TERTULIANO DE CARTAGO
Discurso a mi Mujer

CARTA I

I
Propósito de la carta

1. He considerado conveniente, mi más amada consierva en el Señor, prever el rumbo que debes seguir después de mi partida de este mundo (cuando sea llamado por Dios), y cómo encomendar a su honor la observancia de tu disposición.

2. En las cosas mundanas somos bastante activos, y deseamos que se consulte el bien de cada uno de nosotros. Si redactamos testamentos para tales asuntos, ¿por qué no deberíamos mucho más pensar de antemano en las cosas divinas y celestiales, y en cierto sentido legar un testamento antes que se divida la herencia? Mi mejor legado es la amonestación sobre nuestros bienes inmortales, y la mejor herencia es el cielo.

3. Te escribo esto para que puedas recibir en su totalidad mi amonestación acerca de Dios, a quién sea el honor, la gloria, el renombre, la dignidad y el poder, ahora y por los siglos de los siglos.

4. El precepto que te doy es que, con toda la constancia que puedas, renuncies después de mi partida a unas segundas nupcias. No es que por ello vayas a conferirme a mí ningún beneficio, sino que te beneficiarás a ti misma. A los cristianos, después de su partida del mundo, no se les promete ninguna restauración del matrimonio en el día de la resurrección, pues su nueva condición y santidad será la de los ángeles.

5. Ninguna solicitud por los celos carnales surgirá en el día de la resurrección, ni siquiera en el caso de aquella que estuvo casada con siete hermanos sucesivamente. Tampoco herirá a cualquiera de sus diez maridos, ni nadie la esperará para confundirla.

6. No pienses que esto lo digo para conservar tan sólo para mí toda la devoción de tu carne, o sospechando el dolor de un anticipado desaire. Lo digo porque te estoy inculcando el consejo de la viudez perpetua. En ese día no habrá reanudación de la voluptuosa desgracia entre nosotros, pues Dios no promete tales frivolidades ni tales impurezas a sus siervos. Ya sea para ti, o para cualquier otra mujer que pertenezca a Dios, el consejo que te doy será provechoso, y por eso lo voy a tratar en general.

II
El matrimonio es lícito, pero sin poligamia ni despido

1. La unión de hombre y mujer ha sido bendecida por Dios como seminario de la raza humana, e ideada para la reposición de la tierra y el equipamiento del mundo. Por lo tanto, es algo permitido, si se hace individual y libremente. Como dice la Escritura, Adán era el único marido de Eva, y Eva su única esposa.

2. Concedo que, entre nuestros antepasados, y los mismos patriarcas, era lícito no sólo casarse sino incluso multiplicar esposas. Y también concedo que había concubinas en aquellos días.

3. Aunque la Iglesia entró en sentido figurado en la sinagoga judía, sin embargo fue necesario instituir ciertas cosas, así como cortar o modificar otras. Fue necesario porque la ley judía sobrevino a su debido tiempo, y a la ley tuvo que sucederle la palabra de Dios y la circuncisión espiritual.

4. Mediante la amplia licencia de los tiempos remotos (de los patriarcas) se proporcionaron de antemano materiales para enmiendas posteriores, de los cuales el Señor (en su evangelio) y luego el apóstol (en los últimos días de la era judía) suprimieron los despidos y regularizaron los desórdenes.

III
El matrimonio es bueno, pero mucho mejor el celibato

1. No pienses que estas premisas, respecto a la libertad concedida a los antiguos, y la restricción impuesta a los tiempos posteriores, se han ido imponiendo para enseñar que el advenimiento de Cristo tenía como objetivo disolver el matrimonio, o abolir las garras matrimoniales, o prescribir el fin del matrimonio. Que de esto se encarguen los que, entre todas sus perversidades, enseñan la separación de "una sola carne en dos", negando a Aquel que, después de tomar prestada la hembra del varón, recombinó entre sí dos cuerpos sacados del consorcio de la misma sustancia material.

2. No hay lugar alguno donde leamos que las nupcias estén prohibidas, y por lo tanto son algo bueno. Sin embargo, sobre qué es mejor que este bien, lo aprendemos del apóstol, quien permite casarse pero prefiere la abstinencia. En concreto, permite el primero a causa de las insidiosas tentaciones, y prefiere el segundo a causa de las dificultades de los tiempos.

3. Examinando la razón dada así para cada proposición, se ve fácilmente que la base por la que se concede la facultad de casarse es la necesidad. Ahora bien, todo lo que la necesidad concede, ella por su propia naturaleza lo deprecia. En efecto, en lo que está escrito ("casarse es mejor que quemarse"), ¿cuál es, por favor, la naturaleza de este bien, que sólo es elogiado en comparación con el mal? ¿Y cuánto mejor será no casarse ni quemarse? 

4. En las persecuciones es mejor "huir de ciudad en ciudad" que negar la fe. Por ello, más bienaventurados son los que tienen fuerza para partir de esta vida en bendita confesión de su testimonio. Puedo decirte esto: que lo que está permitido no es bueno. Necesariamente debo morir. Si huyera de ese destino porque fuera algo deplorable, entonces huir sería bueno, mas si de lo que huyo es de lo que está permitido, entonces lo permitido pone bajo sospecha la causa de su permiso, y sería malo.

