DIONISIO DE ALEJANDRÍA
Tratado sobre la Naturaleza
(fragmentos)

I
Epicuro niega la existencia de una Providencia,
y refiere la constitución del universo a los cuerpos atómicos

¿Es el universo un todo coherente, como parece serlo a nuestro juicio y al de los filósofos griegos más sabios, como Platón y Pitágoras, los estoicos y Heráclito? ¿O es una dualidad, como algunos pueden haber conjeturado? ¿O es en verdad algo múltiple e infinito, como ha sido la opinión de algunos otros que, con una variedad de especulaciones locas y usos fantasiosos de los términos, han tratado de dividir y resolver la materia esencial del universo y establecer la posición de que es infinito y no tiene origen y no está sujeto al influjo de la Providencia?

Hay quienes, llamando átomos a ciertos cuerpos imperecederos y diminutos, que se supone que son infinitos en número, y postulando también la existencia de un cierto espacio vacío de una inmensidad ilimitada, sostienen que estos átomos, al ser arrastrados por el vacío, chocan entre sí de manera fortuita en un remolino desordenado, se mezclan entre sí en una multitud de formas, se combinan entre sí y forman así gradualmente este mundo y todos los objetos que hay en él; más aún, que construyen mundos infinitos.

Ésta era la opinión de Epicuro y Demócrito; sólo que diferían en un punto: en que el primero suponía que estos átomos eran diminutos e imperceptibles, mientras que Demócrito sostenía que también había entre ellos algunos de un tamaño muy grande. Pero ambos sostienen que tales átomos existen y que se los llama así debido a su consistencia indisoluble.

Hay quienes llaman átomos a ciertos cuerpos que son indivisibles en partes, pero que son en sí mismos partes del universo, del que están hechas todas las cosas en su estado indiviso y en el que se disuelven de nuevo. Se dice que Diodoro fue quien les dio el nombre de cuerpos indivisibles en partes. Pero también se dice que Heráclides les dio otro nombre y los llamó pesos, y de él también derivó ese nombre el médico Asclepiades.

II
Refutación del dogma de Epicuro,
según las analogías humanas familiares

¿Cómo podemos soportar a aquellos que afirman que todas esas construcciones sabias y, por consiguiente, también nobles en el universo son sólo obras del azar común? Me refiero a aquellos objetos de los cuales cada uno tomado en sí mismo tal como está hecho, y todo el sistema en conjunto, fueron vistos como buenos por Aquel por cuyo mandato llegaron a existir. Porque, como se dice, "Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno (Gn 1,31).

Pero en verdad estos hombres no reflexionan sobre las analogías incluso de pequeñas cosas familiares que podrían llegar a observar en cualquier momento, y de las cuales podrían aprender que ningún objeto de alguna utilidad, y apto para ser útil, se hace sin diseño o por mera casualidad, sino que es forjado por la habilidad de la mano, y está ideado para satisfacer su uso apropiado. Y cuando el objeto deja de ser útil y se vuelve inútil, comienza a desintegrarse indefinidamente, a descomponerse y a disipar sus materiales de todas las formas casuales y desordenadas, de la misma manera que la sabiduría con la que fue construido al principio ya no lo controla ni lo mantiene.

Así, por ejemplo, una capa no puede hacerse sin el tejedor, como si la urdimbre pudiera enderezarse y la trama entrelazarse con ella por su propia acción espontánea; mientras que, por otro lado, si una vez se desgasta, sus andrajos se arrojan a un lado. Por otra parte, cuando se construye una casa o una ciudad, no se toman sus piedras, como si algunas de ellas se colocaran espontáneamente sobre los cimientos y otras se levantaran sobre las distintas capas, sino que el constructor coloca cuidadosamente las piedras hábilmente preparadas en sus lugares adecuados; mientras que si la estructura cede una vez, las piedras se separan y se arrojan y se esparcen por todas partes.

Del mismo modo, cuando se construye un barco, la quilla no se coloca sola, ni el mástil se erige solo en el centro, ni todas las demás vigas ocupan su posición de manera casual y por su propio movimiento. Tampoco las llamadas cien vigas del carro se ajustan espontáneamente a los espacios vacíos en los que se apoyan unas sobre otras. Pero en ambos casos el carpintero coloca los materiales de la manera correcta y en el momento adecuado. Y si el barco se hace a la mar y naufraga, o si el carro avanza por tierra y se hace añicos, sus vigas se rompen y son arrojadas por todas partes: las del primero por las olas, y las del segundo por la violencia.

