ATANASIO DE ALEJANDRÍA
Concilio de Nicea
A
Historia del Concilio de Nicea
Razón por la cual se convocaron dos concilios. Inconsistencia y locura de las fórmulas arrianas. Ocasión del Concilio de Nicea. Procedimientos en Arimino. Carta del concilio a Constancio. Decreto de Nicea. Procedimientos en Seleucia. Reflexión sobre la conducta de los arrianos
I
Quizás hayáis oído noticias sobre el Concilio de Nicea, que en estos momentos es tema de conversación general, pues circularon por todas partes cartas del emperador y de los prefectos pidiendo su convocatoria. Como tenéis tal interés en los acontecimientos que han ocurrido, he decidido daros un relato de lo que yo mismo he visto, y de lo que he averiguado con exactitud. Esto os ahorrará la incertidumbre que acompaña a los informes de unos y otros, sobre todo porque hay partidos que tienen la costumbre de tergiversar lo que ha sucedido.
En un principio, el concilio se había fijado para Nicea, pero no llegó a reunirse. Se publicó entonces un segundo edicto, convocando a los obispos occidentales en Arimino (Italia), y a los orientales en Seleucia (Isauria). El motivo de tal reunión era tratar de la fe en relación con nuestro Señor Jesucristo. Esto fue lo alegaron fueron Ursacio, Valente y un tal Germinio de Panonia; y de Siria, Acacio, Eudoxio y Patrófilo de Escitópolis.
Estos hombres, que siempre habían sido del partido arriano, y no entendían ni cómo creían ni qué afirmaban, y estaban engañando silenciosamente a uno y luego a otro, y esparciendo la segunda siembra de su herejía, influyeron en algunos para que el emperador Constancio estuviese entre ellos (siendo éste un hereje, y buscando algún pretexto sobre la fe) y convocase un concilio bajo la idea de eclipsar al fijado Concilio de Nicea, y convencer a todos para que se volvieran y establecieran la irreligión en todas partes, en lugar de la verdad.
II
Lo primero que me maravilla, y creo que maravillará a todo hombre sensato conmigo, es que, mientras se había fijado un concilio general (el de Nicea), y todos lo esperaban con ilusión, de repente el consenso se dividió en dos, de modo que una parte se reunió aquí y la otra allá. Sin embargo, esto fue seguramente obra de la Providencia, para que en los respectivos concilios se exhibiera la fe sin engaño ni corrupción de una parte, y se expusiera la deshonestidad y duplicidad de la otra.
Esto estaba en mi mente de mí y en la de mis verdaderos hermanos, y nos preocupaba la impropiedad de esta gran reunión que vimos en marcha, pues ¿qué apremiaba tanto, para que todo el mundo se confundiera, y los que en ese momento tenían la profesión de clérigos corrieran de un lado a otro, buscando la mejor manera de aprender a creer en nuestro Señor Jesucristo? Ciertamente, si ya fueran creyentes, no habrían estado buscando, como si no lo fueran.
Para los catecúmenos, esto no fue un escándalo pequeño. Para los paganos, era algo más que común, e incluso causaba gran regocijo que los cristianos, como si despertaran de su sueño a esta hora del día, preguntaran cómo debían creer acerca de Cristo, mientras que sus clérigos eran incrédulos por su propia apariencia, en el sentido de que buscaban lo que no tenían.
El partido de Ursacio, que estaba en el fondo de todo esto, no entendía qué ira estaban acumulando (Rm 2,5) contra sí mismos, como nuestro Señor dice por medio de sus santos: "¡Ay de aquellos por quienes mi nombre es blasfemado entre los gentiles!" (Is 52,5; Rm 2,24), y por su propia boca en los evangelios: "Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños, mejor le sería si le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran a lo profundo del mar" (Mt 18,6).
III
¿Qué defecto había en la enseñanza de la verdad religiosa en la Iglesia Católica, para que ahora se preguntaran acerca de la fe y antepusieran el consulado de este año a su profesión de fe? Pues Ursacio, Valente, Germinio y sus amigos han hecho lo que nunca ocurrió ni se ha oído entre los cristianos.
Después de poner por escrito lo que les agradó creer, anteponen el consulado, el mes y el día del año en curso, para mostrar con ello a todos los hombres sensatos que su fe no data de antaño, sino ahora, del reinado de Constancio; pues todo lo que escriben tiene como objetivo su propia herejía. Además, aunque pretendan escribir sobre el Señor, nombran a otro maestro para sí mismos, Constancio, que les ha otorgado este reino de irreligión; y los que niegan que el Hijo sea eterno, lo han llamado emperador eterno; tales son ellos, además de irreligiosos.
Quizás las fechas de los santos profetas constituyen su excusa para el consulado; sin embargo, una pretensión tan atrevida sólo servirá para publicar más plenamente su ignorancia sobre el tema. Porque las profecías de los santos ciertamente especifican sus tiempos (por ejemplo, Isaías y Oseas vivieron en los días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías; Jeremías en los días de Josías; Ezequiel y Daniel profetizaron bajo Ciro y Darío; y otros en otros tiempos); sin embargo, no estaban poniendo los fundamentos de la religión divina; estaba antes de ellos, y siempre lo estuvo, porque antes de la fundación del mundo Dios la preparó para nosotros en Cristo. Tampoco estaban indicando las respectivas fechas de su propia fe, porque habían sido creyentes antes de estas fechas. Pero las fechas pertenecían a su propia predicación.
Esta predicación hablaba de antemano de la venida del Salvador, y directamente de lo que iba a suceder a Israel y a las naciones. Mas las fechas denotaban no el comienzo de la fe, como dije antes, sino de los profetas mismos (es decir, cuando así profetizaron). Por eso, nuestros sabios modernos, no en la narración histórica, ni en la predicción del futuro, sino, después de escribir "la fe católica fue publicada", inmediatamente agregaron el consulado, y el mes y el día, para que, como los santos especificaron las fechas de sus historias y de sus propios ministerios, así estos puedan marcar la fecha de su propia fe . ¡Ojalá hubieran escrito lo tocante a "su propia fe" (de los arrianos), y no sólo hubieran hecho su ensayo sobre lo tocante a "la fe católica"!
IV
La audacia de su plan demuestra, pues, lo poco que los arrianos entienden del tema, mientras que la novedad de su frase coincide con la herejía arriana. De esta manera, demuestran que cuando empezaron su propia fe, y que desde ese mismo momento la querían proclamar. Y como según el evangelista Lucas, "se hizo un decreto" (Lc 2,1) sobre el impuesto, y este decreto no existía antes, sino que comenzó desde aquellos días en que fue hecho por su redactor, también de la misma manera, al escribir "la fe ya está publicada", demostraron que los sentimientos de su herejía son nuevos y no existían antes. Pero si añaden "de la fe católica", caen antes de darse cuenta en la extravagancia de los frigios y dicen con ellos: "A nosotros primero se nos reveló" y "de nosotros data la fe de los cristianos".
Como aquellos lo inscriben con los nombres de Maximila y Montano, así lo hacen estos con Constancio, poniéndolo en lugar de Cristo. Y si, como ellos quieren, la fe data del presente consulado, ¿qué harán los padres y los bienaventurados mártires? ¿Qué harán ellos mismos con sus propios catecúmenos, que se fueron a descansar antes de este consulado? ¿Cómo los despertarán, para que puedan borrar sus antiguas lecciones y puedan sembrar a su vez los aparentes descubrimientos que ahora han puesto por escrito? Tan ignorantes son en la materia; no saben más que poner excusas, y aquellas indecorosas e improbables, y llevar consigo su propia refutación.
V
En cuanto al Concilio de Nicea, éste no fue una reunión común, sino que se convocó por una necesidad apremiante y con un objetivo razonable. Los sirios, cilicios y mesopotámicos estaban fuera de orden en la celebración de la fiesta y celebraban la Pascua con los judíos. Por otra parte, la herejía arriana se había levantado contra la Iglesia Católica y encontró partidarios en Eusebio y sus compañeros, que eran celosos de la herejía y dirigieron el ataque contra la gente religiosa.
Esto dio lugar a un concilio ecuménico, para que la fiesta pudiera celebrarse en todas partes en un solo día, y para que la herejía que estaba surgiendo pudiera ser anatematizada. Se celebró entonces; y los sirios se sometieron, y los padres declararon que la herejía arriana era la precursora del Anticristo, y redactaron una fórmula adecuada contra ella.
Sin embargo, a pesar de ser muchos, no se aventuraron a nada parecido a los procedimientos de estos tres o cuatro hombres. Sin fijar previamente consulado, mes y día, escribieron acerca de la Pascua: "Parece bien lo siguiente", porque entonces parecía bien que hubiera un cumplimiento general. Mas acerca de la fe no escribieron "parece bien", sino: "Así cree la Iglesia Católica". Y luego confesaron cómo creían, para mostrar que sus propios sentimientos no eran nuevos, sino apostólicos, y lo que escribieron no fue un descubrimiento suyo, sino que es lo mismo que fue enseñado por los apóstoles.
VI
¿Qué pretexto tienen los concilios, que ahora se están organizando? Si ha surgido alguna herejía nueva después del arriano, que nos digan qué posiciones ha ideado y quiénes son sus inventores. Y que anatematicen en su propia fórmula las herejías anteriores a este concilio suyo, entre las que se encuentra la arriana, como hicieron los padres nicenos, para que parezca que también ellos tienen alguna razón convincente para decir algo nuevo. Pero si no ha sucedido tal cosa y no lo tienen para demostrar, sino que ellos mismos están profiriendo herejías, como sosteniendo la irreligión de Arrio, y son expuestos día tras día y día tras día cambian de posición, ¿qué necesidad hay de concilios, cuando el niceno es suficiente, tanto contra la herejía arriana como contra las demás, que ha condenado a todas y cada una por medio de la fe sana?
El propio Acacio, apodado el Impío, no se jacta de haber descubierto ninguna manía propia, sino que, bajo la presión del tiempo, él y las personas a las que ha engañado se han visto envueltos en el arrianismo. En vano, pues, corren por ahí con el pretexto de que han pedido concilios por causa de la fe, pues la Sagrada Escritura es suficiente por encima de todo; pero si se necesita un concilio sobre este punto, están los procedimientos de los padres, pues los obispos de Nicea no descuidaron este asunto, sino que expusieron la doctrina con tanta exactitud que las personas que leen sus palabras con honestidad no pueden dejar de recordarles la religión hacia Cristo anunciada en la Sagrada Escritura.
VII
No teniendo, pues, razón de su parte, y estando en dificultades por dondequiera que se dirijan, a pesar de sus pretensiones, no les queda más que decir:
"Puesto que contradecimos a nuestros predecesores, y trasgredimos las tradiciones de los padres, hemos considerado bueno que se reuniera un concilio. Además, temíamos que, si se reunían en un solo lugar, nuestros esfuerzos se desperdiciarían. Por eso consideramos bueno que el concilio se dividiera en dos, para que, al presentar nuestros documentos en estas partes separadas, pudiéramos superar con más efecto la amenaza de Constancio, el patrono de esta irreligión, y pudiéramos reemplazar las actas de Nicea, bajo el pretexto de la simplicidad de nuestros propios documentos".
Si no han expresado esto con palabras, sin embargo, éste es el significado de sus hechos y sus disturbios.
Ciertamente, por muchos y frecuentes que hayan sido sus discursos y escritos en varios concilios, nunca han mencionado la herejía arriana como algo objetable. Y si alguno de los presentes acusaba a las herejías, siempre defendían a los arrianos, que el Concilio de Nicea había anatematizado. Más aún, acogían cordialmente a los que profesaban el arrianismo. Esto, pues, es en sí mismo un argumento sólido de que el objetivo de los actuales concilios no era la verdad, sino la anulación de las actas de Nicea; pero los procedimientos de ellos y de sus amigos en los mismos concilios dejan igualmente claro que así fue: Por ahora debemos relatar todo tal como ocurrió.
VIII
Cuando todos esperaban reunirse en un solo lugar a los que convocaba la carta del emperador y formar un solo concilio, se dividieron en dos. Unos se dirigieron a Seleucia, mientras que otros se reunieron en Arimino, en número de 400 obispos y más, entre los que se encontraban Germinio, Auxencio, Valente, Ursacio, Demófilo y Gayo.
Mientras toda la asamblea discutía el asunto a partir de las Sagradas Escrituras, estos hombres sacaron un papel y, leyendo el Consulado, exigieron que se lo prefiriera a todo concilio y que no se hicieran preguntas a los herejes más allá de él ni se investigara su significado, sino que se bastara por sí mismo. Lo que habían escrito decía así:
"La fe católica fue publicada en presencia de nuestro maestro el muy religioso y gloriosamente victorioso emperador, Constancio Augusto, el eterno y augusto, en el consulado de los muy ilustres flavios Eusebio e Hipatio, en Sirmio el día 11 de las calendas de junio. Creemos en un solo Dios verdadero, Padre todopoderoso, Creador y artífice de todas las cosas. Y en un solo Hijo unigénito de Dios, que, antes de todos los siglos, y antes de todo origen, y antes de todo tiempo concebible, y antes de toda esencia comprensible, fue engendrado impasiblemente de Dios: por quien los siglos fueron dispuestos y todas las cosas fueron hechas; y él engendrado como el Unigénito, solo del Padre, Dios de Dios, semejante al Padre que lo engendró, según las Escrituras; cuyo origen nadie conoce sino solo el Padre que lo engendró. Sabemos que él, el unigénito Hijo de Dios, por mandato del Padre vino de los cielos para la abolición del pecado, y nació de la Virgen María, y conversó con los discípulos, y cumplió la economía según la voluntad del Padre, y fue crucificado, y murió y descendió a las partes debajo de la tierra, y reguló las cosas allí, a quien los guardianes de las puertas del infierno vieron (Job 38,17) y se estremecieron; y resucitó de entre los muertos al tercer día, y conversó con los discípulos, y cumplió toda la economía, y cuando se cumplieron los cuarenta días, ascendió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y vendrá en el último día de la resurrección en la gloria del Padre, para pagar a cada uno según sus obras. Y en el Espíritu Santo, a quien el Unigénito de Dios mismo, Jesucristo, había prometido enviar a la raza de los hombres, el Paráclito, como está escrito: 'Voy a mi Padre, y rogaré al Padre, y él os enviará otro Paráclito, el Espíritu de verdad. Él tomará de lo mío y os enseñará y os recordará todas las cosas' (Job 14,16-26; 16,14)".
Como el término esencia, adoptado por los padres con sencillez, escandaliza al pueblo por ser mal entendido y no estar contenido en las Escrituras, ha parecido conveniente quitarlo, para que nunca más se use en ningún caso para referirse a Dios, porque las Sagradas Escrituras no lo usan en ninguna parte para referirse al Padre y al Hijo. Pero decimos que el Hijo es como el Padre en todas las cosas, como también dicen y enseñan las Sagradas Escrituras.
IX
Cuando se leyó esto, pronto se hizo evidente la deshonestidad de sus redactores. Porque cuando los obispos propusieron que la herejía arriana fuera anatematizada junto con las otras herejías también, y todos asintieron, Ursacio y Valente y los que estaban con ellos se negaron; hasta que finalmente los Padres los condenaron, sobre la base de que su confesión había sido escrita, no con sinceridad, sino para anular las actas de Nicea e introducir en su lugar su infeliz herejía.
Entonces, maravillándose de la falsedad de su lenguaje y de sus intenciones sin principios, los obispos dijeron:
"No hemos venido aquí como si tuviéramos necesidad de fe, porque tenemos dentro de nosotros la fe, y eso en la solidez. Sino para avergonzar a quienes contradicen la verdad e intentan novedades. Si, pues, habéis redactado esta fórmula, como si ahora empezáramos a creer, no sois ni siquiera clérigos, sino que estáis empezando con la escuela; Pero si nos encontráis con las mismas opiniones con las que hemos venido aquí, que haya una unanimidad general, y anatematicemos las herejías, y conservemos la enseñanza de los padres. Así, las peticiones de concilios ya no circularán por ahí, porque los obispos de Nicea se anticiparon a ellos de una vez por todas, e hicieron todo lo que era necesario para la Iglesia Católica".
Sin embargo, a pesar de este acuerdo general de los obispos, todavía los mencionados se negaron. Así que al final todo el concilio, condenándolos como hombres ignorantes y engañosos, o más bien como herejes, dio sus sufragios a favor del Concilio de Nicea, y todos ellos juzgaron que era suficiente.
