, del mismo modo que unos cazadores que para caer sobre un solo animal lo persiguieran por caminos diferentes. Todo el mundo se admira del ayuno y de la vida penitente de Juan y porque quiso desde sus primeros años alimentarse de esta manera. No fue otro su objeto, que el que todos dispensaran confianza a sus palabras. También marchó el Señor por este camino cuando ayunó cuarenta días. Sin embargo, se valió de otro medio para atraer al pueblo a su fe. Porque era más digno que Juan, que había andado por este camino, diese testimonio de él, y no el que el mismo Señor lo hiciese. Juan no hace más que manifestar dos cosas: la vida y la justicia. Cristo tiene el testimonio de sus milagros. Dejando, pues, que brillase Juan en el ayuno, El siguió otro camino, asistiendo a la mesa de los publicanos, comiendo y bebiendo con ellos. ¿Qué excusa tendrán, pues? Por eso añade: "La sabiduría está justificada por sus hijos". Esto es, si no os habéis convencido, no me culpéis a mí, que es lo que dice el Profeta, acerca del Padre: "A fin de que seas justificado en tus palabras" (Sal 50,6). Aunque para vosotros no satisfaga la providencia de Dios, que vela por nosotros y colma en nosotros cuanto está de su parte, a fin de que no quede a los impíos ni la más pequeña sombra de duda. No nos debe admirar la vulgaridad de la comparación de los pequeños, porque Jesús hablaba a un pueblo necio. También Ezequiel (Ez 4,5), se sirvió de muchas comparaciones dignas de los judíos, pero indignas de la grandeza de Dios -esto es, de comparaciones adaptadas a la condición de los judíos, pero no convenientes a la grandeza divina-. A no ser que se diga, que lo que responde a la utilidad del ser humano, es en gran manera digno de Dios, etc.

Entonces empezó a echar en cara a las ciudades, en que él había hecho tantos milagros, por qué no habían hecho penitencia. "Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se hicieron en vosotras, ya hubieran hecho penitencia con el cilicio y la ceniza! En verdad os digo, que habrá más indulgencia en el día del juicio para Tiro y Sidón, que para vosotras. ¿Y tú, Cafarnaúm, serás exaltada por ventura hasta el cielo? Bajarás hasta el infierno; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, quizá hubiera existido hasta este día. Pero os digo que, en el día del juicio, habrá más indulgencia para Sodoma que para ti"

7. Pone el nombre, esto es, Betsaida, patria de muchos apóstoles, a fin de que no se creyera que en esa ciudad eran todos malos por naturaleza: de Betsaida eran Felipe, Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Aumenta en esta palabra su acusación, porque el presentarlos como peores, no sólo que los actuales, sino que aquellos que jamás habían sido malos, es una prueba muy grave de su malicia.

Doy gloria a ti, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las revelaste a los pequeñuelos; así es, Padre, porque de esta manera fue de vuestro agrado"

8. Al decir "a los sabios", no se refiere a la verdadera sabiduría, sino a aquella que pretendían tener los escribas y los fariseos. Y por eso no dijo: "Revelaste estas cosas a los necios", sino a los pequeñuelos, esto es, a los sencillos o rústicos. En esto nos enseña el cuidado que debemos tener de huir del orgullo y de amar la humildad. Debemos alegrarnos de que se haya hecho la revelación a éstos y debemos lamentar el que se haya debido ocultar a aquellos. Todo lo que el Señor dijo a los Apóstoles en este pasaje, tiene por objeto el hacerlos más precavidos, porque era natural que tuviesen un concepto elevado de sí mismos, aquellos que lanzaban los demonios. De aquí el reprimir este concepto, porque cuanto se había hecho en su favor no era resultado de su celo, sino de la revelación divina. Por eso los escribas y los fariseos, teniéndose por sabios y prudentes, cayeron por efecto de su orgullo. De esto resulta que, si por su orgullo no les fue revelado nada, también nosotros debemos tener miedo y ser siempre pequeños: pues esto hizo que vosotros gozaseis de la revelación. Y como dice San Pablo: "Los entregó Dios a su réprobo sentido" (Rom 1,26). No dice esto para afirmar que Dios es el que produce ese efecto, pues Dios no hace mal, sino que aquellos fueron causa inmediata de ello. Por esta razón dice: "Ocultaste estas cosas a los sabios y a los prudentes". ¿Y por qué razón se las ocultó? San Pablo expone la razón en estos términos: "Porque queriendo establecer su propia justicia, no estuvieron sometidos a la justicia de Dios" (Rom 10,3).

"Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y ninguno conoce al Hijo, sino el Padre; ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y a quien el Hijo lo quisiere revelar"

9. Después de haber dicho antes el Señor: "Yo te alabo, oh Padre, porque ocultaste estas cosas a los sabios". A fin de que nadie creyera que da las gracias al Padre, porque él está privado de ese poder, añade: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". Cuando escuchares que "todo me ha sido entregado por mi Padre", no debéis entender nada humano. Pues, este modo de expresarse que tiene el Señor, es para darnos a entender que no son dos los dioses engendrados, porque desde el momento en que él fue engendrado, fue hecho Señor de todas las cosas. En el mismo hecho de no conocer nadie al Padre, sino el Hijo, nos prueba de una manera bien clara que es de la misma naturaleza. Como si dijera: ¿por qué ha de admirarse nadie de que yo sea Señor de todas las cosas, teniendo yo una cosa superior a todas ellas, a saber: el conocer al Padre y ser de su misma naturaleza? Cuando dice que nadie conoce al Padre, sino el Hijo, no quiere decir que todos le desconozcan completamente, sino que nadie tiene el conocimiento que el Hijo tiene del Padre. Lo mismo debe entenderse con respecto al Hijo. Porque no habla aquí de un Dios desconocido, como decía Marción. Luego si revela al Padre, se revela a sí mismo. Dejó de poner esto último por ser evidente y puso lo primero, por si alguno lo ponía en duda. Nos demuestra también que está El tan identificado con el Padre, que es imposible llegar al Padre, sino mediante el Hijo y esto era lo que principalmente escandalizaba a los judíos, porque lo creían contrario a la idea de Dios y esta creencia es la que trató de destruir por todos los medios.

"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os aligeraré. Tomad mi yugo sobre vosotros, aprended de mí; porque soy manso y humilde de corazón, y encontraréis el descanso para vuestros corazones; porque mi yugo es suave y mi carga ligera"

10. Jesús había encendido el deseo de sus discípulos por todo lo que precede, que no es más que la expresión de su inefable virtud y ahora los llama a sí por las palabras: "Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados". Y no dice: Venid éste y aquel, sino todos los que estáis en las preocupaciones, en las tristezas y en los pecados; no para castigaros, sino para perdonaros los pecados. Venid, no porque necesite de vuestra gloria, sino porque quiero vuestra salvación. Por eso dice: "Y yo os aligeraré". No dijo: Yo os salvaré solamente, sino (lo que es mucho más) os aliviaré, esto es, os colocaré en una completa paz. Por eso él desde el principio comienza la exposición de las leyes divinas por la humildad y propone la recompensa en las palabras: "Y encontraréis la tranquilidad en vuestras almas". Esta es la mayor recompensa, porque con ello no sólo se hace uno útil para los demás, sino que encuentra en sí mismo la tranquilidad y concede esta recompensa antes de la que ha de dar en el tiempo venidero, ya que en ese tiempo se gozará de una tranquilidad eterna. Y para que no se llenaran de temor al oír las palabras, carga y yugo, añade: "Porque mi yugo es llevadero".

XII
Comentario de Mateo 12

Andaba Jesús un día de sábado por unos sembrados; y sus discípulos, como tuviesen hambre, comenzaron a cortar espigas y a comer. Y los fariseos cuando lo vieron, le dijeron: "Mira que tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado"; pero él les dijo: "¿No habéis leído lo que hizo David cuando él tuvo hambre, y los que con él estaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no le era lícito comer, ni a aquéllos que con él estaban, sino a los Sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley que los Sacerdotes los sábados quebrantan el sábado en el templo y están sin pecado? Pues yo os digo que aquí está el que es mayor que el templo. Y si supiéseis qué es: Misericordia quiero, y no sacrificio, jamás condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es Señor aun del sábado"

11. Mas, ¿por qué aquel que preveía todas las cosas llevaba en día sábado a sus discípulos por los sembrados, sino porque quería violar el sábado? Lo quería, en efecto, pero no simplemente por violarlo, sino con causa. De tal manera nos daba una ocasión racional para superar la ley, pero sin infringirla. Por esta razón, a fin de calmar a los judíos, les presenta de antemano la necesidad natural, que es lo que quiere decir con las palabras: "Y teniendo hambre sus discípulos". Aunque nunca hay pretexto en las cosas que manifiestamente son pecados, porque el arrebato no sirve de exculpación en el matar, ni en el adulterio la concupiscencia, ni cualquier otro motivo. Sin embargo, aquí exime el Señor de toda responsabilidad sus discípulos, mencionando que estaban hambrientos. Debéis vosotros admirar a los discípulos que, a pesar de la necesidad en que se encontraban, no tenían interés por las cosas corporales, desestimaban la comida de carnes, resistían el hambre, no se separaban de Cristo, y ni siquiera hubieran tocado las espigas si no hubieran sido obligados por el hambre intenso. Vienen enseguida las palabras de los fariseos: "Mas viéndolo los fariseos, le dijeron: "Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el sábado". Pone el ejemplo de David a fin de excusar a sus discípulos, porque gozaba David de gran popularidad entre los judíos. Y no podía oponerse que David era profeta, porque ni aun con este carácter le era lícito comer del pan consagrado, destinado exclusivamente para los sacerdotes. Tanta mayor importancia tiene la excusa de los discípulos cuanta mayor es la que tiene el que hizo esto. Desde luego, aunque David era profeta, los que lo acompañaban no lo eran. Pero dirá alguno: ¿Qué relación tiene este ejemplo con la cuestión de que se trata? Pues David no infringió el día sábado. Pero ahí está la sabiduría de Cristo que apoya su doctrina en un ejemplo que tiene más fuerza que la violación del sábado. Porque no es lo mismo infringir el día sábado (cosa que acontecía muchas veces), que comer los panes consagrados, lo cual no estaba permitido. Resuelve además de otra manera esta dificultad y da su principal solución con las palabras: "Mas ¿no habéis leído en la ley que los sacerdotes en el templo violan el día del sábado y no están en pecado?". Y no me digáis que no libra de la acusación el alegar como ejemplo a otro que ha caído en la misma culpa, porque cuando el que ha caído en la culpa no es acusado, su acción en sí misma está excusada. Pero aquí es suficiente lo dicho. Mas añadió lo que tiene más importancia: "que están sin pecado". Ve aquí la multitud de pruebas. El lugar, esto es, el templo; el tiempo, esto es, el sábado; el hecho mismo expresado no por la palabra faltar, sino por profanar; y el quedar libre no sólo del castigo, sino de toda culpa. Por eso dice: "Están sin pecado". Este segundo ejemplo no es semejante al primero acerca de David. Porque este último no había tenido lugar más que una sola vez, tenía su excusa en la necesidad y en que David no era sacerdote; pero el otro se verificaba cada sábado por los sacerdotes y según la ley. Por consiguiente, en el primer ejemplo los discípulos no son excusados por indulgencia, sino según la disciplina de la ley. Pero ¿qué no son sacerdotes los discípulos? Son más que sacerdotes. Les asistía el que es Señor del templo, el que es la verdad y no la figura. Por eso dice: "Pues os digo que aquí está el que es mayor que el templo". En seguida, como podría parecer duro a sus oyentes lo que acababa de decir, se refiere de nuevo a la misericordia y recalca con cierto ímpetu su discurso con las palabras: "Y si supieseis qué es: 'misericordia quiero, y no sacrificio', jamás condenaríais a los inocentes". Observad cómo al inculcar en su discurso el perdón, demuestra que sus discípulos en verdad no requieren perdón con las palabras: "porque son inocentes". Cosa que antes había dicho también respecto de los sacerdotes. Alega además otra razón para demostrar la inocencia de sus discípulos, y es: que el Hijo del hombre es Señor hasta del sábado.

Habiendo pasado de allí, vino a la sinagoga de ellos: Y he aquí un hombre que tenía la mano seca, y ellos, para acusarle, le preguntaron, diciendo: Si es lícito curar en los sábados. Y él les dijo: "¿Qué hombre habrá de vosotros que tenga una oveja, y si ésta cayere el sábado en un hoyo, por ventura no echará mano y la sacará? ¿Pues cuánto más vale un hombre que una oveja? Así que lícito es hacer bien en sábado". Entonces dijo al hombre: "Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restituida sana como la otra"

12. No le preguntan para informarse, sino con la intención de acusarle según su respuesta. Por eso sigue: "Para acusarle", aunque para esta acusación les bastaba el mismo hecho. Pero ellos trataban de sorprenderlo en las palabras, preparándole más sutilezas. Observad las varias excusas que da para la infracción del sábado. Pero como estaba incurablemente enfermo, él pasa a su curación. Por eso sigue: "Entonces dice al hombre: Extiende la mano". Mas los fariseos, saliendo de allí, consultaban contra El cómo le harían morir. Y Jesús, sabiéndolo, se retiró de aquel lugar, y fueron muchos en pos de él, y los sanó a todos, y les mandó que no le descubriesen, para que se cumpliese lo que fue dicho por el Profeta Isaías, que dice: He aquí mi siervo, que escogí, mi amado, en quien se agradó mi alma. Pondré mi espíritu sobre El, y anunciará justicia a las gentes. No contenderá, ni voceará, ni oirá ninguno su voz en las plazas. No quebrará la caña que está cascada, ni apagará la torcida que humea hasta que saque a victoria el juicio, y las gentes esperarán en su nombre". A fin de que no nos asustemos de la increíble insania de los fariseos, nos trae a la memoria la profecía que ya lo tenía predicho. Porque era tan grande la solicitud de los profetas en relación al Mesías, que no omitieron nada de su vida, profetizaron sus viajes y sus pasos y hasta la intención que tenía en todo, a fin de que estuviéramos convencidos de que el Espíritu Santo era el que hablaba todas estas cosas mediante los profetas. Porque si es imposible penetrar en el pensamiento del hombre, mucho más lo es en las intenciones del Señor, a no ser que las revele el Espíritu Santo. Por eso sigue: "Para que se cumpliese lo que fue dicho por Isaías: He aquí mi siervo " (Is 42), etc. El profeta pone esto al principio para enseñarnos que todo lo que aquí se dice está conforme con el designio del Padre. Porque El ama a Aquel a quien ha hecho su Elegido según su voluntad. La palabra elegido nos da a entender que no es contrario a la ley ni enemigo del legislador, sino conforme con él. Luego: "porque es amado por mí, pondré mi espíritu sobre El". En seguida dice, para manifestar su humildad: "No contenderá". Porque se ofreció como le pareció y se presentó de buena voluntad a sus perseguidores: "Ni voceará". Porque enmudecerá como el cordero delante del que lo trasquila: "Ni oirá nadie su voz en las plazas". Quería el Señor curar a los judíos mediante esta mansedumbre. Por ello dio ejemplo, y a pesar de que ellos se le resistían no los escarmentó destruyéndolos. Por eso dice el profeta, para evidenciar su tara y manifestar la virtud del Salvador: "No romperá la caña cascada, y no apagará la mecha que humea" (Is 42,3). O también por las palabras: "No romperá la caña cascada", significa que le era a él tan fácil romperlos a todos como a una caña, y no como a una caña simplemente, sino como a una caña cascada. Y por las palabras: "No apagará la mecha que humea", nos demuestra el encendido furor de los judíos, y la poderosa virtud de Cristo para extinguir con toda facilidad semejante furor; en todo lo cual brilla la gran mansedumbre de Cristo. Pero dirá alguno: ¿Y para qué esto? ¿Siempre hemos de estar así? ¿Y soportará hasta el fin a quienes de esa manera le arman emboscadas y hacen tantas locuras? Lejos de nosotros tal modo de pensar. Cuando haya cumplido con todo lo que tenía que hacer él se ocupará de todas esas otras cosas. Por eso declaró el profeta: "Hasta que saque a victoria el juicio". Cuando haya cumplido con su misión, entonces tomará satisfacción perfecta. Cuando él haya levantado un brillante trofeo victorioso, cuando su causa venza absolutamente y no haya lugar a pretensiosas contradicciones, resplandecerá su victoria y sus enemigos recibirán su merecido. Y no se limita su misión sólo a castigar a los que no creyeron, sino que atraerá a sí a todo el universo: "Y las naciones esperarán en él".

