TERTULIANO DE CARTAGO
Sobre las Modas
DISCURSO I
I
La mujer, y su deseo de vestimenta
1. Si habitara en la tierra una fe tan grande como para merecer la recompensa esperada en los cielos, ninguna de vosotras, amadas hermanas, desde el momento en que conocisteis al Señor por primera vez, y supisteis la verdad sobre vuestra propia condición (es decir, la de la mujer), hubiera deseado un estilo de vestir demasiado alegre, por no decir ostentoso, sino que andaría con ropa humilde, y no luciría mezquinamente de apariencias, y caminaría como caminaba Eva: llorando y arrepentida, con ropa de penitencia. De esta manera, expiaríais más plenamente lo que se deriva de Eva: la ignominia (del primer pecado) y el odio (que se le atribuye como causa de la perdición humana). A Eva le dice Dios que "en dolor y angustias parirás hijos, y hacia tu marido será tu inclinación, y él se enseñoreará de ti", y ¿no sabéis que sois cada una una Eva?
2. La sentencia de Dios sobre el sexo femenino sigue viva todavía hoy en día, luego la culpa que la origina también debe necesariamente seguir viva. La mujer es la puerta del diablo, por la que él abre el árbol prohibido. Es la primera desertora de la ley divina, y la que persuadió a aquel a quien el diablo no tuvo el valor de atacar. La mujer fue la que destruyó la imagen de Dios en el hombre, y por ese desierto (es decir, la muerte) tuvo el Hijo de Dios que morir. ¿Y pensáis adornaros con túnicas de pieles?
3. Si desde tiempos remotos los milesios esquilaban ovejas, y los serios hilaban árboles, y los tirios teñían, y los frigios bordaban con aguja, y los babilonios bordaban con telar, y las perlas brillaban, y las piedras de ónice centelleaban, y el oro llenó la tierra de codicia, y el espejo dio licencia para mentir tanto, en todo ello estuvo la Eva expulsada del paraíso, ya muerta pero codiciosa. En consecuencia, estas cosas son todo el equipaje de la mujer en su estado condenado y muerto, que va acumulando como pompa para su propio funeral.
II
El origen de la ornamentación femenina
1. Aquellos que prostituyeron a las mujeres fueron condenados a pena de muerte. Es decir, aquellos "ángeles que se precipitaron desde el cielo sobre las hijas de los hombres" (Gn 6,2), manchando con su ignominia a la mujer. En aquella época, mucho más ignorante que la actual, ya se habían descubierto ciertas sustancias materiales ocultas, y algunas artes científicas, y las operaciones de la metalurgia, y las propiedades naturales de las hierbas, y los poderes de los encantamientos, y hasta la interpretación de las estrellas. Pues bien, todo eso confirió propia y peculiarmente a las mujeres un medio instrumental para la ostentación femenina, y desde ese momento las mujeres empezaron a colgarse los resplandores de las joyas en sus abigarrados collares, y a comprimir los aros de oro en sus brazos, y a teñir sus lanas con los medicamentos de orchil, y a resaltar con ese mismo polvo negro sus párpados y pestañas.
2. Se suele declarar la calidad de las cosas a partir de la calidad y condición de sus maestros. En este sentido, los pecadores nunca proporcionan nada que conduzca a la integridad, ni los amantes ilícitos nada que conduzca a la castidad, ni los espíritus renegados todo lo que conduzca al temor de Dios. Si estas cosas han de llamarse enseñanzas, los malos maestros necesariamente deben estar enseñando mal.
3. ¿Será que las mujeres carecían de causas materiales de esplendor, o de ingeniosos artificios de gracia? Sobre todo, a la hora de enseñar a los hombres a ser toscos y groseros. ¿Habrían movido aquellos ángeles de la Escritura las mentes de las mujeres hacia eso? ¿O las dotaron de ello como regalo compensador por contraído con ellos aquella conexión conyugal? Estas cuestiones no admiten ningún cálculo, mas en caso de ser ciertas, ¡qué gran negocio! Sobre todo, porque las mujeres que poseían ángeles (como maridos) no podían desear nada más. ¡Habían hecho, en verdad, un gran matrimonio!
4. Posiblemente, aquellos ángeles que captaban de dónde habían caído (del cielo), con esa misma excelencia correspondieron a las mujeres. Es decir, con la belleza natural, como causa seductora aportada para el mal. De esta forma, eliminada de la mujer la sencillez y la sinceridad, a través de ellas ellos podrían volverse más ofensivos contra Dios. Dichos ángeles caídos sabían eso, así como que toda ostentación, ambición y amor carnal desagradaba a Dios. Lo sabemos bien los cristianos, pues a ellos son a quienes nosotros rechazamos en el bautismo, junto a sus obras y pompas.
5. ¿Qué tienen que ver las cosas con sus jueces? ¿Qué comercio tienen los que van a condenar con los que van a ser condenados? Pues bien, lo mismo sucede entre Cristo y Belial, que no hay comercio ni relación alguna. Y si no, ¿con qué consistencia subiremos al futuro tribunal de Dios? ¿Para condenar a aquellos cuyos dones buscamos en vida? Vosotras, mujeres, tenéis prometida como recompensa la misma naturaleza angelical, y el mismo sexo que los hombres, y una dignidad capaz de juzgar a los demás. Esto os lo promete el Señor. No obstante, si aquí no empezáis a prejuzgar estas cosas, ni a precondenarlas, esas cosas os acabarán juzgando a vosotras, en el día final.
III
Sobre la profecía de Enoc
1. Soy consciente que el libro de Enoc, que ha asignado este orden de acción a los ángeles, no es recibido por algunos, porque tampoco está admitido en el canon judío. Supongo que no pensaron que, habiendo sido publicado antes del diluvio, podría haber sobrevivido con seguridad a esa calamidad mundial, cuando todas las cosas fueron abolidas. Si esa es la razón para rechazarlo, que recuerden que Noé, el superviviente del diluvio, era bisnieto del mismo Enoc, de quien había recibido, por tradición hereditaria, la "gracia ante los ojos de Dios". Además, Enoc no le había dado otro encargo a Matusalén que el de transmitir el conocimiento a su posteridad. Por lo tanto, tanto Matusalén como Noé pudieron ser muy bien quienes transmitieron el libro de Enoc, el primero porque tenía encomendado no guardar silencio sobre la disposición de las cosas hechas por Dios, y el segundo por la gloria particular de su propia casa.
