JUAN CRISÓSTOMO
Sobre la Muerte

I

La mujer es valerosa para morir. La mujer, que introdujo en nuestra naturaleza la muerte, y el antiguo dardo del demonio, con su muerte ha vencido la fuerza del demonio. El vaso de debilidad, y fácilmente quebradizo, se ha convertido en dardo insuperable. Ahora, las mujeres son atrevidas delante de la muerte. ¿Quién no se admira? Avergüéncense los gentiles, cúbranse de pudor los judíos y los que no creen en la resurrección de Jesucristo, a los que yo pregunto: ¿Qué argumento mayor buscáis de la resurrección, sino el cambio tan grande de las cosas? Las mujeres se vuelven intrépidas delante de la muerte, esa que antes era temible aun para los varones y llenaba de horror a los justos.

II

Advertid cuan temible fue antes la muerte, a fin de que cuando la veáis tornada en despreciable, alabéis a Dios, autor de este cambio. Mirad cuánta fue su fuerza anterior, para que, una vez que hayáis conocido cuánta es ahora su debilidad, deis gracias a Cristo por haberla totalmente debilitado. Anteriormente, oh carísimos, nada había más fuerte que la muerte, y nada más débil que nosotros, mas ahora nada hay más robusto que nosotros, y nada más débil que la muerte. ¿Veis cómo se ha obrado un cambio magnífico? ¿Veis cómo las cosas robustas se han vuelto débiles, y las débiles se han vuelto robustas por obra de Dios, y esto con el fin de declararnos por ambos medios su poder? Mas, para que no parezca que me reduzco a simples afirmaciones, añadiré las pruebas.

III

Si os parece, en primer lugar demostraré cómo, en el pasado, a la muerte la temían no sólo los pecadores sino aun los hombres santos y los que tenían gran confianza en Dios, y abundaban en buenas obras, y habían alcanzado toda clase de virtudes. Emprendo esta demostración no para condenar a aquellos santos, sino para que admiremos el poder de Dios. ¿De dónde nos consta que anteriormente la muerte fue temible, y que todos la miraban con horror y temblor? Del primer patriarca, porque el primer patriarca, Abraham, justo y amigo de Dios, que había abandonado su patria, su casa y sus parientes, y había despreciado todas las cosas presentes por el amor de Dios, de tal manera temía y temblaba ante la muerte que, habiendo de entrar en Egipto, dijo a su esposa: "Sé que eres mujer hermosa. Sucederá, pues, que cuando te vieren los egipcios, a ti te conservarán, pero a mí me darán muerte". Entonces, ¿qué hacer? Esto mismo: "Di que eres mi hermana, para que me vaya bien por ti, y mi alma se salve, y viva merced a ti".

IV

¿Qué es esto, patriarca Abraham? ¿No te da vergüenza que a tu mujer se la someta a estupro, se manche tu lecho, sea violado tu matrimonio? ¿Hasta tal punto temes la muerte? Y no sólo tienes en nada esas cosas, sino que andas tramando con tu mujer un engaño, y tejes con ella ese medio del estupro, y pones todos los medios para que se oculte al rey que comete adulterio. Para ello, además, quitas a tu esposa su nombre, y le das el de hermana. Para no seguir acusando al justo Abraham, me esforzaré en comprobar la debilidad de la muerte, y apartar de él la acusación. Con todo, necesito comenzar por demostrar que él temía la muerte, y luego lo justificaré de la acusación.

