HEGESIPO DE JERUSALÉN
Memorias Judías

LIBRO III

A
Situación en Roma, bajo Nerón

I

Tan pronto como se le informaron estas cosas a Nerón, ubicado en las regiones de Acaya, donde se había esforzado en el ensayo de canciones de estilo trágico para recuperar la corona teatral (no se sabía qué era más vergonzoso, si que el emperador saliera al escenario, o que él llenara el escenario con sus actos vergonzosos, profanando a Oreste con sus canciones y exhibiéndose como un parricida), un gran temor lo invadió, no temiendo mucho las comparaciones con los espectáculos públicos, sino el fin de las guerras. Debía, en algún momento, recuperar la cordura de la vileza de los espectáculos teatrales y el delirio de la locura parricida y regresar a las preocupaciones del estado. Rugiría y se enfurecería, porque por la falta de cuidado del líder, más que por el valor de los oponentes, el estado romano podría sufrir un gran desastre. De hecho, intentaba simular valentía, pero el miedo lo contradecía, y como para dar una apariencia de magnanimidad, pues tenía una mente por encima de las tribulaciones de los negocios, pero estaba distraído por la inquietud, eligió un líder para disminuir la desgracia poniendo fin a la guerra. La futura subversión de la ruina final apremiaba a Judea, de modo que Nerón asumió el carácter regio y, con la voz de un consejero previsor, tomó una decisión acertada. Sólo Vespasiano sería a quien Nerón, con justicia, confiaría el mando supremo de los asuntos militares en los distritos del este, un hombre de una juventud de servicio militar triunfal, curtido en las campañas, que había pacificado con una paz duradera a los belicosos galos, incitados a la guerra por la rebelión de los germanos y la ferocidad de su temeridad innata. Britania también, hasta entonces oculta entre las olas, la conquistó para el Imperio Romano con las armas, con cuya riqueza, quien triunfó sobre Roma, era más rica. Claudio era considerado más sabio, Nerón más valiente. Y así, no veían guerras de qué pueblo, celebraban victorias sobre los subyugados. Bajo este líder, repito, Nerón fue terrible. Nerón era temible, poderoso en el extranjero, seguro en casa, con la fe y la fortaleza de Vespasiano entre ellos en igualdad de condiciones. Ese hombre de tal grandeza, por cuyas armas las faltas de Nerón fueron ocultadas a la mente de los pueblos extranjeros, iluminó con sus triunfos la desenfrenada actividad humana de Nerón y el escándalo de su impureza abyecta. Así, cuando hubo que combatir en las regiones más remotas del territorio romano, Vespasiano fue elegido entre todos; una vez sofocada la guerra, Vespasiano fue asociado al poder con preferencia sobre los demás, para no convertirse en enemigo público ni enemistarse con los enemigos internos. Por sus campañas, se hizo merecedor del mando de los asuntos militares; enseñó lealtad y demostró gran carácter. Nerón lo envió a regañadientes, quien le quitó la tutela, pero los futuros castigos por sus crímenes lo frenaron, dejándolo indefenso, separado de la gran compañía de este líder. En realidad, Galba nunca habría deseado aspirar al poder supremo, a menos que hubiera aprendido que Vespasiano estaba ausente. Pero Dios dispuso que el hombre fuera enviado a Siria, quien destruyó la insolencia de los judíos con la derrota definitiva de la raza y la desgracia del cautiverio, y abandonó su apoyo a Nerón, considerando que es posible oponer un impedimento sin valor contra las decisiones celestiales. Sin embargo, demente, al enterarse de que una gran fuerza del ejército romano había sido destrozada por la guerra de los judíos, se alzó contra los cristianos, de modo que un fin fatal se avecinaba.

II

En aquel tiempo, Pedro y Pablo se encontraban en Roma como maestros de los cristianos, distinguidos en obras, brillantes en la administración. No obstante, gracias a sus obras habían convertido a Nerón en un adversario. Además, Nerón había sido cautivado por las seducciones del mago Simón, que había conquistado su mente. En efecto, Simón el Mago prometió a Nerón, a través de las artes mortales, la ayuda para la victoria, la sumisión de los pueblos, longevidad y la protección de la seguridad, sin examinar el significado de las cosas. Finalmente, ocupó el más alto lugar de amistad con él, pues incluso se le consideraba el jefe de su seguridad y el guardián de su vida. Cuando Pedro descubrió sus falsedades y faltas, y mostró sus apariencias para el engañarlo, y no para presentar nada real ni verdadero, Simón se consumió de dolor y se consideró objeto de burla. Aunque en otras partes del mundo había experimentado el poder de Pedro, sin embargo, antes de llegar a Roma, se atrevió a jactarse de haber devuelto la vida a los muertos. Había muerto en Roma por aquel entonces un joven noble pariente del césar, para pesar de todos. Muchos sugirieron que se intentara si podía ser devuelto a la vida. Pedro era considerado el más renombrado en estas tareas, pero entre los gentiles no se confiaba en logros de este tipo. El dolor exigía un remedio, y se recurrió a Pedro. Incluso hubo quienes opinaron que debía llamarse a Simón el Mago. Ambos estaban disponibles. Pedro le dice a Simón, que se jactaba de su habilidad, que le daría la primera oportunidad, como si fuera capaz de reanimar al muerto. Si no lo reanimara, no estaría ausente cuando Cristo socorriera al difunto, momento en el cual podría resucitar. Simón, que creía que sus artes serían especialmente fuertes en la ciudad de los gentiles, propuso que si él mismo reanimaba al difunto, Pedro fuera asesinado, y que si Pedro resultara tener un poder superior, de igual manera se presentara una demanda contra Simón el Mago. Pedro asintió, y los dos fueron a casa del difunto. Simón el Mago se acercó al féretro del difunto, comenzó a preparar un conjuro y a murmurar conjuros aterradores. Se vio al difunto menear la cabeza. Un gran clamor surgió en los gentiles, porque el muerto vivía y hablaba con Simón, y una ira descontrolada se desató contra Pedro. Entonces el bendito apóstol exigió silencio y dijo: "Si el difunto vive, que hable; si ha resucitado, que se levante, camine y converse". El muerto movió la cabeza, y no como una ilusión. No obstante, Pedro dijo: "Que Simón sea separado del lecho funerario", para que se viera claro que la resurrección no era una farsa. Simón el Mago fue apartado del lecho, y el que estaba muerto permaneció inmóvil e inerte. Pedro se mantuvo más alejado y, absorto en sus palabras por un instante, dijo en voz alta: "Joven, levántate, que el Señor Jesús te sana". Inmediatamente el joven se levantó, habló, caminó y comió, y Pedro se lo entregó a su madre. Ésta, cuando le pidieron que no se separara de él, dijo: "Que no se separe de quien lo hizo levantarse, de quien somos siervos". Pedro le contestó: "No te preocupes, madre, por tu hijo. No temas, que ya tiene a su protector". Cuando el pueblo se alzó contra Simón el Mago para que lo apedrearan, Pedro dijo: "Basta con que dé a conocer sus artimañas, sin las cuales no tiene ninguna fuerza. Que viva y vea crecer el reino de Cristo". El mago se apartó de la gloria del apóstol. Se recompuso e invocó todo el poder de sus encantamientos, reunió al pueblo, se declaró ofendido por los galileos y fijó una fecha en la que prometió volar a los tronos celestiales, para que se abrieran los cielos. En el día señalado, Simón ascendió al Capitolio y, arrojándose desde la roca Tarpeya, comenzó a volar. El pueblo se maravilló y muchos lo adoraron, diciendo que la habilidad era de Dios, y no de un hombre que por sí mismo podía volar. También decían que Cristo no había hecho nada similar. Entonces Pedro, de pie en medio de ellos, dijo: "Jesús, Señor, muéstrale que sus artes son vanas, no sea que con esta demostración este pueblo que está a punto de creer sea engañado. Que caiga, Señor, pero de tal manera que, viviendo, recuerde que no puede hacer nada". Inmediatamente, al oír las palabras de Pedro, con un batir de alas cayó al suelo, y no murió, sino que, con una pierna rota y coja, se retiró a Aricia, donde murió. Habiendo sabido esto, Nerón, afligido por la pérdida de un gran amigo, un hombre útil y necesario para el estado, comenzó a buscar causas para matar a Pedro. Ya se acercaba el momento en que los benditos apóstoles Pedro y Pablo serían llamados. Finalmente, dado el mandato de apresarlos, se le pidió a Pedro que se marchara a otro lugar. Pedro se resistía, diciendo que nunca lo haría, como si temiera la muerte, pues era bueno sufrir por Cristo, quien por todos se ofreció a la muerte, y con sus enseñanzas indujo a muchos a ofrecerse como sacrificios vivos a Dioso. Pedro ocultó esto y otras cosas, pero la gente común, entre lágrimas, le suplicaba que abandonara la vacilación entre las conmociones de los gentiles. Abrumado por el lamento, Pedro estaba a punto de abandonar la ciudad. A la noche siguiente, tras la despedida de sus hermanos y un discurso solemne, emprendió la marcha él solo. Al llegar a la puerta de Roma, vio a Cristo salir a su encuentro y, adorándolo, le dijo: "Señor, ¿para qué vienes?". Cristo le respondió: "Vengo para ser crucificado de nuevo". Pedro comprendió que se refería a su propio sufrimiento, y que en dicho sufrimiento la gente vería a Cristo sufriendo por todos (no ciertamente con dolor corporal, sino con cierta solidaridad y celebración de la gloria). Dando media vuelta, Pedro regresó a la ciudad y fue capturado por sus perseguidores. Condenado a la cruz, Pedro exigió que lo clavaran con los pies en alto, pues no era digno de ser clavado en la cruz de la misma manera que el Hijo de Dios. Lo cual se obtuvo, ya sea porque era debido (como Cristo había predicho) o porque su perseguidor concedió el aumento del castigo. Pedro y Pablo, uno en la cruz y el otro a espada, fueron asesinados.

B
Situación en Judea, bajo Nerón
Primeras sublevaciones de los judíos
Envío del general Vespasiano a las zonas sublevadas

