JUAN CRISÓSTOMO
Sobre la Navidad
I
Hermanos, está para llegar la fiesta más grande y veneranda de todas las fiestas: la natividad del Señor, según la carne. Sí, todas las demás festividades (la epifanía, la pascua, la ascensión y pentecostés) tienen aquí su fundamento y origen. Si Cristo no hubiera nacido según la carne, no habría sido bautizado (que es la fiesta de la Teofanía), ni hubiera sido crucificado (que es la fiesta de Pascua), ni habría enviado al Espíritu Santo (que es la fiesta de Pentecostés). Así que, de la fiesta de la Navidad, como de una fuente de diversos ríos, nacieron las otras festividades.
II
No sólo por esta razón debemos anteponer la natividad al resto de celebraciones, sino porque el que ahora nace es el más venerable de todos los nacidos. Si Cristo ha nacido, de esto se sigue que haya muerto. Sí, porque aunque no había cometido ningún pecado, el cuerpo que tomó era mortal. Admirable es realmente esto, que siendo Dios haya querido hacerse hombre, y haya soportado humillarse a tal grado. Esto es algo que que no puede alcanzar el pensamiento, que causa escalofrío y produce estupor. Admirado de esto, Pablo decía: "Sin duda que es grande el misterio de la piedad". Pero ¿qué es lo grande? Esto mismo: que Dios "se haya manifestado en carne", pues "no socorrió a los ángeles" pero sí "quiso asemejarse en todo a sus hermanos".
III
Yo recibo con gozo y con amor especial este día de Navidad, y traigo aquí a colación mi cariño con el objeto de haceros participantes de él. Por eso os ruego a todos vosotros, y os suplico, que asistáis a la iglesia en ese día con prontitud y fervor. Que cada cual deje vacía su casa, a fin de que todos veamos a nuestro Señor reclinado en el pesebre y envuelto en pañales. ¡Qué espectáculo tan terrible y admirable! En efecto, ¿qué excusa daremos, o cómo alcanzar perdón, si él por nosotros desciende del cielo, y nosotros no venimos a él desde nuestras casas? ¿Qué dirían los magos, extranjeros y bárbaros, que acudieron desde Persia a contemplarlo, y tú eres cristiano y no soportas siquiera un breve camino para gozar de este feliz espectáculo? Si con fe acudimos, sin duda que lo veremos tendido en el pesebre, puesto que esta mesa del altar hará las veces de pesebre. Sobre ella se pondrá el cuerpo del Señor. Ciertamente, no envuelto en pañales, pero sí revestido por todas partes del Espíritu Santo.
IV
Los magos no hicieron otra cosa sino esto: adorar al niño. Si vosotros os acercáis con la conciencia pura, podréis también cogerlo y recibirlo, antes de regresar a vuestros hogares. Acercaos, pues, trayendo vuestros propios regalos de piedad. Ellos ofrecieron oro, así que ofrece tú la temperancia. Ellos ofrecieron incienso, así que ofrece tú tus aromáticas oraciones. Ellos ofrecieron mirra, así que ofrece tú un corazón humillado y junto con tu limosna. Si con tales dones te acercas, podrás participar de esta mesa sagrada con gran regocijo. Estas cosas las digo ahora, porque yo sé que en aquel día sucederá que muchos se acerquen y arrojen a esta víctima espiritual. Que esto no sirva para pérdida del alma y condenación, sino para salvación. Por eso ya desde ahora os lo ruego y suplico, a fin de que vengáis purificados en todos sentidos, y así participéis de los sagrados misterios.