En cuanto a los nombrados Ursacio y Valente, Germinio, Auxencio, Cayo y Demófilo, los declararon herejes, los depusieron como no realmente cristianos, sino arrianos, y escribieron contra ellos en latín lo que ha sido traducido en su sustancia al griego, así:
X
He aquí una copia de la carta enviada por el concilio a Constancio Augusto:
"Creemos que lo que se había decretado anteriormente se llevó a cabo tanto por orden de Dios como por orden de vuestra piedad. Porque nosotros, los obispos, de todas las ciudades occidentales, nos reunimos en Arimino, tanto para que se diera a conocer la fe de la Iglesia Católica como para que se pudiera descubrir a los contradictores. Porque, como hemos encontrado después de una larga deliberación, parecía deseable adherirnos y mantener hasta el fin, esa fe, que perdura desde la antigüedad, hemos recibido como predicada por los profetas, los evangelios y los apóstoles por medio de nuestro Señor Jesucristo, que es guardián de vuestro reino y patrono de vuestro poder. Porque parecía incorrecto e ilícito hacer cualquier cambio en lo que se definió correcta y justamente, y lo que se resolvió en común en Nicea junto con el emperador vuestro padre, el muy glorioso Constantino, cuya doctrina y definición se difundieron y se proclamaron al oído y entendimiento de todos los hombres. En efecto, el papa fue el único que venció y destruyó la herejía de Arrio, con la que no sólo ésta, sino también las otras herejías fueron destruidas, a lo que, en verdad, es peligroso añadir y lleno de peligros quitarle algo, ya que, si se hace una u otra, nuestros enemigos podrán impunemente hacer lo que quieran. Por lo tanto, Ursacio y Valente, que habían sido desde antiguo cómplices y simpatizantes del dogma arriano, fueron declarados debidamente separados de nuestra comunión, y pidieron que se les permitiera un lugar de arrepentimiento y perdón por las trasgresiones de las que eran conscientes, como lo atestiguan los documentos redactados por ellos. Por este medio se obtuvo el perdón y la absolución de todos los cargos. Ahora bien, el momento de estas transacciones fue cuando se reunió el concilio en Milán, estando también presentes los presbíteros de la Iglesia Romana. Pero sabiendo al mismo tiempo que Constantino, de digna memoria, había publicado con toda exactitud y deliberación la fe entonces redactada, cuando él había sido bautizado por manos de hombres, y había partido al lugar que le correspondía, creemos que es indecoroso hacer una innovación posterior y despreciar a tantos santos, confesores, mártires, que compilaron y redactaron este decreto; quienes además han continuado manteniendo en todos los asuntos según la antigua ley de la Iglesia; cuya fe Dios ha impartido hasta los tiempos de vuestro reinado por medio de nuestro maestro Jesucristo, por medio de quien también os corresponde reinar y gobernar sobre el mundo en nuestros días. Una vez más, pues, los hombres miserables de mente miserable con audacia sin ley se han anunciado como heraldos de una opinión impía, y están tratando de trastornar todo resumen de la verdad. Porque cuando según tu orden se reunió el sínodo, esos hombres pusieron al descubierto el diseño de su propio engaño. Pues intentaron de una manera cierta y sin escrúpulos y desordenada proponernos una innovación, habiendo encontrado como cómplices en esta trama a Germinio, Auxencio y Gayo, los agitadores de la discordia y la discordia, cuya enseñanza por sí sola ha ido más allá de todo grado de blasfemia. Pero cuando percibieron que no compartíamos su propósito, ni estábamos de acuerdo con su mente malvada, se trasladaron a nuestro concilio, alegando que podría ser conveniente compilar algo en su lugar. Pero un corto tiempo fue suficiente para exponer sus planes. Y para que no se repitieran estos disturbios en las Iglesias y un torbellino de discordia y confusión lo pusiera todo en desorden, nos pareció bien mantener en paz las antiguas y razonables instituciones, y que las personas mencionadas anteriormente se separaran de nuestra comunión. Por lo tanto, para información de su clemencia, hemos instruido a nuestros legados para que le informen por carta sobre el juicio del concilio, a quienes hemos dado esta instrucción especial de establecer la verdad apoyando su caso en los decretos antiguos y justos; y también asegurarán a su piedad que la paz no se lograría mediante la eliminación de esos decretos, como pretendían Valente y Ursacio. Porque ¿cómo es posible que los perturbadores de la paz traigan la paz? Por el contrario, por medio de ellos surgirán conflictos y confusión no sólo en las otras ciudades, sino también en la Iglesia Romana. Por esta razón, le pedimos clemencia para que mire a nuestros legados con oídos favorables y un rostro sereno y no permita que nada sea abrogado para deshonra de los muertos. Pero permítenos atenernos a lo que ha sido definido y establecido por nuestros antepasados, quienes, nos atrevemos a decir, confiamos en que todo se haga con prudencia y sabiduría y con el Espíritu Santo; porque con estas novedades no sólo se hace que los fieles descrean, sino que también los infieles se amargan. También os pido que ordenéis que tantos obispos que están detenidos en el extranjero, entre los que hay muchos que están destrozados por la edad y la pobreza, puedan volver a su patria, para que las iglesias no sufran por verse privadas de sus obispos. Pero os pedimos encarecidamente que no se innove nada en las creencias existentes, que nada se suprima, sino que se mantenga incorrupto todo lo que ha continuado en los tiempos de la piedad de vuestro Padre y hasta el tiempo presente; que no permitáis que se nos acose y se nos aleje de nuestras sedes, sino que los obispos se entreguen siempre con tranquilidad a las oraciones y al culto que siempre ofrecen por vuestra propia seguridad y por vuestro reino, y por la paz que la divinidad os conceda por siempre. Pero nuestros legados os están trayendo las suscripciones y títulos de los obispos, y también informarán a vuestra piedad con las mismas Sagradas Escrituras".
XI
He aquí una copia del decreto del Consejo del Concilio de Arimino:
"En la medida en que ha sido posible y conveniente, queridos hermanos, el concilio general y la santa Iglesia han tenido paciencia y han mostrado generosamente la tolerancia de la Iglesia con Ursacio y Valente, Gayo, Germinio y Auxencio, quienes, con tantas modificaciones de sus creencias, han perturbado a todas las iglesias y todavía se esfuerzan por imponer su espíritu herético a la fe de los ortodoxos. Porque quieren anular el formulario aprobado en Nicea, que fue redactado contra la herejía arriana. Además, nos han presentado un credo elaborado por ellos mismos desde fuera y completamente ajeno a la santísima Iglesia, que no podríamos recibir legítimamente. Incluso antes de esto, y ahora, hemos sido declarados herejes y contradictores por nosotros, a quienes no hemos admitido en nuestra comunión, sino que los hemos condenado y depuesto en su presencia con nuestras voces. Ahora bien, lo que bien os parezca, declarad de nuevo que el voto de cada uno sea ratificado por su suscripción".
Los obispos respondieron unánimes: "Parece bueno que los herejes antes mencionados sean condenados, para que la fe católica permanezca en paz".
Los asuntos en Arimino tuvieron entonces este rápido resultado, pues allí no hubo desacuerdo, sino que todos, de común acuerdo, pusieron por escrito lo que decidieron y depusieron a los arrianos.
XII
En Seleucia, la situación era la siguiente. En el mes llamado septiembre por los romanos, Thot por los egipcios y Gorpiao por los macedonios, y el día 16 del mes, según los egipcios, se reunieron todos los miembros del Consejo. Había unos 160 presentes, y mientras había muchos acusados entre ellos, y sus acusadores clamaban contra ellos, Acacio, Patrófilo, Uranio de Tiro, Eudoxio, que usurpó la Iglesia de Antioquía, Leoncio, Teodoto, Evagrio, Teódulo y Jorge, que ha sido expulsado del mundo entero, adoptaron una conducta sin principios.
Temiendo las pruebas que sus acusadores tenían que mostrar contra ellos, se unieron con el resto del partido arriano (que eran mercenarios en la causa de la irreligión para este propósito, y fueron ordenados por Segundo, el cual sería depuesto poco después por el gran Concilio de Nicea), el libio Esteban, y Seras, y Polideuces, que estaban bajo acusación por varios cargos, luego Pancracio y un tal Ptolomeo de Melecia. E hicieron como si entraran en la cuestión de la fe, pero estaba claro que lo hacían por miedo a sus acusadores. Y tomaron parte de la herejía, hasta que al final se dividieron entre ellos.
Mientras que los que estaban con Acacio y sus compañeros estaban bajo sospecha y eran muy pocos, los otros eran la mayoría. Por eso Acacio y sus compañeros, actuando con la audacia de la desesperación, negaron por completo la fórmula nicena y censuraron el Concilio de Seleucia, mientras que los demás, que eran la mayoría, aceptaron todos los procedimientos del concilio, excepto que se quejaron del término coesencial, por ser oscuro y abierto a sospechas.
Cuando pasó el tiempo y los acusadores presionaron y los acusados presentaron alegatos, y de ese modo se dejaron llevar aún más por su irreligión y blasfemaron contra el Señor, entonces la mayoría de los obispos se indignaron y depusieron a Acacio, Patrófilo, Uranio, Eudoxio y Jorge el contratista, y a otros de Asia, Leoncio y Teodosio, Evagrio y Teódulo, los excomulgaron, así como a Asterio, Eusebio, Augaro, Basilicio, Febo, Fidelio, Eutiquio y Magno.
Esto lo hicieron a pesar de no haber comparecido, cuando fueron llamados a defenderse de las acusaciones que muchos presentaban contra ellos. Y decretaron que así debían permanecer, hasta que hicieran su defensa y se libraran de las ofensas que se les imputaban. Y después de enviar la sentencia pronunciada contra ellos a la diócesis de cada uno, se dirigieron a Constancio, el augusto más irreligioso, para informarle de sus procedimientos, como se les había ordenado. Así terminó el Concilio de Seleucia.
XIII
Respecto al Concilio de Arminio, ¿quién puede menos que aprobar la conducta concienzuda de los obispos presentes? Porque ellos soportaron los trabajos del viaje y los peligros en el mar, para deponer a los arrianos y mantener intactas las definiciones de los padres, con una resolución sagrada y canónica. Cada uno de ellos consideró que, si deshacían las acciones de sus predecesores, estaban dando un pretexto a sus sucesores para deshacer lo que ellos mismos estaban haciendo.
¿Y quién podía menos que condenar la inconstancia de Eudoxio, Acacio y sus compañeros, que sacrificaban el honor debido a sus propios padres por el partidismo y el patrocinio de los ariomaníacos? ¿Y qué confianza se podía tener en sus acciones, si se deshacían las acciones de sus padres? ¿O cómo podían llamarse a ellos padres y a sí mismos sucesores, si se empeñaban en impugnar su juicio? ¿Y qué podía decir Acacio, en particular, de su maestro Eusebio, que no sólo dio su firma en el Concilio de Nicea, sino que incluso en una carta dirigida a su grey manifestó que la fe verdadera era la que el concilio niceno había declarado?
Si bien en esa carta se explicó a su manera, no contradijo los términos del Concilio de Arimino, sino que incluso acusó a los arrianos de que su posición de que el Hijo no era anterior a su generación no era compatible ni siquiera con que fuera anterior a María.
¿Qué enseñaron estos herejes, entonces, a la gente, bajo su enseñanza? ¿Que los padres se equivocaron? ¿Y cómo podían confiar en ellos mismos aquellos a quienes enseñan a desobedecer a sus maestros? ¿Y con qué ojos miraron también los sepulcros de los padres a quienes ahora llaman herejes? ¿Y por qué difamaron a los valentinianos, frigios y maniqueos, y dieron el nombre de santos a quienes ellos mismos sospechaban de hacer declaraciones paralelas? ¿Y cómo podían ser obispos si fueron ordenados por personas acusadas de herejía?
En definitiva, si estos sentimientos de los arrianos eran erróneos, y sus escritos sedujeron al mundo, ¿por qué su memoria no perece por completo, y se arrojaron sus libros, y con ellos también sus restos en los cementerios? La respuesta está clara: para que quedara claro que ellos eran seductores, y sus seguidores parricidas.
XIV
El bendito apóstol aprobó a los corintios cuando les dijo: "Vosotros guardáis las tradiciones, tal como os las he transmitido" (1Cor 11,2. Mas los arrianos, ¿tendrán el atrevimiento de decir a sus rebaños: "No os alabamos por acordaros de vuestros padres, sino más bien os ensalzamos, porque no mantenéis sus tradiciones"? Y de paso, que sigan acusando su propio y desdichado nacimiento, y digan: "No somos descendientes de hombres religiosos, sino de herejes". Porque tal lenguaje, como dije antes, es consistente en aquellos que trocan a su Padre. Dice el proverbio divino que no nos arrepintamos de nuestra fama y de nuestra propia salvación, pero también nos avisa: "Hay una generación que maldice a su padre" (Prov 30,11; Ex 2,17), y la amenaza que la ley yace contra tales personas arrianas.
Los arrianos, por su celo por la herejía, eran de este temperamento obstinado. Mas por su terquedad discutían entre sí y, aunque se rebelaban contra sus padres, no eran de una sola y misma mente, sino que flotaban en diversos y discordantes cambios. Y como si estuvieran en disputa con el Concilio de Nicea, ellos mismos han celebrado muchos concilios y han publicado una fe en cada uno de ellos, y no se han mantenido firmes en ninguno. Es más, nunca harán otra cosa, porque buscando perversamente, nunca encontrarán esa sabiduría que odian.
Por este motivo he adjuntado fragmentos tanto de los escritos de Arrio como de todo lo demás, que pude reunir de sus publicaciones en diferentes concilios, para que veáis con sorpresa con qué objeto se oponían los arrianos, sin ruborizarse, a un concilio ecuménico y a sus propios padres.
B
Devenir de los arrianos, y reacciones de la Iglesia
Los propios sentimientos de Arrio, su Talia y su Carta a Alejandro. Correcciones de Eusebio a Arrio. Extractos de las obras de Asterio. Carta del Concilio de Jerusalén. Primer Credo arriano, en la Dedicación de Antioquía. Segundo Credo arriano, el de Luciano. Tercer Credo arriano, el de Teofronio. Cuarto Credo arriano, el enviado a Constante. Quinto Credo arriano, el de Macrostich. Sexto, Séptimo y Octavo Credo arriano, los de Sirmio. Noveno Credo arriano, el de Seleucia. Décimo Credo arriano, el de Constantinopla. Undécimo Credo arriano, el de Antioquía
XV
Arrio y sus compañeros pensaban y profesaban así: "Dios hizo al Hijo de la nada y lo llamó su Hijo", "el Verbo de Dios es una de las criaturas", "en otro tiempo no existía" y "es alterable; capaz de cambiar cuando es su voluntad". Por eso fueron expulsados de la Iglesia de Alejandría, por el bienaventurado Alejandro.
Sin embargo, después de su expulsión, cuando se juntaron a Eusebio y sus compañeros, trazó Arrio su herejía sobre el papel, imitando en su Talia a un escritor no serio (al egipcio Sotades, en el tono disoluto de su métrica) y escribiendo lo siguiente:
"Dios mismo, por su propia naturaleza, es inefable para todos los hombres. Igual o semejante a él, sólo él no tiene nada, o uno en gloria. Y lo llamamos Ingenerado, por Aquel que es generado por naturaleza. Lo alabamos como sin principio por Aquel que tiene un principio. Y lo adoramos como eterno por Aquel que en el tiempo ha llegado a ser. El Incomenzado hizo al Hijo principio de las cosas originadas; y lo adelantó como Hijo a sí mismo por adopción. Nada tiene propio de Dios en subsistencia propia. Porque no es igual, ni uno en esencia con él. Sabio es Dios, porque es el maestro de la sabiduría. Hay plena prueba de que Dios es invisible a todos los seres; tanto a las cosas que son por medio del Hijo, como para el Hijo él es invisible. Lo diré expresamente, cómo por el Hijo se ve lo invisible; por ese poder por el cual Dios ve, y en su propia medida, el Hijo soporta ver al Padre, como es lícito. Así pues, hay una tríada, no en glorias iguales. No se entremezclan entre sí sus subsistencias. Una más gloriosa que la otra en sus glorias hasta la inmensidad. Extraño al Hijo en esencia es el Padre, porque él no tiene principio. Entiende que la mónada era; pero la díada no era, antes de que existiera. Se sigue de inmediato que, aunque el Hijo no era, el Padre era Dios. Por lo tanto, el Hijo, al no ser (porque existía por voluntad del Padre), es Dios unigénito, y es ajeno a ambos. La sabiduría existía como Sabiduría por voluntad del Dios sabio. Por lo tanto, él es concebido en innumerables concepciones: espíritu, poder, sabiduría, gloria de Dios, verdad, imagen y palabra. Entiende que él es concebido para ser resplandor y luz. Uno igual al Hijo, el Superior, es capaz de engendrar; pero uno más excelente, o superior, o mayor, no es capaz. Por voluntad de Dios, el Hijo es lo que y lo que él es. Y cuando y desde que él fue, desde entonces ha subsistido de Dios. Él, siendo un Dios fuerte, alaba en su grado al Superior. Para hablar en resumen, Dios es inefable para su Hijo. Porque él es para sí mismo lo que es (es decir, inefable). De modo que nada de lo que se llama comprensible sabe decirlo; porque es imposible para él investigar al Padre, que es por sí mismo. Porque el Hijo no conoce a su propio Padre, pues, siendo Hijo, existió realmente por voluntad del Padre. ¿Qué argumento, pues, permite que quien procede del Padre conozca a su propio padre por comprensión? Pues es evidente que para lo que tiene un principio no es posible concebir cómo es lo incomenzado, ni captar la idea".
