TERTULIANO DE CARTAGO
Sobre la Oración

I
Predisposición para la oración

1. El espíritu de Dios, y la palabra de Dios, y la razón de Dios, nuestro Señor Jesucristo (que es el uno y el otro), ha determinado para nosotros, los discípulos del Nuevo Testamento, una nueva forma de oración. En este particular, en efecto, también era necesario guardar "el vino nuevo en odres nuevos" y "coser un ancho nuevo a un vestido nuevo". Además, todo lo que había sido en tiempos pasados, o bien ha sido completamente cambiado (como la circuncisión), o bien complementada (como el resto de la ley), o bien cumplido (como la profecía) o bien perfeccionado (como la fe misma).

2. La gracia de Dios ha renovado todas las cosas, desde lo carnal a lo espiritual, al introducir el evangelio y dar por cumplido todo el antiguo sistema del pasado. En este evangelio, nuestro Señor Jesucristo se ha mostrado como espíritu de Dios, y palabra de Dios, y razón de Dios (el espíritu por el cual fue poderoso, la palabra por la cual enseñó, la razón por la cual vino). Así, la oración compuesta por Cristo se compone de tres partes: las palabras, la meditación, la reflexión. Ya Juan había enseñado a sus discípulos a orar. No obstante, todas las obras de Juan fueron puestas como base para las de Cristo, hasta que él creciera (pues el mismo Juan solía anunciar que "es necesario que él crezca y yo disminuya"). De hecho, toda la obra del precursor pasó, y su mismo espíritu, al caballero. Por tanto, hoy ni siquiera sabemos cómo enseñó Juan a orar, sino cómo nos enseñó Jesucristo.

3. Nos dice el evangelio que "el que es de la tierra habla de cosas terrenales, y el que es de los cielos habla de cosas celestiales". Así pues, la oración de Jesucristo no es terrenal sino celestial.

4. Hermanos bienaventurados, consideremos esta sabiduría celestial, que comienza por un precepto: "Ora en secreto". Esto exige la fe del hombre, y tener confianza en que la vista y el oído de Dios todopoderoso están presentes en la oración, y son capaces de extenderse hasta el lugar más secreto. También exige tener modestia, para ofrecer únicamente el homenaje religioso a él, a quien creemos ver y oír en todas partes.

5. La sabiduría celestial de Jesucristo impuso un segundo precepto: "No uses muchas palabras". Esto exige también la modestia, para que no pensemos que es necesario dirigirnos al Señor con una serie de palabras. Y también exige fe, al estar seguros que Dios toma por su cuenta la previsión no solicitada.

6. Esa misma brevedad constituye el tercer grado de sabiduría, que viene a decir: "No sabes lo que te conviene". Esto exige, y ha de apoyarse, en la sustancia de la gran y bendita interpretación, y es tan difusa en significado como comprimida en palabras. ¿Por qué? Porque abarca no sólo los deberes esenciales de la oración (ya sea de veneración a Dios, o de petición humana), sino casi todos los discursos del Señor y todos los registros de su disciplina. De hecho, en la oración, y mucho más en este tercer grado de oración, se comprende un compendio de todo el evangelio.

II
La cláusula primera

1. La oración comienza con un testimonio de Dios, cuando decimos: "Padre nuestro que estás en los cielos". Al decir esto, oramos a Dios y a él encomendamos nuestra vida, y la recompensa de Dios no se hace esperar: dejarse llamar Padre, a forma de decir que nosotros somos sus hijos. De hecho, está escrito que, "a los que creyeron en él, les dio potestad para ser llamados hijos de Dios".

2. Muy frecuentemente, Jesucristo proclamó a Dios como Padre. Es más, incluso dio un precepto de que "a nadie en la tierra llamemos padre, sino al Padre que tenemos en el cielo". Así, al orar así, estamos igualmente obedeciendo el precepto de Jesús.

3. ¡Felices los que reconocen a su Padre! Este es el reproche que se hace contra Israel, del cual el Espíritu atestigua al cielo y a la tierra, diciendo: "Yo engendré hijos, y no me reconocieron".

4. Al decir Padre, también le llamamos Dios. Esta denominación es tanto de deber filial como de poder, pues en el Padre se invoca al Hijo, porque "yo y el Padre somos uno". De hecho, ni siquiera se pasa por alto a nuestra madre, la Iglesia, pues en el Padre y en el Hijo se reconoce a la madre, de quien surge el nombre de Padre y de Hijo.

5. Con un término general, o palabra, honramos a Dios junto con los suyos, y nos acordamos del precepto, y ponemos una señal a los que se han olvidado de su Padre.

III
La cláusula segunda

1. El término Dios Padre no había sido publicado a nadie. Incluso Moisés, que le había interrogado sobre ese mismo punto, había oído un nombre diferente. A nosotros nos ha sido revelado en el Hijo, porque el Hijo es ahora el nuevo nombre del Padre, como él mismo recuerda: "He venido en nombre del Padre", y: "Padre, glorifica tu nombre", y: "He manifestado tu nombre a los hombres".

2. Rogamos, pues, que "su nombre sea santificado". No es que sea conveniente que los hombres deseen el bien de Dios, como si hubiera otros a quienes se le puede desear el bien, o como si él sufriera si no lo deseamos. Claramente, conviene universalmente que Dios sea bendecido en todo lugar y tiempo, a causa del recuerdo de sus beneficios siempre debidos a cada hombre.