III

Alarmado por las graves noticias que llegaban de Judea, y ver que la situación allí no marchaba bien, Nerón nombró a Vespasiano, un hombre experimentado en guerra, a cargo de todos los asuntos militares en Siria. Se apresuró a ello Vespasiano, pues no había tiempo para demoras, y su hijo Tito había sido enviado a Alejandría para que dirigiera desde allí a parte de los soldados presentes. Tras cruzar el estrecho del Helesponto, Vespasiano se apresuró a entrar en Siria. Mientras tanto, los judíos, entusiasmados por la situación favorable, eligieron a los líderes militares para la guerra. Asignaron los puestos a cargo de cada uno y las tareas que cada uno (qué tropas y qué función) debía desempeñar. A José ben Gurión y a Ananías (jefe de los sacerdotes) los pusieron a cargo de los asuntos de la ciudad de Jerusalén, especialmente de la restauración de las murallas. Eleazar (hijo de Simón el Mago) deseaba fervientemente que se le confiaran algunos cargos estatales. Pero aunque reunió en su poder todo el botín que habían capturado del ejército romano, especialmente el rico y abundante botín acumulado por la avaricia y los robos desmedidos de Cestio, al considerarlo más interesado en obtener poder para sí mismo que en el beneficio general, decidieron rechazarlo. Pero gradualmente, mediante la solicitud individual y el soborno, logró que la esencia de todo quedara bajo su control. También un tal sacerdote Josué, y otro Eleazar, hijo de un sacerdote, encargados de los asuntos militares, recibieron la tarea de proteger Idumea, reservando, no obstante, la precedencia en los asuntos más importantes para Niger, el hombre más destacado de toda Idumea. Jericó fue asignado a Josefo (militar pro-judío, y luego cronista pro-romano), y a Manasés se le confió Perea, una región situada al otro lado del Eufrates, a la que se le confirió el nombre, ya que quienes viajaban a esa región cruzaban el Eufrates. Juan Esaeo (hijo de Ananías) y otros fueron asignados a diversas regiones, las cuales debían proteger con su cuidado. Así, cada uno debía mantener las responsabilidades que se le habían encomendado: construir murallas y reunir un grupo de combatientes. Josefo se encargó rápidamente de fortificar las ciudadelas, establecer defensas, reunir a los más fuertes y dispuestos a luchar de la región, contener el bandidaje, estar presente diariamente en el campamento, ejercitar a los soldados como las tropas romanas, distribuir las filas, asignar los centuriones y colocar con mayor autoridad a aquellos que pudieran imponer la disciplina con mayor facilidad, para que nadie pasara desapercibido si abandonaba sus deberes individuales. Él puso en práctica incluso que debían reconocer las llamadas y retiradas de las trompetas, que debían seguir la disposición regular de las filas, establecer recta la línea de batalla, unir sus escudos, como una muralla, si tal vez una gran fuerza del enemigo hiciera un asalto, que debían defenderse contra aquellos que realizaban una carga, que debían acudir en ayuda de aquellos en apuros, tener compasión por los exhaustos, volver contra sí mismos los peligros de los demás, no sólo enseñar las artes de la guerra como el ejército romano sino incluso antes de la guerra amenazar lo que ayuda aún más a los combatientes, como soldado debía llevar comida para sí mismo y armas, debía protegerse con una muralla y un foso y debía anticiparse al enemigo colocando campamentos fortificados, debía obedecer las órdenes, debía acostumbrarse a abstenerse de robos y hurtos, debía considerar apropiada su ganancia y no inflingir ningún gasto a los agricultores rurales. En efecto, ¿qué lo distingue del enemigo que se apropia de forma hostil de lo encontrado, a menos que sea más grave atacar a los suyos que a los extranjeros y saquear a sus aliados que a sus enemigos? Una buena conciencia sirve de mucho en la guerra, porque quien no se reconoce culpable espera más de la ayuda divina. Pero por estas cosas experimentó mala voluntad por haberse infligido daño entre los malvados con mayor rapidez que la gratitud entre los buenos. Pues cuando reunió a unos 60.000 soldados de infantería, muy pocos jinetes, unos 4.000 hombres que luchaban a sueldo, y seiscientos guardias escogidos de su cuerpo, tomó tanto de los judíos que le amenazó con más peligro antes de la guerra por parte de sus propios hombres que en la guerra misma por parte de los romanos. Omito el motivo de la sedición, pues se sospechaba que devolvían las cosas confiscadas por bandidaje a quienes las habían perdido, especialmente a Herodes IV (Herodes IV de Judea) y Verónica, a quienes se les devolvía con justicia, para no aumentar la hostilidad del rey. Sin embargo, para apaciguar la furia del pueblo, él afirmó que el dinero se había ahorrado para la construcción de murallas en lugar de para indemnizar a los gobernantes, y que todo lo que le habían arrebatado a Ptolomeo, quien se había llevado el oro real, las vestimentas y los objetos restantes, era una deuda de los taricheatas, pues entre ellos se habían llevado las cosas, ya fuera para la restauración de sus murallas o para el saqueo de los ladrones. Ciertamente, parecía injusto que recibiera castigo por haber planeado mejor. Al revertirse estas cosas, se libró de la mala voluntad y del peligro. Cuando Tiberíades exigió el favor de Herodes IV y su colaboración, Josefo, saliendo apresuradamente de la célebre ciudad de los tariqueos, cerró las puertas para evitar que algún mensajero se dirigiera a Tiberíades y le advirtiera de la falta de ayuda militar. Sin embargo, recogió las barcas de pesca del lago, que pudo localizar a tiempo, y se dirigió a Tiberíades remando. Pero al llegar a ese lugar, donde se había apostado un conspicuo despliegue de barcas en la ciudad, no se pudo determinar si estaban vacías de combatientes. Ordenó que las dispersaran por todo el lago para que el número se considerara mayor, y que ninguna se considerara vacía en lugar de llena de combatientes. Aterrorizados, al considerarse impotentes ante una multitud tan grande, arrojaron las armas y, al abrirse las puertas, salieron en masa suplicando a Josefo, quien, como si el líder de una hueste militar se hubiera acercado. Se indagó por qué locura habían finalmente infundido la división en sus mentes, impulsados por qué autoridades, si estaban a punto de entregarse a sus adversarios. Y al mismo tiempo, ordenó a los gobernadores que sacaran a Tariqueas y con él a casi seiscientos miembros de la corte, a muchos de los cuales había apresado encadenados. También Clituino, el líder, fue procesado por sus crímenes y ordenó pagar la pena de la amputación de sus manos, y al pedir que le dejaran al menos una, Josefo ordenó que se quitara lo que quisiera. Entonces, tomando una espada con la mano derecha, se cortó la izquierda. Y así Tiberíades fue recuperada, pero incluso Séforis, tras intentar una separación, fue mantenida firme por la tenacidad de Josefo entre las ciudades aliadas de los judíos. Prefirió defender su posición con políticas pacíficas en lugar de atacar a las hostiles.

IV

El periatiano Níger y los babilonios Silas y Juan Esaeo, reuniendo a todos los jóvenes fuertes que había en Judea, atacaron Ascalón, una ciudad grande y defendida por fuertes murallas, pero necesitada de ayuda y asistencia, separada de la ciudad de Jerusalén por 720 estadios y por grandes odios. Por lo tanto, los judíos, deseando destruir una ciudad hostil a ellos, se lanzaron sobre ella con sus tropas reunidas. Antonio estaba al mando de la ciudad con un número de tropas romanas menor del que consideraba capaz de resistir a los judíos. Pero, hombre de juicio agudo y soldado igualmente experimentado, los dejó dispersos y confiando más en el número que en el valor, tras haber sacado a su caballería, cruzaron a la ciudad. Luego atacó a los que avanzaban, hostigó a los que seguían, dispersó a los apiñados, puso en fuga a los desorganizados y persiguió a los dispersos por toda la llanura. Otros, al darse la vuelta, fueron empujados contra las murallas, impidiéndoles toda posibilidad de huida; otros buscaron otros caminos, pero rodeados por la caballería, fueron destrozados. Muchos se abalanzan sobre sí mismos y, a su vez, se dispersan en su impetuosidad. Y así, hasta la tarde, masacrados, perdieron diez mil hombres de sus tropas, incluyendo a sus líderes Juan y Silas. Sin embargo, pocos romanos resultaron heridos en esa batalla. La temeridad de los judíos, sin embargo, no se contuvo, sino que se enardeció. Pues el dolor despertó su osadía y la desgracia exigió su ansia de venganza. Por lo tanto, estaban armados con una furia mucho mayor, y las heridas de los heridos aún no habían sanado y se habían recogido más que la primera vez que se lanzaron al ataque. Pero, al ser sorprendidos por emboscadas preparadas, antes de entrar en combate cuerpo a cuerpo, Antonio los acorraló, rodeado de caballería y, rodeado, ordenó su destrucción. Una vez más, 8.000 judíos murieron, y el resto fue puesto en fuga. El propio Níger, tras escabullirse, se refugió en una fortificación. Había una torre, rodeada por una roca sólida. Al no poder destruirla, los romanos la cercaron con fuego. Tras encenderlo, al cruzar desde la torre a una cueva, permaneció oculto del enemigo, escapó del fuego y, sin ser molestado por los romanos, ya que él mismo debería haber sido consumido por el incendio. Al 3º día, sus propias tropas buscaron su cuerpo para enterrarlo, y fue restaurado vivo y radiante. Y así, con gran alegría, salvado del enemigo, fue presentado a los judíos.

V

Tras cruzar el Helesponto y atravesar Bitinia y Cilicia, al llegar a Siria, Vespasiano condujo a Antioquía las legiones y demás fuerzas militares que encontró allí. Esta ciudad de Siria es considerada, sin oposición, la más importante y, por lo tanto, la principal, fundada por quienes se adhirieron al bando combatiente de Alejandro Magno, llamado así por su fundador. La ubicación de la ciudad: extensa en longitud, estrecha en anchura, al estar limitada a la izquierda por la escarpada pendiente de una montaña, impidiendo que sus límites se extendieran más. La necesidad determinaba la ubicación, pues la elevada montaña proporcionaría un escondite a los partos que irrumpieran por caminos ocultos, desde donde se lanzarían en una llegada inesperada y un rápido ataque contra la desprevenida Siria, a menos que la ciudad se alzara como una barrera contra la montaña y bloqueara la salida a los que llegaban, de modo que si algún extranjero la escalaba, sería inmediatamente visto desde el centro de la ciudad. Finalmente, dicen que, cuando se frecuentan las obras de teatro en esa ciudad, un mimo, con la vista puesta en la montaña, vio venir a los persas y dijo de inmediato: "O estoy soñando o veo un gran peligro. ¡Allí! ¡Persas!". En efecto, la montaña domina tanto la ciudad que ni siquiera la altura del teatro impide ver la montaña. Un río en el centro la divide, surgiendo al amanecer, no lejos de la ciudad, y desemboca en el mar, que, por su origen, los antiguos llamaron Oriente, como se cree comúnmente que dieron nombre a los lugares cuando de ahí se adoptó. El vigor mismo de su flujo y los céfiros más fríos que soplan continuamente por esos lugares refrescan el estado entero casi a cada instante, de modo que Oriente se esconde en partes de Oriente. Dentro de aguas dulces, sin un bosque vecino entretejido con numerosos cipreses y abundantes fuentes. Lo llaman Dapnen, porque nunca pierde su verdor. Gente numerosa y feliz, y como es la mayor parte de Oriente, más alegre que casi todo, pero más cercana al libertinaje. Anteriormente una ciudad que ocupaba el tercer lugar entre todas las que en el mundo romano se consideraban estados, pero ahora ocupa el cuarto lugar, después de que la ciudad de los bizantinos superara a Persépolis, antaño capital de los persas y ahora un medio de defensa. Creo que ya se ha dicho bastante sobre la ubicación de la ciudad. Por ejemplo, no vale la pena detenerse en la descripción de sus edificios. Cuando dije que Oriente estaba detrás, era evidente que el Sur se encontraba a la izquierda, Europa al frente, a la derecha habitaban las razas del norte y se mantenían los reinos del Caspio, que anteriormente eran los más inclinados a invadir Siria. Pero después de que Alejandro Magno estableciera la puerta del Caspio en el punto crítico del monte Tauro y cerrara toda ruta a las tribus del interior, restauró la pacífica y renombrada ciudad, a menos que quizás desconfiara de los movimientos persas. En esa ciudad, Herodes IV con todas sus tropas esperaba la llegada de Vespasiano, pero éste no se quedó allí por más tiempo. Habiéndose establecido la ruta, comenzaron a dirigirse a la ciudad de Ptolomea (actual Acre). Cerca de esa ciudad se encontraron con los habitantes de Séforis, quienes solicitaban que Vespasiano confirmara la paz pactada hacía tiempo con Cesencio Galo. Habiendo sido elogiada su discreción, pues velaban por su propia seguridad al no provocar a los romanos, y habiendo aceptado su buena fe, los recibió en amistad. Habiéndose añadido tropas auxiliares de infantería y caballería, promovió la seguridad, para que, incitados por el dolor del fracaso, no se alzaran contra ellos los agitadores de la guerra, ya que, como una cierta fortaleza fronteriza de Judea, los seforitanos se ofrecían al Imperio Romano. Se resolvió que una ruta transitable hacia ella estaría abierta a un enemigo, que se lanzaría contra el protector de toda la raza como un obstáculo oportuno y seguro contra un enemigo. Porque, además de su idoneidad como plaza fuerte, era incluso la mayor ciudad de Galilea. Lo cual sugiere que, dado que hay dos Galileas, una superior y otra inferior, conectadas y unidas entre sí, deberíamos distinguirlas. Pero primero hay que decir algo sobre cada una.

