ATANASIO DE ALEJANDRÍA
Explicación de Nicea
A
Reivindicaciones de los arrianos
Quejas arrianas contra el Concilio de Nicea. Su inconstancia. Son como los judíos, que usan la fuerza y no la razón
I
Has hecho bien en indicarme la discusión que has tenido con los defensores del arrianismo, entre los cuales se encontraban algunos de los amigos de Eusebio, así como muchos de los hermanos que sostienen la doctrina de la Iglesia. Saludé tu vigilancia por amor a Cristo, que expuso excelentemente la irreligión de su herejía; mientras que me maravillé por el descaro que llevó a los arrianos, después de todo el descubrimiento anterior de la falta de solidez y futilidad de sus argumentos. Es más, después de la convicción general de su extrema perversidad, a quejarse todavía como los judíos y decir: ¿Por qué los padres de Nicea usaron términos que no están en la Escritura, "de la esencia" y "uno en esencia"?
Como hombre de conocimiento, tú los convenciste de que hablaban en vano. Mas ellos idearon subterfugios, y no hicieron más que actuar de acuerdo con su propia mala disposición. Porque son tan variables y volubles en sus sentimientos como los camaleones en sus colores; y cuando se les descubre, parecen confusos, y cuando se les pregunta, vacilan, y entonces pierden la vergüenza y recurren a las evasivas. Y luego, cuando se les descubre en estas cosas, no descansan hasta que inventan cosas nuevas que no son, y, según las Escrituras, "imaginan cosas vanas", y todo con tal de ser constantes en su irreligión.
Tales esfuerzos no son otra cosa que una muestra evidente de su defecto de razón y una copia, como he dicho, de la malignidad judía. Porque también los judíos, cuando fueron convencidos por la verdad, e incapaces de enfrentarse a ella, utilizaron evasivas, como: "¿Qué señal haces, para que podamos verte y creerte? ¿Qué haces?" (Jn 6,30). Aunque se dieron tantas señales, ellos mismos dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre hace muchos milagros".
En verdad, los muertos fueron resucitados, los cojos anduvieron, los ciegos vieron de nuevo, los leprosos fueron limpiados, y el agua se convirtió en vino, y cinco panes saciaron a cinco mil, y todos se maravillaron y adoraron al Señor, confesando que en él se cumplieron las profecías, y que él era Dios, el Hijo de Dios. Todos menos los fariseos, quienes, aunque las señales brillaban más que el sol, todavía se quejaban, como hombres ignorantes, diciendo: "¿Por qué tú, siendo hombre, te haces Dios?". ¡Insensatos y verdaderamente ciegos en el entendimiento! Deberían haber dicho, por el contrario, ¿por qué, siendo Dios, te has hecho hombre? Pues sus obras demostraron que él es Dios, para que pudieran adorar la bondad del Padre y admirar la economía del Hijo por amor a nosotros.
Sin embargo, esto no lo dijeron los fariseos. No, ni les gustó presenciar lo que estaba haciendo. O lo presenciaron de hecho, porque esto no podían evitar, pero cambiaron su motivo de queja nuevamente: ¿Por qué sanas al paralítico? ¿Por qué haces que los ciegos de nacimiento vean, en el día de reposo? Esto también fue una excusa y mera murmuración, porque también en otros días el Señor sanaba "toda clase de enfermedades y toda clase de dolencias" (Mt 4,23), mientras ellos seguían quejándose según su costumbre, y al llamarlo Belcebú, y prefirieron la sospecha de ateísmo, a una retractación de su propia maldad.
Aunque en tan diversos tiempos y de diversas maneras el Salvador mostró su divinidad, y predicó al Padre a todos los hombres, sin embargo los fariseos, como dando coces contra el aguijón, contradijeron con palabras de necedad, y esto lo hicieron, según el proverbio divino, para apartarse de la verdad, hallando ocasiones.
II
Así como los judíos de aquel tiempo, por obrar tan mal y negar al Señor, fueron privados con justicia de sus leyes y de la promesa hecha a sus padres, así los arrianos, que ahora judaizan, se encuentran, a mi juicio, en circunstancias como las de Caifás y los fariseos contemporáneos. Porque, percibiendo que su herejía es completamente irrazonable, inventan excusas: ¿Por qué se definió esto y no aquello?
No te extrañes, pues, si los arrianos ahora practican esto. Porque dentro de poco se volverán a la indignación, y luego amenazarán a "la banda y al capitán". En verdad, en esto su heterodoxia tiene su apoyo, como vemos. Para negar la palabra de Dios, no tienen razón alguna en absoluto, como es justo.
Consciente de esto, yo mismo no hubiera respondido a sus interrogatorios. Mas puesto que vuestra amabilidad me ha pedido saber lo que pasó en el Concilio de Nicea, sin demora he relatado enseguida lo que entonces ocurrió, mostrando en pocas palabras cuán desprovisto está el arrianismo de espíritu religioso, y cómo su único negocio es urdir evasivas.
B
Procesos de Nicea
Conducta arriana ante el Concilio de Nicea. De ignorantes es querer revocar un concilio ecuménico. Procedimientos en Nicea. Los eusebianos firmaron lo que ahora denuncian. La unanimidad de los verdaderos maestros y el proceso de la tradición. Cambios de los arrianos
Tú, amado, considera si no es así. Si, habiendo sembrado el diablo sus corazones con esta perversidad, se sienten confiados en sus malas invenciones, que se defiendan contra las pruebas de herejía que se han presentado, y entonces será el momento de encontrar faltas, si pueden, en la definición que se les ha formulado. Porque nadie, al ser condenado por homicidio o adulterio, está en libertad, después del proceso, de argumentar la sentencia del juez, por qué habló de esta manera y no de aquella otra. Porque esto no exculpa al condenado, sino que más bien aumenta su crimen por la petulancia y la audacia.
De la misma manera, que los arrianos demuestren que sus sentimientos son religiosos, pues por ellos fueron acusados y condenados, y sus quejas son posteriores, y es justo que quienes están bajo acusación se limiten a su propia defensa. O bien, si tienen una conciencia impura y son conscientes de su propia irreligión, que no se quejen de lo que no entienden, porque de lo contrario atraerán sobre sí una doble imputación, la de irreligión y la de ignorancia.
Más bien, que los arrianos investiguen el asunto con un espíritu dócil y, aprendiendo lo que hasta ahora no han sabido, limpien sus oídos irreligiosos con la fuente de la verdad y de las doctrinas de la religión.
III
En el Concilio de Nicea, Eusebio y sus compañeros sufrieron lo siguiente: mientras se manifestaban en su irreligión e intentaban luchar contra Dios, los términos que utilizaban estaban llenos de irreligión; pero los obispos reunidos, que eran más o menos trescientos, con suavidad y caridad les exigieron que se explicaran y defendieran con argumentos religiosos. Sin embargo, apenas empezaron a hablar, fueron condenados y uno difería de otro. Entonces, al darse cuenta de la situación en que se encontraba su herejía, permanecieron mudos y con su silencio confesaron la desgracia que había caído sobre su heterodoxia.
Ante esto, los obispos, habiendo negado los términos que habían inventado, publicaron contra ellos la sana y eclesiástica fe. Y como todos lo suscribieron, Eusebio y sus compañeros lo suscribieron también con las mismas palabras de las que ahora se quejan, es decir, de la esencia y de lo uno en esencia, y de que el Hijo de Dios no es ni criatura ni obra, ni en el número de cosas originadas, sino que el Verbo es un vástago de la sustancia del Padre.
Y lo que es realmente extraño: Eusebio de Cesarea, que había negado el día anterior, pero luego lo suscribió, envió a su iglesia una carta, diciendo que ésta era la fe de la Iglesia y la tradición de los padres; e hizo una profesión pública de que antes estaban en el error y luchaban temerariamente contra la verdad. Porque aunque en ese momento se avergonzaba de adoptar estas frases, y se excusaba ante la Iglesia a su manera, sin embargo, ciertamente quiso implicar todo esto en su carta, al no negar lo uno en esencia y de la esencia. Y de esta manera se metió en una dificultad.
En efecto, mientras Eusebio se excusaba, atacó a los arrianos, diciendo que el Hijo no existía antes de su generación y rechazando su existencia antes de su nacimiento en la carne. Esto también lo sabe Acacio, aunque también él, por temor, pretenda lo contrario a causa de los tiempos y lo niegue. Por eso he adjuntado al final la carta de Eusebio, para que sepáis por ella la falta de respeto que mostraron los enemigos de Cristo, y en particular el propio Acacio, hacia sus propios doctores.
IV
¿No cometen un crimen, entonces, los arrianos, al pensar en contradecir un Concilio de Nicea tan grande y ecuménico? ¿No cometen una trasgresión cuando se atreven a oponer esa buena definición al arrianismo, reconocido, como es, por aquellos que en primera instancia les habían enseñado la irreligión?
Y suponiendo que, incluso después de la firma, Eusebio y sus compañeros cambiaran de nuevo y volvieran como perros a su propio vómito de irreligión, ¿no merecen los actuales contradictores aún mayor detestación, porque de ese modo sacrifican la libertad de sus almas a otros y están dispuestos a tomar como maestros de su herejía a estas personas que son, como dijo Santiago (St 1,8), hombres de doble ánimo e inestables en todos sus caminos, que no tienen una opinión, sino que cambian de una a otra, y ahora recomiendan ciertas declaraciones, pero pronto las deshonran, y a su vez recomiendan lo que hace un momento estaban censurando? Pero eso, como dijo el Pastor de Hermas, es hijo del diablo y más propio de charlatanes que de doctores.
Lo que nuestros padres han transmitido es verdadera doctrina, y ésta es verdaderamente la señal de los doctores, confesar lo mismo unos con otros y no diferir de sí mismos ni de sus padres; mientras que los que no tienen esta característica no deben ser llamados verdaderos doctores, sino malvados. Así, los griegos, como no dan testimonio de las mismas doctrinas, sino que se pelean entre sí, no tienen verdad en la enseñanza. Mas los santos y verdaderos heraldos de la verdad concuerdan entre sí y no difieren. Porque aunque vivieron en tiempos diferentes, todos tienden por el mismo camino, siendo profetas del único Dios y predicando la misma palabra con armonía.
V
Lo que Moisés enseñó, Abraham lo observó. Y lo que Abraham observó, Noé y Enoc lo reconocieron, discriminando lo puro de lo impuro, y haciéndose aceptables a Dios. Abel también testificó de esta manera, sabiendo lo que había aprendido de Adán, quien a su vez había aprendido de aquel Señor, quien dijo, cuando vino al final de los siglos para abolir el pecado: "No os doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que habéis oído desde el principio" (1Jn 2,7).