3. Por otra parte, esta petición también sirve como bendición. De hecho, ¿cómo no va a ser el nombre de Dios santo, y santificado por sí mismo, si por sí mismo santifica a los demás? Además, el círculo de ángeles que lo rodea no deja de decir: "Santo, santo, santo". De la misma manera, también nosotros, candidatos a la condición de ángel (si logramos merecerla), comenzamos aquí en la tierra a aprender de memoria el esfuerzo por ser elevados a Dios en el futuro, y la gloria futura.

4. Por otro lado, cuando decimos "santificado sea tu nombre", anhelamos que él sea santificado en nosotros (que estamos en él) y en todos aquellos que esperan la gracia de Dios. De esta manera, además, obedecemos el precepto de "orar por nuestros enemigos". En definitiva, al omitir decir "en nosotros" estamos afirmando "en todos".

IV
La cláusula tercera

1. Según este modelo, agregamos: "Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra". Con esto, no es que pensemos que hay algún poder que resista la voluntad de Dios, ni que se pueda cumplir en cualquier momento y con éxito su voluntad. Lo que pensamos, y por lo que oramos, es que todas las criaturas cumplan su voluntad, tanto en la tierra como en el cielo. Según otra interpretación figurada, de carne y espíritu, somos cielo y tierra, y por eso se pide la voluntad de Dios para nuestro cuerpo y alma.

2. Si se entiende esto de forma simple, el sentido de la petición es éste: que se haga la voluntad de Dios en la tierra, y también en los cielos. Además, ¿qué es lo que Dios quiere sino que caminemos según su disciplina? Con ello, le pedimos a Dios que nos proporcione la sustancia de su voluntad y la capacidad para hacerla, a fin de que seamos salvos tanto en los cielos como en la tierra; porque la suma de su voluntad es la salvación de aquellos a quienes ha adoptado.

3. La voluntad de Dios fue la que el Señor manifestó en su predicación, en su obra y a la hora de soportar el tormento, cuando dijo: "No se haga mi voluntad, sino la tuya". Sin duda, Cristo tenía su voluntad, así como el Padre tenía su voluntad, y nosotros tenemos nuestra propia voluntad. No obstante, lo más importante es la voluntad del Padre, pues sin ella nosotros no podríamos predicar, ni trabajar, ni perseverar hasta la muerte. Necesitamos la voluntad de Dios para cumplir con estos deberes.

4. Al decir "hágase tu voluntad", por tanto, deseamos el bien para nosotros mismos, en la medida en que no hay nada malo en la voluntad de Dios, y si él nos impone obras extra es en proporción a los méritos de cada uno, y para que adquiramos la paciencia.

5. Respecto a la voluntad de Cristo, si él dijo "hágase tu voluntad, y no la mía" lo hizo para demostrarnos, incluso en su propia carne, la flaqueza de la carne. Si él dijo "Padre, retira esta copa", lo hizo para mostrarnos la realidad del sufrimiento. Él mismo era la voluntad y el poder del Padre, mas para mostrar la paciencia debida se entregó a la voluntad del Padre.

V
La cláusula cuarta

1. "Venga tu reino" hace referencia a aquello a lo que se refiere "hágase tu voluntad". Es decir, en nosotros. ¿Cuándo no reina Dios, en cuyas manos está el corazón de todos los reyes? Todo lo que deseamos para nosotros se lo auguramos a él, y a él le atribuimos lo que de él esperamos. Así, si la manifestación del reino del Señor pertenece a la voluntad de Dios, y a nuestra ansiosa expectativa, ¿cómo algunos oran por una prolongación de la era, cuando el reino de Dios, que pedimos, tiende a la consumación de la edad? Nuestro deseo es que su reinado se acelere, y no que nuestra servidumbre se prolongue.

2. Incluso si no hubiera sido prescrito en la oración que debíamos pedir por el advenimiento del reino, deberíamos espontáneamente lanzar ese grito, apresurándonos hacia la realización de nuestra esperanza.

3. Las almas de los mártires bajo el altar claman con celo al Señor: "¿Hasta cuándo, Señor, no vengarás nuestra sangre sobre los habitantes de la tierra?". ¿Por qué? Porque su venganza está regulada por el fin de la era.

4. Así, el "venga tu reino" es la oración de los cristianos, la confusión de los paganos, el júbilo de los ángeles, la esperanza por la cual sufrimos, el bien por el que rezamos.

VI
La cláusula quinta

1. ¡Con qué gracia la divina sabiduría ha dispuesto el orden de la oración! De modo que, después de las cosas celestiales (es decir, después del nombre de Dios, la voluntad de Dios y el reino de Dios) ¡debe darse lugar también a las necesidades terrenales! De hecho, el mismo Señor había emitido este edicto: "Buscad primero el reino, y todo eso os será añadido".

2. La frase "danos hoy el pan de cada día" hemos de entenderla espiritualmente. Porque Cristo es nuestro pan, Cristo es vida, y el pan es vida. Como él mismo dice, "yo soy el pan de vida", y "el pan es la palabra del Dios vivo, que descendió del cielo". Más adelante, también encontramos que su cuerpo se cuenta en pan, cuando dijo: "Esto es mi cuerpo". Así, al pedir "el pan de cada día" pedimos la perpetuidad en Cristo y la indivisibilidad de su cuerpo.