VI

Siria y Fenicia limitan con Galilea y Ptolomea, y el monte Carmelo las limita al oeste. El monte Carmelo, que anteriormente pertenecía a los galileos, ahora está unido al territorio de los tirios, al cual se une el estado de Gabaa, que en su día fue una gran fuente de problemas para los judíos. Al este, Ippene y Gadara la delimitan con sus territorios; además, los mismos límites se establecieron en la antigüedad para la región de Gaulanitidia y el reino de Agripa. Al sur, Escitópolis y Samaria, con sus propios territorios, se interceptan, y no se les permite extenderse más allá del río Jordán. En su parte norte, Tiro limita por la derecha con todo el territorio de los tirios, por cuya interposición se delimitan los territorios de Galilea. Sin embargo, se distinguen entre sí por esto: que la llamada Baja Galilea se extiende desde la ciudad de Tiberíades hasta la ciudad llamada Zabulón, sobre los límites marítimos de Ptolomea. Su anchura, sin embargo, se extiende, sin lugar a dudas, desde la aldea de Xalot, situada en la gran llanura, hasta Bersabé. Desde allí se descubre incluso el comienzo de la Alta Galilea, que se extiende hasta los límites de la aldea de Bachate; además, esta misma aldea fija los límites de la tierra de Tiria. Su comienzo es la aldea de Talla, y Rot es el final. Talla limita con el Jordán. De esto se desprende la extensión de los territorios de la Alta Galilea, cuyo comienzo es el Jordán o su límite. Por lo tanto, mediante esta evaluación de su tamaño, se distingue cada Galilea. La tierra, sin embargo, es fértil, con abundante pasto, se sustenta en diversos tipos de agricultura y está repleta de árboles, de modo que atrae a cualquiera a su satisfacción e invita y entusiasma a quien evita el trabajo a dedicarse a la agricultura. Finalmente, ninguna parte de la tierra en ese lugar, por pequeña que sea, está desocupada, sino que está repleta de habitantes. Muchas ciudades, numerosos pueblos, una multitud innumerable, de modo que un pequeño pueblo en su distrito podría tener quince mil habitantes. Cada Galilea está rodeada también por razas extranjeras, y por lo tanto, una raza de hombres guerreros, entrenados desde la más tierna infancia en ejercicios de combate, abundantes en número, listos para la audacia y preparados en todas las artes de la guerra. La región de Perea, sin embargo, es preeminente en tamaño, de ahí que haya recibido el nombre que mencionamos anteriormente. Esta Galilea, más grande pero más útil, está completamente cultivada, y ninguna parte de ella carece de cosechas, pues toda su tierra es rica y productiva. Perea, sin embargo, es más extensa, pero en su mayor parte está desierta, y no se ablanda con el arado ni domina fácilmente los surcos más ásperos. Pero, además, una parte es fácil de cultivar, fértil para el uso, de aspecto agradable, suave para el ejercicio, útil para árboles frutales mediante injertos, lo que lo produce todo. Así, los árboles separados al frente delimitan sus campos, y en el centro generalmente embellecen y protegen los cultivos del exceso de sol o frío, especialmente un campo cubierto de olivos entretejidos con vides, o adornado con palmeras. Es indescriptible su encanto cuando las hileras de palmeras, impulsadas por el viento, emiten sus sonidos y los agradables aromas de los dáctilos se derraman como de costumbre. No es de extrañar que todo esto se deba al verdor, pues cuando el campo inundado se riega con el agradable vagar de los arroyos que descienden de las altas cumbres de las montañas, rebosando de fuentes nevadas, se llena de envidia y se desea con gratitud. Su longitud va desde Maqueronte hasta Pella (es decir, de sur a norte); sin embargo, su anchura va desde Filadelfia hasta el río Jordán. Al este, limita con los campos de Arabia; al oeste, sin embargo, se extiende hasta el río Jordán. La región samaritana se encuentra a medio camino entre Judea y Galilea, comenzando en la aldea llamada Eleas y terminando en la tierra de los acrabatenos, de naturaleza muy similar y sin ninguna diferencia con Judea. Cada una es montañosa y llana según su ubicación; ni todo se extiende en llanuras ni está interrumpido por acantilados, pero posee la belleza de cada característica. Para la agricultura, la tierra suelta y blanda, útil para el cultivo de cereales, es prácticamente insuperable en cuanto a fertilidad, sobre todo por la maduración temprana de las cosechas. Mientras en otros lugares se siembra, aquí se cosecha. La apariencia y la naturaleza del grano no se consideran en ningún otro lugar más excepcionales. El agua es dulce, de buena apariencia, agradable para beber, de modo que, según los placeres de los elementos, los judíos la consideraban como la tierra prometida a sus padres, que fluiría leche y miel, cuando les prometió la preferencia de la resurrección. En efecto, la bondad divina los había reunido a todos, si habían mantenido la fe, pero con almas desleales, cada una arrebatada por el yugo del cautiverio, allí, en las ataduras del pecado. Una región boscosa y, por lo tanto, rica en ganado y abundante en leche. Finalmente, en ningún otro lugar hay tanta leche; el ganado da ubres, los bosques dan frutos o injertos por encima de las cantidades de todas las regiones, cada uno lleno con una multitud de hombres de Samaria o Judea, de modo que me parece que los judíos interpretaron desde este lugar lo que está escrito: que no había nada estéril ni infructuoso entre ellos, ya que la ley así lo prescribía sobre la fecundidad de los bienhechores y la fecundidad de la valentía. Samaria comienza en los límites de Arabia, desde la aldea llamada Jordán, y termina al norte en la aldea de Borceo. Sin embargo, la anchura de Judea se extiende desde el río Jordán hasta Jope, pues comienza en las fuentes del Jordán y en el monte Líbano, y se extiende hasta el lago de Tiberíades. También desde la aldea de Arfa comienza su longitud, que se extiende hasta la aldea de Juliadis, donde residen judíos y tirios por igual. En el centro, sin embargo, la ciudad de Judea, como si fuera el centro de toda la región, se llama Jerusalén, según la lógica. Una región rica en recursos interiores, pero que no carece de recursos marítimos, pues se extiende hasta Ptolomea y bordea todo ese mar con sus costas. Hay muchas ciudades, pero entre todas ellas Jerusalén destaca, y así como la cabeza en el cuerpo no eclipsa sus extremidades, sino que las gobierna, es belleza y protección. Sobre Judea y las regiones vecinas, aunque una breve reseña es ventajosa, no hemos omitido lo que debería haberse señalado.

VII

Los seforitanos también atacaron sus regiones vecinas con demandas de tributos, ayuda y artículos militares, alegando su derecho a participar en el bandidaje con el pretexto de la guerra que libraban los judíos contra el Imperio Romano. Por ello, Josefo, deseoso de vengar la injusticia recibida, se apresuró a atacar la ciudad de Séforis, tras haber aliado a varias personas poderosas, para convocarlas de nuevo a la alianza con Judea o, si lograba, derrotarlas mediante su destrucción definitiva. Pero fracasó en cada intento, pues no logró disuadirlos de la elección de la alianza romana ni derrocar la ciudad, que él mismo había fortalecido con tan grandes fortificaciones que no pudo ser asaltada por los romanos, mucho más imponentes. Así pues, tras intentar un asalto sin éxito, dio la voz de alarma y desató la guerra contra toda la región. Devastó todo día y noche, incendiando edificios, saqueando herencias, matando a quien se apoderaba de él, apto para la lucha, y esclavizando a los débiles. Galilea se llenó de un robo sangriento y ardiente, ante la apariencia de una miseria inexcusable y de la deformidad de todo, cuando si algo quedaba del fuego y el asesinato, era para el cautiverio. Para sus males se presentaron aquellas cosas que poco antes se habían considerado demasiado duras.

VIII

A petición de Vespasiano, desde Roma fueron embarcadas nuevas tropas para Judea, al mando del general Tito (hijo de Vespasiano). Tan pronto como las tropas llegaron a Alejandría desde Acaya, se apresuraron a ir la ciudad de Ptolomea. Allí, unidas las V y X legiones, y añadida también la XV legión, que era excepcionalmente buena, y reunidos el ejército romano y sus aliados, comenzaron la brutal y notable guerra. Pues si bien los primeros comienzos con Plácido como líder fueron exitosos, los siguientes terminaron en derrota. Vespasiano, tras emprender una peligrosa ofensiva con su hijo desde el territorio de Tolomeo, se adentró en Galilea. Al enterarse de que se negaban a la paz, a quienes les había ofrecido la oportunidad de condenar una retirada si pensaban en cuidar de sí mismos, destruyó Gadara por completo, ofendido por su falta de combatientes, pues los más fuertes, desconfiando de las débiles fortificaciones, se habían refugiado en lugares más fortificados. Así que no perdonó a los descubiertos, sino que ordenó matar a todos sin consideración por la edad ni compasión por la debilidad, lo cual llevó a cabo no tanto por derecho de guerra como por el resentimiento por la batalla de Cestiano y el odio derramado contra los judíos. Finalmente, ordenó quemar no solo la ciudad, sino incluso las aldeas y pueblos. La conmoción no fue injusta, pues tras tanta arrogancia dio la oportunidad de corregir su error, pero no la aprovecharon. Josefo había cruzado de esa ciudad a Tiberíades antes de que se acercara el ejército romano, pero había mostrado más miedo que confianza ante su presencia. Incluso temían más esto, porque Josefo se consideraba incapaz de librar una guerra contra los romanos. Tampoco lo anticipó desde otra perspectiva, a menos que tal vez los judíos hubieran dejado de lado el estudio de la guerra: para él, eso era preferible al sentimiento. Si elegían la guerra, él prefería ser visto fiel a los ciudadanos al afrontar el peligro que ser visto como un traidor al rechazarlo. No hay nada más que prevenir que no desfigurar el honor comprometido con una campaña militar. Así pues, escribe a la ciudad de Jerusalén para que presten atención a la guerra, y que respondan con prontitud. Si prefieren la paz o la guerra, que se decidan con prontitud. Lo señaló brevemente, sin mostrarse dispuesto a criticar a ninguno de los dos bandos; no se le consideraba ni un luchador temeroso ni un rebelde obstinado.

IX

Desde la ciudad de Tiberíades se dirigió Vespasiano a Jotapata, ya sea porque estaba mejor fortificada que las demás y, por lo tanto, muchos de los más ávidos de guerra se habían unido a ella, o porque Vespasiano había enviado allí a muchas de sus tropas para construir un camino, pues atravesar las montañas era difícil, rocoso y accidentado para la infantería, pero para la caballería sería intransitable e insuperable. Finalmente, en cuatro días, para evitar que las dificultades bloquearan el paso, se acondicionó el camino, preparando una ruta por la que todo el ejército pudo cruzar. Al quinto día, Josefo cruzó hasta allí y despertó el ánimo de los judíos. Además, cuando se informó a Vespasiano de la llegada de Josefo, se añadió el incentivo de acelerar la ruta, pues creía que acortaría el fin de la guerra si el líder y el pueblo más ávido de guerra quedaban aislados. Así pues, llegó con el ejército y dedicó el 1º día a abastecer de comida a los soldados, para evitar que, preocupado por la guerra, los maltratara, fatigados por la marcha. Al día siguiente, con una línea de batalla doble, rodeó la ciudad con una muralla y al tercer día con una hilera de caballería. Al ver a los judíos aislados y asediados por todos lados, sin ninguna vía de escape, la desesperación misma les quitó valor. Pues nada hace a un soldado más deseoso de guerra que la necesidad de luchar y la irrupción de los peligros. Vespasiano presionó con fuerza con dardos, él con flechas; muchos judíos, tras haber traspasado las murallas con la intención de matar, resultaron heridos por proyectiles; sin embargo, permanecieron intrépidos. El valor romano lo intentó todo, y especialmente donde había detectado un refuerzo más débil de las murallas, atacó con un grupo mayor de soldados. La vergüenza armó a los romanos, y las últimas esperanzas a los judíos, que querían abrirse paso con la espada hacia la salvación. Los judíos sufrieron graves pérdidas, pero no respondieron con menos coraje. Por parte de los romanos, la destreza luchó con valor; por parte de los judíos, la furia con temeridad. Y así, cansados estos últimos luchando todo el día por la seguridad, los primeros por la victoria, la noche puso fin a la batalla. También al día siguiente, al 3º, al 4º y al 5º, se luchó con fiereza, pero, como es habitual en las batallas de soldados con armas ligeras, se infligieron más heridas que muertes, aunque los judíos intentaron salidas e incursiones por parte de los romanos, quienes, avergonzados, enfurecieron a los vencedores de Aníbal y Antioquía, y todas las razas se vieron frenadas por las batallas judías. Tan grande era la conciencia del valor romano que no conquistar rápidamente se consideraba propio del vencido. Pero para ellos era más una lucha contra la naturaleza que contra un enemigo. Porque la ciudad estaba casi completamente aislada por escarpados acantilados, no por una muralla y un foso como otras ciudades, sino rodeada de profundos precipicios, que él comprendía todo lo que veían, investigaba todo lo que usaba, y el temor lo envolvía cada vez más al mirarla con ansiedad. Sólo desde el norte, en un declive de la montaña, se abría un acceso a la ciudad mediante una ardua subida. Josefo, que había sido bloqueada por una muralla, la rodeó de defensores, de modo que entre la muralla inferior y la ciudad superior se convirtiera en un ataque muy peligroso para los sitiadores y en una fuente invaluable de conocimiento para quienes observaban desde arriba. Porque la ciudad misma está ubicada en la cima de la montaña, en un círculo de las montañas vecinas, como rodeada por una muralla natural oculta por una muralla fértil, de modo que nadie comprendería la existencia de la ciudad antes de haber entrado en ella.

X

Vespasiano, incapaz de vencer a la naturaleza, la invocó en su ayuda para, mediante un bloqueo prolongado por falta de bebida y alimento, obligar a los sitiados a rendirse. Pero la abundancia de alimentos, recogida con mucha antelación, evitó el peligro de hambruna. La mayor dificultad residía en el agua, pues no había fuente en la ciudad, y la habitual sequía, con la escasa lluvia en aquellas regiones, disminuía la necesidad de beber. Habían bloqueado todos los acueductos para impedir el acceso a la ciudad. La escasez aumentaba el deseo, pero la naturaleza se resistía. Josefo propuso un plan: extender la ropa y colgarla de la muralla, de modo que, al gotear gradualmente del rocío, se creyera que no les faltaba agua para beber, pues era suficiente para lavar la ropa.