2. Si Noé sobrevivió a las aguas, muy bien pudo transmitir el libro de Enoc. Y si no sobrevivió, aún así no habría consideración para negar su autenticidad. De hecho, por la violencia del diluvio no quedó destruida la inspiración del Espíritu, ni tampoco bajo la destrucción de Jerusalén por el asalto babilónico. De hecho, se acepta generalmente que todos los documentos de la literatura judía fueron restaurados a través de Esdras.
3. Nada de lo que Enoc predicó del Señor debe ser rechazado por nosotros, sino que todo ello nos pertenece, pues "toda Escritura, adecuada para la edificación, es divinamente inspirada". No obstante, los judíos lo han rechazado, como han rechazado todas las cosas que hablan de Cristo. El propio apóstol Judas se suma a considerar inspirado el libro de Enoc, pues de lo contrario no habría introducido pasajes completos suyos en sus cartas.
IV
Considerar las cosas según sus propios méritos
1. Ninguna marca de precondena ha sido marcada en la pompa femenina, por el hecho de que sus autores fuesen los ángeles caídos. De hecho, a éstos sólo se les imputa su repudio del cielo y su matrimonio carnal con las hijas de los hombres. Examinemos, por tanto, las cualidades de las cosas por sí mismas, para que podamos detectar también los propósitos por los cuales son ansiosamente deseadas. El hábito femenino conlleva una doble idea: vestimenta y adorno.
2. Por vestido me refiero a lo que se llama "agraciado femenino", y por adorno a lo que debería llamarse "deshonra femenina". El primero se cuenta por oro, plata, piedras preciosas y vestidos, y este último por el cuidado del cabello, la piel y aquellas partes del cuerpo que atraen la vista. Al uno le imputamos la acusación de ambición, y al otro de prostitución. Con esto, las mujeres percibirán claramente de qué estoy hablando en cada momento, y podrán ver qué es adecuado para cada momento como mujer, y qué es necesario para su disciplina como sierva de Dios, y cómo evaluarse con respecto a los principios que tienen otras mujeres (en pro de la humildad y castidad).
V
El oro y la plata no son superiores a otros metales
1. El oro y la plata, principales causas materiales del esplendor mundano, deben necesariamente ser idénticos en naturaleza a aquello de lo que provienen: la tierra, claramente más gloriosa que ellos en la medida en que ha sido labrada entre lágrimas bajo el trabajo mortal de las minas malditas. Así, a base de fuego, y fugitivos de las minas, el oro y la plata pasan de los tormentos a los ornamentos, y de los castigos a los adornos, y de las ignominias a los honores.
2. El hierro y el latón, y otras sustancias materiales de igual vileza, gozan de igualdad de condiciones con la plata y el oro, tanto en cuanto a origen terrenal como a operación metalúrgica. De hecho, si el oro y la plata obtienen su gloria de su utilidad, entonces el hierro y el bronce los superan, pues su utilidad está dispuesta de tal manera por el Creador, que no sólo desempeñan funciones propias más numerosas y más necesarias para los asuntos humanos, sino que sirven a causas más justas. Por ejemplo, no sólo los anillos están hechos de hierro, sino que en la memoria de la antigüedad aún se conservan ciertos recipientes para comer y beber hechos de bronce.
3. En todo caso, ni el campo se labra con oro, ni el barco se sujeta con la fuerza de la plata. Ningún azadón hunde en la tierra un borde dorado, y ningún clavo clava una punta de plata en las tablas. Dejo inadvertido el hecho de que las necesidades de toda nuestra vida dependen del hierro y del latón, y que éstos no requieren ser extraídos de las minas ni un proceso de forjado (como el oro y la plata, que requieren un proceso para cada uso al que se les destina, y resultan inútiles sin el laborioso vigor del hierro y del latón).
4. El oro y la plata tienen una dignidad tan alta por la prioridad que tienen sobre las sustancias materiales, tanto primas (en su origen) como poderosas (en cuanto a su utilidad).
VI
Sobre las piedras preciosas y las perlas
1. ¿Qué debo interpretar que son esas joyas que compiten con el oro en altivez? Esto mismo: pequeños guijarros, y piedras, y pequeñas partículas de la misma tierra que no son necesarias ni para poner cimientos, ni para levantar medianeras, ni para sostener frontones, ni para dar densidad a los tejados. El único edificio que saben levantar las joyas, en efecto, es el tonto orgullo de las mujeres, que necesitan un frotamiento lento para brillar, y una base ingeniosa para lucir con ventaja, y una perforación cuidadosa para colgar, y prestar al oro una ayuda mutua en atractivo meritorio.
2. Sea lo que sea lo que la ambición pesca en el mar Británico o en el mar Indico, es una especie de caracola de sabor no más agradable que la ostra y el caracol de mar. Dejadme añadir aquí que sé qué caracolas son las que producen dulces frutos del mar, y que no son esa caracola extraña que sufre de alguna pústula interna, y por eso recibe gloria. Se le llama perla, pero habría que decir que no es más que una excrecencia dura y redonda del pez. Algunos dicen también que las gemas se extraen de la frente de los dragones, del mismo modo que en el cerebro de los peces hay cierta sustancia pétrea.
3. ¡Lo que faltaba! Sobre todo a la mujer cristiana, para ¡añadirse a sí misma la gracia de la serpiente! ¿Será así que "pondrá su calcañar sobre la cabeza del diablo", mientras amontona adornos sobre su propio cuello o sobre su misma cabeza?
VII
La rareza es lo que hace que tales cosas sean valiosas
1. Sólo por su rareza y extravagancia las cosas poseen su gracia, pues dentro de sus propios límites nativos no se les considera tan alto valor. La abundancia es siempre insultante consigo misma. Hay algunos bárbaros que, como el oro es autóctono y abundante en sus regiones, recluyen a los criminales en establecimientos penitenciarios y los encadenan con oro, colmando así de riquezas a los malvados y encontrando una manera real de que ¡el oro sea odiado!
2. También hemos visto en Roma sonrojarse a la nobleza, en presencia de nuestras matronas, por el uso despectivo que los partos y medos hacen de sus gemas, cuando acechan sus cinturones con esmeraldas, o decoran la empuñadura de sus espadas con piedras cilíndricas, o enormes perlas están incrustadas en sus botas para ser levantadas del barro. En resumen, no llevan nada tan ricamente adornado como aquello que no debería serlo si no es llamativo, o si lo es sólo para mostrar que también está descuidado.