También el bendito apóstol Pablo, que lo había aprendido de él, al describir las funciones eclesiásticas, prohibió que los diáconos, por no decir los obispos, fueran de doble lengua (1Tm 3,8). Y en su reprensión a los gálatas, hizo esta amplia declaración: "Si alguno os predica un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema. Os lo repito. Si nosotros o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema" (Gál 1,8-9).
Puesto que el apóstol habla así, o estos arrianos anatematizan a Eusebio y a sus compañeros (al menos por cambiar de opinión, y profesar lo que es contrario a sus firmas) o, si reconocen que sus firmas eran buenas, que no pronuncien quejas contra un Concilio de Nicea tan grande. Pero si no hacen ni lo uno ni lo otro, ellos mismos son claramente el juguete de todos los vientos y oleadas, y están influenciados por opiniones, no propias, sino de otros, y siendo tales, son tan poco dignos de deferencia ahora como antes, en lo que alegan.
Más bien, que dejen de quejarse los arrianos de lo que no entienden, no sea que, al no saber discernir, simplemente llamen a lo malo bueno y a lo bueno malo, y piensen que lo amargo es dulce y lo dulce es amargo. Sin duda, ellos desean que las doctrinas que han sido juzgadas erróneas y reprobadas ganen la supremacía, y hacen esfuerzos violentos para perjudicar lo que fue correctamente definido.
Tampoco debería haber razón alguna de nuestra parte para dar más explicaciones o responder a sus excusas, ni de parte de ellos para seguir resistiéndose, sino para aceptar lo que los líderes de su herejía dicen. Porque aunque el cambio posterior de Eusebio y sus compañeros fue sospechoso e inmoral, su suscripción, cuando tuvieron la oportunidad de al menos una pequeña defensa de sí mismos, es una prueba cierta de la irreligión de su doctrina.
En efecto, Eusebio y los suyos no se habrían retractado si no se hubiera condenado la herejía, ni la habrían condenado si no se hubieran visto rodeados de dificultad y vergüenza (de modo que, volver a cambiar de opinión, es una prueba de su celo contencioso por la irreligión). Estos hombres deberían quedarse callados, mas por una extraordinaria falta de modestia, esperan tal vez poder defender esta irreligión diabólica mejor que los otros.
Como ya te escribí en mi carta anterior sobre todo esto, ya he argumentado extensamente contra ellos. No obstante, vamos a examinarlos en cada una de sus declaraciones separadas, como sus predecesores. Entonces se demostrará que su herejía no tiene solidez en ella, sino que proviene de espíritus malignos.
C
Terminologías propuestas
Los dos sentidos del término Hijo (adoptivo y esencial). Intentos arrianos por encontrar otro sentido. Asterio opina que Cristo fue creado inmediatamente por Dios, y sólo él participa del Padre. El segundo y verdadero sentido: que Dios engendra realmente. Su generación es independiente del tiempo, y su generación implica un acto interno y eterno. Explicación de Prov 8,22
VI
Dicen los arrianos actuales lo que sus predecesores sostuvieron, y se atrevieron a sostener antes que ellos: que no fue siempre Padre uno, y que no fue siempre Hijo el otro, pues el Hijo no existía antes de su generación, sino que, como los demás, surgió de la nada y, en consecuencia, Dios no siempre fue Padre del Hijo, sino que, cuando el Hijo surgió y fue creado, entonces Dios fue llamado Padre suyo.
Es decir, para los arrianos el Verbo es criatura y obra, y extraño y distinto del Padre en esencia. Y el Hijo no es por naturaleza la verdadera palabra del Padre ni su única y verdadera Sabiduría, sino que, siendo criatura y una de las obras, se le llama impropiamente palabra y sabiduría, pues por la palabra que está en Dios fue hecho, como todas las cosas. Por lo cual el Hijo no es verdadero Dios.
Para que entiendan lo que dicen, puede ser útil preguntarles primero qué es en realidad un hijo y qué significado tiene ese nombre. En verdad, la Sagrada Escritura nos familiariza con un doble sentido de esta palabra: uno, el que Moisés nos presenta en la ley: "Cuando escuchéis la voz del Señor vuestro Dios, para guardar todos sus mandamientos que yo os prescribo hoy, para hacer lo que es recto a los ojos del Señor vuestro Dios, seréis hijos del Señor vuestro Dios". También en el evangelio, Juan dice: "A todos los que lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios" (Jn 1,12), y aporta el otro sentido (aquel en el que Isaac es hijo de Abraham, y Jacob de Isaac, y los patriarcas de Jacob). Ahora bien, ¿en cuál de estos dos sentidos entienden al Hijo de Dios para que relaten fábulas como las anteriores? Porque estoy seguro de que caerán en la misma irreligión que Eusebio y sus compañeros.
Si en el primer caso, que corresponde a los que reciben el nombre por gracia a partir de una mejora moral y reciben el poder de ser hijos de Dios (pues así lo dijeron sus predecesores), entonces parecería que no se diferenciaría de nosotros en nada; ni tampoco sería Unigénito, pues habría obtenido el título de Hijo como otros por su virtud.
Si se acepta lo que dicen, que, aunque sus cualidades fueron preconcebidas, por eso recibió la gracia desde el principio, el nombre y la gloria del nombre desde su primer comienzo, sin embargo no habría diferencia entre él y aquellos que reciben el nombre después de sus acciones, siempre que esta sea la base sobre la que él, como otros, tiene el carácter de hijo. Pues también Adán, aunque recibió la gracia desde el principio y al ser creado fue colocado de inmediato en el paraíso, en nada se diferenciaba ni de Enoc, que fue trasladado allí después de algún tiempo desde su nacimiento por agradar a Dios, ni del apóstol, que igualmente fue arrebatado al paraíso después de sus acciones. No, no de aquel que una vez fue ladrón, quien sobre la base de su confesión, recibió una promesa de que inmediatamente estaría en el paraíso.
VII
Si se les presiona de esta manera, tal vez respondan con una respuesta que ya les ha causado problemas muchas veces: "Creemos que el Hijo tiene esta prerrogativa sobre los demás, y por eso se le llama Unigénito, porque sólo él fue creado por Dios solo, y todas las demás cosas fueron creadas por Dios a través del Hijo". ¿Quién fue, pues, el que te sugirió una idea tan inútil y nueva, como que el Padre solo hizo con su propia mano al Hijo solo, y que todas las demás cosas fueron creadas por el Hijo como por un trabajador inferior?
Si por causa del trabajo Dios se contentó con hacer sólo al Hijo, en lugar de hacer todas las cosas a la vez, este es un pensamiento irreligioso, especialmente en aquellos que conocen las palabras de Isaías: "El Dios eterno, el Señor, el Creador de los confines de la tierra, no tiene hambre ni se cansa; no hay búsqueda de su entendimiento" (Is 40,28). Más bien, es él quien da fuerza a los hambrientos y mediante su palabra refresca a los que trabajan.
Además, es irreligioso suponer que él desdeñó, como si fuera una tarea humilde, formar él mismo a las criaturas que vinieron después del Hijo. Porque no hay orgullo en ese Dios, que desciende con Jacob a Egipto, y por amor de Abraham corrige a Abimelec a causa de Sara, y habla cara a cara con Moisés, él mismo un hombre, y desciende al Monte Sinaí, y por su gracia secreta lucha por el pueblo contra Amalec.
Los arrianos son falsos incluso en esta afirmación, porque él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos. Él es quien a través de su palabra hizo todas las cosas pequeñas y grandes, y no podemos dividir la creación, y decir esto es del Padre, y esto del Hijo, pero son de un solo Dios, que usa su propia palabra como una mano, y en él hace todas las cosas. Este Dios mismo nos lo muestra, cuando dice: "Todas estas cosas las hizo mi mano" (Is 66,2).
Por su parte, Pablo nos enseñó lo que había aprendido, a saber: que "hay un solo Dios, de quien todas las cosas; y un solo Señor, Jesucristo, por medio del cual todas las cosas" (1Cor 8,6). Así, siempre como ahora, él habla al sol y sale, y ordena a las nubes y llueve sobre un lugar; y donde no llueve, se seca. Y él ordena a la tierra que dé sus frutos, y forma a Jeremías (Jer 1,5) en el vientre. Pero si ahora hace todo esto, seguramente al principio tampoco desdeñó hacer todas las cosas él mismo a través de la Palabra; porque estas son solo partes del todo.
VIII
Supongamos que las demás criaturas no pudieran soportar ser creadas por la mano absoluta del Inoriginado. Y que, por lo tanto, el Hijo sólo fue creado por el Padre solo, y las demás cosas por el Hijo como subordinado y asistente (porque esto es lo que escribió Asterio el Sacrificador, y Arrio lo transcribió y legó a sus propios amigos, y desde entonces usan esta forma de palabras, como caña rota, porque ignoran, los hombres confundidos, cuán frágil es). Pues bien, si era imposible que las cosas originadas tuvieran la mano de Dios, y tú consideras al Hijo como uno de ellos, ¿cómo podría él estar a la altura de esta formación por Dios solo?
En efecto, si fue necesario un mediador para que las cosas originadas pudieran llegar a ser, y se considera que el Hijo fue originado, entonces debe haber habido algún medio antes de él, para su creación. Mas como ese mediador es a su vez una criatura, se sigue que también él necesitaba otro mediador para su propia constitución. Y aunque quisiéramos inventar otro, primero debemos inventar su mediador, de modo que nunca llegaremos a un final. Y así, si siempre se necesita un mediador, nunca se constituirá la creación, porque nada originado, como dices, puede soportar la mano absoluta del Inoriginado.
Por otra parte, si se dice que el Hijo, aunque una criatura, fue hecho capaz de ser hecho por el Inoriginado, entonces se sigue que también otras cosas, aunque originadas, son capaces de ser realizadas inmediatamente por el Inoriginado; porque también el Hijo es solo una criatura en tu juicio, como todas ellas. Por tanto, el origen del Verbo es superfluo, según tu imaginación irreligiosa y vana, ya que Dios es suficiente para la formación inmediata de todas las cosas, y todas las cosas originadas son capaces de sostener su mano absoluta.
Estos hombres irreligiosos, que tienen tan poca inteligencia en medio de su locura, sostienen este sofisma particular. Mas veamos si éste no es su único sofisma, y todavía tienen otros más irracionales todavía.