De la misma manera, podemos decir con toda propiedad a estos hombres que esos átomos que permanecen ociosos, sin manipulación e inútiles, se introducen en vano.

Que busquen, pues, ver por sí mismos lo que está más allá del alcance de la vista y conciban lo que está más allá del alcance de la concepción, a diferencia de aquel que en estos términos confiesa a Dios que cosas como estas le habían sido mostradas sólo por Dios mismo: Mis ojos vieron tu obra, siendo hasta entonces imperfecta. Pues cuando afirman que todas esas cosas de gracia y belleza, que ellos declaran ser texturas finamente elaboradas a partir de átomos, son fabricadas espontáneamente por estos cuerpos sin sabiduría ni percepción en ellos, ¿quién puede soportar oírles hablar en tales términos de esos átomos no regulados, de los cuales incluso la araña, que ejerce su oficio por sí misma, está dotada de mayor sagacidad?

III
Refutación del dogma de Epicuro,
según la propia constitución del universo

¿Quién puede soportar que se diga que esta poderosa morada, que está constituida por el cielo y la tierra, y que se llama cosmos por la magnitud y plenitud de la sabiduría que se ha depositado en ella, ha sido establecida en todo su orden y belleza por esos átomos que siguen su curso sin orden ni belleza, y que ese mismo estado de desorden ha crecido hasta convertirse en este verdadero cosmos, el orden? ¿Quién puede creer que esos movimientos y cursos regulares sean el producto de un cierto ímpetu no regulado? ¿Quién puede admitir que la perfecta concordia que subsiste entre los cuerpos celestes derive su armonía de instrumentos desprovistos tanto de concordia como de armonía?

Además, si hay una sola y misma sustancia en todas las cosas, y si hay una misma naturaleza incorruptible en todas ellas (los únicos elementos de diferencia son, como afirman, el tamaño y la figura), ¿cómo es posible que haya cuerpos divinos y perfectos, y eternos, como dirían ellos, o duraderos, como alguien preferiría expresarlo?

Entre estos cuerpos, algunos son visibles y otros son invisibles. Los visibles incluyen, por ejemplo, el sol, la luna, las estrellas, la tierra y el agua. Y los invisibles, incluidos los dioses, los demonios y los espíritus. Porque no pueden negar la existencia de tales cosas, por mucho que quieran hacerlo.

Además, hay otros objetos que viven mucho tiempo, tanto animales como plantas. En cuanto a los animales, por ejemplo, entre los pájaros, como dicen, el águila, el cuervo y el fénix; y entre las criaturas que viven en la tierra, están el ciervo, el elefante y el dragón; y entre las criaturas acuáticas, las ballenas y otros monstruos de las profundidades. Y en cuanto a los árboles, están la palmera, el roble y la persea; y entre los árboles, también, hay algunos que son de hoja perenne, de los cuales alguien ha enumerado catorce tipos; y hay otros que solo florecen durante cierta estación y luego pierden sus hojas.

Y hay otros objetos, que constituyen la inmensa mayoría de todo lo que crece o se engendra, que tienen una muerte temprana y una vida breve. Y entre ellos está el hombre mismo, como dice de él cierta escritura sagrada: "El hombre nacido de mujer es de pocos días (Jb 14,1).

Supongo que los citados maestros responderán que las diferentes conjunciones de los átomos explican plenamente las grandes diferencias en materia de duración. Porque se sostiene que hay cosas que están comprimidas entre sí por ellos y firmemente entrelazadas, de modo que se convierten en cuerpos muy compactos y, en consecuencia, extremadamente difíciles de desintegrar; mientras que hay otras en las que la conjunción de los átomos es más o menos de naturaleza más suelta y débil, de modo que, o bien rápidamente o bien después de algún tiempo, se separan de su constitución ordenada.

Además, hay algunos cuerpos formados por átomos de un tipo definido y de una cierta figura común, mientras que hay otros formados por diversos átomos dispuestos de manera diversa. Pero, entonces, ¿quién es el discernidor sagaz que coloca ciertos átomos y separa otros, y ordena a unos de tal manera que forman el Sol y a otros de tal manera que originan la Luna, y adapta todo a su conveniencia natural y de acuerdo con la constitución propia de cada estrella?