XI

Deprimido Josefo por el hecho de que Vespasiano se sintiera de nuevo impulsado a atacar la ciudad, reunió a todo su ejército, sacudió la muralla con máquinas de asedio y el ariete la golpeó. Su apariencia le dio el nombre, pues la cabeza de un tronco fuerte y nudoso está recubierta de hierro, como la frente de un carnero, que, recubierta de placas de metal, se hincha y sobresale. Desde su centro parece un cuerno de hierro macizo. Su tamaño, similar al del mástil de un barco, no puede ser doblado ni por el vendaval ni por el aleteo de las velas. Este, suspendido con cuerdas a un soporte alto y resistente en la unión de varios árboles, es empujado contra la muralla por un grupo de hombres. Luego, se tira hacia atrás y, a modo de una balanza sujeta por un cabestro, se aplica con mayor fuerza, de modo que el lado de la muralla, fatigado por los frecuentes golpes, deja una abertura en la brecha, por la que los romanos pueden acceder al interior de la ciudad. Al primer golpe, la muralla se estremece y tiembla violentamente. Un grito de miedo surge de inmediato, como si la ciudad hubiera sido tomada, por temor a que la muralla golpeada se resquebraje. Pero Josefo ordenó que se enviaran sacos llenos de paja a ese lugar, contra el cual los romanos lanzarían el ariete para que cada golpe del ariete frustrado por los pliegues sueltos de los sacos se suavizara. Porque los cuerpos duros golpeados contra cuerpos duros hacen daño, contra los más blandos no sirven. En resumen, los cuerpos duros ceden a los cuerpos más blandos con mayor facilidad que los blandos a los duros. Porque aunque las rocas se disuelven por la aplicación del agua, la caída de una roca no es daño de las aguas, sino masas arrojadas a estrechos que el agua retiene, pero las rocas entre las olas no saben cómo retener las suyas. Además, la caída del mármol no rompe la arena y el mármol se rompe por la caída de la arena. De hecho, los romanos trajeron cosas con las que anularon los inventos de los judíos, podaderas atadas a largas varas, con las que cortaban los sacos bajados, por los cuales vaciados de paja que estaban no pudieron debilitar el golpe del ariete. Y así, tras la conmoción de la maquinaria de asedio, cuando los judíos se vieron en apuros, uno de ellos, Eleazar, alzando una roca enorme desde la muralla por encima del ariete, la golpeó con tal fuerza que rompió la cabeza de la máquina de asedio. Saltando también en medio del enemigo, la agarró y la llevó sin miedo a la muralla, a la vista de sus adversarios y expuesta a ser herida. Finalmente, traspasado por cinco dardos, pero no todos regresaron a sus heridas, se concentró en cómo abrumar al enemigo con la caída de la roca. Y así ascendió la muralla y, vencedor de su dolor, se mantuvo claramente visible con gran valentía, se arrojó con la roca sobre el ariete y cayó con él, vencido, sí por la muerte, pero vencedor sobre la máquina de asedio, pues en sí mismo una sola persona abandonó su país; sin embargo, al destruir la máquina de asedio, salvó a toda la ciudad de la destrucción. Netiras y Filipo se lanzaron al centro de la tropa para derrotar a los que atacaban. Josefo, tras haber lanzado fuego para quemar todas las máquinas de asedio en poco tiempo, consumió la mayoría, pero las quemadas fueron reparadas.

XII

Vespasiano presionó con tanta fuerza que fue alcanzado en el talón por una flecha. Los romanos se inquietaron al ver correr la sangre de su líder. Agitado, su hijo Tito corrió hacia su padre, pero éste, con la fortaleza de ánimo por encima del dolor de la herida, le prohibió preocuparse y animó a sus soldados a unirse a la batalla para que vengaran la herida sufrida por su líder. Él mismo, portaestandarte, llamó al ejército y lo reunió en las murallas, y él mismo instó al resto a la batalla. Algunos con flechas, otros con dardos, otros con máquinas de guerra, presionaron con fuerza contra el enemigo. Tan grande fue la fuerza de este lanzapiedras, con el que se lanzaban contra el enemigo, que uno de los compañeros de Josefo, que se encontraba cerca, fue alcanzado y su cabeza, aplastada, murió, siendo proyectada más allá del tercer estadio. También una mujer embarazada, herida en el vientre, dio a luz a un bebé a más de medio estadio de distancia de la zona más secreta de sus genitales. Finalmente, cuando un soldado romano victorioso ya había escalado las murallas y se combatía en la misma entrada con un fuerte grupo a ambos lados, estaban tan apretados que Josefo ordenó rociar a los romanos con aceite hirviendo, el cual fluyó fácilmente desde arriba hasta los escalones más bajos. El calor del aceite hirviendo consumió todos sus miembros, no menos que por el calor de las llamas. Otros avanzaron, y para la mayoría, el sudor fluido enfrió la fuerza del aceite. Y aunque la naturaleza del aceite es tal, que se calienta rápidamente y luego deposita el calor recibido, sin embargo, en el entusiasmo de la victoria, ignoraban la herida. Se enfurecían mentalmente y no sentían ardor en el cuerpo, ni consideraban el dolor del aceite hirviendo una pena tan grande como la pérdida de la gloria, como si aquellos privados de triunfos desistieran de luchar, quienes lideraban los peligros. Y así, extinguiendo el calor abrasador del aceite con su sangre, lucharon.

XIII

Debido a la demora del asedio, los habitantes de la vecina ciudad de Jafa se mostraron insolentes, pues la lucha se había prolongado demasiado. Alarmado, Vespasiano envió a Trajano (comandante de la XV legión) con 1.000 jinetes y 2.000 hombres de infantería. Este, sin dudarlo, se presentó como un hombre diestro en las artes de la guerra y, con su celo, obtuvo el resultado esperado. Como se trataba de una ciudad rodeada por la naturaleza y por una doble muralla, los habitantes, no contentos con protegerse con sus fortificaciones, pensaron en atacar a los romanos. Pero, atreviéndose a resistir solo por un corto tiempo, se refugiaron tras la muralla exterior, deseando igualmente hacer retroceder al enemigo, pues al apresurarse, los romanos también entraron. También las puertas de las murallas interiores habían sido cerradas por quienes se refugiaban para evitar que los romanos volvieran a entrar. Así, habiéndoseles desviado la ayuda divina, los judíos luchaban con la que antes solían ganar. Pero habían cometido actos infames y vergonzosos, y se les exigió el castigo que les correspondía: que castigaran a los gentiles. Finalmente, fueron aplastados más por sus guerras internas que por un enemigo. Los habitantes de Jafa son un ejemplo, pues abrieron las puertas a los romanos y se las cerraron a sí mismos. Cuando los romanos atacaron la 1ª muralla, ellos mismos la abrieron, y para que los judíos no penetraran la 2ª muralla, los judíos la cerraron. Y así se recibe a un enemigo, se excluye a un aliado; el primero es recibido por si faltaba un asesino, el segundo fue excluido por si escapaba, a punto de perecer. Y así, entre dos murallas, los judíos fueron destrozados luchando cuerpo a cuerpo, a cierta distancia de la muralla. Muchos hombres de las fuerzas romanas, comprimidos por la estrechez, escalaron la muralla y lanzaron jabalinas contra los que estaban abajo. Así, los galileos, más peligrosos para sí mismos que para el enemigo, pidieron ser recibidos en la entrada de la muralla interior, pero se resistieron. Se libró en el umbral de la puerta, los judíos luchaban entre sí. Un grupo repelió con espadas una cuña que se abalanzaba sobre ellos, el otro combatió contra los que se resistían. Murieron profiriéndose feroces maldiciones por turnos, y los más pequeños atestiguaron a viva voz, por sus méritos, haber resistido hasta el final. Y así, 12.000 hombres de todos los combatientes fueron asesinados. Pensando que nadie lucharía contra él o que asaltar la ciudad sería fácil, siendo hombre de una disciplina inquebrantable, Trajano reservó el liderazgo de la victoria para Vespasiano y le envió a pedirle que enviara a su hijo Tito, quien pondría fin a la batalla. Este, tras una entrada forzosa y la muerte de muchos humanos, no sin trabajo y peligro, la victoria fue para los romanos. Cuatro de los que habían penetrado la muralla interior se lanzaron contra ellos, y quienes se encontraban en condiciones para luchar, apostados en el estrecho pasaje, libraron una lucha en dos frentes contra los vencedores, luchando desde arriba, hombres y mujeres a su lado, y a menudo incluso lanzando piedras contra los suyos y todo tipo de armas que por casualidad habían encontrado. En resumen, se luchó durante 6 horas, desde el principio hasta el final. Finalmente, muertos los que se habían mantenido firmes, listos para luchar, se procedió contra los demás sin orden, sin método y sin piedad. Ancianos y jóvenes fueron masacrados; mujeres y niños pequeños fueron salvados no para el indulto, sino para la esclavitud; todos los varones fueron asesinados excepto aquellos que defendieron su infancia. Como botín se llevaron 2.800 esclavos, amos con sus esclavos en la misma situación, a quienes el cautiverio había igualado.

XIV

Los samaritanos tampoco estaban exentos de estas miserias. Reunidos según su costumbre, ascendieron a su monte Garizim, que era sagrado para ellos, donde solían adorar. Era necesario que cesara la superstición y que la verdadera religión siguiera, que la sombra se disipara, que llegara la verdad, de modo que ya no en la montaña como los samaritanos, ni en Jerusalén tres veces al año como los judíos, sino en espíritu, en todo lugar, con las manos limpias, cada hombre rindiera homenaje a Dios y en el nombre de Jesús se arrodillara. Cuando, como dijimos antes, permanecían reunidos en la montaña según sus ritos, la sola presencia de la congregación amenazaba con guerra. Para quienes no se recuperaban de la mala vecindad, se sintieron mucho más perturbados por la antipatía ante los triunfos de los romanos, y la situación estaba a punto de estallar. Se consideró prudente que tomaran precauciones para evitar una ruina mayor. Convocado Cerealis (comandante de la V legión), Vespasiano lo envió con 3.000 hombres de cada servicio militar. Pero consideró que ascender la montaña desde el principio era peligroso, pues se unía una multitud de personas asustadas y la naturaleza agreste. Rodeó los límites de la montaña con el ejército y durante todo el día se aseguró de que nadie descendiera a buscar agua. Tras acosar a una multitud tan grande con sed, que el calor exasperaba cada vez más, y muchos prefirieron ofrecerse a la esclavitud o incluso a la muerte para no morir de hambre o sed, Cerealis, al considerar que todos los que bajaban estaban exhaustos, rodeó la montaña con la columna militar, prometiéndoles salvación si deponían las armas, y ordenó matar a quienes se negaran. Y así, 11.600 hombres fueron asesinados en ese lugar.

XV

También en Jotapata se realizó un ataque al amanecer del día 48, aunque hasta entonces, fatigados por el intenso trabajo del día anterior, descansaban. Tito, tras entrar primero con Sabino, les proporcionó una vía de escape. Los puestos más altos en los estrechos pasajes de las calles, ocupados por doquier, e ignorantes aún del ataque, fueron asesinados. Algunos, en sus camas, otros despiertos, otros de guardia pero relajados por el ayuno y el sueño, pagaron la pena. Sin embargo, hasta entonces, el poder de los malvados permanecía oculto a toda la ciudad. Pero cuando el ejército entró rugiendo con un grito militar, casi todos se alzaron contra la inminente sensación de muerte. Si alguno intentaba conquistar los puestos más altos, era rechazado y asesinado; y para aquellos que tenían un deseo de venganza inminente, la aglomeración anuló la posibilidad de venganza, y si alguno se disponía a resistir, era protegido del combate por otros que se precipitaban antes que ellos. Otros, muy cansados por la lucha, se entregaron a la herida, para que la muerte los arrebatara del espectáculo mortal de sus desgracias. Engañado por la indiferencia de los moribundos, el centurión Antonio, al pedirle a uno que se había refugiado en cuevas que le diera su mano derecha en prenda de perdón y seguridad, ignorando la traición, la extendió de inmediato y, ¡ay del desdichado, demasiado confiado en el triunfo!, aquel lo hirió desprevenido con una jabalina y lo atravesó de inmediato, para que la victoria no fuera completa para los romanos. Ese mismo día, todos los que se encontraron fueron asesinados. En los días siguientes, incluso de sótanos y otros agujeros subterráneos, fueron sacados o asesinados en el acto, excepto niños pequeños y mujeres. Unos 40.000 fueron asesinados durante todos los días, y 200.000 capturados fueron llevados a la servidumbre. La ciudad fue destruida y quemada por el fuego, y cada reducto en el año 13 del reinado de Nerón. Josefo, mientras tanto, se escondía en una cisterna entre las cenizas incandescentes de la ciudad, consciente de que, como líder de las fuerzas enemigas, lo buscaban con celo. Al salir al 2º día, al notar que todo estaba cercado, regresó a la cisterna. Al 3º día, una mujer reveló, a quienes lo buscaban, que conocía los escondites de Josefo. Pero en la cisterna también se ocultaban cuarenta hombres que habían huido. Éstos, al ver que Vespasiano llamaba a Josefo con la esperanza de salvación, primero a través de Paulino y Galicano, y después a través de Nicanoris, quien estaba unido a Josefo por una antigua amistad, y por esa razón le pidió que diera una prenda, cumplió de buen grado con la tarea asignada.