Le trajeron un endemoniado ciego y mudo, y le sanó, de modo que habló y vio. Y quedaban pasmadas todas las gentes, y decían: "¿Por ventura es éste el hijo de David?" Mas los fariseos, oyéndolo, decían: "Este no lanza los demonios, sino en virtud de Beelzebú, príncipe de los demonios"

13. Admirable es la maldad del demonio. Le cerró las dos entradas por donde podía pasar la fe: la vista y el oído; pero el Señor le abrió los dos y lo sanó: "Y le sanó". Y Jesús, sabiendo los pensamientos de ellos, les dijo: "Todo reino, dividido contra sí mismo, desolado será; y toda ciudad, o casa dividida contra sí misma no subsistirá. Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido: ¿pues cómo subsistirá su reino?". Ellos levantaron antes al Señor la calumnia de que arrojaba los demonios en nombre de Beelzebú. Él no los reprendió entonces, dejando que los milagros diesen a conocer su poder, y la doctrina misma su grandeza; pero ahora los reprende porque perseveraban en su calumnia, aunque su acusación fuese sin motivo. La envidia no examina lo que dice, sino sólo para qué lo dice. Cristo, sin embargo, no los despreció, sino que les contesta con una mansedumbre llena de decencia, enseñándonos de esta manera a ser amables con los enemigos, y a no asustarnos aunque nos digan cosas que no reconocemos en nosotros, ni tengan motivo alguno para imputárnoslas. En lo cual prueba que era un embuste cuanto ellos dijeron de él, puesto que es imposible que el que tiene demonio aparezca con tanta mansedumbre, y que conozca los pensamientos. Y porque su sospecha no tenía fundamento alguno, y porque temían a la multitud, por eso no se atrevieron a publicar la acusación de Cristo, y sólo la revolvían en el fondo de sus pensamientos. Por esta razón dice: "Sabiendo sus pensamientos". No hizo el Salvador mención alguna en sus respuestas de lo que lo acusaban, ni publicó su malicia, se contentó con decirles que no era su voluntad el denunciar a los pecadores, sino el serles útil. Y no les contestó valiéndose de la Escritura, porque sabía que dando ellos a ésta una interpretación torcida, se burlarían de la Escritura. Por esta razón les responde con razones fundadas en el sentido común: "Todo reino dividido contra sí se disolverá", porque nada hay en la tierra más poderoso que un reino y, sin embargo, habiendo luchas en él, perece. Y si esto pasa en un reino, ¿qué sucederá en una ciudad, o en una casa? Que perece, ya sea grande, ya sea pequeña, cuando hay en su seno una lucha que la devora.

"Si yo lanzo los demonios en virtud de Beelzebú, ¿en virtud de quién los lanzan vuestros hijos? Por eso serán ellos vuestros jueces. Mas si yo lanzo los demonios por el espíritu de Dios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios"

14. Después de la primera solución, pasa a otra que es más evidente diciendo: "Y si yo lanzo los demonios en virtud de Beelzebú, ¿en virtud de quién los lanzan vuestros hijos?". Y no dijo el Señor: "Mis discípulos" ni "mis Apóstoles" sino "vuestros hijos", a fin de ofrecerles de esta manera una ocasión favorable de que volvieran a su dignidad, si así lo querían, y de que no tuviesen la más pequeña excusa, si se obstinaban en su ingratitud. Mas los apóstoles, que habían recibido de Cristo la facultad de lanzar los demonios, los lanzaban, y sin embargo no los acusaban, porque no era a las obras a quienes se presentaban ellos hostiles, sino a la persona. Pone el ejemplo de los apóstoles, para hacerles ver que todo cuanto decían de él era de pura envidia. Mas vuelve en seguida a inducirlos a que se reconozcan, haciéndolos ver que obran contra sus propios intereses, y son enemigos de su salvación, debiendo por el contrario de alegrarse por haber venido él a derramar sobre ellos grandísimos bienes. Por eso sigue: "Y si lanzo los demonios en el Espíritu de Dios, ha llegado a vosotros el reino de Dios"; palabras que demuestran que es preciso tener para lanzar a los demonios, no una gracia cualquiera, sino una gran virtud. Por eso forma el silogismo: "Luego ha llegado a vosotros el reino de Dios", que equivale a decir: Si esto es verdad, indudablemente ha llegado el Hijo de Dios. Esto último lo dice con cierta oscuridad, a fin de que no se asustasen. Y en seguida, para atraerlos, no les dice simplemente: ha llegado el reino de Dios, sino: ha llegado a vosotros, como si dijera: os han venido todos los bienes; ¿por qué, pues, impugnáis vuestra salud? Todos los profetas anunciaron como señal de la llegada del Hijo de Dios sus obras maravillosas.

"¿Cómo puede alguno entrar en la casa del fuerte y saquear sus alhajas, si primero no hubiere atado al fuerte, y entonces saqueará su casa?"

15. Después de esta segunda contestación, da la tercera diciendo: "O cómo puede entrar alguno en la casa del fuerte?, etc." Por estas palabras se ve bien claro que Satanás no puede lanzar a Satanás, pero es evidente que nadie puede lanzar a otro, como no le sea superior. Esto que dice ahora el Salvador es una continuación de lo que ha dicho antes, pero añadiéndole más fuerza, porque dice: Estoy tan distante de servirme del diablo, como coadjutor mío, que, por el contrario, lo combato y lo tengo atado; la prueba de ello es que yo le quito sus armas. De esta manera viene a demostrar lo contrario de lo que ellos querían decir de él, puesto que el objeto de ellos era demostrar que no lanzaba los demonios por su propio poder, y él les demuestra que no sólo ató a los demonios, sino al príncipe de los demonios, cosa que está bien clara por las obras que hizo; porque, ¿cómo pudo derrotar a los demonios, si no venció al príncipe de ellos? A mí me parece ser una profecía todo esto, porque no sólo lanza los demonios, sino que disipará el error de toda la faz de la tierra, y hará inútiles todos los esfuerzos del diablo. Y no dice: "quitará", sino "arrebatará", indicando con esta palabra que lo hará con fuerza. Y lo llama fuerte, para manifestar su antigua tiranía, hija de nuestra desidia.

"El que no está conmigo, está contra mí; y el que no allega conmigo, esparce"

16. Después de haber dado la tercera solución, da aquí la cuarta diciendo: "El que no está conmigo está contra mí". El que no allega conmigo, ni está conmigo, ni será mirado como que obra conmigo, ni lanzará los demonios conmigo, sino que desea más bien esparcir todo lo que es mío. Pero decidme: si hubiere que pelear con alguno, el que se negare a favoreceros, ¿no está en eso mismo contra vosotros? Esto mismo lo dijo ya el Señor en otro lugar: "El que no está contra vosotros, está por vosotros" (Lc 9,50). Y este pasaje no está en oposición con lo que se acaba de decir. Porque aquí habla el Señor del diablo su enemigo, y allí de un hombre que estaba en parte con sus discípulos, y de quien ellos dijeron: "Hemos visto a un hombre que lanza en tu nombre los demonios" (Mc 9,37). Parece como que quiso hablar aquí de una manera oculta de los judíos, haciéndolos semejantes al diablo, porque ellos, en efecto, estaban en contra de él, y esparcían a cuantos El reunía. Pero es más propio creer que habló de sí mismo, puesto que él era enemigo del diablo, y El destruyó todas sus obras.

" Todo pecado y blasfemia serán perdonados a los hombres, mas la blasfemia del Espíritu no será perdonada. Y todo el que dijere palabra contra el Hijo del hombre, perdonada le será, mas el que la dijere contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este siglo ni en el otro"

17. Después de haber respondido el Señor a los fariseos excusándolos, ahora los atemoriza. En efecto, es parte importante en la corrección responder excusando, pero también lo es conminar. O de otra manera, según la primera interpretación, ignoraban los judíos quién era Cristo; pero sabían por experiencia quién era el Espíritu Santo, puesto que los profetas habían hablado de él. Por consiguiente, dice: Admito que pequéis contra Mí, a causa de esta carne que me rodea; ¿pero podréis decir del Espíritu Santo que no le conocéis? Por esta razón no se os perdonará vuestra blasfemia, y recibiréis aquí y allí el castigo. Porque el lanzar los demonios y dar la salud son obras del Espíritu Santo. No me afrentáis, pues, a Mí solo, sino al Espíritu Santo, y por lo mismo vuestra condenación aquí y allí será inevitable. Porque hay hombres que sólo pagan por sus pecados en esta vida, como aquellos de quienes habla San Pablo en una primera carta a los corintios (1Cor 11), que profanan los misterios cristianos, pero hay otros que son castigados en el otro mundo, como el rico condenado de que habla San Lucas (Lc 16). Y hay otros, en fin, como los judíos, que llevan una vida intolerable en este mundo desde la toma de Jerusalén, y a quienes están reservados en el otro otros castigos más severos.

"O haced el árbol bueno, y su fruto bueno; o haced el árbol malo, y su fruto malo, porque el árbol por el fruto es conocido. Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar cosas buenas siendo malos? porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno del buen tesoro saca buenas cosas, mas el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas"

18. Vuelve el Señor a repetir sus ataques contra los judíos con nuevos argumentos. Yos. Y lo hace así, no para librarse de su acusación -porque para esto basta lo ya dicho-, sino por el deseo que tenía de corregirlos. De aquí las palabras: "O haced un árbol bueno", etc., que equivale a decir: Ninguno de vosotros ha dicho que es cosa mala librar a algunos hombres de los demonios. Pero como ellos no atacaban la obra en sí, y se contentaban con mirar al origen de ella, que en su opinión era el diablo, él les demuestra la inconsecuencia de esta acusación, concebida fuera de las reglas ordinarias. Es, en efecto, una simpleza abrigar tal modo de concebir las cosas. Porque se juzga el árbol por su fruto y no el fruto por el árbol, y por eso añade: "Porque el árbol por el fruto es conocido". Y aunque el árbol da el fruto, el fruto, sin embargo, especifica al árbol. Pero vosotros hacéis lo contrario, porque no tenéis que decir nada contra las obras, y formáis un juicio falso del árbol llamándome endemoniado. Y como el Salvador hablaba no por él, sino por el Espíritu Santo, por eso riñe a los judíos con las siguientes palabras: "Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar cosas buenas, cuando sois tan malos?" Estas palabras son una acusación contra ellos y una demostración de lo que se acaba de hablar, como si dijera: Mirad, vosotros que sois árboles malos, no podéis llevar frutos buenos. No me admiro de que os expreséis de esa manera, porque habéis sido mal educados por padres malos y tenéis un alma mala. Y tened presente que no dijo: ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas, siendo raza de víboras? Porque este modo de expresarse no está en relación con lo anterior, sino que dijo: "¿Cómo podéis hablar cosas buenas, cuando sois tan malos?". Los llama "raza de víboras" porque se vanagloriaban en sus antepasados. Para no dejarles motivo alguno de orgullo los separó de la raza de Abraham y les atribuyó otros progenitores de costumbres semejantes a las suyas. De esta manera, penetrando lo íntimo del corazón, nos da una prueba de su divinidad; porque él nos dice que no solamente serán castigadas las malas palabras, sino también los malos pensamientos. Y es natural que así sea, porque la superabundancia de la malicia interior, se derrama exteriormente mediante las palabras. De ahí es que, cuando se ve que un hombre habla mal, podemos juzgar que es mayor su malicia interior que la que manifiestan sus palabras. Porque lo que sale al exterior no es más que la superabundancia de lo que existe en el interior. De esta manera tocó vivamente a la culpabilidad de los judíos, porque si lo que ellos dijeron era tan malo, ¿qué malicia no encerrará la raíz de sus palabras? Y es apropiado que así sea. No siempre la lengua del hombre manifiesta la malicia que hay en su interior; pero el corazón, como no tiene por testigo a ningún hombre, engendra sin miedo los males que quiere. Como le importa poco el que Dios lo sepa, sólo cuando la malicia interior es grande es cuando sale al exterior mediante la palabra; y por eso dijo: "De la abundancia del corazón habla la boca".

"Toda palabra ociosa que hablaren los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado"

19. Una vez puestas las premisas, pasa el Señor a las pruebas, inspirando a los judíos un gran terror, manifestándoles que serán castigados con la última pena los que hubieren delinquido en los pecados anteriores. Por eso dice: "Y os digo que toda palabra ociosa que hablaren los hombres darán cuenta de ella". Y no dijo: "que vosotros habéis hablado", porque aplicando sus palabras a todo el género humano hace más llevadero su pensamiento. Palabra ociosa es la que contiene una mentira o una calumnia. Algunos extienden su significado a toda palabra inútil, como, por ejemplo, la que promueve una risa inmoderada, o indecente o deshonesta. Mirad cómo no es duro este juicio. El juez dará la sentencia, no sobre las cosas malas que dijeron de vosotros, sino sobre lo que vosotros dijisteis: de ahí es que no son los acusados los que deben tener miedo, sino los que acusan, porque a nadie se le obligará el que se acuse a sí mismo de las cosas malas que oyó, sino de las malas que habló.