V

Veamos, pues, qué cosa tan penosa e intolerable sufrió Abraham, porque son preferibles infinitas muertes a contemplar a la propia esposa sujeta a estupro y manchada con adulterio. Pero ¿qué digo manchada con adulterio? Si acaso, con celos, porque era un fuego y llama y pasión de celos lo que se apoderaba de Abraham. Alguien, explicando la tiranía y fuerza inexplicable de estos celos, decía: "El ánimo de su esposo está lleno de celos, y por nada cambiará su odio ni por precio alguno, ni perdonará en el día del juicio, ni se le diluirá mediante muchos dones", y: "Duro como el infierno es el celo". En efecto, así como "no se puede doblegar al infierno con las riquezas", así "no puede ablandarse ni aplacarse aquel que padece de celos". Muchos hay que darían su vida por encontrar al adúltero, y saborearían gustosos la sangre de ese varón que se atrevió a cometer el estupro en su esposa, e incluso se alegraría de llegar a los últimos extremos por ese motivo. Con todo, Abraham toleró esta enfermedad tan intolerable, violenta e implacable, con toda paciencia, y despreció aquel estupro de su esposa por el excesivo temor de la muerte. Por aquí queda manifiesto que Abraham temió la muerte.

VI

En cuanto a la justificación que yo aplico a Abraham por esto, ¿cuál es, en resumidas cuentas, la acusación? Alguno dirá: Menospreciar el estupro de su mujer, pues era preferir la muerte que permitir eso. Esto es lo que algunos dicen, acusando al patriarca de cometer este crimen: haber preferido salvar su vida, antes que la pureza de su mujer. Pero ¿qué dices? ¿Convenía que muriera, antes que tener en nada la injuria de su mujer? Y eso ¿qué habría aprovechado? En efecto, si con su muerte libraba a su esposa del estupro, ¿lo evitaría ella sola en el futuro? Y si con su muerte nada aprovechaba a su esposa, para librarla del estupro, ¿por qué motivo había de exponer ambas vidas imprudente y locamente? Para que entiendas que, ni aun con su muerte hubiera él podido librar a su esposa del adulterio, oye lo que dice: "Una vez que te vean los egipcios, a ti te conservarán, pero a mí me darán la muerte".

VII

Abraham temía que sucediesen, pues, dos crímenes: el de asesinato y el de adulterio. Así, por un un acto de singular prudencia, prefirió omitir uno de ellos, para con ello salvaguardar el segundo. Si exponiendo su vida hubiera de librar del estupro a su esposa, pregunto yo: Una vez él muerto, ¿qué no harían los egipcios con ella? ¿No la hubieran tocado? ¿Quedaría Sara impune de las manos de los egipcios? Así pues, ¿tiene el acusador razón en sus acusaciones? Muerto Abraham, y quitado de en medio, igualmente habría de suceder que Sara fuera ultrajada. Así pues, ¿por qué se acusa a este justo, cuando previó dos males (el estupro y el asesinato) y evitó uno de ellos, y con ello quizás evitó el segundo? Más bien, lo que hay que hacer es alabar a Abraham por esto. Y no porque conservó limpias del asesinato las manos adúlteras, sino porque evitó males mucho peores. No por haber dicho que Sara era su hermana, el patriarca incitó al egipcio al adulterio.

VIII

Esto es algo que puso en claro Abraham, cuando dijo: "Una vez que te vean, dirán: Es su esposa. Y a mí me matarán, y a ti te conservarán". Si hubiera dicho que era su esposa, se habrían seguido el adulterio y el asesinato, mas si decía ser su hermana, se impediría el asesinato y a lo mejor también el adulterio. ¿Ves cómo, amenazando dos males, él con su prudencia impidió uno de ellos? ¿Quieres ahora ver cómo aun el crimen de adulterio, en cuanto estuvo en su mano, lo disminuyó, de manera que no llegara a ser algo consumado por el egipcio? Atiende de nuevo a sus palabras: "Di que eres mi hermana". ¿Qué es lo que dices, Abraham? ¿Aquel que toma la hermana de otro, ya por eso no es adúltero? No, porque el adulterio se juzga según la intención del ánimo. Así Judas, cuando se unió con su nuera Tamar, no fue tenido como adúltero, porque no pensó que se unía con su nuera sino con una meretriz. En el caso presente, el egipcio que iba a recibir a Sara, no como esposa de Abraham, sino como hermana, no cometía adulterio. Mas ¿qué tiene esto qué ver con Abraham?, dirá alguno. Porque él sí sabía que no entregaba a su hermana sino a su esposa, y esto no es un crimen suyo. Si oyendo esto el egipcio (que se trataba de la esposa), ya con eso hubiera querido abstenerse del estupro, justamente acusaríamos al patriarca. Mas si el nombre de esposa de nada iba a servir a Sara para apartar de ella el estupro, como el mismo Abraham dijo ("dirán que es su esposa, y te guardarán"), mucho más justo es que alabemos al varón justo que, puesto en tan grave dificultad, pudo conservar al egipcio libre del crimen, y en cuanto estaba en su mano disminuir el crimen de adulterio.