VIII
Las criaturas de Dios no deben ser utilizadas, excepto para sus finalidades
1. Los bárbaros desvanecen la gloria de sus sirvientes desvaneciendo los colores de sus vestiduras, e incluso sus medianeras utilizan desdeñosamente, para sustituir el lugar de la pintura, los tirios, violetas y grandes cortinajes, que laboriosamente deshacen y metamorfosean. Entre ellos, el morado es más insignificante que el ocre.
2. ¿Cómo puede ser que el honor derive de los vestidos adúlteros, a través de los colores? Lo que Dios mismo no ha producido no agrada a Dios, ¡a menos que no haya podido ordenar que nacieran ovejas con vellones de color púrpura y celeste! Si pudo, entonces claramente no quiso, y lo que Dios no quiso no debe ser modelado. Así, pues, no son mejores por naturaleza las cosas que no proceden de Dios, autor de la naturaleza. Y si no proceden de Dios, se entiende que provienen del diablo, corruptor de la naturaleza.
3. Las cosas no tienen otro dueño sino Dios, y lo que no es de Dios necesariamente debe ser de su rival (del diablo y sus ángeles, pues fuera de ellos no hay otro rival de Dios). No obstante, si las sustancias materiales son de Dios, no se sigue inmediatamente que tales formas de disfrutarlas entre los hombres lo sean también. Por ejemplo, sería materia de investigación no sólo saber de dónde vienen las caracolas, sino qué esfera de adorno se les asigna y dónde exhiben su belleza.
4. Todos los placeres profanos, y los espectáculos mundanos (como ya he publicado, en un volumen propio sobre ellos), proceden de la idolatría, pero derivan sus causas materiales de las criaturas de Dios.
5. Un cristiano no debe apegarse a los frenesíes del hipódromo, ni a las atrocidades de la arena, ni a las vilezas del escenario, simplemente porque Dios ha dado al hombre el caballo, la pantera y el poder de la palabra. De apegarse a esos frenesíes, un cristiano sí cometería idolatría punible, porque el incienso, el vino y el fuego, y los animales que se convierten en víctimas, son obra de Dios, y no están al servicio de la idolatría.
6. El uso de las sustancias materiales, que descienden de Dios, no ha de ser ajeno a Dios, y sería ciertamente culpable si sirve para la gloria mundana.
IX
La regulación de los deseos, según la distribución de Dios
1. Hay cosas particulares, distribuidas por Dios en tierras individuales, o en determinadas extensiones de mar, que son mutuamente extrañas entre sí, y recíprocamente descuidadas o deseadas. Deseadas entre los extranjeros, como rarezas; descuidadas entre sus compatriotas, porque no las anhelan tan ferviente para la gloria. Sin embargo, la rareza y la extravagancia, que surgen de esa distribución de bienes que Dios ha ordenado como él quiso, siempre han encontrando favor a los ojos de los extraños, y excitan por el simple hecho de no tenerlas (por la concupiscencia de tenerlas) y sí tenerlas los nativos de otros lugares (por la concupiscencia por quitárselas).
2. De aquí se deriva otro vicio: el del tener algo de forma desmedida. Aunque el tener sea permisible, aún así un límite está obligado a observarse. Este segundo vicio es la ambición, que nace de la concupiscencia ambiental en la mente, con miras al deseo de gloria, deseando apasionadamente tener lo que no es recomendado ni por la naturaleza ni por la verdad. Hay otros vicios relacionados con la ambición y la gloria, aumentado así el coste de las cosas y el combustible para ellos mismos.
3. La concupiscencia es tanto mayor cuanto más valor ha dado a la cosa que ansiosamente ha deseado. De los ataúdes más pequeños se produce un amplio patrimonio, de un solo hilo penden un millón de sestercios, un cuello delicado transporta bosques e islas, los delgados lóbulos de las orejas agotan una fortuna, cada dedo de la mano izquierda luce una bolsa de dinero. Tal es la fuerza de la ambición: soportar un cuerpo pequeño (el de una mujer), producto de tan copiosa riqueza.
DISCURSO II
I
La modestia debe observarse en su esencia y en los accesorios
1. Siervas del Dios vivo, consiervas y hermanas mías, el derecho que disfruto con vosotras me anima a dirigiros un discurso, que prepare el camino de vuestros afectos en la causa de la salvación y os recuerde que la salvación consiste en una exhibición de modestia. En efecto, si ha entrado en nosotros el Espíritu Santo, y todos "somos templo de Dios", la modestia es la sacristana y sacerdotisa de ese templo, que no debe permitir que nada inmundo o profano sea introducido en él, por temor a que el Dios que lo habita se ofenda y abandone por completo la morada contaminada.
2. En la presente ocasión no hablaré de la modestia en sí, cuyo mandato y exigencia son suficientes en los preceptos divinos que nos presionan por todos lados, sino de las cosas que le conciernen. Es decir, os hablaré de la manera en que os conviene andar con modestia. La mayoría de las mujeres, ya sea por ignorancia o disimulo, tienen la audacia de caminar como si la modestia consistiera tan sólo en no desnudar íntegramente la carne o alejarse de la fornicación real. Pues bien, a esas mujeres yo les digo que todo desnudo de la carne sí es inmodestia, y todo lo que acerque a la fornicación también es inmodestia. En cuanto a desnudar la carne, ¡cuánto tienen que ver las medidas y disposición del vestido, y las formas estudiadas de los ornamentos! En cuanto a acercar a la fornicación, ¡cuánto tiene que ver la forma de andar, y de hablar, y de sentarse! Si no hay pudor, no hay modestia, y si no hay modestia no está Dios, ni hay salvación ni nada verdadero.
3. Si se puede creer que existe alguna modestia en los gentiles, está claro que debe ser imperfecta e indisciplinada, hasta tal punto que, aunque sea activamente tenaz en sí misma en la mente y hasta cierto punto, acaba relajándose en licenciosas extravagancias de vestimenta, o de perversidad gentil, o a la hora de anhelar aquello cuyo efecto se evita cuidadosamente. ¿Cuántos hay, en definitiva, que no desean parecer agradables a los extraños? ¿Quién no se preocupa de que lo tachen, o afirma tener apetito carnal? Admitiendo que incluso la modestia sea una práctica familiar gentil (es decir, que hayan familias que en esto no pequen), aun así esos gentiles estarían dispuestos a cometer cualquier tipo de inmodestia, y no se negarían a ella. Más aún, aunque se negaran a ser inmodestos, la causa de su modestia no sería Dios, y por tanto tendría un origen perverso.