3. Debido a que esta plegaria es admisible también en un sentido carnal, no puede usarse sin el recuerdo religioso ni la disciplina espiritual. El Señor manda que se ore por el pan, que es el único alimento necesario para los creyentes, así como lo más buscado por las naciones. La misma lección la inculca con ejemplos y la expone repetidas veces en parábolas, cuando dice: "¿Quita el padre el pan a sus hijos y se lo da a los perros?", y: "¿Da el padre a su hijo piedra cuando pide pan?". Así muestra qué es lo que los hijos esperan de su padre. Es más, incluso aquel llamador nocturno llamaba a la puerta pidiendo pan.

4. Por esta razón añadió Jesús "danos hoy", ya que antes había dicho "no os preocupéis de lo que habéis de comer mañana". A este tema adaptó también la parábola del hombre que reflexionaba sobre la ampliación de sus graneros (para sus próximos frutos, y en vistas a una seguridad prolongada), y esa misma noche muere. En efecto, ¿de qué nos servirían los alimentos, si realmente nos entregados a ellos como un toro destinado a ser víctima?

VII
La cláusula sexta

1. Después de contemplar la liberalidad de Dios, conviene que nos dirijamos también a su clemencia. El Señor sabía que era el único inocente, y por eso enseña que digamos "perdona nuestras deudas". Una petición de perdón es una confesión plena, porque el que pide perdón admite plenamente su culpa. Así también, la penitencia se demuestra aceptable a Dios, pues él "no desea la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva".

2. En las Escrituras, la deuda es una figura de la culpa, se debe a la sentencia del juicio y es exigido por ella. No evade la justicia de la exacción (a menos que la exacción sea remitida, así como el señor remitió a aquel esclavo en la parábola su deuda), y hasta aquí el alcance de la parábola. Por el hecho de que el siervo, después de ser liberado por su señor, no perdona a su propio deudor, y por ello es acusado ante su señor, y entregado al verdugo para que pague el último cuarto (es decir, cada culpa, por pequeña que sea), corresponde a nuestra profesión que "también nosotros perdonemos a nuestros deudores".

3. Conforme a esta forma de plegaria, dice en otro momento Jesús: "Perdonad, y seréis perdonados". Cuando Pedro preguntó si se debía conceder siete veces el perdón a un hermano, Jesús respondió: "No hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". Dijo esto para remodelar la ley a mejor, ya que en el Génesis la venganza fue asignada en "siete veces" (en el caso de Caín) y en "setenta y siete veces" (en el caso de Lamec). 

VIII
La cláusula séptima

1. Para que una oración tan breve fuera completa, añadió Jesús, para que supliquemos no sólo perdonando, sino evitando por completo los actos de culpa: "No nos dejes caer en la tentación". Es decir, no permitamos dejarnos llevar por aquel que tienta.

2. En primer lugar, ¡lejos esté el pensamiento de que el Señor parezca tentar, como si ignorara la fe de alguien o estuviera ansioso por derribarla!

3. En segundo lugar, la enfermedad y la malicia son características del diablo. Dios había ordenado a Abraham que sacrificara a su hijo. Pero no lo hizo para tentarlo, sino para probar su fe y para que, a través de él, tuviéramos el mejor ejemplo de cómo cumplir sus preceptos (obedeciendo aún sin el afecto de las promesas de Dios, o lo más preciado para nosotros).

4. El propio Jesucristo, al ser tentado por el diablo, demostró quién es el que preside y quién es el causante de la tentación.

5. Este pasaje lo confirma Jesús con otros posteriores, diciendo: "Orad para no caer en la tentación". Lo dijo cuando, cediendo los discípulos más al sueño que a la oración, fueron tentados a abandonar a su Señor.

6. La cláusula final, por tanto, es consonante e interpreta el sentido de "no nos dejes caer en la tentación". Su sentido es: "Líbranos del Maligno".

IX
Recapitulación de las siete cláusulas

1. Para resumir el Padrenuestro en pocas palabras, ¡cuántas declaraciones de los profetas, de los evangelios, de los apóstoles, y cuántos discursos, ejemplos y parábolas del Señor se tocan! ¡Cuántos deberes se cumplen simultáneamente!

2. El honor de Dios en el Padre, el testimonio de fe en el nombre, el ofrecimiento de obediencia en el voluntad, la conmemoración de la esperanza en el reino, la petición de vida en el pan, el reconocimiento pleno de las deudas en la oración por su perdón, el temor ansioso a la tentación en la petición de protección. ¡Qué maravilla! 

3. Sólo Dios puede enseñar cómo desea que se le ore a él. Por tanto, el rito religioso del Padrenuestro, ordenado por él mismo, y animado por su Hijo, y descendido por su propio Espíritu, asciende por prerrogativa propia al cielo, encomendando al Padre lo que el Hijo hizo y enseñó.

X
Agregar nuestra propia oración al Padrenuestro

1. Puesto que el Señor, previsor de las necesidades humanas, dijo "pedid, y recibiréis", y puesto que hay peticiones que se hacen según las circunstancias de cada individuo, nuestras necesidades adicionales tienen el derecho, después de comenzar con las oraciones habituales como fundamento, de levantar una superestructura exterior de peticiones, siempre que lo haga con recuerdo de los preceptos del Maestro.