5. Hay cosas que son deseables por el simple hecho de que están prohibidas, aunque no sean ni buenas ni malas (de hecho, la preferencia dada a las cosas superiores es una disuasión de las inferiores). Una cosa no es buena simplemente porque no es mala, ni es mala simplemente porque no es dañina. Además, lo que es plenamente bueno sobresale porque no sólo no es perjudicial, sino que además es provechoso. Seguramente, tú misma preferirás lo que es rentable a lo que no es perjudicial. 

6. En primer lugar está el objetivo de toda lucha, y en segundo la lucha (con o sin el consuelo de la victoria). Si escuchamos al apóstol, éste nos dice: "Olvidándonos de lo que queda atrás, esforcémonos por lo que está delante, y seamos seguidores de las mejores recompensas". Con ello, Pablo no nos tiende una trampa, sino que señala el objetivo de la lucha ("las mejores recompensas") y lo que tiende a ser útil en la lucha ("las cosas del Señor"), cuando dice: "La mujer soltera piensa en las cosas del Señor, mientras que la casada se preocupa por complacer a su marido". Como ves, sí permite Pablo el matrimonio, pero siempre con la mente puesta en el mismo objetivo ("las mejores recompensas") y puesta en práctica ("las cosas del Señor"). ¡Feliz aquel que piense como Pablo!

IV
Sobre las enfermedades de la carne

1. En la Escritura leemos que "la carne es débil", y con ello nos calmamos. Sin embargo, también leemos que "el espíritu es fuerte"; porque cada cláusula aparece en una y la misma oración. La carne es terrenal, el espíritu celestial. ¿Por qué nosotros, entonces, demasiado propensos a excusarnos, presentamos en nuestra defensa nuestra parte débil, pero no miramos a la fuerte? ¿Por qué lo terrenal no debería ceder ante lo celestial? Si el espíritu es más fuerte que la carne, porque es de origen más noble, es culpa nuestra si seguimos lo más débil. 

2. Hay dos fases de debilidad humana que hacen que el matrimonio sea necesario para quienes no están casados. La primera es la que surge de la concupiscencia carnal; la segunda, la concupiscencia mundana. En nuestro caso, nosotros somos siervos de Dios, y renunciamos tanto a la voluptuosidad como a la ambición, y repudiamos ambas.

3. La concupiscencia carnal reclama las funciones de la edad adulta, anhela la cosecha de la belleza, se regocija en su propia vergüenza, alega la necesidad de un marido (como fuente de autoridad y consuelo, o para ponerse a salvo de los rumores). Para huir de estas reclamaciones, aplica el ejemplo de las mujeres cuyos nombres están en el Señor, y sus maridos ya han partido hacia la gloria. Estas mujeres no dan oportunidad a la belleza o a la edad, y en todo hacen primar la santidad.

4. Estas mujeres prefieren estar casadas con Dios, y dicen: A Dios mi belleza, a Dios mi juventud. Con él viven, con él conversan, a él tratan de día y de noche, a él asignan sus oraciones como dotes, de él reciben su aprobación como dones dotales. Así, estas mujeres se han apoderado de un don eterno del Señor y, estando en la tierra, y al abstenerse del matrimonio, ya se cuentan como pertenecientes a la familia angélica.

5. Entrenándote para emular la constancia con el ejemplo de tales mujeres, mediante el afecto espiritual enterrarás la concupiscencia carnal, aboliendo los deseos temporales y fugaces de la belleza mediante la ganancia compensatoria de las bendiciones inmortales.

6. La concupiscencia mundana tiene como causas la gloria, la codicia, la ambición y la falta de suficiencia, y por estas causas inocula la necesidad de casarse. Quienes así se rigen, a cambio de las cosas celestiales buscan enseñorearse en la familia de otro, y descansar sobre la riqueza de otro, y extorsionar el esplendor de la tienda de otro para prodigar gastos. ¡Lejos esté todo esto de ti!

7. No te preocupes por el mantenimiento, a menos que desconfíes de las promesas de Dios, y de su cuidado y providencia. Él "viste los lirios del campo y alimenta las aves del cielo", y "prohíbe tener cuidado con el alimento y el vestido del mañana", prometiendo que proveerá lo necesario para cada uno de sus siervos. Los collares pesados, y los vestidos opulentos, y las mulas galas, y los porteadores alemanes, todo eso añade brillo a la gloria de las nupcias, olvidando lo que conviene a la moderación y al pudor.

8. Si atiendes al Señor, no tienes necesidad de nada y tienes todas las cosas, pues tienes al Señor de quien son todas las cosas. Piensa a menudo en las cosas celestiales, y despreciarás las cosas terrenales. Para la viudez firmada y sellada ante el Señor no hace falta más que perseverancia.

V
Sobre el amor a la descendencia

1. Otras razones para el matrimonio, que los hombres alegan para sí mismos, surgen de la ansiedad por la posteridad y del amargo placer de tener hijos. En cuanto a esto último, ¿deberíamos tener hijos, si cuando los tengamos desearemos enviarlos delante de nosotros a la gloria, y evitarles las angustias que ahora son inminentes, y sacarlos de este mundo malvado, y llevarlos a la presencia del Señor? ¿Cuál era el deseo incluso del apóstol? El apóstol nos vendría a decir que, en verdad, el siervo de Dios ¡necesita descendencia!