XVI
Lo que escribieron por carta los arrianos al bienaventurado obispo Alejandro de Alejandría decía así:
"A nuestro beato papa y obispo, Alejandro, los presbíteros y diáconos le envían salud en el Señor. Nuestra fe de nuestros antepasados, que también hemos aprendido de ti, bendito papa, es esta: Reconocemos a un solo Dios, el solo ingenuo, el solo eterno, el solo incomenzado, el solo verdadero, el solo que tiene inmortalidad, el solo sabio, el solo bueno, el solo soberano, el juez, gobernador y providencia de todo, inalterable e inmutable, justo y bueno, Dios de la ley y los profetas y del Nuevo Testamento; que engendró a un Hijo unigénito antes de los tiempos eternos, por medio del cual ha hecho los siglos y el universo; y lo engendró, no en apariencia, sino en verdad; y que lo hizo subsistir por su propia voluntad, inalterable e inmutable; criatura perfecta de Dios, pero no como una de las criaturas; descendencia, pero no como una de las cosas engendradas; ni como Valentín pronunció que la descendencia del Padre era un descendiente; ni como Maniqueo enseñó que la descendencia era una porción del Padre, uno en esencia; o como Sabelio, al dividir la mónada, habla de un Hijo y un Padre; ni como Hieracas, de una antorcha de otra, o como una lámpara dividida en dos; ni que Aquel que era antes, fue después engendrado o creado de nuevo en Hijo, como tú también, bendito Papa, en medio de la Iglesia y en sesión has condenado a menudo; sino, como decimos, por voluntad de Dios, creado antes de los tiempos y de los siglos, y recibiendo vida y ser del Padre, que dio subsistencia a sus glorias junto con él. Porque el Padre, al darle la herencia de todas las cosas, no se privó de lo que tiene ingeneradamente en sí mismo, porque él es la fuente de todas las cosas. Así, pues, hay tres subsistencias. Y Dios, siendo la causa de todas las cosas, es incompleto y completamente único, pero el Hijo, siendo engendrado aparte del tiempo por el Padre, y siendo creado y fundado antes de los siglos, no era anterior a su generación, sino que, siendo engendrado aparte del tiempo antes de todas las cosas, solo fue hecho subsistir por el Padre. Porque él no es eterno ni coeterno ni co-iniciado con el Padre, ni tiene su ser junto con el Padre, como algunos hablan de relaciones, introduciendo dos principios ingenerados, sino que Dios es anterior a todas las cosas como mónada y principio de todo. Por lo tanto, también él es anterior al Hijo; como hemos aprendido también de vuestra predicación en medio de la Iglesia. En la medida en que de Dios tiene ser, gloria y vida, y todas las cosas le son entregadas, en tal sentido es Dios su origen. Porque él está por encima de él, como siendo su Dios y antes de él. Pero si los términos de él, y del vientre, y salí del Padre, y he venido (Rm 11,36; Sal 110,3; Jn 16,28), son entendidos por algunos como si significaran como si fuera una parte de él, uno en esencia o como un resultado, entonces el Padre es según ellos compuesto y divisible y alterable y material, y, en lo que respecta a su creencia, tiene las circunstancias de un cuerpo, que es el Dios incorpóreo".
Esto es una parte de lo que Arrio y sus compañeros vomitaron de sus corazones heréticos.
XVII
Antes de que se celebrara el Concilio de Nicea, Eusebio y sus compañeros (Narciso, Patrófilo, Maris, Paulino, Teodoto y Atanasio de Nazaret) hicieron declaraciones similares.
Eusebio de Nicomedia, además, escribió a Arrio en este sentido:
"Ya que tus sentimientos son buenos, ruega que todos los adopten. Es evidente para cualquiera que lo que ha sido hecho no existía antes de su origen, y que lo que llegó a ser tiene un principio de ser".
Eusebio de Cesarea, en una carta al obispo Eufratión, no dudó en decir claramente que Cristo no era verdadero Dios.
Atanasio de Nazaret desenmascaró aún más la herejía, diciendo que el Hijo de Dios era una de las cien ovejas. Y en una carta al obispo Alejandro, tuvo la gran audacia de decir:
"¿Por qué quejarse de Arrio y sus compañeros, porque dicen que el Hijo de Dios es una criatura de la nada y uno entre otros? Porque todos los seres creados están representados en parábolas por las cien ovejas, y el Hijo es uno de ellos. Si, por tanto, las cien ovejas no son creadas ni tienen su origen, o si hay seres además de esas cien ovejas, entonces el Hijo no puede ser una criatura ni uno entre otros; pero si esas cien ovejas tienen su origen y no hay nada más que Dios, ¿qué absurdo dicen Arrio y sus compañeros cuando, al comprender y contar a Cristo entre las cien ovejas, dicen que él es uno entre otros?".
Jorge, que ahora está en Laodicea, y entonces era presbítero de Alejandría y se encontraba en Antioquía, escribió al obispo Alejandro:
"No os quejéis de Arrio y sus compañeros, porque dicen que una vez no existía el Hijo de Dios. Porque Isaías llegó a ser hijo de Amós, y, mientras que Amós existía antes de que Isaías viniera a ser, Isaías no existía antes, sino que llegó a ser después. ¿Por qué os quejáis del obispo Alejandro, diciendo que el Hijo viene del Padre? Pues vosotros tampoco debéis temer decir que el Hijo vino de Dios. Porque si el apóstol escribió que todas las cosas son de Dios (1Cor 11,12), es evidente que todas las cosas están hechas de la nada. Por eso se puede decir que el Hijo también es una criatura y una de las cosas hechas, aunque viene de Dios en el sentido de que todas las cosas vienen y son de Dios".
De tal Jorge, pues, los que estaban de acuerdo con Arrio aprendieron a simular la frase "de Dios", y usarla pero no con buen sentido. El propio Jorge fue depuesto por el obispo alejandrino Alejandro por manifiesta irreligión, aparte de por ser él un simple presbítero.
XVIII
Las declaraciones entre los arrianos eran tales, que parecía como si todos estuvieran en disputa y rivalidad entre sí, lo que hacía que la herejía fuera más irreligiosa y la exhibieran en una forma más desnuda. Y en cuanto a sus cartas, no las tenía a mano para enviártelas; de lo contrario, te habría enviado copias. Si el Señor quiere, esto también lo haré, cuando tenga posesión de ellas.
Un tal Asterio de Capadocia, un sofista de múltiples cabezas, uno de los compañeros de Eusebio, a quien no pudieron promover al clero, por haber hecho sacrificios en la persecución anterior en el tiempo del abuelo de Constancio, escribe, con el apoyo de Eusebio y sus compañeros, un pequeño tratado, que estaba a la altura del crimen de su sacrificio, pero que respondía a sus deseos.
Este Asterio, después de comparar (o más bien preferir) la langosta y la oruga a Cristo, y de decir que la sabiduría en Dios era distinta de Cristo, y que era la creadora tanto de Cristo como del mundo, recorrió las iglesias de Siria y de otros lugares, con presentaciones de Eusebio y sus compañeros, para que, así como una vez intentó negar, ahora pudiera oponerse audazmente a la verdad. El hombre atrevido se inmiscuyó en lugares prohibidos y, sentándose en el lugar del clero, solía leer públicamente este tratado suyo, a pesar de la indignación general. El tratado está escrito en gran extensión, pero algunas partes son las siguientes:
"El bienaventurado Pablo no dijo que predicaba a Cristo, su propio poder o sabiduría (es decir, el de Dios), sino que, sin el artículo poder y sabiduría de Dios (1Cor 1,24), predicó que el poder propio de Dios mismo era distinto, que era connatural y coexistente con él sin origen, generador de Cristo, creador del mundo entero. En efecto, las cosas invisibles de él desde la creación del mundo se ven claramente, siendo entendidas por las cosas que son hechas, incluso su eterno poder y divinidad (Rm 1,20). Porque así como nadie diría que la deidad mencionada allí era Cristo, sino el Padre mismo, así también, según creo, su poder eterno tampoco es el Dios unigénito (Jn 1,18), sino el Padre que lo engendró. Y nos habla de otro poder y sabiduría de Dios, a saber: el que se manifiesta por medio de Cristo, y se da a conocer a través de las obras mismas de su ministerio. Aunque su eterno poder y sabiduría, que la verdad sostiene que no tienen principio ni generación, parecen ciertamente ser uno y el mismo, sin embargo, son muchos esos poderes que son creados uno por uno por él, de los cuales Cristo es el primogénito y unigénito. Sin embargo, todos dependen igualmente de su Poseedor, y todos sus poderes son correctamente llamados suyos, quien los creó y los usa; por ejemplo, el profeta dice que la langosta, que se convirtió en un castigo divino del pecado humano, fue llamada por Dios mismo, no solo un poder de Dios, sino un gran poder (Jl 2,25). También el bendito David en varios de los salmos, invita, no solo a los ángeles, sino también a los poderes a alabar a Dios. Y mientras los invita a todos al himno, nos presenta su multitud, y no está renuente a llamarlos ministros de Dios, y les enseña a hacer su voluntad".
XIX
Estas atrevidas palabras contra el Salvador no contentó a dicho Asterio de Capadocia, sino que fue más allá en las blasfemias, como sigue:
"El Hijo es uno entre otros, pues es el primero de los seres originarios y uno entre las naturalezas intelectuales; y como en las cosas visibles el sol es uno entre los fenómenos y brilla sobre todo el mundo según el mandato de su Hacedor, así también el Hijo, siendo una de las naturalezas intelectuales, ilumina y brilla sobre todos los que están en el mundo intelectual. Antes de que el Hijo naciera, el Padre tenía conocimiento preexistente de cómo generar; pues también un médico, antes de curar, tenía la ciencia de curar. El Hijo fue creado por la benéfica solicitud de Dios; y el Padre lo hizo por la superabundancia de su poder. Si la voluntad de Dios ha impregnado todas las obras sucesivas, ciertamente también el Hijo, siendo una obra, ha llegado a ser y ha sido hecho por su voluntad".
Ahora bien, aunque Asterio fue la única persona que escribió todo esto, Eusebio y sus compañeros sintieron lo mismo en común con él.
XX
Éstas son las doctrinas por las que luchan los arrianos, y por ellas atacan al antiguo concilio, porque sus miembros no propusieron una doctrina semejante, sino que anatematizaron la herejía arriana, que tanto querían recomendar. Por eso pusieron como defensor de su irreligión a Asterio, que se sacrificó, y además era un sofista, para no escatimar en hablar contra el Señor o engañar a los simples con una demostración de razón. Y los hombres superficiales ignoraban que estaban haciendo daño a su propia causa, pues el mal olor del sacrificio idólatra de su defensor delataba aún más claramente que la herejía es enemiga de Cristo.
Ahora, además, las agitaciones y disturbios generales que están provocando son consecuencia de su creencia de que, con sus numerosos asesinatos y sus concilios mensuales, finalmente anularán la sentencia que se ha dictado contra la herejía arriana. Pero aquí también parecen ignorar, o pretender ignorar, que incluso antes de Nicea esa herejía era considerada detestable, cuando Artemas estaba poniendo sus fundamentos, y antes de él la asamblea de Caifás y la de los fariseos sus contemporáneos. Y en todo momento esta pandilla de enemigos de Cristo es detestable, y no dejará de ser odiosa, estando el nombre del Señor lleno de amor, y toda la creación doblando la rodilla y confesando que "Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre" (Flp 2,11).
XXI
Es así como los arrianos han convocado sucesivos concilios contra el Concilio de Nicea. Después del Concilio Niceno, Eusebio y sus compañeros habían sido depuestos; sin embargo, con el tiempo se inmiscuyeron sin vergüenza en las iglesias y comenzaron a conspirar contra los obispos que se les oponían y a sustituir en la Iglesia a hombres de su propia herejía. Así, pensaron celebrar concilios a su antojo, como si contaran con la presencia de aquellos que concordaban con ellos y que habían designado a propósito para este mismo objeto.
En consecuencia, se reunieron en Jerusalén y allí escribieron lo siguiente:
"El Santo Concilio, reunido en Jerusalén por la gracia de Dios, nos ha dado su enseñanza ortodoxa por escrito, que todos nosotros confesamos como sana y eclesiástica. Y él recomendó razonablemente que se los recibiera y se los uniera a la Iglesia de Dios, como sabréis vosotros mismos por la trascripción de la misma epístola, que hemos transmitido a vuestras reverencias. Creemos que vosotros también, como si recobraseis los mismos miembros de vuestro propio cuerpo, experimentaréis gran gozo y alegría al reconocer y recuperar vuestras propias entrañas, vuestros propios hermanos y padres; ya que no sólo se os devuelven los presbíteros, Arrio y sus compañeros, sino también todo el pueblo cristiano y toda la multitud, que por ocasión de los hombres antes mencionados han estado en disensión entre vosotros durante mucho tiempo. Además, sería conveniente, ahora que sabéis con certeza lo que ha sucedido, y que los hombres se han comunicado con nosotros y han sido recibidos por tan grande y santo concilio, que con toda prontitud aclamaseis esta vuestra coalición y paz con vuestros propios miembros, especialmente porque los artículos de la fe que han publicado preservan indiscutiblemente la tradición y enseñanza apostólica universalmente confesada".
XXII
Éste fue el comienzo de sus concilios, y en él se apresuraron a divulgar sus puntos de vista, sin poder ocultarlos. Porque cuando dijeron que habían desterrado toda envidia, y, después de la expulsión de Atanasio, obispo de Alejandría, recomendaron la recepción de Arrio y sus amigos, mostraron que sus medidas contra el mismo Atanasio entonces, y antes contra todos los demás obispos que se les opusieron, tenían por objeto recibir a Arrio y sus compañeros, e introducir la herejía en la Iglesia.
No obstante, aunque en este concilio habían aprobado toda la malignidad de Arrio, y habían ordenado recibir a su partido en la comunión, como habían dado ejemplo, sin embargo, sintiendo que incluso ahora estaban por debajo de sus deseos, convocaron un Concilio de Antioquía bajo el color de la llamada Dedicación y, como eran en general y duradero el odio por su herejía, publicaron diferentes cartas, algunas de este tipo, algunas de aquel y lo que escribieron en una carta fue lo siguiente:
"Nosotros no hemos sido seguidores de Arrio, pues ¿cómo podrían obispos como nosotros seguir a un presbítero? Ni hemos recibido otra fe que la que se nos ha transmitido desde el principio. Mas después de habernos encargado de examinar y verificar su fe, lo admitimos en lugar de seguirlo, como comprenderás por nuestras presentes confesiones. Desde el principio se nos ha enseñado a creer en un solo Dios, el Dios del universo, Creador y conservador de todas las cosas, tanto intelectuales como sensibles. Y en un solo Hijo de Dios, unigénito, que existía antes de todos los siglos, y estaba con el Padre que lo había engendrado, por quien fueron hechas todas las cosas, tanto visibles como invisibles, que en los últimos días según el beneplácito del Padre descendió; y tomó carne de la Virgen, y conjuntamente cumplió toda la voluntad de su Padre, y sufrió y resucitó, y ascendió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y viene de nuevo para juzgar a vivos y muertos, y permanece rey y Dios por todos los siglos. Y creemos también en el Espíritu Santo; y si es necesario añadir, creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna".
XXIII
Pongo también lo que en otra carta publicaron a continuación los obispos en dicha Dedicación, mostrándose insatisfechos con la primera e ideando algo más nuevo y completo:
"Creemos, conforme a la tradición evangélica y apostólica, en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador, hacedor y proveedor del universo, de quien proceden todas las cosas. Y en un solo Señor Jesucristo, su Hijo, Dios unigénito (Jn 1,18), por quien son todas las cosas, el cual fue engendrado antes de todos los siglos del Padre, Dios de Dios, todo de todo, único de único, perfecto de perfecto, Rey de Rey, Señor de Señor, palabra viva, sabiduría viva, luz verdadera, camino, verdad, resurrección, pastor, puerta a la vez inalterable e inmutable, imagen exacta de la deidad, esencia, voluntad, poder y gloria del Padre; el primogénito de toda criatura, que estaba en el principio con Dios, Dios Verbo, como está escrito en el evangelio, y el Verbo era Dios? (Jn 1,1); por quien fueron hechas todas las cosas, y en quien todas las cosas subsisten; quien en los postreros días descendió de lo alto, y nació de una virgen, según las Escrituras, y se hizo hombre, mediador entre Dios y los hombres, y apóstol de nuestra fe, y príncipe de la vida, como dice: He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió (Jn 6,38); quien padeció por nosotros, y resucitó al tercer día, y subió al cielo, y se sentó a la diestra del Padre, y otra vez vendrá con gloria y poder para juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo, el cual es dado a los que creen para consuelo, santificación e iniciación, como también nuestro Señor Jesucristo mandó a sus discípulos, diciendo: Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28,19). Es decir, de un Padre que es verdaderamente Padre, y de un Hijo que es verdaderamente Hijo, y del Espíritu Santo que es verdaderamente Espíritu Santo, no dándose los nombres sin significado o efecto, sino denotando con precisión la subsistencia, rango y gloria peculiares de cada uno que se nombra, de modo que son tres en subsistencia, y de acuerdo uno. Manteniendo esta fe, y manteniéndola en la presencia de Dios y de Cristo, desde el principio hasta el fin, anatematizamos toda heterodoxia herética. Y si alguno enseña, además de la fe sana y correcta de las Escrituras, que el tiempo, la época o la edad, es o ha sido anterior a la generación del Hijo, sea anatema. O si alguno dice que el Hijo es una criatura como una de las criaturas, o un vástago como uno de los vástagos, o una obra como una de las obras, y no los artículos antes mencionados uno tras otro, como han entregado las divinas Escrituras, o si enseña o predica además de lo que hemos recibido, sea anatema. Porque todo lo que ha sido entregado en las divinas Escrituras, ya sea por profetas o apóstoles, lo creemos y seguimos verdadera y reverentemente".
