JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Moisés

I

Los hijos de Israel estaban oprimidos en Egipto con trabajos y aflicciones, en aquella ocupación de hacer ladrillos, y con llanto clamaban y decían: "¿Quién nos librará de la esclavitud de los egipcios?", a forma de decir: ¡Pereceremos, somos destruidos en trabajos injustos! Es decir, aludiendo al hombre viejo, con un pensamiento judío un tanto alambicado, como explicaré más adelante bajo la doble virtud del agua del Mar Rojo, que a la vez salvó y ahogó.

II

¿Qué el lo que entonces sucedió? Que los oyó Dios, y envió a Moisés armado de milagros y prodigios. Llegó, pues, Moisés al faraón, llevando súplicas en favor de su pueblo. Lo hizo metiendo en el país egipcio un ejército de langostas destructoras, cambiando en sangre las aguas del Nilo, haciendo brotar llagas en los hombres y en las bestias cuadrúpedas. Ni ante las plagas ni ante nada cedía el faraón, por lo que finalmente ordenó Dios la muerte de los primogénitos. Tras lo cual, para darme prisa, no sea que entreteniéndome en estas cosas no cumpla lo prometido, por fin salieron de la tierra de Egipto y llegaron hasta las orillas del Mar Rojo.

III

El faraón envió en pos de los hebreos su ejército, con muchedumbre de carros y jinetes. Al contemplar Israel semejante ejército, se llenó de pavor. Cuando llegaron a la playa, Dios dijo a Moisés: "¿Por qué clamas a mi?". Ciertamente, Moisés no había dicho nada, pero Dios añadió: "Yo conozco no sólo lo que se profiere con los labios, sino lo que profesa el corazón". Lo añadió a fin de que adviertas que la oración no consiste en el clamor de los labios, sino en el impulso del corazón. Dios dijo a Moisés "¿por qué clamas a mí?" porque Moisés no clamaba con los labios, sino con el corazón. En efecto, lo que se necesita es la oración que nace de la bondad del alma, y no de grandes clamores. Después de eso, Dios dijo a Moisés: "Extiende sobre el mar la vara que llevas en la mano, y crúzalo tú y todos los hijos de Israel". Moisés extendió la vara que llevaba en la mano, y golpeó el mar. Entonces el desordenado ímpetu de las aguas se acabó y se deshizo, y se olvidó de su propio curso natural.

IV

Así es este elemento natural, que cuando se presenta la voluntad de Dios, se olvida de su propio curso natural y encadena sus propias operaciones. A la manera de una sierva cariñosa, cuando el Mar Rojo vio al siervo de su Señor, cedió y obedeció. Obedeció no porque temiera aquella vara seca de Moisés, sino en reverencia del que había de ser clavado en la cruz (Jesucristo). El mar vio la figura de la vara y al punto reconoció la verdad, y obedeció y se apartó. Después de eso, Dios dijo a Moisés: "Pasa tú, y todos los hijos de Israel". Moisés pasó, y tras él todo el pueblo de Israel. Los egipcios los siguieron en persecución, a saber: el faraón, y sus carros de guerra, y sus jinetes. Y una vez que los israelitas hubieron pasado, se echó encima el agua y ahogó a los egipcios.

V

Explícame, pues, oh judío: ¿Cómo es que el agua que los sumerge ejerce dos operaciones y tiene una doble virtud, de manera que al uno lo ahoga y al otro lo vivifica? Explícame esto: ¿Cómo el mar aquel, siendo uno solo según su naturaleza, a unos guardó con vida y a otros dio muerte, a unos ahogó y a otros dio paso franco, a pesar de ser uno solo y desordenado el ímpetu de las aguas? ¿Cómo a unos reverenció como a un siervo, mientras que con los otros imitó las costumbres de los bárbaros? Explícame esto, oh judío, tú que no crees en la cruz, y cómo una misma agua a unos los ahogó y a otros los salvó.

VI

Una era el agua y uno era el mar. Con todo, de unos ni siquiera mojó los pies, y de los otros ni siquiera dejó señal, sino que a todos juntamente los cubrió con sus olas, y a todos los egipcios y a su pueblo les prestó una sepultura común. Explícame cómo fue esto, oh judío. Y si no, ¿no ves cómo precedió la figura, a fin de que la verdad encontrara fe? ¿No ves cómo aquello era la sombra y esto es la verdad, aquello la figura y esto la realidad? ¿Ves cómo, cuando Dios quiere llevar a cabo alguna obra maravillosa, envía por delante figuras y sombras, para que así la verdad sea luego fácilmente recibida? En efecto, es necesario que la figura sea inferior a la realidad, porque si fuera en sí perfecta ya no sería figura, sino que ella misma sería la realidad. Precedió la sombra en blanco y negro, y luego llegó la verdad con todos sus colores, y así resultó clara la imagen. Aquellos eran simulacros, esta es la realidad, exactamente como sucedió con el cordero.