2. Por otra parte, si en lo que tenemos que ocuparnos es de nuestra propia salvación, ¿como vamos a tener tiempo libre para los niños? ¿Debemos buscar cargas para nosotros que son evitadas incluso por la mayoría de los gentiles? Ellos están obligados por las leyes, y son diezmados por los abortos, y soportan cargas que son peligrosas para la fe. En efecto, ¿por qué el Señor predijo un "ay de las que están encintas y de las que dan de mamar", excepto porque testifica que en aquel día de liberación las cargas de los niños serán un inconveniente? Por supuesto, es al matrimonio a quien pertenecen estos gravámenes; y ese ay no pertenece a las viudas.

3. A la primera trompeta del ángel, los seguidores de Dios brotarán libres de cargas, y soportarán libremente hasta el fin cualquier presión y persecución. No tendrán ningún fruto gravoso del matrimonio en el seno, ni agitando el vientre. Por tanto, ya sea por causa de la carne, o del mundo, o de la posteridad (que se contrae el matrimonio), nada de todas estas necesidades ha de afectar a los siervos de Dios. Con esto, creo considerar suficiente tener de una vez para siempre a los hijos, con un único matrimonio que haya apaciguado este tipo de concupiscencia. Y si no, ¡casémonos diariamente, para que en medio de nuestro matrimonio seamos alcanzados, como Sodoma y Gomorra, por ese día de temor!

4. En Sodoma y Gomorra, en efecto, las personas "se casaban y compraban", a forma de mercancías. Con esta frase, el Señor marca los principales vicios de la carne y del mundo, que alejan a los hombres de las disciplinas divinas: el placer de disturbios y la codicia de adquirir. Como se ve, este tipo de ceguera es muy antiguo. ¿Cuál será nuestro caso, entonces, si reproducimos por segunda vez los vicios que antiguamente eran tan detestables? "El tiempo está cumplido", dice el apóstol, que añade: "Resta que los que tienen esposas actúen como si no las tuvieran".

VI
Ejemplos paganos de viudez y celibato

1. Si los que tienen esposas están obligados a consignar al olvido lo que tienen, ¡cuánto más a los que ya no las tienen se les prohíbe buscar por segunda vez lo que ya no tienen! En efecto, aquella cuyo marido ha partido del mundo ha de imponerse en adelante el descanso a su sexo, mediante la abstinencia del matrimonio. En el caso de las mujeres gentiles, muchas de ellas han ofrecido dicha abstinencia a la memoria de sus amados maridos. Como se ve, cuando algo parece difícil, entonces vemos que otros han enfrentado dificultades aún mayores.

2. ¿Cuántos hay que, desde el momento de su bautismo, ponen el sello de la virginidad sobre su carne? ¿Cuántos, además, que por consentimiento mutuo cancelan la deuda del matrimonio, a forma de eunucos voluntarios por el reino celestial? Si mientras el vínculo matrimonial está intacto se soporta la abstinencia, ¡cuánto más cuando se ha deshecho! En efecto, es más difícil abandonar por completo lo que está intacto que no añorar lo que se ha perdido.

3. Algo bastante duro y arduo, sin duda, es la continencia de una mujer santa después del fallecimiento de su marido, cuando los gentiles, en honor de su propio Satán, soportan oficios sacerdotales que implican tanto la virginidad como la viudez. En Roma, por ejemplo, los que tienen que ver con el tipo de ese "fuego inextinguible", vigilando los presagios de su propia pena, en compañía del dragón mismo, son nombrados en el terreno de la virginidad.

4. A la aquea Juno, en la ciudad de Egio, se le asignaba una virgen. Las pitonisas que deliraban en Delfos no conocían el matrimonio. Las sacerdotisas que administran al Ceres africano eran apartadas del matrimonio por el más estricto olvido. En efecto, no sólo se alejaban de sus maridos aún vivos, sino que incluso a éstos les presentaban a otras esposas en su propia habitación.

5. Estos preceptos son los que ha dado el diablo a sus siervos, y ¡son oídos! ¡Él desafía, en verdad, a los siervos de Dios, por la continencia de los suyos, como si estuvieran en igualdad de condiciones! ¡Son continentes incluso los sacerdotes del infierno! ¿Por qué? Porque el diablo ha encontrado la manera de arruinar a los hombres, incluso a través de las buenas ocupaciones, y porque para él da lo mismo matar a unos con la voluptuosidad que a otros con la continencia.

VII
La viuda está llamada por Dios a la continencia

1. A nosotros, la continencia nos ha sido señalada por el Señor como instrumento para alcanzar la eternidad, y como testimonio de nuestra fe. Esto es un elogio para nuestra carne, que debe ser sostenida para el "vestido de inmortalidad" que un día ha de sobrevenir, con el fin de soportar la voluntad de Dios. Reflexiona, te aconsejo, que no hay nadie que sea quitado del mundo sino por la voluntad de Dios, y que ni siquiera cae del árbol una hoja sin ella.