XXIV
Un tal Teofronio, obispo de Tiana, expuso ante todos ellos la siguiente declaración de su fe personal. Y ellos la suscribieron, aceptando la fe de este hombre:
"Dios sabe, a quien llamo testigo sobre mi alma, que así creo: en Dios Padre todopoderoso, Creador y hacedor del universo, de quien proceden todas las cosas. Y en su Hijo unigénito, Verbo, poder y sabiduría, nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas; el cual fue engendrado del Padre antes de los siglos, Dios perfecto de Dios perfecto, y estaba con Dios en la subsistencia, y en los últimos días descendió, y nació de la Virgen según las Escrituras, y se hizo hombre, y padeció, y resucitó de entre los muertos, y ascendió a los cielos, y se sentó a la diestra de su Padre, y viene otra vez con gloria y poder para juzgar a vivos y muertos, y permanece para siempre. Y en el Espíritu Santo, el Paráclito, el Espíritu de verdad (Jn 15,26), el cual también Dios prometió por su profeta derramar (Jl 2,28) sobre sus siervos, y el Señor prometió enviar a sus discípulos; a los cuales también envió, como lo atestiguan los Hechos de los Apóstoles. Pero si alguno enseña o tiene en su mente algo fuera de esta fe, sea anatema; o como Marcelo de Ancira, o Sabelio, o Pablo de Samosata, sea anatema, tanto él mismo como los que se comunican con él".
XXV
En la Dedicación, bajo el consulado de Marcelino y Probino, se reunieron 90 obispos, entre los que se encontraba Constancio. Habiendo llevado así los asuntos en Antioquía en la Dedicación, pensando que su composición era aún deficiente y fluctuando además en sus propias opiniones, volvieron a redactar otro formulario, después de unos meses, profesando la fe, y enviaron a Narciso, Maris, Teodoro y Marcos a la Galia.
Éstos, como enviados por el concilio, entregaron el siguiente documento a Constante Augusto, de bendita memoria, y a todos los que estaban allí:
"Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador y hacedor de todas las cosas; de quien toma nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra (Ef 3,15). Y en su Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, que antes de todos los siglos fue engendrado del Padre, Dios de Dios, luz de luz, por quien fueron hechas todas las cosas en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, siendo palabra, sabiduría, poder, vida y luz verdadera; que en los últimos días se hizo hombre por nosotros, y nació de la Virgen; que fue crucificado, y muerto, y sepultado, y resucitó de entre los muertos al tercer día, y fue llevado arriba al cielo, y se sentó a la diestra del Padre; y ha de venir en la consumación de los siglos a juzgar a vivos y muertos, y a dar a cada uno según sus obras; cuyo reino permanece indisolublemente por los siglos infinitos; porque él estará sentado a la diestra del Padre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Y en el Espíritu Santo. Es decir, el Paráclito, el cual, habiendo prometido a los apóstoles, envió después de su ascensión al cielo, para enseñarles y recordarles todas las cosas; por quien también serán santificadas las almas de los que sinceramente crean en él. Pero aquellos que dicen que el Hijo surgió de la nada o de otra subsistencia y no de Dios, y que hubo un tiempo en que no existía, la Iglesia Católica los considera como extranjeros".
XXVI
Como si no estuvieran satisfechos con esto, volvieron a reunirse después de tres años. Y enviaron a Eudoxio, Martirio y Macedonio de Cilicia, y a algunos otros con ellos, a las partes de Italia, para llevar consigo una fe escrita muy extensamente, con numerosos añadidos además de los que habían llegado antes. Salieron con éstos, como si hubieran ideado algo nuevo. Éstos eran los añadidos:
"Creemos en un solo Dios Padre todopoderoso, Creador y hacedor de todas las cosas, de quien recibe nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra. Y en su Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, que antes de todos los siglos fue engendrado del Padre, Dios de Dios, luz de luz, por quien fueron hechas todas las cosas, en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, siendo palabra y sabiduría y poder y vida y luz verdadera, que en los últimos días se hizo hombre por nosotros, y nació de la Virgen, fue crucificado y muerto y sepultado, y resucitó de entre los muertos al tercer día, y fue llevado arriba al cielo, y se sentó a la diestra del Padre, y viene en la consumación de los siglos a juzgar a vivos y muertos, y a dar a cada uno según sus obras, cuyo reino permanece incesantemente por los siglos infinitos; porque él está sentado a la diestra del Padre no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Y creemos en el Espíritu Santo. Es decir, el Paráclito, que, habiendo prometido a los apóstoles, envió después de la ascensión al cielo, para enseñarles y recordarles todas las cosas; por quien también serán santificadas las almas de los que crean en él sinceramente.
A los que dicen: 1º que el Hijo nació de la nada o de otra subsistencia y no de Dios, y 2º que hubo un tiempo o época en que no existía... la santa Iglesia Católica los considera como extranjeros. Así mismo, a los que dicen: 3º que hay tres dioses; o 4º que Cristo no es Dios, o 5º que antes de los siglos no era Cristo ni Hijo de Dios, o 6º que el Padre y el Hijo o el Espíritu Santo son lo mismo, o 7º que el Hijo es ingenuo, y el Padre lo engendró no por elección o voluntad... la santa Iglesia Católica los anatematiza.
1º Porque no es seguro decir que el Hijo es de la nada (ya que esto no se dice de él en ninguna parte de la Escritura divinamente inspirada), ni tampoco de ninguna otra subsistencia anterior a existir además del Padre, sino que sólo de Dios lo definimos genuinamente como generado. Porque la palabra divina enseña que el Ingenerado e Incomenzado, el Padre de Cristo, es uno.
2º Tampoco podemos, adoptando la posición arriesgada de que "hubo una vez cuando él no era", de fuentes no bíblicas, imaginar un intervalo de tiempo antes de él, sino sólo al Dios que lo ha generado aparte del tiempo; porque por medio de él llegaron a existir tanto los tiempos como las edades. Sin embargo, no debemos considerar al Hijo como co-incomenzado y co-engendrado con el Padre; porque nadie puede ser llamado apropiadamente Padre o Hijo de alguien que es co-incomenzado y co-engendrado con él. Pero reconocemos que el Padre, que es el único Incomenzado e Ingenerado, ha generado de manera inconcebible e incomprensible para todos; y que el Hijo ha sido generado antes de los siglos, y de ninguna manera para ser ingenerado él mismo como el Padre, sino para tener al Padre que lo generó como su principio; porque "la cabeza de Cristo es Dios" (1Cor 11,3).
3º Tampoco, al confesar tres realidades y tres personas en Dios (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), hacemos tres dioses, puesto que reconocemos que el Dios auto-completo e Ingenerado e Incomenzado e Invisible es uno solo, el Dios y Padre (Jn 20,17) del Unigénito, quien solo tiene ser de sí mismo, y solo lo concede a todos los demás generosamente.
4º Tampoco, al decir que el Padre de nuestro Señor Jesucristo es un solo Dios, el único Ingénito, negamos que Cristo también sea Dios antes de los siglos, como los discípulos de Pablo de Samosata, quienes dicen que después de la encarnación, fue hecho Dios por adelantado, de haber sido hecho por naturaleza un mero hombre. Porque reconocemos que, aunque esté subordinado a su Padre y Dios, sin embargo, habiendo sido engendrado por Dios antes de los siglos, es Dios perfecto según la naturaleza y verdadero, y no primero hombre y luego Dios, sino primero Dios y luego hecho hombre por nosotros, y nunca habiendo sido privado del ser.
5º Además, aborrecemos y anatematizamos a quienes pretenden decir que él no es más que la mera palabra de Dios y que no existe, que tiene su ser en otro (a veces como si fuera pronunciado, como dicen algunos, ahora como mental), sosteniendo que él no era Cristo o Hijo de Dios o mediador o imagen de Dios antes de los siglos; sino que primero se convirtió en Cristo e Hijo de Dios, cuando tomó nuestra carne de la Virgen, no hace exactamente cuatrocientos años. Porque quieren que entonces Cristo comenzó su reino, y que tendrá un final después de la consumación de todo y el juicio. Tales son los discípulos de Marcelo y Escotino de Ancira de Galacia, quienes, al igual que los judíos, niegan la existencia de Cristo antes de los siglos, su deidad y su reino eterno, con el pretexto de apoyar la Monarquía divina. Nosotros, por el contrario, lo consideramos no simplemente como la palabra pronunciada o mental de Dios, sino como Dios viviente y palabra, existente en sí mismo, e Hijo de Dios y Cristo, el que es y permanece con su Padre desde antes de los siglos, y no sólo en el conocimiento previo, y le sirve en la creación de todo lo visible e invisible. Porque él es a quien el Padre dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (Gn 1,26), quien también fue visto en su propia persona por los patriarcas, dio la ley, habló por los profetas y, finalmente, se hizo hombre y manifestó a su propio Padre a todos los hombres, y reina por los siglos de los siglos. Porque Cristo no ha tomado ninguna dignidad reciente, sino que hemos creído que es perfecto desde el principio, y similar en todo al Padre.
6º A los que dicen que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son lo mismo, y toman irreligiosamente los tres nombres de una misma realidad y persona, los excluimos con justicia de la Iglesia, porque suponen que el Padre ilimitado e impasible es al mismo tiempo limitado y pasible por su encarnación; pues tales son los que los romanos llaman patripasianos y nosotros sabelianos. Porque reconocemos que el Padre que envió permaneció en el estado peculiar de su divinidad inmutable, y que Cristo, que fue enviado, cumplió la economía de la encarnación.
7º Al mismo tiempo, a los que irreverentemente dicen que el Hijo no ha sido engendrado por elección o voluntad, envolviendo así a Dios con una necesidad que excluye la elección y el propósito, de modo que él engendró al Hijo contra su voluntad, los consideramos como los más irreligiosos y ajenos a la Iglesia; porque se han atrevido a definir tales cosas acerca de Dios, al margen de las nociones comunes acerca de él, más aún, al margen del significado de la Escritura divinamente inspirada. Porque nosotros, sabiendo que Dios es absoluto y soberano sobre sí mismo, tenemos un juicio religioso de que él engendró al Hijo voluntaria y libremente. Sin embargo, como tenemos una creencia reverente en las palabras del Hijo acerca de sí mismo ("el Señor me creó como principio de sus caminos para sus obras"; Prov 8,22), no entendemos que él haya sido originado como las criaturas u obras que por medio de él llegaron a ser. Porque es irreligioso y ajeno a la fe eclesiástica comparar al Creador con las obras creadas por él, y pensar que él tiene la misma manera de origen que el resto. En efecto, la Sagrada Escritura nos enseña con verdad que el Hijo unigénito fue engendrado solo y exclusivamente. Pero al decir que el Hijo está en sí mismo y vive y existe como el Padre, no por eso lo separamos del Padre, imaginando lugar e intervalo entre su unión a modo de cuerpos, sino que creemos que están unidos entre sí sin mediación ni distancia y que existen inseparablemente, pues todo el Padre encierra al Hijo y todo el Hijo cuelga y se adhiere al Padre y solo reposa en el pecho del Padre continuamente. Creyendo, pues, en la tríada perfecta y santísima, es decir, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y llamando al Padre Dios y al Hijo Dios, confesamos en ellos, no dos dioses, sino una sola dignidad de divinidad y una exacta armonía de dominio, siendo el Padre solo cabeza sobre todo el universo en su totalidad y sobre el Hijo mismo, y el Hijo subordinado al Padre; Pero, exceptuando a Cristo, gobierna todas las cosas que han sido creadas por sí mismo y concede a los santos la gracia del Espíritu Santo sin escatimar esfuerzos, según la voluntad del Padre. Los oráculos sagrados nos han transmitido que tal es la relación de la monarquía divina con Cristo.
Además de la fe antes publicada en epítome, nos hemos visto obligados a exponer extensamente, no en ninguna exhibición oficiosa, sino para despejar toda sospecha injusta sobre nuestras opiniones, entre aquellos que ignoran nuestros asuntos: y para que todos en Occidente puedan conocer, tanto la audacia de las calumnias de los heterodoxos, como en cuanto a los orientales, su mente eclesiástica en el Señor, de lo cual las Escrituras divinamente inspiradas dan testimonio sin violencia, donde los hombres no son perversos".
XXVII
Pero ni siquiera así llegaron a esto, pues en Sirmio se volvieron a reunir contra Fotino y allí compusieron de nuevo una doctrina, no tan extensa ni tan llena de palabras, sino que, quitando la mayor parte y añadiendo en su lugar, como si hubieran escuchado las sugerencias de otros, escribieron lo siguiente:
"Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador y hacedor de todas las cosas, de quien toma nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra (Ef 3,15). Y en su Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, que antes de todos los siglos fue engendrado del Padre, Dios de Dios, luz de luz, por quien fueron hechas todas las cosas, en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, siendo Verbo y sabiduría y luz verdadera y vida, que en el último de los días se hizo hombre por nosotros, y nació de la Virgen, y fue crucificado y muerto y sepultado, y resucitó de entre los muertos al tercer día, y fue llevado arriba al cielo, y se sentó a la diestra del Padre, y viene en la consumación de los siglos a juzgar a vivos y muertos, y a dar a cada uno según sus obras; cuyo reino siendo incesante dura por los siglos infinitos; porque él se sentará a la diestra del Padre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Y en el Espíritu Santo. Es decir, el Paráclito, que habiendo prometido a los apóstoles enviar después de su ascensión al cielo, para enseñarles y recordarles todas las cosas, lo envió; por quien también son santificadas las almas de los que sinceramente creen en él.
1º Pero a los que dicen que el Hijo surgió de la nada o de otra subsistencia y no de Dios, y que hubo tiempo o época en que no existía, la Santa y Católica Iglesia los considera como extranjeros.
2º Otra vez decimos: Cualquiera que diga que el Padre y el Hijo son dos dioses, sea anatema.
3º Y cualquiera que, diciendo que Cristo es Dios, Hijo de Dios antes de los siglos, no confiesa que ha servido al Padre en la formación del universo, sea anatema.
4º Cualquiera que se atreva a decir que el Ingénito, o una parte de él, nació de María, sea anatema.
5º Cualquiera que dijere que, según la presciencia, el Hijo es anterior a María, y no que, engendrado del Padre antes de los siglos, estaba con Dios, y que por medio de él se originaron todas las cosas, sea anatema.
6º Cualquiera que pretenda que la esencia de Dios está dilatada o contraída, sea anatema.
7º Cualquiera que dijere que la esencia de Dios al dilatarse hizo al Hijo, o llamare Hijo a la dilatación de su esencia, sea anatema.
8º Cualquiera que llame Hijo de Dios al Verbo mental o pronunciado, sea anatema.
9º Cualquiera que diga que el Hijo de María es sólo hombre, sea anatema.
10º Cualquiera que, hablando de Aquel que es de María Dios y hombre, quiera decir con ello Dios ingenerado, sea anatema.
11º Cualquiera que explicare el "yo soy Dios, el primero y yo el último, y fuera de mí no hay Dios" (Is44,6), no sólo para la negación de los ídolos y de los dioses falsos, sino también para la negación del Unigénito, Dios antes de los siglos, como hacen los judíos, sea anatema.
12º Cualquiera que oiga: "El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14), considere que el Verbo se ha transformado en carne, o diga que ha sufrido una alteración al tomar carne, será anatema.
13º Cualquiera que oiga que el Hijo Unigénito de Dios ha sido crucificado, diga que su divinidad ha sufrido corrupción, o pasión, o alteración, o disminución, o destrucción, sea anatema.
14º Cualquiera que dijere que el "hagamos al hombre" (Gn 1,26) no lo dijo el Padre al Hijo, sino Dios a sí mismo, sea anatema.
15º Cualquiera que diga que Abraham vio, no al Hijo, sino al Dios ingenuo o parte de él, sea anatema.
16º Cualquiera que diga que con Jacob no luchó el Hijo como hombre, sino el Dios ingenuo o parte de él, sea anatema.