VII

Lo que había de suceder es esto: que con la sangre de Cristo, el orbe se justificaría y quedaría libre de la maldición. Como esto era un gran milagro, y parecería increíble a la estulticia de los judíos, Dios, por medio del cordero, lo previno y prefiguró de antemano. Cuando se preparaba a borrar de la vida a los primogénitos de los egipcios, a fin de que no perecieran juntamente los hijos de Israel, ¿qué hizo Dios? Con ese objetivo, dijo a Moisés que "el ángel destructor no heriría también a los primogénitos de Israel".¿Y qué aconteció, entonces? Aconteció que Dios dijo a Moisés: "Avisa a los hijos de Israel que tomen un cordero sin mancha, de sexo masculino, de un año de edad, conforme a sus familias; y si acaso alguna familia no basta para comerlo, el vecino invite a su vecino y una familia invite a otra familia". Así dijo Dios, que añadió: "Matadlo según las familias y casas de las tribus, y comed sus carnes asadas al fuego, y no se dejará nada de ellas. Mas con la sangre untad las puertas de vuestras casas. Y lo comeréis con los lomos ya ceñidos y con el calzado en los pies, a la manera del ajuar de los que van de camino, y estad con vuestras lámparas encendidas".

VIII

Y todo esto ¿por qué? Porque se les echaba encima la tarde. Y ¿por qué lo habéis de comer a la manera de quienes salen de viaje? Por esto mismo: tanto por la figura como por la realidad, porque el faraón había sido herido muchas veces, pero no los dejaba partir. Por eso Moisés les aseguró que "hoy será herido y os dejará partir". El faraón, en efecto, hasta entonces era herido, pero no los dejaba salir, por nueve veces seguidas. No obstante, a la décima plaga sí los dejaría ir, les conminó Moisés cuando vino a decirles Moisés: Tomad traje de caminantes, porque una vez que comáis ya nada habrá de común con Egipto. En concreto, esto es lo que les dijo: "Tomad un cordero sin mancha, de sexo masculino, de un año de edad, y matadlo y con su sangre ungid vuestros dinteles, a fin de que al venir el ángel, por esta sangre y señal os perdone".

IX

Estas cosas no fueron hechas por motivo del ángel, sino de la sangre que los libró. ¿Acaso el ángel no podía distinguir qué era lo que diferenciaba a los judíos de los egipcios? Y él, que conocía a los primogénitos, ¿no podía distinguir a los egipcios de los hebreos? Así pues, cuando un judío se burle de ti, y te diga ¿en la sangre esperas?, respóndele: También tú esperaste en la sangre de un cordero, y ¿no te avergüenzas, oh impudente? Tú fuiste salvado por la sangre de un cordero, y yo ¿no seré salvo por la sangre del Señor?

X

Así pues, el judío, una vez que comió, se apresuró a salir de Egipto; y el cristiano, una vez que come, se apresura a salir de este mundo. Porque te lo amonesta Pablo: "Permaneced revestidos de la loriga de la justicia y calzados los pies en preparación del evangelio de la paz". Allá calzados y aquí calzados. Allá una vara, aquí una loriga. Moisés habla a quienes se preparan para emprender un camino, y Pablo ordena a quienes han de emprender una batalla. Aquéllos de una tierra partían para otra y por esto eran caminantes; pero yo marcho de la tierra al cielo, y por esto soy soldado. ¿Por qué? Porque mi camino por los aires está infestado de ladrones, y los demonios me salen al paso. Por esto llevo, como una espada desnuda, la confianza; por esto visto la loriga de la justicia; por esto me ciño con la verdad. Porque no soy solamente caminante, sino además milite: "Angosto y estrecho es el camino que conduce a la vida". Mira, pues, cómo Pablo habla de las realidades y Moisés de las figuras. Mira cómo se tienen las cosas sensibles y cómo las espirituales. Procuremos, pues, también nosotros, oh carísimos, imitar a Abraham, a fin de que nos reciba en el hospedaje de sus senos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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