En efecto, ni los átomos solares, con su tamaño y clase peculiares y con su modo especial de colocación, se habrían reducido jamás hasta producir una luna; ni, por otra parte, las conjunciones de estos átomos lunares se habrían desarrollado jamás hasta formar un sol. Y con la misma seguridad, ni Arturo, resplandeciente como es, se jactaría jamás de tener los átomos que posee Lucifer, ni las pléyades se gloriarían de estar constituidas por los de Orión. El propio Pablo expresó bien esta distinción cuando dice: "Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna y otra la gloria de las estrellas; pues una estrella difiere de otra estrella en gloria" (1Cor 15,41).

Y si la coalición que se ha formado entre ellos ha sido poco inteligente, como sucede con los objetos sin alma, entonces es necesario que hayan tenido algún artífice sagaz; y si su unión ha sido sin la determinación de la voluntad y sólo por necesidad, como sucede con los objetos irracionales, entonces es necesario que algún hábil líder los haya reunido y los haya tomado bajo su cuidado.

Y si se han unido espontáneamente para una obra espontánea, entonces es necesario que algún admirable arquitecto les haya repartido el trabajo y haya asumido la supervisión entre ellos; o bien, debe haber habido alguien que se ocupara de ellos como el general que ama el orden y la disciplina y que no deja a su ejército en una situación irregular ni permite que todo se desarrolle de manera confusa, sino que ordena a la caballería en su debida sucesión y dispone a la infantería armada pesada en su debida formación, y a los tiradores de jabalina por separado, y a los arqueros por separado, y a los honderos de la misma manera, y coloca cada fuerza en su posición apropiada, para que todos los equipados de la misma manera puedan luchar juntos.

Si estos maestros piensan que esta ilustración es solo una broma, porque instituyo una comparación entre cuerpos muy grandes y muy pequeños, podemos pasar a los más pequeños.

Pero si ni la palabra, ni la elección, ni la orden de un gobernante se les impone, y si por su propio acto se mantienen rectos en la vasta conmoción de la corriente en la que se mueven, y se transportan con seguridad a través del poderoso estruendo de las colisiones, y si los átomos similares se encuentran y se agrupan con los similares, no como siendo reunidos por Dios, según la fantasía del poeta, sino más bien como reconociendo naturalmente las afinidades que subsisten entre sí... entonces verdaderamente tenemos aquí una democracia maravillosa de átomos, en la que los amigos dan la bienvenida y abrazan a los amigos, y todos están ansiosos de residir juntos en un domicilio.

En efecto, mientras que algunos, por su propia determinación, se han redondeado en esa poderosa luminaria que es el sol, para hacer el día, otros se han formado en muchas pirámides de estrellas llameantes, tal vez para coronar también todo el cielo; y otros se han reducido a la figura circular, para impartir una cierta solidez al éter, y arquearlo, y constituirlo en un vasto ascenso graduado de luminarias, con este objeto también, que las diversas convenciones de los átomos más comunes puedan seleccionar asentamientos para sí mismos, y repartirse el cielo entre ellos para sus habitaciones y estaciones.

Pero los hombres inconsiderados no ven ni siquiera las cosas que son evidentes, y ciertamente están lejos de conocer las cosas que son invisibles. Porque ni siquiera parecen tener noción alguna de esas salidas y puestas reguladas de los cuerpos celestes (las del sol, con toda su maravillosa gloria , no menos que las de los otros), ni parecen hacer un uso apropiado de las ayudas proporcionadas por ellos a los hombres, como el día que se levanta claro para el trabajo del hombre y la noche que cubre la tierra para el descanso del hombre. Porque se dice que el hombre sale a trabajar y a trabajar hasta la tarde. Tampoco consideran esa otra revolución, por la que el sol nos marca tiempos determinados, estaciones convenientes y sucesiones regulares, dirigidas por los átomos que lo componen.

Aunque estos hombres no lo quieran admitir, existe un Señor poderoso que hizo el sol y le dio el impulso para su curso con sus palabras. ¡Oh, vosotros, ciegos! ¿Acaso estos átomos vuestros os traen el invierno y las lluvias para que la tierra os dé alimento a vosotros y a todas las criaturas que viven en ella? ¿Acaso introducen también el verano para que podáis recoger sus frutos de los árboles para vuestro disfrute? ¿Y por qué, entonces, no adoráis a estos átomos y les ofrecéis sacrificios como guardianes de los frutos de la tierra? ¡Sin duda sois ingratos al no apartar solemnemente para ellos ni siquiera las más escasas primicias de esa abundante generosidad que recibís de ellos!