En efecto, Adán fue creado solo por Dios solo por medio del Verbo. Sin embargo, nadie diría que Adán tenía alguna prerrogativa sobre los demás hombres, o que era diferente de los que vinieron después de él, concediendo que solo él fue hecho y formado por Dios solo, y todos nosotros provenimos de Adán, y somos compuestos según la sucesión de la raza, siempre que él fue formado de la tierra como los demás, y al principio no siendo, luego llegó a ser.
IX
Aunque se le conceda al Protoplasto alguna prerrogativa por haber sido considerado digno de la mano de Dios, sin embargo debe ser una prerrogativa de honor, no de naturaleza. Porque él vino de la tierra, como los demás hombres; y la mano que entonces formó a Adán, también ahora y siempre está formando y dando consistencia completa a los que vienen después de él. Dios mismo declara esto a Jeremías, como dije antes: "Antes de formarte en el vientre, te conocí" (Jer 1,5). Y por eso dice: "Todo esto lo hizo mi mano" (Is 66,2), y: "Así dice el Señor, tu redentor, y el que te formó desde el vientre. Yo soy el Señor que hace todas las cosas, que extiende los cielos solo; que extiende la tierra por mí mismo". David, sabiendo esto, dice en el salmo: "Tus manos me han hecho y me han formado" (Is 66,2). Y lo mismo significa quien dice en Isaías: "Así dice el Señor que me formó desde el vientre para ser su siervo" (Is 49,5).
Por lo tanto, en cuanto a la naturaleza, él no difiere en nada de nosotros, aunque nos preceda en el tiempo, siempre que todos consistamos y seamos creados por la misma mano. Si, pues, pensáis así, oh arrianos, también acerca del Hijo de Dios, que así subsiste y llegó a ser, entonces, a vuestro juicio, no diferirá en nada de los demás en cuanto a la naturaleza, siempre que él también no fuera y llegara a ser, y el nombre se le uniera por gracia en su creación por causa de su virtud. Pues él mismo es uno de aquellos, de quienes el Espíritu dice en los salmos: "Él pronunció la palabra, y fueron hechas, él mandó, y fueron creadas".
Si esto es así, ¿quién fue aquel por quien Dios dio la orden para la creación del Hijo? Para que exista una palabra es necesario que haya alguien por quien se de la orden. De igual manera, para que exista una obra es necesario que exista un Creador. Así que, oh arrianos, ¿tenéis otra cosa que mostrar, que esa palabra de Dios que vosotros negáis? ¿Tenéis alguna noción nueva?
Sí, dirán los arrianos, tenemos otra cosa (que es lo que oí decir a Eusebio y a sus compañeros) a considerar: que el Hijo de Dios tiene una prerrogativa sobre los demás y se le llama Unigénito, porque sólo él participa del Padre, y todas las demás cosas participan del Hijo.
Como vemos, estos hombres se cansan pronto de sus propias afirmaciones, y se dedican a cambiar y variar sus frases como colores. Sin embargo, esto no los salvará de ser expuestos, como hombres de la tierra, que hablan vanamente y se revuelcan en sus propias vanidades como en el fango.
X
Si él fuese llamado Hijo de Dios y nosotros hijos del Hijo, su ficción sería plausible; pero si también nosotros somos llamados hijos de ese Dios, de quien él es Hijo, entonces también nosotros participamos del Padre, que dice: "He engendrado y exaltado hijos" (Is 1,2). Porque si no participáramos de él, él no habría dicho "he engendrado". Mas si él mismo nos engendró, nadie más que él es nuestro Padre. Y como antes, no importa si el Hijo tiene algo más y fue hecho primero, pero nosotros algo menos y fuimos hechos después, mientras todos participamos y somos llamados hijos del mismo Padre.
En definitiva, el más o menos no indica una naturaleza diferente, sino que se aplica a cada uno según el ejercicio de la virtud. Y uno está puesto sobre diez ciudades, otro sobre cinco, y algunos se sientan en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel, y otros oyen las palabras: "Venid, benditos de mi Padre" y: "Bien hecho, siervo bueno y fiel". Con tales ideas, sin embargo, no es de extrañar que se imaginen que de tal Hijo Dios no fue siempre Padre, y tal Hijo no estuvo siempre en el ser, sino que fue generado de la nada como criatura, y no fue antes de su generación; porque tal ser es otro que el verdadero Hijo de Dios.
Persistir en tal doctrina no es propio de la piedad, pues es más bien el modo de pensar de los saduceos y de los samosateos. Resta decir, pues, que el Hijo de Dios se llama así según el otro sentido, en el que Isaac era hijo de Abraham; pues lo que es engendrado naturalmente de alguien y no le viene de fuera, eso es, por naturaleza, hijo, y eso es lo que implica el nombre. ¿Es, pues, la generación del Hijo, una generación de afecto humano? Pues quizás estos arrianos, como sus predecesores, estarían dispuestos a objetar en su ignorancia.
Lo respondo yo: De ninguna manera, pues Dios no es como el hombre, ni los hombres como Dios. Los hombres fueron creados de materia, y ésta es pasible; pero Dios es inmaterial e incorporal. Y si en la Sagrada Escritura se emplean los mismos términos para Dios y para el hombre, los entendidos, como ordena Pablo, estudiarán la Sagrada Escritura y, de este modo, discernirán y ordenarán lo escrito según la naturaleza de cada tema, evitando toda confusión de sentido, de modo que no conciban las cosas de Dios de una manera humana, ni atribuyan a Dios las cosas del hombre. Porque esto sería mezclar vino con agua y poner sobre el altar fuego extraño con lo que es divino.
XI
Dios crea, y también a los hombres se les atribuye la capacidad de crear. Dios tiene el ser, y los hombres se dice que existen, habiendo recibido también de Dios este don. Pero ¿Dios crea como los hombres, o viceversa? ¿O es su ser como el ser del hombre, o viceversa? ¡No se nos ocurra!, pues no es lo mismo entender estas palabras en el sentido de Dios que en el sentido de los hombres.
En efecto, Dios crea, en el sentido de que llama a la existencia a lo que no es, sin necesidad de nada para ello; pero los hombres elaboran algo existente, primero orando y adquiriendo así el ingenio para fabricarlo, a partir de ese Dios que ha formado todas las cosas con su propia Palabra. Además, los hombres, al ser incapaces de existir por sí mismos, están encerrados en un lugar y consisten en la palabra de Dios. Además, Dios es autoexistente, encierra todas las cosas y no está encerrado por ninguna; dentro de todo según su propia bondad y poder, pero fuera de todo en su propia naturaleza. Así como los hombres no crean como Dios crea, pues su ser no es como el de Dios, así la generación de los hombres es de una manera, y el Hijo proviene del Padre de otra.
En efecto, los descendientes de los hombres son porciones de sus padres, ya que la naturaleza misma de los cuerpos no es incompuesta, sino que está en estado de flujo y compuesta de partes; y los hombres pierden su sustancia al engendrar, y de nuevo la adquieren por la llegada de los alimentos. Y por eso los hombres en su tiempo se convierten en padres de muchos hijos. Mas Dios es Padre del Hijo sin partición ni pasión, porque en él no hay eflujo de lo inmaterial ni influjo desde fuera (como entre los hombres), sino de su propia naturaleza, la del Padre a un Hijo unigénito.
Por eso el Hijo es unigénito, y sólo él en el seno del Padre, y sólo él es reconocido por el Padre como proveniente de él, como el mismo Padre dice: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mt 3,17). Y también él es la palabra del Padre, de donde se puede entender la naturaleza impasible e impartitiva del Padre, en que ni siquiera una palabra humana es engendrada con pasión o partición, mucho menos la palabra de Dios. Por lo cual también él está sentado, como Palabra, a la diestra del Padre, y donde está el Padre, allí también está su Palabra. En cuanto a nosotros, sus obras, estamos en juicio ante él, y mientras él es adorado (porque es Hijo del Padre adorable) nosotros lo adoramos, confesándolo Señor y Dios. Porque somos criaturas, y seres diferentes a él.
XII
Así las cosas, ¿qué arriano considerará esto, de modo que no lo confunda con la siguiente pregunta? ¿Es justo decir que lo que es descendiente de Dios y propio de él proviene de la nada? ¿O es razonable, en la idea misma de que lo que es de Dios le ha llegado, que alguien se atreva a decir que el Hijo no existe siempre? Porque en esto también la generación del Hijo excede y trasciende los pensamientos del hombre, ya que nos convertimos en padres de nuestros propios hijos en el tiempo, ya que nosotros mismos primero no existimos y luego llegamos a existir.
En cuanto a Dios, como éste siempre es, siempre es Padre del Hijo. Y el origen de la humanidad nos es presentado a partir de cosas que son paralelas. Mas como "nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mt 11,27), los escritores sagrados a quienes el Hijo lo reveló nos dieron una cierta imagen de las cosas visibles, diciendo: "Él es el resplandor de su gloria, y la expresión de su persona" (Hb 1,3), y: "Contigo está el manantial de la vida, y en tu luz veremos la luz" (Hb 1,3). Y cuando la Palabra reprende a Israel, le dice: "Habéis abandonado la fuente de la sabiduría" (Bar 3,12). Ésta es la fuente que dice: "Me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas" (Hb 1,13).
En verdad, la ilustración es mezquina y muy tenue en comparación con lo que deseamos. Sin embargo, es posible a partir de ella entender algo por encima de la naturaleza del hombre, en lugar de pensar que la generación del Hijo está al mismo nivel que la nuestra.
En efecto, ¿quién puede pensar que el resplandor de la luz no existió siempre, de modo que se atreva a decir que el Hijo no existió siempre, o que el Hijo no existió antes de su generación? ¿O quién es capaz de separar el resplandor del sol, o de concebir la fuente como siempre vacía de vida? ¿Y decir locamente que el Hijo es de la nada, respecto de Aquel que dijo: "Yo soy la vida" (Jn 14,6)? ¿Y decir que es ajeno a la esencia del Padre, respecto a Aquel que dijo: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre"?
Los escritores sagrados, queriendo que entendamos esto, han dado estas ilustraciones. Por tanto, es indecoroso, y sumamente irreligioso, cuando la Escritura contiene tales imágenes, formarse ideas sobre nuestro Señor a partir de otras que no están en la Escritura, ni tienen ninguna relación religiosa.
XIII
Que nos digan los arrianos, pues, de qué maestro, o de qué tradición, sacaron estas nociones acerca del Salvador. Dirán que hemos leído en los Proverbios: "El Señor me creó como principio de sus caminos para sus obras". Eusebio y sus compañeros solían insistir en esto.