XI
Orar sin estar enojado con nadie

1. Para que no estemos tan lejos de los oídos de Dios como lo estamos de sus preceptos, el recuerdo de sus preceptos abre a nuestras oraciones un camino hacia el cielo. De estos caminos, el principal es el de no subir al altar de Dios antes de haber disipado cualquier discordia u ofensa que hayamos contraído con nuestros hermanos. En efecto, ¿qué clase de obra es acercarse a la paz de Dios sin paz, o pedir la remisión de las deudas mientras las retenemos? ¿Cómo apaciguará al Padre el que está enojado con su hermano, y desde el principio tiene prohibida toda ira?

2. José, al despedir a sus hermanos para ir a buscar a su padre, dijo: "No os enojéis en el camino". Sin duda, nos advirtió en aquel momento (sobre todo, porque nuestra disciplina se llama "el camino") que, cuando estemos puestos en el camino de la oración, no hemos de ir al Padre con ira.

3. El Señor, amplificando la ley, añade abiertamente a la prohibición del asesinato la ira contra el hermano, y ni siquiera permite una mala palabra de desahogo. Incluso si debemos enojarnos, nuestra ira no debe mantenerse más allá del atardecer, como advierte el apóstol. Así pues, si imprudente es pasar un día sin oración, ¡cuánto más lo es negarnos a satisfacer al hermano! El que persevera en la ira, por tanto, pierde el camino de la oración.

XII
Orar libres de toda ocupación mental

1. No sólo de la ira, sino de cualquier perturbación de la mente, debe estar libre el ejercicio de la oración, al tener que ser pronunciada desde un espíritu afín al Espíritu por quien es enviada. En efecto, un espíritu contaminado no puede ser reconocido por un Espíritu santo, ni un espíritu triste por un Espíritu alegre, ni un espíritu letrado por un Espíritu libre. Nadie da la bienvenida a su adversario, y menos a su contrincante.

XIII
Sobre lavarse las manos

1. ¿Qué razón hay para ir a la oración con las manos lavadas pero con el espíritu impuro? A nuestras mismas manos les son necesarias la pureza espiritual, si lo que queremos es que estén limpias de la falsedad, del asesinato, de la crueldad, de los envenenamientos, de la idolatría y de todas las demás imperfecciones que, concebidas por el espíritu, se hacen con la operación de las manos. Éstas son las verdaderas purezas, y no las supersticiones que muchos llevan a cabo tomando agua en cada oración, por mucho que laven con ella su cuerpo.

2. Cuando estuve investigando escrupulosamente esta última práctica, y busqué el motivo de la misma, descubrí que se trataba de un acto conmemorativo, relacionado con la entrega de nuestro Señor. Nosotros, sin embargo, rogamos al Señor, y no lo entregamos. Es más, incluso deberíamos oponernos a lo que hicieron con él en la pasión, y por eso no lavarnos las manos. A menos que alguna contaminación, contraída en las relaciones humanas, sea causa de conciencia para lavarlos, estamos lo suficientemente limpios como para lavarnos cada vez que rezamos a nuestro Señor.

XIV
Lavarse por dentro, y no sólo por fuera

1. Aunque Israel lavó diariamente todos sus miembros, nunca queda limpio. Sus manos, de hecho, estaban siempre inmundas, eternamente teñidas con la sangre de los profetas y del mismo Señor. Por eso, como culpables hereditarios y conscientes de los crímenes de sus padres, no se atreven ni siquiera a elevarlas al Señor, por temor a que algún Isaías grite o a que Cristo se estremezca por completo. Nosotros, sin embargo, no sólo las elevamos, sino que incluso las ampliamos, y tomamos como modelo la pasión del Señor a la hora de hacer la oración.

XV
Sobre quitarse las capas

1. Ya que he tocado un punto especial de observancia vacía, no será molesto fijar nuestra vista también en otros puntos a los que merecidamente se puede reprochar la vanidad, por observarse sin la autoridad de ningún precepto ni del Señor ni de los apóstoles. Cosas de este tipo no pertenecen a la religión, sino a la superstición. Sobre las ceremonias estudiadas y forzadas, se trata de algo más curioso que racional, y nos ponen al nivel de los gentiles. En efecto, la costumbre de orar con los mantos quitados está copiado de lo que hacen los paganos a sus ídolos.

2. Esta práctica no fue adoptada nunca por los apóstoles, ni en sus hábitos de oración ni en sus instrucciones, a menos que alguien piense que fue porque estaba en oración por lo que Pablo dejó su manto a Carpo. Dios. En verdad, nunca Pablo escuchó a los suplicantes envueltos en mantos, y los propios jóvenes hebreos de Babilonia oraban en el horno del rey con sus pantalones y turbantes.

XVI
Sobre sentarse tras la oración

1. Sobre la costumbre que algunos tienen de sentarse al terminar la oración, no veo otra razón que la que dan los niños. Aquel Hermas, cuya escritura se suele inscribir con el título El Pastor, dice que "después de terminar la oración no me hubiera sentado en la cama, sino que hubiera hecho alguna otra cosa". ¿Deberíamos mantener esto también como cuestión de observancia?

2. Por supuesto, esto no es una cuestión de observancia, porque "cuando oré y me senté en mi cama" se expresa simplemente con miras al orden de la narración, no como un modelo de disciplina. De lo contrario ¡no tendríamos que orar en ningún otro lugar excepto donde haya una cama! Es más, cualquiera que se siente en una silla, o en un banco, actuaría en contra de ese escrito.

3. Los paganos suelen sentarse después de adorar sus mezquinas imágenes. Pues bien, por este motivo sí que veo yo que dicha práctica merece ser censurada en nosotros, porque se observa en la adoración de ídolos.