4. Observad aquellas mujeres que, no reteniendo todo el bien, fácilmente se mezclan con el mal para retenerlo todavía mejor. Es necesario que os apartéis de ellas, hermanas, y de sus caminos; ya que debéis ser "perfectas, como lo es vuestro Padre que está en los cielos".
II
Diferencias entre confianza y presunción
1. A los ojos del pudor perfecto y cristiano, el deseo carnal de uno mismo, por parte de los demás, no sólo no es deseable, sino que es incluso execrado por vosotras. En primer lugar, porque el estudio de hacer de la gracia personal (que es la que invita a la concupiscencia) un medio de agradar no brota de una conciencia sana. ¿Por qué, pues, excitar hacia ti misma ese mal pasional? ¿Por qué invitar a aquello a lo que te declaras extraña? En segundo lugar, porque no debemos abrir paso a las tentaciones que, por su instancia, a veces logran una maldad que Dios expulsa de los suyos, o en todo caso ponen el espíritu en un completo tumulto (al presentarle una piedra de tropiezo).
2. Debéis caminar tan santamente, y con tanta sustancialidad de fe, que estéis confiadas y seguras respecto de vuestra propia conciencia, deseando que ese don permanezca en vosotras hasta el fin (aunque sin presumir que así será). ¿Por qué? Porque el que presume siente menos aprensión, y el que siente menos aprensión toma menos precauciones, y el que toma menos precauciones corre más riesgo. El miedo es el fundamento de la salvación, y la presunción es un impedimento para el miedo.
3. Más útil es comprender que podemos fracasar que suponer que no podemos, pues la aprehensión nos llevará al miedo, el temor a la cautela y la cautela a la salvación. En cambio, si presumimos, no habrá miedo ni precaución que nos salve. Quien actúa con seguridad, y al mismo tiempo no con cautela, no posee una seguridad segura y firme. Por su parte, el que es cauteloso podrá verdaderamente estar seguro. ¡Que el Señor, por su misericordia, cuide de vosotras, para que os sea lícito presumir de su bondad!
4. ¿Por qué sois una fuente de peligro para vuestro prójimo? ¿Por qué importunáis la concupiscencia a vuestro prójimo? Si Dios, al amplificar la ley, no se disocia en la pena de la fornicación, no sé si permitirá la impunidad a la que ha sido causa de perdición para otro. Para aquel otro, tan pronto como ha sentido la concupiscencia de tu belleza, y ya ha cometido mentalmente el acto que su concupiscencia señalaba, el daño está hecho, y tú has sido hecha la espada que lo ha destruido. De este modo, aunque tú estés libre del crimen real, no estás libre del odio que se le atribuye. Esto es similar al caso de un robo. Cuando alguien roba la propiedad de otro, el crimen real no es imputado al propietario, salvo que dicho dominio sea fruto de la ignominia, en cuyo caso el propio propietario queda manchado con la infamia.
5. ¿Debéis pintarnos para que vuestros vecinos perezcan? ¿Dónde, entonces, está el mandamiento "amarás a tu prójimo como a ti mismo", o preocuparse no sólo por tus propias cosas, sino por las de tu prójimo? Ninguna enunciación del Espíritu Santo debe ser limitada a un tema en cuestión, ni aplicado y llevado a cabo con miras a cada ocasión en la que su aplicación sea útil. En definitiva, tanto por vuestro propio interés, como por el de los demás, estáis implicadas en la búsqueda estudiosa de la belleza exterior, a la hora de sopesar la que es peligrosa y rechazarla, tanto por el propio boato de la belleza ficticia como por la exhibición de la gracia natural (por ser igualmente peligrosa para las miradas del espectador).
6. La belleza no es censurable, ni como felicidad corporal, ni como gasto adicional de la divina plástica, ni como especie de hermoso vestido del alma. Sin embargo, sí es de temer, por la injuria y violencia de los pretendientes. Sobre esto (injuria y violencia), el padre de la fe, Abraham, temió mucho respecto de la gracia de su propia esposa; e Isaac, al representar falsamente a Rebeca como su hermana, ¡compró seguridad con insultos!
III
La belleza no ha de ser temida, ni tampoco buscada
1. Concedamos ahora que la excelencia de la forma no debe temerse, ni es molesta para sus poseedores, ni es destructiva para quienes la desean, ni es peligrosa para sus compañeros, ni se expone a las tentaciones, ni está rodeada de obstáculos. En estos casos, si no hay modestia, allí la belleza es vana porque por sí el uso y fruto de la belleza es la voluptuosidad (a menos que alguien piense que hay otra cosecha que recoger, aparte de la gracia corporal). Hay mujeres que piensan que, al proporcionar a su prójimo lo que se exige de la belleza, se lo están proporcionando también a ellas mismas, tratando de alcanzar por sí mismas esa belleza que naturalmente les ha sido dada.
2. Alguna dirá: ¿Por qué, si excluyo la voluptuosidad, y dejo entrar la castidad, no puedo disfrutar de la alabanza de la belleza, y gloriarme en un bien corporal? Y yo le respondo: porque "quien encuentra placer en gloriarse en la carne, se ocupará únicamente de eso", como recuerda el apóstol. En primer lugar, para nosotros no existe una búsqueda estudiosa de la gloria, porque la gloria es la esencia de la exaltación. Ahora bien, la exaltación es incongruente para los que profesan la humildad según los preceptos de Dios. En segundo lugar, si toda gloria es vana e insensata, ¿cuánto más gloria en la carne, especialmente para nosotros? Porque incluso si gloriarme es permisible, debemos desear que nuestra esfera de agrado esté en las gracias del Espíritu, no en la carne; porque somos "pretendientes de las cosas espirituales".