XVI

Tras rodear a Josefo, los hombres que había huido le dirigieron estas palabras:

"Ahora se prueba la gran caída del nombre judío, ahora las amargas cenizas que sumergen y ocultan la enseñanza de nuestro espléndido linaje y socavan toda distinción, cuando se ordena salvarte a ti, cautivo, para el triunfo. ¿Qué desean de repente para sí mismos tales solícitas incitaciones del enemigo? ¿Qué hay de esta voluntaria oferta de salvación? No perdonaron a otros que buscaban la vida. Se te busca a ti, se pide que vivas. Temen evidentemente perder la pompa de un triunfo, no sea que falte quien Roma vería cautivo, quien encadenado Vespasiano dirigiría delante de su carroza. ¿Deseas, pues, salvarte para este espectáculo? ¿Y de qué triunfarán si a su líder le falta aquello por lo que se celebra el triunfo? ¿O qué clase de triunfo, si se otorga una alianza a los vencidos? No creas, Josefo, se te promete la vida, pero se preparan cosas peores que la muerte. Las armas romanas te conquistaron, no permitas que el engaño te capture. Sus ofrendas son más atroces que las heridas; las primeras amenazan la servidumbre, las segundas salvan la libertad. Te inclinas, José, y, destrozado por cierta debilidad de espíritu, ¿deseas ser un superviviente de tu país? ¿Dónde está la enseñanza de Moisés, quien buscó ser borrado del libro divino para no sobrevivir al pueblo del Señor? ¿Dónde está Aarón, quien se mantuvo en medio de los vivos y los muertos, para que la muerte no destruyera a un pueblo vivo con un contagio cruel? ¿Dónde está el espíritu devoto a su país del rey Saúl y Jonás, y esa muerte soportada con valentía por los ciudadanos, recibida gloriosamente? El hijo animó al padre con su ejemplo; el padre no abandonó al hijo en el propósito de la muerte, quien, aunque podía vivir, prefirió morir antes que ser vencido por el enemigo. Animó a su escudero diciendo: "Golpéame, no sea que estos incircuncisos vengan a golpearme y se burlen de mí". Porque su escudero temió hacer esto, se traspasó con su espada, digno de quien David con espíritu profético vindicaría, porque Amalec se había jactado falsamente de la manera de su muerte y había pensado disminuir el renombre del hombre que se había salvado del enemigo, mintió diciendo que había sido asesinado por él mismo digno de ser alabado incluso por un profeta tan grande, diciendo: "Saúl y Jonás, hermosos y amados, inseparables en vida y en muerte, no se separaron, más ligeros que águilas, más poderosos que leones". David mismo, al ver a su pueblo herido por un ángel, deseó atraer sobre sí la venganza celestial para no ser perdonado con la muerte del pueblo. ¿Y qué decir, finalmente, de la ley divina, de la que siempre has sido intérprete, que prometía a los justos la inmortalidad eterna en lugar de esta vida breve? ¿Y el dios de los hebreos, que enseña a los justos a despreciar la muerte, y a tener que escapar incluso de esta morada terrenal para regresar a la celestial, a esa región del paraíso donde Dios consagra a las almas piadosas? Ahora, finalmente, quieres, Josefo, vivir, cuando no es apropiado, ni siquiera permitido, ¿qué es más importante, no es apropiado? ¿Y quieres arrebatar esa vida, me atrevo a decir, de esclavitud que está en poder de otro? ¿Para que un romano pueda arrebatártela cuando quiera? ¿Para que pueda arrojarte a la oscuridad de una prisión cuando quiera? ¿Y prefieres huir de aquí y que no te dejen morir? ¿Y con vergüenza vas a ellos, de aquellos a quienes persuadiste a morir por su patria? ¿Qué excusa tendrás para haberte quedado tanto tiempo? Esperan lo que puedas hacer, y sin duda ya están diciendo: ¿Por qué Josefo se demora al que debería haber venido? ¿Por qué llega tan tarde? ¿Por qué se niega a imitar a sus seguidores, a quienes persuadió a morir por la libertad? Permitiremos, sin duda, que elijas servir a un campeón de la libertad, pero que te condenes a ser esclavo de los romanos, que antepongas la esclavitud a la libertad. Pero aunque desees vivir, ¿cómo lo obtendrás de aquellos contra quienes has luchado tantas veces? ¿Cómo te mirarán, con qué ojos, con qué sentimientos? ¿Cómo querrías vivir con amos furiosos, aunque se lo permitiera? ¿Y quién no creerá que traiste a tu patria? ¿Quién verá a quién se le pagó la recompensa por la traición? Elige lo que prefieras, y que sea una de estas dos: tu vida será la recompensa de la traición, o el sufrimiento de la esclavitud".

XVII

A esto, Josefo respondió:

"¿Y quién querría ser un sobreviviente de tanta muerte? ¿Quién elegiría convertirse en heredero del dolor? ¿Quién no desearía que su alma se liberara de ese cadáver de muerte si se le permitiera? Pero el permiso para liberar no se concede a menos que sea quien ha realizado la atadura. El alma está unida al cuerpo por las cadenas de la naturaleza. ¿Quién es el creador de la naturaleza sino Dios omnipotente? ¿Quién se atrevería a romper y separar esta compañía, agradable a Dios, de nuestra alma y cuerpo? Si alguien le quita la cadena impuesta a sus manos por orden de su amo sin su autorización, ¿no será declarado culpable de haberle infligido una grave lesión? Somos posesión de dios, le debemos servidumbre; como siervos podemos esperar órdenes; como conquistados podemos ser encadenados; como fieles debemos velar por los bienes que se nos confían. No podemos rechazar el don de esa vida que él nos dio; no podemos huir del don celestial. Si rechazas los regalos de un hombre, eres un insulto: ¿cuánto más debemos proteger lo que hemos recibido de nuestro dios? De él mismo hemos recibido lo que somos, por lo tanto debemos ser suyos mientras él desee que lo seamos. Cada uno es el acto de una persona ingrata partir antes de lo que desea y vivir más de lo que él mismo ha deseado, quien ha concedido la vida. Porque ¿qué sucedió en el pasado cuando Abraham se apresuró? ¿Qué en el pasado cuando Moisés ascendió al monte Abarim esto se le dijo: "Sube al monte Abarim"? Sin embargo se dijo asciende, y él ascendió y murió. Como un buen sirviente esperó la orden del señor. Fue el propio Job quien dijo: "Que perezca ese día en que nací". Sin embargo, aunque colocado en heridas y dolores, no cortó las cadenas de esta vida, sino que pidió ser liberado diciendo: "Como se da la luz en la noche, se da vida en el dolor". Ciertamente alababa la muerte cuando dijo: "La muerte es descanso para el hombre". Sin embargo, no la arrancó, sino que preguntó, como está escrito: "Estoy destrozado en todos mis miembros y, siendo malvado, ¿por qué no estoy muerto? ¿Por qué no caí del vientre de mi madre a la tumba, o por qué el breve período de mi vida? Permíteme descansar un poco". Otro santo dijo: "Saca mi alma de su confinamiento". Buscó escapar, buscó liberarse de este cuerpo como de una prisión. Sin embargo, ninguno de los santos usurpa esto para sí mismo, nadie arrebata su propia vida. Si morir es una ganancia, entonces es robo usurparla antes de lo esperado; si es bueno vivir, entonces es sacrilegio rechazar la vida antes de que se la exijan. Pero tú crees que es glorioso morir en batalla. Tampoco niego que sea bueno morir en batalla por la patria, por los ciudadanos. Pero por la ley de la guerra ofrezco la garganta, si el enemigo la busca, si los romanos hunden la punta de la espada, a quienes de nosotros Dios dio la victoria, a quienes por nuestros pecados nos juzgó. Ni me resulta más atractivo porque prometieron perdonarme. ¡Ojalá estuvieran mintiendo! Pero consideraría una ganancia que me temieran tanto que me engañaran, o que yo les devolviera esta venganza porque me faltan a la fe. Morir por una malvada villanía suya en lugar de por la mía. Es villanía si me vuelvo contra mí mismo, un favor si lo hace el enemigo. Por lo tanto, pueden concederme ese favor, acabándome, si así lo consideran oportuno: porque si han cometido una villanía, tienen el poder de matar a un cautivo. Pero me prometes el servicio de tu banda de soldados. Nos ha faltado un verdadero asesino, de modo que morimos por nuestra propia maldad. No estoy dispuesto a perecer por la mía, por tu propia maldad, pero, lo que es más importante, no estoy dispuesto por mutuo acuerdo. Es decir, que cada uno de nosotros se inflija las manos a sí mismo, pague el precio de una muerte sustitutiva, para que la maldad deba no solo por la suya, sino incluso por la sangre de otro. Ciertamente viene a la mente el precedente del rey Saúl, quien ciertamente fue elegido rey contra la voluntad divina y mereció el desagrado de Dios, de donde, incluso mientras vivía, recibió a su sucesor. Un excelente ejemplo de un hombre que carecía del favor de Dios. Sin embargo, deseaba morir, pues ya no podía vivir. Deseaba además que su compañero lo matara, pero este lo consideró pecado y rechazó el servicio. Por lo tanto, sin poner en práctica su plan, y a falta de ayuda, logró volverse la espada contra sí mismo. Si por miedo logró no ser ridiculizado, ¿cómo se puede alabar el resultado del miedo? Si no temía, ¿por qué eligió primero a otro? No temo que los romanos se burlen ni mientan. Saúl fue el único que se suicidó, no Jonás, ni ningún otro en nuestras Escrituras. ¿Es de extrañar que, si fuera capaz de suicidarse, fuera capaz incluso de matar a su hijo? Aarón se interpuso entre los vivos y los muertos, y esto es un acto de valor, no de osadía. Pues se infligió la muerte a sí mismo, pero no temió a la muerte, que la apartó de su cuerpo y fue un obstáculo para la serpiente contra todo. Ciertamente, yo no soy Aarón, pero tampoco soy indigno de él. ¡Mirad! Ofrezco mis manos, que golpeen a quien quieran. Si puedo temer sus manos, merezco perecer en mis propias manos. Si muestran consideración por un adversario, ¿por qué no debería yo mostrar consideración por mí mismo? Si buscas por qué querrían mostrar consideración, incluso entre el enemigo pueden admirar el valor. Pues tan grande es la estima del valor, que con frecuencia incluso deleita al enemigo. Porque ustedes mismos saben cuán grande fue la destrucción que infligí a los romanos, cómo desvié a los vencedores de todas las razas de la destrucción de la ciudad de Jerusalén mediante el prolongado asedio de la oscura ciudad de Jotapata. Jugué una partida de dados arriesgándome a una pequeña pérdida de toda la guerra. Todos los demás aprendieron de mi intento de elegir la paz. Quizás nos perdonemos por esto, porque los demás no se desaniman, sino que se sienten desafiados. Pero afirmas que es agradable morir por la libertad. ¿Quién lo niega? Sin embargo, es dulce vivir en libertad. Porque quien ofrece amistad, promete libertad. Pero si él impusiera servidumbre, entonces ciertamente habría un propósito más adecuado en morir, si fuera apropiado morir. Ahora bien, por mucho que ofrezcan la vida, no quieren matar. Sin embargo, es cobarde quien no desea morir cuando es necesario, y lo desea cuando no lo es. Pues ¿quién no sabe que desear morir, no que se pueda morir, es la libertad y el miedo de una mujer? De hecho, las mujeres temerosas, cuando comprenden que algún peligro se cierne sobre ellas, suelen arrojarse al precipicio. Con un intelecto débil, no son capaces de soportar la carga del terror y el miedo a la muerte. Un hombre, en cambio, es más perseverante, quien no teme el presente y reflexiona sobre el futuro, sabe no temblar cuando no hay miedo. Finalmente, está escrito que "los espíritus afeminados anhelan el sustento del coraje, y al no tenerlo se precipitan a la muerte antes de tiempo". Ni siquiera saciado de alimento pide la mano de la gracia espiritual sobre sí mismo, pues está escrito que "la boca del necio invoca la muerte". La Escritura dice también: "Quien no se cuida en sus obras es hermano de quien se repudia". Por lo tanto, es condenado quien se suicida. ¿Qué es lo que va en contra de la ley de la naturaleza? ¿Qué es lo que va en contra de la naturaleza de todo ser vivo? Porque es innato en todas las criaturas, ya sean bestias salvajes o campesinos, amarse a sí mismos. Porque es una ley imperativa de la naturaleza desear vivir y no aspirar a la muerte. Y finalmente, ninguna familia de seres vivos puede armarse contra sí misma con una espada, aunque lo desee. Los hombres han encontrado horrible la soga de la muerte; las bestias salvajes lo ignoran. Pero las fauces de las bestias salvajes son armas, sus dientes son espadas. ¿Cuándo se ha oído que alguna bestia salvaje se haya privado de un miembro con sus propias fauces? Contra otros usan las armas de sus fauces, contra sí mismas usan sus bocas. En cuanto a nosotros, ¿qué es tan dulce como la vida, qué es tan indeseable como la muerte? Finalmente, quien haya defendido la vida es un protector, quien haya intentado buscar la muerte es un embaucador. Por lo tanto, lo que detestamos en otros, si nos asaltan, nosotros mismos deseamos infligirnoslo. Y aunque exigimos algo de otros como castigo, nosotros mismos lo buscamos como un favor. Y aunque nos vengamos del timonel si estrella el barco que le fue confiado contra una roca, ¿destruimos con una espada el timón de nuestro cuerpo que nos fue confiado y lo destinamos a un naufragio voluntario? Pero tú me arrojas ante una muerte prematura, cuando haya sido conducido al poder del enemigo, debería recibirlo como un beneficio, si lo que temo del enemigo yo mismo atraigo sobre mí, cuando puede suceder que lo que me estás persuadiendo a hacer, el enemigo no lo haga? Es como si el timonel, al ver que está a punto de estallar una tormenta, hundiera el barco bajo las olas para evitarla. Y porque el enemigo exigirá los castigos más severos, ¿creéis que debería evitarse así? ¿O porque os parece fácil que usemos la espada contra nosotros? Pero ese es el refugio de la debilidad, no una señal de valentía, aprovechar el beneficio de los castigos. Por lo tanto, nos aferramos a esto: ¿que no tiene las marcas de la valentía ni el provecho de la utilidad? A lo cual puedo añadir que la religión del difunto está deshonrada. Dios todopoderoso nos ha dado el mejor tesoro, y lo ha incluido y sellado en esta vasija de barro que nos confió para que la guardemos hasta que le plazca reclamarla. ¿No es un crimen en ambos casos, ya sea negar la confianza a quien la ha depositado sin reclamarla, o negársela a quien la reclama? Si violar lo confiado por un hombre conlleva la pena de deshonra, ¿cuánto peor es violar lo confiado por Dios? Lo confiado por Dios es el alma en este cuerpo, un alma que no está en condiciones de morir. Porque no está atado ni atado por ningún grillete de muerte, sino que parece producir muerte cuando se libera del cuerpo y de la convivencia que le fue encomendada. ¿Por qué, entonces, antes de que se nos solicite la devolución de lo confiado, pedimos la muerte, enviamos el alma como si no nos sirviera, la excluimos de nuestro hogar y soltamos el cuerpo en la tierra sin dignidad ni agradecimiento? ¿Por qué no esperamos la orden de partir? Un soldado espera una señal, un esclavo una orden. Si alguno de estos se va sin orden, uno es un desertor, el otro un esclavo fugitivo. Quien huye de un hombre está sujeto a castigo, aunque haya huido de un amo malvado. ¿Acaso no estamos huyendo de lo mejor de todo, capaces de ser atados por el vergonzoso acto de irreverencia? Pues, de hecho, eso va más allá de nuestra opinión: que Dios puso un ángel cerca de quienes le temen. Es él, por lo tanto, quien prohíbe a menos que haya recibido una orden. Si no hay orden, no hay provisión para un viaje. ¿Y cómo llegamos sin provisión para un viaje? ¿Quién nos aceptará en ese lugar inmaculado y secreto? ¿Quién nos admitirá en esa comunidad de almas benditas? Adán se ocultó porque violó una orden divina; fue excluido del paraíso por no haber cumplido un mandato. Se le dijo: "Adán, ¿dónde estás?", como si se tratara de quien había huido, como si se tratara de alguien cuya presencia no está ante Dios. Así pues, ¿no se me dirá a mí: "¿Dónde estás tú, que has venido contrariando una orden, a quien no he liberado de las cadenas naturales? Sácalo a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Hemos recibido no solo esta enfermedad humana, sino prohibiciones con leyes. Pues algunos ordenan expulsar sin sepultura a quienes se han clavado una espada. Es justo que quienes no han esperado la orden del padre sean privados, como si se tratara del seno de su madre, de una tumba de tierra. Otros cortan la mano derecha del muerto, para que se separe de los miembros de su cuerpo aquello que, en un ataque de furia, le hizo la guerra. Pero esta consecuencia del sacrilegio se sufre por traidores o asesinos de sus padres. Quienes, en verdad, no reconocen a su padre ni se reconocen a sí mismos. Por lo tanto, se les prohíbe ser enterrados, o no son enterrados enteros. El paraíso tampoco recibe sus almas, sino la oscuridad del infierno y feroces sufrimientos. Reflexionando sobre estas cosas, aunque todo me sea arrebatado, son solo cosas por miedo y pánico, que no debo imponerme, cosas que ni siquiera el enemigo podrá imponerme, ni debo quitar las cosas del paraíso, que un romano aún no ha podido quitarme (ciertamente podrá apresurarlo, no podrá quitármelo), cosas que solo anhelo con impaciencia. Pues ningún deseo de esta vida me aferra, en el que ni en los ciudadanos ni en el enemigo he captado lo que me daría placer. Los primeros me negaron la paz, los segundos me arrebataron mi patria. Entre tantos desastres, ¿qué puede sobrevivir del encanto en esta vida? Sólo tú, Padre omnipotente, creador y juez de la naturaleza, concede una muerte honorable; rompes este vínculo natural; devuelves mi alma a sus abismos. Aunque mi pueblo sea extinguido, la justicia arrebatada, la libertad aplastada, no transgrediré tu ley para morir sin ser invitado. Espero tu orden, espero que liberes a quien lo desee. Tienes muchos ayudantes; espero tu orden y el servicio de un ayudante. Es bueno morir, pero si muero como judío, no como ladrón, no como asesino, no como enemigo. Aunque haya sido derrotado en la guerra, seguiré siendo como nací, para no abandonar la herencia del padre Abraham. No me uniré al ejército del enemigo, para ser mi propio destructor. Exponme al enemigo para que me maten sin perder mi lealtad; no puedo volver mis manos contra el enemigo por mí mismo sin pecar. ¿Y en verdad existe el temor de que no nos corresponda vivir conforme a la ley? De hecho, ahora hay gran libertad para quienes no tienen permitido morir según la ley".