V
Que nadie me vaya a decir: Tengo miedo, tengo la conciencia repleta de pecados, llevo conmigo una pesadísima carga. Que nadie lo diga, porque basta este espacio de cinco días, si es que os conserváis dentro de la moderación, si hacéis oración, si guardáis las vigilias, para que esa cantidad de pecados se vuelva menor. No te fijes en que el tiempo es poco, sino atiende más bien a que Dios es misericordioso. Los ninivitas apartaron de sí, en el espacio de tres días, la ira de Dios. Nada se lo impidió, ni siquiera la brevedad del tiempo, y su presteza de ánimo logró obtener la misericordia de Dios. La meretriz, en un breve momento de tiempo, cuando se acercó a Jesús, borró todos sus pecados. Más aún, cuando los judíos acusaron a Jesús por ello, Cristo les impuso silencio. A ella, una vez librada de todos sus males, la despachó a su hogar, tras haberle aceptado con benignidad su presteza de ánimo.
VI
¿Por qué hizo Jesús esto? Porque ella se acercó llena de fervor, con encendido corazón y con fe viva, y así tocó aquellos pies santos y sagrados, y soltó sus cabellos y derramó abundantes lágrimas, y por último derramó el ungüento. Con aquellas cosas con que ella había engañado a los hombres, con esas mismas cosas preparó el remedio de la penitencia. Con lo que había atraído a los ojos incontinentes, con eso mismo derramó ella lágrimas enormes. Con esos cabellos, que artificiosamente había compuesto para arrojar a muchos al pecado, con esos mismos enjugó los pies de Jesús. Con ese ungüento, que había echado el anzuelo a muchos, con ese mismo ungió los pies del Salvador. Del mismo modo, hermanos, traed aquí aquellas cosas con las que provocasteis la ira de Dios, y tras entregárselas a Jesús haceros vosotros propicios.
VII
¿Has provocado la ira divina con la rapiña de los bienes ajenos? Por esos mismos, háztelo ahora benévolo y reconcíliate con él. Una vez que hayas restituido lo que robaste, a aquellos a quienes hiciste injusticia, y hayas añadido algo de supererogación, di con Zaqueo: "Yo devuelvo el cuádruplo de lo que hurté". ¿Lo provocaste con la maledicencia de tu lengua? ¿Inferiste muchas contumelias? ¡Aplácalo mediante tu lengua! Sobre todo, con oraciones puras, bendiciendo a quienes te maldicen, alabando a los que te vituperan, dando gracias a los que te injurian. Estas cosas no necesitan de muchos días ni de años, sino un único propósito del ánimo, y llevarlo a cabo. Apártate del mal, abraza la virtud, deja la perversidad, promete que en adelante no cometerás esos pecados. Si lo haces, esto bastará para tu defensa. Yo testificaré, y seré el fiador de cualquiera de vosotros. Aunque uno esté enredado en pecados, si se aparta de sus perversidades, y con auténtica sinceridad promete a Dios que nunca más retornará a ellas, Dios no le pedirá ninguna otra cosa para justificarlo.
VIII
Dios es benigno, y a la manera que la mujer que está de parto ansia dar a luz, del mismo modo ansia él derramar su misericordia. Lo único que le estorba son nuestros pecados. Echemos abajo ese cerco, y desde ahora comencemos las fiestas de Navidad. Dejemos a un lado, durante estos cinco días, los negocios. Apartaos del foro. Apártese la curia, cedan los cuidados mundanos acerca de pactos y contratos, salvemos las almas. En efecto, ¿de qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si a cambio pierde su alma? De Persia salieron los magos, así que sal tú de los negocios temporales y encamínate a Jesús, porque no es larga la distancia. No se necesita pasar el mar, ni superar las cumbres de las montañas, sino tan sólo no quedarte sentado en tu casa, y mostrar un poco de piedad y compunción de corazón. Si de veras lo queréis, desbarataréis toda la muralla, quitaréis todos los obstáculos, abreviaréis el camino y contemplaréis a Jesús. Porque yo, dice el Señor, "soy Dios que me acerco, y no un Dios alejado". Sí, "el Señor está cerca de todos los que lo invocan".