3. En aquellas cosas en las que radica vuestra esfera de trabajo, oh hermanas, que resida vuestro gozo. De las fuentes de donde esperáis la salvación, extraed vuestra gloria. Claramente, una cristiana se gloriará en la carne, pero lo hará cuando haya sufrido laceración por causa de Cristo, para que el espíritu sea coronado en ella y esto no atraiga tras ella las miradas y los suspiros de los jóvenes. Quitando esto, cualquier cosa que tenga que ver con la belleza, desde cualquier punto de vista que la mires, es superflua, y si no tiene justicia puede ser desdeñosa, y si tiene justicia puede ser imprudente. Que una mujer santa, si es naturalmente hermosa, no dé ocasión para el apetito carnal. Y si no es santa, que lo intente ser, no realzando su belleza sino oscureciéndola.
IV
Sobre la alegación de complacer al marido
1. Dirigiéndome a vosotras con un precepto gentil, que es común a todos, os diría: "Estáis obligadas a agradar sólo a vuestros maridos". Esto no lo digo sólo yo, sino también el apóstol. ¿Y cómo los agradarás? En esto mismo: en la medida en que no te preocupes por agradar a los demás. No tengáis reparos, bienaventuradas hermanas, pues ninguna esposa es fea con su propio marido. Ella le complació bastante cuando fue seleccionada por él como esposa, ya sea elogiando su forma o su carácter. Ninguna de vosotras piense que, si se abstiene del cuidado de su persona, incurrirá en el odio y aversión de los maridos.
2. Todo marido es exactor de la castidad, y todo marido creyente no requiere la belleza, ni está cautivado por las gracias que los gentiles piensan que son gracias. Un incrédulo, en cambio, mira con sospecha, y de ahí las opiniones infames que tienen de nosotros. ¿Para quién, entonces, aprecias tu belleza? Si es para un creyente, él no lo exige. Si es para un incrédulo, él no cree en ello. ¿Por qué os afanáis en agradar al que desconfía, o al que no lo desea?
V
Sobre los refinamientos en la vestimenta
1. Estas sugerencias no os las hago, queridas hermanas, para que adquiráis una apariencia completamente cruda y salvaje. Tampoco pretendo persuadiros del bien de la miseria y del descuido, sino del límite y norma, y justa medida, del cultivo de la persona. No debe traspasarse esta línea de Dios, frente a la cual los refinamientos simples y suficientes limitan sus deseos.
2. Aquellas que se frotan la piel con medicamentos, y se tiñen las mejillas con colorete, y se resaltan los ojos con antimonio, pecan contra Dios. Supongo que a ellas les desagrada este gusto plástico de Dios, y que en sus propias personas condenan y censuran al Artífice de todas las cosas. Y también es de suponer que, para censurarlo, modifican todavía más su aspecto, supliendo la obra de Dios por las adiciones del adversario.
3. Ese artífice adversario es el diablo, pues ¿quién mostraría el camino para transformar el cuerpo, sino el que con maldad transfiguró el espíritu del hombre? Él es, sin duda, quien adaptó ingeniosos dispositivos de este tipo, para que en vuestras personas se note que, en cierto sentido, violentáis a Dios.
4. Todo lo que nace es obra de Dios, luego cualquier cosa que no se ajuste a la naturaleza proviene del diablo. ¡Qué criminal es superinducir una obra divina a las indecencias de Satanás! Nuestros sirvientes no piden prestado nada a nuestros enemigos personales, ni los soldados desean ansiosamente nada de los enemigos, pues exigir para tu propio uso algo del adversario es una trasgresión. De hecho, ¿va a ser un cristiano ayudado en algo por el Maligno? Y si recibiera sus ayudas, ¿mantendría en pie su propio nombre de cristiano? De suyo, lo que sucedería es que ese cristiano desearía ansiosamente ser instruido por su ciencia.
5. ¡Qué ajenas son estas cosas a vuestras escuelas y profesiones! ¡Cuán indigno es ponerse el nombre cristiano y llevar un rostro ficticio! Sobre todo, cuando la simplicidad debería invadir toda su forma. Mentir no es lícito, y aparentar es querer engañar, y dejarse apetecer como mujer ajena es prostituirse. Mujeres cristianas, no seáis mujeres ajenas, sino mujeres pudorosas. Pensad, benditas hermanas, ¿cómo guardaréis los preceptos de Dios si no guardáis en vosotras mismas sus lineamientos?
VI
Sobre el teñido del cabello
1. Veo que algunas mujeres tiñen su cabello con azafrán, y que lo hacen porque se avergüenzan de su propia raza y de no haber nacido en Germania o en la Galia. ¡Así están las cosas, transfiriendo sus cabellos a otros lugares que no les avergüenzan! ¡Malos, sí, muy malos, son los augurios de una cabeza con el color de la llama! ¡Qué gracia, qué contaminación!
2. La fuerza de los cosméticos quema el cabello, y la aplicación constante de cualquier humedad no medicinal acumula una reserva de daño para la cabeza. Por su parte, el calor del sol, tan deseable para impartir al cabello crecimiento y sequedad al mismo tiempo, ¡es perjudicial! ¿Qué gloria es compatible con este daño? ¿Y qué belleza con estas impurezas? ¿Amontonará una mujer cristiana azafrán sobre su cabeza, como sobre un altar? Porque todo lo que se acostumbra a quemar, a menos que se aplique a los usos honestos, necesarios y saludables (para los cuales fue proporcionada la criatura de Dios), parece ser un sacrificio. Dios ha dicho con toda claridad: "¿Quién de vosotros puede hacer negro el cabello blanco, o el negro blanco?". ¡Y vosotras refutáis al Señor! Sobre todo, cuando algunas dicen desafiantemente: ¡Mirad, en lugar de blanco o negro, lo hacemos amarillo!
3. Aquellos que se arrepienten de haber vivido hasta la vejez intentan cambiar su pelo de blanco a negro. ¡Oh temeridad! Sobre todo, porque la época que es objeto de nuestros deseos y oraciones se sonroja por sí misma. ¡Se ha cometido un robo! Sobre todo, porque la juventud en la que hemos pecado, ahora es lamentada, y la oportunidad de la sobriedad se ha desperdiciado. ¡Lejos de las hijas de la Sabiduría tan grande la necedad! Sobre todo, porque cuanto más intente ocultarse la vejez, más será detectada.
4. He aquí una verdadera eternidad: la perenne juventud de vuestra cabeza. ¡Ya tenemos una incorruptibilidad! Sobre todo, con la que revestirnos con vistas a la nueva casa del Señor. Bien, corred hacia el Señor, pero apresuraos primero de salir de este mundo inicuo, no sea que os acerquéis desagradable a vuestro propio fin.