IX

Pasemos ahora en el discurso a su nieto Jacob, para que veas también en él a un hombre que teme y tiembla ante la muerte, y eso que ya desde su primera edad había sido educado en la sabiduría apostólica. En efecto, Pablo ordenaba a sus discípulos de esta manera: "Teniendo alimentos, y con qué cubrirnos, con eso nos contentaremos", que es exactamente lo que Jacob pedía a Dios cuando decía: "Si me diere Dios pan para comer, y vestido para cubrirme, con eso estoy contento". Pues bien, este Jacob que no buscaba nada fuera de lo indispensable, y que había abandonado su casa, y que había recibido las bendiciones de su padre, y que había obedecido a su madre, y que era amigo de Dios, y que mediante la sabiduría había hecho fuerza a la naturaleza (ya que siendo por naturaleza inferior a su hermano, alcanzó a ser el primero en las bendiciones de su padre), y que había en fin alcanzado tantas cosas, y que había demostrado tan gran prudencia y piedad en innumerables combates, y miles de luchas y coronas, cuando regresó a su patria y tuvo que encontrarse con su hermano, como si hubiera de enfrentarse con una bestia feroz, rogaba suplicante al Señor: "Sálvame de las manos de mi hermano Esaú, porque yo le temo, no sea que se acerque a mí y me mate, junto con la madre, sobre los cadáveres de sus hijos". ¿Adviertes cómo también Jacob temía a la muerte, y por ese motivo suplica a Dios?

X

¿Quieres que te presente a otro varón igualmente afectado del temor ante la muerte? Pon delante de tus ojos a Elías, alma verdaderamente divina que tocaba con su cabeza los cielos. Este Elías, que había cerrado los cielos, y de nuevo los había abierto, y que había hecho bajar de ellos el fuego, y que había ofrecido un admirable sacrificio, y que había ardido en celo de la gloria de Dios, y que había ostentado en su cuerpo un género de vida angélica, y que no poseyó sino una piel de oveja, y que se hizo superior a todas las cosas humanas, éste, pues, de tal manera temió la muerte, y tembló ante la muerte, que tras tantas cosas magníficas se puso a temblar ante una mujerzuela vil, y emprendió la huida. En efecto, por haber dicho Jezabel "esto me hagan los dioses si mañana no igualo tu alma con las de los que ya murieron", Elías "temió y huyó durante cuarenta días".

XI

¿Ves cuan terrible cosa era antes la muerte? Alabemos, pues, a Dios, porque habiendo ella sido tan terrible a los profetas, él la volvió fácil de despreciar aun para las mujeres. Elías huía de la muerte, mas las mujeres se refugian ahora en ella; aquél se escapa de la muerte, y éstas la buscan. ¿Adviertes cuán grande mutación se ha verificado? Abraham y Elías temieron la muerte, mientras que las mujeres cristianas la conculcan con sus pies como si fuera un poco de barro. No acusemos a aquellos santos, pues no era culpa suya, sino debilidad natural y no culpa de la voluntad. En aquellos tiempos, Dios quería que la muerte fuera cosa temible, a fin de que después se reconociera la fuerza de su gracia. Quiso que fuera temible como castigo, y por eso no quiso que desaparecieran las amenazas del castigo, para que los hombres no emperezaran en la virtud.