Tú me dices, oh amado, que también los arrianos actuales, aunque derribados y refutados por una gran cantidad de argumentos, siguen difundiendo por todas partes este pasaje, diciendo que el Hijo es una de las criaturas y lo cuentan entre las cosas originadas. Pero me parece que tienen una comprensión errónea también de este pasaje, porque tiene un sentido religioso y muy ortodoxo, que si lo hubieran entendido, no habrían blasfemado contra el Señor de la gloria. Porque al comparar lo que se ha dicho anteriormente con este pasaje, encontrarán una gran diferencia entre ellos. Además, ¿qué hombre de recto entendimiento no percibe que lo creado y hecho es externo al Creador?
El Hijo, como se ha demostrado por la argumentación precedente, no existe exteriormente, sino que procede del Padre que lo engendró. En efecto, también el hombre construye una casa y engendra un hijo, y nadie invertiría las cosas y diría que la casa o la nave fueron engendradas por el constructor, sino que el hijo fue creado y hecho por él; ni tampoco que la casa fue imagen del constructor, sino que el hijo no es como el que lo engendró. Antes bien, confesará que el hijo es imagen del padre, pero la casa es obra de arte, a no ser que su mente esté desordenada y fuera de sí.
Es evidente que la Sagrada Escritura, que conoce mejor que nadie la naturaleza de todas las cosas, por medio de Moisés, y refiriéndose a las criaturas, dijo: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Pero del Hijo no introduce a otro, sino al Padre mismo que dice: "Te engendré de la matriz antes del lucero de la mañana", y: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy". El mismo Señor dice de sí mismo en los Proverbios: "Antes de todos los montes él me engendró" (Prov 8,25). Y acerca de las cosas originadas y creadas, explica Juan que "todas las cosas fueron hechas por él" (Jn 1,3), añadiendo que "el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él lo declaró".
Si Cristo es, pues, hijo, no es criatura, así como si fuera criatura no sería hijo. Grande es la diferencia entre ambas cosas, e hijo y criatura no pueden ser lo mismo, a menos que se considere que su esencia es a la vez de Dios y externa a Dios.
XIV
¿No tiene sentido, pues, este pasaje? Porque los que se oponen, como un enjambre de mosquitos, zumban a nuestro alrededor. No, ciertamente no carece de sentido, sino que tiene un sentido muy apropiado, pues es verdad que el Hijo también fue creado, pero esto tuvo lugar cuando se hizo hombre, porque la creación pertenece al hombre. Y cualquiera puede encontrar este sentido debidamente dado en los oráculos divinos, si, en lugar de considerar su estudio como algo secundario, investiga el tiempo, los caracteres y el objeto, y así estudia y medita lo que lee.
En cuanto al tiempo de que se habla, se encontrará con certeza que, aunque el Señor siempre existe, al final, en la plenitud de los siglos, se hizo hombre. Y aunque es Hijo de Dios, también se hizo Hijo del hombre.
En cuanto al objeto, se entenderá que, queriendo anular nuestra muerte, tomó sobre sí un cuerpo de la Virgen María (Hb 2,15). Y en cuanto al carácter, es ciertamente el del Salvador, pero se dice de él cuando tomó un cuerpo y dijo: "El Señor me creó como principio de sus caminos para sus obras" (Prov 8,22). Porque así como es propio del Hijo de Dios ser eterno y estar en el seno del Padre, así también al hacerse hombre, le correspondieron las palabras "el Señor me creó". Porque entonces se dice de él, como también que tuvo hambre y sed, y preguntó dónde yacía Lázaro, y sufrió y resucitó. Y así como cuando le oímos como Señor, Dios y luz verdadera, entendemos que procede del Padre, así también cuando oímos el Señor creó, siervo y padeció, con razón lo atribuiremos, no a la divinidad sino a la carne que tomó por nosotros (porque a ella le son propias estas cosas). Pues bien, esta carne no era otra que la del Verbo de Dios.
En cuanto al fin que se consiguió con esto, lo encontraremos como sigue: que el Verbo se hizo carne para ofrecer este cuerpo por todos, y para que nosotros, participando de su Espíritu, pudiéramos ser deificados, un don que no podríamos haber obtenido de otra manera que revistiéndose de nuestro cuerpo creado, porque de ahí deriva nuestro nombre de hombres de Dios y hombres en Cristo. Pero así como nosotros, al recibir el Espíritu, no perdemos nuestra propia sustancia, así también el Señor, al hacerse hombre por nosotros y tomar un cuerpo, no era menos Dios. ¿Y por qué? Porque no se disminuyó con la envoltura del cuerpo, sino que más bien lo deificó y lo hizo inmortal.
D
Más terminologías propuestas
El sentido católico del término Hijo. Los atributos de Cristo (poder, palabra, razón, sabiduría) implican eternidad. El término Padre alude a la fuente. Los arrianos niegan la misma esencia paterno-filial, y consideran los atributos de Cristo meras formas de hablar. El por qué no hay más que un Hijo, y dichos atributos sólo coinciden en él
XV
Esto basta para poner al descubierto la infamia de la herejía arriana, la cual queda patentemente impía por sus propias palabras. Pero ahora, por nuestra parte, actuemos a la ofensiva, y llamémosles a responder. Pues ya es hora que, cuando su propio terreno les ha fallado, les preguntemos sobre el nuestro. Tal vez eso avergüence a los perversos y les haga saber de dónde han caído.
Hemos aprendido de la divina Escritura que el Hijo de Dios, como se dijo anteriormente, es la palabra y la sabiduría misma del Padre. Al respecto, el apóstol dice: "Cristo, poder de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 1,24). El mismo Juan dice que "el Verbo se hizo carne", para añadir en seguida: "Y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre , lleno de gracia y de verdad " (Jn 1,14). De modo que, siendo el Verbo el Hijo unigénito, en este Verbo y Sabiduría se hicieron el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos. Y de esta sabiduría, que Dios es fuente, hemos aprendido de Baruc, al acusar a Israel de haber abandonado la fuente de la sabiduría.
Si los arrianos niegan esta Escritura, inmediatamente pueden ser llamados ateos y enemigos de Cristo, porque no creen la Escritura ni a Cristo. Y si están de acuerdo con nosotros, y en que las palabras de la Escritura son divinamente inspiradas, que se atrevan a decir abiertamente lo que piensan en secreto: que Dios careció un día de palabra y sabiduría. Y de paso, que en su locura digan: Hubo un tiempo en que él no existía, y antes de su generación, Cristo no existía. Y que de nuevo declaren que la Fuente no engendró la Sabiduría de sí misma, sino que la adquirió de fuera. Y así, hasta que tengan el atrevimiento de decir que "el Hijo vino de la nada"; de donde se seguirá que ya no hay fuente, sino una especie de estanque, como si recibiera agua de fuera y usurpara el nombre de fuente.
XVI
Nadie que tenga un mínimo de entendimiento puede dudar de lo irreligioso que supone decir o pensar esto. Pues bien, esto es lo que los arrianos murmuran acerca de la palabra y la sabiduría de Dios, al decir que éstas son sólo nombres del Hijo.
Si estos sólo fueran nombres del Hijo, él debe ser algo más aparte de ellos. Y si él es superior a los nombres, no es lícito denotar lo superior a partir del menor. Mas si él es inferior a los nombres, sin embargo, seguramente debe tener en sí el principio de esta denominación más honorable; y esto implica su avance, que es una irreligión igual a todo lo que ha sucedido antes.
En efecto, Aquel que está en el Padre, es el mismo que dice: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30), y: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". Por tanto, decir que ha sido exaltado por algo externo, es el extremo de la locura.
Cuando los arrianos se ven derrotados por esto, y se encuentren en una situación tan difícil como la de Eusebio y sus compañeros, les queda este argumento que Arrio, en sus baladas y en su propia Talia, presentó como una nueva dificultad: "Dios habla muchas palabras, así que ¿a cuál de ellas debemos llamar Hijo y Verbo, y unigénito del Padre?".
¡Insensatos y nada cristianos! En primer lugar, al usar este lenguaje sobre Dios, lo conciben casi como un hombre, que habla y cambia sus primeras palabras por las segundas, como si una sola palabra de Dios no fuera suficiente para que el Padre disponga todas las cosas según su voluntad y para que cuide de todas ellas de manera providencial. El hecho de que Dios hable muchas palabras indicaría una debilidad en todas ellas, pues cada una necesita el servicio de las demás. Pero el hecho de que Dios tenga una sola palabra, que es la doctrina verdadera, muestra tanto el poder de Dios como la perfección de la palabra que proviene de él y la comprensión religiosa de quienes así creen.
XVII
¡Ojalá confesaran los arrianos la verdad de esta afirmación! Pero no, ellos no la admiten, y dicen que Dios produce palabras y no sólo su Palabra, y por eso imaginan que es Padre de muchos y no sólo de Uno. E incluso algunos se atreven a decir que no hay palabra de Dios en absoluto, negando que exista un Hijo de Dios, lo cual es ignorancia de la verdad e inexperiencia en la Escritura divina.
En efecto, si Dios es Padre de una palabra en absoluto, ¿por qué no es Hijo el que ha sido engendrado? Y además, ¿quién podría ser Hijo de Dios, sino su Palabra? Porque no hay muchas palabras, o cada una sería imperfecta, pero una es la Palabra, para que sólo él sea perfecto, y porque, siendo Dios uno, también su Imagen debe ser una, que es el Hijo.
En efecto, el Hijo de Dios, como se desprende de los mismos oráculos divinos, es el Verbo de Dios, la sabiduría, la imagen, la mano y el poder; porque la descendencia de Dios es una sola, y estos títulos son signos de la generación que procede del Padre. Si dices Hijo, dices lo que procede del Padre por naturaleza. Si piensas en el Verbo, piensas también en lo que procede de él y es inseparable. Si hablas de la Sabiduría, también quieres decir lo mismo, lo que no procede de fuera, sino de él y en él. Y si nombras el poder y la mano, hablas también de lo que es propio de la esencia; y, hablando de la Imagen, significas al Hijo; porque ¿qué otra cosa es como Dios sino su descendencia?
Sin duda, las cosas que surgieron por medio del Verbo están fundadas en la Sabiduría, y las que están fundadas en la Sabiduría, todas ellas son hechas por la Mano y surgieron por medio del Hijo. Tenemos prueba de esto, no de fuentes externas, sino de las Escrituras.
Como dice Dios mismo, por el profeta Isaías, "mi mano también ha puesto los cimientos de la tierra, y mi diestra ha abarcado los cielos " (Is 48,13), y: "Te cubriré con la sombra de mi mano, con la cual planté los cielos y puse los cimientos de la tierra" (Is 51,16). David, habiendo sido enseñado esto, y sabiendo que la mano del Señor no era otra cosa que la sabiduría, dice en el salmo: "Con sabiduría las has hecho todas; la tierra está llena de tu creación". Salomón también recibió lo mismo de Dios, y dijo: "El Señor con sabiduría fundó la tierra" (Prov 3,19).