2. El mismo que nos trae al mundo, necesariamente debe ser quien nos saque de él. Por tanto, cuando por voluntad de Dios fallece el marido, también fallece el matrimonio por voluntad de Dios. ¿Por qué deberías restaurar lo que Dios ha puesto fin? ¿Por qué, repitiendo la servidumbre del matrimonio, despreciáis la libertad que se os ofrece? "Has estado ligado a una esposa", dice el apóstol, que añade: "No busques atarte de nuevo a otra".

3. Si no pecas al volverte a casar, aun así él dice el apóstol que "sobreviene la presión de la carne". Por tanto, en la medida de nuestras posibilidades, amemos la oportunidad de la continencia. Tan pronto como se ofrezca, resolvamos aceptarla, para que lo que no hemos tenido fuerza para seguir en el matrimonio, lo sigamos en la viudez. Hay que aprovechar la ocasión que ponga fin a lo que la necesidad mandaba.

4. ¡Cuán perjudiciales para la fe, y cuán obstructivos para la santidad, son los segundos matrimonios! Esto lo declara la disciplina de la Iglesia y la prescripción del apóstol, cuando no permite que hombres casados dos veces presidan una Iglesia, o cuando no quiere conceder a una viuda la entrada en la orden a menos que haya sido la "esposa de un solo hombre". En efecto, conviene que el altar de Dios se presente puro. Todo ese halo que rodea a la Iglesia está representado en la consistencia de la santidad.

5. El sacerdocio es una función de la viudez y del celibato. Por supuesto, esto está en conformidad con el principio de rivalidad del diablo. Para el rey del paganismo, el sumo pontífice, casarse por segunda vez es ilegal. Así pues, ¡cuán agradable debe ser la santidad a Dios, cuando hasta a su enemigo la afecta!

VIII
Conclusión de mi carta

1. Acerca de los honores que la viudez disfruta ante los ojos de Dios, hay un breve resumen en un dicho del profeta: "Haz justicia a la viuda y al huérfano, y entonces ven y razonemos". A estas dos personas, dejadas al cuidado de la misericordia divina, y en la medida en que están desprovistas de ayuda humana, el Padre de todos se compromete a defenderlos. Mira cómo el benefactor de la viuda es puesto al mismo nivel que la viuda misma, cuyo paladín razonará con el Señor.

2. Aunque la integridad perfecta, y la entera santidad, tendrán la visión más cercana del rostro de Dios, sin embargo la viuda tiene una tarea más ardua. En este sentido, es fácil no desear lo que no se conoce y rechazarlo, o de lo que nunca has tenido que arrepentirte. En cambio, más gloriosa es la continencia que tiene conciencia de sí misma, y sabe lo que ha visto.

3. Es posible que la virgen sea considerada más feliz, y la viuda tenga menos tareas, la primera porque siempre ha conservado el bien y la segunda porque ha encontrado el bien para sí misma. En el primer caso actúa la gracia, y en el segundo la virtud. En efecto, algunas cosas pertenecen a la liberalidad divina, y algunas a nuestra propia obra. Las indulgencias concedidas por el Señor se regulan por la propia gracia, y las cosas que son objeto del esfuerzo del hombre se alcanzan mediante una búsqueda ferviente. Procura, pues, la virtud de la continencia, que es agente de la modestia. La industria no permite que las mujeres sean vagabundas, y la frugalidad desprecia al mundo.

4. Sigue compañías y conversaciones dignas de Dios, teniendo en cuenta ese breve versículo citado por el apóstol: "Las malas entrevistas corrompen las buenas costumbres". Compañeros de tienda, habladores, ociosos, bebedores de vino y curiosos, causan el mayor daño al propósito de la viudez. A través de la locuacidad se deslizan palabras hostiles al pudor, mediante la ociosidad se arruina el rigor, a través del vino se insinúan todos los males; a través de la curiosidad  se transmite la lujuria. Ninguna de esas mujeres sabe hablar del bien de la soltería, porque su "dios es su vientre", y también lo que es vecino del vientre. 

5. Estas consideraciones, queridísima consierva, te las encomiendo desde tan temprano, tratadas en todo momento de manera superflua. Espero que te resulten de consuelo, y aprecies mi memoria.

CARTA II

I
Razones que me llevan a una nueva carta

1. Muy recientemente, amada consierva en el Señor, yo, según me lo permitieron mis posibilidades, entré con cierta extensión para tu beneficio en la cuestión de qué proceder debe seguir una mujer santa cuando su matrimonio ha llegado a su fin. Dirijamos ahora nuestra atención al siguiente consejo con respecto a la enfermedad humana. Lo haremos amonestados por el ejemplo de algunos que, cuando se les ha ofrecido una oportunidad para la práctica de la continencia (por divorcio o por fallecimiento del marido) no sólo han desperdiciado la oportunidad de alcanzar tan gran bien, sino que en sus segundas nupcias han elegido tener presente la regla de "me caso en el Señor".