XII

"Permanezca inmutable la sentencia", dijo Dios, a fin de aterrorizarlos y contenerlos con la muerte. "Llegará, llegará un tiempo en que queden libres de los terrores", también dijo Dios, como en realidad ha sucedido. Que nosotros estemos ya libres de semejante terror, lo declaran clarísimamente los mártires, y Pablo antes que ellos. ¿Habéis oído en el Antiguo Testamento a Abraham gemir "a mí me darán muerte"? ¿Habéis oído a Jacob temer a su hermano Esaú, que "me dará muerte"? ¿Habéis visto a Elías huyendo de las amenazas de una mujer, a causa de la muerte? Pues bien, oíd ahora lo que siente al respecto Pablo, y si acaso la muerte le parece temible o no, y si cuando está ya inminente la teme y se entristece, o la juzga cosa deseable. He aquí lo que dice Pablo: "Me es mucho mejor morir ya, y estar con Cristo".

XIII

Para los antiguos, la muerte era una cosa terrible, mas para Pablo es "mucho mejor" cosa; para aquéllos era algo desagradable, y para éste dulce. Y con razón, porque antes la muerte conducía al infierno, y ahora en cambio nos lleva a Cristo. Jacob decía: "Llevaréis mi ancianidad ceñida de tristeza a los infiernos", mientras que Pablo dice: "Mucho mejor es morir yo, y estar con Cristo". Y no lo decía porque condenara la vida presente, sino para que nos cuidáramos de dar este agarradero a los herejes. No huía de la vida por ser mala, sino porque deseaba la vida futura, que es mejor. No afirmó simplemente "ser bueno" morir y estar con Cristo, sino "ser mejor", sabiendo que mejor se dice siempre en comparación con otro bien. Del mismo modo que Pablo dijo "quien entregue a su virgen en matrimonio hace bien, pero quien no la une hace mejor", manifestando que el matrimonio era cosa buena, pero mejor era la virginidad, del mismo modo afirmó ser buena la vida presente, pero la vida futura mucho mejor.

XIV

En otra parte, con la misma sabiduría, discurre Pablo y dice: "Si yo me inmolo, y paso más allá con mi sacrificio en favor de vuestra fe, yo me alegro y me alegraré, y sobre ello mismo os habéis de alegrar vosotros, y congratulaos conmigo". ¿Qué dices, Pablo? ¿Mueres, y convocas a los demás a participar de tu alegría? ¿Qué es lo que ha sucedido? Esto mismo, respondería Pablo: "Que no muero, sino que subo a una vida mejor". Así como los hombres obtienen un principado, y convocan a los demás para que participen de su alegría, así Pablo se encamina a la muerte, y convoca a la alegría a los demás. Para unos, la muerte supone dejar los trabajos, y una retribución por los sudores, y el fin de los combates, y su corona. Por eso, antiguamente había llantos y lamentos por los que morían. Ahora, en cambio, hay salmos y cantos. Lloraron a Jacob los judíos durante cuarenta días, y otros tantos lloraron a Moisés, y lo gimieron, porque la muerte era verdadera muerte. Hoy en día, los cantos y salmos demuestran cómo la muerte es una cosa deliciosa. Sobre que los salmos son señal de bienestar y alegría, dice la Escritura: "¿Está alguno de vosotros alegre? Que cante salmos". Por eso, porque los cristianos estamos colmados de alegría, por eso cantamos salmos a los difuntos, puesto que ellos nos exhortan a no temer la muerte, a forma de decir: "Vuelve, oh alma mía, a tu descanso, porque el Señor te ha hecho beneficios". ¿Advertís cómo la muerte es un beneficio y un descanso? Quien ha entrado en ese descanso, ya descansa de sus trabajos, por gracia y benignidad de Jesucristo.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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