Juan, sabiendo que la Palabra era la mano y la sabiduría de Dios, así predicó: "En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios; ésta estaba en el principio con Dios: todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada fue hecho" (Jn 1,1-3).
El apóstol Pablo, viendo que la mano y la sabiduría y la palabra de Dios no eran otra cosa que el Hijo, dice: "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo, a quien ha constituido Heredero de todo, y por quien asimismo hizo los siglos" (Hb 1,1-2). Y otra vez dice: "Hay un Señor Jesucristo, por medio de quien son todas las cosas, y nosotros por medio de él" (1Cor 8,6). Y sabiendo también que el Hijo era la imagen del Padre, dice en su Carta a los Colosenses: "Dando gracias a Dios Padre, que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz, que nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención y perdón de pecados. Él es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda criatura. Y en él fueron creadas todas las cosas, las que están en los cielos y las que están en la tierra, visibles e invisibles, ya sean tronos, ya dominios, ya principados, ya potestades; todo fue creado por él y para él; y él es antes de todas las cosas, y en él todas las cosas subsisten".
Así, como todas las cosas son creadas por el Verbo, así también, porque él es la imagen de Dios, son creadas en él. Y así, cualquiera que dirija sus pensamientos al Señor, evitará tropezar con la piedra de escándalo, sino que más bien irá adelante hacia el resplandor de la luz de la verdad; porque ésta es realmente la doctrina de la verdad, aunque estos hombres contenciosos estallen de rencor, ni religiosos hacia Dios, ni avergonzados por su refutación.
E
Más terminologías propuestas
Defensa de las frases conciliares "desde la esencia", "una en esencia", etc. Los arrianos objetan que dichas frases son meramente redaccionales, niegan que "Dios está en la Escritura" y se oponen a la transmisión de cualquier sentido material
XVIII
En el primer período, Eusebio y sus compañeros fueron largamente interrogados y se condenaron a sí mismos accediendo a los arrianos. Después de su cambio de opinión, se mantuvieron tranquilos y retirados. Pero como el partido actual, en la nueva arrogancia de la irreligión y en el vértigo acerca de la verdad, está decidido a acusar al Concilio de Nicea, que nos digan qué tipo de Escrituras han aprendido, o quién es el santo por el que han sido enseñados, para que hayan amontonado las frases "de la nada", "él no era antes de su generación", "una vez no era", "preexistencia alterable" y "a voluntad", que son sus fábulas en burla del Señor.
En efecto, el bienaventurado Pablo dice: "Por la fe entendemos que los siglos fueron hechos por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve no fue hecho de cosas que se ven" (Hb 11,3). Pero nada hay en común entre la Palabra y los siglos, pues él es quien existe antes de los siglos, por quien también llegaron a existir los siglos. Y en el Pastor de Hermas está escrito (ya que también alegan este libro, aunque no sea del canon): "Creed ante todo que Dios es uno, que creó todas las cosas, las dispuso y trajo todas las cosas de la nada a la existencia". Con todo, esto tampoco se refiere al Hijo, pues habla de todas las cosas que llegaron a ser por medio de él, de quien él es distinto; porque no es posible contar al Creador de todo con las cosas hechas por él, a menos que uno esté tan loco que diga que el arquitecto también es el mismo que los edificios que construye.
¿Por qué, entonces, cuando han inventado por su parte frases no bíblicas, con el propósito de ser irreligiosos, acusan a los religiosos de usarlas? Porque la irreligiosidad está totalmente prohibida, aunque se intente disfrazarla con expresiones astutas y sofismas plausibles; pero la religiosidad es reconocida por todos como lícita, aunque se presente en frases extrañas, siempre que se usen con una visión religiosa y un deseo de hacer de ellas la expresión de pensamientos religiosos.
En estas observaciones se ha demostrado que las frases serviles de los enemigos de Cristo antes mencionadas estaban repletas de irreligión, tanto antes como ahora; mientras que la definición del Concilio de Nicea contra ellos, si se examina con precisión, se encontrará que es una representación de la verdad, y especialmente si se presta atención diligente a la ocasión que dio lugar a estas expresiones, que fue razonable y fue la siguiente.
XIX
El Concilio de Nicea, queriendo suprimir las frases irreligiosas de los arrianos, y utilizar en su lugar las palabras reconocidas de las Escrituras, dijo que el Hijo no fue de la nada sino "de Dios", y que es palabra y sabiduría de Dios, y que es vástago propio del Padre y no una criatura u obra suya.
Mas Eusebio y sus compañeros, guiados por su inveterada heterodoxia, entendieron la frase "de Dios" como perteneciente a nosotros, como si con respecto a ella la palabra de Dios no difiriera en nada de nosotros. Lo hicieron porque está escrito que "hay un solo Dios, de quien proceden todas las cosas" (1Cor 8,6), y que "las cosas viejas pasaron, he aquí que todas las cosas se han hecho nuevas, y todas las cosas son de Dios" (2Cor 5,17).
Los padres, percibiendo la astucia e irreligión de Eusebio y los suyos, se vieron obligados a expresar más claramente el sentido del término "de Dios". Por eso escribieron "de la esencia de Dios", para que no se considerase «de Dios» común e igual en el Hijo y en las cosas que proceden, sino para que se reconociese que todas las demás son criaturas y que sólo el Verbo procede del Padre.
En efecto, aunque se diga que todas las cosas proceden de Dios, no se hace en el sentido en que el Hijo procede de él, pues en cuanto a las criaturas, se dice "de Dios" en el sentido de que no existen al azar ni de manera espontánea. Además, las cosas no llegan a existir por casualidad, según los filósofos que las refieren a la combinación de átomos y elementos de estructura similar. Tampoco cabe un Creador distinto, como algunos herejes defienden. Ni todo esto procede de la combinación y constitución de las cosas que hicieron ciertos ángeles. Sino que proceden "de Dios" en el sentido de que (mientras que Dios existe) fue por él que todas las cosas fueron creadas, no existiendo antes, sino comenzando a existir por medio de su Verbo.
En cuanto a este Verbo, puesto que no es una criatura, sólo él es llamado y es "del Padre". En definitiva, es significativo de este sentido decir que el Hijo es "de la esencia del Padre", porque esto no se relaciona con nada.
En verdad, cuando Pablo dice que "todas las cosas son de Dios", inmediatamente añade: "Y un solo Señor Jesucristo, por medio del cual todas las cosas fueron creadas" (1Cor 8,6), para mostrar a todos los hombres que el Hijo es diferente de todas estas cosas que vinieron de Dios (porque las cosas que vinieron de Dios, vinieron a ser por medio de su Hijo); y que había usado sus palabras anteriores con referencia al mundo tal como fue creado por Dios, y no como si todas las cosas procedieran del Padre como el Hijo, pues ni las demás cosas son como el Hijo, ni el Verbo es uno entre otros, pues él es Señor y Creador de todo.
Por eso el Concilio de Nicea declaró expresamente que él era de la esencia del Padre, para que creyéramos que el Verbo es distinto de la naturaleza de las cosas, siendo verdaderamente el único que procede de Dios, y que no se debía dejar ningún subterfugio abierto a los irreligiosos. Ésta fue, pues, la razón por la que el concilio escribió "de la esencia".
XX
Cuando los obispos dijeron que el Verbo debe ser descrito como el verdadero poder e imagen del Padre, en todas las cosas exacto y como el Padre, e inalterable, y como siempre, y como en él sin división (porque nunca el Verbo no fue, sino que siempre estuvo, existiendo eternamente con el Padre, como el resplandor de la luz), Eusebio y sus compañeros soportaron el chaparrón y no se atrevieron a contradecirlo, siendo avergonzados por los argumentos que se esgrimieron contra ellos.
A pesar de todo, Eusebio y los suyos fueron sorprendidos susurrando entre sí y guiñando los ojos, diciendo que semejante, siempre, poder y en él, eran, como antes, comunes a nosotros y al Hijo, y que no era difícil estar de acuerdo con ellos. En cuanto a semejante, dijeron que está escrito de nosotros: "El hombre es imagen y gloria de Dios" (1Cor 11,7). Respecto de siempre, dijeron que está escrito: "Porque nosotros que vivimos siempre estamos" (2Cor 4,11). Respecto de en él, dijeron que está escrito: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Respecto de inalterable, dijeron que está escrito: 'Nada nos separará del amor de Cristo". En cuanto a poder, dijeron que está escrito: "Todo el poder del Señor salió de la tierra de Egipto" (Ex 12,41), y: "El Señor de los poderes está con nosotros, el Dios de Jacob es nuestro refugio".
Asterio, llamado el Sofista, había dicho algo parecido por escrito, habiéndolo aprendido de ellos, y antes que él Arrio, como se ha dicho. Pero los obispos, al ver también en esto su disimulación, y sabiendo que "el engaño está en el corazón de los irreligiosos que imaginan el mal" (Prov 12,20), se vieron obligados de nuevo a recoger el sentido de las Escrituras y a repetir y reescribir lo que habían dicho antes, aún más claramente, a saber: que el Hijo es "uno en esencia" con el Padre.
Con esto significaron los padres que el Hijo era del Padre, y no simplemente similar (sino el mismo en semejanza). Y también mostraron que la semejanza e inmutabilidad del Hijo era diferente de la copia del mismo que se nos atribuye a los hombres (los cuales la adquirimos por la virtud, en base a la observancia de los mandamientos).
La explicación de esto es sencilla, pues así como los cuerpos que son iguales entre sí pueden separarse y llegar a estar a distancias entre sí, así son los hijos humanos en relación con sus padres (como está escrito acerca de Adán y Set, que fue engendrado por él, que era como él según su propio modelo (Gn 5,3). Pero esto no es lo que sucede en la generación del Hijo a partir del Padre, la cual no es según la naturaleza de los hombres, sino inseparable de la esencia del Padre, de forma que él y el Padre son uno, y el Verbo está siempre en el Padre y el Padre en el Verbo (al igual que el resplandor se dirige hacia la luz).
Al respecto de esto, el Concilio de Nicea escribió adecuadamente "uno en esencia", para que pudieran derrotar la perversidad de los herejes y mostrar que el Verbo era otra cosa que las cosas originadas. Después de escribir esto, inmediatamente añadieron: "A los que dicen que el Hijo de Dios es de la nada, o creado, o alterable, o una obra, o de otra esencia, a ésos los anatematiza la santa Iglesia Católica".