2. Mi mente se ha confundido, por el temor de que, habiéndote exhortado yo mismo a perseverar en la soltería y en la viudez, pueda ahora, con la mención de matrimonios precipitados, poner una ocasión de caída en tu camino. Si eres perfecta en sabiduría, sabrás que el rumbo que es más útil es el que debes seguir. Como ese camino es difícil, y no está exento de embarazos, y yo quiero para ti el objetivo más elevado de la vida de viuda, me he detenido un poco al instarte a que lo hagas.

3. Tampoco habría habido motivos para que yo volviera a ese punto al dirigirme a ti, si en este momento no hubiera asumido una solicitud aún más grave. Lo que quiero decir es que, cuanto más noble es la continencia de la carne que contribuye a la viudez, más perdonable parece si no se persevera en ella, pues cuando las cosas son más difíciles son más perdonables. Si "casarse en el Señor" está permitido, tanto más culpable es no observar lo que se puede observar.

4. Añádase a esto el hecho de que el apóstol, respecto a las viudas y a los solteros, les aconseja permanecer permanentemente en ese estado, cuando dice: "Deseo que todos perseveren en imitación de mi ejemplo". En cuanto a "casarse en el Señor", el apóstol ya no aconseja, sino que simplemente lo cita. Por tanto, en ese "casarse en el Señor" se corre un riesgo, y se pueden descuidar con más impunidad los consejos y las órdenes, en la medida en que se pone por delante la propia voluntad a la voluntad de Dios, y se liga ese estado a la necesidad. En el primer caso, la libertad acabará despreciando los preceptos, y en el segundo dará paso a la contumacia.

II
Sobre lo que dijo el apóstol en 1 Cor 7, 12-14

1. Hace poco cierta mujer sacó su matrimonio del ámbito de la Iglesia, y se unió a un gentil. Cuando recordé que esto lo habían hecho otros en tiempos pasados, y se maravillaron de dicha extravagancia y del doble juego de sus consejeros (en el sentido de que no hay ninguna escritura que proporcione una licencia para este hecho), les pregunté si se lisonjean de la Carta I a los Corintios, donde está escrito: "Si alguno de los hermanos tiene una mujer incrédula, y ella consiente en casarse, que no la despida, como tampoco la mujer creyente a su marido incrédulo. El marido incrédulo es santificado por la esposa creyente, y la esposa incrédula por el marido creyente. De lo contrario, sus hijos serían impuros".

2. Al entender esta advertencia sobre los casados, no pienses que se concede licencia para casarse con los incrédulos. ¡Dios no permita tal interpretación del pasaje, ni enredarse a sabiendas! Lo que permite el apóstol es continuar con el matrimonio ya tenido con un incrédulo, pero no empezarlo con un incrédulo, según estas palabras: "Si algún creyente tiene una esposa incrédula". Por tanto, no dice Pablo "si algún creyente toma una esposa incrédula", sino "si tiene ya". Por otra parte, muestra Pablo que es deber del creyente seguir viviendo en matrimonio con una mujer incrédula, con la esperanza de que algún día se convierta por la gracia de Dios. O incluso continuar con su esposa, si ésta se casó creyente y se ha vuelto incrédula.

3. A esto añade Pablo otras dos razones: que "somos llamados a la paz del Señor", y que "el incrédulo puede, mediante el uso del matrimonio, ser ganado por el creyente". La frase que cierra el período confirma que así debe entenderse, y es la siguiente: "Como cada uno es llamado por el Señor, que así persevere". Supongo que los gentiles son los llamados, no los creyentes. No obstante, si se hubiera pronunciado absolutamente, tocando el matrimonio de los creyentes simplemente, entonces había dado a los santos un permiso para casarse promiscuamente. Sin embargo, si hubiera dado tal permiso, nunca habría añadido una declaración tan distinta y contraria a su propio permiso, diciendo: "La mujer, cuando su marido ha muerto, queda libre. Que se case con quien quiera, pero sólo en el Señor".

4. Aquí no es necesario reconsiderar lo escrito, pues el Espíritu ha declarado oracularmente que podría haber habido reconsideración. No obstante, por temor a que hagamos mal uso de la frase "que se case con quien quiera", ha añadido Pablo "sólo en el Señor". Es decir, "en el nombre del Señor" o a través del sacramento cristiano. El Espíritu Santo, por tanto, prefiere que las viudas y solteras perseveren en su integridad, y no prescribe otra manera de iniciar o repetir el matrimonio sino de esta manera: "en el Señor".

5. ¿Y qué es lo que dice el apóstol a los anteriores, respecto a la continencia? Esto mismo: "Añadirá a su ley un solo peso". Pronuncia Pablo estas palabras con cualquier tono y de cualquier manera, a forma de decir que no perderán su peso. Ordena y aconseja, ordena y exhorta, pregunta y amenaza, pero todo de forma concisa y breve, para ser por su propia brevedad elocuente.

6. La voz divina suele expresarse de forma que pueda ser comprendida instantáneamente, y observada con prontitud. ¿Quién, si no, podría comprender que el apóstol previera muchos peligros y heridas a la fe en los matrimonios de este tipo, hasta el punto de prohibirlos? ¿Es posible que haya tomado precauciones contra la contaminación de la carne santa en la carne gentil?