XVIII

Josefo expuso estas cosas, con las que anuló ante sus compatriotas la vindicación de la muerte voluntaria. No obstante, aquellos que una vez se habían jurado morir, al no poder oponerse a sus palabras, rodearon al hombre con sus espadas como si estuvieran a punto de atacar de inmediato a menos que él creyera que debía ceder. Pero él los rodeó; con la autoridad de un líder, con la conciencia del coraje, se acercó a otro con una mirada severa. Retiró su mano derecha, desvió la ira de aquel, los apaciguó con la dulzura de su consejo. Por diversos métodos, apaciguó la furia irracional de cada uno. De hecho, aunque una última racha había desfigurado la dignidad de los vencidos, no había destruido por completo su respeto. Y así, gradualmente, sus manos se retiraron, sus espadas se envainaron, pero su propósito persistió. Cuando se vio solo, asediado por muchos, Josefo pensó que por alguna casualidad o plan reduciría el número de los que se oponían, y dijo:

"Encomendemos el orden de morir a una lotería, para que nadie se retire, ya que la lotería se aplica a todos. El acuerdo de una lotería de este tipo es que quien muera por casualidad será asesinado por quien le siga. Por lo tanto, la lotería condenará a cada uno a la muerte, no a su propia voluntad. Que cada uno se someta a la lotería como juez sin pecado y libre de cautiverio, para que no acelere su muerte futura por decisión ajena ni la evite por la suya. Nadie podrá rechazar el resultado, que la casualidad habrá infligido o la voluntad de Dios habrá designado".

Una ofrenda estableció la fe y el acuerdo de todos, y todos dieron su asentimiento a la lotería. Cada uno fue elegido por casualidad, y le dio muerte al hombre que le seguía. Y así sucedió que todos los demás quedaron para la muerte. Era inevitable también que a Josefo lo condenaran por la lotería o, si sobrevivía a ésta, por la sangre de un camarada. No obstante, Josefo logró escapar a la lotería y a los ajustes domésticos de sangre. Logró escapar gracias a Nicanor, que lo escoltó hasta Vespasiano. Al verlo llegar Vespasiano, casi todos los romanos se congregaron. Algunos deseaban ver muerto a Josefo, a quien poco antes habían visto al mando de grandes asuntos en una posición de gran honor; otros se esforzaban por burlarse del cautivo; otros se maravillaban de los giros tan diferentes y cambiantes de los acontecimientos humanos. La mayoría suspiraba con prudencia, pensando que en otras circunstancias les podría ocurrir lo mismo. Tito, en vista de todo lo demás, se sentía movido por una innata dulzura de espíritu; él, durante tanto tiempo un orgulloso luchador, repentinamente condenado al poder del enemigo, a esperar la lotería de un guiño ajeno, el naufragio de la vida, desterrado de la esperanza de seguridad incierta. Ejercer tanta influencia en las batallas, de modo que en poco tiempo, por casualidad, se vuelve desigual consigo mismo, cuando los poderosos son derrotados o, derrocados, liberados. Y así, la mayoría de ellos (es decir, los que ocupaban puestos de honor) ofrecen el consejo más amable. Tito fue para Josefo, antes que para su padre, la mayor parte de su seguridad. Vespasiano ordenó que lo mantuvieran bajo custodia, para que por casualidad no pudiera escapar.

XIX

Unos días después, Vespasiano regresó a Ptolomea y desde allí se dirigió rápidamente a Cesarea, la mayor ciudad de Judea, pero habitada mayoritariamente por gentiles. Por esta razón, recibieron al ejército romano con aplausos y alegría, y no sólo por el ansiado favor de la alianza romana, sino también por un odio innato hacia el pueblo de Judea, sobre cuyo líder Josefo clamaban que fuera castigado. Vespasiano ignoró en silencio, pues la ira de la plebe concebía sin juicio. Como la estación y la ciudad eran propicias para pasar el invierno, Vespasiano apostó 2 legiones en Cesarea, y la X legión en Escitópolis, para que Cesarea no fuera consumida por la carga de todo el ejército. De hecho, la célebre ciudad estaba dedicada a Diana, aunque fuera fundada por escitas y a veces fuese nombrada Diana Escita. La ubicación del lugar revela que los fundadores lo eligieron más por la dureza innata y accesible de las llanuras que por sus ventajas para el uso residencial. Por ejemplo, expuesto tanto al rigor del invierno como al calor abrasador del verano, ofrece más trabajo que placer, ya que en invierno están más expuestos al frío y el calor abrasador del verano es más severo en estos lugares, donde reciben todo el sol sin la agradable sensación de un campo verde. Así, la región llana y costera de la renombrada ciudad se ve aún más calentada por el calor del mar.

XX

Al saber Vespasiano que muchos, desde distintos lugares, se habían trasladado a la ciudad de Jope, ideal para sus incursiones piratas, tras reparar los edificios destruidos por Cestio, los renovó. Dado que la región había sido devastada, el abastecimiento de alimentos se obtenía por mar. Vespasiano lo registró todo. Pero al construir barcos de tal naturaleza, adaptados al uso de los piratas, tras observar el paso de los viajeros, casi todo el comercio de Fenicia y Egipto estaba siendo saqueado, de modo que los frecuentes pillajes cerraron el mar por el pánico, interrumpiendo su navegación por el temor al peligro inminente. Descubierto esto, ordenó a una tropa de infantería y a la mayor parte de la caballería que avanzaran hacia Jope de noche. Lo cual se hizo fácilmente, ya que no había guardias alrededor de la ciudad, pues se creía que el rumor de su destrucción no preocuparía al líder romano. Sin embargo, estaban presentes, pero no se atrevieron a resistir ni a negar la entrada a los romanos que llegaban. Tras embarcarse en las barcas, fuera del alcance de una flecha de la fuerza de avanzada, pasaron la noche en el mar. En ese lugar, hacia la madrugada, un viento impetuoso, al que los navegantes de estas regiones llaman Melamborio, azotó las embarcaciones que se balanceaban sobre las olas, traídas desde la ciudad de Jope, como dijimos antes, e inmediatamente las enredó entre sí y las volcó con las olas. Al romperse los cabos de algunas anclas, se estrellaron contra las rocas; la ola, que se alzaba muy alta, hundió a los aplastados por su masa; otros se opusieron cuando fueron levantados violentamente contra el mar: el peligro de la costa rocosa o la masacre a manos de los romanos, que se dispersaron por la orilla mientras los marineros huían. No había lugar para la huida ni esperanza de quedarse cuando el viento los alejó del mar. El sonido de los barcos era doloroso cuando se estrellaban los gritos de los hombres, insoportables, al romperse los barcos. Al ver que el mar se rompía contra los barcos tambaleantes, algunos nadadores experimentados se arrojaron al mar; otros, al saltar a los barcos que se acercaban, al caer al mar, fueron aplastados por la colisión; la mayoría se hundió en las profundidades con los pequeños barcos, privándolos de cualquier esperanza de salir nadando. La muerte, sin embargo, se abalanzó con menos sufrimiento sobre aquellos que carecían de habilidad o de cualquier esperanza de intento. Pero, aun así, tras ser atacados en la proa, los restos destrozados de los barcos se estremecieron por los frecuentes golpes y, golpeados en los costados, golpearon cruelmente los miembros desdichados o la muerte los persiguió, empujados contra las rocas entre los votos de abrazar la orilla, con el consuelo de haber perecido en tierra. Sin embargo, el rostro era digno de compasión; las cabezas de los desafortunados, al ser golpeadas, estaban manchadas y las orillas empapadas de sangre. Se podía ver el mar teñido de sangre, todo lleno de cuerpos. Y si alguien escapaba, los que se acercaban a la orilla eran asesinados por los romanos, que los evaluaban. Porque una tormenta no atenuó su furia en estos lugares ni por la aspereza del lugar ni por la fuerza de los vientos, sino por una ira divina descomunal, el mar fue envuelto por vientos que soplaban a la vez, para que los judíos no escaparan y así perdonar a los temerosos, a quienes Dios no había perdonado. Algunos se suicidaron a espada, juzgando más tolerable perecer por ella que por naufragio; otros, queriendo empujar con largas lanzas, atravesaron los barcos; algunos, que empujaban con remos o golpeaban con un dardo a quienes, tras caer al mar, tal vez rezaban para ser rescatados por los navegantes. No he pasado por alto, por lo tanto, aquello por lo que es evidente que el mayor peligro provenía del propio pueblo judío para sí mismos, más que del enemigo, que se estaba matando, como si los peligros fueran insuficientes para su destrucción al mismo tiempo que todo lo demás, el cielo, el enemigo, el mar y las rocas. Y así, se contaron cuatro mil quinientos cadáveres que el mar había escupido; sin batalla, la ciudad fue capturada y arrasada hasta sus cimientos. Y así, en un breve instante, las tropas romanas arrasaron Jope, donde Vespasiano, con razón, consideró que debía advertirse de que no se construyeran allí moradas de piratas por segunda vez. Aunque al partir dejó allí caballería con algunos soldados de infantería, para que estos permanecieran allí por si una banda acostumbrada al bandidaje se atreviera a hacer algo, la caballería asaltaría las zonas vecinas de la región, así como las aldeas y pequeñas ciudades, donde todo fue completamente destruido por temor a que se atrevieran a conspirar contra alguien.