Le respondieron ciertos escribas y fariseos, diciendo: "Maestro, queremos ver señal de ti"; y les respondió diciendo: "La generación mala y adulterina, señal pide: mas no le será dada señal sino la señal de Jonás el profeta: porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra"

20. Como el Señor había hecho ya muchas veces enmudecer la lengua impertinente de los fariseos por las respuestas que les había dado, acuden ahora a las obras, que es lo que el evangelista admirado dice: "Entonces le respondieron ciertos escribas". Entonces, es decir, cuando les convenía doblegarse, admirarse y quedarse estupefactos. Pero aun entonces no desisten de su malicia; porque dicen: "Queremos ver de ti una señal", para prenderle. Sus palabras respiran adulación e ironía. Antes injuriaban al Señor, llamándolo endemoniado y ahora lo adulan denominándolo maestro, por eso les arguye el Señor con energía, y al contestarles les dice: "Generación perversa". Cuando ellos ultrajaban al Señor, éste les contestaba con dulzura; y cuando lo adulan les responde con energía, manifestándonos con esto que él es superior a la adulación, y que el ultraje no enciende en él la cólera. Todo lo que dice el Señor se reduce a lo siguiente: ¿Qué extraño es que vosotros, que no me conocéis, hagáis todas estas cosas contra mí, cuando lo hacéis también contra el Padre, y a pesar de que tenéis de él una grande experiencia, lo abandonáis y corréis tras del demonio? Por eso los llama "generación perversa", porque han sido ingratos con sus bienhechores, y se han vuelto peores con los beneficios, que es el último grado de la malicia. De esta manera se manifiesta él igual al Padre, porque el no creerlo así los hace generación adúltera. No hacía El los milagros para atraerlos (porque conocía que eran de piedra) sino para convertir a los demás. O también, no les dio la señal que ellos pedían porque no la recibirían; pero se la dio después haciéndoles conocer su poder por aquello que ocurrió posteriormente. Esto es lo que quiso decir, aunque de una manera algo encubierta, con las palabras: "Y no será dada la señal a ellos" que equivale a decir: os he manifestado muchos beneficios, ninguno de ellos ha sido suficiente para inclinaros a que respetéis mi virtud, que conoceréis cuando veáis destruida vuestra ciudad. En seguida intercala el evangelista algunas palabras del Señor sobre su resurrección, de que ellos tendrían conocimiento por los castigos que tenían que sufrir; y así dice "sino la señal de Jonás profeta". Nadie, en realidad, hubiera tenido fe en la Cruz, si no hubiera estado apoyada en los milagros, y si no hubiera sido creída la cruz, tampoco lo hubiera sido la resurrección. Por eso la llama señal, y para que se tenga como una verdad, la presenta como una figura profética. Por eso sigue: "Como estuvo Jonás en el vientre de la ballena". No dijo de una manera clara que resucitaría, porque serviría esto de burla a los fariseos, sino que lo hizo con palabras encubiertas, para que aceptaran ellos por la fe lo que él preveía. Y no dijo en la tierra, sino en el corazón de la tierra, a fin de anunciarles su sepulcro, y de que nadie creyera que había sido aparente su muerte. Y puso tres días para no dar lugar a la menor duda de que realmente había muerto. Pero hasta la misma figura demuestra la verdad, porque Jonás no estuvo de una manera aparente tres días en el vientre de la ballena, sino que estuvo en realidad; de donde resulta bien claro que son hijos del diablo los que siguen la doctrina de Marción, quien sostuvo que fue una quimera la pasión de Cristo. Al decir que la señal del profeta Jonás se daría a aquella generación, el Señor indica que había de padecer por ellos, aunque no les aprovecharía su pasión.

"Los ninivitas se levantarán en juicio con esta generación, y la condenarán, porque hicieron penitencia por la predicación de Jonás. Y he aquí en este lugar más que Jonás. La reina del Austro se levantará en juicio con esta generación, y la condenará: porque vino desde los fines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón. Y he aquí más que Salomón"

21. El Señor, a fin de que nadie creyera que los judíos habían de tener el mismo fin que los ninivitas. Es decir, que así como éstos se convirtieron por la predicación de Jonás y salvaron su ciudad del peligro que los amenazaba, también aquéllos se convertirían vista la resurrección, nos hace ver todo lo contrario y nos dice que ningún fruto sacaron ellos de la pasión, y que por lo mismo sufrirán más severamente por su pecado, como dice más abajo valiéndose del ejemplo del demonio. Entretanto nos manifiesta la justicia de su condenación con las palabras: "Los ninivitas se levantarán en juicio con esta generación". No se contenta el Señor con lo dicho, sino que añade la cita de la reina de Sabá. Esta cita da aún más fuerza que la anterior. Porque Jonás marchó a los ninivitas; pero la reina de Sabá no esperó que Salomón fuese a donde estaba ella, sino que ella misma marchó a donde estaba Salomón a pesar de ser mujer y extranjera, y de países lejanos, y sin tener miedo a la muerte, llevada sólo del atractivo de las palabras llenas de sabiduría. Llegó allí, pues, la mujer, y yo he llegado aquí; venía ella de los confines de la tierra, y yo recorro las ciudades y las aldeas; disputó ella sobre los árboles y las maderas, yo sobre los inefables misterios.

"Cuando el espíritu inmundo ha salido de un hombre, anda por los lugares secos buscando reposo, y no le halla. Entonces dice: Me volveré a mi casa, de donde salí. Y cuando viene, hállala desocupada, barrida y alhajada. Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entran dentro, y moran allí; y lo postrero de aquel hombre es peor que lo primero. Así también acontecerá a esta generación muy mala"

22. Después de haber dicho el Señor a los judíos: "Los ninivitas se levantarán en juicio y condenarán a esta generación", a fin de que no desprecien sus amenazas por la tardanza de su realización y se hagan más perezosos para convertirse, les manifiesta que no sólo en el otro mundo, sino también en éste, sufrirán grandísimas desgracias, y les presenta la pena que les está reservada bajo cierto velo. Por eso dice: "Cuando el espíritu inmundo". O también es expresión del castigo de los judíos; porque dice el Salvador que atraerán sobre sí gravísimos males todos aquellos que después de haber estado poseídos del demonio y haber sido librados de él cayeron en una grande desidia. Así os sucederá a vosotros mismos, porque cuando adorabais a los ídolos y sacrificabais vuestros hijos a los demonios estabais antes apresados por el demonio, y sin embargo no os abandoné, sino que lancé de vosotros al demonio por mis profetas, y yo después he venido para libraros mucho mejor. Pero no queréis hacerme caso, caísteis en un crimen mayor (porque es más grave quitar la vida a Cristo que a su profeta). Por esta razón experimentaréis castigos más afrentosos. Porque los castigos que experimentó en tiempos de Vespasiano y Tito este pueblo miserable, fueron mucho más terribles que los que sufrió en Egipto y en Babilonia, y en tiempo de Antíoco. Y no sólo les hace ver el Señor todo esto, sino la desolación de sus almas, destituidas de toda clase de virtud, y más accesibles ahora que antes al demonio. Esta doctrina tiene aplicación no solamente a los judíos, sino también a nosotros, si después de haber sido iluminados y arrancados de nuestros primeros pecados nos entregamos a la corrupción, y el castigo de estos últimos pecados será más terrible que el de los primeros, por eso dijo Cristo al paralítico "Mira, ya estás curado; no vuelvas a pecar, no te acontezca otra cosa peor" (Jn 5).

Cuando estaba todavía hablando a las gentes, su madre y sus hermanos estaban fuera, que le querían hablar. Y le dijo uno: "Mira que tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan". Y él, respondiendo al que le hablaba, le dijo: "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?" Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: "Ved aquí mi Madre y mis hermanos: Porque todo aquél que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre"

23. Ved ahí el orgullo de sus parientes, porque debían entrar y mezclarse con las turbas para oírle, o si no querían esto, esperar hasta el final del discurso y acercársele entonces. Pero ellos lo llaman afuera y lo hacen en presencia de todos para manifestar su vanidad y hacer ver a todos que mandan con autoridad a Cristo, cosa que manifiesta el evangelista e insinúa bajo cierto velo, cuando dice: "Cuando estaba todavía hablando", que es como si dijera: ¿No lo podían haber hecho en otra ocasión? ¿Y qué deseaban ellos hablar? Si era en favor de los dogmas de la verdad, debían de haberse contentado de una manera ordinaria a fin de ganar de este modo las almas de sus oyentes; y si era de cosas pertenecientes a ellos no era oportuno llamarle con tanta prontitud, de donde resulta que lo hacían llevados de la vanagloria. Y no dijo: "Marcha, dile que no es mi madre", sino que ss dirigió al que le avisaba, y contestándole cuando le hablaba, le dijo: ¿Cuál es mi Madre, y cuáles son mis hermanos? Si hubiera él querido negar a su Madre, lo hubiera hecho cuando los judíos se mofaban de él con ocasión de su Madre (Mc 6). Lo que se acaba de decir nos enseña también otra cosa, a saber: que no se debe despreciar la virtud dejándose llevar de la confianza que puede inspirar el parentesco; porque si nada aprovecha a la madre el ser madre, si no tiene virtud, ¿quién podrá gloriarse de encontrar su salvación en el parentesco? Porque no hay más que una sola nobleza, el hacer la voluntad de Dios, y por eso sigue: "Cualquiera, pues, que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi Madre". Muchas mujeres glorificaron a aquella Virgen santa, y a su vientre, y desearon ser madres parecidas a ella. ¿Quién se lo impide? Abierto tenéis el camino, y no sólo las mujeres, sino también los hombres pueden llegar a ser Madre de Dios.

XIII
Comentario de Mateo 13

Saliendo Jesús de la casa, se sentó a la orilla del mar. Y se llegaron a él muchas gentes, por manera que entrando en un barco se sentó: y toda la gente estaba en pie a la ribera, y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: "He aquí que salió un sembrador a sembrar. Y cuando sembraba, algunas semillas cayeron junto al camino, y vinieron las aves del cielo y las comieron. Otras cayeron en lugares pedregosos, en donde no tenían mucha tierra; y nacieron luego, porque no tenían tierra profunda; y saliendo el sol se quemaron y se secaron, porque no tenían raíz; y otras cayeron entre espinas, y crecieron las espinas y las ahogaron; y otras cayeron en tierra buena, y rendían fruto: una a ciento, otra a sesenta y otra a treinta: el que tenga orejas para oír, que oiga"

1. Después de haber respondido a aquel que le había anunciado la presencia de su madre y de sus parientes, hizo lo que deseaban ellos, es decir, salió de la casa, sanando primeramente a sus parientes de la enfermedad de la vanagloria, y dando, en segundo lugar, el honor que se debe a una madre. Por eso dice: "En aquel día, saliendo Jesús". No expresó todo esto el evangelista sin intención, pues quiso hacernos ver, al describirnos con tanta diligencia este espectáculo, que el plan del Señor era no dejar a nadie detrás de sí, sino el tenerlos a todos delante de sus ojos. Aunque no lo hizo así en la montaña, donde no fue su discurso un tejido de parábolas, porque no había allí más que el pueblo bajo e ignorante, mientras que aquí estaban los escribas y los fariseos. Mas no habló sólo en parábolas por esta razón, sino para dar más claridad a sus palabras, para que las grabasen más profundamente en su memoria y las tuviesen siempre delante de su vista. Y pone por primera parábola aquella en que el auditorio había de prestar más atención. Y puesto que él había de hablar por figuras, de ahí el excitar la atención de los que lo escuchaban con la primera parábola en estos términos: "He aquí que salió un sembrador a sembrar su semilla". ¿De dónde o cómo salió el que está presente en todas partes? No salió de ningún lugar, pero por la encarnación se aproxima a nosotros revistiéndose de carne; y ha venido a nosotros porque no podíamos nosotros ir a él por impedírnoslo nuestros pecados. Cuando oigáis las palabras: "El sembrador salió a sembrar", no creáis que hay identidad entre las palabras de esa frase; porque el sembrador sale muchas veces a otras cosas diferentes, como son para arar la tierra, arrancar las malas hierbas, quitar las espinas, o para cualquier otra operación que exige mucho conocimiento. Pero éste salió con el objeto único de sembrar. ¿Y qué resultó de la siembra? Se perdieron tres partes, y una sola se salvó, y esto no con igualdad, sino con cierta diferencia. Por eso sigue el evangelista: "Y cuando sembraba, algunas semillas cayeron cerca del camino". Pero ¿qué razón habrá para sembrar entre espinas, sobre piedras y en los caminos? No tendría esto razón de ser si atendemos a las semillas y a la tierra, que son cosas materiales; porque no tiene la piedra poder para volverse tierra, ni el camino de no ser camino, ni la espina de no ser espina; pero sí tiene una laudable aplicación en las almas y en las doctrinas. Es posible que la piedra sea hecha una tierra pingüe, que el camino no vuelva a ser pisado y que queden destruidas las espinas. No es culpable el sembrador de que se pierda la mayor parte de la siembra, sino la tierra que la recibe, es decir, el alma, porque el sembrador, al cumplir su misión, no distingue al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante, sino que habla indistintamente a todos, en previsión, sin embargo, de lo que había de resultar. De esta manera puede decir: "¿Qué pude yo hacer y no hice?" (Is 5,4). Por esta razón no dice que los perezosos recibieron tal parte de la semilla y la dejaron perecer; que los ricos recibieron otra parte y la ahogaron; y los voluptuosos esta otra parte y la perdieron. No quiso El tocar a nadie en particular con energía, para no engendrar la desconfianza. Enseña también el Señor por esta parábola a sus discípulos que no abandonen su misión porque haya entre sus oyentes algunos que perezcan, puesto que el Señor, que todo lo prevé, no ha dejado por ese motivo de sembrar.