7. En este punto, alguno me dice: ¿Cuál es la diferencia entre el el estado de matrimonio gentil, y el de la soltería? ¿Y para un creyente, para que sea cuidadoso con su carne? Pues mientras que a uno se le impide casarse con un incrédulo, al otro se le ordena continuar en él. ¿Y por qué, si nosotros somos contaminados por un gentil, no lo es el otro? ¿Uno está separado, y el otro no está atado?

8. Responderé, si el Espíritu me da capacidad, alegando que el Señor considera más agradable que no se contraiga matrimonio, a que se disuelva en absoluto. En resumen, prohíbe el divorcio (salvo por causa de fornicación), recomienda la continencia y permite tanto la necesidad de continuar el matrimonio como la renuncia al matrimonio.

9. Si los creyentes que ya viven aprehendidos en matrimonio gentil no están siendo contaminados por la carne extraña, pueden santificar a sus parejas. En cambio, si los que han sido santificados antes del matrimonio se mezclan con carne extraña, no pueden santificar a sus parejas, pues su carne no puede aprehenderse con carne extraña. La gracia de Dios santifica lo que encuentra, pero no puede santificar lo que va a ser inmundo. Lo inmundo no tiene parte con lo santo, a menos que lo contamine y lo mate por su propia naturaleza.

III
Algunos de los peligros y heridas aludidas por Pablo

1. Los creyentes que contraen matrimonio con gentiles, por tanto, son culpables de fornicación, y deben ser excluidos de toda comunicación con la comunidad cristiana, según la carta del apóstol, que dice que "con personas de esa clase no deben tomar ni siquiera comida". En efecto, ¿es que en aquel día presentaremos nuestros certificados de matrimonio ante el tribunal del Señor, y alegaremos que se ha contraído debidamente un matrimonio tal como él mismo ha prohibido? Lo que está prohibido, en el pasaje que acabamos de mencionar, no es adulterio ni fornicación, sino la admisión de un hombre extraño en el propio lecho, lo cual viola el templo de Dios y mezcla los miembros de Cristo con los miembros de una adúltera. Hasta donde yo sé, nosotros "hemos sido comprados a precio de la sangre de Cristo". Por tanto, si herimos nuestra carne herimos directamente a Cristo.

2. ¿Qué quiso decir aquel hombre que dijo que casarse con un extraño era un pecado menor? ¿Quería decir que nosotros no le pertenecemos a Cristo, con toda nuestra carne? ¿O acaso insinuaba que todo pecado voluntario contra el Señor es algo menor? Sobre todo porque, en la medida en que tenía poder para evitarlo, en esa medida está cargado por la acusación de contumacia.

3. Contemos ahora los demás peligros o heridas a la fe, previstas por el apóstol, que son graves no sólo para la carne sino también para el espíritu. En efecto, ¿quién dudaría de que la fe sufre un proceso diario de destrucción por las relaciones sexuales incrédulas? Las malas confabulaciones corrompen las buenas costumbres, y ¡cuánto más la comunión de vida y la intimidad indivisible!

4. Toda mujer creyente debe "obedecer a Dios antes que a los hombres". ¿Y cómo puede servir a dos señores (al Señor, y a su marido), sobre todo si éste último es gentil? Al obedecer a un gentil, estará llevando a cabo prácticas gentiles (atractivo personal, adornos de la cabeza, elegancias mundanas, lisonjas más bajas y otros secretos del matrimonio contaminado), y no podrá llevar a cabo las practicas cristianas (donde los deberes de el sexo se desempeñan con honor, modestia y templanza, bajo los ojos de Dios).

IV
Sobre las imposiciones de los maridos paganos

1. En este último caso, la mujer cristiana se ocupa de cumplir los deberes para con su marido pagano, y no puede dar satisfacción al Señor, ni seguir las exigencias de la disciplina. No puede porque tiene a su lado a un sirviente del diablo, empeñado en obstaculizar las ocupaciones y deberes de los creyentes. Por ejemplo, si ella ha de guardar una estación, el marido le fija para ese mismo momento una cita en los baños; o si ella ha de observar el ayuno, el marido celebra ese mismo día un banquete de convivencia; o si hay ella tiene que realizar una expedición benéfica, el marido concierta más urgente que nunca un negocio familiar.

2. En efecto, ¿qué marido pagano permitiría que su esposa cristiana, por visitar a los hermanos, fuera de calle en calle a las casas de otros hombres, e incluso a las de los más pobres? ¿Qué pagano tolerará de buen grado que se la arrebaten de su lado mediante convocatorias nocturnas? ¿Qué marido soportará su ausencia durante toda la noche, en las solemnidades pascuales? ¿Quién la despedirá para asistir a esa Cena del Señor que él difama?

3. ¿Querrá ese marido pagano encontrarse con alguno de los cristianos, para intercambiar el beso? ¿Ofrecerá agua para los pies de los santos, para arrebatar algo de su comida o de su copa? ¿Anhelará tenerlos en su mente? Y si llega un cristiano peregrino, ¿qué hospitalidad le dará, si no lo conoce? ¿Distribuirá su dinero, y sus graneros o almacenes, a los cristianos?