4. A esto se añade, además, la acusación de la irreverencia, inteligible incluso para las mismas naciones, si es que tuviera algún sentido. Si es irreverente sentarse bajo la mirada, o por encima de la mirada de aquel a quien más veneramos, ¡cuánto más es ese acto sumamente irreligioso ante la mirada del Dios vivo, mientras el ángel de la oración sigue de pie junto a él! Eso sí, a menos que estemos reprendiendo a Dios, o que estemos abominando la oración.

XVII
Sobre elevar las manos

1. Encomendamos más nuestras oraciones a Dios cuando oramos con modestia y humildad que por tener las manos más elevadas, y con ellas nuestros rostros. ¿Elevarlas? Sí, pero hasta lo que sea moderación y decoro, no sea que el rostro se alce también y se vuelva altivo. De hecho, aquel publicano que oraba con humildad y abatimiento no sólo en su súplica, sino también en su rostro, "salió justificado", y no así el desvergonzado fariseo.

2. Los sonidos de nuestra voz, igualmente, deben ser atenuados. De lo contrario, si lo que queremos es que se nos escuche por nuestro ruido, ¡qué grandes tráqueas necesitaríamos! Dios no oye la voz, sino el corazón, y es su inspector.

3. El demonio del oráculo pítico dice: "Escucho al mudo, y lo entiendo con claridad". ¿Esperan los oídos de Dios el sonido? ¿Cómo, entonces, pudo la oración de Jonás llegar al cielo desde lo profundo del vientre de la ballena? ¿Lo hizo a través de las entrañas de una bestia tan enorme? ¿O más bien lo hizo a través de una masa de mar tan grande?

4. ¿Qué ventaja es la que obtienen aquellos que oran en voz alta? Esta misma: molestar a sus vecinos. Es más, al hacer audibles sus peticiones, ¿qué menos error cometen que si oraran en público?

XVIII
Sobre el beso de la paz

1. Ahora se ha vuelto frecuente otra costumbre: la de los que ayunan y rechazan el beso de la paz (que es el sello de la oración) en la oración hecha con los hermanos.

2. ¿Cuándo es más conveniente concluir la paz con los hermanos que cuando, en el momento de alguna observancia religiosa, nuestra oración asciende con más aceptabilidad? De hacerlo así, el resto podría participar de su observancia, y ellos sentirse apaciguados por realizar transacciones con su hermano, tocando su propia paz? Además, ¿qué oración es completa si se divorcia del beso santo? ¿Quién le obstaculiza la paz, al prestar servicio a su Señor? ¿Qué clase de sacrificio es aquel en que los ayunantes se apartan sin paz?

3. Cualquiera que sea nuestra oración, ninguna será mejor que la observancia del precepto que nos ordena ocultar los ayunos. ¿Por qué lo hacen, entonces? Por esto mismo: porque mediante la abstinencia del beso, ellos dan a saber a todos que están en ayunas. Si hubiera alguna razón para esta práctica, tal vez se debería rechazar el beso en casa, donde no es posible que el ayuno se mantenga secreto. De esta manera, no se atacaría el precepto divino del sigilo en el ayuno. En los demás casos, lo que hay que ocultar es la observancia del ayuno, y no el beso santo, tanto al exterior como en la propia casa.

4. El día de Pascua es un caso distinto, pues la observancia religiosa del ayuno es general y pública, y con razón todos renuncian al beso, porque con ello no se publica que uno está en ayunas, ya que todos lo están.

XIX
Sobre las estaciones

1. En lo que respecta a los días de estaciones, la mayoría piensa que no deben estar presentes en las oraciones del sacrificio, basándose en que la estación debe disolverse con la recepción del cuerpo del Señor.

2. De ser esto así, la eucaristía ¿anula un servicio dedicado a Dios, o lo vincula más a Dios? ¿No será más solemne la estación si, además, se para ante el altar de Dios?

3. Cuando el cuerpo del Señor ha sido recibido y reservado, cada punto queda asegurado, tanto la participación del sacrificio como el cumplimiento del deber.

4. Si la estación ha recibido su nombre del ejemplo de la vida militar (porque nosotros también somos soldados de Dios), y ningún canto de alegría o tristeza suprime en el campamento las estaciones de la soldados, ¿por qué no añadimos esta alegría a la disciplina, y así la hacemos con más gusto, o añadimos la tristeza para hacerla con más cuidado?

XX
Sobre los vestidos para el culto

1. En lo que respecta a la vestimenta de las mujeres, la variedad de costumbres les obliga a seguir los consejos del santísimo apóstol (es decir, a ponerse el velo). En lo que respecta a la vestimenta de los hombres, el mismo precepto del apóstol nos exhorta a tener consideración, y no vestir presuntuosamente, ni alardeando, ni creando separaciones de nivel social.

2. En cuanto a la modestia en la ornamentación, la prescripción de Pedro también está clara, y alude a la gloria de los vestidos, y a la soberbia del oro, y a la meretricia elaboración del cabello.

XXI
Sobre el velo de las doncellas

1. Hay que tratar también otro punto, que se observa promiscuamente en todas las iglesias. Consiste en saber si las vírgenes deben o no llevar velo.

2. Aquellos que permiten a las vírgenes no cubrirse la cabeza, parecen basarse en esto: que el apóstol no dijo vírgenes sino mujeres, cuando dijo: "Que las mujeres se pongan el velo". Efectivamente, pero tampoco citó el sexo femenino (al no decir hembras), sino tan sólo a la especie femenina (al decir mujeres).