Llegando a él los discípulos, le dijeron: "¿Por qué les hablas por parábolas?" Él les respondió, y dijo: "Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos, mas a ellos no les es dado. Porque al que tiene se le dará, y tendrá más, mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no veréis: porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y las orejas oyeron pesadamente, y cerraron sus ojos, para que no vean de los ojos, y oigan de las orejas, y del corazón entiendan, y se conviertan y los sane. Mas bienaventurados vuestros ojos, porque ven, y vuestras orejas, porque oyen. Porque en verdad os digo que muchos Profetas y justos codiciaron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron"

2. Son dignos de admiración los discípulos que, teniendo deseo de saber, saben cuándo conviene preguntar al Señor, porque no le preguntan delante de todo el mundo, y esto es lo que nos manifiesta San Mateo cuando dice: "Y llegándose los discípulos". San Marcos expresa más claramente esta reserva, diciendo: "Que ellos se aproximaron en particular" (Mc 4). Es preciso considerar aquí la rectitud de sus corazones, y lo preocupados que estaban por el bien de los que les rodeaban, y cómo su primer cuidado era el prójimo; porque no dijeron al Señor: ¿por qué no nos hablas en parábolas a nosotros?, sino: ¿Por qué les hablas a ellos en parábolas?; y por eso el Señor les contesta: "Porque a vosotros os es dado conocer los misterios del reino de los cielos". Mas dijo esto no para expresar una fatalidad ni una necesidad, sino para demostrar que los que no han recibido ese don son la causa de todos sus males, y para hacernos ver que es un don de Dios y una gracia que viene del cielo el conocer los misterios divinos. No se destruye por esto el libre albedrío, como se ve por lo que se ha dicho y se dirá más adelante. Porque el Señor, a fin de no desesperar a los unos ni dejar en la pereza a los que han recibido este don, nos hace ver que el principio de estos dones viene de nosotros. Por eso añade: "Porque al que tiene se le dará". Como si dijera: a aquel que tiene deseo y celo se le dará todo lo que viene de Dios; por el contrario, a aquel que está privado de este deseo y no pusiere de su parte cuanto puede para conseguirlo, ése no recibirá los dones de Dios y lo que tiene se le quitará, no siendo Dios el que se lo quita, sino el hombre que se hace indigno de poseerlo. De aquí es que, si viéremos nosotros que oía alguno con pereza la palabra de Dios, y que a pesar de nuestros esfuerzos no podíamos persuadirlo a que atendiera, no tenemos más remedio que callar, porque si insistimos, aumentaremos la pereza. Más al que desea aprender lo atraemos con facilidad y lo hacemos capaz de recibir muchas cosas. Y bien dijo según otro evangelista (Mc 4, 25): "Al que parece tener", porque el mismo no posee lo que tiene. Y para expresar con más claridad lo que había dicho, añade: "Por eso hablo en parábolas a aquellos que viendo no ven". Si ellos no pudieran abrir los ojos, esta ceguedad sería natural, pero como es voluntaria, por eso no dijo: "No ven", sino: "viendo, no ven": ellos efectivamente vieron lanzar a los demonios, y dijeron: "Lanza los demonios en nombre de Beelzebú" (Mt 12,24): veían que atraía a todos a Dios, y dicen: "No viene este hombre de Dios" (Jn 9,16). Y puesto que publicaban lo contrario a lo que veían y oían, por eso se les quitó la facultad de ver y de oír. De esto no sacan utilidad alguna, sino que se precipitan a una condenación mayor. Por esta razón no les habló el Señor al principio en parábolas, sino con toda claridad, y si ahora les habla en parábolas, es porque pervierten lo que han visto y lo que han oído. En seguida, a fin de que no pudieran decir: "Nos calumnia este enemigo nuestro", cita el pasaje del profeta Isaías que dice lo mismo de ellos. Por eso sigue: a fin de que tenga cumplimiento la profecía de Isaías, que dice: "Oiréis con el oído y no entenderéis, y viendo veréis" (Is 6). Todo esto lo dijo el Señor porque se les quitó a los judíos, que tenían cerrados los oídos y los ojos y engrosado el corazón, la facultad de oír y de ver; y no sólo no oían, sino que oían mal. Por eso sigue: "Ha sido engrosado el corazón de este pueblo". En todo este pasaje demuestra el Señor la profunda malicia y la aversión estudiada que le tenían los judíos, mas con el fin de atraerlos añade: "Para que se conviertan, y los sane"; palabras que demuestran que si se convirtiesen serían sanados, que es como cuando dice uno: si me lo suplicaren, en seguida los perdonaré, da a entender además la voluntad de reconciliarse con ellos en las siguientes palabras: "Cuando se conviertan los sanaré"; palabras que demuestran la posibilidad de que se convirtiesen, hiciesen penitencia y se salvasen. Lo que vieron y oyeron los Apóstoles fueron su presencia, sus milagros, su voz y su doctrina. Y en esto los prefiere, no sólo a los malos, sino a los que fueron buenos, porque dice que fueron más dichosos que los justos de la antigüedad, puesto que ven no sólo lo que no vieron los judíos, sino lo que los profetas y los justos desearon ver y no vieron. Porque aquellos solamente contemplaron a Cristo con la fe, y éstos lo vieron con sus ojos y con más claridad. Ved aquí, pues, cómo se enlaza el Antiguo Testamento con el Nuevo; porque si los profeta hubieran sido servidores de un Dios extraño o contrario a Cristo, jamás hubieran deseado verlo.

"Vosotros, pues, oíd la parábola del que siembra. Cualquiera que oye la palabra del reino, y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que se sembró en su corazón: éste es el que fue sembrado junto al camino. Mas el que fue sembrado sobre las piedras, éste es, el que oye la palabra, y por el pronto la recibe con gozo. Pero no tiene en sí raíz, antes es de poca duración. Y cuando le sobreviene tribulación y persecución por la palabra, luego se escandaliza. Y el que fue sembrado entre las espinas, éste es, el que oye la palabra; pero los cuidados de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y queda infructuosa. Y el que fue sembrado en la tierra buena, éste es el que oye la palabra y la entiende, y lleva fruto: y uno lleva a ciento, y otro a sesenta, y otro a treinta"

3. Texto perdido

Otra parábola les propuso, diciendo: "Semejante es el reino de los cielos a un hombre que sembró buena simiente en un campo. Y mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Y después creció la yerba e hizo fruto, apareció también entonces la cizaña. Y llegando los siervos del padre de familias le dijeron: Señor, ¿por ventura no sembraste buena simiente en tu campo? ¿Pues de dónde tiene cizaña? Y les dijo: hombre enemigo ha hecho esto. Y le dijeron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la cojamos? No, les respondió; no sea que cogiendo la cizaña arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega, y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Coged primeramente la cizaña y atadla en manojos para quemarla, mas el trigo recogedlo en mi granero"

4. El Señor habló en la parábola anterior de aquellos que no reciben la palabra de Dios, y ahora habla de aquellos que la reciben alterada, porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad. Por eso sigue: "Otra parábola les propuso". Nos presenta en seguida los lazos del demonio diciendo: "Y mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue". Con estas palabras nos hace ver que el error viene después de la verdad, cosa demostrada por la experiencia. Así, después de los profetas vinieron los falsos profetas; después de los apóstoles los falsos apóstoles; y después de Cristo el Anticristo. Porque no se esfuerza el diablo en tentar a quien no lo ha de imitar ni a quien no puede tender sus lazos, porque ha visto que la simiente fructifica, a veces como ciento, otras como sesenta, y otras como treinta, y que no puede él arrebatar ni sofocar la que tiene buenas raíces, y por eso se vale de otro engaño, confundiendo su propia simiente y revistiendo sus obras con colores y semejanzas que sorprenden al que se deja engañar con facilidad. Por eso no dice el Señor que siembra una simiente cualquiera, sino la cizaña, que es muy parecida, al menos a la vista, a la simiente del sembrador: tal es la malicia del diablo; siembra cuando han nacido las simientes, para de esta manera causar más daños a los intereses del agricultor. En las siguientes líneas describe perfectamente la marcha de los herejes: "Y después que creció la yerba e hizo fruto, apareció entonces la cizaña". Al principio los herejes no dan la cara, pero cuando tienen más libertad y algunos otros participan de su error, entonces vierten su veneno. Y se llama enemigo a causa de los perjuicios que causa al hombre, porque siempre nos está maltratando, aunque no sea el origen de su tratamiento la enemistad que nos tiene, sino la que profesa a Dios. Debemos admirar en este pasaje la solicitud y el amor de los siervos: se apresuran a arrancar la cizaña, lo que prueba la solicitud por su simiente, y no tratan de que se castigue a nadie sino de que no muera la buena simiente. La respuesta del Señor es la siguiente: "Y les dijo: no". Dijo el Señor todo esto para prohibir las muertes. No convenía quitar la vida a los herejes, porque de esta manera se trabaría una lucha sin piedad en todo el mundo. Por eso dice: "No la arranquéis al mismo tiempo que el trigo", es decir, si empuñáis las armas, y quitáis la vida a los herejes, vuestros golpes alcanzarán necesariamente a multitud de santos. No prohíbe, pues, el Señor, el contener a los herejes, el atajar la libre propaganda de sus errores, sus sínodos y sus reuniones, sino el destruirlos y quitarles la vida. Pero ¿por qué dice: coged primeramente la cizaña? A fin de que no crean los buenos que juntamente con la cizaña se debe arrancar también el trigo.

Otra parábola les propuso, diciendo: "Semejante es el reino de los cielos a un grano de mostaza que tomó un hombre y sembró en su campo: ésta en verdad es la menor de todas las simientes: pero después que crece, es mayor que todas las legumbres, y se hace árbol, de modo que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas"

5. Había dicho el Señor que se pierden tres partes de la simiente, y sólo una se conserva, y en esta última hay también mucha pérdida a causa de la cizaña que sobre ella se siembra. Y a fin de que sus discípulos no le dijeran: ¿Quiénes y cuántos serán, pues, los fieles? les quita ese temor con la parábola del grano de mostaza. Y por eso se dice: "Otra parábola les propuso, diciendo: semejante es el reino de los cielos a un grano de mostaza". O también es la más pequeña la simiente del evangelio porque los apóstoles eran los menos poderosos de entre los hombres. Sin embargo, como tenían una gran virtud, por eso se extendió su predicación por todas las partes del mundo. Por eso sigue: "Pero después que crece es mayor que todas las legumbres", esto es, que todos los dogmas.

Les dijo otra parábola: "Semejante es el reino de los cielos a la levadura que toma una mujer, y la esconde en tres medidas de harina hasta que todo ha fermentado"

6. El Señor para demostrar la misma verdad les pone la siguiente parábola: "Semejante es el reino de los cielos a la levadura", que es como si dijera: a la manera que la levadura cambia toda la harina en su sustancia, así también vosotros cambiaréis todo el mundo. Y reparad aquí la prudencia de Cristo: alega como ejemplo una cosa natural, a fin de hacernos ver que, así como es imposible el que no se verifique ese cambio, así también es imposible el que no suceda lo otro. No dijo el Señor simplemente: "Que puso", sino que "esconde"; que es como si hubiera dicho: de la misma manera vosotros, después que hubiéreis estado sometidos a vuestros enemigos, triunfaréis sobre ellos. Y así como el fermento se va corrompiendo pero no se destruye, sino que poco a poco cambia toda la masa en su propia naturaleza, así sucederá en vuestra predicación. No temáis las muchas persecuciones que os he anunciado vendrán sobre vosotros. Ellas os servirán para que brilléis más y triunfaréis de todas. El Señor habla aquí de tres medidas, pero este número debe tomarse en sentido indeterminado.

Todas estas cosas habló Jesús al pueblo por parábolas y no les habló sin parábolas, para que se cumpliese lo que había dicho el profeta, que dice: Abriré en parábolas mi boca: rebosaré cosas escondidas desde el establecimiento del mundo

7. Después de las anteriores parábolas, y para que nadie creyese que Cristo introducía novedades, el evangelista alega al profeta que había profetizado hasta esta misma manera de predicación. Y por eso dice: "Todas estas cosas habló", y Marcos, dice: "Por lo mismo que podían comprender, les hablaba por parábolas" (Mc 4,33). No es de admirar, por consiguiente, si al tratar de su reino hace mención del grano de mostaza y de la levadura, porque se dirigía a hombres ignorantes y a quienes era preciso persuadir de esta manera. Aunque en muchas ocasiones habló a las turbas sin parábolas, pero no en esta circunstancia.

Despedidas las gentes, volvió a casa: y llegándose a él sus discípulos, le dijeron: "explícanos la parábola de la cizaña del campo". Él les respondió y dijo: "El que siembra la buena simiente, es el Hijo del hombre. Y el campo es el mundo. Y la buena simiente son los hijos del reino. Y la cizaña son los hijos de la iniquidad. Y el enemigo, que la sembró, es el diablo. Y la siega es la consumación del siglo. Y los segadores, son los ángeles. Por manera que, así como es cogida la cizaña, y quemada al fuego, así será en la consumación del siglo. Enviará el Hijo del hombre sus ángeles, y cogerán de su reino todos los escándalos, y a los que obran iniquidad, y echarlos han en el horno del fuego. Allí será el llanto, y el crujir de los dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene orejas para oír, oiga"

8. El Señor había hablado a las gentes en parábolas con el objeto de excitarlas a que le preguntaran; y aunque dijo el Señor muchas cosas en parábolas, ninguno, sin embargo, le preguntó, y por eso los despidió. Por eso sigue: "Entonces, despedidas las gentes, se vino a su casa". Pero no lo siguió ninguno de los escribas, de donde resulta claramente, que al seguir al Señor no tenían más objeto que el sorprenderlo en sus discursos. Otras veces deseaban saber los discípulos, y temían preguntar, mas ahora le preguntan con toda libertad, y tienen confianza a causa de aquellas palabras: "A vosotros os ha sido dado el conocer el misterio del reino de Dios" (Mc 4,10). Por eso cada uno en particular o separadamente le preguntan, a fin de no parecerse a la muchedumbre, a quienes no fue concedido este don. Y dejan la parábola de la levadura y de la mostaza, como más claras, y le preguntan sobre la parábola de la cizaña, porque tiene más relación con la parábola de la simiente y dice alguna cosa más. El mismo Señor les dice el sentido de esta parábola diciéndoles: "El que siembra la buena simiente es el Hijo del hombre". Es, en efecto, obra del diablo el mezclar el error con la verdad. Sigue: "La mies es la consumación del siglo". Dice en otro lugar, pero hablando de los samaritanos: "Levantad vuestros ojos y considerad las regiones que ya están blancas para la siega" (Jn 4,35), y: "la mies, en verdad, es mucha, sus operarios pocos" (Mt 9,37; Lc 10), en cuyas palabras expresa que la siega ha llegado ya. ¿Cómo, pues, dice aquí que llegará? Porque está tomada en sentido diferente la palabra siega. Allí (Jn 4) se dice: "Uno es el que siembra, y otro es el que siega"; y aquí se dice que es uno mismo el que siembra y el que siega. Cuando establece la distinción entre el que siembra y el que siega, diferencia a los apóstoles, no de sí mismo, sino los profetas, porque el mismo Cristo es el que sembró por medio de los profetas entre los judíos y los samaritanos. Él toma, pues, bajo dos aspectos en este pasaje, las palabras simiente y siega. Así, cuando habla de la obediencia y de la persuasión a la fe, usa la palabra siega, porque es la perfección de las cosas. Pero cuando trata del fruto que se saca de oír la palabra de Dios, llama a la siega consumación, como sucede en este lugar. También puede entenderse del reino de la Iglesia celestial, y entonces el castigo es doble, a saber: la pérdida de la gloria, según las palabras: "Y cogerán todos los escándalos de su reino (es decir, para que los escándalos no entren en su reino)" y el suplicio del fuego según estas otras: "Y los echarán en el horno del fuego". Mirad el amor inefable de Dios para con los hombres. Él está pronto para conceder gracias y es tardo para castigar. Cuando siembra lo hace por sí mismo y cuando castiga lo hace por otros, por los ángeles que manda al efecto. Sigue: "Allí será el llanto y el crujir de dientes". No porque brillen sólo como el sol, sino que el Señor se vale de estos ejemplos conocidos, porque el sol es el astro que brilla más que todos los demás.