V
Sobre los peligros de los maridos tolerantes

1. Alguna me dice lo siguiente: Hay maridos que sí soportan nuestras prácticas, y no nos molestan. Y yo le respondo: Aquí sí hay pecado, porque los gentiles conocen nuestras prácticas, y rechazan sujetarse a ellas, y siempre inclinan al camino contrario. El que soporta una cosa no puede ignorarla, y si la conoce y rechaza se está condenando y no salvando. A este respecto, las Escrituras mandan que trabajemos para el Señor de dos maneras: sin el conocimiento de ninguna segunda persona, y sin presión sobre nosotros mismos). Por eso, peca la cristiana tanto con respecto a la intimidad de su marido pagano (si él es tolerante), como respecto a su propia aflicción (al evitar su intolerancia).

2. "No echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os trastornen también a vosotros". Esto es lo que dice el Señor. Tus perlas son las marcas distintivas de tu conversación diaria. Cuanto más cuidado tengas en ocultarlas, más propensa te harás a las sospechas, y más expuesta a la curiosidad gentil.

3. ¿Pasarás desapercibida cuando firmes tu cama o tu cuerpo, o cuando soples alguna impureza, o cuando de noche te levantes a orar? ¿No se pensará que estás realizando algún trabajo de magia? ¿No sabrá tu marido qué es lo que saboreas en secreto, antes de tomar cualquier alimento? Y si sabe que es pan, ¿no cree que es aquello que se dice que es?

4. Y tu marido pagano, ignorante del motivo de estas cosas, ¿simplemente las soportará, sin murmurar, sin sospechar si se trata de pan o de veneno? Algunos, es cierto, sí las soportan, pero lo hacen para pisotear y burlarse de tales mujeres (cuyos secretos mantienen en reserva contra el peligro en el que creen, en caso de que alguna vez resulten heridas). Soportan esposas cuyas dotes pagan el salario del silencio, mientras ¡las amenazan con un proceso dotado de espías! Es así como la mayoría de cristianas, sin preverlo, descubren la usurpación de sus bienes o su propia pérdida de fe.

VI
Sobre los daños de las juergas paganas

1. La esclava de Dios habita en los trabajos de Dios, y no en los trabajos comunes de los paganos, ni en las fiestas conmemorativas de los demonios, ni en las solemnidades de los reyes, ni en las fiestas de principio del año o de principio del mes. En todos estos trabajos, ella será agitada por el olor del incienso, y tendrá que salir de su casa por una puerta coronada de laurel y adornada con faroles, como de algún nuevo consistorio de concupiscencias públicas. Tendrá que sentarse con su marido muchas veces en las reuniones del club, y muchas veces en las tabernas. De esta forma, en vez de administrar a los santos tendrá que administrar a los injustos. ¿Y no reconocerá, en todo eso, un prejuicio de su propia condenación, en el hecho de que atiende a aquellos a quienes antes esperaba juzgar? ¿De quién será la mano que añorará? ¿De qué copa participará? ¿Qué le cantará su marido, o ella a su marido?

2. En la taberna, supongo, la que bebe de Dios oirá algo. Y en el infierno ¿qué mención se hace de Dios? ¿Qué invocación de Cristo? ¿Dónde están los fomentos de la fe mediante la intercalación de las Escrituras? ¿Dónde el Espíritu? ¿Dónde la divina bendición? Todas estas cosas son extrañas, todas enemigas, todas condenadas y todas ¡dirigidas por el Maligno para el desgaste de la salvación!

VII
El caso de los cónyuges conversos, sin reciprocidad

1. Si estas cosas les pueden suceder a aquellas mujeres que, habiendo alcanzado la fe estando en el estado de matrimonio gentil, continúan en ese estado, aun así están excusadas, por haber sido "aprehendidas por Dios" en estas mismas circunstancias. Por eso se les ordena perseverar en su estado matrimonial, para ser santificadas y tener la esperanza de "obtener una ganancia" si logra convertir al marido. Por estos motivos, un matrimonio de este tipo (contraído antes de la conversión) es ratificado ante Dios, para que después de la conversión pueda prosperar y no ser acosado por presiones, dificultades y contaminaciones, teniendo ya (como tiene) la sanción parcial de la gracia divina.

2. La esposa de este primer caso está llamada, de entre los gentiles, al ejercicio de la virtud celestial, y por eso es marcada por la consideración divina mediante algún terror a la gentilidad. En estos casos, Dios hace que el marido gentil esté menos dispuesto a molestarla, y menos activo en tenderle trampas, y menos diligente a la hora de espiarla. ¿Por qué? Porque ha visto en su conversión poderosas obras, y sabe que ella ha cambiado para mejor. De hecho, él mismo está entre los candidatos a Dios, pues con él la gracia de Dios ha establecido una intimidad familiar, a través de la conversión post-matrimonial de su mujer.

3. La esposa del segundo caso, que desciende del terreno cristiano al terreno prohibido, y concibe casarse sin ser solicitada y espontáneamente, es completamente otra cosa. En estos casos, las cosas que ofenden al Señor son introducidas en ella. Una señal de esto es el hecho de que sólo los pretendientes encuentran agradable el nombre de pila, y no retroceden ante las mujeres cristianas con el solo objetivo de exterminarlas, arrebatarlas y excluirlas de la fe. Mientras que un matrimonio de este tipo esté bajo el influjo del Maligno, tienes una razón para dudar que podrá llevarse a un fin próspero.