VII
Sobre los peinados
1. ¿Qué servicio presta a la salvación, además, todo el trabajo invertido en arreglar el cabello? ¿Por qué no se permite descanso a vuestro cabello, sino que ahora debe ser recogido, ahora suelto, ahora cultivado, ahora adelgazado? Algunas están ansiosas por forzar su cabello en rizos, otras por dejarlo suelto, y todo sin demasiada sencillez. Y si no, os ponéis enormes pelucas, a la manera de un casco militar o una funda para la cabeza, con una cubierta para la corona. De hacerlo, lo único que dibujáis es una masa echada hacia atrás, hacia el cuello.
2. Lo más maravilloso es que, en esto, ¡no hay contienda abierta contra las prescripciones del Señor! Se ha dicho que "nadie puede aumentar su propia estatura", mas vosotras añadís a vuestro peso todo tipo de rollos y escudos, apilándolos sobre vuestros cuellos. Si no sentís vergüenza por esta deformidad, sentid por lo menos algo de contaminación, sobre todo por el temor a que estéis colocando sobre vuestra cabeza el despojo de la cabeza de otro, acaso culpable y destinado al infierno. Más bien, liberad vuestra cabeza de toda esclavitud de la ornamentación. De no hacerlo, en vano os esforzaréis por parecer adornadas, o en vano pediréis la ayuda de los más hábiles fabricantes de cabello postizo. San Pablo os ordena "estar veladas", y yo creo que lo hace por miedo a que se vean las cabezas de algunas.
3. ¡Oh día de júbilo cristiano, en que yo, miserable como soy, pueda elevar mi cabeza adornada, aunque esté por debajo de mis talones! Entonces veré si te levantarás tú con tu cerusa, colorete y azafrán, y con todo ese desfile de tocados. Si no encuentro mujeres así adornadas, que los ángeles me lleven al encuentro de Cristo en el aire. Y cuando vayan ellas, ¿decorarán también sus cuerpos resucitados? Sobre todo, para que no las reconozcan en sus propios lugares. Nada puede surgir bueno, excepto la carne y el espíritu al unísono, y ambos puros. Por lo tanto, todo lo que no surge en forma de espíritu y carne, es condenable, porque no es de Dios. Absteneos de las cosas condenadas, oh hermanas, y no mañana sino hoy. Dejad que Dios os vea como sois, no sea que no os reconozca el día de la resurrección.
VIII
Los hombres no están excluidos de estas observaciones
1. Por supuesto, también yo, un hombre, destierro completamente todas estas cosas de mis propios dominios. A este respecto, alguno me dirá: ¿Es que también hay en nuestro caso cosas prohibidas, respecto a la sobriedad y el temor debido a Dios?
2. Por amor a las mujeres, en muchos hombres está implantada, por defecto de la naturaleza, la voluntad de agradar, y eso les lleva a numerosos engaños a sí mismos. Entre estos engaños, cabrían destacar las costumbres de cortarse la barba demasiado bruscamente, arrancándola aquí y allá; afeitarse alrededor de la boca; disimular las canas con tintes; eliminar el vello incipiente por todo el cuerpo; fijar cada cabello particular en su lugar, con algún pigmento femenino; alisar el resto del cuerpo con la ayuda de algún polvo áspero; aprovechar cada oportunidad para consultarse en el espejo, y muchas más. Si Dios ha puesto fin a todo deseo de agradar mediante la atracción voluptuosa, todas estas cosas son rechazadas como frívolas, como hostiles al pudor.
3. Donde está Dios, allí está el pudor, y también su aliada y asistente: la sobriedad. ¿Cómo, si no, practicaremos el pudor, sin su medio instrumental, que es la sobriedad? ¿Cómo podremos, además, hacer que la sobriedad influya en el desempeño de la modestia, a menos que la seriedad en la apariencia y el semblante, y en el aspecto general de todo el hombre, marquen nuestro porte?
IX
Los excesos en el culto personal
1. Con respecto a la ropa, y a todo el resto de elaboraciones de la madera, la misma poda y reducción excesiva del árbol (es decir, del vestido) debe ser objeto de cuidado. Por otra parte, ¿qué es peor para exhibir en vuestro rostro templanza y sencillez, y una sencillez enteramente digna de la disciplina divina, sino investir todas las partes del cuerpo con los lujosos absurdos de las pompas y las delicadezas?
2. ¡Cuán íntima es la conexión que estas pompas y el negocio de la voluptuosidad! ¡Cómo a través del vestido se prostituye la gracia de la belleza personal! Así, está claro que si las pompas fallan, lo necesario es convertir esa gracia en inútil e ingrata, desarmándola y destrozándola. Y si lo que falla es la belleza natural, entonces el adorno exterior proporciona otra gracia, procedente de su propio poder inherente.
3. Cuando por fin deciden las mujeres vivir años de tranquilidad, y retirarse al puerto del pudor, entonces el esplendor y la dignidad del vestido las alejan de ese descanso y de ese puerto, y las inquietan mediante la seducción del apetito, a forma de decirles que compensen el cúmulo de edad con los provocativos encantos de la vestimenta.
4. En primer lugar, bienaventuradas hermanas, no admitáis el uso de ropas y vestidos meritorios y prostitutivos. En segundo lugar, si hay alguna de vosotras a quien las exigencias de las posesiones, o nacimiento o dignidades pasadas, obliguen a aparecer en público tan magníficamente ataviadas, que no parezcan haber alcanzado la sabiduría, tened cuidado a la hora de moderar los pretextos de necesidad, no sea que deis rienda suelta a la indulgencia de la licencia.
5. ¿Cómo podréis cumplir las exigencias de la humildad, que nuestra escuela profesa, si no mantenéis dentro de límites el disfrute de vuestras riquezas y elegancias, que tanto tienden a la gloria? La costumbre de la gloria es exaltar, no hacer el ridículo.
6. Algunas dicen: ¿Por qué no usaremos lo que es nuestro? ¿Quién nos lo prohíbe? Bien, escuchad al apóstol, que nos advierte que "usemos este mundo como si no estuviésemos en él". ¿Por qué? Por esto mismo: porque "la moda de este mundo está pasando", y de ahí que "los que compran deben actuar como si no poseyeran". ¿Por qué es así? Porque "el tiempo se acabó". Si con esto el apóstol muestra que "hay que tener cosas como si no se tuvieran", y se está refiriendo a las cosas necesarias de cada día, ¿qué no diría acerca de los vanos aparatos que vosotras usáis?