"Semejante es el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo que, cuando lo halla un hombre, lo esconde: y por el gozo de ello va, y vende cuanto tiene, y compra aquel campo"

9. Las parábolas que el Señor puso arriba de la levadura y de la mostaza, dicen relación al poder de la predicación del Evangelio, que debía someter a todo el mundo. Ahora, para manifestar la hermosura y brillo de esa predicación, se vale de la parábola del tesoro y de la piedra preciosa diciendo: "Semejante es el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo". Porque la predicación del evangelio está oculta en el mundo, y si no vendiereis todo no lo compraréis, y esto lo debéis hacer con alegría, y por eso sigue: "Que cuando halla el hombre, lo esconde."

"Es semejante el reino de los cielos a un hombre negociante, que busca buenas perlas, y habiendo hallado una de gran precio, se fue, y vendió cuanto tenía, y la compró"

10. La palabra de Dios no solamente reporta una gran ganancia como tesoro, sino que también es preciosa como una perla. Por esta razón pone el Señor a continuación de la parábola del tesoro la de la perla, diciendo: "Asimismo es semejante el reino de los cielos a un hombre que busca buenas perlas", etc. Dos cosas que están contenidas en la comparación del negociante deben tenerse presentes en la predicación, a saber: el estar separado de los negocios de la tierra, y el de estar siempre vigilante. La verdad es una y no está dividida, y por eso habla de una sola perla encontrada. Y así como el que posee la perla comprende que es rico y solo él conoce su valor, -y muchas veces, si la perla es pequeña, la aprieta con su mano-, así sucede en la predicación del evangelio: los que la poseen saben que son ricos; pero los infieles, que no poseen este tesoro, ignoran nuestras riquezas.

"El reino de los cielos es semejante a una red, que echada en la mar, allega todo género de peces. Y cuando está llena la sacan a la orilla, y sentados allí, escogen los buenos y los meten en vasijas, y echan fuera a los malos. Así será en la consumación del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los meterán en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de los dientes"

11. Después de haber recomendado el Señor por las anteriores parábolas la predicación del Evangelio, a fin de que no nos confiemos solamente en esta predicación y de que no pensemos que para salvarnos basta la fe, añade otra parábola, diciendo: "También el reino de los cielos es semejante a una red". ¿En qué se diferencia esta parábola de la de la cizaña? Porque en ésta, lo mismo que en aquélla, unos se salvan y otros perecen. En esta última, a la verdad, perecen por la herejía de sus perversas doctrinas; en la primera parábola de la simiente, porque no hacían caso de las verdades que se les proponían, y en la parábola de la red por su mala vida. Porque, aunque han sido cogidos ellos en la red, esto es, aunque gozan del conocimiento de Dios, por sus iniquidades no pueden salvarse. Y con el objeto de que nadie juzgue que las palabras: "Los malos serán arrojados fuera" significan un castigo suave, el Señor demuestra la gravedad de ese castigo exponiendo las referidas palabras, cuando dice: "Así será en la consumación del siglo: saldrán los ángeles y separarán los malos de entre los justos". Aunque en otro lugar diga (Mt 25) que El mismo los separará como separa el pastor las ovejas de los cabritos, dice aquí, sin embargo, lo mismo que en la parábola de la cizaña, que esto lo harán también los ángeles.

Jesús les dijo: "¿Habéis entendido todas estas cosas?". Ellos dijeron: "sí". Y les dijo: "Por eso todo escriba instruido en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas"

12. Después de haberse retirado las gentes, habla el Señor a sus discípulos en parábolas, de las que habían adquirido conocimientos suficientes para comprender lo que él les decía. Por eso les pregunta: "¿Habéis entendido todas estas cosas?" Y ellos dijeron: "Sí". En seguida los alaba el Señor porque le han comprendido y por eso dice: "Todo escriba saca de un tesoro cosas nuevas y viejas".

Y cuando Jesús hubo acabado estas parábolas, se fue de allí. Y vino a su patria, y los instruía en la sinagoga de ellos, de modo que se maravillaban y decían: "¿De dónde este saber y maravillas? ¿Por ventura no es Este el Hijo del artesano? ¿No se llama su Madre María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas no están todas entre nosotros? ¿Pues de dónde a Este todas estas cosas?" Y se escandalizaban en El. Mas les dijo Jesús: "No hay Profeta sin honra sino en su patria y en su casa". Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos

13. Nazaret es la población a quien Jesús llama su patria, no porque hiciera en ella muchos milagros (como diremos más abajo), puesto que en Cafarnaúm es donde los hizo, sino porque en ella es donde expuso su doctrina, que causó no menos admiración que los milagros. En todo eran ellos insensatos, rebajándole por el oficio que tenía el que juzgaban era su padre, a pesar de que sabían por la historia antigua muchos ejemplos de hombres nobles cuyos padres eran de baja esfera. David fue hijo de un labrador, de Jesé; Amós, de un pastor, y él mismo fue también pastor. Precisamente por esto tenía más mérito, porque a pesar de la humildad de su padre hablaba cosas tan sublimes; lo cual da a entender con toda claridad que lo que él era, no era resultado de la educación humana, sino de la gracia de Dios. Pero mirad la mansedumbre de Cristo: no los ultraja, sino que les responde con mucha dulzura; y por eso sigue: "No hay profeta sin honra, sino en su patria y en su casa". Y si le convenía que lo admiraran por sus milagros, ¿por qué no los hizo? Porque él no hacía milagros por pura ostentación, sino para utilidad de otros. Mas no resultando ninguna utilidad, despreció lo que le era personal, a fin de no aumentar la culpabilidad de ellos. ¿Y por qué hizo algunos? Para que no dijeran: indudablemente hubiéramos creído si hubiera hecho milagros.

XIV
Comentario de Mateo 14

Herodes el Tetrarca, oyó la fama de Jesús, y dijo a sus criados: "Este es Juan el Bautista, que resucitó de entre los muertos, y por eso virtudes obran en El". Porque Herodes había hecho prender a Juan, y atado, ponerle en la cárcel por causa de Herodías, mujer de su hermano. Porque le decía Juan no es lícito tenerla. Y queriéndole matar, temió al pueblo porque le miraban como a un profeta

1. No sin causa marca el evangelista en este pasaje la época: es para darnos a conocer el orgullo y la indiferencia de este tirano, quien no trató de informarse en seguida de quién era Cristo, sino después de pasado muchísimo tiempo. Es precisamente lo que acontece a aquellos que están en el poder, que rodeados de aduladores y entregados al orgullo, miran su salvación como un negocio de escaso interés. Mirad cuán grande cosa es la virtud. Herodes tuvo miedo de Juan a pesar de estar muerto, y por eso habla de su resurrección: "Y dijo a sus criados: Este es Juan". Y no nos refiere el evangelista esta historia como una cosa principal, puesto que su objeto es hablarnos solamente de Cristo, sino porque este hecho está relacionado con la historia del Salvador. Dice, pues: "Herodes mandó prender a Juan, y atado". No se dirige, sin embargo, a la mujer, sino al hombre, porque éste era la causa más principal. Mas el día del nacimiento de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y agradó a Herodes. Por lo que prometió con juramento, que le daría todo lo que le pidiese. Y ella, prevenida por su madre, dijo: "Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista". Y el rey se entristeció, mas por el juramento, y por los que estaban con él a la mesa, se la mandó dar. Y envió e hizo degollar a Juan en la cárcel. Y fue traída su cabeza en un plato, y dada a la muchacha, y ella la llevó a su madre. Y vinieron sus discípulos y tomaron su cuerpo y lo enterraron, y fueron a dar la nueva a Jesús. Dos son los crímenes de esta joven: el danzar y el haber danzado de manera que, agradando al rey, pudiese pedir como recompensa la muerte. Y ved aquí la crueldad de la obscena bailarina y la molicie de Herodes, porque se hace a sí mismo responsable de un juramento y la hace a ella dueña de la demanda, y si se entristeció, fue porque sabía que en esa demanda iba envuelto un crimen. Por eso sigue: "Y el rey se entristeció", etc. Aun entre los malos es digna de admiración y de alabanza la virtud. Y si él temía tener testigos de su perjurio, ¡cuánto más debió temer tener tantos testigos de una muerte impía! Observad cómo los discípulos de Juan tienen más familiaridad con Jesús. Ellos son los que le anunciaron lo acontecido a Juan. Por eso sigue: "Y vinieron sus discípulos a dar la noticia a Jesús". Renunciando a todos los otros, se acogen a él y de esta manera se dirigen a El poco a poco después de la desgracia y de la respuesta dada por el Señor.

Cuando lo oyó Jesús se retiró de allí en un barco a un lugar desierto apartado; y habiéndolo oído las gentes, le siguieron a pie de las ciudades. Y cuando salió, vio una grande multitud de gente, y tuvo de ellos compasión, y sanó los enfermos de ellos

2. O también hizo esto porque quiso hacer aun muchas cosas de una manera humana, no habiendo llegado aún el tiempo de descorrer el velo para descubrir su Divinidad. Y por esta razón, aunque él sabía el acontecimiento antes de que se lo dijeran (Mt 16), no se retiró, hasta que se lo anunciaron, para de esta manera demostrar la verdad de su Encarnación, y hacerla creer no sólo con palabras sino con obras. Y al retirarse no se fue a una ciudad, sino a un desierto, y en un barco para que nadie le siguiese; pero las gentes no le abandonan ni aun así, sino que le siguen, sin que les aterrase lo que había sucedido con Juan. Y por eso sigue: "Y habiéndolo oído las gentes le siguieron". Y por esta razón recibieron en seguida la recompensa. Por eso sigue: "Y cuando salió, vio una grande multitud de gente, y tuvo de ellos compasión, y sanó los enfermos de ellos". Aunque era mucho el cariño de aquellos que abandonaban las ciudades y le buscaban con ansiedad, sin embargo, lo que el Señor hizo en favor de ellos excede a cuanto pudieron merecer, y por eso nos pone su misericordia como causa de esas curaciones. Y es, en efecto, un rasgo de su grande misericordia el curar a todos sin exigirles la fe.

Venida la tarde se llegaron a él sus discípulos y le dijeron: "Desierto es este lugar y la hora ya pasada: despacha las gentes para que pasando a las aldeas se compren qué comer". Y les dijo Jesús: "No tienen necesidad de irse: dadles vosotros de comer". Le respondieron: "No tenemos aquí, sino cinco panes y dos peces". Jesús les dijo: "Traédmelos aquí". Y habiendo mandado a la gente que se recostase sobre el heno, tomó los cinco panes y los dos peces, y alzando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes, y los dio a los discípulos y los discípulos a las gentes. Y comieron todos y se saciaron. Y alzaron las sobras, doce cestos llenos de pedazos. Y el número de los que comieron fue cinco mil hombres sin contar mujeres y niños

3. Las palabras anteriores no dieron más acierto a los discípulos, que aún hablan al Señor como a un hombre. Por eso sigue: "Le respondieron: No tenemos aquí sino cinco panes", etc. Vemos por estas palabras la cordura de los discípulos, que les hace despreciar la comida, porque siendo ellos doce, tenían cinco panes y dos peces. Miraban, efectivamente, con desprecio las cosas materiales, y estaban poseídos de las espirituales. Pero como sus pensamientos aún eran terrenales, el Señor principia a enseñarles lo que era propio de su poder. Por eso sigue: "Jesús les dijo: traédmelos aquí", etc. ¿Por qué para alimentar a la multitud no saca los panes de la nada? Sin duda para cerrar la boca a Marción y a los maniqueos, que miran a las criaturas como cosas extrañas a Dios, y para manifestar por sus obras que todo lo visible es obra y creación suya, y hacernos ver de este modo que él es el que da los frutos y el que dijo al principio del mundo: "Que la tierra germine hierba verde" (Gén 1,11). Porque no es menor obra que ésta la que ahora va a hacer, porque indudablemente no es operación más pequeña el alimentar con cinco panes y dos peces a tan numerosa multitud, que el hacer que la tierra produzca frutos, y las aguas reptiles y otros seres animados; todo lo cual nos prueba que El es Señor de la tierra y del mar. El ejemplo de los discípulos debe enseñarnos que aunque sea poco lo que poseamos, conviene que lo distribuyamos entre los necesitados; porque al mandar el Señor a sus discípulos que trajeran los cinco panes, no dicen éstos: Y nosotros, ¿con qué apagaremos nuestra hambre? Y por eso sigue: "Y habiendo mandado a la gente que se recostase sobre el heno, tomó los cinco panes y los dos peces, y alzando los ojos al cielo, bendijo". ¿Y por qué alzó los ojos al cielo y bendijo? Porque quiso hacernos ver que El venía del Padre y era igual a él, demostraba que era igual al Padre por el poder, y que venía del Padre refiriéndolo todo a él, e invocándolo en todas sus obras. Y para demostrar las dos cosas, unas veces obra los milagros con poder y otras con súplicas. Es de advertir, que para las cosas pequeñas alza los ojos al cielo, y en las cosas mayores obra con su poder; así cuando perdonó pecados, resucitó muertos, dio vista a ciegos de nacimiento (obras todas propias de Dios), no lo hizo con súplicas; pero en la multiplicación de los panes (obra menor que todas las anteriores) alzó los ojos al cielo, a fin de enseñarnos que su poder, aun en las cosas pequeñas, le viene únicamente del Padre. También nos enseña que antes de ponernos a comer debemos dar gracias a Dios que nos da la comida, y por esta razón levantó los ojos al cielo. Los discípulos tenían ejemplos de otra multitud de milagros, pero de éste no tenían ninguno. En lo cual no sólo honró el Señor a sus discípulos, sino que quiso que no fueran incrédulos a la vista de este milagro, que no debían olvidar aun después de verificado, puesto que tenían por testigos de él a sus mismas manos. Y por tanto deja que las gentes sientan, primeramente, la necesidad del hambre, se le acerquen sus discípulos y le pregunten. Y recibió los panes de sus mismas manos para que fuesen muchas las pruebas del milagro que hacía y tuviesen muchos motivos para recordarlo. Y no les dio más que los panes y los peces, y de todo esto hizo participar a todos igualmente, para enseñarnos la humildad, la economía y la caridad, que mira todas las cosas como comunes a todos. Y los panes y los peces aumentaban en las manos de los discípulos. Por eso sigue: "Y comieron todos". Mas no consistió sólo en esto el milagro, sino que hizo que sobraran no panes, sino pedazos de pan, a fin de hacer ver que estos restos eran de los panes, que debían anunciar a los ausentes la realidad del milagro y convencer a todos de que no era una quimera este prodigio. Por eso sigue: "Y alzaron las sobras, doce cestos llenos de pedazos". E hizo que sobraran doce cestos, para que Judas se llevase también el suyo. Entregó los fragmentos sobrantes a los discípulos y no a las gentes, porque las disposiciones de éstas eran aun más imperfectas que las de los discípulos. La mayor gloria del pueblo fue el que estuvieran presentes, cuando quedaron estas sobras, las mujeres y los niños.