VIII
La felicidad de la unión también depende de la unión de fe

1. Indaguemos más, como si fuéramos inquisidores de las sentencias divinas, y analizando si son o no legítimamente condenables. Entre las naciones, ¿no prohíben los señores a sus esclavos casarse fuera de su propia casa? Sí, lo prohíben para que no caigan en excesos lascivos, o abandonen sus deberes y proporcionen los bienes de sus señores a extraños. Y además, ¿no han decidido las naciones que las mujeres que tienen relaciones sexuales con los esclavos, pueden ser consideradas esclavas por sus maridos?

2. ¿Se considerarán las disciplinas terrenales más estrictas que las prescripciones celestiales, de modo que las mujeres gentiles, si se unen a extraños, pierden su libertad? Y los nuestros ¿se unen a los esclavos del diablo, y continúan en su antigua posición? ¿Negarán que el Señor les haya dado alguna advertencia formal a través de su propio apóstol? ¿A qué debo aferrarme como causa de esta locura, sino a la debilidad de la fe, siempre propensa a las concupiscencias de los gozos mundanos?

3. Es un hecho que la mujer se encuentra principalmente entre los ricos, porque cuanto más rica y engreída es una mujer, con el nombre de matrona, tanto más espaciosa es su casa para sus cargas, como si fuera un campo donde la ambición pueda seguir su curso. Para este tipo de mujeres, las iglesias parecen insignificantes. Un hombre rico es cosa difícil de encontrar en la casa de Dios, y si uno así se encuentra allí, difícil es encontrar que sea soltero. ¿De dónde, sino del diablo, van las mujeres a buscar un marido apto para mantener su sedán, sus mulas y sus rulos de extraña estatura? Un cristiano, aunque sea rico, tal vez no se lo permitiría todos.

4. Pon delante de ti, te ruego, el ejemplo de las gentiles. La mayoría de las mujeres gentiles, de extracción noble y ricas en propiedades, se unen indiscriminadamente con los innobles y los mezquinos, buscados para sí mismas con fines lujosos o mutilándose a sí mismas con fines licenciosos. Otras mujeres gentiles, en cambio, se relacionan con sus propios libertos y esclavos, despreciando la opinión pública, con tal que tengan maridos de quienes no temer ningún impedimento a su propia libertad.

5. Para algunas creyentes cristianas resulta fastidioso casarse con un creyente inferior a ella en patrimonio, destinada como está a aumentar su riqueza en la persona de un marido pobre. No obstante, estas cristianas estúpidas no saben que son los pobres, y no los ricos, los propietarios del reino de los cielos, y que el rico encontrará más en el pobre que en su riqueza o en otros ricos. Lo que tienen que saber estas cristianas es que la dote más amplia es la que otorga Dios, y aquellos que son ricos ante Dios. ¿Hay necesidad de dudar, investigar y deliberar repetidas veces sobre si aquel a quien Dios ha confiado sus propios bienes es apto para recibir dotaciones dotales?

6. ¿De dónde voy a encontrar palabras suficientemente completas para describir la felicidad del matrimonio que la Iglesia cimenta, y la oblación confirma, y la bendición de Dios firma y sella; ¿Qué ángeles llevarán la noticia que el Padre tiene ratificada? En la tierra, los niños no se casan correcta y legalmente sin el consentimiento de sus padres. En la Iglesia, los novios no se casan correcta y legalmente sin el consentimiento de Dios.

7. ¿Qué clase de yugo es el de dos creyentes, participantes de una misma esperanza, un mismo deseo, una misma disciplina, un mismo servicio? Ambos son hermanos, ambos consiervos sin diferencia de espíritu ni de carne. Es más, los dos son verdaderamente "una sola carne". Donde la carne es una, también el espíritu es uno. Juntos oran, juntos se postran, juntos realizan sus ayunos. Se enseñan mutuamente, se exhortan mutuamente, se sostienen mutuamente.

8. Igualmente se encuentran ambos en la Iglesia de Dios, igualmente en el banquete de Dios, igualmente en apuros, persecuciones o refrigerios. Ninguno se esconde del otro, ninguno evita al otro, ninguno es problemático para el otro. Se visita a los enfermos, se alivia a los indigentes, y se hace con libertad. La limosna se da sin tormento, los sacrificios son realizados sin escrúpulos, la diligencia diaria es descargada sin impedimento. No hay ninguna firma sigilosa, ningún saludo tembloroso, ninguna bendición muda. Entre los dos resuenan salmos e himnos, y se desafían mutuamente sobre cuál cantará mejor a su Señor. Estas cosas, cuando Cristo las ve y las oye, se alegra. A éstos les envía su propia paz. Donde hay dos, allí está él mismo. Donde él está, allí no está el Maligno.

9. Estas son las cosas que el apóstol ha dejado para que las entendamos. Estas cosas, si es necesario, sugiérelas en tu propia mente. Para ello, apártate de los ejemplos de algunos. Para los creyentes, casarse de otra manera no es lícito ni conveniente.