17º ¿Quién explique la frase "el Señor hizo llover fuego de parte del Señor"? (Gn 19,24), no del Padre y del Hijo, y diga que él hizo llover de sí mismo, sea anatema. Porque el Hijo, siendo Señor, hizo llover del Padre que es Señor.
18º Cualquiera que, oyendo que el Padre es Señor y el Hijo Señor y el Padre y el Hijo Señor, porque hay Señor de Señor, diga que hay dos dioses, sea anatema. Porque no ponemos al Hijo en el orden del Padre, sino como subordinado al Padre; porque no descendió sobre Sodoma sin la voluntad del Padre, ni llovió de sí mismo, sino del Señor, es decir, del Padre autorizándolo. Ni está sentado a la diestra por sí mismo, sino que oye al Padre que le dice: "Siéntate a mi diestra" (Sal 110,1).
19º Cualquiera que diga que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son una sola persona, sea anatema.
20º Cualquiera que, hablando del Espíritu Santo como Paráclito, se refiera al Dios ingénito, sea anatema.
21º Cualquiera que niegue lo que el Señor nos enseñó, que el Paráclito es otro que el Hijo, porque él dijo que "el Padre os enviará otro Paráclito, a quien yo le pediré" (Jn 14,16), sea anatema.
22º Cualquiera que diga que el Espíritu Santo es parte del Padre o del Hijo, sea anatema.
23º Cualquiera que diga que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres dioses, sea anatema.
24º Cualquiera que dijere que el Hijo de Dios vino a ser por voluntad de Dios, como una de las obras, sea anatema.
25º Quien diga que el Hijo fue engendrado sin que el Padre lo haya querido, sea anatema. Porque el Padre no engendró al Hijo por fuerza, llevado por una necesidad física, como no lo quiso, sino que lo quiso inmediatamente y, después de haberlo engendrado de sí mismo, sin tiempo ni pasión, lo manifestó.
26º Quien diga que el Hijo no tiene principio y es ingénito, como si hablara de dos ingénitos y creara dos dioses, sea anatema. Porque el Hijo es la cabeza (es decir, el principio de todo), y Dios es la cabeza (es decir, el principio de Cristo). Así, a un principio ingénito del universo, religiosamente referimos todas las cosas por medio del Hijo.
27º Cualquiera que no diga que Cristo es Dios, Hijo de Dios, existente antes de los siglos, cooperador del Padre en la formación del universo, sino que desde el tiempo en que nació de María, de allí en adelante, fue llamado Cristo e Hijo, sea anatema".
XXVIII
Dejando todo esto de lado, como si hubieran descubierto algo mejor, proponen otra fe y escriben en Sirmio en latín lo que aquí se traduce al griego. Aunque parecía bueno que hubiera alguna discusión acerca de la fe, todos los puntos fueron cuidadosamente investigados y discutidos en Sirmio en presencia de Valente, Ursacio, Germinio y el resto. Éstos fueron los puntos aprobados:
"Se tiene por cierto que hay un solo Dios, Padre todopoderoso, como también se predica en todo el mundo. Y su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, engendrado de él antes de los siglos; y para que no hablemos de dos dioses, pues el Señor mismo dijo: Voy a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios (Jn 20,17). Por eso es Dios de todos, como también enseñó el apóstol: ¿Es Dios sólo de los judíos? ¿No es también de los gentiles? Sí, también de los gentiles; porque hay un solo Dios, que justificará por la fe a los de la circuncisión, y por la fe a los de la incircuncisión (Rm 3,29-30); y todo lo demás concuerda y no tiene ambigüedad. Pero como a muchas personas les preocupan las cuestiones sobre lo que en latín se llama sustancia, pero en griego usía, es decir, para que se entienda mejor, lo que se llama coesencial o lo que se llama semejanza, no debe mencionarse ninguna de estas cosas ni exponerse en la Iglesia, por esta razón y por esta consideración, porque en la divina Escritura nada está escrito sobre ellas, y están por encima del conocimiento y la comprensión de los hombres; y porque nadie puede declarar la generación del Hijo, como está escrito: ¿Quién contará su generación? (Is 53,8). Porque es evidente que sólo el Padre sabe cómo engendró al Hijo, y también el Hijo cómo ha sido engendrado por el Padre. Y nadie puede dudar de que el Padre es mayor: porque nadie puede dudar de que el Padre es mayor en honor, dignidad y divinidad, y en el mismo nombre de Padre, el Hijo mismo testifica: El Padre que me envió es mayor que yo (Jn 10,29; 14,28). Nadie ignora que es doctrina católica que hay dos personas de Padre e Hijo, y que el Padre es mayor, y el Hijo subordinado al Padre junto con todas las cosas que el Padre le ha subordinado, y que el Padre no tiene principio, y es invisible, inmortal e impasible; pero que el Hijo ha sido engendrado del Padre, Dios de Dios, luz de luz, y que su origen, como se ha dicho, nadie lo conoce, sino solo el Padre. Y que el Hijo mismo y nuestro Señor y Dios, tomó carne (es decir, un cuerpo; es decir, un hombre), de María la Virgen, como el ángel predicó de antemano; y como enseñan todas las Escrituras, y especialmente el mismo apóstol, doctor de los gentiles, Cristo tomó hombre de María la Virgen, por quien ha padecido. Y toda la fe se resume y se asegura en esto, que una Trinidad debe conservarse siempre, como leemos en el evangelio (Id y bautizad a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; Mt 28,19). Y completo y perfecto es el número de la Trinidad; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, enviado por medio del Hijo, vino según la promesa, para enseñar y santificar a los apóstoles y a todos los creyentes".
XXIX
Después de redactar esto, y descontentos, compusieron la fe que, para su vergüenza, exhibieron en el consulado. Y como es su costumbre, condenaron también esto, hicieron que el notario Martiniano se lo confiscara a las partes que tenían las copias. Y habiendo conseguido que el emperador Constancio emitiera un edicto contra él, formaron otro dogma de nuevo y, con la adición de ciertas expresiones, según su costumbre, escribieron así en Isauria:
"No nos negamos a presentar la fe auténtica publicada en la Dedicación de Antioquía, aunque ciertamente nuestros padres en ese momento se reunieron para un tema particular bajo investigación. Pero como coesencial y semejante en esencia han preocupado a muchas personas en tiempos pasados y hasta el día de hoy, y como además se dice que algunos recientemente han inventado la diferencia del Hijo con el Padre, por su cuenta rechazamos coesencial y semejante en esencia como ajenos a las Escrituras, pero diferente anatematizamos, y consideramos a todos los que lo profesan como ajenos a la Iglesia. Y confesamos claramente la semejanza del Hijo con el Padre, según el apóstol, que dice del Hijo: ¿Quién es la imagen del Dios invisible? (Col 1,15). Y confesamos y creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y creemos también en nuestro Señor Jesucristo, su Hijo, engendrado de él impasible antes de todos los siglos, Dios Verbo, Dios de Dios, Unigénito, luz, vida, verdad, sabiduría, poder, por quien fueron hechas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles. Él, como creemos, al fin del mundo, para abolir el pecado, tomó carne de la Santísima Virgen, y se hizo hombre, y padeció por nuestros pecados, y resucitó, y fue llevado al cielo, y está sentado a la derecha del Padre, y vendrá de nuevo en gloria, para juzgar a vivos y muertos. Creemos también en el Espíritu Santo, a quien nuestro Salvador y Señor llamó Paráclito, habiendo prometido enviarlo a los discípulos después de su partida, como lo envió; por medio del cual santifica a los que en la Iglesia creen y son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia Católica considera extraños a quienes predican algo distinto de esta fe. Y lo que es equivalente a esta fe, lo que se publicó recientemente en Sirmio con la sanción de la religiosidad del emperador, es evidente para todos los que lo leen".
XXX
Habiendo escrito así en Isauria, subieron a Constantinopla y allí, como si no estuvieran satisfechos, lo cambiaron, como es su costumbre, y con algunas pequeñas adiciones contra el uso incluso de subsistencia del Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo transmitieron a los de Arimino y obligaron incluso a los de dichas partes a suscribirlo, y a los que los contradecían los expulsaron por Constancio. Y dice así:
"Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, de quien proceden todas las cosas. Y en el unigénito Hijo de Dios, engendrado de Dios antes de todos los siglos y antes de todo principio, por quien todas las cosas fueron hechas, visibles e invisibles, y engendrado como unigénito, solo del Padre solo, Dios de Dios, como el Padre que lo engendró según las Escrituras; cuyo origen nadie conoce, sino sólo el Padre que lo engendró. Él, como reconocemos, el Unigénito Hijo de Dios, el Padre lo envió, vino aquí de los cielos, como está escrito, para la destrucción del pecado y de la muerte, y nació del Espíritu Santo, de María la Virgen según la carne, como está escrito, y se reunió con los discípulos, y habiendo cumplido toda la economía según la voluntad del Padre, fue crucificado y muerto y sepultado y descendió a las partes debajo de la tierra; ante el cual se estremeció el mismo hades; quien también resucitó de los muertos al tercer día, y permaneció con los discípulos; y cumplidos los cuarenta días, fue recibido arriba en los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, para venir a la gloria del Padre, en el último día de la resurrección, para pagar a cada uno conforme a sus obras. Y en el Espíritu Santo, a quien el mismo Hijo unigénito de Dios, Cristo, nuestro Señor y Dios, prometió enviar a la raza humana, como Paráclito, como está escrito (el Espíritu de verdad; Jn 16,13), el cual les envió cuando subió a los cielos. Mas el término esencia, que los padres pusieron con sencillez y que, al ser desconocido por el pueblo, causaba escándalo porque no lo contienen las Escrituras, ha parecido bueno abolirlo y no mencionarlo en lo sucesivo, ya que las Sagradas Escrituras no mencionan la esencia del Padre y del Hijo. Porque tampoco debe mencionarse la subsistencia en relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero decimos que el Hijo es como el Padre, como dicen y enseñan las Sagradas Escrituras; y todas las herejías, tanto las que ya han sido condenadas como las que son de fecha moderna, que sean contrarias a esta afirmación publicada, sean anatema".
XXXI
Cuando descendieron de Constantinopla a Antioquía, se sintieron descontentos de haber escrito que el Hijo era "como el Padre", como dicen las Escrituras, y, poniendo sus ideas por escrito, comenzaron a volver a sus primeras doctrinas, y dijeron que "el Hijo es totalmente distinto del Padre" y que "el Hijo no es en nada como el Padre", y tanto cambiaron, que admitieron a los que decían la doctrina arriana abiertamente y les entregaron las iglesias con licencia para presentar palabras de blasfemia con impunidad.
Por la extrema desvergüenza de su blasfemia, todos los anomeanos los llamaron también Exucontiano, y el herético Constancio como patrón de su irreligión, quien, persistiendo hasta el final en la irreligión y a punto de morir, creyó bueno ser bautizado; no, sin embargo, por hombres religiosos, sino por Euzoio, quien por su arrianismo había sido depuesto, no una, sino muchas veces, tanto cuando era diácono como cuando estaba en la sede de Antioquía.
XXXII
Los partidos antes mencionados habían procedido hasta aquí, cuando fueron detenidos y destituidos. Pero bien sé que ni siquiera en estas circunstancias se detendrán, cuantos ahora han disimulado, sino que siempre estarán formando partidos contra la verdad, hasta que vuelvan en sí y digan: "Levantémonos y vayamos a nuestros padres, y les diremos: Anatematizamos la herejía arriana y reconocemos el Concilio de Nicea", porque contra esto es contra lo que luchan.
¿Quién, entonces, con tan poca comprensión, los soportará por más tiempo? ¿Quién, al oír que en cada Concilio se quitan algunas cosas y se añaden otras, se da cuenta de que su mente es inconstante y traidora contra Cristo? ¿Quién, al verlos encarnar con tanta extensión tanto sus profesiones de fe como su propia exculpación, no ve que están dando sentencia contra sí mismos y escribiendo con mucho esmero que puede ser susceptible de seducir a los simples por su ostentación oficiosa y abundancia de palabras y ocultar lo que son en cuanto a herejía?
Con todo, así como a los paganos, aunque usen palabras vanas en sus oraciones (Mt 6,7), de nada les sirve, así también a los arrianos, después de toda esta efusión, no pudieron apagar el juicio pronunciado contra la herejía arriana, sino que fueron condenados y depuestos en su lugar. Y con razón, porque ¿cuál de sus fórmulas debe ser aceptada por el oyente? ¿O con qué confianza serán catequistas para quienes acudan a ellos?
Además, si todas estas fórmulas tienen un solo y mismo significado, ¿para qué sirven muchas? Si ha surgido la necesidad de tantas, se sigue que cada una por sí sola es deficiente, no completa. Por eso los arrianos captaron este punto mejor que nosotros, innovando sobre todas ellas y rehaciéndolas. El número de sus concilios y la diferencia de sus declaraciones es una prueba de que los que estuvieron presentes en ellos, aunque estaban en desacuerdo con los nicenos, son todavía demasiado débiles para dañar la verdad.
C
La discusión de los términos esencia y coesencial
Consideraciones sobre el sentido, y no sobre la redacción. El significado de los símbolos. La cuestión de estar o no en la Escritura. Las dudas de lo coesencial. El término "similar en esencia". Rechazo del término coesencial por parte de Nicea. Condena a Pablo de Samosata. Intervención de Dionisio de Alejandría. Intervención de Unoriginate. Recurso a Ignacio y otros. Razones y objeciones a lo coesencial. Documentos adicionales del Concilio de Arimino
XXXIII
Procedamos a averiguar ahora a qué absurdo vieron los arrianos, o de qué se quejaron en las frases aceptadas, con las que demostraron ser desobedientes a los padres (Rm 1,30) y se opusieron al Concilio Ecuménico de Nicea.
Los términos esencia y coesencial, dicen los arrianos, "no nos agradan, porque son una ofensa para algunos y una molestia para muchos". Esto es lo que alegan en sus escritos. Pero se les puede responder razonablemente de esta manera: si las mismas palabras fueron por sí mismas una causa de ofensa para ellos, debe haberse seguido, no que sólo algunos se hubieran ofendido y muchos se hubieran preocupado, sino que también nosotros y todos los demás nos hubiéramos visto afectados por ellas de la misma manera.
Si, por el contrario, todos estuvieran contentos con las palabras, y quienes las escribieron no fueran personas comunes, sino hombres que vinieron de todo el mundo (y de esto dan testimonio los 400 obispos que se reunieron en Arimino), ¿no prueba esto claramente contra los que acusan al concilio que no son los términos los que están equivocados, sino la perversidad de quienes los malinterpretan? ¿Y cuántos hombres leen erróneamente la Sagrada Escritura y, al concebirla así, critican a los santos?
Tales fueron los antiguos judíos, que rechazaron al Señor, y los actuales maniqueos, que blasfeman la ley; sin embargo, no son las Escrituras la causa para ellos, sino sus propios malos humores. Si, por tanto, puedes demostrar que los términos son realmente incorrectos, hazlo y deja que la prueba continúe, y abandona la pretensión de ofensa creada, para que no caigas en la condición de los antiguos fariseos. Porque cuando ellos fingieron ofenderse por la enseñanza del Señor, él dijo: "Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será desarraigada" (Mt 15,13). Con esto demostró que no eran las palabras del Padre plantadas por él las que realmente los ofendían, sino que ellos malinterpretaban lo que se decía bien y se ofendían a sí mismos. Y de la misma manera, aquellos que en ese momento culparon a las epístolas del apóstol, no acusaron a Pablo, sino a sus propios conocimientos deficientes y mentes distorsionadas.
XXXIV
Responded, pues, arrianos, a esta pregunta: ¿Quiénes son aquellos a quienes pretendéis ofender y perturbar por estas palabras? Ninguno de los que son religiosos hacia Cristo, sino que, por el contrario, las defienden y las mantienen. Pero si son arrianos los que piensan así, ¿qué tiene de extraño que se sientan afligidos por palabras que destruyen su herejía? Pues no son las palabras las que les ofenden, sino la proscripción de su irreligión lo que les aflige. Por tanto, no murmuremos más contra los padres ni hagamos semejantes pretensiones, porque, de lo contrario, os quejaréis de la cruz del Señor, porque es "una ofensa para los judíos y una locura para los gentiles", como dice el apóstol (1Cor 1,23-24).
Como la cruz no es defectuosa, pues para nosotros los que creemos en ella es "Cristo, poder de Dios y sabiduría de Dios", aunque los judíos deliren, así tampoco son defectuosas las palabras de los padres, sino útiles para los que leen honestamente y subversivas de toda irreligión, aunque los arrianos estallen de ira al ser condenados por ellos. Puesto que, pues, la pretensión de que las personas se sienten ofendidas no se sostiene, decidnos vosotros mismos, ¿por qué no os agrada la frase "de la esencia" (esto debe ser indagado primero), cuando vosotros mismos habéis escrito que el Hijo es engendrado del Padre?