3. Si hubiera nombrado el apóstol el sexo diciendo hembras, habría marcado límites entre las mujeres. Por eso nombra la especie, para separarlo del sexo (del que guarda silencio). De hecho, Pablo podría haber dicho vírgenes de forma especial, o haber dicho hembras de forma absoluta, pero dijo mujeres (que incluye a las hembras sexuales, y a las vírgenes consagradas, y también a las viudas y a las niñas).

XXII
Respuestas a las objeciones sobre el velo

1. Quienes hacen esta concesión deben reflexionar sobre la naturaleza de la palabra misma, y cuál es el significado de mujer desde los primeros registros de las Sagradas Escrituras. Aquí encuentran que se trata de la especie femenina, no del sexo femenino. En concreto, Dios le dio a Eva, cuando aún no había conocido varón, el apellido mujer y hembra (mujer, para remarcar la especie; hembra, para marcar el sexo). Así pues, como en aquel tiempo Eva, aún soltera, fue llamada con la palabra mujer, esta palabra se ha hecho común incluso a una virgen. De ahí que el apóstol haya usado la misma palabra al escribir mujeres, porque según el ejemplo de Eva soltera, el término mujer es aplicable también a una virgen.

2. Todos los demás pasajes están en consonancia con esto. Por el hecho de que no haber nombrado Pablo a las vírgenes en este caso (como sí hace en otro lugar, donde enseña sobre el matrimonio), afirma suficientemente que su observación se refiere a todas las mujeres y a todo el sexo, y que no se hace distinción entre una virgen y una casada. Cuando la diferencia lo requiere, Pablo hace la distinción (es más, la hace designando cada especie con sus nombres apropiados). Por tanto, lo que Pablo desea es no hacer ninguna distinción en el precepto del velo. Si no nombra a cada una (virgen o casada), se entiende que no hay ninguna diferencia, y que todas están incluidas en el precepto.

3. ¿Qué pasa con el hecho de que en el discurso griego, en que el apóstol escribió sus cartas, se suele decir mujeres en lugar de hembras? ¿Permitiría eso a las vírgenes no llevar el velo? Según la mentalidad griega, la palabra mujer representa lo femenino, y se usa indistintamente tanto para hablar del sexo como de la especie. Por tanto, eso tampoco eximiría a las vírgenes de usar el velo.

4. En definitiva, la declaración de Pablo está clara: que "toda mujer, orando y profetizando con la cabeza descubierta, deshonra su propia cabeza". En efecto, ¿qué es "toda mujer", sino mujer de toda edad, rango y condición? Al decir toda, no exceptúa nada de la feminidad, así como tampoco exceptúa nada de la virilidad de no estar cubierto (porque así como en el sexo masculino, bajo el término hombre, incluso el joven tiene prohibido llevar velo, así también en el sexo femenino, bajo el término mujer, incluso la virgen está obligada a llevar velo). En cada sexo, que la edad más joven siga la disciplina de la edad adulta.

5. Es "a causa de los ángeles" por lo que las mujeres deben llevar velo, porque a causa de "las hijas de los hombres" los ángeles se rebelaron contra Dios. ¿Quién, pues, sostendría que sólo las mujeres (es decir, las que ya estaban casadas y habían perdido la virginidad) eran objeto de la concupiscencia angélica, a menos que las vírgenes sean incapaces de sobresalir en belleza y encontrar amantes? Es más, veamos por qué no sólo eran las vírgenes, o las casadas, a quienes codiciaban los ángeles: porque las Escrituras dicen "las hijas de los hombres", y no "esposas de los hombres" o "vírgenes de los hombres".

6. En cuanto a lo que también dice la Escritura, que "las tomaron por esposas", lo que no afirma en ningún momento es que no estuvieran todavía casadas, pues los ángeles carecen de bodas, no se casan y carecen del título esposo-esposa. A lo que sí alude el texto sagrado es a que los ángeles tomaron todo tipo de mujeres (vírgenes, viudas, casadas, niñas) y se unieron sexualmente a ellas (como se hace entre esposos y esposas).

7. En otro lugar de la Escritura, el autor sagrado alude a que "la naturaleza misma" es la que ha asignado el cabello como tegumento y adorno a las mujeres, y por eso enseña que "el velo es deber de las mujeres", para honrar a su única cabeza que es Cristo. Si es vergonzoso que una casada sea trasquilada, también lo es para una virgen, o viuda o niña.

8. A quienes se les asigna una misma ley de la cabeza, por tanto, se les exige una misma disciplina de la cabeza, que se extiende incluso a aquellas vírgenes a quienes defiende su infancia. ¿Por qué? Porque desde sus primeros días una virgen también es llamada hembra. Esta costumbre la observa incluso Israel. Y si Israel no lo observara, nuestra ley, ampliada y suplementada, justificaría la adición por sí misma. Tanto para Eva como para Adán, cuando se les concedió ser sabios, ¿inmediatamente velaron por lo que habían aprendido? De ninguna manera, ya fuesen adultos o niños. En todo caso, la madurez les hizo recordar sus deberes en cuanto a la naturaleza y en cuanto a la disciplina, como personas con sus funciones. Nadie conserva la infancia, por ejemplo, desde el momento en que contrae matrimonio (como tampoco conserva la virginidad). Sin embargo, Eva fue más sabia al final que al principio, y sobre todo una vez que estuvo casada con su marido. En este sentido, no hay privilegios para la virginidad, respecto al matrimonio, por haber conservado la infancia, pues "dejar de ser niño" (como hizo Pablo) también supone "crecer en sabiduría ante Dios y los hombres" (como hizo Jesús).