Jesús hizo subir luego a sus discípulos en el barco, y que pasasen antes que El a la otra ribera del lago, mientras despedía la gente, y luego que la despidió, subió a un monte solo a orar. Y cuando vino la noche, estaba El allí solo. Y el barco, en medio de la mar, era combatido de las ondas; porque el viento era contrario. Mas a la cuarta vigilia de la noche, vino Jesús hacia ellos, andando sobre el mar. Y cuando le vieron andar sobre la mar, se turbaron y decían: "que es fantasma". Y de miedo comenzaron a dar voces. Mas Jesús les habló al mismo tiempo y dijo: "Tened buen ánimo: yo soy, no temáis". Y respondió Pedro y dijo: "Señor, si tú eres, mándame venir a Ti sobre las aguas". Y él le dijo: "ven". Y bajando Pedro del barco, andaba sobre el agua para llegar a Jesús. Mas viendo el viento recio, tuvo miedo; y como empezase a hundirse, dio voces diciendo: "valedme, Señor". Y luego, extendiendo Jesús la mano, trabó de él y le dijo: "hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Y luego que entraron en el barco, cesó el viento. Y los que estaban en el barco, vinieron y le adoraron diciendo: "Verdaderamente Hijo de Dios eres"

4. Queriendo dar una prueba contundente de la veracidad de lo que había acontecido, ordenó a los que habían presenciado el milagro de la multiplicación de los panes que se apartaran de él. El por su parte se retiró al monte a orar, porque estando presente se podía pensar que el milagro había sido una fantasía y no había acontecido realmente, pero esto no sucedería si se ausentaba. Es necesario tener presente que cuando el Señor obra cosas grandes despacha a las multitudes, dándonos a entender con este proceder, que jamás debemos buscar el aplauso popular ni hacer que nos siga la multitud. También nos enseña que no debemos confundirnos continuamente con ella, ni alejarnos siempre de ella, sino que debemos practicar sucesivamente las dos cosas. Por eso sigue: "Y luego que despidió la gente, subió a un monte solo", etc., hecho que nos dice cuán buena es la soledad para la oración. Por esto se marchó al desierto y permaneció allí en oración toda la noche, para darnos a entender que debemos buscar para dirigir nuestras súplicas las ocasiones y los sitios tranquilos. Ved aquí otra vez a los discípulos expuestos a la tempestad; pero en la primera tenían al Salvador a su lado en el barco, mas ahora están solos; de esta manera van poco a poco aprendiendo a sufrir con valor todos los contratiempos. Y permite que estuvieran toda la noche en peligro, para de esta manera levantar más el corazón de los discípulos con el temor y suscitar en ellos un deseo grandísimo de tener siempre presente al Señor y de que los socorriese continuamente. Por eso no los ayudó en el acto. Prosigue: "Mas a la cuarta vigilia". De esta manera les enseña el Señor a no buscar una rápida solución a los males que nos sobrevengan, y a sufrirlos con valor cuando vinieren. Cuando los discípulos creían que se habían salvado del naufragio, aumentó su temor. Por eso sigue: "Y cuando le vieron se turbaron", etc. Tal es la conducta del Señor; advierte con las cosas más difíciles siempre que va a poner fin a algún mal. Porque no queriendo probar por más tiempo al justo y tocando al fin sus combates, aumentan las dificultades para que sus méritos sean mayores; así ocurrió con Abraham, a quien mandó como última prueba la inmolación de su hijo. Cristo no se dio a conocer a sus discípulos hasta que gritaron. Porque cuanto mayor fuese su temor, mayor sería su alegría al verle presente. Por eso sigue: "Mas Jesús les habló al mismo tiempo y les dijo: "Tened buen ánimo: yo soy, no temáis"; palabras que calmaron el temor de los discípulos y les infundieron confianza. Mirad cuán grande es su fervor, cuán grande es su fe; no dijo "ruega", "suplica", sino "manda". Porque no solamente creyó que Cristo podía andar sobre las aguas, sino también hacer que otros anduviesen y deseó vivamente ir a él, no para que hiciera ostentación de este prodigio, sino por el grande amor que tenía a Jesús. Porque no dijo: "mándame andar sobre las aguas, sino mándame ir a ti". Es evidente que, en el milagro de andar sobre las aguas, se ve el dominio del Señor sobre el mar; pero aun es superior a ese el milagro siguiente: "Y él le dijo: ven. Y bajando Pedro del barco, andaba sobre el agua". Pedro, después de haber vencido la mayor dificultad, esto es, el andar sobre las aguas, se asusta en lo que era menos difícil, esto es, en el embate del viento. Por eso sigue: "Mas viendo el viento recio tuvo miedo". Porque así es la naturaleza humana. Frecuentemente obra bien en las cosas grandes y es digna de reprensión en las insignificantes. El temor de Pedro marca una diferencia grande entre el Maestro y el discípulo, pero al mismo tiempo calmaba a sus compañeros. Ya no habían visto con buenos ojos que los dos hermanos se sentasen a la derecha del Señor (Mt 20). Aun más se hubieran disgustado en este caso. Esto se debía a que aún no estaban llenos del Espíritu Santo; pero después que tuvieron ese Espíritu, reconocieron el primado de Pedro y le dieron la presidencia en todas sus reuniones. No mandó el Señor a los vientos que se calmasen, sino que extendió su mano y asió a Pedro, porque era necesario que tuviese fe. Porque cuando nos falta a nosotros lo que es propiamente nuestro, lo que es de Dios jamás falta y para manifestarle que no era el furor del viento sino su poca fe lo que le hacía temer por su vida, le dice: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Se trata de palabras que dan a entender que, si hubiera tenido mucha fe, no hubiera temido que el viento lo dañase. Y así como una madre recoge con sus alas y mete de nuevo en el nido al pollo que se sale del nido antes de tiempo y que está a punto de caer, así también lo hizo Cristo. Por eso sigue: "Y luego que estuvieron en el barco, le adoraron diciendo: "Verdaderamente, Hijo de Dios eres". Ved cómo el Señor va enseñando poco a poco a todos hasta en las cosas más elevadas. Antes reprende al mar y ahora demuestra más su poder andando sobre el mar, mandando a otro andar también y salvándolo cuando peligraba. Por eso decían de El: "Verdaderamente Hijo de Dios es", cosa que hasta entonces no habían dicho.

Habiendo pasado a la otra parte del lago, fueron a la tierra del Genesar. Y después que le conocieron los hombres de aquel lugar, enviaron por toda aquella tierra y le presentaron todos cuantos padecían algún mal. Y le rogaban que les permitiese tocar siquiera la orla de su vestido. Y cuando la tocaron, quedaron sanos

5. Nos manifiesta el evangelista, que después de una larga ausencia llegó el Señor a aquel país y por eso sigue: "Y después que lo conocieron". Y no lo hacían como para probarlo, ni le arrastraban a las casas, ni le exigían la imposición de las manos, sino que lo atraían por su gran fe. Por eso sigue: "Y le presentaron cuantos padecían algún mal y le rogaban que les permitiese tocar siquiera la orla de su vestido". La mujer, que padecía el flujo de sangre, fue la que enseñó a todos que, tocando la orla del vestido de Cristo, se alcanzaba la salud. Se ve claramente por lo dicho anteriormente, cómo no desapareció, durante la ausencia del Señor, la fe de esos hombres, sino que aumentó, y por esta fe tan grande fueron todos sanados. Por eso continúa: "Y cuantos la tocaron quedar sanos". Mas nosotros, no sólo tenemos la orla o vestido de Cristo, sino también su cuerpo para que lo comamos. Consiguientemente, si recibieron tan grande virtud los que tocaron la orla del vestido de Cristo, mucho mayor será la que tendrán los que reciban al mismo Cristo todo entero.

XV
Comentario de Mateo 15

Llegaron a él unos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: "¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los ancianos? Pues no se lavan las manos cuando comen pan". Y él respondiendo, les dijo: "Y vosotros, ¿por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? pues Dios dijo: Honra al padre y a la madre. Y: Quien maldijere al padre o a la madre, muera de muerte. Mas vosotros decís: Cualquiera que dijere al padre o a la madre: Todo don que yo ofrezco a ti aprovechará. Y no honrará a su padre o a su madre: y habéis hecho vano el mandamiento de Dios por vuestra tradición"

1. Designa el evangelista aquí la época para manifestar la inefable perversidad de ellos, superior a la de todo hombre. Se llegan ellos al Señor cuando ven los muchos milagros que obra y los muchos enfermos que se curan con sólo tocar la orla de su vestido. Y cuando se dice que los escribas y fariseos vinieron de Jerusalén, no debemos olvidar que estaban diseminados por todas las tribus y que los peores de todos eran los que habitaban en la metrópoli, en atención a que gozaban de mayores honores y eran por lo mismo más soberbios. Mirad cómo son cogidos en su misma pregunta. Porque no dicen: por qué traspasan la ley de Moisés; sino: la tradición de los ancianos. Por donde se ve bien claro que los sacerdotes introducían muchas novedades, a pesar de haber dicho Moisés (Dt 4,2): "No añadiréis nada a la palabra que os propongo hoy, ni quitaréis nada de ella" y cuando les convenía quedar exentos de ciertas observancias, se comprometían con otras nuevas, por temor de que alguno les usurpara el poder supremo, queriendo ser más temibles, como si fueran ellos los legisladores. Precisamente los discípulos comían sin lavarse las manos porque despreciaban todo lo superfluo y sólo atendían a lo necesario y no tenían por precepto de la ley el lavarse o no lavarse. Practicaban lo uno y lo otro, según se presentaban las ocasiones. Porque ¿cómo se habían de ocupar de estas superficialidades los que despreciaban hasta el alimento indispensable? Mas Cristo no se excusó, sino que les replicó inmediatamente, haciéndoles ver que aquellos que cometían las faltas más grandes no debían preocuparse de las faltas ligeras cometidas por otros y por eso sigue: "Y El respondiendo, les dijo: Y vosotros, ¿por qué traspasáis?" No les dice que los discípulos obren bien con esta infracción, a fin de no dar a los judíos motivo para calumniar, ni tampoco condena a los discípulos, por evitar el que creyeran que aprobaba semejantes tradiciones; ni acusa a los ancianos porque hubieran rechazado esa acusación como injuriosa, sino que hace recaer su reprensión sobre los que habían venido a verlo. Y con respecto a los ancianos que habían establecido esa tradición, dice: "Y vosotros, ¿por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?" Como si dijer que quiso el Señor manifestar la necesidad de honrar a los padres y por esta razón manda premiar al que observe este precepto mientras que el que lo quebrante padecerá. Y el premio que promete a los que honran a sus padres consiste en una larga vida sobre la tierra y la pena que sufrirán los que los abandonan, será tan terrible que los llenará de asombro a ellos mismos, y convertirá a otros. Por eso añade: "Y quien maldijere al padre o a la madre, muera de muerte". Son palabras que nos dicen bien claro que esa clase de gente es digna de la pena de muerte. De aquí se sigue que, si el que deshonra a sus padres de palabra es digno de muerte, mucho más dignos de muerte sois vosotros que los deshonráis con vuestras obras. Y no sólo deshonráis a los padres, sino que enseñáis a otros a hacer lo mismo. ¿Cómo, pues, vosotros, que debéis morir, acusáis a mis discípulos? Además, el Señor les manifiesta cómo ellos infringen el mandamiento de Dios, cuando añade: "Y cualquiera que dijere al padre o a la madre: Todo don que yo ofrezco a ti aprovechará".

"Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo con los labios me honra, mas el corazón de ellos está lejos de mí. Y en vano me honra, enseñando doctrinas y mandamientos de hombres". Y habiendo convocado a sí a las gentes, les dijo: "Oíd y entended. No ensucia al hombre lo que entra en la boca, mas lo que sale de la boca, eso ensucia al hombre"

2. Había demostrado el Señor que no eran dignos los fariseos de acusar a los que infringían los mandamientos de los ancianos puesto que ellos mismos violaban la ley de Dios. Ahora insiste de nuevo en esta misma demostración valiéndose del profeta. Por eso dice: "Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías". Después de haber recargado el Señor la acusación de los fariseos con el testimonio del profeta y viendo que no se corregían, no les habla más y se dirige al pueblo: "Y habiendo convocado a sí a las gentes, les dijo: Oíd y entended". Como les va a exponer un dogma elevado y lleno de profunda filosofía, no se contenta con anunciarlo simplemente, sino que los prepara para que reciban su discurso, ya manifestando el honor y la solicitud que tiene para con el pueblo -cosa que expresa el evangelista, por las palabras: "Y habiendo convocado a sí a las gentes, etc."- ya también por las circunstancias en que se encuentra, puesto que propone su ley a fin de que sea más aceptable, después de haber resucitado muchos muertos y después de haber triunfado de los fariseos. Y no se contenta con llamar al pueblo, sino que gana su atención con las palabras: "Oíd y entended"; esto es, atended y levantad vuestros corazones para oír esto. Y no les dijo que no había necesidad de distinguir entre los manjares, ni les añadió que no eran acertadas las prescripciones de Moisés; sino que, valiéndose del testimonio de la naturaleza de las mismas cosas, les habla como amonestándolos y aconsejándolos: "No ensucia al hombre lo que entra en la boca, etc."