Al decir esto, los padres mostraron claramente que "de la esencia" y "uno en esencia" son destructoras de las palabras clave de la irreligión (creado, obra, originado, alterable y que "él no existía antes de su generación"), y dijeron que sostener éstas últimas contradice al Concilio de Nicea, así como que quien no comulgue con Arrio debe necesariamente sostener "de la esencia" y "uno en esencia", al igual que sucede con la relación del resplandor con la luz.
XXI
Si los arrianos se excusan diciendo que los términos de Nicea son extraños, que consideren por lo menos el sentido que Nicea dio a lo que redactó (que es el que acabo de decir), y que de paso anatematicen lo que el concilio anatematizó. Y más tarde, si pueden, que encuentren defectos en las expresiones. Si sostienen el sentido de Nicea, aceptarán plenamente los términos en que se expresa. Y si se quejan también del sentido, quedará manifiesto que no quieren aceptar nada, y que siempre estarán quejándose y oponiéndose a todo, buscando mil excusas para la irreligión.
Ésta fue, pues, la razón de las expresiones de Nicea. Y si los arrianos todavía se quejan de que no son escriturales, que se les expulse, hablando ociosamente y desordenadamente. Que sean censurados por su mal ejemplo, y por comenzar su guerra contra Dios con palabras que no están en la Escritura. Si alguien está interesado en la cuestión, que sepa que, aunque las expresiones no estén en tantas palabras en las Escrituras, sin embargo, sí contienen el sentido de las Escrituras, y al expresarlo lo transmiten a quienes tienen un oído intacto para la doctrina religiosa. Ésta no es una circunstancia menor, que todos los hombres mal instruidos deberían escuchar.
Se ha demostrado anteriormente, y debe creerse como verdad, que el Verbo proviene del Padre, y es el único descendiente propio y natural de él. Porque ¿de dónde puede uno concebir que sea el Hijo, que es la Sabiduría y el Verbo, en quien todas las cosas vinieron a ser, sino de Dios mismo? Sin embargo, las Escrituras también nos enseñan esto, ya que el Padre dice por David: "Mi corazón pronunció una buena palabra" y: "Desde el vientre antes del lucero de la mañana te engendré". Por su parte, el Hijo habla a los judíos de sí mismo, diciendo: "Yo he salido del Padre (Jn 8,42, y: "Nadie ha visto al Padre, sino el Hijo", y: "Yo y el Padre somos uno", y: "Yo estoy en el Padre y el Padre en mí", lo cual equivale a decir: Yo soy del Padre, e inseparable de él. Además, al decir Juan que "el Hijo unigénito está en el seno del Padre", habló de lo que había aprendido del Salvador. Y si no, ¿qué otra cosa insinúa "en el seno", sino la generación genuina del Hijo a partir del Padre?
XXII
Si alguno concibe a Dios como compuesto, como lo es el accidente en la esencia, o como si tuviera alguna envoltura exterior y estuviera rodeado, o como si hubiera algo en él que completara la esencia, de modo que cuando decimos Dios o nombramos Padre, no indicamos la esencia invisible e incomprensible, sino algo relacionado con ella, entonces que se quejen de que el Concilio de Nicea afirma que el Hijo proviene de la esencia de Dios. Que reflexionen que al considerar esto profieren dos blasfemias, pues hacen que Dios sea corpóreo y dicen falsamente que el Señor no es Hijo del mismo Padre, sino de lo que está alrededor de él. Porque si Dios es simple, como lo es, se sigue que al decir Dios y nombrar Padre, no nombramos nada como si se tratara de él, sino que significamos su esencia misma.
En efecto, aunque no se pueda comprender cuál es la esencia de Dios, si sólo entendemos que Dios existe y la Escritura lo indica con estos títulos, lo llamamos Dios, Padre y Señor, con la intención de indicarlo a él y a nadie más. Cuando dice "yo soy el que soy", y "yo soy el Señor Dios" (Ex 3,14-15), la Escritura habla de Dios, y no da a entender otra cosa que la esencia incomprensible de quien habla.
Por tanto, que nadie se sorprenda al oír que el Hijo de Dios proviene de la esencia del Padre. Más bien, que acepte la explicación de los padres, que en un lenguaje más explícito (y equivalente) dijeron "de Dios" y escribieron "de la esencia", considerando que era lo mismo decir que el Verbo era "de Dios" y que era "de la esencia de Dios", ya que el término Dios, como se ha dicho, no significa nada más que la "esencia de Aquel que es".
Si, pues, el Verbo no procede de Dios en el sentido de un hijo genuino y natural, sino sólo en el sentido de criaturas, en cuanto que están formadas, y en el sentido de que «todas las cosas proceden de Dios», entonces ni procede de la esencia del Padre, ni tampoco el Hijo es Hijo según la esencia, sino en virtud, como nosotros, que somos llamados hijos por la gracia. Pero si sólo procede de Dios, en cuanto Hijo genuino, tal como es, entonces el Hijo puede ser llamado razonablemente de la esencia de Dios.
XXIII
La ilustración de la luz y el resplandor tiene este sentido. Los santos no han dicho que el Verbo se relacionaba con Dios como el fuego que se enciende con el calor del sol, que comúnmente se apaga de nuevo, porque esto es una obra externa y una criatura de su autor, sino que todos predican de él como Resplandor, para significar así su ser de esencia propia e indivisible, y su unidad con el Padre. Esto también asegurará su verdadera inmutabilidad e inmutabilidad; porque ¿cómo podrían serlo si no fuera un descendiente propio de la esencia del Padre? Porque esto también debe tomarse como una confirmación de su identidad con su propio Padre.
Teniendo explicación un aspecto tan religioso, los enemigos de Cristo tampoco deben sorprenderse por el "Uno en esencia", ya que este término también tiene un sentido sólido y buenas razones. En efecto, si decimos que el Verbo procede de la esencia de Dios (pues, después de lo dicho, es una frase que ellos deben admitir), ¿qué significa esto sino la verdad y eternidad de la esencia de la que es engendrado? Pues no es diferente en especie, para que no se combine con la esencia de Dios como algo extraño y distinto de ella. Ni es semejante sólo exteriormente, para que no parezca en algún aspecto o totalmente diferente en esencia, como el bronce brilla como el oro y la plata como el estaño. Pues estos son extraños y de otra naturaleza, separados entre sí en naturaleza y virtudes, ni el bronce es propio del oro, ni el palomo nace de la paloma; sino que, aunque se los considere similares, sin embargo difieren en esencia.
Si, pues, es así con el Hijo, que sea una criatura como nosotros, y no uno en esencia; pero si el Hijo es palabra, sabiduría, imagen y resplandor del Padre, es necesario que sea uno en esencia en toda razón. Porque a menos que se pruebe que él no proviene de Dios, sino un instrumento diferente en naturaleza y diferente en esencia, seguramente el Concilio de Nicea fue sólido en su doctrina y correcto en su decreto.
XXIV
Desterremos, por tanto, toda referencia corpórea en este asunto y, trascendiendo toda imaginación de los sentidos, comprendamos, con puro entendimiento y con solo la mente, la genuina relación de hijo con padre, y la propia relación del Verbo con Dios, y la semejanza invariable de la radiación con la luz. Porque así como los términos descendencia e hijo no tienen ni deben tener un sentido humano, sino uno adecuado a Dios, de la misma manera, cuando oímos la frase "uno en esencia", no caigamos en los sentidos humanos ni imaginemos particiones y divisiones de la divinidad, sino que, como si dirigiéramos nuestros pensamientos a las cosas inmateriales, conservemos indivisa la unidad de naturaleza y la identidad de luz, porque esto es propio de un hijo con respecto a un padre, y en esto se muestra que Dios es verdaderamente Padre del Verbo.
Aquí también es pertinente la ilustración de la luz y su radiación, pues ¿quién se atreverá a decir que la radiación es diferente y extraña al sol? ¿Quién, más bien, considerando así la irradiación relativa al sol y la identidad de la luz, no diría con confianza: Verdaderamente la luz y la irradiación son una sola, y una se manifiesta en la otra, y la irradiación está en el sol, de modo que quien ve esto, ve también aquello? Pero tal unidad y propiedad natural, ¿cómo la llamarían los que creen y ven correctamente, sino descendencia una en esencia?
Y sobre la descendencia de Dios, ¿qué deberíamos considerar apropiada y adecuadamente, sino palabra, sabiduría y poder? Sería un pecado decir que es ajena al Padre, o un crimen incluso imaginar que es otra cosa que con él eternamente. Porque por medio de esta descendencia el Padre hizo todas las cosas y extendió su providencia a todas las cosas; por medio de él ejerce su amor hacia el hombre, y así él y el Padre son uno, como se ha dicho. A menos que estos perversos intenten de nuevo y digan que la esencia del Verbo no es la misma que la luz que está en él desde el Padre, como si la luz en el Hijo fuera una con el Padre, sino que él mismo fuera ajeno en esencia como una criatura.
Ésta es la creencia de Caifás y Pablo de Samosata, que la Iglesia expulsó, y que los arrianos están ahora disfrazando. Por ella cayeron de la verdad, y fueron declarados herejes.
En efecto, si el Hijo participa en plenitud de la luz del Padre, ¿por qué no es más bien lo que los demás participan, para que no haya intermediario entre él y el Padre? De otro modo, ya no estaría claro que todas las cosas hayan sido generadas por el Hijo, sino por él, de quien él también participa.
Si éste es el Verbo, la sabiduría del Padre, en quien el Padre se revela y se conoce, y forma el mundo, y sin quien el Padre nada hace, evidentemente es él quien proviene del Padre, porque todas las cosas originadas participan de él, como participan del Espíritu Santo. Siendo tal, él no puede ser de la nada, ni una criatura en absoluto, sino más bien un engendro propio del Padre, como el resplandor de la luz.
F
Autoridades participantes en Nicea
Autoridades que apoyaron el Concilio de Nicea. La actitud de Teognosto. El recurso a Dionisio de Alejandría, Dionisio de Roma y Orígenes
XXV
En este sentido, pues, se emplearon estas expresiones los que se reunieron en Nicea. Además, no las inventaron para sí mismos (ya que ésta es una de sus excusas), sino que dijeron lo que habían recibido de sus predecesores. Procedamos a demostrarlo también, para eliminar incluso esta excusa de ellos. Sabed, pues, oh arrianos, enemigos de Cristo, que Teognosto, un hombre erudito, no rechazó la frase "de la esencia", pues en el libro II de sus Hipótipos, escribe así sobre el Hijo:
"La esencia del Hijo no es algo que haya venido de fuera ni que surja de la nada, sino que brota de la esencia del Padre, como el resplandor de la luz, como el vapor del agua; pues ni el resplandor ni el vapor son el agua misma ni el sol mismo, ni son ajenos, sino que son una efusión de la esencia del Padre, que, sin embargo, no sufre división. Pues, como el sol permanece igual y no se altera por los rayos que emite, tampoco la esencia del Padre sufre cambio, aunque tenga al Hijo como imagen de sí misma".