IX
En los tiempos presentes, muchos de entre los fieles han venido a tal grado de insensatez, y de inconsideración del pecado, que a pesar de encontrarse henchidos de males, y no tener cuidado alguno con su modo de vivir, temeraria y negligentemente se acercan a la sagrada mesa, y no advierten que el momento de la comunión no es de fiestas de mercado, sino de pureza de conciencia y un modo de vivir limpio de pecado. Así como a quien no tiene conciencia de pecado le conviene acercarse cada día, así quien está manchado, y no se arrepiente, no puede acercarse ni aun en los días festivos. Acercarnos tan sólo una vez al año no nos hace menos pecadores, si es que indignamente nos acercamos. Al revés, eso mismo aumenta la condenación, puesto que nos acercamos una sola vez en el año y, ni aun así, nos acercamos con una conciencia pura.
X
Hermanos, no os acerquéis aquí con negligencia, ni solamente porque el día de fiesta os obliga a los divinos misterios; sino cuando hayáis de ser participantes de esta hostia divina. Es decir, cuando desde muchos días antes os hayáis limpiado de vuestros pecados mediante la penitencia, la oración, la limosna y otras diversas ocupaciones espirituales. De no hacerlo, comulgaréis como los perros, y vomitaréis. ¿No ponéis tanto cuidado en las cosas temporales, y con muchos días de antelación os preparáis para las festividades con el mejor vestido de vuestras arcas, y compráis sandalias nuevas, y preparáis una abundante y espléndida mesa, y buscáis por todos lados multitud de cosas, y de mil modos os adornáis y presentáis brillantes? Pues bien, de igual manera no andéis con el alma abandonada, mugrienta, escuálida y muerta de hambre cuando venís aquí, sino aseados de cuerpo y alma, adornados espiritualmente.
XI
El cuerpo lo observan vuestros consiervos, y por eso os presentáis ante ellos sin detrimento. Pues bien, el alma la observa Dios, y él castigará gravísimamente a los negligentes. ¿Ignoráis que esta mesa está llena de fuego espiritual, y que de aquí se derraman fuentes abundantes de gracias, y aquí está escondida la llama del Espíritu? No os acerquéis, por tanto, trayendo con vosotros paja o heno, a fin de no aumentar el incendio e ir a quemar vuestra alma al acercaros a la comunión. Acercaos trayendo piedras preciosas, oro y plata, a fin de que los volváis aún más preciosos, y saquéis de aquí una gran ganancia. Si algo malo hay, apartadlo de vuestra alma. ¿Tenéis algún enemigo, y le habéis hecho algún daño grave? Desechad pronto la enemistad, aplacad vuestro ánimo encolerizado y que no haya en vuestro interior ni alboroto ni turbación alguna.
XII
En la comunión vais a recibir al Rey, y cuando entra el Rey en el alma conviene que haya en ella gran tranquilidad, paz profunda e intensa quietud de pensamientos. ¿Es que has sido gravemente dañado y no puedes echar de ti los pensamientos de ira? ¿Y por eso te harás un daño aún mayor? No te causará tu enemigo tan graves daños, haga lo que haga, como serán los que tú mismo te infieras si no te reconcilias con él y conculcas así la ley de Dios. ¿Te infirió alguna contumelia? Bien, mas ¿por eso vas a inferir tú a Dios otra contumelia? No perdonar a quien nos ha hecho algún daño no es tanto vengarse de él como inferir a Dios, que ha legislado que no se haga contumelias. No mires a tu consiervo ni la magnitud de la injuria que él te causó, sino mira a Dios. Así, llevando en tu ánimo su santo temor, piensa que cuanto mayor fuerza te hicieres a ti mismo, obligando a tu ánimo a perdonar a quien hizo la injuria, tanto mayor será el premio que llevarás de parte de Dios, que fue quien esto ordenó. Por lo demás, así como aquí recibes a Dios con grandes honores, así él te recibirá allá con gran gloría, y te pagará multiplicada por diez mil tu obediencia, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
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