XXI

Mientras esto ocurría en Jope, os habitantes de Jerusalén pasaban el tiempo, y ni siquiera por la participación en la matanza celebraban una festividad. Habiendo oído lo que habían hecho los romanos en Judea, al saber que Josefo no había sido asesinado pensaron que un líder tan grande no había caído imprudentemente en manos del enemigo. De hecho, ningún mensajero de tan gran matanza había sobrevivido, y de ahí el rumor de tan tremenda destrucción, al no haber sobrevivido ningún informante, se atribuyó a todo lo destruido, y nada quedó ni se difundió como información de lo sucedido. Ningún rumor, por grande que sea, se relató, pues los mismos silencios aterrorizan a los inciertos. Se creyó todo lo que se temía, y estaba tan lejos de lo anunciado, que incluso se añadieron cosas que no se habían hecho. Cuando se descubrió que Josefo pasaba todo el tiempo con los romanos, lo aborrecieron con tal odio que maldijeron su vida como señal de cobardía o traición. A partir de esto, surgió una gran excitación contra los romanos y contra Josefo, y cuanto más empeoraba su situación, más se enardecían en la guerra. Cuando debería haber sido el fin, de ahí surgió el principio de las desgracias. Pues para los sabios, los desenlaces desfavorables son más bien una advertencia para tomar precauciones, no sea que vuelvan a ocurrir las mismas cosas que ya han sucedido; sin embargo, para los necios, son un incentivo para las desgracias. El peligro de sus aliados, por lo tanto, debería haber sido para los habitantes de Jerusalén un motivo de sobriedad, pero como no estaban dispuestos a comprender que debían comportarse correctamente, se convirtió en su ruina.

XXII

Vespasiano, considerando que ellos mismos se beneficiarían de la demora y que el ejército descansaría brevemente, accedió a la petición de Herodes IV de permanecer unos 20 días en la ciudad de Cesarea de Filipo, en su reino. Al mismo tiempo, los problemas de sus facciones se recuperaban del frenesí de la agitación y el desacuerdo, quienes podrían reconocerse como aptos para la intervención del rey si se desviaban, aunque pudieran surgir los minuciosos acuerdos entre el rey y los romanos. Finalmente, al estar Tiberíades cerca de Cesarea, no negó un beneficio; encontró una razón. Porque también el pueblo estaba furioso por la grave discordia entre ellos. Por lo tanto, en una tarea a su hijo, Vespasiano ordenó que se reunieran 3 fuertes legiones y atacaran directamente Escitópolis. De las 10 ciudades, esta era la más grande vecina a Tiberíades. Ordenó a Valeriano acercarse a las murallas desde allí con 50 jinetes, quienes deberían recomendar ofrendas de paz e instar a los retenidos a la lealtad a la alianza, para que el temor al ejército reunido consterne a los hostiles, como mensajero de paz, invite a los dispuestos. Valeriano, cerca de las murallas, desmontó de su caballo, y también hicieron lo mismo quienes se habían acercado al mismo tiempo. Pensando que debían ser despreciados debido a su pequeño número, Josué (jefe de los saqueadores judíos) con sus hombres, habiéndose atrevido igualmente a atacar, los expulsaron del lugar con un ataque repentino, y al mismo tiempo se abalanzaron furiosos sobre los caballos que él había alejado de los que se retiraban (quienes no notaron que Valeriano se había retirado prudentemente) y les arrebataron el botín de la altivez de los que estaban ofreciendo la paz. Los ancianos, indignados por la crudeza del acto de abandonar la ciudad, acudieron a Vespasiano rogándole que no atribuyera la insolencia de unos pocos a todo el pueblo. Vespasiano ordenó inmediatamente a Trajano que fuera a la ciudad para investigar si el pueblo se había retractado de la temeridad de los emboscadores. Dando a conocer con oraciones la conformidad del pueblo y la avidez de los ancianos, reforzó su lealtad hacia la embajada. Así, se concedieron indultos a quienes los solicitaron, especialmente porque Vespasiano consideraba al rey, preocupado por la situación de toda la ciudad, cuya lealtad interponía algo que no se atrevería a hacer después. Deseando el perdón de la ofensa, partió.

XXIII

Desde allí, se dirigió Vespasiano a Tariqueas con el ejército vigilante y preparado, pues gran parte de la turba se había congregado en esa misma ciudad debido a la fortificación del lugar. Y como Josefo la había rodeado con una muralla, que la hacía inaccesible para la infantería, fue bañada por las olas del lago Genesaret. Así, reunidas las barcas, clamaron por una guerra en dos frentes: si una batalla terrestre se recrudecía contra ellos, debían huir a los barcos; si cedían en una contienda naval, debían regresar a la ciudad y defenderse con las murallas circundantes. La protección era similar en todos los aspectos en ambos lugares, tanto en la ciudad de Tiberíades como en Tariqueas, pero en Tariqueas la disposición natural era mejor, la muralla era más sólida en Tiberíades, pero la furia de los tariqueanos era más manifiesta, de modo que, si fuera necesario, podían mezclar todo, batallas navales con batallas terrestres, batallas terrestres con combates navales. En el peor de los casos, bloqueados por una línea de batalla enemiga, dado que actuarían con mayor audacia y con recursos, y ninguna temeridad se opondría a la gestión de la actividad romana ni al valor del ejército veterano, antes de sufrir cualquier destrucción, obligados a huir, huyeron juntos hacia las naves. Estaban apiñados como si estuvieran luchando en una línea de batalla compacta, como si se estuviera librando un combate cuerpo a cuerpo en tierra. Y también en la llanura, una multitud innumerable esperaba al enemigo. Al enterarse de esto, Vespasiano envió a su hijo con jinetes selectos.

XXIV

El general Tito, al verse rodeado por enormes fuerzas, informó a su padre (Vespasiano) que la multitud del enemigo era mayor de lo que se rumoreaba. También infundió en los reunidos, que había traído consigo, un incentivo para luchar con una disposición de esta naturaleza, diciéndoles:

"Hombres romanos, es conveniente que quienes van a luchar recuerden su nombre y su raza, de cuyas manos nadie en el mundo romano ha escapado. En efecto, ¿cómo han dado este nombre a todo el mundo si no es conquistando? De hecho, deberían recordar el lugar en el que se encuentran ahora y contra quién libran la guerra, los romanos. En los confines del mundo nos mantenemos unidos. Atravesando distancias tan grandes, no han visto nada ajeno. Pues, ¿qué no nos pertenece? ¿En posesión de quién está el mundo? Todo lo que está en cualquier lugar es su derecho. Todo lo que una morada alberga del mundo entero es de su propiedad; han viajado bien. ¿Quién les ha impedido correr triunfantes por todo el mundo? A quienes ni Asdrúbal el Púnico, ni Pirro el Griego, ni Breno atacando la entrada del Capitolio, ni las hordas persas, ni las falanges egipcias pudieron detener, detuvieron a la rebelde Judea, que ofrecía una ignorante temeridad bélica, más propia de una querella ruidosa que de una pelea. Además, no hay nada que temer; pero creo que estoy lleno de modestia. Cansados de conquistar, los que tantas veces han sido derrotados se han vuelto audaces; ustedes se agotan ante las cosas favorables, mientras que ellos se endurecen ante las adversas. Por tanto, hombres de Roma, anímense y, confiando en su valor ancestral, levántense contra las hordas enemigas. Que no los inquiete el número de los judíos, aunque las innumerables pruebas de nuestro valor no los desanimen, pues son mucho más poderosas que su número. Los hebreos no conocen la guerra, ni la pericia en la lucha, ni el valor del control, ni la práctica de la disciplina, ni la capacidad de soportar el sufrimiento. Sólo en la batalla desprecian la muerte, pero nadie ha vencido a un enemigo muriendo, sino destruyéndolo. Ellos no conocen las armas excepto en la guerra; nosotros, en tiempos de paz, nos ejercitamos con ellas, para que en la guerra no experimentemos las incertidumbres de la guerra. El resultado es incierto para los inexpertos, una victoria habitual para los veteranos. ¿Por qué, si no, practicamos a diario, a menos que sea para que las batallas nunca nos resulten extrañas? Cada uno se ejercita en casa como si estuviera en batalla, para que en ella exista una cierta perspectiva de la contienda. Finalmente, nadie se equivocaría al afirmar que nuestras prácticas son guerras sin sangre, nuestras guerras son prácticas. Entramos en guerra completamente protegidos, con la cabeza cubierta por un yelmo, el pecho por una armadura, todo el cuerpo por un escudo. Un enemigo no es capaz de descubrir dónde debe golpear a un soldado romano, al que ve envuelto en hierro. Para otros, tales armas son una carga; para nosotros, una protección, porque se aligeran con la práctica. Contra aquellos que van desarmados y, por lo tanto, como desnudos, la batalla es nuestra. ¿Y deberíamos realmente temer ser rodeados por su número? En primer lugar, la caballería no tiene impedimentos en las batallas; practica la guerra retirándose y persiguiendo, y aunque rodea las formaciones de batalla más grandes, se retira a la distancia que le place. Y después, en la batalla a pie, no es tanto el número del grupo mayor lo que determina la batalla como la excelencia del grupo menor. Porque una multitud arrogante en su formación es en sí misma un impedimento para la victoria en las buenas circunstancias, un impedimento para la huida en las malas. El coraje verdaderamente paciente se fortalece en las buenas circunstancias y no se desvanece por completo en las adversas. Esa repetida experiencia de victorias nos incentiva a luchar. Pues aunque ellos luchen por su patria y por sus hijos, no por ello están más preparados de lo que nosotros necesitamos. De hecho, no es irrelevante, de hecho, no sé si es más importante, luchar por nosotros mismos que por nuestro pueblo. Luchamos por nosotros mismos cuando luchamos por la gloria, y no somos inferiores por lo que somos. Pues ¿quién dudaría de que es mejor luchar por la gloria que por la seguridad? Para nosotros, sin embargo, esta lucha es una prueba de reputación para que no perezca el derecho de nacimiento. Nosotros, vencedores de las naciones y los primeros del mundo, nos esforzamos por parecer iguales a los judíos, a quienes, de iguales a nosotros, hemos establecido como adversarios, si nos acercamos solo a ellos en número. Nuestros antepasados frecuentemente derrotaron a grandes cantidades de enemigos con un pequeño grupo. ¿Y qué nos ha aportado el entrenamiento diario, el trabajo diario, si llegamos a la batalla en igualdad de condiciones? De hecho, le hemos informado a mi padre sobre el número de soldados, porque no está permitido hacerlo de otra manera, pero él nos ordena no temer el peligro, sino mantener nuestro respeto como juez de guerra. Está permitido hacer una libación por la batalla para que el enemigo se alce con la victoria mientras llega la ayuda, para que los que hayan venido no se jacten ante nosotros de haber sido vencidos por la fuerza común, sino protegidos por su valor. ¿Con qué expresión, pues, nos presentaremos ante mi padre si hemos temido comenzar la batalla? ¿Con qué vergüenza me presentaré, un hijo innoble, ante un hombre tan grande, que solo sabe ver a su soldado como vencedor? ¿Cómo me mostraré como su hijo, ya que él siempre es un vencedor, mientras que yo me he rendido ante la enemiga Judea? ¿Qué te sucederá, tu líder, al ser considerado indigno, a quien su confiado padre te ha enviado? Pero prefiero que abogues por el valor de tu líder antes que por su cobardía. Por lo tanto, corramos contra nuestros adversarios, apresurémonos, adelantémonos a ellos. Yo correré primero al peligro, tú me seguirás para proteger la confianza y preservar la empresa de mi padre. No valoro a los compañeros de peligro, sino a los socios en la victoria. Cuídate, sin embargo, de que la palma del triunfo que se te ofrece no te sea arrebatada, de que no parezca que la has reservado para otros. Ciertamente, si sucede de otra manera, prefiero que mi padre me reconozca como su hijo en mis heridas, si no me ha reconocido entre sus soldados. Dejemos de lado que mi padre se ofenda por nuestra participación en la batalla. ¿Qué es, entonces, más tolerable: haber alcanzado la victoria o haberla abandonado? La prisa en la conquista es señal de valentía, la renuncia, una acusación de cobardía. Mi padre puede, sin duda, desaprobar a los vencedores, pero yo no me acobardo ante una acusación de esta naturaleza; prefiero ser culpable con el estado celebrando un triunfo que salir indemne con el estado herido. Ojalá se me permitiera, en el peligro, imitar solo al hijo de Manlio Torcuato, a quien su padre ordenó matar con el hacha del verdugo, porque, contra su orden, dirigió el ejército contra el enemigo. El joven, con el enemigo masacrado y vestido con el atuendo triunfal, se mantuvo firme bajo el verdugo de su muerte porque consideró feliz morir victorioso. Pues ¿qué hay más ilustre que concluir la vida con un triunfo y no salvarse para las incertidumbres de la vida tras una victoria segura? ¡Oh, el crimen de la victoria debería ser buscado por los previsores! ¡Ojalá se nos presentara porque habremos vencido! Ciertamente, con este ejemplo sólo yo estaré en peligro, y vosotros celebraréis un triunfo. Mi padre Vespasiano no nos ha prohibido luchar, sino que ha ordenado a quién ha enviado a la batalla. Por eso considero más indigno que nos hayamos rendido ante los judíos, pudiendo vencer, que haber luchado".