Llegando a él sus discípulos, le dijeron: "¿Sabes que los fariseos se han escandalizado cuando han oído esta palabra?" Mas él respondiendo dijo: "Toda planta que no plantó mi Padre celestial, arrancada será de raíz. Dejadlos, ciegos son, y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, entrambos caen en el hoyo"

3. Los fariseos después de haber comprendido lo que el Señor les acababa de decir, no lo volvieron a contradecir. Porque quedaron completamente convencidos no sólo con los argumentos que les puso, sino también haciéndoles ver sus engaños y malicia, Sin embargo, se escandalizaron, no las gentes, sino los fariseos, por eso se dice: "Entonces llegándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se han escandalizado cuando han oído esta palabra?". Cristo no destruyó el escándalo de los fariseos, sino más bien los acusó por el escándalo. Por eso sigue: "Mas él, respondiendo, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, arrancada será de raíz". Los maniqueos sostienen que estas palabras recaen sobre la ley; pero semejante modo de pensar está en oposición con lo que se ha dicho antes. Porque si efectivamente habla aquí el Señor de la ley, ¿cómo más arriba hubiera podido defender la ley, diciendo (Mt 15,3): "¿Por qué traspasáis el mandamiento de Dios a causa de vuestra tradición?" ¿Con qué objeto hubiera alegado las palabras del profeta? Y si Dios dijo (Ex 20,12): "Honra a tu padre y a tu madre", ¿diremos que esta ley de Dios no es planta de Dios?

Respondiendo Pedro, le dijo: "explícanos esa parábola". Y dijo Jesús: "¿aun también vosotros sois sin entendimiento? ¿No comprendéis que toda cosa que entra en la boca, va al vientre, y es echado en un lugar secreto? Mas lo que sale de la boca, del corazón sale, y esto ensucia al hombre. Porque del corazón salen los pensamientos malos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias. Estas cosas son las que ensucian al hombre. Mas el comer con las manos sin lavar, no ensucia al hombre"

4. Lo reprende el Señor, no porque su pregunta se apoyase en alguna duda, sino en el escándalo de los fariseos. Las gentes no comprendieron lo que les había dicho y los discípulos se escandalizaron. De aquí el que le preguntaran como de parte de los fariseos, y el que al oír cosas tan elevadas como: "Toda planta que no plantare mi Padre celestial, será arrancada de raíz" (Mt 15,13) fueran reprendidos. Pero Pedro, que era fogoso, no se calla tan fácilmente y por eso el Señor lo reprende y le dice el motivo de su reprensión en estos términos: "¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre y es echado en un lugar secreto?". Al decir el Señor estas cosas a sus discípulos, les responde aún según la enfermedad de los judíos. Porque les dice que el alimento sale y no queda. Y aunque permaneciera, no ensuciaría el cuerpo. Pero ellos no podían comprender esto. Por eso Moisés les había dicho que se considerase como impuro todo el tiempo en que permanecían dentro los alimentos y les manda lavarse por la tarde, por ser éste el tiempo que media entre la digestión y la expulsión de los alimentos. Lo que está dentro del corazón permanece en el hombre y no sólo lo que queda, sino lo que sale del hombre puede ensuciarlo, y mucho más lo que sale. Por eso añade: "Del corazón salen los pensamientos malos". Y pone en primer lugar los pensamientos malos, por el vicio que tenían los judíos de tender lazos al Señor. Mas el Señor no dijo que no ensucia al hombre el comer manjares prohibidos por la ley, a fin de que no pudieran contradecirlo, sino que concluye con aquello mismo sobre que versaba la cuestión.

Saliendo Jesús de allí, se fue a las partes de Tiro, y de Sidón. Y he aquí una mujer Cananea, que había salido de aquellos términos, y clamaba diciéndole: "Señor, hijo de David, ten piedad de mí: mi hija es malamente atormentada del demonio". Y El no respondió palabra. Y llegándose sus discípulos, le rogaban y decían: "Despáchala, porque viene gritando en pos de nosotros". Y El respondiendo dijo: "No soy enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel". Mas ella vino y le adoró diciendo: "Señor, valedme". El respondió y dijo: "No es bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros". Y ella dijo: "Así es, Señor, mas los perros comen de las migajas que caen de la mesa de su señor": Entonces respondió Jesús, y le dijo: "Oh mujer, grande es tu fe: hágase contigo como quieres; y desde aquella hora fue sanada su hija"

5. Es digna de atención la conducta del Señor, quien en el momento en que separó a aró a los judíos de la observancia sobre los alimentos, abrió la puerta a los gentiles. Así también Pedro recibió en una visión la orden de abolir esa ley, e inmediatamente fue enviado a Cornelio (Hch 10,5). Pero si alguno pregunta: ¿Cómo es que después de haber dicho el Señor a sus discípulos que no fueran por los caminos de los gentiles, ahora El mismo va por ese camino? Contestaremos en primer lugar, que el Señor no estaba sujeto al precepto que dio a los discípulos, y además porque no fue allí a predicar y por eso dice Marcos (Mc 7,24) que se ocultó a sí mismo. El evangelista la llama cananea, a fin de hacer ver la influencia que en ella ejercía la presencia de Cristo. Los cananeos que habían sido expulsados para que no pervirtieran a los judíos, se mostraron en esta ocasión más sabios que los judíos, saliendo fuera de sus fronteras y acercándose a Cristo. Mas esta mujer, luego que se hubo acercado a Cristo, no le pidió más que misericordia. Por eso sigue: "Y clamaba diciéndole: Señor, hijo de David, ten piedad de mí". Yo presumo que se entristecieron los discípulos ante la desgracia de la mujer pero no se atrevieron, sin embargo, a decir: Dale esa gracia, cosa que nos sucede a nosotros con frecuencia. Queremos persuadir a alguno y sin embargo, le decimos muchas veces lo contrario de lo que queremos. Mas, respondiendo Jesús mismo dice: "No soy enviado sino a las ovejas de Israel". Pero al ver la mujer que nada podían los apóstoles, perdió la vergüenza, dichosa vergüenza. Antes no se atrevía a presentarse delante del Señor. Por eso sigue: "Porque viene gritando en pos de nosotros". Mas cuando parecía que se retiraría llena de angustia, entonces se acerca más al Señor. Por eso sigue: "Mas ella vino y le adoró". Y por esto no dijo: Ruega, o suplica a Dios, sino, oh Señor, ayudadme. Y cuanto más aumentaba la mujer sus súplicas, tanto menos atendía él a sus súplicas. Y no llama ovejas a los judíos, sino hijos. Mas a ella perro. "Y él respondiendo dijo: no está bien". ¡Mirad la sabiduría de la mujer! No se atrevió a contradecir, ni se entristeció por las alabanzas de los otros, ni se abatió por las cosas sensibles que la echaron en cara. Por eso sigue: "Mas ella dijo: Es verdad, Señor; pero también los perros comen de las migajas que caen de las mesas de sus señores, etc.". Había dicho él: "No es bien" y ésta dijo: "Así es, Señor". Él llama hijos a los judíos y ella, señores. Él llamó perro a esta mujer y ella añadió la cualidad de los perros, como si dijera: si soy perro, no soy extraña; me llamas perro, aliméntame tú como a un perro. Yo no puedo abandonar la mesa de mi Señor. Por esta razón, se retardaba el Señor, él sabía que ella le hablaría de esa manera y no quería que quedara oculta tan grande virtud. Por eso sigue: "Entonces respondió Jesús y le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe: hágase contigo como quieres!" Como si dijera: tu fe puede comprender cosas mayores que éstas, pero entretanto hágase contigo como tú quieres. Observad que esta mujer influyó no poco en la curación de su hija y por eso no dijo Cristo: Sea curada tu hija, sino: "Tu fe es grande: hágase contigo como quieres". De esta manera nos da a entender la sencillez de corazón con que hablaba esa mujer, no para adular al Señor, sino para manifestarle su gran fe. Esta palabra de Cristo es parecida a aquella otra: "Hágase el firmamento y fue hecho" (Gén 1,6). Por eso sigue: "Y desde aquella hora fue sanada su hija". ¡Mirad cómo alcanza la mujer lo que no obtuvieron los apóstoles. Tan gran poder tiene la insistencia en la oración! y Dios prefiere que le dirijamos a él nuestras súplicas por nuestros pecados, a que nos valgamos de las súplicas de otros.

Habiendo salido Jesús de allí, vino junto al mar de Galilea: y subiendo a un monte, se sentó allí. Y se llegaron a él muchas gentes, que traían consigo mudos, ciegos, cojos, mancos y otros muchos: y los echaron a sus pies, y los sanó: de manera que se maravillaban las gentes, viendo hablar los mudos, andar los cojos, ver los ciegos: y loaban en gran manera al Dios de Israel

6. Son de considerar las idas y venidas del Señor de un punto a otro con el objeto de curar a los enfermos. Unas veces se sienta y los está esperando y por esta razón se añade oportunamente: "Y se dirigieron a él". En dos cosas demostraban éstos su fe: en subir al monte y en la persuasión que tenían de que no necesitaban, para ser curados, más que arrojarse a los pies del Señor. Y no se contentan con tocar la orla de su vestido, sino que dan pruebas de una fe más elevada. Y por eso se añade: "Y se echaron a los pies del Señor". Y tardó algún tiempo en curar a la hija de la cananea, para hacer patente la virtud de esta mujer y a éstos los curó en seguida, no porque eran mejores, sino para acallar a los judíos infieles. Por eso sigue: "Y los sanó a todos". La multitud de curaciones y la facilidad con que las hacía, llenó de estupor a todos, de suerte que toda la gente se admiraba al ver que hablaban los mudos.

Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: "Tengo compasión de estas gentes, porque ha ya tres días que perseveran conmigo, y no tienen qué comer: y no quiero despedirlas en ayunas, porque no desfallezcan en el campo". Y le dijeron los discípulos: "¿Cómo podremos hallar, en este desierto tantos panes que hartemos tan grande multitud de gente?" Y Jesús les dijo: "¿Cuántos panes tenéis?" Y ellos dijeron: "Siete, y unos pocos pececillos". Y mandó a la gente recostarse sobre la tierra. Y tomando los siete panes y los peces, y dando gracias los partió, y dio a sus discípulos, y los discípulos dieron al pueblo. Y comieron todos, y se hartaron. Y de los pedazos que sobraron, alzaron siete espuertas llenas. Y los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin los niños y mujeres

7. No se atrevía a pedir pan el pueblo, que había venido para obtener curación. Por eso el Señor, que ama a los hombres y cuida de todos, da pan aun a aquellos que no se lo piden. Por esta razón dice: "Tengo compasión de estas gentes" y para indicar que esa gente no traía alimento alguno para el camino, añade: "Porque ha tres días que perseveran conmigo y no tienen qué comer" Y aun cuando lo hubieran traído, lo natural es que se les hubiese terminado. Por eso el Señor no hizo el milagro en el primero o segundo día, sino en el tercero, cuando la comida ya se había terminado, a fin de que, viéndose ellos en tal apuro, apreciasen más el beneficio que recibían. Las palabras del Señor: "Y no quiero despedirlas en ayunas", etc. evidencian aún más la gran distancia de donde venían y la falta de alimentos. El Señor no hizo el milagro a continuación de las palabras: "No quiero despacharlas en ayunas", con el objeto de que los discípulos prestaran más atención, mediante la pregunta que ellos hacían y la respuesta que les dio el Señor, para que brillara más su fe y para que le dijeran: "Haz los panes". Y aunque Cristo hizo muchas cosas que recordaban a los discípulos el primer milagro, como el servir ellos en las mesas y distribuir los cestos, sin embargo, aún estaban muy imperfectamente dispuestos, como se ve claramente por estas palabras. Y los discípulos dijeron: "¿Cómo podremos hallar?", etc. Dijeron ellos esto a causa de la enfermedad de sus pensamientos, a pesar de que no podían dudar del milagro por lo que les acaba de decir el Señor: hizo el Señor este milagro en un sitio solitario y distante de todo caserío, con el objeto de que nadie pudiera sospechar que había recibido la comida de alguna casa o aldea vecina. Y pregunta a sus discípulos, a fin de elevar sus almas y de recordarles (o de avisarles) por la pregunta el milagro anterior, del que ellos habían sido testigos y por eso sigue: "Y Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: "siete", etc. No añaden, como dijeron antes: "¿Y qué son estos panes entre tanta gente?" (Jn 6,9), porque iban adelantando poco a poco. Sin embargo, aún no lo comprenden todo. Es digno de admiración el amor que tenían los apóstoles a la verdad, puesto que aun en sus mismos escritos no ocultan sus grandes defectos y no hay acusación tan grave o falta tan notable como la suya por haber olvidado tan pronto el prodigio tan grande que obró el Señor. También es de admirar en ellos otra prueba de su sabiduría: vencían el hambre, sin tener apenas en cuenta la necesidad de comer. Porque en el desierto, donde vivían ya tres días, no contaban con más alimentos que con siete panes. Otras muchas cosas hizo el Señor parecidas a las del primer milagro, pues hizo que se sentaran en tierra y que los panes se aumentaran en las manos de sus discípulos. Por eso sigue: "Y mandó a la gente recostarse sobre la tierra". Mas no es semejante el fin de los dos milagros. Por eso sigue: "Y de los pedazos que sobraron, alzaron siete espuertas llenas: y los que comieron fueron cuatro mil". ¿Por qué fueron menos las sobras en este milagro que en el primero, aunque fueron en menor número los que comieron? O es porque las espuertas eran mayores que los canastos o para que esta diferencia les sirviese para recordar los dos milagros, o también por la diferente significación que tenían las sobras en ambos milagros. En el primero sobraron tantos canastos cuantos eran los apóstoles y en el segundo, un número de espuertas igual al de los panes.

XVI
Comentario de Mateo 16

Despedida la gente, entró en un barco, y pasó a los términos de Magedán. Y se llegaron a él los fariseos y los saduceos para tentarle: y le rogaron que les mostrase alguna señal del cielo. Y él les respondió, y les dijo: "Cuando va llegando la noche decís: Sereno hará, porque rojo está el cielo. Y por la mañana: Tempestad habrá hoy, porque el cielo triste tiene arreboles: pues la faz del cielo sabéis distinguir, ¿y las señales de los tiempos no podéis saber? Generación perversa y adúltera señal pide, y señal no le será dada, sino la señal de Jonás, el profeta"; y los dejó, y se fue

1. El Señor despachó la gente después del milagro de los cinco panes. Lo mismo hace ahora, pero no se marchó a pie, sino en un barco, a fin de que no lo siguiese la gente. Por eso se dice: "Y despachada la gente se entró en un barco y pasó a los términos de Magedán". Así como las señales del buen tiempo son distintas de las del tiempo lluvioso, así sucede en mí. Porque ahora en mi primera venida tengo necesidad de esas señales que brillan sobre la tierra, pero las que brillarán en el cielo están reservadas para mi segunda venida. Ahora he venido como médico, entonces me presentaré como juez. Por esta razón he venido ahora como cubierto por un velo, mas luego, cuando se conmovieren todas las potestades del cielo, me presentaré con gran claridad. No es éste el tiempo de las señales, porque he venido a morir y a sufrir todo género de afrentas. Y por eso sigue: "Generación mala y adúltera señal pide y señal no le será dada". Convenía que los fariseos, que habían oído por segunda vez estas palabras, le preguntaran y le dijeran: "¿Qué es lo que tú dices?" Ellos no hacían esta pregunta llevados del deseo de instruirse y por eso el Señor los abandonó, de aquí sigue: "Y los dejó y se fue".