9. Alguno me dice: Una virgen se ha consagrado a Dios, y desde ese mismo momento ha de distinguirse, en su cabello y en su atuendo, del resto de mujeres. Me dicen esto muchos, a forma de decir que lo que ella oculta por amor de Dios, no ha de ocultarlo por completo. A nosotros nos corresponde confiar únicamente al conocimiento de Dios lo que la gracia de Dios obra en nosotros, prueba que recibimos del hombre y la recompensa que esperamos de Dios. ¿Por qué desnudas delante de Dios lo que cubres delante de los hombres? ¿Serás más modesto en público que en la Iglesia? Si tu abnegación es una gracia de Dios y la has recibido, ¿por qué te jactas como si no la hubieras recibido? ¿Por qué, por tu ostentación de ti mismo, juzgas a los demás? ¿Es que con tu jactancia invitas a otros al bien? No, pero incluso tú mismo corres el riesgo de perder, si te jactas; y empujas a otros a los mismos peligros. Lo que se asume por amor a la jactancia se destruye fácilmente. Cúbrete, virgen, si virgen lo eres; porque deberías sonrojarte. Si eres virgen, aléjate de la mirada de muchos ojos. Que nadie se sorprenda de tu rostro; que nadie perciba vuestra falsedad. Haces bien en asumir falsamente el carácter de casada, si te cubres la cabeza con un velo; es más, no parece que lo asumas falsamente, porque estás casado con Cristo: a él le has entregado tu cuerpo; actúa como corresponde a la disciplina de tu Esposo. Si él ordena que las novias de otros lleven velo, la suya, por supuesto, mucho más.

10. Cada hombre individual no debe pensar que la institución de su predecesor debe ser derribada. Muchos renuncian a su propio juicio y a su coherencia ante la costumbre de otros. Si bien hoy en día no se obliga a las vírgenes a llevar velo, en todo caso nada les impide hacerlo voluntariamente, contentas, con buena conciencia y sin dañar su fama. Lo que yo les aconsejo es que den fe de que están casadas con Dios, y que por ello vayan veladas siempre, sin entrar en contacto corporal con un hombre ni en el beso ni en la mano. Rebeca es ejemplo suficiente para todos, pues cuando se señaló a su prometido se cubrió con velo, para ser reconocida tan sólo por su marido.

XXIII
Sobre el arrodillarse

1. En materia de arrodillarse, también la oración está sujeta a la diversidad de observancia, por el acto de unos pocos que se abstienen de arrodillarse en sábado. Dado que esta disensión está particularmente en juicio ante las iglesias, el Señor dará su gracia para que los disidentes puedan ceder o complacer su opinión sin ofender a los demás.

2. Nosotros, tal como lo hemos recibido, sólo en el día de la resurrección del Señor debemos no sólo arrodillarnos, sino mantener toda postura y oficio de solicitud, aplazando incluso nuestros trabajos para no dar lugar al diablo. Lo mismo ocurre también en el período de Pentecostés, cuyo período distinguimos por la misma solemnidad de júbilo.

3. No obstante, ¿quién dudaría en postrarse ante Dios cada día, al menos en la primera oración con la que entramos a la luz del día?

4. En los ayunos, además, y en las estaciones, no debería hacerse ninguna oración sin arrodillarse y seguir las restantes señales habituales de humildad; pues entonces no sólo estamos orando, sino dando satisfacción a Dios.

XXIV
Sobre el lugar de la oración

1. En cuanto a los momentos de oración, no se ha prescrito nada en absoluto, excepto "orar en todo momento". A este respecto, pregunto yo: ¿Cómo podemos orar en cualquier lugar, si tenemos prohibido orar en público? "En cada lugar" indica aquel lugar que la oportunidad, o incluso la necesidad, pueden haber hecho adecuado. Esto es lo que hicieron los apóstoles (que en la cárcel, y ante los prisioneros, "comenzaron a orar y cantar a Dios") o el mismo Pablo (que en la barca, y en presencia de todos, "dio gracias a Dios").

XXV
Sobre el tiempo de oración

1. En lo que respecta al tiempo de la oración, la observancia extrínseca de ciertas horas será especialmente ventajosa. En concreto, aquellas horas comunes que marcan los intervalos del día: la tercera, la sexta, la novena. Esto es lo que podemos encontrar en las Escrituras, como lo más solemne que el resto.

2. La primera infusión del Espíritu Santo, en los discípulos congregados, tuvo lugar "a la hora tercera". Pedro, el día en que experimentó la visión de la comunidad universal (expuesta en aquella pequeña vasija de platos), había ascendido a las partes más elevadas de la casa para orar "a la hora sexta". El mismo apóstol entraba en el templo con Juan "a la hora novena", cuando restableció la salud al paralítico.

3. Aunque estas prácticas carecen de precepto alguno para su observancia, aun así puede ser bueno establecer alguna presunción definida, que pueda agregar rigor a la amonestación de orar y sacarnos de nuestros negocios para tal deber. Es lo que leemos que fue observado por Daniel, de acuerdo con la disciplina de Israel. Los cristianos deberíamos orar no menos de tres veces al día, porque somos deudores de un Dios trino, y oramos al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por supuesto, además de las oraciones regulares deberían agregarse otras, sin amonestación alguna, a la entrada de la luz y de la noche.