XXV

Dicho esto, y a la cabeza, el general Tito dirigió su caballo contra el enemigo. Con un gran grito, los demás, tras seguirlo, se desplegaron por todo el campo, por lo que se estimó que eran incluso más. El comandante Trajano, también enviado por Vespasiano con 300 jinetes, se acercó a Tito, que avanzaba. Los judíos no pudieron resistir más, confundidos por las lanzas de los hombres y el ruido de los caballos. Algunos se desviaron en diversas direcciones; la mayoría buscaba la ciudad. Tito saltó; a algunos los atacó por la retaguardia, abatió a otros que vagaban sin rumbo, y, tras revertir su rumbo, los empujó a todos hacia atrás desde las murallas y, bloqueando el paso de los que retrocedían, les cortó la huida. Y mientras algunos eran derrotados, otros, para quienes la ciudad era un refugio, escaparon. Pero en ese lugar también se desató una feroz batalla. Pues quienes habían huido de las regiones vecinas al principio preferían la paz, pero la gente que subía despertó en los renuentes el anhelo de luchar. En el interior de la ciudad se desató un gran conflicto y alboroto. Incitado por este ruido, Tito se volvió hacia sus tropas y dijo:

"Esta es la situación, benditos compañeros soldados, la que yo esperaba. El enemigo dentro de la ciudad siembra discordia entre sí, afuera los están masacrando, adentro luchan. Apresurémonos mientras aún discrepan, no sea que por temor al peligro vuelvan a un acuerdo".

Así que montó en su caballo, del que se había apeado cerca de las murallas, y, tras dirigirse al lago, Tito buscó la ciudad a través de las olas. Como el primero, se precipitó hacia la ciudad, y los demás tras él. Inmediatamente, todos los que estaban dentro huyeron. Algunos fueron abatidos, otros, subiendo a botes, fueron arrojados al lago; muchos murieron dentro. Sin embargo, muchos de los que estaban en los campos se presentaron ante los romanos, afirmando no tener relación con la ofensa, con quienes, tras una gestión concienzuda, Tito consideró que debía ser indulgente, persiguiendo solo a los causantes de la rebelión. Envió un jinete a su padre para informarle de los resultados de la victoria. Vespasiano, complacido por ello, y especialmente por el triunfo de su hijo, quien había completado la mayor parte de la guerra que se libraba contra los judíos, se dirigió rápidamente y ordenó que se vigilara cuidadosamente la ciudad para evitar que alguien se escapara, pues todos merecían castigo. Sin embargo, otro día, debido a los que se habían embarcado, ordenó construir balsas, las cuales se hicieron sin demora, ya que los bosques vecinos y la gran cantidad de trabajadores permitían acelerar la tarea.

XXVI

Una gran bahía del lago, como si fuera una extensión del mar, se extiende 140 estadios de largo y 40 de ancho, levantando una brisa con sus aguas cristalinas. De ahí su nombre Genesaret, de una palabra griega, como si produjera una brisa de agua dulce y potable, pues no recibe la espesa o fangosa característica de un pantano, pues está rodeada por una orilla arenosa. Es más suave que el frío de un manantial o un río, pero más fría que la superficie de una marisma plácida, debido a que el agua no se extiende como un lago, sino que el lago se agita frecuentemente a grandes distancias por las brisas. El agua extraída de este lago es más pura y suave para beber, y si alguien deseara añadirle un toque de energía a la belleza natural, como aparece en los veranos, suspendida por la brisa nocturna según la costumbre de los habitantes para beber, se considera que no difiere en absoluto del uso de la nieve. Los tipos de peces también son más excepcionales en sabor y apariencia que en otro lago. Para terminar, nos parece bien que revelemos el origen del Jordán, que prometimos en otro lugar. Pues era tema de duda de la generación anterior si el Jordán nacía del lago al que se le da el nombre de Genesaret, Filipo II el Tetrarca. Los de la región de Tracotínide refutaron la falsa creencia y pusieron fin al error enviando paja al Fiala, del cual brotaba un río en Pania. De lo cual se establece que el nacimiento del Jordán no está en Pania, sino en un río. Pues su fuente no está allí, de modo que nace de él como otros ríos, sino que se desvía del Fiala hacia el mismo lugar por cauces subterráneos. Allí, como si fuera su fuente, brota y emerge. Además, desde Fiala, en la región de Tracotínide, se extienden ciento veinte estadios hasta la ciudad de Cesarea. El nombre de Fiala, además, parece expresar la naturaleza de una rueda, pues está tan continuamente llena de agua que ni se desborda ni se percibe que se drene por ninguna disminución. El agua desciende un poco y vuelve a brotar donde está Pania, como lo evidencia la paja que vuelve a la superficie. Así, se revela que el Jordán volvió a nacer allí donde los hombres de tiempos pasados creían que había surgido. Sin embargo, no fue el mismo en Pania desde el principio, salvo por la belleza natural, sino que, gracias a la generosidad real de Herodes IV, se añadió al lugar una decoración más rica y espléndida, de quien recibimos una cueva construida y adornada con maravillosa belleza, por la que se eleva el Jordán. De donde, ya no por un movimiento oculto y oculto a través de las oquedades de la tierra, sino a partir de un río visible y expuesto, se vierte a través de las tierras, y atraviesa el lago Semeconitin y sus pantanos. Desde allí, siguiendo su curso 120 estadios sin afluencia alguna, avanza hasta la ciudad llamada Julia. Después cruza el lago Genesaret, que fluye por su centro, desde donde, tras recorrer vastos parajes, es recibido por el mar Muerto y sepultado en él. Y así, vencedor de dos lagos, tras entrar en un tercero, se asienta. El distrito de Genesaret se extiende sobre el lago del mismo nombre, del cual el distrito toma su nombre, con una maravillosa belleza natural. La riqueza del suelo proporciona cosechas espontáneas, y la prolífica arboleda lo hace crecer espontáneamente con todo tipo de árboles frutales. La astucia del cultivo, imitando a la naturaleza, aprovecha la rica fertilidad que se deriva de él, da gracias, de modo que no hay nada en ese lugar que la naturaleza haya negado ni que el cultivo haya descuidado. El clima es propicio para todo y no inapropiado para ningún cultivo, cuya temperatura es tan grande que se adapta a las diferencias de crecimiento de todos los seres. En ese lugar, las cosas que se nutren del frío se extienden de diversas maneras, y las que se benefician del calor, allí, con el verano mezclado con el invierno, se pueden ver simultáneamente nueces y dátiles del norte, a menos que en los lugares más calurosos no se cultiven. ¿Qué decir de los higos o las aceitunas, que se nutren con un clima más suave? Sin embargo, no son iguales a estos últimos. Los primeros, de hecho, y ciertos cultivos domésticos son los principales productos de Palestina y son más abundantes allí; los segundos son casi iguales y, sin embargo, aunque a largos intervalos, muy cercanos. Podría decirse que es una competencia armoniosa entre la naturaleza y las circunstancias: los primeros, como una madre fecunda lo crea todo, la adecuada combinación de los segundos, como una buena nodriza, lo nutre todo con un suave calor. Y así no sólo se producen satisfactoriamente variedades de frutas, sino que incluso se mantienen bajo observación, para que algunas especies principales no dejen de estar disponibles durante una parte del año. Todas las demás están disponibles durante todo el año, hasta el final. Pues tanto las uvas como los higos, que se encuentran en injertos de cierto favor real, son numerosos durante diez meses sin desaparecer, y los frutos restantes de las ramas, que las granjas voluntarias han creado por voluntad propia o han producido la industria humana, no han aprendido de la práctica de quienes logran ceder su servicio, a menos que se trate de nuevos reemplazos. A esta fecundidad de la naturaleza y la temperancia del aire se suma también el favor de un manantial que riega la renombrada región con cierto riego generador. Su nombre es Cafarnaum, que algunos han considerado, no en absoluto superfluo, un afluente del río Nilo, no sólo porque fructifica los campos fértiles, sino incluso porque produce un pez de tal tipo que se pensaría que es un coracinum, que se encuentra en el lago Alejandrino procedente de la inundación del Nilo. La región, también llamada así por el nombre del lago, se extiende 30 estadios de largo por 20 de ancho. Dado que hemos hablado de la naturaleza de la región, nos remontamos al final de la batalla. Así pues, Vespasiano colocó una tropa militar en las balsas preparadas según sus órdenes, que persiguieron a quienes habían evitado la destrucción gracias a la huida de las embarcaciones. Por lo tanto, no supieron qué hacer. Sin lugar seguro en tierra, rodeados por el enemigo, sin posibilidad de huir por las aguas, dado que el lago estaba cerrado y rodeado por los romanos, sin confianza para resistir ni siquiera con las ligeras embarcaciones, ¿qué podían hacer unos pocos contra la multitud en las balsas que se acercaban? Incluso con la lenta aproximación de estas, y la carga más efectiva de las embarcaciones, sin sufrir heridas, sólo el traqueteo de los escudos se oyó, cuando los dardos eran desviados. Los judíos no se atrevieron a acercarse, ni ninguna embarcación ligera se acercó impunemente, pues desde cerca sería fácilmente atravesada por los dardos o hundida por las balsas. Si alguien hubiera intentado nadar o escapar, atravesado por una flecha, habría perdido su vida en las olas. No pudieron resistir más, pues estaban siendo reducidos por un método diferente. Los romanos, gradualmente, con las numerosas balsas que se apiñaban, obligaron a un gran número de embarcaciones a llegar a la orilla. Y apiñados allí, o bien saltaban a tierra y eran asesinados por los romanos, o bien eran abatidos por quienes los presionaban desde las balsas, o bien eran pisoteados por el apiñamiento de las balsas, o bien se arrojaban al lago cuando el enemigo saltaba a sus botes. Se veían las aguas mezcladas con sangre, el lago lleno de cadáveres. Porque nadie se salvaba de quien se resistía. Un olor terrible, un hedor fétido en la región. Unos 6.000 judíos, además de los que le precedían (unos 700) resultaron muertos en esta batalla. El vencedor Vespasiano regresó a Tariqueas. Allí se disponía a separar a la gente de la región de la ciudad, para que quienes no fueran los causantes de la rebelión se salvaran. Pero en opinión de la mayoría, aquellos que constituían una multitud tan grande, capaz de reactivar las recurrentes batallas, eran considerados enemigos de la paz y perjudiciales para la región; pues ¿dónde podrían subsistir, expulsados de su país? ¿Con qué alimentos se sustentarían sin compartir nada, a menos que vivieran del saqueo? Convenció a la opinión y, habiéndose implantado el perdón de la muerte, ordenó que salieran por la puerta que daba a Tiberíades y se dirigieran a esa ciudad. Creyeron fácilmente lo que esperaban. Comenzaron a salir, pero como toda la ruta estaba preparada de antemano, las tropas bloquearon cualquier desviación de los judíos, y los condujeron al estadio de la ciudad. Vespasiano entró también y, tras considerar la edad y la fuerza de todos los que había ordenado que se presentaran ante él, escogió a 6.000 de los jóvenes más fuertes, a quienes envió a Nerón en el Istmo. Sin embargo, ordenó la muerte de 1.200 ancianos y débiles, y 30.400 del resto los ofreció en venta. Sin embargo, entregó al rey a todos los que resultaron ser de partes del reino de Herodes IV, a quienes, tras recibir el premio, el rey transfirió al servicio de la esclavitud. Además, los demás habitantes de las regiones de Traconítide y Gaulanítide, de Hipeno y Gadarita, como instigadores de la guerra y perturbadores de la armonía, que abandonaron la conducta correcta y asaltaron territorio extranjero, y que, habiendo tomado las armas, habían violado la paz, pagaron las penas justas y debidas según lo merecían sus crímenes.