Pasando sus discípulos a la otra ribera, se habían olvidado de tomar panes. Jesús les dijo: "Mirad, y guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos". Mas ellos pensaban y decían dentro de sí: "¿Porque no hemos tomado panes?" Y Jesús, conociéndolo, les dijo: "Hombres de poca fe: "¿por qué estáis pensando dentro de vosotros, que no tenéis panes? ¿No comprendéis aun, ni os acordáis de los cinco panes para cinco mil hombres, y cuántos cestos alzasteis? ¿Ni de los siete panes para cuatro mil hombres, y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo no comprendéis que no por el pan os dije: guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos?". Entonces entendieron que no había dicho que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos

2. ¿Y por qué no dice sin rodeos: guardaos de la doctrina de los fariseos? Porque quería recordarles lo que había pasado en la multiplicación de los panes, cosa que ellos habían olvidado. Pero como no habían motivos directos para hacerlo y aprovechando la ocasión que ellos mismos le presentaban, les dio una reprensión que les fue más sensible. Por eso el evangelista nos pone delante los pensamientos de los discípulos en estas palabras: "Mas ellos pensaban y decían entre sí. Porque no hemos tomado panes". El Señor reprende con energía para provecho de todos a los apóstoles, por el apego que aún tenían a las observancias judaicas. Por eso sigue: "Y Jesús, conociéndolo, les dijo: Hombres de poca fe: ¿Por qué estáis pensando dentro de vosotros que no tenéis panes?". El Señor hace esto con los discípulos con el objeto de que no se preocupen de lo que han de comer. Pero, por qué no los reprendió cuando dijeron: ¿De dónde vamos a tomar en este desierto tantos panes? (Mt 15,33) Porque le pareció más oportuno, y además para que no creyesen que lo hacía con el objeto de entrometerse para hacer milagros, y porque no quería reprenderlos delante de la gente. Y esta acusación fue tanto más razonable, cuanto que, a pesar del doble milagro de los panes, aún dudaban los apóstoles sobre su alimento. Mirad cómo el Señor acompaña a la reprensión, la mansedumbre. Responde él mismo por los que reprende y lo hace como excusándolos con estas palabras: "¿No comprendéis aún ni os acordáis de los cinco panes para los cinco mil hombres y cuántos cestos alzasteis? ¿Ni los siete panes y cuatro mil hombres?". De esta manera les recuerda lo pasado y les avisa para el porvenir. Si queréis saber cuánto pudo en el corazón de los discípulos la reprensión de Cristo y cómo levantó sus adormecidas almas, escuchad las palabras del evangelista: "Entonces entendieron que no había dicho que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos". Y lo entendieron sin necesidad de interpretación. La reprensión, pues, del Señor, los retrajo de las observancias judaicas, hizo más diligentes a los perezosos, aumentó su poca fe, les dio valor para que no se apurasen cuando les faltara pan, para que no se preocuparan del alimento y para que consideraran todas esas cosas como dignas de desprecio.

Yendo Jesús a las partes de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" Y ellos respondieron: "Los unos, que Juan el Bautista; los otros, que Elías; y los otros, que Jeremías, o uno de los Profetas". Y Jesús les dice: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Respondió Simón Pedro y dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y respondiendo Jesús, le dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan: porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré la llave del reino de los cielos. Y todo lo que ligares sobre la tierra, ligado será en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos"

3. Dice Cesarea de Filipo y no simplemente Cesarea, porque hay otra Cesarea que es la de Straton. No es en esta última, sino en la primera, donde el Señor, alejándolos de los judíos, preguntó a sus discípulos, quienes dijeron sin temor y con toda libertad lo que pensaban. Mas no dice: ¿qué dicen los escribas y los fariseos de mí?, sino: ¿qué dicen los hombres de mí? Investiga la opinión del pueblo, porque no estaba inclinada hacia el mal. Y aunque su opinión sobre Cristo era inferior a la realidad, estaba, sin embargo, pura de toda malicia. No así la opinión de los fariseos, que era sumamente maliciosa. Después de haber referido los discípulos las opiniones del pueblo, el Señor vuelve a preguntarles por segunda vez, a fin de que formen una opinión más elevada sobre él. Por eso sigue: "Y Jesús les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Vosotros, repito, que estáis siempre conmigo y que habéis presenciado milagros más grandes que los que ha visto el pueblo, bajo ningún concepto debéis tener sobre mí la misma opinión que éste. En estas palabras vemos la razón que tuvo el Señor para no haberles hecho esa pregunta al principio de su predicación sí después de haber hecho tantos milagros y de haberles hablado de su divinidad. Cuando pregunta el Señor sobre la opinión del pueblo, contestan todos los apóstoles y cuando pregunta a los apóstoles, sólo contesta Pedro, boca y cabeza de todos ellos. Por eso sigue: "Respondió Simón Pedro y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Sería cosa inútil el decir: Tú eres hijo de Juan o de Joanna, si no fuese para manifestar que Cristo es tan naturalmente Hijo de Dios, como lo es Pedro de Juan, es decir, que es de la misma sustancia de aquel que le engendró. Ciertamente, si Pedro no hubiese confesado que Cristo fue engendrado realmente por el Padre, esta revelación no hubiese sido necesaria ni hubiese sido llamado bienaventurado por haber juzgado que Cristo era un hijo predilecto de tantos hijos adoptivos de Dios. Porque antes que Pedro, los que iban en el barco con Cristo, le dijeron: "Verdaderamente tú eres Hijo de Dios" (Mt 14,33). También Natanael había ya dicho: "Maestro, tú eres Hijo de Dios" (Jn 1,43), y sin embargo, no se llamaron bienaventurados, porque no confesaron la misma filiación que Pedro. Lo juzgaban como uno de tantos hijos, pero no verdaderamente como Hijo. Y aunque lo tenían como el principal de todos, no lo miraban, sin embargo, como de la misma substancia que el Padre. Ved, pues, cómo el Padre revela al Hijo y el Hijo al Padre y cómo no podemos conocer al Hijo sino por el Padre, ni al Padre más que por el Hijo, de donde resulta, que el Hijo es consustancial al Padre y debe ser adorado con el Padre. Partiendo de esta confesión, el Señor demuestra que muchos creerán lo mismo que ha confesado Pedro. De donde añade: "Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Es decir, sobre esta fe y sobre esta confesión edificaré mi Iglesia. Palabras que dan a entender, que muchos creerán en lo mismo que ha confesado Pedro. El Señor bendice las palabras de Pedro y le hace pastor. El Señor da otro nuevo honor a Pedro cuando le añade: "Y te daré a ti las llaves del Reino de los Cielos", que vale tanto como decir: Así como el Padre te concedió el que me conocieras, así también te doy yo alguna cosa, esto es, las llaves del Reino de los Cielos. Ved también cómo Cristo conduce a Pedro hasta las ideas más elevadas sobre su persona. Porque le promete dar lo que a sólo Dios compete, es decir, el perdonar los pecados y hacer inmutable a la Iglesia en medio de tantas tempestades, de persecuciones y de tentaciones.

Jesús mandó a sus discípulos que no dijesen a ninguno que él era Jesús el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos, que convenía ir El a Jerusalén, y padecer muchas cosas de los ancianos y de los escribas, y de los príncipes de los sacerdotes, y ser muerto, y resucitar al tercer día

4. Difícilmente permanecerá en el corazón de muchos lo que una vez ha echado raíces y se arranca después, ya que llega a su crecimiento lo que una vez se ha plantado y después permanece inmóvil. Por esto el Señor se detiene en estas tristes predicciones y a propósito multiplica sus palabras para abrir la inteligencia de sus discípulos.

Tomando a Pedro aparte, comenzó a increparle diciendo: "Lejos esto de ti, Señor, no será esto contigo". Y vuelto hacia Pedro, le dijo: "Quítateme de delante, Satanás, estorbo me eres; porque no entiendes las cosas que son de Dios, sino las de los hombres"

5. ¿Y qué hay de admirable en que esto le haya ocurrido a Pedro, quien no había recibido revelación acerca de estas cosas? A fin de que sepáis, cómo las cosas que confesó de Cristo no fueron de Pedro, mirad la turbación que experimenta en las cosas que no le fueron reveladas. Porque él, midiendo lo que concierne a Cristo con su pensamiento humano y terrenal, cree infame e indigno del Hijo de Dios todo sufrimiento, por eso le dice el Señor: "Porque no entiendes las cosas que son de Dios, sino las de los hombres".

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque el que su alma quisiere salvar, la perderá. Mas el que perdiere su alma por mí, la hallará"

6. Después de haber dicho Pedro: "Ten compasión de ti, Señor, de ninguna manera será esto contigo" (Mt 16,22) y el Señor le contestó: "Ve en pos de mí, Satanás" (Mt 16,23), el Señor no se contentó con esta sola reprensión, sino que quiso hacerle ver de una manera sobreabundante la inconveniencia de sus palabras y manifestarle el fruto de su pasión. Por eso se dice: "Entonces dijo a sus discípulos: si alguno quiere venir en pos de mí", que equivale a decir: Tú me dices: Ten compasión de ti. Pues yo te digo, que no sólo te será perjudicial el que yo evite mi pasión, sino que tú no te podrás salvar si no padeces, si no mueres y si no renuncias para siempre a tu vida. Y mirad cómo sus palabras no imponen violencia alguna. Porque no dijo: aunque no queráis debéis sufrir, sino el que quiera, de esta manera atrae más. Porque el que deja en libertad para elegir a quienes lo escuchan, los atrae mejor y la violencia sirve las más de las veces de obstáculo. Mas no propone esta verdad sólo a los apóstoles, sino a todo el universo, cuando dice: "Si alguno quiere", esto es, si el varón, si la mujer, si el rey, si el hombre libre, si el esclavo, etc. Tres son las cosas que dice el Señor que debe hacer. El negarse a sí mismo, el tomar su cruz y el seguirlo. O de otro modo, el que niega a otro o a un hermano, o a un criado, o a otro cualquiera y no le asiste cuando le viere azotado o sufriendo cualquier otro tormento, éste no le ayuda. De tal manera quiere El que desconozcamos nosotros a nuestro cuerpo, que aun cuando fuere azotado, o sufriere cualquier otro tormento, es su voluntad el que no lo perdonemos. Porque esto en realidad es perdonarlo, al modo con que un padre perdona a sus hijos, cuando los entrega al maestro y manda que no los perdone. Y a fin de que nadie pueda pensar que es necesario negarse a sí mismo, tan solamente en cuanto a las palabras injuriosas y en cuanto a las afrentas, el Señor manifiesta hasta dónde debe uno negarse a sí mismo, es decir, hasta la muerte más afrentosa (esto es, de cruz) y esto es lo que da a entender por las palabras: "Y tome su cruz y sígame". Como que los ladrones sufren también mucho, el Señor, a fin de que nadie tenga por suficientes esa clase de sufrimientos de los malos, expone el motivo del verdadero sufrimiento, cuando dice: "Y me siga". Todo lo debemos sufrir por él y de él debemos aprender sus virtudes. Porque el seguir a Cristo consiste en ser celoso por la virtud y sufrirlo todo por él. En seguido lugar, el Señor suaviza cuanto acaba de decir, a fin de que no pareciera duro, prometiendo grandísimas recompensas a los trabajos y aflicciones a la malicia, por eso sigue: "Porque el que su alma quisiere salvar, la perderá".

"¿Qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué cambio dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles; y entonces dará a cada uno según sus obras. En verdad os digo, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su reino"

7. Porque dijo el Señor: "El que quiere salvar, perderá y el que perderá, salvará" (poniendo en una y otra parte la salvación y la perdición), añade: a fin de que nadie crea que en ambos casos lo mismo es la salvación que la perdición. Porque ¿qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? Como si dijera: a fin de que no digáis, que el que evitare todos los peligros que le amenazan por causa de Cristo, salva su alma; pero pon con tu alma todo el universo. ¿Qué hay para el hombre más terrible que el perder su alma para siempre? Porque si veis a vuestros criados alegres y vosotros sufrís la última enfermedad ¿de qué os sirve el mandar sobre ellos? Aplicad a vuestra alma esta consideración, teniendo presente que a los placeres lascivos debe seguir su perdición futura. Aun cuando reinares sobre todo el mundo, no podrás comprar tu alma, por eso sigue: "Y ¿qué cosa dará el hombre por su alma?" Que vale tanto como decir: si perdieres las riquezas, podrás dar otras riquezas para comprarlas; pero si perdieres tu alma, no podrás dar otra alma, ni ninguna otra cosa cualquiera. ¿Por qué maravillarse de que acontezca esto al alma, cuando parece que también sucede al cuerpo? Porque aun cuando a un cuerpo enfermo de una manera incurable pusierais diez mil diademas, no por eso se pone bueno. Mas no dijo él: en tal o cual gloria del Padre, a fin de evitar el que se sospechara que había dos glorias, sino en la gloria del Padre, para manifestar que hablaba de una misma gloria. Y si la gloria es una sola, claro es que también la sustancia es una sola. ¿Por qué tienes, oh Pedro, miedo a la palabra muerte? Entonces me verás en la gloria, mas si yo estoy en la gloria, también lo estaréis vosotros; pero al hablar de la gloria, insinúa cosas terribles, poniéndonos delante el juicio por las palabras: "Y entonces dará a cada uno según sus obras". Y dijo el Señor esto, no sólo para recordar a los pecadores los males, consecuencia de sus pecados, sino también las recompensas y las coronas a los justos. El Señor queriendo manifestar lo que es la gloria en la que vendrá después, se la reveló a los apóstoles en la vida presente (en cuanto les era posible comprenderla), a fin de que no se abatieran con el pensamiento de la muerte del Señor. Mas el Señor, a fin de que los demás discípulos no desearan seguirle para ver la muestra de aquella gloria y no llevaran a mal el verse como despreciados, no dice de antemano los nombres de aquellos que debían subir a la montaña.

---- vamos traduciendo por aquí. En breve estará terminado ----