4. Conviene también a los creyentes no comer ni ir al baño antes de interponer una oración. ¿Por qué? Porque los refrigerios y alimentos del espíritu deben preceder a los de la carne, y las cosas celestiales a las terrenas.

XXVI
Sobre la despedida de los hermanos

1. No podemos despedir a un hermano que ha entrado en nuestra casa sin dedicarle alguna oración, pues nos lo recuerda la Escritura que dice: "¿Has visto a tu hermano? Has visto a tu Señor". Tampoco podemos despedir sin una oración a un extraño, "no sea que sea un ángel".

2. Cuando nos reciban los hermanos, no deberíamos dedicarnos a los refrigerios terrenales antes que a los celestiales, porque nuestra fe sería juzgada en seguida. De hecho, ¿cómo vamos a decir "paz a esta casa", si no intercambiamos esa paz con los que están en esa casa?

XXVII
Sobre la recitación de salmos

1. Los más diligentes en la oración suelen añadir en sus oraciones el Aleluya a los salmos, al final de los cuales responde la compañía. Por supuesto, esto es una excelente idea, que toda institución podría hacer para enaltecer y honrar a Dios, uniendo los esfuerzos de los presentes para enriquecer la oración con la Víctima escogida.

XXVIII
La víctima espiritual, esencia de la oración

1. La víctima espiritual ha abolido los sacrificios prístinos. De hecho, ¿con qué propósito dice Dios "estoy harto de holocaustos de carneros, y no deseo la grasa de los carneros, ni la sangre de los toros y de las cabras"?

2. Lo que Dios ha requerido lo enseña el evangelio, y dice lo siguiente: "Llegará una hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque Dios es espíritu y así han de ser sus adoradores".

3. Nosotros somos los verdaderos adoradores y los verdaderos sacerdotes que, orando en espíritu, sacrificamos en espíritu, y para la oración, una víctima propia y agradable a Dios, que ciertamente él ha requerido y ha buscado. ¡Adelante para él mismo!

4. Ofrezcamos a Dios este tipo de víctima, devota de corazón, alimentada de fe, regada de verdad, íntegra en la inocencia, pura en la castidad, engalanada de amor. Añadamos, además, esta pompa, con la que escoltar la oración: las buenas obras. Vivamos entre salmos e himnos, y no sólo en el altar de Dios sino dedicando todas las cosas de la vida a Dios.

XXIX
El poder de la oración cristiana

1. ¿Qué es lo que Dios ha negado alguna vez a la oración "en espíritu y verdad"? ¡Cuán poderosos ejemplos de su eficacia leemos, oímos y creemos! La oración del viejo mundo solía librarnos de los incendios, de las bestias y del hambre. Sin embargo, no había recibido su forma de Cristo, y ¡cuánto más operativa es la oración cristiana! Esta oración cristiana no pone en medio de los fuegos al ángel del rocío, ni pone bozal a los leones, ni traslada a los hambrientos el pan de los campesinos. Se trata de una oración que no pide evitar el sufrimiento, e incluso suministra resistencia al sufrimiento, al sentimiento y al aflicción. Esta oración amplifica la gracia y la virtud, y obtiene la fe de Dios, y por amor a Dios sufre lo que haga falta.

2. En tiempos pasados, en la oración se solían invocar plagas, dispersar los ejércitos enemigos y retener las influencias saludables de las lluvias. La oración cristiana, en cambio, trata de aliviar la ira de Dios, y se hace en favor de los enemigos, y suplica por los perseguidores. Si la antigua oración sabía extorsionar las lluvias del cielo, y procurar sus fuegos, ¿qué no conseguirá la oración cristiana? La oración es lo único que vence a Dios, y por eso Cristo la ha purificado (para que no actúe para ningún mal), y ha conferido toda su virtud para la causa del bien. Por eso, la oración cristiana no sabe más que rescatar almas (que se han apartado del camino, y van camino de la muerte), y fortalecer a los débiles, y consolar a los enfermos, y purgar a los poseídos, y abrir las rejas de las cárceles, y desatar las ataduras de los inocentes. Así mismo, la oración lava las culpas, repele las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los débiles, alegra a los altivos, escolta a los viajeros, apacigua las olas, atemoriza a los ladrones, alimenta a los pobres, gobierna a los ricos, levanta a los caídos, detiene a los que caen, confirma a los que caminan por el buen camino.

3. La oración es el muro de la fe, y el arma que nos vigila por todos lados, frente al Enemigo. Con ella, nunca caminaremos desarmados. Durante el día, nos hace ser conscientes de la estación, y de noche vigilia por nosotros. Bajo los brazos de la oración guardamos el estandarte de nuestro General, y esperamos en oración la trompeta del ángel.

4. Todos los ángeles oran, toda criatura ora, el ganado y las fieras rezan y doblan sus rodillas. Cuando salen de sus capas y guaridas, los animales miran al cielo sin boca ociosa, haciendo vibrar su aliento a su manera. Es más, también los pájaros, saliendo del nido, se elevan hacia el cielo y, en lugar de manos, extienden la cruz de sus alas y dicen algo que parece una oración. ¿Qué más decir, pues, del oficio de la oración? Esto mismo: que incluso el Señor mismo oró.