Además, las estrellas que forman una comunidad tan multitudinaria y variada, que estos átomos erráticos y siempre autodispersos han constituido, han marcado por una especie de pacto las áreas para sus respectivas posesiones, repartiéndolas como colonias y gobiernos, pero sin la presidencia de ningún fundador o dueño de casa; y con lealtad prometida y en paz respetan las leyes de vecindad con sus vecinos, y se abstienen de traspasar los límites que recibieron al principio, tal como si gozaran de la administración legislativa de verdaderos príncipes en los átomos. Sin embargo, estos átomos no ejercen ningún gobierno. ¿Pues cómo podrían hacerlo estos, que en sí mismos son nada? Escuchad, pues, los oráculos divinos: "Las obras del Señor están en juicio; desde el principio y desde que las hizo, dispuso las partes de ellas. Adornó sus obras para siempre, y sus principios para sus generaciones" (Eclo 16,26-27).

¿Qué falange ha recorrido jamás la llanura en tan perfecto orden, sin que ningún soldado se adelantase a los demás, ni se saliese de la línea, ni obstruyese el paso, ni se dejase distanciar por sus compañeros de formación, como ocurre con el avance constante en fila regular, por así decirlo, y con los escudos muy juntos, que presenta este avance apretado, ininterrumpido, tranquilo y sin obstáculos de las huestes de las estrellas? Aunque por las inclinaciones laterales y los movimientos de flanco algunas de sus revoluciones se vuelven menos claras. Sin embargo, sea como fuere, con seguridad siempre mantienen sus tiempos señalados y vuelven a avanzar con determinación hacia las posiciones de las que se han alzado, como si lo hubieran hecho su estudio deliberado.

¿Por qué, pues, que estos notables anatomizadores de átomos, estos divisores de lo indivisible, estos componedores de lo incomponible, estos adeptos a la aprehensión de lo infinito, nos digan de dónde procede esta marcha y curso circular de los cuerpos celestes, en el que no es una simple combinación de átomos la que por casualidad se pone a girar de esta manera, sino que es un gran coro circular que se mueve así, siempre igual y concordantemente, y gira en estas órbitas?

¿Y de dónde procede que esta poderosa multitud de compañeros de viaje, todos sin capitán alguno, todos sin voluntad determinada y todos sin conocimiento alguno de los demás, hayan mantenido sin embargo su curso en perfecta armonía? Seguramente, el profeta ha clasificado bien este asunto entre las cosas que son imposibles e indemostrables, a saber, que dos extraños caminen juntos, pues dice: ¿ Llegarán dos a la misma posada si no se conocen?

IV
Refutación del dogma de Epicuro,
según la propia constitución humana

Además, estos hombres no se entienden a sí mismos ni saben lo que es propio de ellos. Si alguno de los que dirigen esta doctrina impía se fijara en qué clase de persona es y de dónde viene, sin duda llegaría a una decisión sabia, como quien se ha entendido a sí mismo y no diría a estos átomos, sino a su Padre y Creador: Tus manos me han hecho y me han modelado. Y también tomaría esta maravillosa relación de su formación, tal como la ha dado un antiguo: ¿No me has derramado como leche y me has cuajado como a un cerdo? Me has vestido de piel y carne, me has cercado con huesos y tendones. Me has concedido la vida y el favor, y tu visita ha preservado mi espíritu.

¿De qué cantidad y de qué origen eran los átomos que el padre de Epicuro dio a luz cuando engendró a Epicuro? ¿Y cómo, al ser recibidos en el vientre de su madre, se unieron y tomaron forma y figura? ¿Y cómo se pusieron en movimiento y se hicieron crecer? ¿Y cómo esa pequeña semilla de generación reunió los muchos átomos que iban a constituir a Epicuro, y transformó algunos de ellos en piel y carne para una cubierta, y hizo hueso de otros para erección y fuerza, y formó tendones de otros para una contextura compacta? ¿Y cómo formó y adaptó los muchos otros miembros y partes (corazón e intestinos, y órganos de los sentidos, algunos dentro y otros fuera) por los que el cuerpo se convierte en algo de vida?