7. Algunas dicen: ¿Por qué no son muchos los que hacen esto, ni se sellan a lo eunuco por el reino de Dios, ni renuncian a un placer tan honorable y permitido? Y yo os digo: ¿No hay paganos que se prohíben a sí mismos el uso del vino, para no rayar en el peligro? ¿No hay paganos que se disciplinan en la comida, para aparentar que son humildes? Por tanto, también vosotras debéis saber utilizar suficientemente vuestras riquezas. Muchas cristianas han cortado ya los frutos de sus dotes, y eso que todavía no se han adentrado en el conocimiento de las disciplinas salvadoras.
8. Nosotros somos aquellos que se han topado con los fines de los siglos, "habiendo terminado su curso". Somos aquellos que "hemos sido predestinados por Dios, antes de que el mundo existiera, para surgir en el fin de los tiempos". Y así somos entrenados por Dios con el propósito de castigar y, por así decirlo, castrar al mundo. Nosotros somos la circuncisión espiritual y carnal de todas las cosas; porque tanto en el espíritu como en la carne circuncidamos los principios mundanos.
X
El origen los ornamentos y adornos
1. ¿Fue Dios quien mostró la manera de teñir lanas con los jugos de las hierbas y los humores de las caracolas? ¿Se le escapó emitir una orden, cuando ordenó al universo nacer, para la producción de ovejas púrpura y escarlata? ¿Fue Dios quien ideó la confección de esas mismas prendas que, ligeras y delgadas en sí mismas, debían tener un precio elevado por sí solas? ¿Y Dios quien produjo tan grandes instrumentos de oro para sujetar o dividir el cabello? ¿Y Dios quien introdujo la moda de heridas finamente cortadas para los oídos? ¿Dio él tan alto valor a las torturas de la infancia inocente, aprendiendo a sufrir con el primer aliento, para que de esas cicatrices del cuerpo, ¡nacido para el acero!, colgara no sé qué preciosos granos que, como podemos ver claramente, los partos insertan, en lugar de tachuelas, en sus mismos zapatos?
2. Por supuesto que no. Sin embargo, incluso el oro mismo, cuya gloria os arrastra, sirve a cierta raza (así nos dice la literatura gentil) ¡como cadenas! Tan cierto como que no es el valor intrínseco, sino la rareza, lo que constituye la bondad de estas cosas, y tan cierto como que es el trabajo excesivo de trabajarlas, y las artes introducidas para su medio, lo que excitan su costo, también es cierto que todo esto anima el deseo por parte de las mujeres de poseerlo.
3. Los ángeles que revelaron las sustancias materiales de este tipo (de oro, y piedras brillantes) como encantos, y enseñaron a los hombres cómo trabajarlas, y poco a poco los instruyeron en las virtudes del polvo para párpados y el teñido de vellones, fueron condenados por Dios, como nos dice Enoc. Así pues, ¿cómo agradaremos a Dios mientras nos regocijamos en estas cosas? ¿O es que agradaron a Dios aquellos ángeles que, por estos motivos, fueron condenados?
4. Concediendo que Dios creó esos elementos, y previó estas cosas, Isaías no critica ningún vestido de púrpura ni reprime su espiral, ni reprueba ningún adorno de cuello en forma de media luna. Aún así, los cristianos no nos enorgullezcamos pensando que Dios es simplemente un Creador, o un observador de sus propias criaturas, sino que pensamos que también es su gobernante.
5. Por ello, hermanas, actuaremos más útil y cautelosamente si quitamos la presunción de que todas estas cosas fueron proporcionadas en el principio, y puestas en el mundo, por Dios. Sobre todo, para no ponerlas bajo el fuego y el tizón y trazar con ellas malos ejemplos del pasado. ¿Habrá que disciplinarse, por tanto, para que la licencia de uso sea el medio por el cual experimentemos la continencia? Lo que yo digo es esto: que Dios creó las cosas buenas, y el hombre fabricó las malas. Por eso Dios las permite, hasta cierto punto. De hecho, ¿no ofrecen y permiten deliberadamente los jefes de familia algunas cosas a sus sirvientes, para probar si usan bien o no las cosas permitidas, ya sea con honestidad o con moderación?
6. ¡Cuánto más digno de alabanza es el siervo que se abstiene de estas cosas, ya sea parcialmente o por completo! ¿Temerá ese siervo el rigor de su señor? Como dijo el apóstol, "todo es lícito, pero no todo conviene". ¿Cuánto más fácilmente temerá lo que es ilícito quien tiene un temor reverente a lo que es lícito?
XI
Las mujeres cristianas han de distinguirse de las paganas
1. ¿Qué motivos tenéis, oh hermanas, para aparecer en público con excesiva grandeza, alejadas como estáis de tales exhibiciones? En efecto, a vosotras no se os exige recorrer los templos, ni estar presentes en los espectáculos públicos, ni guardar los días santos de los gentiles. Por el bien de todas estas reuniones públicas, y su vistosidad, todas las pompas se exhiben ante el ojo público; ya sea con el propósito de realizar más transacciones (de los negociantes) o bien para inflar la gloria (de los cargos públicos). Vosotras, en cambio, no tenéis ninguna causa para aparecer en público, excepto las que sean graves.
2. Entre estas causas graves para aparecer en público, está la visita a algún hermano enfermo, asistir al sacrificio eucarístico, o acudir a la palabra de Dios. Cualquiera de estos asuntos es un asunto de sobriedad y santidad, que no requiere vestimenta extraordinaria, ni arreglo estudioso, bajo pena de negligencia desvergonzada. Si os llaman las exigencias de las amistades gentiles, o de los oficios, ¿por qué no salís vestidas con vuestra propia armadura? Sobre todo, porque vais a los que son extraños a la fe, y entre las siervas de Dios y del diablo hay que marcar la diferencia. De hacerlo así, les estaréis dando ejemplo, y ellos serán edificados por vosotras, y se cumplirá lo que pide el apóstol: "Que Dios sea magnificado en vuestro cuerpo". Dios es magnificado en el cuerpo por el pudor, y también por la vestimenta adecuada al pudor.