Si cuando nombráis al Padre, o usáis la palabra Dios, no denomináis esencia, oh arrianos, y denomináis algo diferente acerca de él, por no decir inferior, entonces no debisteis haber escrito que el Hijo era del Padre, sino de lo que es acerca de él o en él. Y así, si os negáis a decir que Dios es verdaderamente Padre y hacéis que sea compuesto, aunque sea simple, de un modo material, seréis autores de una nueva blasfemia. Con tales ideas, debéis considerar necesariamente el Verbo y el título de Hijo no como una esencia, sino como un nombre solamente, y, en consecuencia, mantener vuestras propias opiniones en cuanto a los nombres solamente, y hablar, no de lo que creéis que existe, sino de lo que pensáis que no existe.
XXXV
El asunto se volvió más parecido al crimen de los saduceos, y de aquellos entre los griegos que tenían el nombre de ateos, que a un asunto cristiano. Porque de ello se siguió la negación incluso de la obra creadora de Dios mismo, al decirse que Padre y Dios no significan la esencia misma de Aquel que es, sino algo diferente, que tú imaginas: lo cual es irreligioso y lo más chocante incluso de pensar.
Si, cuando oímos decir "yo soy el que soy", y "en el principio creó Dios los cielos y la tierra", y "el Señor nuestro Dios es un solo Señor", y "así dice el Señor todopoderoso" (Ex 3,14; Gn 1,1; 1Cor 12,13; Dt 6,4), no entendemos otra cosa que la esencia misma, muy simple, bendita e incomprensible de Aquel que es (pues aunque no podamos comprender lo que él es, sin embargo, al oír Dios, y Padre, y todopoderoso, no entendemos otra cosa que la esencia misma de Aquel que es); y si tú también has dicho que el Hijo es de Dios, se sigue que has dicho que él es de la esencia del Padre.
Las Escrituras dicen que el Señor es Hijo del Padre, y el Padre mismo las precede, así que ¿quién dice "éste es mi Hijo amado"; Mt 3,17)? Y si un hijo no es otra cosa que la descendencia de su padre, ¿no es evidente que los padres han dicho adecuadamente que el Hijo es de la esencia del Padre? Considerando que es todo lo mismo decir correctamente "de Dios" y decir "de la esencia".
En efecto, aunque se diga que todas las criaturas proceden de Dios, no proceden de Dios como el Hijo, pues no son descendientes de Dios, sino obras. Así, se dice que en el principio Dios no generó, sino que "Hizo el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Tampoco se dice "quien genera", sino "quien hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llama de fuego" (Sal 104,4). Por otro lado, aunque el apóstol dijo "un solo Dios, de quien proceden todas las cosas" (1Cor 8,6), no lo dice como si relacionara al Hijo con otras cosas, sino que, mientras algunos griegos consideran que la creación se mantuvo unida por casualidad y por la combinación de átomos, y espontáneamente a partir de elementos de estructura similar, y no tiene causa; y otros consideran que proviene de una causa, pero no por la Palabra.
No obstante, cada hereje ha imaginado las cosas a su voluntad, y cuenta sus fábulas sobre la creación. Por esta razón el apóstol se vio obligado a introducir "de Dios", para poder así certificar al Creador, y mostrar que el universo fue formado por su voluntad. Y en consecuencia, inmediatamente procede: "Y un Señor Jesucristo, por medio del cual todas las cosas" (1Cor 8,6), a modo de exceptuar al Hijo de ese todo (porque lo que se llama obra de Dios, todo se hace por medio del Hijo; y no es posible que las cosas formadas tengan un origen con su Creador), y a modo de enseñar que la frase "de Dios", que aparece en el pasaje, tiene un sentido diferente en el caso de las obras, del que tiene cuando se usa del Hijo; porque él es descendencia, y ellas son obras: y por lo tanto él, el Hijo, es la descendencia propiamente dicha de Su esencia, pero ellas son obra de su voluntad.
XXXVI
El Concilio de Nicea, pues, comprendiendo esto, y sabiendo que la misma palabra tiene un sentido distinto, para que nadie suponga que el Hijo procede de Dios, como la creación, escribió con mayor claridad que el Hijo procede de la esencia, pues esto indica la verdadera autenticidad del Hijo para con el Padre, mientras que con la simple expresión «de Dios» sólo se significa la voluntad del Creador en la creación.
Si los arrianos tenían este sentido al escribir que el Verbo procede del Padre, no tenían nada de qué quejarse ante el concilio. Mas si entendían "de Dios" en el caso del Hijo, como se usa en el caso de la creación, entonces en el caso de entenderlo en el caso de la creación, no deberían nombrar al Hijo, pues estarían mezclando manifiestamente la blasfemia con la religiosidad; sino que o bien deben dejar de contar al Señor entre las criaturas, o al menos abstenerse de afirmaciones indignas e impropias acerca del Hijo. Si es Hijo, no es criatura; pero si es criatura, no es Hijo.
Puesto que así piensan los arrianos, quizás también nieguen el lavacro, porque se administra al Padre y al Hijo, y no al Creador y a la criatura, como ellos lo consideran. Pero, dicen, "todo esto no está escrito", y "rechazamos estas palabras como antibíblicas". Pero esto, de nuevo, es una excusa descarada en sus bocas. Porque si piensan que debe rechazarse todo lo que no está escrito, ¿por qué, cuando el partido arriano inventa semejante montón de frases, que no son de la Escritura, "de la nada", "el Hijo no existía antes de su generación", "una vez no existía", "él es alterable", "el Padre es inefable e invisible para el Hijo", y "el Hijo ni siquiera conoce su propia esencia"?
¿Y por qué, en lugar de hablar contra todo lo que Arrio ha vomitado en su Talía, que es ligera e irreligiosa, se ponen de su parte y por eso se oponen a sus propios padres? ¿Y en qué Escritura encontraron, por su parte, la palabra inoriginado, el término esencia, "hay tres subsistencias", "Cristo no es Dios verdadero", "es una de las cien ovejas", "la sabiduría de Dios es ingenua y sin principio, pero las potencias creadas son muchas, de las cuales Cristo es una"? ¿O cómo, cuando en la llamada Dedicación, Acacio, Eusebio y sus compañeros usaron expresiones que no están en la Escritura y dijeron que «el Primogénito de la creación era la imagen exacta de la esencia, el poder, la voluntad y la gloria», se quejan de los padres, por hacer mención de expresiones no bíblicas, y especialmente de la esencia?
En definitiva, los arrianos deberían quejarse de sí mismos, en vez de encontrar falta alguna en los padres conciliares.
XXXVII
Si los arrianos se excusaron de las expresiones del concilio, tal vez se podría haber atribuido a la ignorancia o a la cautela. No hay duda, por ejemplo, de Jorge de Capadocia, que fue expulsado de Alejandría; un hombre sin carácter en años pasados, ni cristiano en ningún sentido; sino que sólo pretendía llevar el nombre de acuerdo con los tiempos, y pensaba que la religión es un medio de ganancia (1Tm 6,5). Por tanto, no hay razón para quejarse de que cometa errores sobre la fe, considerando que no sabe ni lo que dice ni lo que afirma; sino que, según el texto, "va tras todo, como un pájaro" (1Tm 1,7; Prov 7,22-23).
Cuando Acacio, Eudoxio y Patrófilo dicen esto, ¿no merecen la reprobación más severa? En efecto, mientras escriben cosas que no son bíblicas y han aceptado muchas veces el término esencia como adecuado, especialmente sobre la base de la carta de Eusebio, ahora censuran a sus predecesores por usar términos del mismo tipo. Es más, aunque ellos mismos digan que el Hijo es "Dios de Dios", "palabra viva", "imagen exacta de la esencia del Padre", acusan a los obispos de Nicea de decir que Aquel que fue engendrado es "de la esencia" de Aquel que lo engendró y coesencial con él.
Con todo, ¿qué tiene de extraño que estén los arrianos en conflicto con sus predecesores y sus propios padres, cuando son incompatibles entre sí y se enfrentan entre sí? Pues después de haber publicado en la llamada Dedicación de Antioquía que el Hijo es la imagen exacta de la esencia del Padre, y de haber jurado que así lo sostenían y de haber anatematizado a los que sostenían lo contrario, en Isauria escribieron: "No rechazamos la fe auténtica publicada en la Dedicación de Antioquía", donde se introdujo el término «esencia», como si olvidaran todo esto, poco después, en la misma Isauria, pusieron por escrito lo contrario, diciendo: "Rechazamos los términos coesencial y semejante en esencia como ajenas a las Escrituras, y abolimos el término esencia, por no estar contenido en ellas".
XXXVIII
¿Podemos, pues, tener por cristianos a estos hombres? ¿O qué clase de fe tienen aquellos que no se atienen a las palabras ni a los escritos, sino que todo lo modifican y cambian según los tiempos? Además, oh Acacio y Eudoxio, no rechazáis la fe publicada en la Dedicación, en la que está escrito que el Hijo es la imagen exacta de la esencia de Dios, ¿por qué escribís en Isauria: "Rechazamos lo semejante en esencia"? Pues si el Hijo no es semejante al Padre según la esencia, ¿cómo es que es la imagen exacta de la esencia? Y si no estáis satisfechos con haber escrito la imagen exacta de la esencia, ¿cómo es que anatematizáis a los que dicen que el Hijo es desemejante?
En efecto, si no fuese el Hijo semejante al Padre según la esencia, sería ciertamente desemejante, y lo desemejante no puede ser una imagen. Y si fuese así, entonces no se sostendría que "quien ha visto al Hijo, ha visto al Padre"? (Jn 14,9), al existir la mayor diferencia posible entre ellos, o ser uno totalmente distinto del otro.
Así pues, lo distinto no puede ser llamado semejante, así que ¿con qué artificio llamáis semejante, oh arrianos, a lo distinto, y consideráis que lo semejante es distinto, y pretendéis decir que el Hijo es la imagen del Padre? Pues si el Hijo no es semejante al Padre en esencia, a la imagen le falta algo, y no es una imagen completa, ni un resplandor perfecto. ¿Cómo, pues, leéis que "en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad" y "de su plenitud recibimos todos" (Col 2,9; Jn 1,16)? ¿Cómo es que expulsáis al arriano Acacio como hereje, aunque decís lo mismo con él? Pues él es vuestro compañero, oh arrianos, y se convirtió en el maestro de Eudoxio en esta tan gran irreligión.
Ésta fue la razón por la cual el obispo Leoncio hizo diácono a Acacio, para que, usando el nombre del diaconado como piel de oveja, pudiera con impunidad derramar palabras de blasfemia.
XXXIX
¿Qué os ha llevado, pues, oh arrianos, a contradeciros, y a procuraros tan gran deshonra? Porque no podéis dar buena razón de ello, y sólo os queda esta suposición: que todo lo que hacéis es una simulación para aseguraros el patrocinio de Constancio, y las ganancias que de él se derivan.
De hecho, oh arrianos, no os atrevéis a acusar a los padres, y os quejáis abiertamente de que las expresiones no son bíblicas. Como está escrito, "abrís las piernas a todo el que pasaba" (Ez 16,25), de modo que podéis cambiar tan a menudo como queráis a quién os paga y os mantiene. Sin embargo, aunque un hombre utilice términos que no están en las Escrituras, no hay diferencia alguna en que su significado sea religioso. Pero al hereje, aunque utilice términos bíblicos, por ser igualmente peligroso y depravado, se le preguntará con las palabras del Espíritu: "¿Por qué predicas mis leyes y tomas mi pacto en tu boca?" (Sal 50,16).
Así, mientras que el diablo, aunque habla desde las Escrituras, es silenciado por el Salvador, el bienaventurado Pablo, aunque habla desde escritores profanos ("los cretenses son siempre mentirosos", y "porque somos su linaje", y "las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres"), sin embargo tiene un significado religioso, por ser santo es "doctor de las naciones, en fe y verdad", por tener "la mente de Cristo" (Tt 1,12; Hch 17,28; 1Cor 15,33; 1Tm 2,7; 1Cor 2,16), y lo que habla, lo pronuncia religiosamente.
¿Qué hay, pues, de plausible en los términos arrianos, en que la oruga (Jl 2,25) y la langosta se prefieran al Salvador, y se le injurie con "una vez no eras", "fuiste creado", "eres extraño a Dios en esencia", y, en una palabra, no deje de usar entre ellos ninguna irreverencia? Pero ¿qué omitieron los padres en cuanto a la reverencia? O mejor aún, ¿no tienen una visión elevada y una religiosidad amante de Cristo? Sin embargo, escribieron "rechazamos a estos", mientras que a aquellos otros los soportan en sus insultos hacia el Señor y delatan a todos los hombres que no por otra razón se oponen a ese gran concilio, sino porque condenó la herejía arriana.
Fue por esta razón por la que los arrianos empezaron a hablar contra el término coesencial, sobre el cual también abrigaban sentimientos equivocados.
Si la fe de los arrianos fuera correcta, y confesaran al Padre como verdaderamente Padre, creerían que el Hijo es Hijo genuino, y por naturaleza verdadera palabra y sabiduría del Padre. Y en cuanto a decir que el Hijo es 'de Dios', si no usaran las palabras de él como de sí mismos, sino que lo entendieran como la descendencia apropiada de la esencia del Padre, como el resplandor es de la luz, no todos habrían encontrado faltas en los padres, sino que habrían estado seguros de que el concilio escribió adecuadamente, y que esta es la fe correcta acerca de nuestro Señor Jesucristo.
XL
Decían los arrianos que el sentido de tales expresiones resultaba oscuro, y que "las rechazamos porque no podemos comprender su significado". Pero si fueran verdaderos en esta profesión, en lugar de decir "las rechazamos", deberían pedir una mayor instrucción e informarse mejor sobre ellas.
No obstante, de ser esto así deberían rechazar también los arrianos todo lo que no pueden entender en las Sagradas Escrituras, y criticar a los profetas. Pero esto sería más una aventura de herejes que de nosotros los cristianos, porque lo que no entendemos en los oráculos sagrados, en lugar de rechazarlo, lo buscamos en personas a quienes el Señor lo ha revelado y de ellas pedimos instrucción.
Y si lo que resulta oscuro son las expresiones, que también anatematicen los arrianos que "el Hijo es de la nada", y que "no existía antes de su generación", y que "la palabra de Dios es criatura y obra", y que "es alterable por naturaleza" y "de otra subsistencia". En una palabra, que anatematicen la herejía arriana, que ha originado tanta irreligión. Y que no digan más "rechazamos los términos", sino que "todavía no los entendemos", para tener alguna razón que mostrar para rechazarlos.
Sé bien, y estoy seguro, y ellos también lo saben, que si pudieran confesar todo esto, y anatematizar la herejía arriana, ya no negarían esos términos del concilio. Por eso los padres, después de haber declarado que el Hijo fue engendrado de la esencia del Padre y es coesencial con él, añadieron: "A los que dicen (lo que acabamos de citar, los símbolos de la herejía arriana) los anatematizamos", para demostrar que las afirmaciones son paralelas y que los términos del Credo implican las renuncias adjuntas, y que todos los que confiesan los términos entenderán con certeza las renuncias. Pero aquellos que disienten de lo último y impugnan lo primero, esos hombres son, por todos lados, enemigos de Cristo.
XLI
Con estas breves observaciones, queda bien claro quiénes niegan por completo el Concilio de Nicea, y el por qué.
Sin embargo, quienes aceptan todo lo que se definió en Nicea, y dudan tan sólo de lo coesencial, no deben ser tratados como enemigos, ni tachados de arriomaníacos, ni de adversarios de los padres. Con ellos hemos de discutir como de hermanos a hermanos, pues piensan lo mismo que nosotros y sólo disputan sobre la palabra. Además, éstos confiesan que el Hijo procede de la esencia del Padre y no de otra subsistencia, y que no es criatura ni obra, sino su descendencia genuina y natural, y que está eternamente con el Padre como su Palabra y Sabiduría, no están lejos de aceptar incluso el término coesencial. Tal es el caso de Basilio, que escribió desde Ancira sobre la fe.
En efecto, decir simplemente "semejante en esencia" está muy lejos de significar "de la esencia", con lo que, como dicen ellos mismos, se significa más bien la autenticidad del Hijo con respecto al Padre. Así, el estaño sólo es semejante a la plata, el lobo a un perro y el latón dorado al metal verdadero; pero el estaño no procede de la plata, ni el lobo podría considerarse descendiente de un perro. Pero, puesto que dicen que él es "de la esencia" y "semejante en esencia", ¿qué significan con estas palabras, sino coesencial?
En efecto, si bien decir simplemente "semejante en esencia " no significa necesariamente "de la esencia", por el contrario, decir coesencial significa el significado de ambos términos, "semejante en esencia" y "de la esencia". Por consiguiente, ellos mismos, en controversia con aquellos que dicen que el Verbo es una criatura, en lugar de admitir que él es el Hijo genuino, han tomado sus pruebas contra ellos de ilustraciones humanas de hijo y padre, con esta excepción de que Dios no es como hombre, ni la generación del Hijo como descendencia del hombre, sino tal como puede atribuirse a Dios, y es adecuado para que nosotros pensemos.