Porque de todas estas cosas no hay una que sea ociosa o inútil, y ni siquiera la más insignificante de ellas (el cabello, las uñas o cosas similares) lo es, sino que todas tienen su servicio que hacer, y todas su contribución que hacer, algunas de ellas para la solidez de la constitución corporal, y otras para la belleza de la apariencia. Porque la Providencia no sólo se preocupa por lo útil, sino también por lo oportuno y hermoso. Así, el cabello es una especie de protección y cobertura para toda la cabeza, y la barba es un adorno apropiado para el filósofo.

Fue la Providencia, por tanto, la que formó la constitución de todo el cuerpo humano, en todas sus partes necesarias, e impuso a todos sus miembros su debida conexión entre sí, y midió para ellos sus liberales suministros de los recursos universales. Y los más destacados de estos lo muestran claramente, incluso para los no instruidos, por la prueba de la experiencia personal, el valor y el servicio que se les atribuye. Es el caso de la cabeza, en su posición de supremacía, y de los sentidos colocados como una guardia alrededor del cerebro, como el gobernante en la ciudadela, y de los ojos que avanzan, y de los oídos que informan, y del gusto que, por así decirlo, es el recaudador de tributos, y del olfato que rastrea y busca sus objetos, y del tacto que manipula todo lo que se le pone bajo.

Por tanto, por ahora sólo vamos a repasar de manera sumaria algunas de las obras de una Providencia omnisapiente. Y después, si Dios lo permite, las trataremos con más detalle, cuando dirijamos nuestro discurso a alguien que tiene fama de ser más sabio.

Así, pues, tenemos el ministerio de las manos, por medio de las cuales se realizan toda clase de obras y se ejercen todas las profesiones hábiles, y que tienen todas sus diversas facultades dotadas con vistas al desempeño de una función común. Y tenemos los hombros, con su capacidad para soportar cargas; y los dedos, con su poder de prender; y los codos, con su facultad de doblarse, por la cual pueden girar hacia dentro, sobre el cuerpo, o tomar una inclinación hacia fuera, de modo que puedan atraer objetos hacia el cuerpo, o alejarlos de él.

También tenemos el servicio de los pies, por el cual toda la creación terrestre se pone bajo nuestro poder, la tierra misma es atravesada por ellos, el mar se hace navegable, los ríos se cruzan y se establece el intercambio de todos con todas las cosas. El vientre, también, es el almacén de los alimentos, con todas sus partes dispuestas en sus colocaciones apropiadas, de modo que se asigna a sí mismo la justa medida de alimento y expulsa lo que sobra. Y lo mismo sucede con todas las demás cosas por las cuales manifiestamente se asegura sabiamente la debida administración de la constitución del hombre.

De todas estas cosas, los inteligentes y los ignorantes disfrutan por igual del uso, pero no tienen la misma comprensión de ellas. Hay quienes atribuyen toda esta economía a un poder que consideran una verdadera divinidad y que consideran a la vez la inteligencia más alta en todas las cosas y el mejor benefactor para ellos mismos, creyendo que esta economía es toda obra de una sabiduría y un poder que son superiores a todos los demás y en sí mismos verdaderamente divinos. Y hay otros que atribuyen sin sentido todo este edificio de la más maravillosa belleza a la casualidad y a la coincidencia fortuita.

Además de estos, hay también ciertos médicos que, después de haber hecho un examen más eficaz de todas estas cosas y de haber investigado con la mayor precisión la disposición de las partes internas en particular, se han sorprendido de los resultados de su investigación y se han visto llevados a deificar a la naturaleza misma.

Las nociones de estos hombres las revisaremos más adelante, en la medida de lo posible, aunque sólo podemos tocar superficialmente el tema. Mientras tanto, para tratar este asunto en general y sumariamente, permítanme preguntar quién construyó todo este tabernáculo nuestro, tan alto, erecto, gracioso, sensible, móvil, activo y apto para todas las cosas. ¿Fue, como dicen, la multitud irracional de átomos? Es más, estos, por sus conjunciones, no podrían moldear ni siquiera una imagen de arcilla, ni podrían tallar y pulir una estatua. No se puede hacer un ídolo de piedra, ni fundirlo ni acabarlo, sino que los hombres que fabrican estos objetos han descubierto artes y oficios calculados para tales operaciones.