Teognosto, después de haber investigado previamente a modo de ejercicio, procedió a exponer sus sentimientos en las palabras anteriores.
A continuación, Dionisio, que era obispo de Alejandría, al escribir contra Sabelio y exponer extensamente la economía del Salvador según la carne, y probar de ahí contra los sabelianos que no el Padre, sino su Palabra, se hizo carne (como dijo Juan), fue sospechoso de decir que el Hijo es una cosa hecha y originada, y no una en esencia con el Padre. Sobre esto escribe a su tocayo Dionisio, obispo de Roma, para alegar en su defensa que esto era una calumnia contra él. Y le asegura que no había llamado al Hijo hecho, más bien, lo confesó incluso como uno en esencia. Sus palabras fueron así:
"En otra carta he escrito una refutación de la falsa acusación que me hacen, de que niego que Cristo fuera uno en esencia con Dios. Pues aunque digo que no he encontrado este término en ninguna parte de la Sagrada Escritura, sin embargo mis observaciones que siguen, y que ellos no han notado, no son incompatibles con esa creencia. Pues he puesto como ejemplo el nacimiento humano como evidentemente homogéneo, y he observado que innegablemente los padres difieren de sus hijos sólo en que no son los mismos individuos, de lo contrario no podría haber ni padres ni hijos. Mi carta, como dije antes, debido a las circunstancias actuales no puedo reproducirla; o te habría enviado las mismas palabras que usé, o mejor una copia de ella completa, lo cual, si tengo oportunidad, todavía haré. Pero estoy seguro por el recuerdo de que aduje paralelos de cosas relacionadas entre sí. Por ejemplo, que una planta que crecía de una semilla o de una raíz era distinta de aquella de la que brotaba, pero era de naturaleza totalmente idéntica a ella; y que un arroyo que fluía de una fuente recibió un nuevo nombre, porque ni la fuente se llamaba arroyo ni el arroyo fuente, y ambos existían, y el arroyo era el agua de la fuente".
XXVI
Sobre que el Verbo de Dios no es obra ni criatura, sino un vástago propio de la esencia del Padre e indivisible, como escribió el gran Concilio de Nicea, lo podéis ver aquí en las palabras de Dionisio, obispo de Roma, quien, escribiendo contra los sabelianos, arremete así contra quienes se atreven a decirlo:
"En segundo lugar, puedo dirigirme razonablemente a aquellos que dividen, cortan en pedazos y destruyen esa doctrina sagrada de la Iglesia de Dios, la monarquía divina, haciendo de ella, por así decirlo, tres poderes y subsistencias partitivas y tres divinidades. Me han dicho que algunos entre vosotros, que son catequistas y maestros de la Palabra divina, toman la delantera en este principio, quienes son diametralmente opuestos, por así decirlo, a las opiniones de Sabelio; pues él dice blasfemamente que el Hijo es el Padre y el Padre el Hijo, pero ellos en cierto modo predican tres dioses, como dividiendo la sagrada mónada en tres subsistencias extrañas entre sí y completamente separadas. Porque es necesario que con el Dios del universo, la Palabra divina esté unida, y el Espíritu Santo debe reposar y habitar en Dios. Así, en uno como en una cumbre (quiero decir, el Dios del universo) debe reunirse y reunirse la tríada divina. En efecto, la doctrina del presuntuoso Marción es la de dividir y separar la divina monarquía en tres orígenes, enseñanza del diablo, no de los verdaderos discípulos de Cristo y amantes de las enseñanzas del Salvador. Porque ellos saben bien que la Escritura divina predica una tríada, pero que ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo Testamento predican tres dioses. Igualmente hay que censurar a quienes sostienen que el Hijo es una obra y consideran que el Señor ha llegado a existir como una de las cosas que realmente llegaron a existir, mientras que los oráculos divinos dan testimonio de una generación adecuada a él y que le conviene, pero no de una creación o creación. Por tanto, es una blasfemia, no ordinaria, sino incluso la más alta, decir que el Señor es de algún modo una obra de sus manos. Porque si él llegó a ser Hijo, una vez no lo fue; Pero siempre ha existido, si es que está en el Padre, como él mismo dice, y si el Cristo es palabra, sabiduría y poder (como sabéis que dice la Sagrada Escritura), y estos atributos son poderes de Dios. Si, pues, el Hijo vino a la existencia, en un tiempo no existían estos atributos, por consiguiente hubo un tiempo en que Dios estaba sin ellos, lo cual es sumamente absurdo. ¿Y por qué hablar más sobre estos puntos a vosotros, hombres llenos del Espíritu y bien conscientes de los absurdos que se presentan al decir que el Hijo es una obra? Al no prestar atención, según creo, a esta circunstancia, los autores de esta opinión han pasado por alto por completo la verdad, al explicar, contrariamente al sentido de la Escritura divina y profética en el pasaje, las palabras el Señor me creó como principio de sus caminos para sus obras (Prov 8,22). Porque el sentido de él creó, como sabéis, no es uno, pues debemos entender él creó en este lugar, como él puso sobre las obras hechas por él, es decir, hechas por el Hijo mismo. Y él creó aquí no debe tomarse por hizo, porque crear difiere de hacer. ¿No es él vuestro Padre que os ha comprado? ¿No os ha hecho y creado?, dice Moisés en su gran cántico en Deuteronomio (Dt 32,6). Y uno puede decirles, oh hombres temerarios, ¿es una obra él, quien es el Primogénito de toda criatura, que nace del vientre antes de la estrella de la mañana, quien dijo, como sabiduría: Antes de todas las colinas él me engendró (Prov 8,25)? En muchos pasajes de los oráculos divinos se dice que el Hijo fue engendrado, pero no llegó a existir en ninguna parte, lo que claramente condena a quienes se atreven a llamar creación a su divina e inefable generación. Por tanto, no podemos dividir en tres divinidades la maravillosa y divina mónada, ni menospreciar con el nombre de obra la dignidad y la majestad suprema del Señor, sino que debemos creer en Dios Padre todopoderoso, en Cristo Jesús, su Hijo, y en el Espíritu Santo, y sostener que el Verbo está unido al Dios del universo, pues yo y el Padre somos uno, y yo en el Padre y el Padre en mí. Porque así se conservarán tanto la tríada divina como la santa predicación de la monarquía divina".
XXVII
En cuanto a la coexistencia eterna del Verbo con el Padre, y a que no es de otra esencia o subsistencia, sino propia del Padre, como dijeron los obispos en el Concilio de Nicea, también podéis escucharlo de Orígenes, amante del trabajo. Porque lo que ha escrito como si investigara y a modo de ejercicio, que nadie lo tome como expresión de sus propios sentimientos, sino de los partidos que contienden en la investigación, pero lo que él declara definitivamente es el sentimiento del hombre amante del trabajo. Después de sus prolusiones (por así decirlo) contra los herejes, inmediatamente introduce su creencia personal, de esta manera:
"Si hay una imagen del Dios invisible, es una imagen invisible; más aún, me atreveré a añadir que, siendo la semejanza del Padre, nunca dejó de serlo. Porque ¿cuándo estuvo ese Dios, que, según San Juan, se llama luz (yo soy la luz), sin un resplandor de su propia gloria, para que alguien se atreva a afirmar el origen de la existencia del Hijo, como si antes no existiera? Pero ¿cuándo no fue esa imagen de la subsistencia inefable, sin nombre e inefable del Padre, esa expresión y Palabra, y Aquel que conoce al Padre? Pues que entienda bien quien se atreva a decir: Una vez no existía el Hijo, que está diciendo: Una vez no existía la sabiduría, una vez no existía la palabra y una vez no existía la vida".
Y en otro lugar dice:
"Pero no es inocente ni está exento de peligro si, por nuestra debilidad de entendimiento, privamos a Dios, en cuanto de nosotros depende, del Verbo unigénito que siempre coexistió con él, y de la Sabiduría en la que se regocijó. De lo contrario, debe ser concebido como no siempre poseedor de gozo".
Mirad, estamos demostrando que esta opinión se ha transmitido de padre a padre; pero vosotros, oh judíos modernos y discípulos de Caifás, ¿cuántos padres podéis asignar a vuestras frases? Ninguno de los entendidos y sabios; porque todos os aborrecen, sino sólo el diablo; nadie sino él es vuestro padre en esta apostasía, quien tanto en el principio os sembró con la semilla de esta irreligión, y ahora os persuade a calumniar al Concilio de Nicea, por poner por escrito, no vuestras doctrinas, sino las que desde el principio nos han transmitido los que fueron testigos oculares y ministros de la Palabra. La fe que el Concilio de Nicea ha confesado por escrito, ésa es la fe de la Iglesia Católica; para afirmar esto, los benditos padres se expresaron así al condenar la herejía arriana; y esta es una razón principal por la que se dedican a calumniar al concilio. Porque no son los términos los que les preocupan, sino que esos términos prueban que son herejes y presuntuosos más allá de otras herejías.
G
Terminologías desechadas y terminologías aceptadas
Sobre el término arriano inoriginado. Su por qué y sus cuatro sentidos. Dicho término denotaría a Dios en contraste con sus criaturas, no con su Hijo. Sobre el término bíblico Padre
XXVIII
Cuando se descubrió la falta de fundamento de los arriano, y se les acusó de irreligiosos, éstos tomaron prestado de los griegos el término inoriginado, para incluir bajo su protección entre las cosas originadas y las criaturas a la palabra de Dios, por la que estas mismas cosas llegaron a existir; tan descarados son en su irreligión y tan obstinados en sus blasfemias contra el Señor. Si esta falta de vergüenza proviene de la ignorancia del término, deberían haberlo aprendido de quienes se lo dieron, y que no tuvieron reparos en decir que incluso el intelecto, que ellos derivan del bien, y el alma, que procede del intelecto, aunque se conozcan sus respectivos orígenes, no son, no obstante, inoriginados, pues entienden que al decir esto no menosprecian el primer origen del que proceden las demás.
En este caso, que los arrianos digan lo mismo, o bien que no hablen en absoluto de lo que no saben. Pero si creen que están familiarizados con el tema, entonces deben ser interrogados, porque la expresión no es de la Sagrada Escritura, pero ellos son contenciosos, como en otras partes, por posiciones no bíblicas.