Así, han llamado al Padre la fuente de la sabiduría y de la vida, y al Hijo el resplandor de la luz eterna, y la descendencia de la fuente, como él dice: "Yo soy la vida", y: "Yo, la Sabiduría, habito con la Prudencia" (Jn 14,6; Prov 8,12). Pero el resplandor de la luz, y la descendencia de la fuente, y el Hijo del Padre, ¿cómo pueden ser expresados tan adecuadamente como coesenciales? ¿Y hay alguna causa de temor, no sea que, porque la descendencia de los hombres es coesencial, el Hijo sea coesencial?
Por otra parte, llamar al Hijo como coesencial, ¿lleva a considerarle también como un hijo humano? ¡De ningún modo! No es así, pero la explicación es fácil. Porque el Hijo es la palabra y la sabiduría del Padre, de donde aprendemos la impasibilidad e indivisibilidad de tal generación del Padre. Porque ni siquiera la palabra del hombre es parte de él, ni procede de él según la pasión; mucho menos la palabra de Dios, a quien el Padre ha declarado ser su propio Hijo, para que, por otra parte, si solo oyéramos palabra, no supusiéramos que él, tal como es la palabra del hombre, es impersonal; sino que, al oír que él es Hijo, podamos reconocerlo como Palabra viviente y Sabiduría sustancial.
XLII
Así como cuando decimos descendencia no tenemos pensamientos humanos y, aunque sabemos que Dios es Padre, no tenemos ideas materiales acerca de él, sino que, al escuchar estas ilustraciones y términos, pensamos adecuadamente en Dios, pues no es como un hombre... de la misma manera, cuando oímos hablar de coesencial, debemos trascender todo sentido y, según el proverbio, "entender con el entendimiento lo que se nos presenta" (Prov 23,1), de modo que sepamos que él no es genuino del Padre por voluntad, sino en verdad, como la vida de la fuente y el resplandor de la luz. De lo contrario, ¿por qué deberíamos entender descendencia e hijo de manera no corpórea, mientras que concebimos coesencial como a la manera de los cuerpos? Especialmente, porque estos términos no se usan aquí para diferentes sujetos, sino de quién se predica descendencia, de él también es coesencial.
Así, es consecuente dar el mismo sentido a ambas expresiones en cuanto se aplican al Salvador, y no interpretar descendencia en un buen sentido, y coesencial en otro, porque para ser consecuentes, vosotros que pensáis así y decía que el Hijo es palabra y sabiduría del Padre, deberíais tener una visión diferente de estos términos también, y entender palabra en otro sentido, y sabiduría en otro. Como esto sería absurdo (pues el Hijo es palabra y sabiduría del Padre, y la descendencia del Padre es una y propia de su esencia), así también el sentido de descendencia y coesencial es uno, y quien considera al Hijo como descendencia, correctamente lo considera también como coesencial.
XLIII
Esto basta para demostrar que el significado de los amados no es extraño ni está lejos de lo coesencial. Pero como, como alegan (pues no tengo la carta en cuestión), los obispos que condenaron a los samosatenos han dicho por escrito que el Hijo no es coesencial con el Padre, y así sucede que ellos, por precaución y honor hacia los que han dicho así, sienten lo mismo sobre esa expresión, será conveniente discutir con ellos con cautela también sobre este punto.
Ciertamente, es impropio hacer que uno se oponga a los otros, porque todos son padres. Tampoco es religioso establecer que estos han hablado bien y aquellos mal, porque todos durmieron en Cristo. Tampoco es correcto ser disputadores y comparar los respectivos números de los que se reunieron en los concilios, para que no parezca que los trescientos eclipsan a los menores. Ni tampoco comparar las fechas, para que no parezca que los que precedieron eclipsan a los que vinieron después. Porque todos, digo, son padres. Sin embargo, ni siquiera los 300 obispos propusieron nada nuevo, ni se pusieron por pura confianza en sí mismos como campeones de palabras que no estaban en la Escritura, sino que se apoyaron en los padres, como hicieron los otros, y usaron sus palabras.
Por ejemplo, hubo dos con el nombre de Dionisio, mucho más antiguos que los Setenta que depusieron a Samosateno, de los cuales uno era de Roma y el otro de Alejandría. Pero algunos habían presentado una acusación contra el obispo de Alejandría ante el obispo de Roma, como si hubiera dicho que el Hijo fue creado y no coesencial con el Padre. Indignado el Sínodo de Roma, el obispo de Roma expresó sus sentimientos unidos en una carta a su homónimo.
En defensa propia, Dionisio de Alejandría escribió un libro con el título Refutación y Defensa, y así escribió a Dionisio de Roma:
XLIV
Éstas fueron las palabras que Dionisio de Alejandría escribió al papa Dionisio de Roma:
"En otra carta escribí una refutación de la falsa acusación que me hacen, de que niego que Cristo sea coesencial con Dios. Pues aunque digo que no he encontrado ni leído este término en ninguna parte de la Sagrada Escritura, sin embargo, mis observaciones que siguen, y que ellos no han notado, no son incompatibles con esa creencia. Porque puse como ejemplo una producción humana, que es evidentemente homogénea, y observé que innegablemente los padres difieren de sus hijos, solo en que no son los mismos individuos; de lo contrario no podrían haber padres e hijos. Mi carta, como dije antes, debido a las circunstancias actuales, no puedo reproducirla, o te habría enviado las mismas palabras que usé, o mejor aún una copia de ella completa; lo cual, si tengo oportunidad, todavía haré. Pero estoy seguro, por el recuerdo, de que aduje muchos paralelos de cosas afines entre sí, por ejemplo, que una planta que crece de semilla o de raíz, es diferente de aquello de lo que brota, y sin embargo, completamente de la misma naturaleza que ella; y que un arroyo que salía de una fuente, cambiaba de aspecto y de nombre, pues ni la fuente se llamaba arroyo, ni el arroyo fuente, sino que ambos existían, y que la fuente era como padre, pero el arroyo era lo que se generaba de la fuente".
XLV
Si alguien critica a los que se reunieron en Nicea, como si contradijeran las decisiones de sus predecesores, podría criticar también a los Setenta, porque éstos no se atuvieron a las declaraciones de sus propios predecesores. Tales eran los Dionisios y los obispos reunidos en el Sínodo de Roma, y ni a éstos ni a aquéllos es piadoso censurar. Todos ellos fueron embajadores de Cristo, y todos dieron diligencia contra los herejes, unos condenando a los samosatenos (de Pablo de Samosata) y otros a los arrianos (de Arrio de Alejandría). Con razón están escritos tanto éstos como aquéllos, y de manera adecuada al asunto en cuestión.
Ya dijo el bendito apóstol que "la ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Rm 7,14), y "lo que la ley no pudo, por cuanto era débil" (Rm 8,3), y "la ley a nadie perfeccionó" (Hb 7,19), y "por la ley nadie es justificado" (Rm 8,19), y "la ley es buena, si uno la usa legítimamente" (1Tm 1,8). Y nadie se atrevería a acusar al apóstol de inconsistencia y variación en la escritura, sino que más bien admiraría cuán apropiadamente escribió a cada uno, para enseñar a los romanos y a los demás a volverse de la letra al espíritu, pero para instruir a los hebreos y gálatas a poner sus esperanzas, no en la ley, sino en el Señor que había dado la ley.
Así, si los padres de los dos concilios hicieron mención diferente de lo coesencial, no debemos en ningún aspecto diferir de ellos, sino investigar su significado. Esto nos mostrará completamente el acuerdo de ambos concilios. Porque aquellos que depusieron a Samosateno tomaron coesencial en un sentido corporal, porque éste (Pablo de Samosata) había intentado sofisma y dijo: "A menos que Cristo se haya convertido en Dios del hombre, se sigue que él es coesencial con el Padre. Y si es así, necesariamente hay tres esencias, una la esencia anterior y las otras dos que proceden de ella". Por eso sus seguidores dijeron que Cristo no era coesencial, pues el Hijo no estaba relacionado con el Padre como él imaginaba.
Los obispos que anatematizaron la herejía arriana, comprendiendo la astucia de Pablo de Samosata, y reflexionando que el término coesencial no tiene este significado cuando se usa de cosas inmateriales (especialmente de Dios), y reconociendo que el Verbo no era una criatura (sino un vástago de la esencia), y que la esencia del Padre era el origen, la raíz y la fuente del Hijo, y que él era en verdad la semejanza de su Padre (y no de naturaleza diferente, como nosotros, y separado del Padre, sino que, siendo de él, existe como Hijo indivisible, como el resplandor lo es con respecto a la luz), y conociendo también las ilustraciones utilizadas en el caso de Dionisio (la fuente, y la defensa de coesencial), y antes de esto las palabras del Salvador ("yo y el Padre somos uno", y "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre"; Jn 10,30; 14,9)... por estas razones afirmaron razonablemente que el Hijo era coesencial al Padre.
Según una observación anterior, nadie censuraría al apóstol si escribiera a los romanos sobre la ley de una manera y a los hebreos de otra, de la misma manera, ni los obispos actuales criticarían a los antiguos, teniendo en cuenta su interpretación, ni tampoco, en vista de la suya y de la necesidad de que escribieran así sobre el Señor, censurarían los antiguos a sus sucesores.
Sí, ciertamente, cada concilio tiene una razón suficiente para su propio lenguaje. Porque como Samosateno sostuvo que "el Hijo no era anterior a María, sino que recibió de ella el origen de su ser", por eso los que entonces se reunieron lo depusieron y lo declararon hereje. En cuanto a la divinidad del Hijo, escribiendo con sencillez, no llegaron a la exactitud sobre lo coesencial, sino que, tal como entendieron la palabra, así hablaron de ella. En efecto, dirigieron todos sus pensamientos a destruir el artificio de Samosateno, y a demostrar que el Hijo era antes de todas las cosas, y que, en lugar de convertirse en Dios a partir del hombre, él, siendo Dios, se había puesto en forma de siervo, y siendo Palabra, se había hecho carne, como dice Juan (Jn 1,14).
Así es como trataron los padres las blasfemias de Pablo de Samosata.
Cuando Eusebio, Arrio y sus compañeros dijeron que aunque el Hijo era antes del tiempo, sin embargo fue hecho y una de las criaturas, y en cuanto al término "de Dios", no lo creyeron en el sentido de que fuera Hijo genuino del Padre, sino que lo mantuvieron como se dice de las criaturas, y en cuanto a la unidad de semejanza entre el Hijo y el Padre, no confesaron que el Hijo es como el Padre según la esencia, o según la naturaleza como un hijo se parece a su padre, sino por su acuerdo de doctrinas y de enseñanza. Más aún, cuando trazaron una línea y una distinción absoluta entre la esencia del Hijo y el Padre, atribuyéndole un origen de ser distinto del Padre y degradándolo a las criaturas... los obispos reunidos en Nicea aclararon el punto y afirmaron lo coesencial.
Al afirmar lo coesencial, los padres de Nicea buscaron dar a conocer la verdadera legitimidad del Hijo y que a ninguna cosa se le pudiese atribuir nada en común con él. Porque la precisión de esta frase detecta su pretensión, siempre que usan el término "de Dios", y se deshace de todas las sutilezas con que seducen a los simples. Porque mientras que se las ingenian para dar una construcción sofística a todas las demás palabras a su antojo, esta frase es la única que temen, porque revela su herejía; la cual los padres establecieron como un baluarte contra todas y cada una de sus nociones irreligiosas.
XLVI
Por tanto, cese toda disputa y no sigamos luchando, aunque los concilios hayan tomado de manera diferente el término coesencial, porque ya hemos dado una defensa suficiente de ellos. A esto se puede agregar lo siguiente: No hemos derivado el término inoriginado de la Escritura (pues en ningún lugar la Escritura llama a Dios inoriginado), pero como tiene muchas autoridades a su favor, sentí curiosidad por el término y descubrí que también tiene diferentes sentidos.
Algunos, por ejemplo, llaman inoriginado a lo que es, pero no es generado ni tiene ninguna causa personal; y otros, lo increado. Como, pues, una persona, teniendo en cuenta el primero de estos sentidos (que "no tiene causa personal"), podría decir que el Hijo no era inoriginado, pero no culparía a nadie que percibiera que tiene en mente el otro significado (que "no una obra o criatura, sino una descendencia eterna"), y afirmar en consecuencia que el Hijo era inoriginado (porque ambos hablan adecuadamente con vistas a su propio objeto). Así que, incluso concediendo que los padres han hablado de diversas maneras sobre lo coesencial, no discutamos sobre ello, sino tomemos lo que nos entregan de una manera religiosa, cuando especialmente su ansiedad estaba dirigida a favor de la religión.
XLVII
Ignacio, por ejemplo, que fue nombrado obispo en Antioquía después de los apóstoles, y se convirtió en mártir de Cristo, escribe acerca del Señor así: "Hay un solo médico, carnal y espiritual, originario e inoriginado, Dios en el hombre, verdadera vida en la muerte, tanto de María como de Dios". Algunos maestros que siguieron a Ignacio, a su vez, escribieron: "Uno es el inoriginado, el Padre, y uno el Hijo genuino de él, verdadero linaje, palabra y sabiduría del Padre".
Si tenemos sentimientos hostiles hacia estos escritores, entonces tenemos derecho a pelear con los concilios. Mas si estamos persuadidos que el bienaventurado Ignacio tenía razón al escribir que Cristo fue originado a causa de la carne (pues se hizo carne), pero inoriginado, porque no está en el número de las cosas hechas y originadas, sino Hijo del Padre. Y si sabemos también que quienes han dicho que el inoriginado es uno (es decir, el Padre), no quisieron afirmar que el Verbo fue originado y hecho, sino que el Padre no tiene causa personal, y es el Padre de la Sabiduría, y en la Sabiduría ha hecho todas las cosas que tienen origen... ¿por qué no unimos a todos nuestros padres en la creencia religiosa, tanto a los que depusieron al Samosateno como a los que proscribieron la herejía arriana, en lugar de hacer distinciones entre ellos y negarnos a mantener una opinión correcta sobre ellos? Porque aquellos, en vista de la explicación sofista del Samosateno, escribieron que "él no es coesencial". Y estos, con un sentido apropiado, dijeron que lo era.
Por mi parte, he escrito estas breves observaciones, desde mi sentimiento hacia las personas que fueron religiosas hacia Cristo. Si fuera posible encontrar la carta que se nos dice que escribió el primero, creo que encontraríamos más motivos para el procedimiento mencionado anteriormente de esos hombres benditos. Porque es justo y conveniente sentir así y mantener una buena conciencia hacia los padres, si no somos hijos espurios, sino que hemos recibido de ellos las tradiciones y las lecciones de la religión de sus manos.
XLVIII
Así pues, tal como confesamos y creemos que es el sentir de los padres, procedemos también a examinar con calma y benévola simpatía el asunto, en relación con lo que ya se ha dicho (a saber, si los obispos reunidos en Nicea no demostraron realmente que pensaron correctamente). En efecto, si el Verbo es obra y extraño a la esencia del Padre, de modo que está separado de él por la diferencia de naturaleza, no puede ser uno en esencia con él, sino que es homogéneo por naturaleza con las obras, aunque las supera en gracia. Por otra parte, si confesamos que no es obra, sino verdadero vástago de la esencia del Padre, se seguiría que es inseparable del Padre, siendo connatural, porque ha sido engendrado por él. Y siendo así, con razón se le debería llamar coesencial.
En segundo lugar, si el Hijo no es tal por participación, sino que es en su esencia la palabra y la sabiduría del Padre, y esta esencia es la progenie de la esencia del Padre, y su semejanza (como el resplandor de la luz)... y el Hijo dice: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30), y: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9)... ¿cómo debemos entender estas palabras? ¿O cómo las explicaremos de modo que se preserve la unidad del Padre y del Hijo?
Ahora bien, en cuanto a que consiste en un acuerdo de doctrinas, y en que el Hijo no está en desacuerdo con el Padre, como dicen los arrianos, tal interpretación es lamentable; porque tanto los santos, como aún más los ángeles y los arcángeles, tienen tal acuerdo con Dios, y no hay desacuerdo entre ellos. Porque se vio caer del cielo al que estaba en desacuerdo (el diablo), como dijo el Señor. Por lo tanto, si por razón de acuerdo el Padre y el Hijo son uno, habría cosas originadas que tuvieran este acuerdo con Dios, y cada una de ellas podría decir: "Yo y el Padre somos uno".
De esto se sigue necesariamente que debemos concebir la unidad del Hijo y el Padre a modo de esencia. Porque las cosas se originan, aunque tienen un acuerdo con su Creador, sin embargo lo tienen solo por influencia, por participación y a través de la mente; la trasgresión de lo cual pierde el cielo. Pero el Hijo, siendo un descendiente de la esencia, es uno por esencia, él mismo y el Padre que lo engendró.