Y si, incluso en estos casos, no se pueden hacer representaciones y modelos sin la ayuda de la sabiduría, ¿cómo pueden haber surgido espontáneamente los modelos genuinos y originales de estas copias ? ¿Y de dónde han venido el alma, la inteligencia y la razón que nacen con el filósofo ? ¿Las ha reunido de esos átomos que están desprovistos de alma , inteligencia y razón? ¿Y cada uno de estos átomos le ha inspirado alguna concepción y noción apropiadas? ¿Y hemos de suponer que la sabiduría del hombre se compone de estos átomos, como el mito de Hesíodo nos dice que Pandora fue creada por los dioses?

De ser así, los griegos tendrán que dejar de hablar de las diversas especies de poesía, música, astronomía, geometría y todas las demás artes y ciencias como invenciones e instrucciones de los dioses, y tendrán que admitir que estos átomos son las únicas musas con habilidad y sabiduría para todos los temas. Porque esta teogonía, construida a partir de átomos por Epicuro, es en verdad algo extraño a los mundos infinitos del orden y encuentra su refugio en el desorden infinito.

V
Trabajar no es causa de dolor ni de cansancio para Dios

Ahora bien, trabajar, administrar, hacer el bien, ejercer el cuidado y otras acciones similares pueden ser tareas difíciles para los ociosos, los tontos, los débiles y los malvados, entre los cuales se incluye con razón Epicuro cuando propone tales nociones sobre los dioses. Pero para los serios, los poderosos, los inteligentes y los prudentes, como deben ser los filósofos (¡y cuánto más, por tanto, los dioses!), estas cosas no sólo no son desagradables ni molestas, sino que siempre son las más agradables y, con mucho, las más bienvenidas de todas. Para las personas de este carácter, la negligencia y la dilación en hacer lo que es bueno son un reproche, como les amonesta el poeta con estas palabras de consejo: "No dejes nada para mañana", porque el perezoso que posterga las cosas está siempre luchando con las miserias.

El profeta nos enseña la misma lección de una manera más solemne, y declara que las acciones realizadas según el modelo de la virtud son verdaderamente dignas de Dios, y que el hombre que no presta atención a ellas es maldito: Porque maldito sea el que hace las obras del Señor descuidadamente.

Además, aquellos que no son versados en algún arte, e incapaces de practicarlo perfectamente, sienten que es cansado cuando hacen sus primeros intentos en él, simplemente por la novedad de su experiencia y su falta de práctica en las obras. Pero aquellos que, por otro lado, han hecho algún progreso, y mucho más aquellos que están perfectamente entrenados en el arte, logran fácilmente y con éxito los objetos de sus trabajos, y sienten un gran placer en el trabajo, y preferirían así, en el desempeño de las actividades a las que están acostumbrados, terminar y llevar a cabo perfectamente lo que sus esfuerzos apuntan, que convertirse en maestros de todas aquellas cosas que se consideran ventajosas entre los hombres.

Demócrito mismo, según se dice, afirmó que prefería el descubrimiento de una causa verdadera a ser puesto en posesión del reino de Persia. Y esto lo dijo un hombre que sólo tenía una concepción vana y sin fundamento de las causas de las cosas, puesto que partía de un principio infundado y de una hipótesis errónea, y no discernía la raíz real y la ley común de la necesidad en la constitución de las cosas naturales, y consideraba como la mayor sabiduría la aprehensión de las cosas que ocurren simplemente de una manera poco inteligente y aleatoria, y ponía al azar como señora y reina de las cosas universales, e incluso de las divinas, y se esforzaba por demostrar que todas las cosas suceden por la determinación del mismo, aunque al mismo tiempo lo mantenía fuera de la esfera de la vida de los hombres y convencía de insensatez a quienes lo adoraban. De todos modos, al comienzo mismo de sus Preceptos habla así: "Los hombres han hecho una imagen del azar, como una tapadera para su propia falta de conocimiento".

En efecto, el intelecto y el azar son, por su propia naturaleza, antagónicos entre sí. Y los hombres han sostenido que el mayor adversario de la inteligencia es su soberano. Más aún, han subvertido y eliminado completamente el uno, mientras que han establecido el otro en su lugar. En efecto, no celebran la inteligencia como afortunada, sino que alaban el azar como a la más inteligente.