3. Algunas dicen: Dios será blasfemado por nosotras, si cambiamos despectivamente nuestro antiguo estilo y vestimenta. Bien, pero ¡tampoco desterréis vuestros viejos vicios, ni vuestros pecados pasados! Así, nadie hablará de vosotras, ni tampoco de Dios. ¿Es acaso blasfemar decir que, desde que te hiciste cristiana, caminas con ropa más sencilla? ¿O es que lo que no queréis es renunciar a las riquezas? ¿Temeréis parecer más pobres, justo en el momento en que realmente habéis sido enriquecidas? Decid esto a los demás, y no blasfemarán sino que bendecirán a Dios. ¿Es según el decreto de los gentiles, o según el decreto de Dios, que conviene a los cristianos caminar?
XII
Los adornos externos y las mujeres modestas
1. Alguna sigue diciendo: Sólo deseamos no ser motivo de blasfemia. Hermana, ¿cuánto más provocador de blasfemia es que vosotras, que os llamáis sacerdotisas del pudor, aparezcáis en público ataviadas y pintadas a la manera de las inmodestas? Y si lo hacéis, ¿qué inferioridad tendrían debajo de vosotras las pobres e infelices víctimas de las concupiscencias públicas? Sobre todo, porque algunas leyes les permiten el uso de condecoraciones matrimoniales. En todo caso, la depravación de los años los ha elevado casi a la igualdad de los más honorables. Mujeres, la dificultad es distinguirlos.
2. Las Escrituras sugieren que los atractivos meritorios de las formas están invariablemente unidos, y son totalmente los apropiados, a la prostitución corporal. En efecto, dicho estado poderoso, que preside los siete montes y muchísimas aguas, ha merecido del Señor el apelativo de prostituta. ¿Qué tipo de vestimenta es el comparable a esta denominación? La prostituta, sin duda, está "sentada, vestida de púrpura, escarlata, oro y piedras preciosas". ¡Cuán malditas son las cosas sin las cuales una maldita prostituta no podría haberse descrito!
3. Fue el hecho de que Tamar se había "pintado y adornado" lo que llevó a Judá a considerarla una ramera. Así, cuando ella estaba escondida bajo su velo (para desmentir que fuese una ramera), Israel la juzgó como si lo fuera, y se dirigió y negoció con ella como tal. De esto obtenemos una confirmación adicional de la lección: que la provisión debe hacerse en todos los sentidos, ante todas las asociaciones inmodestas y sospechosas. En efecto, ¿por qué la integridad de una mente casta queda contaminada por la sospecha de su prójimo? ¿Por qué se espera en mí algo que me disgusta? ¿Por qué mi vestimenta no anuncia previamente mi carácter, para evitar que mi espíritu sea herido por la desvergüenza a través del oído? Conceded, hermanas, que sea lícito adoptar la apariencia de una mujer modesta, y que asumir la de una inmodesta sea ilícito.
XIII
No basta que Dios lo sepa. Debemos parecerlo
1. Quizás alguna mujer diga: A mí no me es necesario ser aprobada por los hombres, pues Dios es mi único inspector del corazón. ¡Perfecto! Sobre todo si recordamos lo que el mismo Dios ha dicho por medio del apóstol: "Que vuestra probidad se manifieste delante de los hombres". ¿Para qué dice esto Pablo, sino para que la malicia no tenga acceso a vosotras, o no seáis mal ejemplo y testimonio? Y si no, ¿para qué es ese "que brillen vuestras obras", o que el Señor nos llame "luz del mundo"? ¿No nos ha comparado a "una ciudad construida sobre un monte"? Si no brillamos en medio de las tinieblas, o nos destacamos entre los que están hundidos, ¿para qué sirve nuestra luz?
2. Si escondemos nuestras lámparas bajo un almud, necesariamente quedaremos a oscuras y muchos nos atacarán. Las cosas que nos convierten en luminarias del mundo son éstas: nuestras buenas obras. Lo bueno, además, siempre que sea verdadero y pleno, no ama las tinieblas, sino que se alegra de ser visto, y se regocija con las mismas señales que se le hacen.
3. A la modestia cristiana no basta serlo, sino también parecerlo. Tan grande debe ser nuestra plenitud, que pueda fluir desde la mente hasta la vestidura, y estallar desde la conciencia hasta la apariencia exterior, de modo que incluso desde fuera se pueda contemplar nuestro propio mobiliario, el adecuado para retener la fe como reclusos perpetuos. Respecto a este mobiliario, lo que nunca puede entrar son aquellas delicias que, por su suavidad y afeminamiento, tienden a deshumanizar la virilidad de la fe.
4. De afeminarse la fe, no sé yo si la muñeca que solía estar rodeada con el brazalete (en forma de hoja de palma) resistirá hasta convertirse en una dura cadena, y no sé yo si la pierna que se ha regocijado con la tobillera se dejará apretar en la calza. Además, me temo que el cuello, rodeado de lazos de perlas y esmeraldas, ¡no dará lugar a la espada!
5. Benditas hermanas, meditemos en las dificultades, y no las sentiremos. Abandonemos los lujos, y no nos arrepentiremos de ellos. Estemos dispuestos a soportar toda violencia, sin tener nada que temer dejar atrás. Son estas cosas las que retrasan nuestra esperanza. Desechemos los adornos terrenales, si los que deseamos son los celestiales.
6. No améis el oro, en el cual están marcados todos los pecados del pueblo de Israel. Deberíais odiar lo que minó a vuestros padres, pues lo que adoraban les hizo abandonar a Dios. El oro es alimento para el fuego, y por eso los cristianos siempre, y ahora más que nunca, pasamos nuestro tiempo no en oro sino en hierro. Nuestras estolas son las del martirio, y nuestras coronas las que los ángeles nos tienen preparadas, y un día nos impondrán.
7. Salid ataviadas con los cosméticos y ornamentos de los profetas y apóstoles, sacando vuestra blancura de la sencillez, vuestro color rojizo del pudor, vuestra pintura de ojos de la timidez y vuestra pintura de labios del silencio. Implantad en vuestros oídos las palabras de Dios, colocad sobre vuestros cuellos el yugo de Cristo. Someted vuestra cabeza a vuestros maridos, y estaréis lo suficientemente adornadas. Ocupad vuestras manos hilando, mantened vuestros pies en casa, y agradaréis a todos mejor que vistiéndoos de oro. Vestíos de la seda de la rectitud, del lino fino de la santidad, de la púrpura del pudor. Pintadas de esta manera, ¡tendréis a Dios como amante!