Así como he expuesto la razón y el sentido con que el Concilio de Nicea y los padres anteriores definieron y publicaron "de la esencia" y "uno en esencia", de acuerdo con lo que la Escritura dice del Salvador, así ahora que ellos, si pueden, respondan por su parte qué los ha llevado a esta frase no bíblica, y en qué sentido llaman a Dios "no originado". En verdad, me han dicho, que el nombre tiene diferentes sentidos: los filósofos dicen que significa: primero, "lo que aún no ha llegado a ser, pero puede llegar a ser"; segundo, "lo que no existe ni puede llegar a ser"; tercero, "lo que existe de hecho, pero no fue originado ni tuvo origen de ser, sino que es eterno e indestructible".
Posiblemente, los arrianos quieran pasar por alto los dos primeros sentidos, por el absurdo que se sigue. El primero, porque las cosas que ya han llegado a ser, y las cosas que se espera que lleguen a ser, son inoriginadas. El segundo es aún más absurdo, y por tanto procederán al tercer sentido. En este tercer sentido, su irreligión será igualmente grande, pues si por inoriginado entienden lo que no tiene origen de ser, ni es originado o creado, sino eterno, y dicen que la palabra de Dios.
Visto lo visto, ¿quién no comprende la astucia de estos enemigos de Dios? ¿Quién no apedrearía a estos locos? Porque cuando se avergüenzan de repetir aquellas primeras frases que fabularon y que fueron condenadas, los miserables han tomado otro modo de significarlas por medio de lo que llaman inoriginado. Porque si el Hijo es de cosas originadas, se sigue que él también vino a ser de la nada; y si tiene un origen de ser, entonces no era antes de su generación; y si no es eterno, hubo un tiempo en que no era.
XXIX
Si éstos son los sentimientos arrianos, deberían expresar su heterodoxia en sus propias frases, y no ocultar su perversidad bajo el manto de lo no originado. Pero en lugar de esto, los hombres de mente malvada hacen todas las cosas con astucia, como su padre, el diablo. Porque así como él intenta engañar bajo la apariencia de otros, así también ellos han utilizado el término no originado, para pretender hablar piadosamente de Dios, pero podrían albergar una blasfemia oculta contra el Señor y bajo un velo podrían enseñarla a otros. Sin embargo, al descubrir este sofisma, ¿qué les queda?
"Hemos encontrado otro", dicen los malhechores arrianos, y luego proceden a agregar a lo que ya han dicho: que no originado significa lo que no tiene autor de ser, pero se mantiene en esta relación con las cosas originadas. ¡Ingratos y en verdad sordos a las Escrituras! Quienes hacen todo y dicen todo, no para honrar a Dios, sino para deshonrar al Hijo, ignoran que quien deshonra al Hijo, deshonra al Padre. En primer lugar, aunque denoten a Dios de esta manera, sin embargo no se prueba que el Verbo sea de las cosas originadas.
Además, como siendo un descendiente de la esencia del Padre, es consecuente con él eternamente. En efecto, este nombre de descendiente no resta valor a la naturaleza del Verbo, ni el no originado toma su sentido del contraste con el Hijo, sino con las cosas que llegan a ser por medio del Hijo; y como quien se dirige a un arquitecto y lo llama artífice de una casa o ciudad, no alude con esta designación al hijo que es engendrado de él, sino a causa del arte y la ciencia que muestra en su obra, lo llama artífice, significando con ello que no es como las cosas hechas por él, y aunque conoce la naturaleza del constructor, sabe también que aquel a quien engendra es distinto de sus obras.
En cuanto a hijo, Cristo lo llama Padre, mas en cuanto a sus obras lo llama Creador y hacedor. Es decir, que Dios es inoriginado, y que Cristo lo nombra a partir de sus obras, significando no sólo que no es originado, sino que es hacedor de las cosas que existen. Con todo, también deja claro que él es distinto de las cosas originadas, y un vástago único y propio del Padre, por medio del cual todas las cosas llegaron a ser y consisten.
XXX
Cuando los profetas hablaron de Dios como soberano de todo, no lo llamaron así como si el Verbo estuviera incluido en ese todo (pues sabían que el Hijo era distinto de las cosas originadas y soberano sobre ellas mismo, según su semejanza con el Padre), sino como soberano de todas las cosas que ha creado por medio del Hijo y le ha dado la autoridad de todas las cosas y, habiéndola dado, es de nuevo Señor de todas las cosas por medio del Verbo. Además, cuando llamaron a Dios Señor de los poderes, no lo dijeron como si el Verbo fuera uno de esos poderes, sino porque, siendo Padre del Hijo, es Señor de los poderes que han surgido por medio del Hijo.
En efecto, también el Verbo, al estar en el Padre, es Señor de todos ellos y soberano sobre todo, pues todo lo que tiene el Padre es del Hijo. Siendo ésta la fuerza de tales títulos, de la misma manera que el hombre llame a Dios no originado, si así le place. No porque el Verbo fuese de las cosas originadas, sino porque, como ya he dicho, Dios no sólo no es originado, sino que por su propia Palabra es el hacedor de las cosas que son así. Pues aunque el Padre sea llamado así, sin embargo el Verbo es imagen del Padre y uno en esencia con él; y siendo su imagen, debe ser distinto de las cosas originadas y de todo, pues de quien es imagen, tiene su propiedad y semejanza; de modo que quien llama al Padre no originado y todopoderoso, percibe en el no originado y todopoderoso su Verbo y Sabiduría, que es el Hijo.
Por su parte, los maravillosos arrianos, propensos a la irreligión, acudieron al término "no originado", pero no para salvaguardar el honor de Dios, sino por malevolencia hacia el Salvador. De hecho, si hubieran tenido cuidado del honor y del lenguaje reverente, hubiera sido más correcto y bueno reconocer y llamar a Dios Padre, que darle este nombre. porque al llamar a Dios inoriginado, como dije antes, lo llaman de entre las cosas que llegaron a ser, y solamente como Hacedor, para así dar a entender que el Verbo es obra según su propio placer. Pero quien llama a Dios Padre, en él significa también a su Hijo, y no puede dejar de saber que, siendo que hay un Hijo, por medio de este Hijo fueron creadas todas las cosas que llegaron a ser.
XXXI
Por tanto, será mucho más exacto designar a Dios a partir del Hijo y llamarlo Padre, que nombrarlo y llamarlo Inoriginado de sus obras solamente. ¿Y por qué? Porque el último término se refiere a las obras que han llegado a existir por voluntad de Dios a través del Verbo, mas el nombre de Padre indica la prole propia de su esencia. Y mientras que el Verbo supera a las cosas originadas, en tanto y más también el llamar a Dios Padre supera al llamarlo Inoriginado; porque esto último es antibíblico y sospechoso, ya que tiene varios sentidos; pero el primero es simple y bíblico, y más exacto, y solo implica al Hijo.
Inoriginado es un término de los griegos que no conocen al Hijo, mientras que Padre ha sido reconocido y concedido por nuestro Señor, cuando él, sabiendo de quién era Hijo, dijo: "Yo en el Padre y el Padre en mí" (Jn 14,9-10); y: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre"; y: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 14,10). Como se ve, en ninguna parte se le encuentra a Jesús que llame al Padre inoriginado. Además, cuando nos enseña a orar, no dice: Cuando oréis, decid: oh Dios inoriginado, sino más bien: "Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos" (Mt 6,9).
Fue voluntad del propio Cristo que el resumen de nuestra fe tuviera este sentido. Por eso nos ordenó ser bautizados, mas no en el nombre del Inoriginado y del Originado, ni en el nombre de Increado y del Creado, sino en el nombre de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ésta es la iniciación del cristianismo, y lo que nos hace verdaderamente hijos de Dios.
Usando el nombre del Padre, reconocemos por ese nombre al Verbo en el Padre. Pero si él quiere que llamemos a su propio Padre nuestro, no debemos por eso medirnos con el Hijo según la naturaleza, porque es a causa del Hijo que el Padre es llamado así por nosotros. Porque, puesto que el Verbo llevó nuestro cuerpo y vino a estar en nosotros, por razón del Verbo en nosotros, Dios es llamado nuestro Padre. Porque el Espíritu del Verbo en nosotros nombra a su propio Padre por medio de nosotros, lo cual es lo que quiere decir el apóstol cuando dice: "Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama ¡Abba, Padre!" (Gál 4,6).
XXXII
En cuanto al término "no originado", si se les refutara a los arrianos dicho término, según su mala naturaleza ellos dirían que fue necesario, en lo que respecta a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, afirmar a partir de las Escrituras lo que está escrito de él, y no introducir expresiones no bíblicas. Sí, era necesario, digo yo también, porque las señales de la verdad son más exactas si se extraen de las Escrituras que de otras fuentes. Mas la mala disposición y la irreligión versátil y astuta de Eusebio y sus compañeros, obligaron a los obispos, como dije antes, a publicar más claramente los términos que derribaron su irreligión. Lo que escribió el Concilio de Nicea tenía un sentido ortodoxo, mientras que los arrianos han demostrado ser corruptos en sus frases y malvados en sus disposiciones.
El término "no originado", que tiene su propio sentido y admite un uso religioso, los arrianos lo usan para deshonrar al Salvador, con el fin de mantener contenciosamente su lucha con Dios. Pero como no escaparon a la condenación cuando adujeron los términos anteriores, así también concibieron erróneamente el término "no originado" (que en sí mismo admite un uso bueno y religioso), y fueron descubiertos, y están siendo deshonrados ante todos, y su herejía proscrita en todas partes.
Como he podido, he relatado todo esto, a modo de explicación de lo que se hizo anteriormente en el Concilio de Nicea. Sé que los contenciosos entre los enemigos de Cristo no estarán dispuestos a cambiar ni siquiera después de escuchar esto, sino que siempre buscarán otros pretextos, y otros más después de estos. Si se cumple lo que dice el profeta ("si el etíope muda su piel, el leopardo mudará sus manchas"; Jer 13,23), entonces estarán dispuestos a pensar religiosamente los que han sido instruidos en la irreligión.
Tú, amado, al recibir esto, léelo tú mismo. Si lo apruebas, léelo también a los hermanos que estén presentes, para que ellos también, al oírlo, acojan el celo del Concilio de Nicea por la verdad y la exactitud de su sentido; y condenen el de los enemigos de Cristo, los arrianos, y las fútiles pretensiones que, por causa de su herejía irreligiosa, se han esforzado en urdir entre ellos; porque a Dios y Padre se le debe la gloria, el honor y la adoración, con su Hijo y Palabra coexistentes, junto con el Santísimo y Espíritu vivificante.