Además, los que se preocupan por el bien de la vida se complacen especialmente en lo que sirve a los intereses de los de su misma raza y buscan la recompensa de la alabanza y la gloria a cambio de los trabajos que realizan en favor del bien común; mientras que unos se esfuerzan por proporcionar medios y recursos, otros por ser magistrados, otros por ser médicos, otros por ser hombres de estado. E incluso los filósofos se enorgullecen mucho de sus esfuerzos por educar a los hombres.

¿Se atreverán, pues, Epicuro o Demócrito a afirmar que con el ejercicio de filosofar sólo se causan a sí mismos molestias? Más bien, considerarán que esto es un placer del espíritu sin igual. Porque, aunque mantengan la opinión de que el bien es el placer, se avergonzarán de negar que filosofar es para ellos el mayor placer.

En cuanto a los dioses, de los que los poetas cantan que son los que otorgan los bienes, estos filósofos los celebran con burla, diciendo: "Los dioses no son ni los que otorgan ni los que comparten los bienes". ¿Y cómo pueden demostrar que existen los dioses, si no los perciben ni los ven como los que hacen algo, en lo que, de hecho, se parecen a aquellos que, en su admiración y asombro por el sol, la luna y las estrellas, han considerado que se los llama dioses por sus recorridos?

Si, además, no les atribuyen ninguna función ni poder de operación, de modo que los disuadan de ser dioses de constituir (es decir, de crear objetos, porque el único creador y operador de todas las cosas debe ser Dios), y si en definitiva no exponen ninguna administración, ni juicio, ni beneficencia suya en relación con los hombres, de modo que podamos estar obligados a adorarles por temor o por reverencia... ¿pudo Epicuro, entonces, ver más allá de este mundo y traspasar los límites del cielo? ¿O acaso salió por alguna puerta secreta que sólo él conocía y de ese modo obtuvo la visión de los dioses en el vacío?

Y considerándolos bienaventurados en su plena felicidad, y convirtiéndose él mismo en un apasionado aspirante a tal placer y un ardiente estudioso de esa vida que ellos persiguen en el vacío, ahora llama a todos a participar de esta felicidad y los insta a hacerse así como los dioses, preparando como su verdadero simposio. ¿No es el cielo ni el Olimpo, como fingen los poetas, sino el vacío absoluto, y les presenta la ambrosía de los átomos y los empeña en el néctar hecho de ellos?

Sin embargo, en asuntos que no tienen relación con nosotros, introduce en sus libros una miríada de juramentos y solemnes aserciones, jurando constantemente tanto negativamente como afirmativamente por Júpiter, y haciendo jurar también por los dioses a quienes encuentra y con quienes discute sus doctrinas, no ciertamente porque los tema él mismo o tenga miedo del perjurio, sino porque declara que todo esto es vano, falso, ocioso e ininteligible, y lo usa simplemente como una especie de acompañamiento a sus palabras, tal como podría aclararse la garganta, escupir, torcer la cara o mover la mano.

Tan completamente absurda y vacía era toda esta cuestión del nombre de los dioses, en su opinión. Pero también es un hecho patente que, temiendo a los atenienses después de la advertencia de la muerte de Sócrates y deseando evitar que lo tomaran por lo que realmente era (es decir, un ateo), el astuto charlatán inventó para ellos ciertas sombras vacías de dioses insustanciales.

Pero Sócrates nunca miró al cielo con ojos de verdadera inteligencia, para oír la clara voz de arriba, que otro espectador atento sí escuchó, y de la que dio testimonio cuando dijo: "Los cielos declaran la gloria de Dios y el firmamento muestra la obra de sus manos". Y nunca miró hacia abajo a la superficie del mundo con la debida reflexión, porque entonces habría aprendido que la tierra está llena de la bondad del Señor y que la tierra es del Señor y su plenitud; y que, como también leemos: "Después de esto, el Señor miró a la tierra y la llenó de sus bendiciones. Con toda clase de seres vivientes cubrió su faz".

Si estos hombres no están cegados sin remedio, que contemplen la vasta riqueza y variedad de criaturas vivientes, animales terrestres, criaturas aladas y acuáticas. Y que entiendan entonces que la declaración hecha por el Señor con ocasión de su juicio de todas las cosas es verdadera: "Y todas las cosas, de acuerdo con su mandato, parecieron buenas".