XLIX
Por eso es igual el Hijo al Padre, por los títulos que expresan la unidad. Y lo que se dice del Padre, se dice también en la Escritura del Hijo, salvo que se le llame Padre. Porque el Hijo mismo dijo: "Todo lo que tiene el Padre es mío" (Jn 16,15), y: "Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío" (Jn 17,10), como por ejemplo: 1º la omnipotencia, porque "el Verbo era Dios", y "el que era y el que ha de venir es el Todopoderoso" (Jn 1,1; Ap 1,8); 2º la luminosidad, porque "yo soy la luz" (Jn 8,12), y "él era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene al mundo"; 3º la causa operante, porque "todas las cosas fueron hechas por él", y "todo lo que veo hacer al Padre, yo también lo hago" (Jn 1,3; 5,19); 4º la eternidad, porque "eterno es su poder y divinidad" (Rm 1,20), y "en el principio era el Verbo" (Jn 1,1-9); 5º el señorío, porque "el Señor hizo llover fuego y azufre de parte del Señor" (Gn 19,24), y "yo soy el Señor" (Is 45,5), y "así dice el Señor" (Am 5,16); 6º la creación, porque hay "un solo Señor, Jesucristo, por medio del cual se hacen todas las cosas" (1Cor 8,6).
Los ángeles, por ejemplo, esperan al Padre, y también adoran al Hijo, como cuando se dice: "Adórenle todos los ángeles de Dios", o que "los ángeles le servían", o que "el Hijo del hombre enviará a sus ángeles". El ser honrado como el Padre, "para que honren al Hijo", y "como honran al Padre", y "siendo igual a Dios", y "no consideró como un premio ser igual a Dios" (Hb 1,6; Mt 4,11; 24,31; Jn 5,23; Flp 2,6)... significa el ser verdad de lo verdadero, y vida de lo viviente, como siendo verdaderamente de la fuente, incluso el Padre. Significa el dar vida y resucitar a los muertos como el Padre, porque así está escrito en el evangelio.
Respecto del Padre, está escrito: "El Señor tu Dios es el único Señor", y: "El Dios de los dioses, el Señor ha hablado, y ha llamado a la tierra; y del Hijo", y: "El Señor Dios nos ha resplandecido", y: "El Dios de los dioses será visto en Sión", y: "¿Qué Dios como tú, que quita las iniquidades y pasa por alto la injusticia?" (Dt 6,4; Sal 50,1; 118,27; 84,7; Miq 7,18).
Respecto del Hijo, se dice que era él quien decía: "Tus pecados te son perdonados", y el que, ante la murmuración de los judíos, manifestó la remisión por su acto, diciendo al paralítico: "Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa".
Del Padre dice San Pablo: "Al Rey eterno". Y del Hijo dice David en el salmo: "Alzad, oh gobernantes, vuestras puertas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de la gloria". Daniel oyó lo que se decía, y escribió: "Su reino es reino eterno, y su reino no será destruido". En una palabra, todo lo que se dice del Padre, lo mismo se dice del Hijo, todo menos que es Padre.
L
Si alguien piensa, pues, en otro principio y en otro Padre, considerando la igualdad de estos atributos, es un pensamiento loco. Pero si, puesto que el Hijo procede del Padre, todo lo que es del Padre es del Hijo como en una imagen y expresión, considérese desapasionadamente si una esencia extraña a la esencia del Padre admite tales atributos; y si tal ser es de otra naturaleza y extraño en esencia, y no coesencial con el Padre.
Debemos tener reverente cuidado, por tanto. No sea que, transfiriendo lo que es propio del Padre a lo que es diferente de él en esencia, y expresando la divinidad del Padre por lo que es diferente en especie y extraño en esencia, introduzcamos otra esencia extraña a él, pero capaz de las propiedades de la primera esencia, y no sea que Dios mismo nos calle, diciendo: "Mi gloria no daré a otro", y seamos descubiertos adorando a este Dios extraño, y seamos considerados como los judíos de ese día, que dijeron: "¿Por qué tú, siendo hombre, te haces Dios?", refiriéndose, mientras tanto, a otra fuente de las cosas del Espíritu, y diciendo blasfemamente: "Él echa fuera demonios por medio de Beelzebú" (Is 42,8; Jn 10,3; Lc 11,15).
Si esto es chocante, claramente el Hijo no es diferente en esencia, sino coesencial con el Padre; Pues si lo que tiene el Padre es por naturaleza del Hijo, y el Hijo mismo procede del Padre, y por esta unidad de divinidad y de naturaleza él y el Padre son uno, y quien ha visto al Hijo ha visto al Padre, con razón es llamado por los Padres coesencial, pues a lo que es otro por esencia no le corresponde poseer tales prerrogativas.
LI
Si, como hemos dicho antes, el Hijo no es tal por participación, sino que, mientras que todas las cosas tienen por participación la gracia de Dios, es la sabiduría y palabra del Padre, de la que todas las cosas participan, se sigue que él, siendo la potencia deificante e iluminadora del Padre, en la que todas las cosas son deificadas y vivificadas, no es ajeno en esencia al Padre, sino coesencial. Porque al participar de él, participamos del Padre, porque el Verbo es propio del Padre. Por tanto, si él mismo fuera también por participación, y no por el Padre su divinidad esencial e imagen, no se deificaría, habiéndose deificado a sí mismo. Porque no es posible que él, que sólo posee por participación, comunique esa participación a otros, ya que lo que tiene no es suyo, sino del Dador, y lo que ha recibido es apenas la gracia suficiente para sí mismo.
Mas examinemos con justicia la razón por la que algunos, como se ha dicho, rechazan la coesencia, si no demuestra más bien que el Hijo es coesencial con el Padre. Dicen, pues, como has escrito, que no es justo decir que el Hijo es coesencial con el Padre, porque quien habla de coesencial habla de tres esencias preexistentes, y que quienes son engendrados de ella son coesenciales. Y añaden: "Si, pues, el Hijo es coesencial con el Padre, entonces es necesario suponer previamente una esencia de la que han sido engendrados; y que uno no es Padre y el otro Hijo, sino que son hermanos entre sí".
En cuanto a todo esto, aunque sea una interpretación griega y no nos vincule lo que de ellos se desprende, veamos, sin embargo, si las cosas que se llaman coesenciales y son colaterales, como derivadas de una esencia presupuesta, son coesenciales entre sí, o con la esencia de la que son engendradas. En efecto, si sólo se encuentran entre sí, entonces son otros en esencia y desemejantes en relación con la esencia que los generó; pues otro en esencia se opone a coesencial; pero si cada uno es coesencial con la esencia que lo generó, se reconoce por ello que lo que se genera de algo es coesencial con aquello que lo generó; y no hay necesidad de buscar tres esencias, sino sólo investigar si es verdad que esto proviene de aquello.
En efecto, si sucediera que no hubiera dos hermanos, sino que sólo uno hubiera surgido de aquella esencia, aquel que fue generado no sería llamado extraño en esencia, porque no había otro más que él por esencia, pero, aunque solo, es necesario que sea coesencial con el que lo engendró.
¿Qué diremos, pues, de la hija de Jefté, porque ella era unigénita y él no tenía otro hijo, dice la Escritura (Jc 11,34)? Y también, del hijo de la viuda, a quien el Señor resucitó de entre los muertos, porque él tampoco tenía hermano, sino que era unigénito, ¿no era por eso ninguno de estos dos coesencial con el que lo engendró? Ciertamente lo eran, porque eran hijos, y esto es una propiedad de los hijos con respecto a sus padres.
De la misma manera, cuando los padres dijeron que el Hijo de Dios era por esencia, hablaron razonablemente de él como coesencial, pues la misma propiedad tiene el resplandor comparado con la luz. De lo contrario, se sigue que ni siquiera la creación surgió de la nada, pues, así como los hombres engendran con pasión, también obran sobre una materia existente, y de otra manera no pueden crear.
Si no entendemos humanamente la creación, cuando la atribuimos a Dios, mucho menos es conveniente entender humanamente la generación, o dar un sentido corpóreo a lo coesencial, en lugar de alejarnos de las cosas originarias, desechando las imágenes humanas, más aún, todas las cosas sensibles, y ascendiendo al Padre, para no robarle al Padre por ignorancia al Hijo, y ponerlo entre sus propias criaturas.
LII
Si al confesar al Padre y al Hijo, hablamos de dos principios o de dos dioses (como Marción y Valentín), o decimos que el Hijo tenía otro modo de divinidad y no era la imagen y expresión del Padre (como si hubiera nacido de él por naturaleza), entonces podría considerarse desigual, porque estas esencias son completamente distintas entre sí.
Mas si reconocemos que la divinidad del Padre es una y única, y que de él el Hijo es palabra y sabiduría, y, al creer esto, estamos lejos de hablar de dos dioses, sino que entendemos que la unidad del Hijo con el Padre no es a semejanza de su enseñanza, sino según la esencia y en verdad, y, por lo tanto, no hablamos de dos dioses, sino de un solo Dios , ya que no hay más que una forma de divinidad, como la luz es una y el resplandor. Esto lo vio el patriarca Jacob, como dice la Escritura: "El sol salió sobre él cuando pasó la forma de Dios" (Gn 32,31). Viendo esto y comprendiendo de quién era Hijo e imagen, los santos profetas dicen: "La palabra del Señor vino a mí". Y reconociendo al Padre, que era visto y revelado en él, se atrevieron a decir: "El Dios de nuestros padres se me ha aparecido, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" (Ex 3,16).
Siendo esto así, ¿por qué dudamos en llamar coesencial a aquel que es uno con el Padre y aparece como el Padre, según semejanza y unicidad de divinidad? Porque si, como se ha dicho muchas veces, no tiene lo propio de la esencia del Padre, ni se parece, como Hijo, bien podemos dudar. Mas si éste es el poder iluminador y creador, especialmente propio del Padre, sin el cual él no forma ni es conocido (pues todas las cosas consisten por él y en él), ¿por qué, percibiendo el hecho, nos negamos a usar la frase que lo expresa? ¿Qué es, pues, ser así connatural con el Padre, sino ser uno en esencia?¿Con él?
Pues Dios no le adjuntó al Hijo desde fuera, como si necesitara de un siervo; ni las obras están al mismo nivel que el Creador, ni son honradas como él, ni deben considerarse una sola cosa con el Padre. O que alguien se atreva a hacer la distinción de que el sol y el resplandor son dos luces o esencias diferentes; o decir que el resplandor se le atribuyó además y no es un simple y puro vástago del sol; de modo que el sol y el resplandor son dos, pero la luz uno, porque el resplandor es un vástago del sol. Pero, siendo que no es más divisible, ni menos divisible, la naturaleza del Hijo hacia el Padre, y la divinidad no se atribuye al Hijo, sino que la divinidad del Padre está en el Hijo, de modo que quien ha visto al Hijo ha visto al Padre en él, ¿por qué no se debería llamar a tal persona coesencial?
LIII
Esto basta para que no se critique a quienes han dicho que el Hijo es coesencial con el Padre. Pero examinemos el término coesencial en sí mismo, para ver si debemos usarlo y si es un término adecuado y adecuado para aplicarlo al Hijo. Porque sabéis por vosotros mismos, y nadie puede discutirlo, que la semejanza no se predica de la esencia, sino de los hábitos y cualidades; porque en el caso de las esencias no hablamos de semejanza, sino de identidad. Por ejemplo, se dice que el hombre es como el hombre, no en esencia, sino según el hábito y el carácter, porque en esencia los hombres son de una sola naturaleza. A su vez, no se dice que el hombre sea diferente del perro, sino que es de naturaleza diferente. Por lo tanto, mientras que los primeros son de una sola naturaleza y coesenciales, los segundos son diferentes en ambos.
Por lo tanto, cuando hablamos de semejanza según la esencia, entendemos semejanza por participación (pues la semejanza es una cualidad que puede adherirse a la esencia), y esto sería propio de las criaturas, pues ellas, al participar, se hacen semejantes a Dios. Porque "cuando él se manifieste", dice la Escritura, "seremos semejantes a él" (1Jn 3,2), mas no en esencia sino en filiación, de la que participaremos de él.
Si, pues, oh arrianos, decís que el Hijo es Hijo del Padre por participación, ciertamente lo llamáis semejante en esencia. Pero también decís que él no es verdad ni luz en absoluto, ni naturaleza de Dios. Pues las cosas que son por participación se llaman semejantes, no en realidad, sino por semejanza con la realidad, de modo que pueden desviarse o ser quitadas a quienes las comparten. Esto, a su vez, es propio de las criaturas y las obras.
Por lo tanto, él debe ser, no por participación, sino en naturaleza, Hijo del Padre, y luz y sabiduría de Dios. Si esto es así, por naturaleza y no por participación, sería propiamente llamado coesencial, y no semejante en esencia. Pero lo que no se afirmaría, incluso en el caso de los demás (pues se ha demostrado que lo semejante no es aplicable a las esencias), ¿no es una locura, por no decir una violencia, proponerlo en el caso del Hijo en lugar de lo coesencial?
LIV
El Concilio de Nicea escribió con razón lo que era conveniente decir: que el Hijo, engendrado de la esencia del Padre, es coesencial con él. Y si también a nosotros nos han enseñado lo mismo, no luchemos con las sombras. Sobre todo sabiendo que quienes así lo han definido han hecho esta confesión de fe no para tergiversar la verdad, sino para defender la verdad y la religiosidad hacia Cristo, y también para destruir las blasfemias contra él de los ariomaníacos.
Hay que tener en cuenta y notar con cuidado que, al usar desemejante en esencia y otro en esencia, no nos referimos al verdadero Hijo, sino a alguna de las criaturas, y a un Hijo introducido y adoptado, lo que agrada a los herejes; pero cuando hablamos indiscutiblemente del coesencial, nos referimos a un Hijo genuino nacido del Padre, aunque por esto los enemigos de Cristo a menudo estallan de ira.
Lo que yo mismo he aprendido y he oído decir a hombres de juicio, lo he escrito en pocas palabras; pero vosotros, permaneciendo sobre el fundamento de los apóstoles y aferrándoos a las tradiciones de los padres, orad para que ahora por fin cesen todas las luchas y rivalidades, y se condenen las inútiles cuestiones de los herejes y toda logomaquia; y desaparezca la culpable y asesina herejía de los arrianos, y la verdad brille de nuevo en los corazones de todos, para que "en todas partes puedan decir lo mismo" (1Cor 1,10), y pensar lo mismo, y que, no quedando las contumelias arrianas, se pueda decir y confesar en cada Iglesia: "Un Señor, una fe, un bautismo" (Ef 4,5), en Cristo Jesús nuestro Señor.
D
Acontecimientos posteriores a Nicea
LV
Después de haber escrito mi relato de los concilios, tuve información de que el irreligioso Constancio había enviado cartas a los obispos que permanecían en Arimino. Me he tomado la molestia de obtener copias de ellas de verdaderos hermanos, y ponéroslas por escrito para que veáis lo difícil que resultó imponer la verdad.
Ésta fue la carta de Constancio:
"Constancio, victorioso y triunfante augusto, a todos los obispos reunidos en Arimino. Vuestras excelencias no ignoran que la divina y adorable ley es nuestro principal cuidado; pero hasta ahora no hemos podido recibir a los veinte obispos enviados por vuestra sabiduría y encargados de la legación de vuestra parte, porque estamos apremiados por una expedición necesaria contra los bárbaros. Como sabéis, conviene tener el alma limpia de toda preocupación, cuando se trata de asuntos de la ley divina. Por eso hemos ordenado a los obispos que esperen nuestro regreso en Adrianópolis; para que, cuando todos los asuntos públicos estén bien arreglados, entonces podamos escuchar y evaluar finalmente sus sugerencias. Que no sea penoso para vuestra constancia esperar su regreso, para que, cuando vuelvan con nuestra respuesta, podáis poner fin a asuntos que tan profundamente afectan al bienestar de la Iglesia Católica".
Esto fue lo que recibieron los obispos de manos de tres emisarios. Y ésta fue la respuesta de los obispos:
"Hemos recibido, amado señor emperador, la carta de vuestra humanidad, en la que nos informa de que, a causa de la urgencia de los asuntos públicos, no habéis podido atender hasta ahora a nuestros delegados, y en la que nos ordenáis que esperemos su regreso hasta que vuestra piedad sea informada por ellos de lo que hemos definido conforme a nuestros antepasados. Sin embargo, ahora profesamos y afirmamos de inmediato por la presente que no nos apartaremos de nuestro propósito, tal como también instruimos a nuestros delegados. Os rogamos, pues, que ordenéis con serena expresión que se lean estas cartas de nuestra mediocridad, pero que también recibáis con gentileza aquellas que encargamos a nuestros delegados. Sin embargo, vuestra gentileza comprende, al igual que nosotros, que en la actualidad reinan un gran dolor y tristeza porque, en estos días tan felices, tantas iglesias están sin obispos. Y por esta razón volvemos a pedir a vuestra humanidad, amadísimo señor emperador, que, si a vuestra religiosidad place, nos mandéis, antes que llegue el duro invierno, que volvamos a nuestras iglesias, para que podamos, ante Dios todopoderoso y ante nuestro Señor y Salvador Cristo, su Hijo unigénito, cumplir junto con nuestros rebaños nuestras acostumbradas oraciones en favor de vuestro Imperio, como de hecho las hemos realizado siempre y las hacemos en este tiempo".